(La Mecánica Misteriosa de tu imagen)

LA MECANICA MISTERIOSA DE TU IMAGEN
Crónica acerca de la soledad, la verdad y el amor o simplemente la imagen
transfigurada de Silvia.
POR: Jaime Coaguila
SOLEDAD
La soledad posee una mecánica misteriosa. La mecánica de una
estúpida concentración de fuerzas que cierra las puertas y amordaza las
palabras en una habitación meticulosamente ordenada. No es solamente un
estado de ánimo anclado en las desesperaciones, ni únicamente tu imagen
recortada a dentelladas sin ninguna causa aparente. La soledad siempre ha
escapado a las definiciones y sus garras infalibles cumplen con el viejo
propósito de arrancarte de las multitudes y abandonarte a tu suerte al borde de
la nada. Puede ser que al principio esta angustia aparezca bajo la extraña
forma de la incomprensión y a medida que el tiempo avance, sus largos
ganchos se claven en el desgastado y ahora desolado corazón. Pero estos
símbolos del todo rudimentarios hacen poco mérito a la dinámica de los
sentimientos y deslucen el brillo claro de tus ojos desesperados y cansados de
tanto esperar. La soledad no corre al rigor de los tiempos, pero al igual que la
aporía termina alcanzando al más raudo de los aquiles. Descansemos en
medio de las frases entrecortadas y los cuadros desgarrados sin perder la
calma, ni la cordura, ni el imperativo categórico que orienta nuestras vidas
dominadas por el consumo. Y entonces con los dedos rotos y ocho frágiles
razones dejemos que la música rescate los pequeños recuerdos de una oficina
y tus labios delgados, pero tímida y escrupulosamente pintados. La verdad es a
veces tan o más misteriosa que la soledad.
LA VERDAD
La verdad aparece repentinamente escondida entre las rígidas palabras
y la frialdad de los movimientos. Y aunque el imperio del ruido impida la
comunicación y las formalidades atenacen el pensamiento con su lógica
irrefutable, aparentemente el descubrimiento de la esencia de tu fragilidad
parece desviar el curso de la planificación y el recurrente recurso del deber ser.
Olvidemos en este momento las solemnidades y dejemos que el aroma cada
vez más intenso de la verdad desvirtue los argumentos, advierta las falacias y
las repetidas contradicciones. Podemos comenzar por ejemplo por las flores y
el color rojo intenso de tu ropa que a medida que transcurre el tiempo adquiere
la forma de un pequeño destello entre tanta indiferencia. Luego aparecen tus
oscuras señales, tu nostalgia dibujada en un papelito bajo la forma de un árbol
y de pronto el soundtrack de Blade Runner. El ambiente se satura
automáticamente de confesiones y la velocidad de los pensamientos trae a
colación la verdad efímera de la moral y las buenas costumbres. La verdad
parece un fluido incontenible que no descansa a pesar de la obstinación y el
desconcierto.
EL AMOR
Tal vez pueda decir como en el poema de Alejandro Romualdo que voy
de tu mano como quien respira la pausa cálida del viento, pero estas ligeras
transgresiones en la monotonía de tu vida no rompen con la molicie, ni atenúan
el dulce sufrimiento de recordar tu cabello ensortijado. Lo cierto es que al igual
que la madreselva el amor ha comenzado un ascenso con rumbo desconocido,
arrastrando en su camino las facturas, las letras de cambio y los encopetados
prejuicios. Poco vale entonces seguir explicando el significado de las nuevas
palabras y recorrer las mismas calles todas las tardes si aún persiste la
intolerancia y la frustración. Recordemos nuevamente la menuda silueta de
Silvia y sus labios tímidamente pintados y su risa y sus pies pequeños y su
perfume y su piel y su soledad y su frustración y su ingenua, pero cansada
forma de ver los objetos, en un último intento de desentrañar la verdad y dejar
de lado el agotamiento. No es acaso este el mejor instante para rescatar a esa
transfigurada imagen de la violencia y los avatares del destino, ya sea a través
del arte o el preciso escalpelo de la literatura, no es acaso ahora cuando
comienza la mañana que un tierno durazno puede reemplazar al sol como
quien comparte un poco de amor, y espera que tu rostro se sonroje y vuelva
por fin a tus ojos, ese destello que llamamos felicidad.