Admirable y complejo poeta

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EL MUNDO. VIERNES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2015
CULTURA
A Rudyard Kipling le sucede que
JUAN BONILLA
se entendía mejor con la vida si
entre medias había un libro. Fue
un autor exótico sin aceptar como conducta el exotismo. Un tipo
tocado por la necesidad de escribir para fijarse mejor en el mundo. Las palabras fueron su toma
de tierra. Y decidió vivir a pleno
sol en la escritura, contando hisLa edición Sussex de la obra completa
torias en cuatro novelas, en más
de 800 poemas, en numerosos rede Kipling comprende 35 volúmenes.
La Burwash, 28 de más apretada
latos, cientos de cartas y en unas
memorias póstumas (publicadas
tipografía. La edición Bombay, 31
volúmenes: en total, miles de páginas
en España por Pre-Textos como
Algo de mí mismo).
del único escritor moderno que
Más allá del autor de El libro
–según la apreciación de George
de la selva, Kim y Capitanes inMoore que repetía Borges– escribía
trépidos, más allá de esa literatucon todo el diccionario. Se ha dicho
ra de la fantasía, más allá de la
muchas veces y se le ha aplicado a
muchos autores aquella frase según
fama y el dinero, hay un hombre
con el alero dañado. Un tipo que
la cual Quevedo, más que un escritor,
era una literatura. Quizá pocos la
a los cinco años sufrió el maltramerezcan tanto como Kipling, que
to de una cuidadora: «Recibía
una paliza cada día... Empecé a
pasó de escribir unos cuentos
leer todo lo que caía en mis manos, pero cuando supo que eso
me gustaba a los demás castigos
sumó la privación de la lectura.
Fue entonces cuando empecé a
leer a escondidas y a conciencia...», escribe en sus memorias.
Ese fue el origen de todo: la
deficiencia de vivir cuando este
ejercicio se parece demasiado al
daño. Así levantó en su casa un
primer perímetro de alegría, con
los libros en la mano. Ahora se
cumplen 150 años del nacimiento de Kipling y hay algo en él de
casi olvidado, de casi icónico y
mucho de desconocido. Tiene
un ramalazo de galgo aristocrático y controvertido. Pero siempre tuvo el estímulo de los lectores de medio mundo. La Biblioteca Nacional le dedica una
breve exposición bibliográfica
que demuestra el interés que
El ‘Ex libris’ de Kipling, diseñado por su padre. EL MUNDO
desde los años 40 ha despertado
su obra también en España.
Kipling echó el primer vagido
sencillos y admirables a escribir unos
en Bombay, en 1865. Hijo de un
cuentos admirables y complejos
funcionario británico de propen(algunos tan inolvidables como La
puerta de los cien pesares, El cuento
sión flemática destinado en el
más hermoso del mundo o, sobre todo,
Indian Education Department
El hombre que pudo reinar, una de
como profesor de dibujo, ceráesas raras obras maestras que dio
mica y escultura. Eran los días
febriles del colonialismo inglés
origen a otra obra maestra). Utilizó la
lírica popular y el habla coloquial con
en la India. Y en ese ambiente
de doble velocidad que imprime
astucia, pero no renunció a la retórica
la aventura colonial
imperial (y el imperialismo fue su
doctrina). Nos convenció de que el
creció el escritor, criaDE NIÑO
periodismo era un género literario e
do con mimo de pura
sangre al que baña- SUFRIÓ
incurrió en la literatura infantil y en el
ensayo político sin distorsionar la voz
ran en leche.
MALOS
De aquellos años TRATOS POR
de un autor capaz de alimentar por
de imperio le quedó
igual a Borges y a Walt Disney. No es
PARTE DE
raro que no haya gran voz de la
un rastro algo desapacible que George Or- UNA
literatura inglesa que no se ocupara
well denunciaba con CUIDADORA
de él, desde Eliot a Orwell, pasando
ánimo
urticante: Y ESO LO
por Chesterton. Orwell apreciaba su
«Profeta del imperia«sabiduría de barra de bar» aplicada a
AFIANZÓ EN
lismo». Y aquellos
grandes asuntos y su capacidad para
dardos han pesado LA LECTURA
apilar detalles pintorescos, pero le
sobre su legado hasta
acusaba de no ser moralmente
dejar en penumbra una leyenda
insensible y estéticamente
y una literatura. Sin embargo,
repugnante. Eliot admiraba su
sucede con Kipling algo raro.
facilidad de versificador, como si
Uno de sus poemas, titulado Si...
estuviésemos ante un antiguo capaz
de escribir un tratado médico en verso
fue escogido por los lectores británicos como el favorito, como el
sin dejar intervenir a la poesía. Henry
James dijo que era «magistral a su
más popular: «Si puedes mantemanera». O sea, Kipling, junto a la
ner la cabeza en su sitio/ cuando
Admirable
y complejo
poeta
universalización de algunas de sus
grandes leyendas, más o menos
trituradas por el cine y los dibujos
animados, padeció, generación tras
generación, reticencias que,
pretendiendo rebajar su grandeza
literaria por sus robustas
convicciones ideológicas, no
conseguían más que ponerla a la vista.
Una grandeza, por cierto, que en
nuestro tiempo es especialmente
dichosa porque se sustenta en dos
géneros minoritarios: el poema y el
relato breve. El traductor de sus
poemas al español, José Manuel
Benítez Ariza, apuntó con tino la
condición de modernista de Kipling:
donde otros cantaban desencajados
Pierrots, princesas anémicas o
bohemios de madrugada, él escogía
como protagonistas de sus poemas a
otros personajes de una actualidad
que podría ser la nuestra: el donnadie
de uniforme, la chusma sin educación
ni principios que es utilizada sin
conciencia de cómo se la utiliza, el
entusiasmo maquinista y tecnológico
que avisa una época nueva.
Son muchos los poemas memorables
de Kipling (el más famoso de los
cuales, es If, que todavía se vende
como póster y tiene condición de
oración pagana): el poema sobre una
Filadelfia en la que ya no queda nada
de lo que el poeta recuerda («Si vas a
Filadelfia mañana»), pero en la que
siguen vivas «las cosas inmortales
que no cambian», la Canción al arpa
de las mujeres danesas, que detestan
que los hombres las engañen con La
Vieja, «la hacedora de viudas», el
poema sobre la vuelta a casa de un
soldado tras la firma del armisticio, el
retrato del diputado Pagett, uno de
esos tontos que «escriben sobre
Oriente/ y creen que, tras un viaje,
nos saben gobernar». En el poema
Los fabuladores, en el que reconoce
que «la verdad no suele gustar a las
muchedumbres», Kipling intenta,
convincentemente, un homenaje al
oficio al que dedicó tantas páginas: el
de contador de historias condenado a
no ser escuchado. «Cuando la
insensatez trabaja diariamente/ para
extender la confusión a todo/ y la
desidia deja morir la libertad:/ cuando
el miedo merece la tumba del honor/ e
incluso en el instante mismo de la
caída/ no se les hace caso a los que
no divierten». Para terminar con una
estrofa que, por supuesto, sigue igual
de vigente que cuando se escribió:
«¿Qué hombre atiende a razones, no
a disparos?/¿A qué presta atención
sino a esos instantes/ en que la vida
excede todo lo imaginado?/ ¿Quién se
contentará con fantasías?/ Por eso
ha sucedido como estaba previsto:/
que no nos hacen caso, ni nos lo
hicieron nunca».
Lo cierto es que si hay un fabulador
del siglo XX al que muchos hicieron
caso, fue Kipling. Sus ardores
imperialistas convencieron a muchos
jóvenes de que se alistaran en el
Ejército y marcharan a la guerra (su
propio hijo, de 18 años, murió en la
Gran Guerra). Sólo él pudo escribir, en
su serie de Epitafios, uno tan
conmovedor como el que dice: «Si
alguien pregunta por qué hemos
muerto jóvenes/ decidle que nuestros
padres nos mintieron».
todos la pierden –y te culpan por
ello–;/ si confías en ti cuando los
otros/ desconfían –y les das la razón–;/ si puedes esperar sin cansarte, si no/ mientes cuando te
vienen con mentiras/ ni odias a
los que te odian y, aún así,/ no te
las das de santo ni de sabio...».
Y es que Kipling, más allá de
todo, es un poeta. Tiene en el
verso la potencia que deja deshilada en la prosa. Un escritor eficaz, sin duda, que se contorneó
en la redacción de un periódico,
el Civil and Military Gazette de
Lahore, el único periódico de la región
SU POEMA
del Punjab, puerta de
‘SI...’,
acceso al subcontiPUBLICADO
nente hindú por la
EN 1911, FUE mayoría de invasores.
Kipling tenía 16 años.
ELEGIDO
Sabía hablar y escribir
POR LOS
el hindi. Entró de coLECTORES
rrector, de lector, de lo
que fuera. Publicó alBRITÁNICOS
gunas crónicas y poCOMO SU
cos cuentos. Y siemFAVORITO
pre consideró aquel
periodicucho su campo de pruebas: «Yo no sabía nada y mi jefe tuvo que adiestrarme. No sé hasta qué punto mi
aprendizaje le hizo sufrir, pero lo
que llegué a ser, el hábito que
adquirí en verificar fuentes y
conseguir trabajar sin salir del
despacho, se lo debo a mi jefe de
entonces, Stephen Wheeler».
Pero también terminó desconfiando de los periodistas.
Como reportero caminó por
mil recodos de la India. La observó. La vivió. La amó. Pero
siempre desde una percepción y
una emoción sesgada por su óptica de modales victorianos. Por
razones de espacio y buen gusto, Kipling comprendió que una
vez testada su tierra (y la India
lo era) era el momento de lanzarse al mundo, quizá compulsivamente. Birmania, Singapur,
Hong Kong, China, Japón y de
ahí a EEUU, donde desembarcó
por primera vez en 1889, en el
puerto de San Francisco. De
aquella expedición de meses
quedaron varios cuadernos de
apuntes, algunos relatos y un libro de viajes. Era ya un tipo imparable al que excitaba la
trashumancia, ese sueño que todo viaje requiere. Como en su
poema Si...: «Si sueñas, sin llegar a ser esclavo/ de tus sueños;
si piensas, pero no te conformas/
con pensar; si te enfrentas al
Triunfo y al Desastre/ y das el
mismo trato a esos dos impostores;/ si soportas que tuerzan tus
palabras para embaucar con
ellas a los tontos;/ si se rompen
las cosas a las que has dedicado/
tu existencia y te agachas a
rehacerlas...».
Era ya un escritor consagrado,
conservador, escéptico ante las
reformas sociales. Viajó a Canadá y a Sudáfrica. Y poco a poco
extremó sus ideas imperiales:
«La democracia es un rebaño en
movimiento»... «El socialismo es
un sistema por el que un Estado