La guerra del dólar

La guerra del dólar
El Tratado Transpacífico y el conflicto de Siria marcan la reorganización de la
economía por las grandes empresas y la Reserva Federal
Gabriel Galípolo-Luiz Gonzaga Belluzzo
Dos noticias aparentemente inconexas, ocuparon los titulares de los medios de
comunicación la semana pasada: la creación de un megabloque comercial, el Tratado
Trans-Pacífico (TPP), integrado por Estados Unidos, Japón y más de diez economías, que
explican el 40% del PIB mundial; y el protagonismo de Rusia en la guerra de Siria, una
intervención militar en clara oposición a los intereses y deseos norteamericanos.
Henry Kissinger, en su libro Sobre la China, describe el proceso de aproximación entre EUA
y China, durante la gestión Nixon (1968-1974), del cual fue asesor de Seguridad nacional,
como resultado de intereses comunes en frenar la “amenaza del proyecto de hegemonía
soviética”. Narra que Chou En-lai, premier chino en el período, cuando él escribió acerca
del restablecimiento de la amistad entre los pueblos chino y norteamericano, describió una
actitud necesaria para promover un nuevo equilibrio internacional, no un estado final de
relaciones entre los pueblos.
En la década de 1970, momento de la aproximación China-EUA, la experiencia del
capitalismo “social” e “internacional”, de la post-guerra, sufría el malestar del primer shock
petrolero, de la estanflación y del endeudamiento de la periferia alimentado por el reciclaje
de los petrodólares. La inflación sucumbió ante la elevación de la tasa de interés promovida
por Paul Volcker (titular de la FED) en 1979. Además de lanzar al país a la recesión, el
gesto de la Reserva Federal no sólo aplacó la inflación de dos dígitos de los EUA, sino,
sobre todo, reinstauró la soberanía del dólar como moneda de reserva, extinguiendo la
amenaza de fractura del sistema monetario internacional. La puñalada de Volcker desmontó
las pretensiones de los europeos de encaminar la sustitución del dólar por un activo de
reserva administrado por el FMI y respaldado en una cesta de monedas.
El shock de los intereses afectó especialmente a los países emergentes, oprimidos entre la
súbita escasez del medio de pago internacional y el elevado servicio de la deuda externa
ya contratada. El célebre problema de la transferencia de recursos quebró a las naciones
periféricas que navegaron en los mares de la abundante liquidez del mercado internacional
y llevaron a la exasperación su endeudamiento en dólares.
Desde una perspectiva geopolítica y geoeconómica, la inclusión de China en el ámbito de
los intereses norteamericanos es el punto de partida para la ampliación de las fronteras del
capitalismo, movimiento que iría a culminar en el colapso de la URSS y en el fortalecimiento
de los valores y propuestas del ideario neoliberal.
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La recuperación del poder del dólar instauró un nuevo régimen de coordinación de la
economía mundial y abrió espacio para el comando de los mercados financieros
anglosajones sobre las estrategias empresariales y las políticas económicas. Al contrario
de lo que reza la vulgata de cierta izquierda o pregonan los delirios de la derecha obtusa,
la nueva etapa del capitalismo, llamada neoliberal, no buscó y mucho menos realizó la
propalada reducción de las funciones del Estado.
En su sabiduría sistémica (nada de teorías conspiratorias, por favor), el neoliberalismo,
promovió la apropiación del Estado por las fuerzas de la gran corporación transnacional,
empeñada en la competencia global. Desde los años 1980, el capitalismo “social” e
“internacional” de la inmediata post-guerra, se transfiguró en capitalismo “global”,
“financiarizado” y “desigual”.
La relación sino-americana promovió el flujo de inversiones de los EUA para China, la
exportación de manufacturas con ganancias de escala reflejadas en los bajos precios de
China para EUA, el endeudamiento para sustentar el consumo de las familias
norteamericanas sometidas al estancamiento o caída de los rendimientos. Fue en la fuerza
del dólar y en la capacidad de adaptación de su mercado financiero que la gran empresa
norteamericana sustentó la migración de sus fábricas para las regiones de menor costo
relativo. Las entradas de las “inversiones de portafolio”, financiaron la salida líquida del
capital productivo.
En ese juego de la gran finanza con la gran empresa, se conforma una nube manufacturera
que late en torno de China. El modelo sino-americano garantizó inflación baja y tasa de
interés también bajas y las reservas chinas en dólares cerraban el circuito endeudamientogasto-ingresos-ahorro. En tanto Japón patinaba y aún patina en la estagnación sin fin, se
abrían las puertas para la rápida y avasalladora ascensión del Imperio del Medio, alzado en
pocas décadas para la cima de la economía global, ocupando hoy el segundo puesto en la
jerarquía de las potencias económicas.
La crisis financiera internacional de 2008 es hija de la ampliación, reproducción y
automatización de ese movimiento de integración internacional de las economías
capitalistas. Desde entonces, tanto EUA cuanto China, con mayor o menor intensidad, han
dedicado esfuerzos para promover la “reinternalización” de sus circuitos de “generación de
valor” (léase formación de renta y empleo). Curiosamente, lo que el modelo anterior
presentaba como virtud ahora es vicio.
En los EUA, los esfuerzos se concentran en la repatriación de parte del parque productivo
norteamericano, pretensión que fastidia a las tendencias a la valorización del dólar,
tendencias inexorablemente asociadas al poderío de su mercado financiero. En China, la
mudanza se encamina a reducir la dependencia de las exportaciones líquidas y de elevada
tasa de inversión. El nuevo modelo chino pretende elevar el consumo y la participación de
los servicios en la formación de la renta y del empleo.
Lo que está inscripto en los esbozos del TPP y del Tratado Trans-Atlántico es una tentativa
de someter una fracción importante del espacio asiático y europeo al “nuevo mercantilismo”
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de la gran empresa transnacional dispersa geográficamente, más extremadamente
concentrada bajo control de los megabancos norteamericanos, ingleses y europeos y de
sus fondos mutuos y fondos de pensión.
El trabajo pionero de James Glattfelder, Decoding Complexity-Uncovering Patterns in
Economic Networks, pone de manifiesto de forma rigurosa la concomitancia o relación entre
la constitución de las cadenas globales de valor y la brutal centralización del control de la
producción y distribución de la riqueza en un núcleo reducido de grandes empresas e
instituciones de la finanza “mundializada” que mantiene entre sí nexos de dependencia en
las decisiones estratégicas.
En ese cuadro, el divorcio EUA-China se encamina hacia una solución menos amigable con
la seducción de nuevos socios, en la búsqueda de relaciones comerciales y financieras
cuya interdependencia pueda revelarse más favorable, en un escenario de concentración
del control de las decisiones en el bloque empresarial hegemónico y de competición entre
naciones.
La prensa internacional se viene moviendo en torno de la interpretación realizada por The
Economist, en mayo de 2015, sugiriendo un poco afectuoso “abrazo del Oso con el Dragón”,
para el titular de primera página de The Guardian, en julio de ese año, “Rusia y China: El
nuevo superpoderoso eje mundial”. El reportaje exhibe el exponencial crecimiento del
comercio de China para Rusia a partir de 2009 y la elevación de las inversiones en el mismo
sentido, especialmente a partir de 2013.
El acuerdo del Pacífico, por cuestiones geográficas, da las espaldas a Europa y establece
la asociación con países que se encuentran en las áreas de influencia de los BRICS,
aunque excluye a estos últimos. Coincidentemente con el anuncio de dicho acuerdo, en la
misma semana, Rusia invoca protagonismo en la cuestión siria, posibilitando establecer
una posición estratégica en aquella área de influencia y simultáneamente, resolver una de
las grandes aflicciones europeas. Todo lo anterior puede operar como catalizador de la
formación de un bloque de oposición a la hegemonía norteamericana.
Todo eso con la vuelta de los avisos alarmantes del FMI sobre los riesgos derivados del
aumento del endeudamiento en dólares de los países emergentes, por la elevación de las
tasas de interés norteamericanas, imponiendo una vez más al mundo la carga derivada de
un único país que ejerce el monopolio del control de la moneda internacional
Publicado en: Carta Capital edición 29 octubre 2015
http://www.cartacapital.com.br/revista/872/a-guerra-do-dolar-1278.html
Traducción: AmerSur
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