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LA SUPERVISIÓN:
UN COMPROMISO CON EL PACIENTE
Aquellas profesiones relacionadas con la intervención directa en algo tan valioso como la vida humana
requieren de una continua revisión y actualización profesional.
La labor de psicoterapeuta puede acabar desarrollándose en un nivel de soledad, donde la autoreflexión
se consolida como única herramienta evaluadora de nuestro trabajo. El compromiso con la profesión y
con el paciente comienza con uno mismo, con poner todo lo necesario para ser la mejor versión de nosotros mismos en todo momento, lo que necesariamente hace mención a la mejora de las competencias
profesionales y al autocuidado personal.
Para ello existen dos vías diferentes, una normalmente más transitada que la otra, de las que se nutre
esta responsabilidad profesional. Por un lado, la formación continua, la cual supone la adquisición de
nuevos conocimientos y mapas de desempeño con los que ampliar nuestro rango de intervención terapéutica y, por el otro, la revisión de nuestro propio trabajo por un compañero de profesión, normalmente
con mayor experiencia, que aporte una visión alternativa de nuestra actuación y añada valor tanto personal como profesional a esta, la supervisión. Esta última se muestra como instrumento facilitador del desarrollo profesional y, por tanto, como una mejora de la calidad en la prestación de nuestros servicios de
acompañamiento, asesoramiento y ayuda psicológicos.
Desde la perspectiva de la psicoterapia, la supervisión se contempla como un encuentro entre dos
profesionales donde se examinan las intervenciones del terapeuta, en un espacio reflexivo, evaluando y
clarificando las bases fundamentales del proceso terapéutico para garantizar una mejora del mismo.
Por tanto, podemos decir que la supervisión se sustenta en diferentes acciones educadoras y orientadoras encaminadas a aumentar las competencias y capacidades del supervisando, además de otorgar soporte emocional y autocuidado, y todo ello enfocado a mejorar la calidad de la intervención. Se trata de generar un contexto que favorezca la reflexión crítica de la propia práctica profesional, englobando todos los
aspectos técnicos, metodológicos y personales que se ponen de manifiesto en la terapia.
En este terreno el supervisor tiene una posición de menor implicación emocional con el proceso terapéutico, lo que le permite colocarse como observador, convirtiéndose en un no-participante-activo del
proceso. Esta posición privilegiada permite acompañar y dar soporte a la “monitorización” del propio
proceso, apoyando el insight pedagógico (Santamaría, 1984-1985)1 y favoreciendo un re-encuadre de la
SANTAMARÍA F. Antonio. (1984-1985). El uso y el abuso del poder en la formación psicoanalítica. Cuadernos de Psicoanálisis.
Números 3, 4 – 1 y 2. Volúmenes XVII – XVIII. México, Julio 1984 – Junio 1985: Asociación Psicoanalítica Mexicana, A. C.
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intervención que permita un nuevo posicionamiento por parte del supervisando que añadirá valor a su
desempeño profesional.
La concepción clásica de supervisión parece hacer referencia a una consecuencia misma de experimentar una situación límite en la terapia, donde el terapeuta siente que se exceden sus recursos personales de
intervención, o como herramienta para poder anticipar estos momentos. No obstante, la supervisión
periódica es más que esto, es un compromiso adquirido con el paciente, una elección personal encaminada a obtener una metaposición de nuestros propios procesos que facilite la mejor intervención posible de
mi persona para con el paciente, hacer supervisión es respetar al paciente, es una declaración de intenciones donde “yo quiero ser mejor en cada momento para poder crear un nosotros mejor”.
La misión del supervisor no se limita a la enseñanza de técnicas clínicas: también debe ayudar al terapeuta a superar sus dificultades personales y alcanzar el mayor nivel posible de competencia clínica2.
El profesional de la psicoterapia es responsable de la calidad de los servicios que oferta, siendo la supervisión un recurso, a menudo, infrautilizado que pone de manifiesto la necesidad de la creación de una
visión más constructiva de la profesión, un espacio de continua renovación y reflexión a disposición del
propio profesional.
La supervisión es una herramienta tan potente e imprescindible que en Estados Unidos, así como en
algunos países europeos, existe una regulación legal al respecto en la cual, dentro del ejercicio profesional
de psicoterapeuta, se exige un número de horas de supervisión clínica obligatorias anuales desarrollado
por supervisores acreditados.
Las señales que nos indican como profesionales que resulta conveniente, o en muchos casos acuciante,
el mantener sesiones de supervisión podemos situarlas en tres planos diferentes. A saber:
1) Plano personal del Psicoterapeuta: cuando la movilización emocional que experimenta el profesional a consecuencia de los temas abordados con el paciente le impide mantener el nivel aconsejable y
adecuado de participación en el proceso terapéutico. Nos estamos refiriendo aquí a lo que a menudo se
encuadra en el ámbito de la contratransferencia3.
Learning and teaching therapy (1996) Aprender y enseñar terapia (1997) Ed. Amorrortu. Bs. As. Jay Haley
Por “contratransferencia” entendemos un aspecto de la relación terapéutica que, de no ser analizada, comprendida y reducida
por el terapeuta puede conducir a errores de juicio y de técnica.
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2) Plano referido a los conocimientos y aspectos de la teoría que contribuye a un modo determinado
de ejercer la labor psicoterapéutica. En muchas ocasiones el terapeuta se encuentra carente o con déficit
de los fundamentos teóricos que le permitan una comprensión adecuada del proceso terapéutico y el
fundamento de sus intervenciones.
3) Plano centrado en la relación terapeuta paciente. El transcurrir del proceso terapéutico conlleva una
dinámica de constante intercambio en la que el terapeuta puede verse desorientado y perder la perspectiva adecuada de la posición desde la que intervenir de forma constructiva.
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