PDF - Archive of Our Own

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Teen And Up Audiences
Graphic Depictions Of Violence, Rape/Non-Con, Underage
Gen
Mortal Kombat (Video Games)
Original Characters, Original Female Character(s), Original Male
Character(s), Noob Saibot, Quan Chi
Gore
Published: 2016-01-03 Chapters: 2/? Words: 9298
Mortal Kombat Chronicles: Giros del Destino
by Viseryon
Summary
Ryu Aizawa busca venganza por la muerte de su padre. Junto a Tora y Euria, los tres se
ven envueltos por varios peligros en el transcurso de su historia y es puesta a prueba tanto
en sus habilidades como en sus debilidades. El destino de ella está marcado, solo debe
elegir el camino correcto para llegar a él. [Historia Original basada en el videojuego de
Mortal Kombat]
Notes
¡Hola! Si lees esto, me alegro que hayas decidido leer este fanfiction basado en Mortal
Kombat. Podrá no ser tan bueno, pero espero que de todas formas lo disfrutes y te interese
leer más sobre esta historia. Los personajes incluídos que no sean pertenecientes a la saga
de videojuegos, son creación mía, y si hay algun parentesco con algun otro personaje de
una serie/videojuego, es coincidencia o me basé un poco en ellos. ¡Disfruta la histora!
Chapter 1
Nada.
No veo nada más que detalles borrosos que mis ojos ya no alcanzan a distinguir.
No siento nada más que el calor del fuego chamuscando mi espalda.
No respiro.
Estoy muriendo lentamente mientras escucho lo que creo que son armas chocando entre sí; acero
con acero.
Pronto no seré nada más que un cadáver calcinado.
¿Dónde estoy? No lo sé.
¿Cómo llegué aquí? No lo recuerdo.
¿Por qué estoy aquí? Creo que recordarlo, pero...
De todas formas ¿quién soy? O más bien ¿quién era yo? Una simple ladrona. Una simple ladrona
cuya cabeza valía el oro suficiente para largarme hacia un lugar donde nadie me reconocería;
donde mi nombre ya no sería aborrecido por entre las personas.
¿Qué nombre?
Aizawa Ryu.
[Mortal Kombat Chronicles: Twists of Destiny]
---
Mi historia comienza como la de cualquier persona común y corriente, aunque mi memoria
tiende a fallar. No me pregunten el nombre del lugar donde nací, el nombre de mi aldea, pues no
sabré responderles. Solo recuerdo un bosque y una cabaña a las afueras de éste. Esa cabaña la
había construido mi padre, Aizawa Hayato, mucho antes de casarse con mi madre, Amane.
De ella no recuerdo mucho. Solo su cabello: negro, liso y tan largo que le llegaba hasta su
cintura. No tengo memoria de su rostro o su voz, solamente de aquel cabello oscuro que olía a
flores. ¿La amé? Tal vez como una pequeña niña ama a su madre, pero aun así no recuerdo
cómo fue su muerte o si sufrí por haberla perdido. Solo tenía cuatro o cinco años cuando falleció,
dejando a mi padre solo conmigo.
Poco tiempo después, mi padre y yo nos encontramos con un niño, unos años mayor que yo, que
se encontraba mendigando entre las calles del pueblo. Mi padre, como era alguien con un
enorme corazón, se apiadó de él y le dio refugio en nuestro hogar. Su nombre era Tora. Como
era de esperarse, Tora era huérfano; su abuela, según dijo, con quien lo había abandonado su
madre años atrás, había fallecido hace unos días, dejándolo solo contra el mundo. Mi padre se
conmovió y le permitió quedarse con nosotros el tiempo que quisiera; con el paso del tiempo
Tora y yo nos hicimos inseparables. Siendo honesta, siempre añoré con tener un hermano, o más
bien, siempre añoré tener a alguien más quien me pudiera hacer compañía.
Mi historia comienza de esa forma, viviendo felizmente al lado de mi padre y mi hermano
adoptivo. Lo que creí que era un mundo perfecto, apenas se estaba comenzando a derrumbar…
[Capítulo I]
Eran los últimos días del otoño. Un hombre y dos niños, armados con dos varas largas de madera
jugaban a luchar entre sí, corriendo por los alrededores de una enorme pradera de hierbas que se
habían tornado amarillas con la temporada, mientras que el padre los veía jugar. El joven padre
veía con dulzura a su hija; la piel pálida de su rostro se sonrojaba de tanto corretear; su cabello
largo y negro como ébano que ondeaba entre el viento al correr; la luz del sol del atardecer hacía
deslumbrar sus ojos marrones, como los suyos, con un leve brillo rojizo en ellos, todo eso le hacía
recordar a su difunta esposa que tanto extrañaba con él, pero él haría todo lo posible para salir
adelante junto con su hija, eso es lo que ella hubiera deseado más en la vida.
–¡Ja! ¡Te pegué! – La niña gritaba emocionada, al darle un golpe a su compañero en el brazo. –
Estás muerto ahora–
–No puedo morir por un golpe en el brazo, tonta– Aquel niño era más alto que ella por unos
cuantos centímetros, y pocos años mayor que ella; pelirrojo de cabello liso y un poco largo, y de
ojos castaños, le respondió mientras se sobaba el lugar donde había recibido el golpe de la espada
de madera.
–¡Tú eres el tonto! – contestó la pequeña pisoteando el suelo debajo de ella y mirándolo con
molestia.
–Ryu, Tora. Será mejor que se comporten o no tendrán su cuento de aventuras esta noche. –
Hayato Aizawa les habló con severidad. Llevaba consigo un arco de madera de roble, y su carcaj
colgado a sus espaldas, al igual que un par de aves gordas que había cazado recién para la cena de
esa noche.
–¡No es justo! – Tora se quejó, lanzando su espada de madera muy lejos de ellos. –Nos
–¡No es justo! – Tora se quejó, lanzando su espada de madera muy lejos de ellos. –Nos
perderemos la historia de esta noche gracias a Ryu–
–No habrá historia si ambos no se comportan antes de que lleguemos y no me ayudan a preparar
la cena, si lo hacen, tendrán su cuento hoy, ¿les parece un trato justo? – Hayato caminaba a un
lado de ambos, entregándole una de las aves al niño.
–A mí me parece bien– la pequeña Ryu respondió, empezando a usar su espadita como bastón,
yendo del lado de su padre.
–Bien…– Tora refunfuñó y se cruzó de brazos. –Pero más vale que sea un cuento interesante o
me molestaré–
–Tu siempre te molestas por todo– Ryu soltaba unas leves risillas a la vez que lo señalaba con su
bastoncito.
–¡Mira quién habla! – respondió el pelirrojo.
Habían por fin llegado a su hogar, una casa hecha con madera que el mismo Hayato había cortado
y con ella construyó su hogar para él, su esposa y su bebé que venía en camino. Eso fue hace casi
8 años, pero aun lo recordaba como si hubiera pasado hace unos días.
Los tres entraron a la casa, había suficiente espacio para Hayato y los dos niños. Comenzaron a
preparar las aves para la cena de esa noche, desplumándolas con mucho cuidado; cocinaron sólo
una de ellas y la que sobraba la guardaron para comerla al día siguiente, y habían dejado agua a
hervir para la hora del baño. Las horas pasaban, se había hecho de noche y por fin, la cena fue
servida, los dos pequeños devoraron una de las aves por completo entre ellos dos nada más.
Hayato apenas y pudo probar bocado de la cena, pero eso ya era común entre ellos.
–Veo que ambos llegaron con hambre– Decía Hayato, siempre sonriendo.
–Nos hiciste esperar mucho, papá– Ryu respondió
–Cada cosa lleva su tiempo, solecito, si eres paciente, al final la recompensa será mejor de lo que
esperas–
–Sí, y si sigues comiendo así te pondrás tan gorda como una vaca– Tora soltó una carcajada, había
hablado mientras aún comía, y salpicaba pequeños trozos de comida en la mesita donde cenaban –
Fuiste tú quien comió más de los dos, no sé dónde guardas todo–
La pequeña no dijo nada, solo lo miraba bastante molesta, y le dio un fuerte codazo en el costado.
–¡Oye, eso dolió! – Tora reclamó volviendo a sobar la herida
–No creí que con tanta grasa pudieras sentirlo– contestó Ryu, con los brazos cruzados
–Niños. ¿Qué habíamos hablado? – Hayato miró a ambos niños muy seriamente. –Parece que no
habrá historia esta noche…–
–¡No! Lo siento. Perdón. – Los dos dijeron al unísono y bastante exaltados. –¡Ya no pelearemos
más!– volvieron a decir, juntando sus manos en busca de piedad. Hayato no hizo más que reír –
Así me gusta. – dijo.
La hora de dormir había llegado por fin y con ella, la tan esperada historia que el padre de Ryu
estaba a punto de contarles esa noche antes de dormir. El cazador metió a los niños en una misma
cama grande donde los tres dormían durante la noche. Ryu y Tora sonreían emocionados,
ansiosos porque empezara a contar su historia, metidos en la cama y cubiertos hasta el cuello.
–Muy bien. – Dijo Hayato finalmente –¿Qué historia quieren escuchar?–
–¡De aventuras! ¡Con samuráis, dragones, y enormes batallas!– Tora exclamaba emocionado,
moviendo los brazos de un lado a otro
–¡De una princesa! ¿Puede haber una princesa en el cuento?– Ryu habló, apretando la sábana con
la que se cubría.
–¿Princesas? Qué aburrido…– volvió a hablar el pequeño al lado de ella.
–¿Y qué tal una princesa guerrera?– Hayato intervino antes de que su hija pudiera golpear a su
amigo –¿Eso te parece aburrido? –
–¡Sí! ¡Princesa guerrera! ¡Princesa guerrera! – Los ojos de la niña se iluminaron y comenzó a
saltar sobre su cama con mucha emoción y una enorme sonrisa.
–Y no solo era una… eran tres princesas guerreras que vivieron hace mucho tiempo en un lugar
muy, muy lejano. Las tres vivían en su reino junto a su padre, el emperador, un hombre ya muy
viejo que el mismo las había entrenado y hecho luchar en sus ejércitos. Ninguna había podido ser
derrotada en cada batalla en la que se enfrentaban. Las tres hermanas eran temidas por sus
enemigos, respetadas por sus aliados y amadas por su pueblo... –
–¿Cómo se llamaban las princesas? – Tora interrumpió.
–Se llamaban…– Se detuvo un momento, pensativo –La hermana menor, se llamaba Tsuki; la
hermana del medio, se hacía llamar Gin; y a la mayor de todas, le llamaban Shiro. Un día, a las
tres las hizo llamar su anciano padre y les dijo: “No pasará mucho tiempo antes de que tenga
que partir de éste mundo, y mi último deseo es ver a mis tres bellas hijas casadas con hombres
que sean merecedores de ellas.” Y así fue que su padre mandó ordenar a todo hombre soltero,
justo y de buen corazón, y que esté interesado en pedir la mano de alguna de sus hijas, tendrá
que luchar contra ella antes de permitir el matrimonio, pues el emperador no permitiría que sus
nueros fueran más débiles que sus hijas.
Cada uno fue cayendo, uno tras otro, soldado, campesino, noble… Pasó mucho tiempo hasta que
uno logró vencer a la hija menor: el hijo de un soldado. Tiempo después, un leñador fue quien
pudo derrotar a la hija del medio. Pero por más que lo intentaban, cada uno era humillado por
la hija mayor, Shiro, quien nunca consiguió a ningún hombre digno de ella….
–Pero luego encontrará a alguien que la querrá mucho, ¿no, papi? – La pequeña volvió a
interrumpir a su padre un momento.
–No, tonta, así no va la historia– Le respondió Tora, empujándola a un lado
–¿Cómo sabes que no va así?
–Porque es muy fuerte y nadie la puede derrotar, así que se quedará sola por siempre, ¿o no?
–Por desgracia, Ryu, Tora tiene razón. – Hayato continuó –Shiro jamás consiguió marido, y era
tan fuerte que nadie más se atrevía a enfrentarla, solo tres se atrevieron y salieron con las manos
vacías y su trasero pateado– Los niños se rieron –Así que, sin esposo, dedicó el resto de su vida a
atender a su padre y a liderar las batallas que se avecinaban. Pero un trágico día, la princesa
Shiro fue vencida en la batalla, y su último deseo antes de morir era que las memorias de su vida
jamás se borraran de éste mundo, así que con sus últimas fuerzas, tomó una roca en su mano y la
sostuvo antes de dar su último aliento, y esa simple roca se transformó en un brillante pedazo de
jade, en donde sus memorias yacen desde entonces, pero nadie ha podido encontrar jamás las
memorias de la princesa Shiro…
–¿Y qué pasa si alguien encuentra la piedra de jade? – Ryu se encontraba abrazada de sus piernas
y poniendo mucha atención en la historia de su padre
–La princesa aparece y te cumplirá lo que más deseas en este mundo– respondió Hayato, mirando
a los dos niños a los ojos.
– ¿Lo que más deseo?
–Sí, solo mientras sea algo bueno.
Los niños, intrigados por la historia, se miraron el uno al otro por mucho tiempo, haciendo a
Hayato reír por la expresión tan sorprendida en sus rostros.
–Muy bien, niños– Dijo –Es hora de que duerman ya, mañana iré solo al pueblo y no llegaré hasta
el atardecer o después. –
–¿Te irás otra vez? – Ryu le preguntó, sonando algo triste al saber que su padre se iría
–Es por trabajo, solecito, tengo que hacer unas entregas pero volveré lo más rápido que pueda,
¿está bien? – La niña solo asintió con la cabeza, su sonrisa se había desaparecido de su rostro por
completo al enterarse de aquello.
–Volveremos a practicar con el arco mañana antes de que me vaya, ¿sí? – Volvió a decir Hayato,
viendo como la sonrisa de su hija se formaba de nuevo en sus labios.
–¡Sí! – dijo Ryu finalmente.
Cuando al fin se quedaron dormidos, Hayato apagó cada vela encendida en la habitación, y buscó
su lugar en una pequeña orilla de la cama donde los niños dormían. Se recostó en la cama,
bocarriba, lentamente cerrando sus ojos y pensando en todas las cosas que debía hacer para el día
de mañana, cuando entonces sintió como uno de los niños comenzaba a moverse y se sentaba
sobre la cama, abrió los ojos y observó cómo su hija, aun con los ojos cerrados, se acomodaba
junto a él, poniendo la cabeza sobre su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Él no hizo
más que acariciarle el cabello, volviendo a cerrar los ojos, y suavemente le comenzó a tararear una
nana que su madre solía cantarle cuando bebé. Era su rutina de cada noche.
Así, los tres se quedaron profundamente dormidos.
El amanecer había llegado. Apenas habiéndose asomado los primeros rayos de luz por su ventana,
la pequeña Ryu se levantó de golpe para lavarse la cara y ponerse su ropa, todo mientras su padre
y Tora aún seguían hundidos en sus sueños. A la pequeña le emocionaba la idea de ir de cacería y
practicar el tiro con arco, siendo su padre su tutor. Anhelaba ser como su padre, ser excelente en el
arte de la arquería, así que daría toda de ella para lograr ser tan buena como él, y aunque no quería
admitirlo, tal vez incluso un poco mejor.
Cuando por fin terminó de arreglarse, se dirigió de prisa con su padre y lo llamaba mientras le
sacudía el hombro varias veces para despertarlo –¡Papá! ¡Despierta, ya es de día! – le decía
emocionada.
–¿Cuánto llevas despierta? – Hayato dijo en un bostezo y haciendo su cabello hacia atrás
–¡Vamos a practicar! ¡Me lo prometiste! Además, ya llevo el desayuno aquí. – La niña le mostró
un saco pequeño de tela donde había puesto un montoncito de manzanas –Así desayunaremos
mientras entrenamos.
–Me sorprendes cada día más, solecito– Su padre se acercó a ella para darle un dulce beso en la
frente. –Bien, si todo está listo, entonces hay que salir ya. Dejemos que Tora duerma más a gusto.
– Dijo al ver al niño que a pesar de su charla seguía durmiendo y roncando como si no hubiera
nadie más con él.
Practicaron casi hasta el mediodía, Ryu tenía que acertar a los blancos que su padre le indicaba,
poniendo una marca en un árbol o derribar un trozo de madera sin tirar los dos que se encontraban
a los lados, objetivos que fueran fáciles para ella. Aunque no acertaba la mayoría de ellos, ni con
la precisión que ella deseaba, su padre seguía animándola a seguir practicando por el resto de la
tarde.
–¿Crees que algún día llegaré a ser tan buena como tú? – preguntó la niña con su arco aun en
mano.
–Si no lo creyera, no estaría entrenándote ¿o sí? – su padre respondió, acariciando su cabeza.
–Quédate conmigo hoy, mañana haces esa entrega, ¡por favor! – Ryu le suplicaba, jalándolo del
pantalón sucio que llevaba puesto. –Quiero seguir practicando contigo.
–Solecito, sabes bien que no puedo. – Entonces se arrodilló frente a ella para mirarla frente a
frente, tomándola gentilmente por los hombros –Si no entrego lo que he cazado, se pudrirá la
carne y perderemos dinero. No nos pagan mucho, si perdemos el poco dinero que nos dan, nos
puede llegar a ir muy mal, ¿entiendes? –
–Entonces venderé mis cosas, así tendremos dinero y tú no tendrás que irte–
Hayato soltó una leve risa al escucharla –Lo haces sonar todo tan fácil…– le dijo a la vez que le
pellizcaba la mejilla.
Finalmente, el momento de partir había llegado. Hayato preparó todo para el camino, colocó su
mercancía, pieles y carne, en una carretilla, y ya estaba listo para partir. Tora y Ryu lo ayudaban a
prepararse, y cuando estuvo listo, Ryu se acercó a su padre a abrazarlo con todas sus fuerzas antes
de partir
–Vuelvo en unas horas– dijo Hayato –Tal vez vuelva más tarde de lo esperado, así que no me
esperen despiertos–
–¿Entonces no habrá historia hoy? – Tora preguntó decepcionado
–Si cuando llegue aún siguen despiertos, tal vez les cuente una historia corta– Respondió el
hombre con una gran sonrisa
–¡Nos quedaremos despiertos! – Los dos niños gritaron emocionados haciendo reír a Hayato
–Ya veremos si resisten para entonces– respondió finalmente, para después abrazarlos a ambos
con fuerza. Un beso de despedida y ambos niños lo vieron partir, viéndolo cargar la pesada
carretilla colina abajo, hasta que se perdió de vista. Ambos pequeños pasaron el resto de la tarde
jugando fuera de casa, entrando y saliendo del bosque hasta la llegada crepúsculo.
La noche llegaba lentamente, el cielo comenzaba a tomar un color rojizo por detrás de las
montañas y así como el sol se ocultaba, junto con él se llevaba el calor de sus rayos. Tora y Ryu
vieron que era ya la hora de estar dentro de casa, y así lo hicieron. La pequeña jugaba con su
muñeca de paja encima de la cama mientras imaginaba que su muñequita no era nadie más que la
princesa de su cuento de anoche, imaginándola pelear contra ejércitos hechos de piedritas.
–¿Crees que papá nos contará más sobre la princesa?– preguntó Ryu mirando su muñeca
–¿Qué princesa?– respondió su amigo, quien estaba jugando con las cenizas de la madera en la
hoguera donde cocinaban.
–La del cuento. La princesa Shiro.
–Ah, esa… No lo sé, tal vez nos vaya a contar una historia diferente.
–¡Le diré que nos cuente una de sus aventuras!– Ryu se levantó sobre la cama, como si fuera la
mejor idea que había tenido en su vida
–¿Qué aventuras? Solo luchaba contra ejércitos.
–Deben haber más aventuras sobre ella ¡La princesa Shiro puede hacer lo que sea! – Ryu
comenzaba a saltar sobre su cama, muy emocionada.
–Si eso dices…– fue lo único que el niño respondió, volteando los ojos y volviendo a lo que
estaba.
La niña no podía esperar a que su padre llegara para que continuara contándole cuentos sobre
aquella fuerte y valiente princesa, mirando de vez en cuando la ventana para ver si su padre ya
venía en camino a casa. Pero poco a poco, por cada minuto que pasaba, sentía que el sueño
comenzaba a invadirla, sentía los ojos tan pesados que le era imposible mantenerlos abiertos por
más tiempo, así que se recostó en medio de la cama, con su muñeca aun en sus manos, y cayó en
un profundo sueño.
–¡Ryu, despierta! – la voz de Tora la hizo despertar de golpe
–¿Qué? ¿Qué pasa?– preguntaba la niña algo exaltada –¿Ya llegó papá? – miraba para todos lados
y estaba a punto de asomarse por la ventana cuando Tora la jaló por el vestido y la hizo volver de
sentón hacia la cama
–¡No hagas eso! – Susurró –Hay alguien allá afuera.
–Debe ser papá…
–No, no es él. Son muchas personas. – El niño se le escuchaba preocupado. Ryu logró zafarse el
vestido y volvió a aproximarse a la ventana –¡Ryu, no! – El niño le gritó, pero antes de que
pudiera volver a tomarla por sus ropas escuchó la voz de alguien afuera.
–¡OYE, TÚ! – gritó la voz, haciendo que Ryu se apartara de la ventana lo más rápido posible. –
¡VEN AQUÍ AHORA! – volvió a gritar la voz, parecía la de un hombre.
–¡Nos descubrieron! – dijo Tora, tomándose de los cabellos
–¿Qué hacemos ahora? – La niña, bastante asustada, tomaba su muñeca y estrangulaba entre sus
brazos
–¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO? – decía la voz.
–Y-yo no estaba haciendo nada ¡Lo juro! – Respondió otra voz, la de un hombre asustado. Por un
momento se les hacía conocida.
–¿ERES UN ESPÍA DEL BÁI LIÁNHUĀ?
–Yo… No sé de qué me hablan. N-no diré nada ¡Lo juro! ¡Déjenme ir!
–CLARO QUE NO DIRÁS NADA.
Comenzó a escucharse un forcejeo entre ambos hombres. Ryu no pudo soportar más, y volvió a
asomar la cabeza por la ventana, y lo que sus ojos lograron ver la dejaron inmóvil. Era su padre,
forcejeando con un hombre vestido de negro y rojo que sostenía una daga sobre él.
–¡PAPÁ! – La niña gritó, y saltó de la cama hacia la puerta para salir corriendo a asistir a su padre.
Tora no dudó en ir tras ella, llamándola para que volviera al interior de la casa.
Hayato luchaba con todas sus fuerzas, sintiendo el filo del cuchillo en su cuello, hasta que con un
último esfuerzo, pudo quitarse al otro hombre de encima, pateándolo en el estómago y se dirigió a
su carretilla rápidamente, poniendo su carcaj a sus espaldas y tomando su arco. Tensó una flecha
en el hilo del arco y la soltó, impactando con fuerza en el cráneo del extraño que lo atacó, quien
apenas pudo ponerse de pie antes de que le perforaran la cabeza.
Ryu se quedó atónita, observando a su padre matar a otro hombre a unos cuantos metros de ellos.
–¿Papi…?– fue lo único que pudo decir.
–¡Ryu! ¡Entra al bosque! ¡No es seguro aquí!
–¡PAPÁ, CUIDADO! – Ryu gritó con todas sus fuerzas al ver a otro de ellos abalanzarse sobre
su padre con cuchillo en mano, pero Hayato fue rápido, y logró evadirlo. Luchaba contra él,
usando su arco como escudo, y cuando el enemigo estaba distraído, lanzaba una flecha contra él a
gran velocidad.
Más de ellos fueron apareciendo, estaban rodeados. Hayato disparaba todas las flechas que podía,
pero sabía que no eran suficientes para matarlos uno por uno.
–¡ENTREN AL BOSQUE, AHORA! – Gritaba Hayato, desesperado –¡TORA, LLEVATE A
RYU A…!– Hayato no pudo terminar de hablar.
El rostro de ambos niños se vio salpicado de rojo, quienes inmóviles, observaban a Hayato caer
de rodillas con una daga atravesándole el cuello. El pobre hombre parecía intentar hablar, con la
boca chorreando sangre y su mano estirada hacia los pequeños que lo veían morir lentamente,
hasta que por fin, cayó al suelo. La daga se encajó más en su garganta al impactar contra la tierra.
Ryu quería gritar, más no podía; respiraba con pesadez; sentía que el viento soplaba frio en su
rostro que se había humedecido por sus propias lágrimas; sus piernas le temblaban, no podía
mantenerse de pie por más tiempo, y cayó de rodillas ante el cadáver su padre.
–¿Qué tenemos aquí? – Uno de los hombres dijo, tomando violentamente a Tora del cabello
–¡DÉJAME IR, IMBÉCIL! – el niño gritaba, y se quejaba del dolor, pero aun así forcejeaba
contra él lo más que podía. Otro más se acercó a Ryu y la tomó por el brazo del misma forma que
su compañero, sacándola de su transe, y en eso ella comenzó a gritar y a llorar de manera
inconsolable.
–¡MATARON A MI PAPÁ! ¡LO MATARON!
–¡CIERRA LA BOCA, PERRA IDIOTA! – respondió el hombre, dándole una bofetada para
callarla, haciéndola caer al suelo.
Tora observaba furioso la escena, el forcejeo entre él y su captor se intensificó y no pensó en más
que en darle un puñetazo en la entrepierna con todas sus fuerzas
–¡DÉJALA EN PAZ, MALDITO IDIOTA! – gritaba el pobre niño desesperado por su amiga.
–¿El mocoso quiere pelear? Bien, si es lo que quieres…– el captor de Ryu se volteó hacia él, y lo
recibió con un puñetazo en la cara. El pobre niño se tambaleó por el impacto, no pudo defenderse
del segundo golpe, y al tercero, cayó inconsciente al suelo.
–¡TORA! ¡LO MATARON! – La niña volvía a llorar inconsolable, arrastrándose hacia el cuerpo
de su amigo. Pero entonces sintió que alguien logró darle una fuerte patada en el costado, cayendo
sin aliento donde estaba.
Logró voltear su cuerpo bocarriba, y los vio a todos ellos más de cerca, con una máscara extraña
cubriendo sus rostros.
–Ahora nos divertiremos contigo…– uno de ellos dijo, a la vez que ponía sus manos alrededor de
su cuello. El aire comenzaba a faltarle en sus pulmones, escuchaba lejanas las risas de los hombres
alrededor suyo y su vista se nublaba poco a poco cuando entonces, no volvió a escuchar nada
más, y todo fue consumido por una profunda oscuridad
Ojalá todo hubiera sido un mal sueño. Es lo que quería pensar. Cuando desperté todos se habían
ido, excepto por el cadáver de mi padre, a unos cuantos metros de mí. No estaba como lo
recordaba, le habían quitado la daga del cuello dejándole un hueco ensangrentado en su lugar.
No encontraba a Tora por ningún lado. Intentaba llamarlo pero mi garganta me dolía a tal
grado que no podía hablar en lo más mínimo. Cuando intenté levantarme sentí como mi cuerpo
me dolía por cada movimiento que hacía. Las piernas me dolían, y sentí un dolor punzante en mi
entrepierna, no entendía por qué, pero cuando miré hacia abajo, unos hilillos de sangre
comenzaron a bajar por mis piernas.
Estaba aterrada.
No sabía lo que me habían hecho, pero por más que lo intentaba no podía llorar. No podía
gritar.
Estaba sola. Por primera vez en mi vida estaba sola.
No recuerdo más sobre lo que ocurrió después. Solo sé que volví a casa y me recosté de nuevo en
la cama, esperando a que papá volviera para contarme un cuento.
Yo solo quería mi cuento de esta noche.
[Fin del capítulo I]
Chapter 2
Estaba devastada, sola, sin saber qué hacer. No empezaba ni siquiera a saber lo que era vivir y
ya el mundo se estaba poniendo en contra mía, quitándome todo lo que amaba, enseñándome lo
verdaderamente cruel e injusto que es este mundo.
Me habían dado por muerta. Cuando me encontraron escuché a varios decir que tuve suerte de
estar viva. ¿Suerte? Mala suerte, sin duda la tuve. ¿Qué era lo que el destino me deparaba para
entonces, si había sobrevivido a esto? ¿Venía algo mejor? ¿Algo peor? “¿Qué puede ser peor
que esto?” Me preguntaba “¿Qué más pueden quitarme de mí, si no es mi propia vida?” No
tenía nada, ni a nadie.
Una amiga de mi padre tuvo compasión de mí al enterarse de su muerte, estaba dispuesta a
criarme como suya junto a sus otros dos hijos, pero su esposo no estaba del todo de acuerdo. Lo
sé porque una vez los escuché discutir mientras me hacía la dormida. Al parecer solo traía
desgracias, pues meses después de que llegué, sus problemas económicos se complicaron y les
era difícil mantener a sus hijos y a mí. ¿Qué problema tenía él en mi contra para culparme de
todo lo malo que ocurría? Era muy callada; comía muy poco y compartía la cama con uno de
los niños; no tenía más ropa que la que traía puesta y otras cuantas más.
Luego entendí que nadie más podía quererme como mi padre lo hizo. Ese hombre no me quería
por no ser su hija; ese hombre no estaba dispuesto a cuidarme; ese hombre no quería ser mi
padre. ¿Qué soy para él, entonces? Una boca más que alimentar. Ya tenía suficiente como para
soportar ese tipo de rechazo por su parte, ya no quería estar más en ese lugar; así que una
noche, mientras todos dormían, no me molesté en tomar mis cosas y salí por la ventana directo a
la pradera donde estaba la cabaña de mi padre. Había vuelto a casa pero solo por un momento.
Tomé el arco detrás de la puerta, junto con su carcaj y me interné en el bosque, que fue mi
refugio durante un largo tiempo.
Ahí aprendí a sobrevivir. No tenía más que el arco de mi padre y sus conocimientos. Recordaba
cómo lo hacía, los consejos que me daba en cuanto a plantas y animales para cazar y comer,
pero no eran suficientes. Mis mejores maestros fueron el intento y el fracaso; los primeros días
los pasé con hambre y frío, hasta que logré matar mi primer animal, una liebre. Era carne
chamuscada y mal cocinada lo que cené ese día. Después de eso, mi puntería parecía mejorar,
no faltaba ni un día en que no practicara con cualquier objetivo que se moviera.
Aun así, la cacería a veces no era suficiente; moría de hambre por no comer en varias semanas
de no atrapar nada, y estaba asustada de comer algo venenoso de alguna planta; así que un día,
al anochecer, recurrí a algo que creí nunca llegaría a hacer. Llegué al pueblo y hurté en algunos
puestos de comida del mercado; rápida y sin dejar rastro, tomé lo que pude y hui al bosque otra
vez. Hice eso unas cuantas veces más en distintos pueblos, poco a poco haciéndose una
costumbre cuando no había nada bueno qué cazar. Así fue durante 3 años. Iba de pueblo en
pueblo, unos más grandes que otros, había veces en las que casi me atrapaban pero lograba
escapar, era más rápida que aquellos guardias. Me causaba gracia ver sus rostros confundidos
cuando me escabullía entre sus piernas y huía con mi botín.
Pero todo se fue al carajo cuando decidí robarle a la persona equivocada.
[Capítulo II]
10 años después.
La noche había caído, ocultos entre los árboles de la zona más profunda del bosque. Un grupo de
hombres armados con espadas, lanzas, cuchillas, mazos de acero, parecían prepararse para una
batalla ya próxima a suceder. Alistaban sus armaduras oxidadas y abolladas de las constantes
peleas; bebían para tomar fuerzas antes de la pelea; se escuchaban las carcajadas de varios
hombres dentro de una carpa, que contaban sus anécdotas de batallas anteriores y cómo habían
decapitado a unos cuantos de pocos tajos de su espada.
Mientras aquellos guerreros de apariencia temible se preparaban para la próxima batalla, dentro de
una carpa, más alejada de las del resto, se encontraban dos personas conversando; uno de ellos, el
hombre, con las manos arriba de un mapa sobre una mesa, acompañados de licor y restos de
comida que ya era rodeada por las moscas.
—Estamos a un enfrentamiento más de recuperar lo nuestro. —Decía —Tenemos ventaja, es una
simple emboscada lo que necesitamos. —El joven de rostro duro y con cicatrices, casi llegando a
sus treintas, vestido con ropas rojas y azules brillantes y brazaletes de oro, haciendo su cabello
negro, sucio, aceitado y despeinado, se acercaba a una joven mujer, no pasando de los 18 años de
edad, que se encontraba sentada sobre una caja de madera cubierta con una tela blanca y sucia.
— Y a ti. — volvió a decir aquel chico, rodeando a la muchacha seria, pasando su mano por
encima de las hombreras de oro de la chica, y después comenzando a acariciarle el cuello con sus
manos enguantadas de negro –De no ser por ti, Ryu, no habríamos llegado a donde estamos
ahora. Silencio y precisión, es lo que nos hacía falta entre nosotros. Eras justo lo que
necesitábamos.
— ¿Era?— La chica, Ryu, cuestionó con su mirada fija en el mapa sobre la mesa — ¿Es que
acaso ya no me necesitarás para esta última pelea? —
—No digas estupideces— el hombre apretó fuertemente la nuca de la joven mujer —Es muy
obvio que tendrás que estar presente en esta batalla, y más te vale que esta vez obedezcas. —
—No sé de qué hablas, Zhu, siempre he seguido tus órdenes — La chica fue interrumpida de
repente cuando aquel sujeto jaló de su cabello violentamente hacia atrás, haciendo que ella
ahogara un grito, aferrando sus manos en la tela de la caja.
—No me quieras ver la cara de idiota, Ryu, sabes bien lo que pasó la última vez. —Dijo Zhu,
mientras le susurraba al oído —Intentabas escapar en pleno combate, ¿lo recuerdas? Hasta que
uno de los enemigos se te puso enfrente y te mandó a volar de un golpe. Ese tipo enorme de
brazos inmensos, ¿lo recuerdas? Eres una perra suertuda, eso debió haber matado a cualquiera. —
—Yo no escapaba. Te lo he dicho miles de veces, pero como tienes mierda en la cabeza, pareces
no entender. —Ryu no forcejeaba; miraba a Zhu a los ojos con desafío y media sonrisa reflejada
en sus labios. Aquel hombre empujó bruscamente la cabeza de Ryu hacia delante, soltándola del
cabello y poniendo sus manos sobre la mesa para no golpearse contra ella; pero apenas la chica
levantó la mirada, Zhu la recibió con una fuerte bofetada.
— ¡Vuelve a decir eso otra vez! — Volvió a golpearla en el rostro una vez más, ahora con un
puñetazo, casi haciéndola caer de su asiento. — ¿Ya no piensas decir nada? —Preguntó Zhu,
sonriéndole con malicia. Lentamente acercó una mano al rostro de la chica, sosteniéndola por la
quijada con fuerza. Tenía el rostro enrojecido y su labio partido por ambos golpes, mientras la
sangre comenzaba a derramarse por su barbilla. La luz de una tenue de una vela hizo deslumbrar
los ojos rojizos la chica que lo miraba con rencor y en silencio mientras él le apretaba con fuerza
su rostro.
— No. —Respondió Ryu.
— ¿No, qué?
— No, tengo nada que decir. Señor. – La chica pausó ante aquella última frase
— ¿Volverás a cometer esos errores? ¿Te atreverás a insultarme de nuevo?
— No, señor.
— Buena chica. — Zhu aparto su mano, dándole una última caricia en su mejilla roja. —Soy un
hombre paciente, Ryu, tú lo sabes bien. —El muchacho hablaba mientras caminaba a su
alrededor con lentitud —Tuve piedad de ti cuando más lo necesitabas, y de no haberlo hecho, no
estarías aquí ni en ningún otro lado, amor mío. Así que cada ofensa tuya me es inaceptable. Me
lastimas. ¿Esta es acaso tu forma de agradecerme el haberte perdonado la vida por un trozo de
pan? —
—Agradezco su bondad con mi servicio, señor. —Ryu respondió con voz monótona y seria.
— ¿Y estás consiente de lo que puede pasarte si vuelves a faltarme al respeto?
— Mi impertinencia será castigada con tortura, señor.
— ¡Suena divertido! ¿No es así? — Zhu se carcajeaba al mismo tiempo que volvía a sentarse
frente a la mesa con el mapa, para entonces poner sus codos sobre la mesa y sus manos juntas,
tocando su boca con sus pulgares. —Sabes las consecuencias. Pero ya tienes dos faltas. —Decía
Zhu —Una más y será suficiente para que te jubiles. Te haremos una fiesta de despedida, si sabes
a lo que me refiero. —
—Seguiré sus órdenes, señor. — Ryu habló, con su mirada fija en aquel hombre frente a ella. Él
tan solo sonrió.
—Esa es la actitud. Entonces seguiremos con lo de siempre. —Decía Zhu, señalando el mapa —
Tú te desharás de los centinelas, algunos de ellos ya están ubicados pero puede que haya más
escondidos; después, rodearemos el campamento de esos desgraciados y los emboscaremos. —
— ¿Cuántos son ahí?
— Eso no importa. Están ebrios, así que será sencillo acabar con ellos. —Zhu se puso de pie y se
adelantó a la salida de aquella carpa, apartando la cortina —Si acabamos con ese grupo, los Shen
Jiéshí no tendrán ventaja ahora que nos deshagamos de su miembro más valioso; ése al que ellos
le llaman “El Inquebrantable”. —Volteó su mirada hacia la muchacha que aún se encontraba
sentada —No es nada más que un nombre, no temas por eso.
—¿Me lo dices a mí o a ti mismo? — dijo Ryu entre dientes.
— ¿Disculpa?
— ¿Lo mato yo o lo hará usted mismo?
— El que sea más rápido, gana, amor mío. — Zhu le dedicó una sonrisa antes de volverse hacia la
salida —Prepárate ya. Falta poco para la media noche. —
Zhu había salido de la tienda, dejando a la muchacha finalmente sola. Se limpió la sangre de la
boca con el dorso de la mano, maldiciendo en silencio, se puso de pie para tomar sus cosas y salir
de igual forma. Miró alrededor suyo, todos aquellos vagabundos con armas se preparaban para la
batalla que estaba por comenzar. Una guerra por territorios, eso es lo que ha estado ocurriendo
desde que se unió a ellos a la fuerza.
El aire apestaba a sudor, heces y leña quemada; solo entre ellos soportaban su propio hedor. Fue
poco después cuando escuchó el llamado de Zhu y la horda de guerreros comenzó a alinearse a las
afueras del campamento. La chica tomó su posición entre un grupo de hombres, unos incluso más
delgados que ella, armados con hachas y arcos.
— ¡Esta noche recuperaremos lo que es nuestro! —Zhu, con su armadura de acero abollado y
prendas llamativas, se dirigía a su ejército empuñando su espada. — ¡Aquellas montañas serán por
fin derribadas! —Sus hombres vitoreaban ante sus palabras—. ¡No serán más que tierra bajo
nuestros pies! —Los gruñidos de los hombres se hacían más fuertes mientras levantaban sus armas
—. ¡No habrá piedad, ni misericordia! ¡Esta noche las montañas caerán ante nosotros! —Esas
últimas palabras de alientos fueron admiradas por los demás con gruñidos y aplausos, incluso
levantaban sus armas a su líder, hasta que con un movimiento de su mano, Zhu dio la orden de
avanzar. La batalla había comenzado.
Iban a paso lento siguiendo un camino de tierra suelta hecha por ellos mismos para no perderse en
entre la maleza de aquel bosque traicionero, ubicado a los pies de las montañas rocosas en el
poniente. La batalla se libraría atravesando el bosque, detrás de las montañas; Zhu sentía la
victoria asegurada, no le importaba cuántos y quiénes morirían en aquel encuentro mientras
murieran por él y salieran victoriosos, todo habría valido la pena.
Se internaron en el monte poco a poco, escuchándose las duras pisadas de aquellos guerreros junto
con el ruido de los metales de las armaduras y armas chocando entre sí al caminar. Avanzaron un
poco más hasta que escucharon la orden de Zhu para detener la marcha. El grupo de no más de 10
personas, armado con arcos y flechas, se adelantaron a la horda y se dirigieron a la vanguardia.
Ryu pasó por un lado de su señor al mando, deteniéndola al instante que rozó su cuerpo y
tomándola por el brazo con fuerza.
—Procura no fallarme esta vez—. Le dijo Zhu al oído. La chica no respondió, se colocó la
capucha de la capa en la cabeza y continuó su camino cuando Zhu le dejó libre el brazo,
ocultándose entre los arbustos silenciosamente, uniéndose de nuevo a su grupo.
— ¿Algún vigía?— preguntó la muchacha en voz baja al acomodarse entre la maleza
— No veo un carajo. ¿Cómo quieres que lo sepa?— Respondió un hombre al lado de ella, de
aspecto sucio y cabellos enmarañados, con una pelusa creciéndole en el mentón.
— Si no quieres que tu general pida tu cabeza en una pica…
— Ese imbécil no es un general, y lo que esa pica tendrá clavada será su lindo cuerpecito
atravesado desde el culo hasta la garganta—. Aquel hombre sucio soltó una grotesca carcajada,
como si en ese mismo momento lo estuviera viendo frente a él.
— Algún día, Shun…— Respondió Ryu con la vista al frente y una sonrisilla dibujada en sus
labios. Quedaron en silencio un momento hasta que uno de ellos señaló a un centinela de pie sobre
la rama de un árbol. El hombre era tan grande que creían que la rama no soportaría más su peso y
caería, pero ¿cuánto tiempo había estado ahí de pie?
— ¿Quién hace los honores?— La chica preguntó con la misma sonrisa.
—Primero las damas…— Un muchachito casi de la misma edad que Ryu le señaló con el brazo,
abriéndole paso entre los demás arqueros.
—No sabía que tenías tantas ganas de dar el primer tiro, Yusei— Ryu respondió con una ceja
arqueada, provocando la risa de los demás.
—Solo hazlo—. Ordenó el chico, mientras movía la cabeza en dirección al vigía.
La muchacha se abrió paso entre sus compañeros, avanzando con pasos ligeros hasta lograr
esconderse detrás del tronco de un árbol. Asomó la cabeza y ubicó al centinela sobre la rama, pero
al fijar mejor la mirada, a unos cuántos metros más delante del que ya tenían ubicado, había dos o
tres más en la misma posición que del que habían visto primero. Regresó a hurtadillas hacia su
grupo y les informó lo ocurrido.
—Si los matamos uno a uno, les daremos tiempo para que alerten a los demás, no podemos
arriesgarnos así…
— ¿Cuántos viste en total?— Preguntó el más viejo de ellos, de cabello gris pero brazos bastantes
fuertes, y su ojo izquierdo emblanquecido.
—A lo mucho son cuatro, sin contar a los que vigilan por tierra—. Ryu se apartaba los mechones
de cabello del rostro. El anciano se pasó una mano por el rostro y volvió a mirar al frente,
frunciendo el entrecejo y mordiéndose los labios, pensativo.
—Son tan enormes que harán mucho ruido al caer— mencionó el anciano —Lo mejor sería
deshacernos de los guardias en tierra primero, nosotros nos encargaremos de ellos, ustedes dos se
encargaran de los que están sobre los árboles— el anciano señaló al joven llamado Yusei y a
Ryu.
—Los de tierra llevan armaduras en todo su cuerpo, Umizuka, no creo que podamos atravesarlos
con flechas—. Otro más señaló, dirigiéndose al anciano.
—Entonces los enfrentaremos en silencio— el anciano Umizuka se colgó su arco a sus espaldas y
con un ademán les indicó a otros tres más que lo siguieran, mientras que el resto se quedaría a
hacer guardia.
Ryu y Yusei ocuparon sus puestos, observando como las plantas se movían mientras el pequeño
grupo de Umizuka se adelantaba hacia los demás guardias. Cada uno de ellos escogió a un
guardia qué asesinar, tomando su lugar detrás de cada uno. Como si fuera una serpiente, el
anciano se abalanzó sobre el primer vigía, encajando una de sus dagas en el cuello de éste con un
movimiento rápido y lentamente lo dejaba caer el pesado cuerpo del guardia. Guardaron silencio y
esperaron un momento para asegurarse de que no hubieran hecho tanto ruido como para alertar a
los demás. Así, los demás hicieron el mismo trabajo hasta no dejar a ningún vigía con vida.
Umizuka se dio la vuelta e hizo una señal con el brazo a los dos muchachos escondidos detrás de
los árboles. Ambos se miraron y después prepararon sus flechas sobre el hilo de sus arcos. Las
flechas salieron disparadas hacia sus objetivos; la de Yusei le atravesó el cráneo al guardia que se
encontraba sosteniéndose del tronco con una mano, cayendo hacia atrás hasta que azotó el suelo
con pesadez; mientras que la flecha de Ryu se clavó en la garganta de otro que se hallaba
apoyando su espalda contra el árbol. El impacto hizo que la flecha se clavara en muy profundo en
aquel tronco, deslizándose a través de la garganta del guardia quien, ahogándose en su propia
sangre, cayó hacia delante sobre la rama.
—Increíble que aun así no se rompiera…— murmuró Ryu.
Continuaron con los otros dos que faltaban, parecían estar alerta por el primer guardia caído así
que debían darse prisa antes de que pudieran alarmar a los demás. Los dos jóvenes arqueros
volvieron a tensar las flechas en sus arcos y dispararon. Ryu dio un tiro limpio al pecho de su
objetivo, pero Yusei no tuvo tanta suerte.
—Mierda—. Exclamó el chico de cabello largo y negro al ver que su flecha se clavó en el árbol,
sobre la cabeza del guardia, quien miró desconcertado a todas partes, hasta que logró ver el
momento en que su compañero caía muerto de su rama. El vigía tomó un cuerno, pretendiendo
sonar la alarma, pero una flecha atravesó su quijada antes de que pudiera soplar el cuerno. Sus
manos soltaron el instrumento y cayó muerto como los demás.
Yusei había disparado aquella flecha que casi les costaba todo. El chico se pasó una mano por el
rostro, limpiándose el sudor. — ¿Eres estúpido? Casi haces que nos descubran—. Ryu le reclamó,
empujándolo para hacerlo a un lado mientras se dirigía con los demás arqueros.
—Lo siento—. Dijo el muchacho con timidez, a la vez que le seguía el paso. Pero de Ryu nada
más recibió un bufido. La muchacha se pasó el arco a su espalda y acomodó su carcaj. Ambos
llegaron por fin con el señor Umizuka y los demás.
—Estuvo cerca—. Dijo el anciano
—Díselo a él…— Ryu señaló a su compañero con la cabeza
— ¡Ya sé que fue mi error!— El muchacho elevó la voz y todos los demás lo mandaron callar con
siseos.
—Vuelve a hacer una estupidez como esa y te daré una razón para gritar—. Umizuka le advirtió
severamente mientras le cubría la boca con una mano y con la otra ponía su cuchilla en la
entrepierna del joven, quien lo miraba tembloroso y con sus ojos abiertos de par en par. Éste
volvió la cabeza a uno de ellos de estatura baja y ojos bastante rasgados, a quien le asintió con la
cabeza y éste también de vuelta. Se dio la vuelta e imitó el sonido de un grillo entre sus dientes;
dos veces y pausaba, seguida de otras tres veces más y guardó silencio.
Después de un momento la maleza detrás de ellos comenzó a moverse; era su grupo que avanzaba
armado hacia el campamento de los Shen Jiéshí, sin temor a ser descubiertos. Comenzaron a
rodear el campamento, no había gente fuera de las carpas. Mientras más se acercaban, el ruido de
las graves risas de los guerreros se intensificaba y al igual que el olor a alcohol; se escuchaba
música viniendo de una de las carpas más grandes, de otra más se escuchaban gemidos y risas de
mujeres, y en el centro de todo se encontraba una enorme pira que iluminaba a todo el
campamento.
La mitad del ejército de Zhu se colocó del otro lado del campamento mientras que la otra mitad
tomaba su lugar detrás de las carpas. La mitad del grupo que se separó del resto, se dirigió a sus
posiciones, pero a mitad de camino, uno de los guerreros tropezó con una cuerda que estaba
tensada en el suelo. Varios quedaron inmóviles y desconcertados al ver a su compañero caer.
Pronto se escuchó el crujir de las ramas sobre ellos, y varios de ellos levantaron la cabeza.
— ¡APARTENSE DE AHÍ!— Uno de ellos advirtió, pero ya era muy tarde al ver que una
enorme roca de la montaña caía sobre ellos, aplastándolos. La sangre salpicó a los que lograron
salvarse y a las tiendas de los enemigos. La música se detuvo de pronto y hubo silencio en el
lugar.
— ¡INTRUSOS! — Gritó uno de los hombres dentro de las carpas, causando una gran revuelta
en las demás tiendas. Pronto comenzaron a salir de ahí más de esos hombres gigantes y con
armaduras, vestidos con pieles de bestias tan grandes como ellos y algunos de ellos perforados del
rostro o con extraños tatuajes en sus cuerpos. Las mujeres que se encontraban en las tiendas junto
a los guerreros salieron corriendo aterradas hacia el bosque, sosteniendo prendas sobre sus senos o
unas saliendo completamente desnudas.
— ¡MÁTENLOS SIN PIEDAD!— Zhu exclamó a todo pulmón, levantando su lanza y
avanzando entre sus hombres quienes lo seguían y acompañaban con un grito de guerra.
Los arqueros se quedaban en la retaguardia, disparando a los que se encontraban más vulnerables;
había unos que seguían de pie incluso con tres flechas clavadas en sus inmensos cuerpos. —Es
como si su piel fuera una armadura…— el muchacho Yusei decía estupefacto.
—Dales al cuello y cállate—. Shun se dirigió al joven, mientras tensaba una flecha más en su arco
Tiro tras tiro, las flechas parecían no ser suficientes y no tan útiles contra ellos. — ¡Sólo perdemos
tiempo! — Uno de los arqueros exclamó, lanzando su arma a un lado y avanzando hacia la batalla
con un grito de guerra.
—Tiene razón, no podemos seguir aquí desperdiciando flechas—. Shun exclamó, también
dispuesto a dejar su arma a un lado, pero Umizuka lo detuvo tomándolo por el brazo, abriendo la
boca para decirle algo.
— ¡CUIDADO! — Alguien más gritó a lo lejos, y al voltear la cabeza, Umizuka no vio más que
la punta de una lanza viniendo hacia él, ensartándolo por el pecho y clavándose en el suelo. Shun
se arrastró lejos de él y vio con horror cómo la vida se esfumaba poco a poco del anciano, quien
sostenía la lanza con ambas manos, como si intentara quitársela el mismo. Con un último esfuerzo,
su cuerpo se debilitó y calló sin vida, resbalando su cuerpo por aquella arma. La ira pareció
invadir a aquel sucio arquero; se aproximó al recién muerto Umizuka y desenfundó la daga de su
cinturón. Con un gruñido, se lanzó de la misma manera a la batalla, repitiendo con furia en su voz
el nombre del recién caído.
Los demás parecían seguir a Shun a la batalla, quedándose Ryu atrás, a punto de desenvainar sus
cuchillas para luchar de la misma manera. Pero, por el rabillo del ojo, logró ver a uno de ellos
vestido con la piel de un tigre albino, con la cabeza del animal cubriéndole el rostro, quien luchaba
ferozmente contra sus compañeros que trataban de acercársele con espadas y lanzas. El guerrero
con piel de tigre los tomaba por el cuello y los lanzaba lejos como si fueran no más que simples
muñecos de paja. Desde donde estaba lo escuchaba carcajearse, no era más que un juego para él.
Ryu tomó su arco, y tensó una flecha en el hilo de su arco. Dejó a la flecha salir disparada
velozmente hacia el guerrero en un momento en el que se burlaba de sus contendientes.
A la distancia donde Ryu se encontraba, no se veía muy claro, pero el posó la vista sobre ella
cuando recibió al flecha en su hombro izquierdo. Esbozó una sonrisa burlona y sacó la flecha de
su cuerpo como si fuera una simple astilla.
— ¿Es todo lo que tienes, chiquilla?— le decía —Sal de ahí, déjame verte mejor—. Ryu soltó un
bufido y se echó a correr directo hacia él. La chica era bastante ligera al correr, que en poco
tiempo ya había llegado hacia donde el guerrero con piel de tigre se encontraba, quien la esperaba
con un puño cerrado. Ryu preparó su arco mientras se aproximaba a él y justo cuando él estaba
por darle el golpe con su puño ya preparado, ella se movió al lado contrario y disparó la flecha que
le atravesó el brazo.
El hombre gruñó al sentir la flecha perforar su brazo. Giró su cuerpo rápidamente para ubicar a la
chica con quien se enfrentaba, pero ya no estaba ahí. De pronto sintió un dolor punzante en su
espalda. Era ella que se había colgado en su melena de tigre y atacado mientras estaba
desprevenido. Violentamente el guerrero se apartó la piel del animal y junto con él a la chica,
haciéndola caer, azotando su cuerpo en el suelo, con fuerza. Ryu se recuperaba del impacto
cuando vio el puño del guerrero dirigirse a ella una vez más. Rodó su cuerpo hacia un lado e
intentó arrastrarse para tomar su arco una vez más, pero el guerrero logró tomarla de una pierna y
la jaló hacia él.
—Me voy divertir mucho contigo, chiquilla—. Decía mientras se carcajeaba —Eres una perra
muy escurridiza—. El sádico guerrero tomó a la chica por los hombros y le dio la vuelta. Ryu
trataba de soltarse en vano de las manos de aquel inmenso hombre moviéndose y golpeándolo con
toda sus fuerzas. — ¡Deja de moverte!— Exclamó, tomándola con fuerza por el cuello.
La pira aun ardía en medio de la batalla y su luz iluminó el rostro de la chica, así como sus ojos,
que destellaban en un brillante color carmesí. La sonrisa del guerrero pronto se fue disolviendo a
medida que se perdía en aquellos ojos que lo miraban con furia; su mano dejó de apretarle el
cuello y sus ojos se abrían cada vez más con sorpresa.
—No… no puede ser…— Los labios del guerrero parecían musitar. Se apartó de la arquera como
si hubiera visto un fantasma frente a él. Ryu tocía y tomaba aire a bocanadas mientras se
recuperaba, tomando su cuello. No pasó mucho tiempo cuando vio que aquel hombre arqueó su
espalda, y en su rostro se reflejaba un intenso dolor; varias flechas fueron a dar a las espaldas del
guerrero distraído, quien calló de rodillas frente a la chica.
—Buen trabajo distrayéndolo, Ryu—. Zhu se acercó a ella, ofreciéndole su mano para ayudarla a
levantarse, pero ésta lo ignoró y se puso de pie ella misma. —Gracias a ti, tenemos al
Inquebrantable bajo nuestro poder—. Continuó el hombre que sostenía su lanza ensangrentada,
con firmeza.
Varios hombres de Zhu se aproximaron al guerrero, atándolo con cadenas como si fuera un
animal, pero éste no apartaba la vista de la chica. No la miraba con rencor, no la miraba con ira;
era una mirada triste y confundida.
—Ryu…— decía el guerrero —. ¡Ryu, soy yo! ¡SOY YO!— El guerrero repetía lo mismo
mientras lo llevaban a rastras a un lugar más alejado del campamento
— ¿Lo conoces?— Preguntó Zhu, después de soltar una leve risa.
—No…
—Sabe tu nombre.
—Lo dijiste frente a él. Así cualquiera sabría mi nombre—. Ryu se apartó de él, aun con una
mano sobre acariciando su cuello. Tomó su arco y volvió a enfundar sus cuchillas. Al parecer la
batalla había terminado. Los Shen Jíenshí habían perdido la batalla, estaban demasiado ebrios para
poder pelear, pero aun así, varios guerreros de Zhu estaban tendidos sin vida en el suelo,
completos o en pedazos. Uno que otro cadáver colgando de la rama de un árbol. Ryu se amarró el
cabello en una cola que le llegaba hasta la espalda, y volvió a ponerse la capucha sobre la cabeza.
Aún lograba escuchar a lo lejos la voz de aquel hombre que seguía gritando su nombre con
desesperación, y seguía preguntándose el por qué. Pero decidió dejar de tomarle importancia.
— ¡Ryu! — Zhu volvió a aproximarse a ella, tomándola por el hombro. —Ya era hora de
demostrarles a esas montañas que nunca debieron meterse con nosotros, y más les vale que no lo
hagan de nuevo—.
—Bien por ti…
--La pelea había terminado y milagrosamente habíamos ganado; pero, ¿a qué costo? Varios de
mis compañeros arqueros habían muerto, incluido Yusei, cuyo cuerpo estaba separado de su
cabeza; literalmente se la arrancaron de un tirón, o eso fue lo que me dijeron. Al parecer nunca
la encontraron. De los diez arqueros solo sobrevivimos tres pero uno de ellos se veía muy
malherido. No creo que sobreviva para el amanecer. Éramos no menos de cien personas quienes
nos enfrentamos a las montañas, que no eran más de 30. Los superamos en número pero aun así
dieron batalla y destrozaron a más de la mitad de nosotros.
Bien jugado Zhu.
Amordazaron al tipo de piel de tigre que gritaba mi nombre y lo golpearon hasta dejarlo
inconsciente. En privado, Zhu volvió a dirigirse a mí, con esa sonrisa estúpida en su rostro,
diciéndome que había encomendado la tarea de servirlo ahora como ejecutora de los rehenes
Shen Jíeshí que se negaran a unirse al nuevo y “mejorado” ejército de Zhu. Esos hombres
deberían ser estúpidos o estar lo bastante ebrios para aceptar unirse a esta imitación barata del
ejército del Emperador. No sé a qué quiere llegar, pero no tengo opción. Aunque me dieron la
libertad de escoger mi arma para ejecutarlos; flechas o cuchillas. Lo último suena tentador,
aunque no me gusta ensuciarme las manos.
Serán ejecutados al alba.
Pero antes de todo me interesaría hablar con la montaña vestida con pieles de tigre. Su historia
es la única que me interesaría escuchar antes de atravesarle una flecha en el cráneo.
[Fin del capítulo II]
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