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Noviembre 16 de 2011
Por: Miguel Reyes
Curso: Ética profesional
Algo se queda por fuera de la educación uniandina
“Lo importante es que la educación es el instrumento revolucionario que sin sangre ni
violencia puede existir dentro de una sociedad. Las sociedades revolucionan o bien por la
fuerza, la violencia y el enfrentamiento, o bien por la educación. La educación, en sí
misma, es una lucha contra la fatalidad social, contra la fatalidad que hace que el hijo del
pobre, que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante” (Savater, 2003: 7).
La universidad es un amplio horizonte en el que es fundamental explotar la libertad recién
adquirida y aventurarse a probar y a aprender por sí mismo. El modo de educarse ya no es
el mismo que el del sistema escolar, al que íbamos por la fuerza y nos limitábamos a
escuchar y a memorizar pasivamente. El espacio universitario debe ser algo opuesto. Por
eso, removerse los prejuicios y de cierta manera desinformarse es también una de las
primeras tareas de esta nueva forma de aprender. En este sentido, en este ensayo se busca
repensar cuál es el rol que se nos asigna como estudiantes de una universidad de élite, qué
responsabilidades y oportunidades tenemos, y qué riesgos debemos asumir.
En la etapa universitaria se dan grandes oportunidades para escuchar distintos puntos de
vista, cuestionarlos y, luego, confrontarlos. Es el momento en que se debe hacer todo,
menos asumir una posición dogmática y cerrada; o lo que es peor, no querer escuchar
ningún punto de vista, es decir, caer en la indiferencia. Ante todo no se debe tragar entero,
pero sí probar todo y masticarlo bien. Antes de asumir una posición política o de
angustiarse tanto por el futuro laboral considero fundamental interesarse, averiguar,
conocer, reflexionar, opinar y criticar, sin tanta necesidad de apresurarse por sentar una
posición. Sin embargo, no se puede decir que el problema esté en asumir una posición, sino
en enceguecerse en ella, en no estar dispuesto a reevaluarla y no tener la capacidad para
escuchar otras posibilidades para autocriticarse. Contar con una universidad que se ufana de
ser políticamente neutral y laica es una gran ventaja, pues permite conocer diversas
posiciones, pero de ninguna manera puede implicar que la neutralidad política se interprete
como indiferencia o apatía. “En los términos de Platón puede decirse que enseñar a dudar
es la tarea principal de la educación” (Zuleta, 1996: 37).
La Universidad de los Andes, con su altísimo reconocimiento y niveles académicos, egresa
individuos que probablemente terminarán en las esferas de la clase dominante del país (de
ahí gran parte de su reputación)1. Pero muy importante, además de eso, es empeñarse en
Actualmente, en el gobierno del presidente Santos “una tercera parte de sus ministros y viceministros y la
mitad de sus consejeros estudiaron en el principal centro de formación de tecnócratas del país: la Universidad
de los Andes. (…) [V]einte altos miembros del nuevo gobierno cursaron su pregrado en Los Andes, varios
más cuentan con maestrías de la misma universidad”. Ver: “Poder uniandino” en Revista Semana. Agosto 21
de 2010. Disponible en: http://www.semana.com/nacion/poder-uniandino/143330-3.aspx
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construir una clase dirigente plural, que conozca el país que dirigirá, no sólo cargada de
información y de habilidades cognitivas. De lo contrario, el “resultado es una élite que
gobierna un país que no conoce. ¿Cómo entender la situación de los cuatro millones de
desplazados, si el máximo contacto con ellos es en los semáforos? ¿Cómo saber qué se
siente ser víctima del racismo, si todos los estudiantes son del mismo color?” (Rodríguez,
2009).
Aunque aparentemente la Universidad de los Andes concentra una muestra pequeña de la
diversidad que existe en el país, hay por lo menos que empezar por ser consciente del resto
de mundo que nos rodea. El foco de nuestra imaginación debe estar dispuesto a iluminar
hacia distintos horizontes, para que se advierta que somos una pequeña parte del mundo
pero con grandes posibilidades de transformación y mejoramiento.
Para alcanzar la misión oficial que se propone la institución de buscar la excelencia
académica e impartir a los estudiantes una “formación crítica y ética para afianzar en ellos
la conciencia de sus responsabilidades sociales y cívicas, así como su compromiso con el
entorno”2 la gran mayoría de egresados deberemos no solo contribuir al país pagando
impuestos y teniendo un buen cargo sino también haciendo uso de nuestra educación ética y
ciudadana. Sin esto no nos veremos como esos ciudadanos integrales que el país tanto
reclama. Y es que “cuando uno está educando, no está simplemente preparando gente para
que desempeñe un oficio, o para que sepa ganar dinero, o para que se someta a unas rutinas
sociales: está preparando a los gobernantes que van a dirigir al país (…)” (Savater, 2003:
6). Así, reducir y limitar la universidad al salón de clases para recibir un diploma resulta
decepcionante, malgastante, insuficiente y verdaderamente pobre.
No se puede caer, como dijo el maestro Estanislao Zuleta, en lo que ocurre “en la educación
actual donde no se refieren a la posibilidad de formar mejor gente sino de informarla lo más
rápidamente” (Zuleta, 1995: 100) para entrenarla sólo técnicamente y vender sus
habilidades de forma eficiente. Y esa responsabilidad no es sólo de la institución y sus
docentes, es una tarea de la que cada estudiante debe ser consciente. La universidad es una
gran herramienta, que se puede usar de muchas maneras, de ahí la responsabilidad que
todos y cada uno de los estudiantes tienen de saber utilizarla correctamente.
Así, rodearse y reducirse a los círculos de las personas que provienen de los mismos
contextos no amplía mucho las posibilidades de innovación de experiencias y
conocimientos. Pero no hacer esto en la Universidad de los Andes no es tan fácil. Es
curioso que en una universidad con cerca de 13.000 estudiantes se perciba que en su
mayoría estos pertenecen a una condición social y económica cercana, con prejuicios e
intereses similares. No resultará tan fácil ni llamativo el camino para conectarse con la
inmensidad de mundo que hay afuera. En lo personal, al entrar a la universidad no sentí ese
choque con la realidad del país, con su diversidad y su grandeza. En Los Andes no se
reproduce lo que es el país ni lo que debe ser. En consecuencia, es probable que los
estudiantes tiendan a homogeneizarse, pues se mantienen los mismos prejuicios,
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Para ver el texto completo de la misión de la Universidad ingrese a: http://www.uniandes.edu.co/launiversidad/informacion-general/mision
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discriminaciones y barreras sociales que se tenían en los mundillos en que se vivía antes.
Lo anterior llevaría al enclaustramiento y a la uniformidad del estudiantado, todo lo
contrario a lo que debería comprender el ingreso al mundo universitario, que se supone
heterogéneo, rico en diversidad y en directa interacción con la sociedad. Esto, de nuevo, no
es una responsabilidad de nadie más sino de cada uno –y a la vez de todos-; el éxito de la
tarea depende del trabajo e interés colectivos.
Lo anterior es la percepción de individualismo, apatía, conformismo y desentendimiento
que se siente del estudiantado frente al país. Pensar en llegar a la universidad sólo para
obtener un cartón y así lograr ventajas laborales individuales es un riesgo para la vida en
sociedad, para el desarrollo de su democracia: es desnaturalizar la misma idea de
universidad. De ahí que sea necesario desmentir la vergonzosa y peligrosa fama que se nos
ha atribuido: ‘Los uniandinos están de frente a Monserrate y de espaldas al país’.
En buena medida, el resentimiento y la desigualdad nacen de estar divididos, pensando que
vivimos en realidades distintas, que el resto no nos corresponde, que el mundo ya es
nuestro y que es lo que conocemos. Así se ve a través de una burbuja blindada, flotando en
un mundo ideal que sólo ve por una pantalla –así como vemos y sentimos las noticias todas
las noches-3 la realidad como algo ajeno a “nuestro” mundo, algo que existe y nos rodea,
pero no nos afecta. Queramos o no, por tener poder y privilegios, tenemos muchos deberes
y responsabilidades.
Cecilia López, ex senadora uniandina, en el mismo sentido cuestionó el elitismo y la
tecnocracia de la universidad y dio algunas luces para encaminar el cambio en la educación
superior: “Ética, ese es el tema en Colombia, en la formación de todos los profesionales.
Los Andes, precisamente por su posición privilegiada, debe liderar ese cambio en la
formación universitaria.” (López, 2011). Y en su conclusión fue contundente: “esos
pequeños círculos de poder que siguen mandando en el país, tienen que conocerlo
realmente. Saquen a sus estudiantes para que vean y sientan la miseria colombiana, porque
Los Andes también queda en Colombia. Podrían empezar por aceptar, como se hacía antes,
que esa marginalidad la tienen a pocas cuadras de sus bellas y modernas edificaciones”. Su
columna, dirigida al nuevo rector de la institución deja claro que el debate sobre la
educación superior no le puede ser extraño a la universidad más prestigiosa del país.
Las protestas estudiantiles contra la reforma a la educación motivaron también al profesor
Lucas Ospina a dirigirle una carta a sus estudiantes de “Fundamentos de Administración 5”
autorizándoles faltar a su clase para ir a las marchas estudiantiles. Este aparte justifica su
posición:
“Lo importante es darse cuenta que (sic) las marchas no son solo la expresión de
rechazo a los pormenores de una ley, son también una expresión de apoyo a lo que
la universidad representa, a ese tiempo que se gana para pensar, para crear e
investigar, para evitar el paso directo del servicio militar de la escuela a la línea de
producción industrial. Tener este espacio es todo un lujo en esta época y en esta
Ver CARVAJALINO, Jinú. “Entre una Torre de Marfil y una Caverna: Crítica a una Sociedad Ideal”.
Revista Mayéutica N° 1.
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sociedad, los estudiantes que marchan, así muchos no lo sepan, lo hacen para
mantener ese curriculum invisible, una agenda abierta y plural que no concibe la
universidad como una fábrica de profesionales dedicados a la excelencia sino como
un espacio que resguarda un tiempo vital e irrepetible”.
Entendido esto vale la pena mirar otro riesgo que obstaculiza la libertad y el placer de
aprender, y es el que se ve todos los días a través del mecanismo competitivo que reina en
las clases de la universidad, donde se produce este afán en el que “el fracaso de uno es el
éxito del otro” (Zuleta, 1995: 23); esa peligrosísima filosofía de vida colombiana de la
viveza y el sálvese quien pueda. La carrera hacia la perfección, por medio de la
competencia despiadada y por la rentabilidad, ha resultado ser el objeto de vida de muchos
estudiantes, que cuando no lo alcanzan se sienten frustrados, humillados: sentirán que
perdieron el tiempo estudiando (o memorizando, pero no aprendiendo). Y no es que la
competencia en sí sea mala; las motivaciones y el reconocimiento por los logros
enorgullecen a cualquiera, pero el riesgo está en dejar de lado la pasión de aprender, la
solidaridad, las responsabilidades y el respeto, sólo por recibir una nota para valorarse. De
ninguna manera puede ser ésta la forma de aprender, ni mucho menos nuestro sentido de la
educación.
En este escenario, para aprovechar la independencia y la libertad en la educación, la labor
del docente también adquiere un valor fundamental, pues sin buenos maestros difícilmente
habrá buenos alumnos. Dijo Estanislao Zuleta (1995: 13): “(…) hay dos maneras de ser
maestro: una es ser policía de la cultura y otra es ser un inductor y un promotor del deseo”.
Admirable sería el profesor que lograra motivar y generar la pasión por aprender en los
estudiantes sin amenazar o hacer depender el esfuerzo y el reconocimiento únicamente de
una calificación. De modo que es claro: la clase no se puede limitar al reconocimiento o al
fracaso en la calificación y, de ninguna manera, la universidad puede limitarse a la clase.
La decisión de estudiar la carrera en la universidad no debe ser obligación para nadie,
tampoco un simple deber, pero difícilmente se convierte en un placer. En la universidad
muchas veces entonces, “ya no se estudia por deber ni por mero placer, se estudia para
atender urgencias más discretas y no por eso menos vitales” (Palacios, 2009). No obstante
esto, hay que resaltar que en muchas circunstancias se tiene que aprender a hacer algo
porque simplemente se tiene que trabajar para comer, pero ese no es motivo para que
quienes pueden tener una educación de calidad se dediquen únicamente a graduarse para
instalarse donde los necesita el mercado y vender sus habilidades egoístamente.
Por supuesto que con todo lo dicho se corre el riesgo de caer en generalizaciones injustas:
no todos los estudiantes ni profesores encajan en ese modelo descrito, y no se trata de
señalar culpables o de estigmatizar sino de observar y reflexionar (y quizás de soñar).
Inclusive, podría verse la misma tendencia generalizadora al decir que en la educación está
todo el futuro de una nación y por eso, si creemos en ella, “lo más angustioso sería admitir
la posibilidad de que si las cosas salen mal es porque la educación está funcionando”
(Ospina, 2012: 31), es decir, en este mundo injusto, ambicioso y envidioso “lo que hay que
preguntarse es si la educación está criticando o está fortaleciendo ese modelo”4.
4
Ibid. P. 31
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Debemos parar un momento, notar que la universidad no es una carrera del más eficiente;
por el contrario, es el campo más fértil para reflexionar, debatir, conocer y contribuir, para
fortalecer la capacidad crítica. No hagamos una carrera ciega y rápida, abriéndonos el paso
a codazos y pasando por encima del que caiga. Tampoco es un espacio separado del país ni
de la sociedad, debe ser, más bien, la fuente de muchas propuestas y soluciones.
Así, aprovechar realmente la educación implica darnos cuenta de que ésta no está solo en el
salón ni en los libros, ni solamente en los ilustres profesores. La educación en la
universidad debe servirnos para saber ser y vivir, no sólo para saber hacer. Podremos
aprender y acumular mucho en el disco duro, pero hay que educar al ser; y para esto se
requiere más que información. “Una cosa es la buena formación en economía o en una
ciencia concreta, y otra cosa es la educación. (…) Lo que necesitamos es una educación que
enseñe a vivir con los sujetos, no sólo a manejar los objetos” (Savater, 2003: 12).
Para concluir, vale la pena reflexionar sobre las preguntas que se hace William Ospina
(2009):
“¿En qué parte de la educación formal está incluida la formación de la sensibilidad y
del criterio? Queremos una educación que nos haga buenos profesionales y buenos
operarios, pero sobre todo necesitamos una que nos haga valientes ciudadanos, y
lúcidos seres humanos. ¿Quién nos enseña a tener opiniones propias, serias,
razonadas? ¿Quién nos educa para no ser veletas bajo la manipulación de tantos
poderes e intereses que hoy controlan el mundo?”.
Desde la autocrítica podríamos encontrar lo que se queda por fuera de la educación
uniandina, y hacer algo al respecto.
BIBLIOGRAFÍA:
LÓPEZ, Cecilia. Periódico Portafolio. “Una reflexión para el nuevo rector de Uniandes”. 4
de octubre de 2011.
OSPINA, Lucas. Portal La Silla Vacía. “Un profesor le responde a los estudiantes que
quieren ir a la marcha”. 16 de noviembre de 2011. Disponible en:
http://www.lasillavacia.com/elblogueo/lospina/29519/un-profesor-le-responde-losestudiantes-que-quieren-ir-la-marcha
OSPINA, William. La lámpara maravillosa. Ed. Mondadori. Bogotá, 2012.
_______________. Periódico El Espectador. “Educación” 5 de Septiembre de 2009.
PALACIOS, María Fernanda. “La alegría de aprender”. Revista el Malpensante. N° 99,
julio de 2009.
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RODRÍGUEZ, Cesar. Periódico El Espectador “Las desventajas de la educación de élite”.
29 de junio de 2009.
SAVATER, Fernando. “Educación y ciudadanía en la era global”. Washington: BID.
Centro Cultural, 2003.
ZULETA, Estanislao. “Educación y democracia: un campo de combate”. Santa fe de
Bogotá: Fundación Estanislao Zuleta; Corporación Tercer Milenio, 1995.
__________________. “Lecciones de filosofía: lógica y crítica”. Santiago de Cali:
Universidad del Valle: Fundación Estanislao Zuleta, 1996.