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FUNDAMENTALISMO DIGITAL
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FUNDAMENTALISMO DIGITAL
INTELIGENCIA DIGITAL
Por Juan Góngora
Nos encontramos en medio de una intensa vida digital. Nuestras actividades cotidianas
están altamente influenciadas por el uso de dispositivos electrónicos de funcionalidad
digital. Y defendemos tal tipo de vida. Sobre todo las nuevas generaciones que han
nacido en este contexto y lo consideran completamente normal. No entienden otras
formas de convivencia e interacción que no sean a través del celular, el texteo, la
navegación en internet, el chat, el email, su intimidad personal y familiar expuestas en
Facebook, su participación social y su denuncia en Twitter… No quiero poner en la lista
los libros digitales, porque casi nadie lee. Lo digital no ha impactado en la lectura. Y no
es raro pues todo ha ido girando hacia la síntesis. Los argumentos simplistas como los
de Divergente, Insurgente, Juegos del Hambre… Pareciera que luchar contra la
opresión se trata de voluntad y destreza física y al final todo cambiará. El cambio en
formas y costumbres es avasallador. Ahora es más fácil encontrar una hamburguesa o
una pizza que unas buenas quesadillas. La maquinaria de globalización y penetración,
que es integral, no ha dejado nada suelto. La tecnología inunda los rincones, descubre
los secretos e indica los caminos correctos. Ha permeado todo. El mismo sexo tiene un
discurso particular. Ya no es común el enamoramiento, y los preliminares suelen ser
breves, frenéticos, como en un concurso de comer más o de beber cerveza hasta
vomitar. La testosterona es un consumo más fácil y provechoso que la promoción de la
sinapsis. En estos tiempos la inteligencia de negocios es la más avanzada.
Estamos viviendo una especie de fundamentalismo digital. Principalmente en los
asentamientos urbanos. Nuestro máximo diccionario de lengua española dice, entre
otras definiciones, que el fundamentalismo es una: “Exigencia intransigente de
sometimiento a una doctrina o práctica establecida”. Siendo así, uno encuentra estas
prácticas impactando todas las actividades humanas y su entorno. La defensa de las
creencias de todo tipo es algo común, pero siempre parece tener un rumbo planeado y
no por las individualidades o los conglomerados. Las versiones se van unificando.
Hasta en el maíz transgénico. Sin embargo, lejos de ser un capricho o una simple
vanidad humana, hay una estrategia que agrupa las tendencias hacia un fin específico:
sentirse el mejor y el más libre, divertido y productivo, feliz y cumplidor. Con un objetivo
predeterminado: adquirir para llenar un vacío existencial. Tener para establecer
diferencias. El fundamentalismo es una imposición, una lucha por el poder en un
contexto de posesión. Una sociedad de consumo donde los grandes valores y
pensamientos se ordenan por la capacidad de tener recursos y la capacidad de poseer
bienes, servicios, personas y lo que siga.
Su fuerza real está indicada por su penetración en un determinado número de mentes y
por la cobertura de su influencia. Esto puede llegar a una generalización que implique
la definición del tono, color y tamiz de la misma historia conocida. Igual lo utiliza el
Estado, la política y la religión, la sociedad y la economía, los medios de información y
por supuesto también la tecnología. Sin embargo, no es un tema de ideas o de
creencias, es una imposición comercial, un consumismo salvaje. Los contenidos se van
al imaginario popular donde se establece lo correcto, lo malo, los buenos y los villanos.
No tiene análisis. Tiene información concluyente, dogmática. Donde no se entiende que
el juicio y destrucción de un demonio no es una solución, sino el intercambio por otros.
La costumbre de recibir siempre un argumento como verdad impide la reflexión sobre
las diferencias. Determina un modo de vida que establece amistades y relaciones con
un fundamento de afinidad. Distorsiona la capacidad de negociación. La desplaza hacia
la corrupción. Nos impide ver a los verdaderos dueños y líneas de poder.
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Hay sociedades más cerradas que otras en su imaginación colectiva y son las primeras
que se acomodan en el fundamentalismo digital. Hay sociedades en las que por el solo
hecho de existir, se considera que se tiene derecho a todo. Hay lugares que se
encierran por el método. Por ejemplo, nosotros no hemos aprendido a discutir sin
ofender, analizar sin denostar, investigar sin destruir. En cualquier actividad o profesión
sucede lo mismo, aunque con notables excepciones. Esto aleja del razonamiento. Nos
evita conocer el fondo de la olla, y quienes pueden ver esa parte oscura prefieren
disfrutar las prebendas y gozar de un poder inmediato y limitado que enfrentar al
titiritero.
La imposición de condiciones de dominación y prevalencia única implica poderes
extraordinarios y cada vez mayor tecnología, que diluyen en su benefico y proporcionan
falsos positivos. Que nos alejan del camino de la tolerancia, del respeto, de la
consideración, de eso que hemos llamado humanidad y hasta de la inteligencia. Ni
hablar del medio ambiente. El mundo digital no escapa a su propio fundamentalismo
por una buena cantidad de razones. Son los mismos planteamientos de siempre con
recursos tecnológicos que logran ventajas ya no basadas en la intuición, sino en la
precisión de la estadística y la simulación fincada en datos reales. Ya hablaremos de
BigData.
Alguna vez los juegos en las computadoras mainframes de los grandes centros
educativos fueron prohibidos por sus autoridades. Con el tiempo se descubrió su valor
como generadores de innovaciones, sin olvidar su cuantioso valor comercial. Hoy los
juegos tienen un lugar destacadísimo. Cuentan con seguidores, ritos, personajes de
culto y su éxito financiero aunado a la tecnología les promete una larga permanencia.
Los mainframes no podían ser tocados más que por los ingenieros sacerdotes de la Big
Blue. Las PDM de Digital Corp. fueron la gran panacea. Así serían las Burroughs o los
mainframes de Unisys. Tuvo también su momento HP. Igual sucedió con lenguajes de
programación como Fortram, Pascal, el mismo Lisp o con el Logo de Papert.
Ahora está en disputa de preferencia la plataforma de juegos. No digamos en la
telefonía entre partidarios de Android y iPhone. El tema de Samsung con Apple en
cuanto a algunos equipos y software, etc.
Los que hemos estado mucho tiempo en esto recordamos la larga batalla entre los
sistemas operativos de Microsoft y Apple. Ente Windows y MOS. Ambos con
seguidores rabiosos y con ejércitos de hipsters. La gran mayoría defiende con
ferocidad su territorio, contra la razón y con toda la fuerza de que disponga. Primero
fueron las PCs de IBM las que aprovecharon su gran base instalada. Microsoft ha
recurrido a tácticas que le han permitido “sembrar” en las universidades equipos,
aplicaciones y herramientas de desarrollo que ofrecerá al mercado una pléyade de
seguidores adiestrados en una sola opción, que tendrán que defender como a su
propia profesión e inundarán sus lugares de trabajo. Ya no importará qué equipo o
software sea el mejor, sino el credo en que fueron educados. No es gratuito que los
principales promotores de las grandes compañías se hayan hecho llamar
“evangelistas”. Ahora la estafeta la ha tomado Google organizando y atrayendo a los
jóvenes de todo el mundo, concursando y seleccionando talento para consolidar su
hegemonía. Es quien actualmente domina a los usuarios en general.
El mundo digital configura su propio universo con propósitos definidos y hace que las
mentes se alineen y fusionen la realidad con lo virtual.
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