• Textos Litúrgicos • Exégesis • Comentario Teológico

Domingo de Pascua de Resurrección
(Ciclo B) - 2015
Textos Litúrgicos
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Lecturas de la Santa Misa
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Guión para la Santa Misa
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Directorio Homilético (26-28)
Exégesis
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Joseph M. Lagrange, O.P.
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Comentario Teológico
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Directorio Homilético (48 - 51)
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Santos Padres
•
San Agustín
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Aplicación
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P. Alfredo Sáenz, S.J. (Vigilia Pascual).
•
P. Alfredo Sáenz, S.J. (Domingo de Pascua)
•
SS. Benedicto XVI
•
P. Jorge Loring S.I.
•
Ejemplos Predicables
Textos Litúrgicos
Lecturas de la Santa Misa
Domingo de Pascua de Resurrección (B)
(Domingo 5 de abril de 2015)
LECTURAS
MISA DEL DÍA
Comimos y bebimos con Él, después de su resurrección
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43
Pedro, tomando la palabra, dijo: «Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después
del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazareno con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó
haciendo e bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con Él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de lo judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo
de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos
elegidos de ante mano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con Él, después de su resurrección.
Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que Él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los
profeta dan testimonio de Él, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre».
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 117, 1-2. 16-17. 22-23
R. Éste es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
O bien:
Aleluia, aleluia, aleluia.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor! R.
La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos. R.
Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Colosas 3, 1-4
Hermanos:
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está
desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también
aparecerán con Él, llenos de gloria.
Palabra de Dios.
O bien:
Despójense de la vieja levadura,
para ser una nueva masa
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto 5, 6b-8
Hermanos:
¿No saben que «un poco de levadura hace fermentar toda la masa»? Despójense de la vieja levadura, para ser una
nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin
levadura de la pureza y la verdad.
Palabra de Dios.
Secuencia
Debe decirse hoy; en los días de la octava, es optativa.
Cristianos,
Ofrezcamos al Cordero pascual
Nuestro sacrificio de alabanza.
El Cordero ha redimido a las ovejas:
Cristo el inocente,
Reconcilió a los pecadores con el Padre.
La muerte y la vida se enfrentaron
en un duelo admirable:
el Rey de la vida estuvo muerto,
y ahora vive.
Dinos, María Magdalena,
¿qué viste en el camino?
He visto el sepulcro del Cristo viviente
y la gloria del Señor resucitado.
He visto a los ángeles,
testigos del milagro,
he visto el sudario y las vestiduras.
Ha resucitado Cristo, mi esperanza,
y precederá a los discípulos en Galilea.
Sabemos que Cristo resucitó realmente;
Tú, Rey victorioso,
ten piedad de nosotros.
Aleluia 1 C o r 5 , 7 b - 8 a
Aleluia.
Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Celebremos, entonces, nuestra Pascua.
Aleluia.
Evangelio
Él debía resucitar de entre los muertos
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la
piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó
Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su
cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado
antes al sepulcro: El también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre
los muertos.
Palabra del Señor.
En lugar de este Evangelio se puede leer el Evangelio de la vigilia del año B, Mc 16,1-8.
Donde se celebre Misa vespertina, también puede leerse el siguiente Evangelio:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas 24, 13-35
El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez
kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus
ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero
en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de
Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera Él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas
cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que Él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron».
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era
necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con
todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a El.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron:
«Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba».
Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los
demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor. Volver Arriba
Guión para la Santa Misa
Guión de la Vigilia Pascual 2015
(El guión de entrada es reemplazado por la monición del Celebrante, en el Misal)
I. Lucernario
II. Cuando termina de cantar el último “Lumen Christi” se encienden las luces de la Capilla.
(Mientras se pone el Cirio sobre el pie y se encienden las luces, puede decir el guionista): El Cirio Pascual simboliza a
Cristo, Luz verdadera que ilumina a todo hombre, Sol que ilumina esta Noche Santa, clara como el día, en que se une lo
humano con lo divino.
***Pregón Pascual
Cuando finaliza el pregón pascual:
Guión: Apagamos nuestros cirios. Podemos tomar asiento.
III. Liturgia de la Palabra
El sacerdote introduce a las lecturas con una monición del Misal Romano.
(Después de cada salmo responsorial, hay que indicar: De pie).
Primera Lectura: Génesis 1, 1- 2, 2
Salmo: 103 o bien 32
Segunda Lectura: Génesis 22, 1- 18
Salmo: 15
Tercera Lectura: Éxodo 14, 15- 15, 1
Salmo: Éxodo 1b- 2. 3- 4. 5- 6. 17- 1815
Cuarta Lectura: Isaías 54, 5- 14
Salmo: 29
Quinta Lectura: Isaías 55, 1- 11
Salmo: 12
Sexta Lectura: Baruc 3, 9- 15, 32- 4, 4
Salmo: 18
Séptima Lectura. Ezequiel 36, 16- 28
Salmo: 41 o bien 50
Después de la lectura, el salmo y la oración correspondiente se encienden los cirios del altar y se entona el Gloria mientras
se tocan las campanas. Después del Gloria, el sacerdote dice la oración colecta.
Guión: Epístola de San Pablo
Romanos 6, 3- 11
La Iglesia, animada por las palabras del Apóstol mira a Cristo resucitado. ¡Él ya no muere! Disipando las tinieblas de nuestros
pecados, surge victorioso del abismo.
Guión: Nos ponemos de pie. (Se canta el Alleluia, y el salmo Salmo 117).
Y directamente el Evangelio sin guión.
Evangelio Año A: Mateo 28, 1- 10 (No va acompañado de cirios sino sólo del incienso)
Homilía
IV. Liturgia bautismal (después de la homilía)
Guión: (Si se realiza la Bendición del agua): La misericordia de Dios toma como instrumento el agua, signo de nuestra
renovación espiritual obrada por la Redención de Cristo. (Nos ponemos de pie)
Guión: Renovamos las promesas bautismales. Encendemos nuestros cirios.
Preces:
En el rostro de Cristo la Iglesia, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. Por Cristo suba hasta el Padre en el
Espíritu Santo, nuestra alabanza y el agradecimiento de todo el Pueblo de Dios.
A cada intención respondemos cantando:
- Por el Pueblo Santo de Dios, para que crezca en la certeza de que el sepulcro vacío es signo de la victoria definitiva, de la
verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, de la misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte. Oremos.
- Por los miembros del Cuerpo Místico de Cristo que han sido incorporados por las aguas bautismales para que, fieles a sus
promesas, se mantengan incólumes bajo la bandera Victoriosa del Señor Resucitado. Oremos.
- Por todos los misioneros, para que no se cansen de transmitir al mundo esta verdad fundamental de nuestra fe: Cristo,
muerto en la Cruz, ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto. Oremos.
- Por los que sufren a causa de la enfermedad, la guerra, el desamparo y la muerte, para que Cristo Resucitado, alegría de los
tristes, haga brillar la Luz Pascual en sus almas. Oremos.
-Por los aquí presentes, para que la Resurrección de Cristo encienda en nosotros un gran deseo del Cielo, y podamos llegar así
con corazón limpio a las fiestas de la Eternidad. Oremos.
Dios nuestro, que en la triunfante victoria de tu Hijo sobre el pecado y la muerte has hecho renacer a tus hijos, acepta
la alabanza que te dirigimos y transfórmanos en imágenes vivientes del Señor Resucitado. Por Cristo nuestro Señor.
Ofertorio:
Cristo eucarístico está glorioso en medio de nosotros para alentarnos y exhortarnos a vivir la Vida verdadera en una entrega
sincera de toda nuestra vida.
- Traemos estos cirios por los catecúmenos que han recibido la Luz que es Cristo.
- Ofrecemos flores a María, compartiendo con ella la alegría de la resurrección de su Hijo.
- Eucaristía es ágape de amor, el pan y el vino serán presencia del Señor en nosotros.
Comunión: ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Esta es la Noche en
que has iluminado nuestro gozo!
Luego de la Bendición final.
El sacerdote saluda a la Santísima Virgen. Luego se canta el Regina Coeli.
Después el Padre dice: Podéis ir en paz, alleluia.
Salida: La Iglesia se alegra por el gozo de su Esposo victorioso, y anuncia con exultante alegría: ¡Cristo ha vencido, Él es el
Señor! Resucitemos nosotros por medio de una íntima unión con Él.
Guión Domingo de Pascua de Resurrección- Misa del Día-
Entrada: Hoy la liturgia entona el canto triunfal por la victoria de Cristo Redentor sobre el pecado, el demonio y la muerte. La
Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la actualización de la Muerte y Resurrección de Cristo. A través de esta Eucaristía
unámonos íntimamente a Cristo resucitado.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura:
Hch 10, 34- 43
Los Apóstoles son testigos de la muerte y de la resurrección de Cristo para que nosotros, creyendo en Él según su anuncio,
recibamos el perdón de los pecados.
Salmo Responsorial: 117
2° Lectura:
1 Cor 5, 6b- 8
Como fieles que hemos recibido la vida por la resurrección de Cristo, busquemos los bienes del cielo.
Evangelio: (después de la Secuencia)
Jn 20, 1- 9
El Sepulcro está vacío. La Vida pudo más que la muerte. ¡Ha resucitado el Señor!
Preces:
Hermanos, Dios ha resucitado a Jesucristo y nos mostró las maravillas de su amor; con confianza renovada
presentémosle nuestra oración.
A cada intención respondemos cantando...
+ Por el Santo Padre, los Obispos y sacerdotes, para que sean signo de esperanza por el feliz anuncio de la Resurrección del
Señor. Oremos.
+Para que los cristianos profundicen y expresen plenamente su identidad misma de Cuerpo místico del Señor resucitado en
cada liturgia dominical. Oremos.
+ Por los enfermos y los que están solos o tristes, para que la celebración de la Pascua sea motivo auténtico de esperanza que
oriente sus vidas hacia los bienes del cielo. Oremos.
+ Por todos nosotros, para que el Misterio Pascual sea motivo de una profunda alegría, y sepamos experimentar diariamente la
victoria que Cristo nos ha alcanzado sobre la muerte y el pecado. Oremos.
Dios y Padre Nuestro reanima a todos tus hijos por quienes hemos pedido la vida nueva de Cristo resucitado. Por el
mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Ofrecemos nuestra vida redimida por la Sangre preciosa de Cristo, y presentamos:
+ Incienso que nos invita a orar, para que los hombres busquen los bienes del cielo.
+ Cirios expresando la luz de nuestra fe en la resurrección.
+ Las especies de pan y vino para que se haga presente Cristo que dio su vida para recobrarla de nuevo.
Comunión: Jesús está en el Sagrario en estado glorioso y así quiso permanecer para que el alma que lo reciba participe de la
alegría que vence al mundo, y vivamos ya como resucitados.
Salida: ¡Salve Madre de Cristo! Alégrate porque tu Hijo ha combatido por nosotros, y ha salido victorioso de la muerte.
Danos su gracia para corresponder a su Amor.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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Directorio Homilético
Directorio Homilético
(Estamos en la Primera Parte del Directorio Homilético. Esta Primera Parte está dividida en tres capítulos. El primero se titula
“La homilía”; el segundo se titula “La interpretación de la Palabra de Dios en la liturgia”. Y el tercero es el que presentamos
ahora)
III. LA PREPARACIÓN
26. «la preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio,
oración, reflexión y creatividad pastoral» (EG 145). El Papa Francisco pone en evidencia esta advertencia con palabras muy
fuertes: un predicador que no se prepara, que no reza, «es deshonesto e irresponsable» (EG 145), «un falso profeta, un
estafador o un charlatán vacío» (EG 151). Claramente, en la preparación de las homilías el estudio reviste un valor
inestimable pero la oración permanece como esencial. la homilía se desarrolla en un contexto de oración y debe ser
preparada en un contexto de oración. «El que preside la liturgia de la palabra, compartiendo con los fieles, sobre todo en la
homilía, el alimento interior que contiene esta palabra» (cf. olm 38). la acción sagrada de la predicación está íntimamente
unida a la naturaleza sagrada de la Palabra de Dios. la homilía, en un cierto sentido, puede ser considerada en paralelo con la
distribución del Cuerpo y Sangre de Cristo a los fieles en el Rito de la Comunión. la Palabra sagrada de Dios viene
“distribuida”, en la homilía, como alimento de su pueblo. la Constitución dogmática sobre la divina Revelación, con palabras
de san agustín, pone en guardia para evitar de convertirse en «predicador vacío y superfluo de la Palabra de Dios que no la
escucha en su interior». Y más adelante, en el mismo párrafo, se exhorta a todos los fieles a leer la Escritura en actitud de
devoto diálogo con Dios porque, según san ambrosio, «a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las
palabras divinas» (Dv 25). El Papa Francisco llama la atención sobre cómo los propios predicadores deben de ser los primeros
a ser heridos por la viva y eficaz Palabra de Dios, para que esta penetre en los corazones de los que los escuchan (cf. EG 150). 27. El Santo Padre recomienda a los predicadores que establezcan un profundo diálogo con la Palabra de Dios recurriendo a la
lectio divina que está compuesta de: lectura, meditación, oración y contemplación (cf. EG 152). Este cuádruple enfoque se
basa en la exégesis patrística de los significados espirituales de la Escritura y ha sido desarrollado, en los siglos sucesivos, por
los monjes y monjas que, en la oración, han reflexionado sobre las Escrituras durante toda la vida. El Papa Benedicto XVI
describe los pasos de la lectio divina en la Exhortación apostólica Verbum Domini: «Se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué
dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para
no salir nunca de nuestros pensamientos. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el
texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente, debe dejarse interpelar y
examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Se llega sucesivamente
al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La
oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra nos cambia. Por
último, la lectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia
mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? San
Pablo, en la Carta a los Romanos, dice: “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para
que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (12,2). En efecto, la contemplación
tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros “la mente de Cristo” (1 Co
2,16). La Palabra de Dios se presenta aquí como criterio de discernimiento, “es viva y eficaz, más tajante que la espada de
doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones
del corazón” (Hb 4,12). Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la
acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad» (cf. VD 87). 28. Este es un método fructuoso y válido para todos para rezar con las Escrituras que se recomienda, así mismo, al homileta
como modo de meditar sobre las lecturas bíblicas y sobre los textos litúrgicos, con un espíritu de oración, cuando se prepara
la homilía. La dinámica de la lectio divina ofrece, además, un parámetro eficaz para acoger la función de la homilía en la
Liturgia y cómo esta incide en el proceso de su preparación.
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 26 - 28)
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Exégesis
Joseph M. Lagrange, O. P.
EL SEPULCRO VACÍO
(Lc 24, 1-12; Mc 16, 1-8; Mt 18, 1-8; Jn 20, 1-10)
Cuentan los cuatro evangelistas, cada uno a su manera, cómo el sepulcro de Jesús fue hallado vacío, con extrañeza grande de
los amigos de Cristo. San Mateo y san Marcos se parecen mucho, san Lucas se acerca ordinariamente más a san Marcos. En
cuanto a san Juan, sigue su camino, de acuerdo, no obstante, con san Lucas respecto a la indagación de san Pedro. Se ha
exagerado mucho la dificultad de conciliarlos, siendo cosa muy sencilla, si no se repara en minucias indiferentes y se atiende
a la composición de cada Evangelio.
A la puesta del sol se daba por terminado el día del sábado, y con él la prescripción del reposo del día de Pascua. La fiesta
duraba ocho días, pero sólo el primero y el último eran días no laborables (Dt 16, 8). Sin embargo, las mujeres adictas a Jesús
no salieron de casa, donde estuvieron probablemente juntas hasta el día siguiente, pero muy de mañana. Estaban allí, según
san Marcos, María de Magdala, María madre de Santiago y Salomé. En lugar de Salomé, nombra san Lucas a Juana, que sólo
él ha dado a conocer (Lc 8, 3), en tanto que san Mateo no cita más que a María de Magdala y a otra María. Ninguno completó
la enumeración: siguió cada cual sus propias enseñanzas sin ponerse de acuerdo con los demás. No obstante, hay que
advertir que María de Magdala aparece en todos en primer lugar. San Juan sólo la citará a ella.
Para armonizar los hechos basta suponer que María de Magdala, más impetuosa, se dirigió directamente hacia el sepulcro.
Las otras mujeres habían ya preparado, según san Lucas, los aromas y el aceite perfumado, desde el viernes por la tarde.
¿Tendrían cantidad suficiente en su provisional alojamiento? Es probable que san Lucas, según su método (Cf. 3, 20; 22, 19
s.), haya cerrado el relato de la sepultura y anticipado lo que san Marcos coloca después del sábado, es decir, la compra de
los aromas. Se comprende muy bien que las mujeres, yendo muy de mañana, cuando aún estaba oscuro, hubiesen sufrido
muchas dilaciones, mientras les abrían las tiendas para comprar sus especias. Así, según san Mateo, no llegaron a vista del
monumento hasta después de salido el sol.
La Magdalena se les había adelantado, pues era todavía casi de noche cuando notó que la piedra había sido removida, es
decir, rodada, de modo que el sepulcro estaba abierto. Los guardias habían desaparecido, cosa que nada le extrañó,
ignorante como estaba de que los hubieran puesto. Una mirada furtiva le bastó para comprobar que el cuerpo no estaba allí.
No vio ningún ángel, pues el mismo Jesús se había reservado informarla. Con toda presteza, dada su extremada inquietud,
temiendo una profanación del cuerpo adorado de Jesús, tomó el camino y fue directamente a ver a Simón Pedro y al
discípulo amado de Jesús. Estaba como fuera de sí, no dudando en afirmar: «Han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos
dónde lo han puesto». Dice «no sabemos» porque supone su propia convicción en las que con ella habían salido, pero que en
aquel momento llegaban al sepulcro.
Estas mujeres, atendiendo sólo a los impulsos de sus corazones, no habían medido las dificultades de la empresa. Ignoraban
lo de los guardias, pero ¿cómo entrar en el sepulcro para practicar las unciones fúnebres? La gruesa piedra que cerraba la
entrada era un obstáculo infranqueable; ellas no se sentían con fuerzas para removerla. Un hombre tendría aun necesidad de
una palanca, y tan de mañana era muy mala hora para poder encontrar a un alma de buena voluntad que se prestase a ello.
Se comunicaban sus inquietos pensamientos cuando advirtieron que la piedra estaba ya removida y fue para ellas de
grandísima satisfacción, por cuanto la piedra era, en verdad, enorme.
Entraron, pues, en el sepulcro y no encontraron el cuerpo. Su extrañeza fue grande. No habían sido, por tanto, los discípulos
los que removieron la piedra, porque ellos no habrían profanado el cuerpo, turbando el reposo sagrado de un muerto.
Entonces pudieron ver a un joven sentado a su derecha sobre el poyo , vestido de blanco. Aterradas, bajaron sus ojos. El
joven les dijo: «No temáis. Buscáis a Jesús de Nazaret, crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde estuvo
depositado. Id y decid a sus discípulos y a Pedro que Él os precede en Galilea; allí le veréis, como os ha dicho» (Mc 16, 6 s.) .
Según san Marcos, las santas mujeres huyeron y a nadie dijeron nada. ¡Tan asustadas iban! Era muy natural: temerían
también no ser creídas. Sin duda, volvieron sobre su acuerdo, porque san Lucas y san Mateo dicen sumariamente que ellas
cumplieron su mensaje con los apóstoles, lo cual no fue obra de un momento, ni sin que ocurrieran ciertas particularidades.
San Marcos, que aventajaba a los demás en contar las peripecias, nos habría dicho lo sucedido sobre este punto si el hilo de
su discurso no hubiera sido cortado en este lugar. Cuando su Evangelio fue terminado por él o por otro , quedó sin llenar esta
laguna.
Los apóstoles hubieran creído rebajarse dando fe a las habladurías de las mujeres. San Lucas, sin embargo, dice cómo san
Pedro, que debió ser el primer avisado, siendo como era el jefe, corrió al sepulcro y lo halló vacío: no vio más que las fajas, lo
cual le dio mucho en qué pensar .
Este punto lo ha descrito san Juan con todos los pormenores, pues tomó parte en esta ansiosa indagación, designándose a sí
mismo por el «otro discípulo a quien Jesús amaba».
Juntos parece que estaban Pedro y él cuando la Magdalena fue a comunicarles la fatal nueva de la desaparición del cuerpo.
Salieron inmediatamente y, afectados por la noticia, ambos corrían; pero Juan, como más joven, corrió más aprisa que Pedro
y llegó primero. No entró, sin embargo, seguramente por deferencia a su compañero; se inclinó sólo para ver, y vio al otro
lado de la antecámara las vendas en el suelo. Llegó san Pedro y entró resuelto en el sepulcro. También él vio, y con más
claridad, las vendas, lo cual bien a las claras probaba que el cuerpo no había sido robado, porque de serlo, lo hubieran llevado
como estaba. Aun se maravilló más al ver que el sudario colocado sobre la cabeza no estaba revuelto con las vendas; estaba
envuelto aparte. El otro discípulo entró y vio lo mismo. Ambos guardaron silencio y, sobrecogidos y meditabundos, ni siquiera
cambiaron impresiones. San Juan dice solamente que él desde entonces creyó que Jesús había resucitado, y ésta, de seguro,
era también la convicción de san Pedro. Hasta aquel momento no habían comprendido que, según la Escritura, Jesús había
de resucitar, a pesar de que Él mismo se lo había anunciado a todos los apóstoles. El suceso les parecía tan fuera de lo
probable, que sólo la evidencia del hecho pudo convencerlos, y les pareció entonces que esta consagración suprema del
Mesías estaba ya predicha (Is 53, 11).
(Lagrange, J. M., La Vida de Jesucristo, EDIBESA, Madrid, 1999, p. )
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Comentario Teológico
Directorio Homilético
Lecturas del Antiguo Testamento en la Vigilia Pascual
48. «En la Vigilia pascual de la noche Sagrada, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las
maravillas de Dios en la Historia de la Salvación, y dos lecturas del Nuevo, a saber, el anuncio de la Resurrección según los
tres Evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo cristiano como sacramento de la Resurrección de Cristo»
(olm 99). la vigilia Pascual, como viene indicado en el misal Romano, «es la más importante y la más noble entre todas las
Solemnidades» (vigilia paschalis, 2). la larga duración de la vigilia no permite un comentario extenso a las siete lecturas del
antiguo Testamento, pero se tiene que notar que son centrales, siendo textos representativos que proclaman partes
esenciales de la teología del antiguo Testamento, desde la creación al sacrificio de abrahán, hasta la lectura más importante,
el Éxodo. las cuatro lecturas siguientes anuncian los temas cruciales de los profetas. Una comprensión de estos textos, en
relación con el misterio Pascual, tan explícita en la vigilia pascual, puede inspirar al homileta cuando estas o similares lecturas
vienen propuestas en otros momentos del año litúrgico.
49. En el contexto de la liturgia de esta noche, mediante estas lecturas, la iglesia nos lleva a su momento culminante con la
narración del Evangelio de la Resurrección del Señor. Estamos inmersos en el flujo de la Historia de la Salvación por medio de
los Sacramentos de iniciación celebrados en esta vigilia, como recuerda el bellísimo pasaje de Pablo sobre el Bautismo. Son
clarísimos, en esta noche, los vínculos entre la creación y la vida nueva en Cristo, entre el Éxodo histórico y el definitivo del
misterio Pascual de Jesús, al que todos los fieles toman parte por medio del Bautismo, entre las promesas de los profetas y
su realización en los misterios litúrgicos celebrados. Estos vínculos a los que se puede siempre hacer referencia en el curso
del año litúrgico. 50. Un riquísimo recurso para comprender el vínculo entre los temas del antiguo Testamento y su cumplimiento en el
misterio Pascual de Cristo lo ofrecen las oraciones que siguen a cada lectura. Estas expresan, con simplicidad y claridad, el
profundo significado cristológico y sacramental de los textos del antiguo Testamento ya que hablan de la creación, del
sacrificio, del Éxodo, del Bautismo, de la misericordia de Dios, de la alianza eterna, de la purificación del pecado, de la
redención y de la vida en Cristo. Pueden servir de escuela de oración para el homileta, no solo en la preparación de la vigilia
Pascual, sino, también, durante el curso del año, cuando se encuentren textos similares a los que vienen proclamados en esta
noche. otro recurso útil para interpretar los textos de la Escritura es el Salmo responsorial que sigue a cada una de las siete
lecturas, poemas cantados por los cristianos que han muerto con Cristo y que ahora comparten con Él su vida resucitada. No
deberían olvidarse los Salmos durante el resto del año ya que muestran cómo la iglesia interpreta toda la Escritura a la luz de
Cristo. Leccionario Pascual
51. «Para la misa del día de Pascua, se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío.
También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los Evangelios propuestos para la noche Sagrada, o, cuando hay misa
vespertina, la narración de lucas sobre la aparición a los discípulos que iban de camino hacia Emaús. la primera lectura se
toma de los Hechos de los apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del antiguo Testamento. la
lectura del apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la iglesia. Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del
Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de
Pascua. En los domingos quinto, sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor
después de la última cena» (olm 99100). la rica serie de lecturas del antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el
Triduo representa uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor resucitado en la vida de la iglesia, y
pretende ser instructiva y formativa para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la Semana Santa
y del Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá variadas ocasiones para poner el acento
en la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo como contenido central de las Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado
en el que el homileta puede y debe hacer resonar la fe de la iglesia sobre lo que representa el corazón de su proclamación:
Jesucristo murió por nuestros pecados «según las Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día «según las Escrituras»
(1Cor 15,4).
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 48 - 51)
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Santos Padres
San Agustín
La resurrección de Cristo y la de los fieles.
1. La resurrección de Jesucristo el Señor es lo que caracteriza a la fe cristiana. El nacer hombre de hombre en un momento del
tiempo quien era Dios de Dios, Dios con exclusión de todo tiempo; el haber nacido en carne mortal, en la semejanza de la
carne de pecado; el hecho de haber pasado por la infancia, haber superado la niñez y haber llegado a la madurez y haberla
conducido a la muerte, todo ello estaba al servicio de la resurrección. Pues no hubiese resucitado de no haber muerto, y no
hubiese muerto si no hubiese nacido; por esto, el hecho de nacer y morir existió en función de la resurrección. Que Cristo el
Señor nació hombre de hombre, lo creyeron muchos, incluso extraños e impíos, aunque desconocían su nacimiento virginal;
que Cristo nació como hombre, lo creyeron tanto los amigos como los enemigos; que Cristo fue crucificado y muerto, lo
creyeron tanto los amigos como los enemigos; que resucitó sólo lo saben los amigos. ¿Y esto por qué? Cristo el Señor, en el
hecho de nacer y de morir, tenía la mirada puesta en la resurrección; en ella estableció los límites de nuestra fe. Nuestra raza,
es decir, la raza humana, conocía dos cosas: el nacer y el morir. Para enseñarnos lo que no conocíamos, tomó lo que
conocíamos. En la región de la tierra, en nuestra condición mortal, era habitual, absolutamente habitual el nacer y el morir;
tan habitual que, así como en el cielo no puede darse, así en la tierra no cesa de existir. En cambio, ¿quién conocía el resucitar
y el vivir perpetuamente? Esta es la novedad que trajo a nuestra región quien vino de Dios. ¡Gran acto de misericordia!: se
hizo hombre por el hombre; se hizo hombre el creador del hombre! Nada extraordinario era para Cristo el ser lo que era, pero
quiso que fuera grande el hacerse él lo que había hecho. ¿Qué significa «hacerse él lo que había hecho»? Hacerse hombre
quien había hecho al hombre. He aquí su misericordia.
2. Todo lo que se hace en esta vida, en que los hombres quieren ser dichosos sin conseguirlo... Buena cosa es lo que tanto
aman, pero no buscan lo que desean en el lugar adecuado.
Cada cosa se da en su lugar. Aun en la tierra no se encuentra el oro en cualquier lugar, ni tampoco la plata ni el plomo; los
mismos frutos del campo llegan cada uno de un lugar diferente. Como si cada región aceptase unos y rechazase otros, unos
frutos se dan en un lugar y otros en otro; son diversos según los diferentes lugares. Lo único que existe en todas partes es el
nacer y el morir. Con todo, el mismo nacer y morir no se da en la creación entera, sino sólo en este estrato inferior; en el cielo
no se da ni el nacer ni el morir ya desde el momento en que fueron creadas todas las cosas. Ciertamente pudo caer el príncipe
de los ángeles con sus compañeros, pero en sustitución de los ángeles caídos irán allí los hombres a ocupar el puesto que
ellos dejaron. Al ver el diablo que el hombre iba a subir al lugar del que él había caído, se llenó de envidia; cayó él y derribó
a otros. ¿Qué significa el que el diablo cayó? ¿Qué significa que derribó al hombre? Todo lo venció quien no cayó, sino que
descendió. Cayó el hombre: descendió Dios y se hizo hombre. Donde abunda el nacer y el morir es la región de la miseria.
Los hombres buscan ser dichosos en la región de la miseria; buscan la eternidad en la región de la muerte. El Señor, la
verdad, nos dice: «Lo que buscáis no se halla aquí, porque no es de aquí. Es bueno lo que buscáis y todo hombre lo desea; es
bueno lo que buscáis, pues buena cosa es el vivir; pero hemos nacido para morir. Considera no lo que quieres, sino la
condición en que has venido. Hemos nacido para morir. Quienes van a morir desean la vida sin obtenerla, y por eso su
miseria es mayor. Si estuviésemos muertos y deseásemos vivir, nuestra miseria no sería tan grande; pero queremos vivir y se
nos obliga a morir: he aquí la enormidad de nuestra miseria. ¿Ignoras que cualquier hombre quiere también dormir, pues no
puede estar siempre despierto? El dormir no es contra su voluntad; como no puede estar siempre en vela, quiere también
dormir. No puede uno ser hombre a no ser alternando los tiempos de vigilia y de sueño. Se entra en la vida y todo hombre
dice: «Quiero vivir.» Nadie quiere morir; y, aunque nadie quiere morir, se le impele a ello. Hace cuánto puede comiendo,
bebiendo, durmiendo, procurándose medios de vida, navegando, caminando, corriendo, tomando precauciones: quiere vivir.
Con frecuencia sobrevive a muchos peligros; pero detenga, si puede, su edad; no llegue a la vejez. Pasa un día de peligro, y
se dice el hombre: «He evitado la muerte.» ¿Cómo es que has evitado la muerte? «Porque ha pasado el día de peligro.» Se te
ha dado un día más; has vivido un día más, y, si hago cuentas, tienes uno menos. Si habías de vivir, por ejemplo, treinta años,
una vez transcurrido este día, se resta de la cantidad de quien ha de vivir y se suma a la de quien ha de morir. Y, con todo, se
dice que le vienen los años al hombre; pero yo digo que se le van; yo me fijo en la cantidad que le queda, no en la que ya se
fue. Le vienen, ¿cómo? Quien ha vivido cincuenta años, cumple ya cincuenta y uno. ¿Cuántos tiene o cuántos ha de vivir?
Supongamos que iba a vivir ochenta años; de ellos ha vivido ya cincuenta; le quedan treinta. Vivió uno más; tiene los
vividos, es decir, cincuenta y uno, pero le quedan sólo veintinueve de vida; disminuyó uno de esta cuenta para acrecentar
aquélla. Pero este acrecentamiento significa una mengua en la otra parte. Lleno de temor, vive otro año aún: le quedan
veintiocho; vive tres, le quedan veintisiete. A medida que vas viviendo, va menguando el caudal de donde vives, y con el
pasar de la vida mengua tanto que deja de existir, pues no hay forma de evadirse del último día.
3. Pero vino nuestro Señor Jesucristo y, por así decir, se dirigió a nosotros: «¿Por qué teméis, ¡oh hombres! , a quienes creé y
no abandoné? ¡Oh hombres!, la ruina vino de vosotros, la creación de mí; ¿por qué temíais, ¡oh hombres!, morir? Ved que
muero yo, que sufro la pasión; no temáis lo que temíais, puesto que os muestro qué habéis de esperar.» Así lo hizo; nos
mostró la resurrección para toda la eternidad; los evangelistas dejaron constancia de ella en sus escritos y los apóstoles la
predicaron por el orbe de la tierra. La fe en su resurrección hizo que los mártires no temieran morir, y, sin embargo, temieron
la muerte; pero mayor hubiese sido la muerte si hubieran temido morir, y por temor a la muerte hubieran negado a Cristo.
¿Qué otra cosa es negar a Cristo sino negar la vida? ¡Qué locura negar la vida por amor a la vida! La resurrección de Cristo
marca los límites de nuestra fe. Por eso está escrito, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que se haga
penitencia para recibir el perdón de los pecados en el hombre, en quien delimitó la fe para todos al resucitarle de entre los
muertos. La resurrección de nuestro Señor Jesucristo delimita nuestra fe. Vivís si vivís; es decir, viviréis por siempre si
habéis vivido bien. No temáis morir mal; temed, sí, pero vivir mal. ¡Extraña perversidad! Todo hombre teme lo que nadie
puede evitar y deja de hacer lo que puede hacer. No puede evitar el morir; puedes, en cambio, vivir bien. Haz lo que puedes,
y dejarás de temer lo que no puedes evitar. Nada tiene el hombre más cierto que la muerte. Comienza desde el principio. Un
hombre es concebido en el seno; quizá nazca, quizá no. Ya ha nacido; quizá crezca, quizá no; quizá aprenda a leer, quizá no;
quizá se case, quizá no; quizá tenga hijos, quizá no; es posible que sean buenos y es posible que sean malos; es posible que le
caiga una mujer buena o que le caiga una mujer mala; quizá sea rico, quizá sea pobre; quizá sea un plebeyo, quizá un
aristócrata. ¿Acaso puede decir, entre todas estas cosas: «Quizá muera, quizá no muera»? Así, pues, todo hombre nacido cae
en una enfermedad de la que nadie se escapa. De ella se muere, como suele decirse. Tiene hidropesía: morirá necesariamente,
pues nadie se evade de ella; padece elefantiasis: morirá necesariamente, pues nadie se evade de ella; ha nacido: morirá
necesariamente, pues nadie se evade de ello. Puesto que el morir es una necesidad, y ni siquiera se permite a la vida del
hombre ser larga aunque pase de la infancia a la decrepitud senil, no queda más solución que acudir a quien murió por
nosotros y resucitando nos abrió la esperanza, para que, como en esta vida en que nos encontramos no tenemos más salida
que la muerte y no podemos hacerla perpetua por mucho que la amemos, nos refugiemos en quien nos prometió la vida
eterna. Considerad, hermanos, lo que nos prometió el Señor: vida eterna y feliz al mismo tiempo. Esta vida es,
evidentemente, miserable; ¿quién lo ignora, quién no lo confiesa? ¡Cuántas cosas nos suceden en esta vida; cuántas tenemos
que soportar sin desearlo! Riñas, disensiones, pruebas, la ignorancia recíproca de nuestro corazón, de forma que a veces
abrazamos sin querer a un enemigo y sentimos temor de un amigo; hambre, desnudez, frío, calor, cansancio, enfermedades,
celos. Evidentemente, esta vida es miserable. Y, con todo, si, aunque miserable, nos la concedieran para siempre, ¿quién no
se felicitaría? ¿Quién no diría: «Quiero ser como soy; morir es lo único que no quiero»? Si quieres poseer esta mala vida,
¿cómo será quien te la dé eterna y feliz? Pero, si quieres llegar a la vida eterna y feliz, sea buena la temporal. Será buena en el
momento de obrar, y feliz en el momento de la recompensa. Si te niegas a trabajar, ¿con qué cara vas a pedir el salario? Si no
has de poder decir a Cristo: «Hice lo que me mandaste», ¿cómo te atreverás a decirle: «Dame lo que me prometiste»?
SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXiv), Sermón 229 H, 1-3, BaC madrid 1983, 331-37
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Aplicación
P. Alfredo Sáenz,S.J.
VIGILIA PASCUAL
RESURRECCION DEL SEÑOR
Hemos llegado, amados hermanos, a la noche de las noches, a la noche de la luz, a la noche que anuncia el día. Si la noche
retrocede es porque el día se acerca. El sábado, que acaba de terminar, con su altar despojado, con sus lámparas extinguidas,
con el tabernáculo vacío, dejó en nuestros labios el sabor de la ausencia. A lo largo del día que fenece, la Iglesia, Esposa de
Cristo, permaneció inmóvil, como una viuda, junto a la tumba del Señor que reposaba con el reposo del segundo sábado, del
sábado de la segunda creación. Y así nosotros, aunque conociendo de antemano el desenlace victorioso del drama, para
alimentar la emoción de nuestra espera, hemos aguardado con la liturgia este momento de victoria.
Cristo ha resucitado. Su resurrección es nuestra fiesta. Más aún: la resurrección de Cristo fue también la fiesta del universo
todo. Porque en ese día se alegraron el cielo, los abismos y la tierra. Los abismos se abrieron para devolver a sus muertos y
entregarlos en las manos de Aquel —el Más Fuerte— que descendió a los infiernos y allí aherrojó al Fuerte. La tierra, regada
por el agua y la sangre que brotaron del costado del Señor, comenzó a germinar nuevos hijos de Dios. Entreabrió el cielo sus
clausuradas puertas para que por ellas pudiera entrar la caravana de los que habrían de seguir al que ascendería el primero. La
resurrección de Cristo es vida para los que duermen, es perdón para los pecadores, es gloria para los santos.
De ahí que la naturaleza que entornó a Jesús se asociara a la alegría de su resurrección. Porque, como es sabido, en Palestina
el día de Pascua cae en plena primavera, de manera diferente que entre nosotros. Después de la frígida sepultura del rigor
invernal, aquella naturaleza se revistió y se sigue hoy revistiendo de hojas y de flores, para que al resucitar su Señor o al
conmemorarse la memoria de aquel hecho, también ella lo acompañe con sus fastos. El huerto sepulcral de Arimatea, oscuro
como esta noche, donde desde el viernes reposara el Señor, amaneció el domingo con su flor más hermosa. Y cuando
refloreció la carne yerta de Cristo, la naturaleza entera se vistió de flores. Toda creatura queda así invitada a festejar con
nosotros la resurrección de Jesús, porque "este es el día que hizo el Señor".
Si la Resurrección es el último hecho de la historia de Cristo en la tierra, donde todo lo anterior encuentra su aclaración
postrera, también es el primer hecho de nuestra historia sobrenatural, el fundamento de nuestro Bautismo. Por eso la fiesta de
Pascua es, en la Iglesia; la fiesta de la incorporación a Cristo: para los neófitos, la fiesta de su nuevo nacimiento bautismal;
para nosotros, la fiesta de la renovación de nuestras promesas y del banquete eucarístico.
La distribución misma de esta celebración, con sus tres partes, la liturgia de la luz, la liturgia del agua, y la liturgia de la
Eucaristía, nos ofrece abundante tema de reflexión.
La celebración comenzó con la liturgia de la luz. La luz representa la resurrección de Cristo que disipa las tinieblas del
mundo. El Verbo es "la luz de los hombres, luz que brilló en medio de las tinieblas". El mismo Jesús dijo: "Yo soy la luz: el
que me sigue no camina en tinieblas, sino, que tendrá la luz de la vida". Por eso antiguamente a lo neófitos se los llamaba
"iluminados".
Demos peso a esta maravilla que nos atañe Dios es Luz. Pero ha querido ser también "nuestra" luz. Por eso dice San Pablo
que nosotros "no somos de la noche ni de las, tinieblas. Vosotros sois hijos de la luz y del día.- Antes erais tinieblas, ahora
sois luz en el Señor, hijos de la luz". Dios es Luz en su Verbo. Y el Verbo se hace carne, muere y. resucita para que esa Luz
ilumine nuestros ojos y, contemplando su resplandor, avancemos de claridad en claridad, hasta quedar encandilados por una
eternidad.
Cristo había hablado a los suyos de un fuego que debía consumir la tierra toda y cómo ansiaba ese momento. Hoy la llama
anhelada ha brotado del pedernal, y ha conducido nuestros pasos vacilantes por esta iglesia aún entenebrecida. El cirio
pascual ha sido la nueva columna de fuego destinada a guiarnos fuera del Egipto de nuestros pecados hacia la tierra que mana
la leche y la miel de la Eucaristía.
Hemos oído luego la alabanza —el pregón— del Cirio Pascual. Que la tierra y los cielos exulten de júbilo, lo humano se ha
unido con lo divino, aleluya. Tal es el maravilloso alcance de este himno que durante los primeros siglos oían atónitos los
recién bautizados, quizás en vísperas del martirio. La alegría que cantó el diácono es la alegría cósmica, la alegría de un
mundo regenerado, del hombre reconciliado consigo mismo y con su Señor, de la Iglesia, de los ángeles victoriosos sobre los
demonios definitivamente abatidos.
Este es el sentido de la primera parte de la liturgia nocturna. Dios nos ha llamado "de las tinieblas a la maravillosa luz" para
que, en adelante, "caminemos en la luz".
Pero si el Bautismo es luz, también es agua. Las lecturas bíblicas lo enmarcaron, abriéndolo a dimensiones impresionantes.
Bautismo que es una réplica, en un plano superior, de la primera creación. Bautismo que es un nuevo paso del Mar Rojo.
Bautismo que nos permite ingresar en el coro de los ángeles para cantar con ellos las letanías de los santos en el gozo de la
concordia reconquistada.
Comenzamos ahora la tercera parte de esta celebración: la Eucaristía, que lleva a su plenitud la gracia de nuestro Bautismo.
Porque, como se lee en el Prefacio, si bien debemos alabar siempre al Señor, conviene que lo hagamos hoy aún de manera
más gloriosa, ya que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Es la Eucaristía de todos los días, pero iluminada ahora por los
fulgores de la Resurrección gloriosa, bañada hoy en el agua siempre fresca de nuestro Bautismo.
Empieza de esta manera el tiempo pascual. Y así como hemos hecho penitencia durante los cuarenta días de Cuaresma para
preparamos a este acontecimiento, podremos estos cuarenta días que siguen, a semejanza de los apóstoles, comer y beber con
el Señor resucitado. Durante estos cuarenta días la Iglesia, como María, "conservará todas estas cosas y las meditará en su
corazón".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos aires, 1993, p. 121-124)
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P. Alfredo Sáenz, S. J.
DOMINGO DE PASCUA
VICTORIA DE LA VIDA
Fiesta de las fiestas es la Pascua, la más antigua, la fiesta primera y principal, el centro de todas las demás fiestas del año
litúrgico. Es, en verdad, el día que hizo el Señor.
¡Cristo ha resucitado! Nos lo aseguran, en el evangelio, Magdalena, Pedro y Juan, testigos que escrutaron el sepulcro
gloriosamente vacío. Nos lo testifica Pedro, en su discurso hoy citado en la primera lectura: "Dios lo resucitó al tercer día y le
concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros que comimos y
bebimos con él, después de su resurrección". Murió, es cierto, el grano de trigo, descansando en el suelo de la tumba, pero
ahora la espiga se yergue lozana, augurando una gloriosa cosecha. El Señor ha resucitado, ya no muere Jesús, la muerte no
tiene más dominio sobre El.
La muerte del Señor y su resurrección nos interesan, amados hermanos. Porque cuando Jesús murió, destruyó nuestra
muerte, y cuando resucitó, restauró nuestra vida. Así como por un hombre entró la muerte en la historia, así también por
otro vino la resurrección. Porque si todos hemos muerto en Adán, así en Cristo todos seremos vivificados. Cada uno en su
momento: primero Cristo, y luego, cuando el Señor reaparezca al fin de los tiempos, los miembros de su Cuerpo que somos
nosotros. El Verbo resucitó primero al cuerpo que había asumido, y mediante ese cuerpo glorificado obrará la resurrección
en nosotros, la extenderá hasta nosotros.
Por eso el misterio de la Pascua es el fundamento de nuestra esperanza. Nuestra esperanza nació en la alborada de este día
en que Cristo resucitó de entre los muertos. Es cierto que todavía no se ha verificado en nosotros lo que ya sucedió en Jesús.
Aún gemimos en este valle de lágrimas, nuestro cuerpo está todavía sujeto al dolor y a las limitaciones. Pero ya desde ahora
el Señor nos está diciendo: lo que .habéis visto que sucedió en mí, confiad que también sucederá en vosotros, porque así
como Yo he resucitado, también vosotros resucitaréis. Para esto el Verbo se había hecho carne: para darnos la vida.
Si el Verbo no hubiese tomado carne, no le habría sido posible morir y resucitar para nuestra salvación. San Agustín lo dice de
manera admirable: "Recibió de ti lo que había de ofrecer por ti, así como el sacerdote recibe tu ofrenda para con ella
satisfacer a Dios por tus pecados. El ha sido nuestro Sacerdote, ha recibido de nosotros lo que había de ofrecer, nuestra
carne, y habiéndose hecho a sí mismo víctima en su carne, se convirtió en holocausto y sacrificio por nosotros. Sacrificóse en
la pasión, y ahora, al resucitar, renovó aquella carne con la que murió, y al ofrecérsela ' a Dios como primicia tuya, te dice: Yo
he consagrado todo lo tuyo cuando ofrecí tus primeros frutos a Dios; espera, pues, que te ocurra a ti mismo lo que ha
ocurrido a tus primicias".
Dos vidas existían, de las cuales conocíamos una e ignorábamos la otra, la una mortal, la otra inmortal, la una de muerte y la
otra de resurrección. Vino el Hijo de Dios y mediador nuestro: tomó la una y nos enseñó la otra. Sufrió la una muriendo, y nos
manifestó la otra resucitando. Tal es, amados hermanos, la razón de nuestra esperanza, por la cual estamos seguros de que,
con la ayuda de la gracia, nos ocurrirá lo mismo que a Cristo. Hasta el día en que lleguemos al cielo. Allí se desvanecerá toda
esperanza, porque la esperanza desaparece cuando se comienza a poseer lo que se esperaba.
Pero no es el tema de la esperanza la única reflexión que suscita este misterio glorioso. La Resurrección de Jesús debe
también inaugurar un cambio en la orientación de nuestra vida. Lo dice San Pablo en la epístola de hoy: "Ya que habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes del cielo... Tened el pensamiento puesto en los bienes celestiales y no en los de la
tierra". Cuidado con la tentación de la inmanencia, de creernos exclusivamente ciudadanos de la tierra. Ya desde ahora
nuestra vida debe comenzar a ser "celestial". A ello se nos exhorta siempre de nuevo en la santa misa, al entrar en el solemne
momento del Canon: "Levantemos el corazón". Realmente siempre deberíamos tenerlo "levantado hacia el Señor". Esta
nueva existencia, este nuevo "estilo de vida", implica dos decisiones capitales:
• Ante todo morir progresivamente al pecado. Ya hemos comenzado a hacerlo de manera radical el día de nuestro
Bautismo. Pero esa obra iniciada en las olas sacramentales, que anegaron nuestros pecados como un nuevo diluvio, debe
continuarse a lo largo de toda nuestra vida, muriendo cada día más, ya que dentro de nosotros las raíces de pecado tienden
siempre a rebrotar. "Porque vosotros estáis muertos —nos dice el Apóstol— y vuestra vida está desde ahora oculta con
Cristo en Dios". Es éste uno de los efectos principales de la gracia pascual: "Despojaos de la vieja levadura, para ser una
nueva masa, ya que vosotros mismos sois como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la, vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura
de la pureza y la verdad". así como los miembros del pueblo elegido se abstenían de toda levadura antigua —símbolo del
pecado— para comer debidamente el cordero pascual, abstengámonos nosotros de todo lo que es viejo y caduco para
celebrar dignamente la Pascua del Señor.
• morir, pues, al pecado: tal es el momento primero de todo proceso de santidad. Pero hay un segundo momento, el
momento positivo, aquel que da valor y justificación al primero: vivir para Dios. Este vivir para Dios admite grados,
comenzando por el simple apartarse del pecado y continuando en ascensión continua hasta llegar a obrar tan sólo a impulsos
de la gracia. Porque por su misma naturaleza la vida espiritual entraña un progreso que debe ser indeclinable. No sólo, pues,
morir al pecado como el trigo en el surco, sino también resucitar a la nueva vida de espiga lozana para Dios. Tal es el
recorrido de la santidad que culminará tan sólo cuando, al decir del apóstol, "se manifieste Cristo, que es nuestra vida,
entonces también vosotros apareceréis con él, llenos de gloria". Ese será el momento final. Pero volvamos a la realidad de
hoy. la Pascua es, ya desde ahora, una invitación a ser "distintos ", siempre de nuevo, cada año de nuevo, creaturas nuevas
en Cristo resucitado. lo que ha sido hecho nuevo no retorne a la caduca vejez. Nadie recaiga en aquello de lo cual ya
resucitó.
Dentro de pocos minutos nos acercaremos a recibir el sacramento de la Eucaristía que contiene el Cuerpo resucitado y
glorioso del Señor, su carne glorificada. Penetrará el Señor en nuestro interior para seguir realizando en nosotros su trabajo
nunca consumado de restauración y resurrección. Pidámosle en esos momentos que nos libere de las reliquias del hombre
viejo y nos haga capaces de santa novedad. De la santa novedad de ser santos.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos aires, 1993, p. 125-129)
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SS.Benedicto XVI
Domingo de Resurrección
Queridos hermanos y hermanas:
«Ha sido inmolado Cristo, nuestra Pascua» (1 Co 5,7). Resuena en este día la exclamación de san Pablo que hemos escuchado
en la segunda lectura, tomada de la primera Carta a los Corintios. Un texto que se remonta a veinte años apenas después de
la muerte y resurrección de Jesús y que, no obstante, contiene en una síntesis impresionante —como es típico de algunas
expresiones paulinas— la plena conciencia de la novedad cristiana. El símbolo central de la historia de la salvación — el
cordero pascual — se identifica aquí con Jesús, llamado precisamente «nuestra Pascua». la Pascua judía, memorial de la
liberación de la esclavitud de Egipto, prescribía el rito de la inmolación del cordero, un cordero por familia, según la ley
mosaica. En su pasión y muerte, Jesús se revela como el Cordero de Dios «inmolado» en la cruz para quitar los pecados del
mundo; fue muerto justamente en la hora en que se acostumbraba a inmolar los corderos en el Templo de Jerusalén. El
sentido de este sacrificio suyo, lo había anticipado Él mismo durante la Última Cena, poniéndose en el lugar —bajo las
especies del pan y el vino— de los elementos rituales de la cena de la Pascua. así, podemos decir que Jesús, realmente, ha
llevado a cumplimiento la tradición de la antigua Pascua y la ha transformado en su Pascua.
a partir de este nuevo sentido de la fiesta pascual, se comprende también la interpretación de san Pablo sobre los «ázimos».
El apóstol se refiere a una antigua costumbre judía, según la cual en la Pascua había que limpiar la casa hasta de las migajas
de pan fermentado. Eso formaba parte del recuerdo de lo que había pasado con los antepasados en el momento de su huida
de Egipto: teniendo que salir a toda prisa del país, llevaron consigo solamente panes sin levadura. Pero, al mismo tiempo,
«los ázimos» eran un símbolo de purificación: eliminar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. ahora, como explica san Pablo,
también esta antigua tradición adquiere un nuevo sentido, precisamente a partir del nuevo «éxodo» que es el paso de Jesús
de la muerte a la vida eterna. Y puesto que Cristo, como el verdadero Cordero, se ha sacrificado a sí mismo por nosotros,
también nosotros, sus discípulos —gracias a Él y por medio de Él— podemos y debemos ser «masa nueva», «ázimos»,
liberados de todo residuo del viejo fermento del pecado: ya no más malicia y perversidad en nuestro corazón.
«así, pues, celebremos la Pascua... con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad». Esta exhortación de san Pablo con que
termina la breve lectura que se ha proclamado hace poco, resuena aún más intensamente en el contexto del año Paulino.
Queridos hermanos y hermanas, acojamos la invitación del apóstol; abramos el corazón a Cristo muerto y resucitado para
que nos renueve, para que nos limpie del veneno del pecado y de la muerte y nos infunda la savia vital del Espíritu Santo: la
vida divina y eterna. En la secuencia pascual, como haciendo eco a las palabras del apóstol, hemos cantado: «Scimus
Christum surrexisse / a mortuis vere» —sabemos que estás resucitado, la muerte en ti no manda. Sí, éste es precisamente el
núcleo fundamental de nuestra profesión de fe; éste es hoy el grito de victoria que nos une a todos. Y si Jesús ha resucitado,
y por tanto está vivo, ¿quién podrá jamás separarnos de Él? ¿Quién podrá privarnos de su amor que ha vencido al odio y ha
derrotado la muerte? Que el anuncio de la Pascua se propague por el mundo con el jubiloso canto del aleluya . Cantémoslo
con la boca, cantémoslo sobre todo con el corazón y con la vida, con un estilo de vida «ázimo», simple, humilde, y fecundo de
buenas obras. «Surrexit Christus spes mea: / precedet vos in Galileam » — ¡Resucitó de veras mi esperanza! Venid a Galilea, el
Señor allí aguarda. El Resucitado nos precede y nos acompaña por las vías del mundo. Él es nuestra esperanza, Él es la
verdadera paz del mundo. Amén.
(Domingo de Pascua, 12 de abril de 2009)
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P. Jorge Loring S.I.
1.- Celebramos hoy la fiesta de la resurrección del Señor.
2.- Es una verdad tan clara en el Evangelio, que es DOGMA DE FE.
3.- Esta verdad de fe está confirmada científicamente por la SÁBANA SANTA DE TURÍN.
4.- Es el lienzo que cubrió el cadáver de Cristo en el sepulcro y donde ha quedado grabada su imagen.
5.- Se llama de Turín porque hoy está en Turín, pero conocemos su trayectoria histórica. De Jerusalén pasó a Edessa, hoy Urfa,
en Armenia. De Edessa pasó a Constantinopla. De aquí se la trajo a Francia Oto de la Roche, Jefe de la Cuarta Cruzada. En
Francia estuvo por distintos sitios hasta que fue llevada a Turín, Capital de Saboya, donde la instalaron los duques de Saboya
propietarios de la SÁBANA SANTA, que la recibieron de Margarita de Charny, descendiente de Oto de la Roche, que la había
heredado.
6.- La SÁBANA SANTA ha sido estudiada científicamente, y todas las investigaciones han confirmado su autenticidad. La única
excepción fue la de los analistas del Carbono-14 que afirmaron que el tejido era entre 1260 y 1390, es decir que no pudo
estar en la tumba de Cristo en el siglo primero, por lo tanto era falsa.
7.-Esto ha sido invalidado por varios Congresos Científicos Internacionales que han llegado a la conclusión de la
INACEPTABILIDAD de la prueba del Carbono-14 en la SÁBANA SANTA.
8.-La imagen no es pintura, pues mirada al microscopio, entre hilo e hilo no hay pintura.
9.- Los hilos están coloreados porque están quemados. La imagen está grabada a fuego por una radiación que salió del cuerpo
de Cristo al resucitar. No hay explicación más aclaratoria.
10.- Esto ha sido una investigación de los Doctores en Ciencias Físicas de la NASA americana Jackson y Jumper.
11.- Y esto ha sido confirmado por el Dr. Lindner, Profesor de Química Técnica en la Universidad alemana de Karlsruhe, y el
Dr. Rinodeau, Profesor de Medicina Nuclear en la Universidad francesa de Montpellier.
12.-Por lo tanto la SÁBANA SANTA es un documento científico que confirma un DOGMA DE FE: CRISTO RESUCITÓ.
13.- Con todo, la SÁBANA SANTA no es de fe. No entra en el contenido de la Revelación. Pero ayuda a la fe. Aunque nuestra fe
en Cristo resucitado se base en la Biblia y no en la SÁBANA SANTA.
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Ejemplos Predicables
Allí veremos
Cuenta una leyenda que una madre tenía un hijo sordomudo. El hijo murió sin poder pronunciar nunca el nombre de su
madre. la madre pasó largo años llevando trabajosamente su herida luminosa. ¡No oírse nunca llamar madre por aquellos
labios del hijo de sus entrañas! Esta era la mayor pena de su corazón.
llegó a vieja, murió. Su gran virtud la llevó derecha a las puertas del cielo. allí la recibe su hijo, se echa a su cuello, y con voz
sonora y llena de cariño le dice:
-
¡¡Madre mía!!
¡Qué alegría la de aquella madre, y qué alegría la nuestra, mis hermanos! allí veremos a esos seres queridos cuya pérdida
afectó tanto nuestro corazón. Con ellos viviremos felices con aquella felicidad de Dios que dura siempre.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 465)
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