RezaR con la SagRada eScRituRa ¿cuánto amamos la Biblia?

Colección Bíblica
Rezar con
la Sagrada escritura
¿Cuánto amamos la Biblia?
P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
Ediciones del Verbo Encarnado
San Rafael (Mendoza) Argentina – Año 2009
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para
argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de
Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena”
(2Tim 3, 16-17).
1. ¿Un libro prohibido para los fieles?
En los comienzos de la Evangelización de América, fray Juan
de Zumárraga, primer obispo de México (1528-1548), el primero
que vio la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe milagrosamente
estampada en la tilma del indiecito Juan Diego, deseaba que todos los
naturales pudiesen leer la Biblia en sus propias lenguas. “No apruebo
la opinión, decía, de los que dicen que los idiotas [las personas que
carecen de instrucción] no [deben leer] las divinas letras en la lengua
que el vulgo usa, porque Jesucristo lo que quiere es que sus secretos
muy largamente se divulguen. Y así desearía yo, por cierto, que cualquier mujercilla leyese el Evangelio y las Epístolas de san Pablo. Y aún
más digo, que pluguiese a Dios que estuviesen traducidas en todas las
lenguas del mundo, para que no solamente las leyesen los indios, sino
también otras naciones bárbaras [puedan] leer y conocer, porque no
3
Miguel Ángel Fuentes hay duda que el primer escalón para la cristiandad es conocerla en
alguna manera”1.
¡Quiere Jesús que sus secretos largamente se divulguen!
Al mismo tiempo que el gran obispo de México escribía estas
palabras, en España la Inquisición se sentía obligada a prohibir las
traducciones de la Biblia en lengua popular, no para impedir que los
fieles la leyesen, sino porque en aquel momento no veían otro modo
de preservarlos de las heréticas interpretaciones como, ante los ojos
de todos, se veía en el ejemplo de los países afectados por los reformadores protestantes. Podrá discutirse sobre el camino empleado
para tal fin, sobre su oportunidad o exageración (que luego, en los
resultados concretos, se demostró no carente de la debida cautela; de
hecho España resistió a la herejía de una manera que no lograron las
también católicas Francia e Italia).
Escribía don Marcelino Menéndez y Pelayo en su inmortal Historia de los heterodoxos españoles: “A nadie escandalice la sabia cautela de los inquisidores del siglo XVI. Puestas las Sagradas Escrituras
en romance [= las lenguas modernas derivadas del latín], sin nota ni
aclaración alguna, entregadas al capricho y a la interpretación individual de legos y de indoctos, de mujeres y niños, son como espada en
manos de un furioso, y sólo sirven para alimentar el ciego e irreflexivo
fanatismo, de que dieron tan amarga muestra los anabaptistas, los
puritanos y todo el enjambre de sectas bíblicas nacidas al calor de la
Reforma. ¿Cómo entregar sin comentarios al vulgo libros antiquísimos, en lengua y estilo semíticos o griegos, henchidos de frases, modismos y locuciones hebreas y preñados de altísimo sentido místico
y profético? ¿Cómo ha de distinguir el ignorante lo que es Historia
y lo que es ley, lo que es ley antigua y ley nueva, lo que se propone
para la imitación o para el escarmiento, lo que es símbolo o figura?
¿Cómo ha de penetrar los diversos sentidos del sagrado texto? ¿A
1
Almoina, J., Rumbos Heterodoxos en México, Trujillo (1947), 158-159. Tomo estos
datos de Vital Alonso, La Biblia en el Nuevo Mundo, Revista Bíblica, Año 50 (1988), 126. He
modificado las palabras que en el original figuran en español antiguo, y he introducido algunos
corchetes con explicaciones.
4
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qué demencias no ha arrastrado la irreflexiva lectura del Apocalipsis?
Para evitar, pues, que cundieran los videntes y profetas, y tornasen
los días del Evangelio eterno y aquellos otros en que los mineros de
Turingia deshacían con sus martillos las cabezas de los filisteos, vedó
sabiamente la Iglesia el uso de las Biblias en romances, reservándose
el concederlo en casos especiales”2.
La Iglesia ya había aplicado semejantes prohibiciones ante otros
peligros semejantes, como en tiempo de los valdenses lo había hecho
un concilio de Tolosa y reproducido Don Jaime el Conquistador en
1233. La finalidad defensiva era clara, como lo demuestra el hecho
de que pasado el peligro, la prohibición cayó en olvido, y hoy poseemos una Biblia catalana completa que parece traducida en el siglo
XV, y varios fragmentos, algunos muy considerables, de otras versiones diferentes. Y consta que en 1478 se imprimió en Valencia una
traducción catalana de las Sagradas Escrituras, en que intervinieron
Fr. Bonifacio Ferrer, hermano de San Vicente, y otros teólogos3. Y
además, sigue diciendo el gran escritor español, “en Castilla, donde
el peligro de herejía era menor, no hubo nunca tal prohibición, así
vemos que Don Alfonso el Sabio, en su Grande y general historia,
escrita a imitación de la Historia escolástica, de Pedro Coméstor,
intercaló buena parte de los sagrados Libros traducidos o extractados
en vulgar. Y en 1430, a ruegos y persuasión del maestre de Calatrava, D. Luis de Guzmán, hizo rabí Moseh Arragel una traducción
completa, notabilísima como lengua, que todavía yace inédita en la
biblioteca de los duques de Alba. Esto sin contar otras muchas versiones, anónimas y parciales, que se conservan en El Escorial y la que
hizo de los Evangelios y de las Epístolas de San Pablo el converso
Martín de Lucena, a quien decían el Macabeo, a ruegos del marqués
de Santillana”4.
2
Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Libro V, V (“El «Índice expurgatorio» internamente considerado”).
3
Ibídem.
4
Ibídem.
5
Miguel Ángel Fuentes Creo que es indudable que esta medida, “de fuerza mayor” si
se quiere, partía de un temor fundado que en algunos pasaba la raya
de la exageración. Así, por ejemplo, teólogos de la talla de Melchor
Cano temían que la Biblia leída por personas sencillas pudiese alimentar las herejías de los falsos místicos protestantizantes, los “alumbrados”, y en consecuencia insistía en negarles tal privilegio: “Por
más que las mujeres reclamen con insaciable apetito comer de este
fruto (leer la Sagrada Escritura), es necesario vedarlo y poner cuchillo
de fuego, para que el pueblo no llegue a él”5; y también: “la experiencia ha enseñado que la lección de semejantes libros, en especial
con libertad de leer la Sagrada Escritura, o toda o en gran parte de
ella y trasladarla en vulgar, ha hecho mucho daño a las mujeres y a
los idiotas [= gente sin instrucción]”6. No estaba de acuerdo santa Teresa de Jesús, que se quejaba escribiendo: “Que tampoco no hemos
de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor”, y
“tengo por cierto no le pesa que nos consolemos y deleitemos en sus
palabras y obras”7. En el Libro de la Vida escribe la Santa: “Cuando
se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí
mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no podía ya,
por dejarlos en latín; me dijo el Señor. No tengas pena, que Yo te
daré libro vivo”8. Los libros de romance a que se refiere la santa eran
no sólo obras de autores extranjeros de dudosa ortodoxia, sino también las de algunos espirituales españoles, como san Juan de Ávila,
san Francisco de Borja, Bernabé de Palma, Bartolomé de Carranza,
Luis de Granada; y también, como ya hemos indicado más arriba, la
misma Sagrada Escritura.
El texto de Zumárraga, ya citado, demuestra que tal postura no
era universal. Hay autores, como Menéndez y Pelayo, que minimizan
5
A. Caballero, Conquenses ilustres, II, Madrid (1871), 597, cit. por O. Steggink, Experiencia y realismo en Santa Teresa y San Juan de la Cruz, Madrid (1974), 169.
6
Cit. por M. Andrés, La Teología española en el siglo XVI, II, Madrid (1978), 573.
7
Santa Teresa de Jesús, Conceptos del Amor de Dios, n. 8.
8
Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, 25, 5, 5. Se trata del “Indice de libros prohibidos”, publicado por el inquisidor Fernando de Valdés en Valladolid el 17 de agosto de 1559.
6
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el perjuicio causado por la prohibición entre la gente sencilla9, lo que
no se condice con el “yo sentí mucho” de la santa avilense; pero quizá
ésta se refería más que nada a los autores espirituales y no tanto a las
Sagradas Escrituras.
De todos modos, “más adelante este rigor amansó, y aún en
España vino a quedar en vigor la regla cuarta del Índice tridentino,
que deja al buen juicio del obispo o del inquisidor, previo consejo del
párroco o confesor del interesado, conceder o no la lectura de la Biblia en lengua vulgar por licencia in scriptis”10.
Como ya hemos dicho, estas prohibiciones, de todos modos,
no tuvieron carácter universal. De hecho, no estuvieron de acuerdo
con el rigor de los eclesiásticos españoles, los obispos italianos y franceses del Concilio de Trento.
Al mismo tiempo, los misioneros en tierras gobernadas por la
corona española, traducían partes de la Biblia, en particular los Evangelios y las Epístolas, y algunos libros del Antiguo Testamento, como
el libro de Job y Tobías11. Así hicieron, en torno al 1530-1540, los
franciscanos fray Arnaldo de Bassac, (tradujo las epístolas y evangelios que se cantan en la Iglesia por todo el año), fray Bernardino de
Sahagún (escribió una postilla sobre las epístolas y Evangelios dominicales), fray Alonso de Molina (tradujo los evangelios de todo el
año), fray Juan de Romanones (tradujo fragmentos de la Sagrada
Escritura para ejercicio suyo y utilidad de los predicadores de indios),
fray Luis Rodríguez (tradujo el libro de los Proverbios). Todos éstos
lo hicieron del latín al náhuatl. Fray Maturino Gilberti, o.f.m., tradujo
9
“A decir verdad, la privación no era grande; porque ¿quién no sabía latín en el siglo
XVI? Pues todo el que lo supiese, aunque fuera un muchacho estudiante de gramática, estaba
autorizado para leer la Vulgata sin notas. Y el pueblo y las mujeres tenían a su disposición las
traducciones en verso de los libros poéticos, que jamás se prohibieron; ciertos comentarios y
paráfrasis y muchos libros de devoción, en que se les daba, primorosamente engastada, una
buena parte del divino texto. Fácil sería hacer una hermosa Biblia reuniendo y concordando
los lugares que traducen nuestros ascéticos” (Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos
españoles, Libro V, V).
10
Ibídem.
11
Para los datos que siguen cf. Vital Alonso, La Biblia en el Nuevo Mundo, op. cit.,
126-131.
7
Miguel Ángel Fuentes parcialmente la Biblia al tarasco. Y
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téngase en cuenta que la Inquisición comenzó a funcionar en América desde el 5 de junio de 1538.
Precisamente, en 1572 el Santo Oficio de México hace una consulta
a Fr. Alonso de Molina acerca de la versión de la Biblia a la lengua del
pueblo12. A lo cual respondía el teólogo que se prohibiera a los indios
el tener textos de la Sagrada Escritura sin exposición, pero no sin ella
(con notas interpretativas), y que “deben gozar de ella como los otros
cristianos”13. Y del mismo tenor es la respuesta de fray Domingo de la
Anunciación, O.P.14 Los misioneros, pues, afirmaron con toda fuerza
y claridad el lugar central que la Biblia ocupó (y ocupa) en la obra
evangelizadora de la Iglesia.
De ahí que sea una gran injusticia la acusación del protestantismo que no se cansa de afirmar que la Iglesia prohibió la lectura de la
Biblia a sus fieles, confundiendo una disposición temporal, determinada por serias razones teológicas y por el bien mismo de sus fieles.
Como se expresa Menéndez y Pelayo: “¿A qué se reducen, pues, las
declamaciones de los protestantes? Lejos de estar privados los españoles del siglo XVI del manjar de las Sagradas Escrituras, penetraba
en todas las almas así el espíritu como la letra de ellas y nuestros
doctores no se hartaban de encarecer y recomendar su estudio, como
puede verse en los muchos pasajes recopilados por Villanueva”15.
12
Libros y libreros en el siglo XVL Publicaciones del Archivo de la Nación, México 1914.
Citado por Zulaica, R., Los Franciscanos y la Imprenta en México en el siglo XVI, México
(1939), 93-94.
13
“Será en detrimento de los naturales, el quitar a los ministros del Evangelio, cualquier
cosa de las Escripturas arriba dichas traduzidas en la dicha lengua, atento a que la dicha lengua
es muy dificultosa y difícil de aprender, y que con mucho trabajo se han traduzido en ella y
declarado lo mejor que se pueda declarar en su lengua, conforme al verdadero frasis, y manera
de hablar de los dichos naturales (...) Cuanto a lo cuarto que se pregunta, digo: que se prohiba
y vede que los indios no tengan cosa de Sagrada Escriptura sin exposición, empero con ella
me parece que deben gozar de ella como los otros xpianos” (citado en: Zulaica, R., op. cit.,
94-95).
14
“Respondemos: que hablando en rigor, precisamente el libro que no se puede excusar
para poderles predicar y enseñar es el de las Epístolas y Evangelios, que anda de mano, y aun
éste, sería necesario corregirlo y ponerlo en más perfección de lo que comúnmente anda”
(Libros y libreros, op. cit., 83-84).
15
Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Libro V, V.
8
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2. La Biblia pilar de la vida cristiana
Uno de los pilares del trabajo espiritual que tiene que hacer
todo cristiano de modo diario y permanente es el contacto con la
Sagrada Escritura, pues la Palabra de Dios hace con cada individuo
lo que hace con toda la Iglesia: 1º lo hace nacer y vivir, 2º lo sostiene
a lo largo de su historia, y 3º lo penetra y anima, con la potencia del
Espíritu Santo16.
Como dice San Pablo a Timoteo, las “Sagradas Letras” pueden
darnos “la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo
Jesús” (2Tim 3, 15).
Tenemos necesidad de dedicarnos a la Sagrada Escritura.
Por este motivo, los Padres de la Iglesia fueron, como teólogos,
principalmente “comentadores de la Biblia”. De muchos de ellos nos
han llegado comentarios de muchos (y en algunos casos de casi todos)
los libros de la Biblia. Y eso que ellos contaban con elementos muy
rudimentarios para leerla, analizarla y estudiarla. Pero le dedicaban
sus vidas.
El ejemplo más preclaro es San Jerónimo, quien subrayaba la
alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos: “¿No
te parece que, ya aquí, en la tierra, estamos en el reino de los cielos
cuando vivimos entre estos textos, cuando meditamos en ellos, cuando no conocemos ni buscamos nada más?” (Ep. 53, 10). Es suya la
frase: “ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”. Pero la ignora no
sólo quien no la lee sino quien la lee sin estudiarla o sin tratar de
entenderla.
Verdaderamente “enamorado” de la Palabra de Dios, se preguntaba: “¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a
través de las cuales se aprende a conocer a Cristo mismo, que es la
vida de los creyentes?” (Ep. 30, 7). Así, la Biblia, instrumento “con
el que cada día Dios habla a los fieles” (Ep. 133, 13), se convierte en
16
Instrumentum laboris para el Sínodo de la Palabra (2008), cap. 4.
9
Miguel Ángel Fuentes estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y
para todas las personas.
Leer la Escritura es conversar con Dios: “Si oras —escribe a
una joven noble de Roma— hablas con el Esposo; si lees, es él quien
te habla” (Ep. 22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen
sabio y sereno al hombre (cf. In Eph., prólogo). Ciertamente, para
penetrar de una manera cada vez más profunda en la palabra de Dios
hace falta una aplicación constante y progresiva. Esto significa que
debemos estudiar y comentar la Escritura a los fieles; más que otros
temas.
A la matrona romana Leta le daba estos consejos para la educación cristiana de su hija: “Asegúrate de que estudie todos los días
algún pasaje de la Escritura. (...) Que acompañe la oración con la
lectura, y la lectura con la oración. (...) Que ame los Libros divinos
en vez de las joyas y los vestidos de seda” (Ep. 107, 9.12). Con la
meditación y la ciencia de las Escrituras se “mantiene el equilibrio del
alma” (Ad Eph., prólogo). Sólo un profundo espíritu de oración y la
ayuda del Espíritu Santo pueden introducirnos en la comprensión de
la Biblia: “Al interpretar la sagrada Escritura siempre necesitamos la
ayuda del Espíritu Santo” (In Mich. 1, 1, 10, 15).
Así pues, san Jerónimo, durante toda su vida, se caracterizó
por un amor apasionado a las Escrituras, un amor que siempre trató
de suscitar en los fieles. A una de sus hijas espirituales le recomendaba: “Ama la sagrada Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias. Que sea para
ti como tus collares y tus pendientes” (Ep. 130, 20).
La tradición se continuó con la misma fuerza entre los teólogos
medievales: “el teólogo medieval, decía Vosté, siempre se dedicaba
a la Biblia, pensaba la Biblia, predicaba la Biblia”17. Hablando sobre
Santo Tomás, el P. Congar tiene este elocuente elogio: “Santo Tomás
17
Vosté, J.M., Sanctus Thomas Aquinae Epistularum S.Pauli interpres, Angelicum 19
(1924), p. 260.
10
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jamás enseñó la Suma, pero consagró la primera hora del día, aquella
en que la atención está aún fresca, la ‘hora de Prima’, a comentar el
Texto sagrado. Así, en el mismo tiempo en que las cuestiones dialécticas se desarrollaban por sí mismas, la Escolástica encontraba un
equilibrio en el contacto directo con la Palabra de Dios, no solamente
para evocar algunos textos como argumentos, sino para hacer un
comentario sistemático y continuo”18.
Debemos, pues, examinar con toda sinceridad cómo es nuestra
relación con la Sagrada Escritura: nuestro amor y nuestro trato cotidiano. ¿Cuántas veces hemos leído la Biblia completa? ¿O los Evangelios, por lo menos? ¡Cuántas cabezas quizá se bajen con vergüenza
ante esta pregunta!
Siendo la Sagrada Escritura, Palabra viva y eficaz de Dios, el
trato familiar y profundo con la misma es eficazmente reparador y
santificante. Si no nos dice nada, es por nuestra superficialidad. Debemos tener con la Biblia un trato más profundo del que solemos:
debemos no sólo leerla sino estudiarla; si es posible, leer comentarios
sobre ella (siempre que nos conste que son buenos y concordes con la
sana doctrina católica); quienes tengan más luces, deberían animarse
a enfrentar los libros especializados que nos introducen en ese mundo
misterioso, especialmente bajo la guía segura del magisterio y de los
grandes padres y teólogos, con mucho tiento para no caer desbarrancados en la crítica racionalista.
Y en particular, los sacerdotes deberían tomar consciencia que
son “explicadores de la Sagrada Escritura”; comentadores, aunque
más no sea para su provecho personal y el de sus feligreses.
Este contacto se puede realizar de diversas maneras: por la
lectura espiritual, por el estudio, por la meditación y por la lectio
divina.
��
Congar, Yves, La foi et la théologie, 1962, pp. 242-243.
11
Miguel Ángel Fuentes 3. La lectura espiritual de la Sagrada Escritura
La ‘lectura espiritual’ es la lectura de libros místicos y tratados
espirituales, en los que buscamos no sólo el conocimiento de las cosas
espirituales sino principalmente el gusto y el afecto de las mismas.
La lectura espiritual tiene cuatro fines principales: alimentar el
alma, elevar el corazón a Dios, ayudar de modo preparatorio a la oración y fomentar el recogimiento interior. Evidentemente no cualquier
libro sirve de lectura “espiritual”, pues no todos los escritos producen
tales frutos. La Sagrada Escritura es, en tal sentido, el libro básico de
la ‘lectura espiritual’, aunque no sea el único (pueden alcanzarse esos
frutos con los escritos espirituales de los Padres, y de los ‘maestros
espirituales’ de la época medieval y moderna).
“La Iglesia, dice el Catecismo, recomienda insistentemente a
todos los fieles... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran
«la ciencia suprema de Jesucristo» (Flp 3,8), «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» dice San Jerónimo”19.
La lectura espiritual nos ayuda a adquirir conocimientos espirituales, es la base de nuestras convicciones de fe y el estímulo para
una entrega generosa a Dios.
Una lectura corrida de la Sagrada Escritura, sea de toda la Biblia o de algún libro en particular, se encuadraría en esta categoría.
Es muy importante, por cierto.
Muchos católicos no leen la Biblia porque la consideran una lectura demasiado “larga” o “empeñosa”. Y lo es; pero no tanto como
parece. Téngase en cuenta que si cada día leyéramos cuatro capítulos
de la Biblia, terminaríamos de leerla completamente en menos de un
año (más precisamente en once meses).
19
12
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 133.
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A quien quisiera leer la Biblia de corrido, especialmente si es la
primera vez que lo hace, le recomendaríamos un orden particular: se
debe comenzar por el Nuevo Testamento (pues éste ilumina al Antiguo), ante todo por los Evangelios, luego los Hechos de los Apóstoles
y las Epístolas de San Pablo y de los otros apóstoles; finalmente el
Apocalipsis. Recién después de haber leído el Nuevo Testamento,
conviene embarcarse en la lectura del Antiguo, la cual puede hacerse
en el mismo orden en que están publicados los libros en nuestras
Biblias.
Es siempre muy recomendable leer las introducciones que nos
sitúan en el contexto histórico y en la mente del autor inspirado; lamentablemente muchas versiones tienen introducciones contagiadas
de ideas racionalistas20.
4. El estudio de la Sagrada Escritura
Discutiendo con los fariseos, Jesús les echa en cara su poco
entendimiento de la Biblia; no les critica su falta de lectura, sino su
leer sin entender: “¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió
hambre él y los que le acompañaban...? ¿Tampoco habéis leído en la
Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan
el sábado sin incurrir en culpa? ... Si hubieseis comprendido lo que
significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio...” (Mt 12,
3-7).
Si no estudiamos, también nosotros leeremos sin entender.
El estudio se orienta particularmente a la inteligencia de la persona. Un estudio más científico es el interesado principalmente en las
cuestiones técnicas, gramaticales, históricas, geográficas, literarias,
etc., de la Biblia. Es muy útil e importante. Tal vez no todos están
llamados a esta tarea; el sacerdote, al menos, debería hacer el intento
20
La mejor versión en Argentina es la Biblia de Mons. Straubinger. También son buenas
la Biblia de Jerusalén (no tanto sus notas e introducciones en las últimas ediciones), la de NacarColunga, la de Nieto y otras. No recomiendo la Biblia Latinoamericana.
13
Miguel Ángel Fuentes de tener un conocimiento científico de la Sagrada Escritura. Y los
fieles, no harían mal, por lo menos en desearlo, como leemos en las
hermosas palabras de Santa Teresita del Niño Jesús: “¿No resulta
triste ver, en la misma Sagrada Escritura, tantas diferencias de traducción? Si yo hubiese sido sacerdote, habría aprendido el hebreo y el
griego, y no me habría contentado con el latín, y así habría podido
conocer el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo”21.
La Sagrada Escritura debe ser estudiada (y leída, se entiende)
dentro de la Iglesia. Es decir, en la gran tradición de la Iglesia y bajo
la guía auténtica y segura del magisterio de la Iglesia. ¡He aquí la gran
deuda de la teología contemporánea que ha protestantizado la lectura
y el estudio de la Biblia, sumergiendo en el caos y en los extravíos más
serios al mundo católico!
No obraron así los santos. Por ejemplo, la gran Santa Teresa
de Jesús no desea más que interpretar el Cantar de los Cantares “no
saliendo de lo que tiene la Iglesia y los santos”22. Y por este motivo
busca a los “grandes letrados”, porque “Dios los [sos]tiene para luz
de su Iglesia”23. Y desea ardientemente “siempre procurar ir conforme a lo que [sos]tiene la Iglesia, preguntando a unos y otros... que
no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar –aunque viese
abiertos los cielos– un punto de lo que [sos]tiene la Iglesia”24. Esta
intuición teresiana nos recuerda que el Magisterio tiene “la misión de
garantizar la auténtica interpretación, y de indicar, cuando sea necesario, que tal o cual interpretación particular es incompatible con el
evangelio auténtico”25.
San Juan de Ávila, comentando aquel versículo del Salmo Audi
filia que dice “inclina tu oído” (Et inclina aurem tuam) lo aplica princiSanta Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones, 4.8.5
Santa Teresa de Jesús, Conceptos de amor de Dios, 1, 8.
23
Santa Teresa de Jesús, Moradas, 5, 1, 6.
24
Santa Teresa de Jesús, Vida, 25, 12.
25
Pontificia Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, III B, 3. Cf. también Dei Verbum 10: “la función de interpretar auténticamente la palabra de Dios, transmitida
por la Escritura o por la Tradición, sólo ha sido confiada al magisterio vivo de la Iglesia, cuya
autoridad se ejerce en nombre de Jesucristo”.
21
22
14
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
palmente de la Sagrada Escritura contraponiendo el “inclinar el oído”
al “arrimar la vista”. Esto último ocurre, según el santo, cuando el corazón quiere entender los misterios del libro sagrado con sus propias
luces; quiere, precisamente, “ver”, que todo sea luz para él, y no se
resigna a tener que caminar en la penumbra del misterio. Pero en estos caminos, el que quiere caminar por sus propias luces, se condena
a la ceguera: “...muchos... porque se arrimaron más a la vista que a
inclinar la oreja, tornóseles la luz en ceguedad y tropezaron en luz de
mediodía como si fuera tinieblas”. No anatematiza el santo el sano
intento de penetrar la Palabra divina; todo lo contrario, como lo demuestran sus propios y eximios comentarios; pero fustiga la pretensión de que en este terreno el oído, es decir, la docilidad del corazón
a la guía segura del Magisterio y de la Tradición, no sea el principal
y determinante referente: “Y habéis de mirar que la exposición de
esta Escritura no ha de ser por seso o ingenio de cada cual, que de
esta manera qué cosa habría más incierta que ella, pues comúnmente
suele haber tantos sentidos cuantas cabezas [es decir, cada intérprete
le haya un sentido diverso], mas ha de ser por la determinación de
la Iglesia católica, a interpretación de los santos de ella, en los cuales
habló el mismo Espíritu Santo, declarando la Escritura que habló en
los mismos que la escribieron. Porque de otra manera, ¿cómo se puede bien declarar con espíritu humano lo que habló el Espíritu divino?
Pues que cada Escritura [es decir, cada pasaje de la Sagrada Escritura]
se ha de leer y declarar con el mismo espíritu con que fue hecha26.
Y aunque a toda la Escritura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja
con muy gran reverencia, mas inclinadla con muy mayor y particular
devoción y humildad a las benditas palabras del Verbo de Dios hecho
carne, abriendo vuestras orejas del cuerpo y del ánima a cualquier
palabra de este Señor, particularmente dado a nosotros por maestro,
por voz del eterno Padre que dijo: Este es mi amado Hijo en el cual
me he aplacido, a él oíd. Sed estudiosa de leer y oír con atención y
deseo de aprovechar estas palabras de Jesucristo. Y sin duda hallaréis
26
El Catecismo dice sobre este mismo tema: “Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación, no menos importante que el precedente, y
sin el cual la Escritura sería letra muerta: ‘La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo
Espíritu con que fue escrita’” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 111)
15
Miguel Ángel Fuentes en ellas una excelente eficacia que obre en vuestra ánima, la cual no
la hallaréis en todas las otras que desde el principio del mundo Dios
ha hablado ni ha de hablar hasta el fin de él”27. Y añade poco más
adelante: “Y contra esta Iglesia no os mueva revelación ni sentimiento de espíritu, ni otra cosa mayor o menor, aunque viniese ángel del
cielo a lo decir, porque como dice San Pablo, esta Iglesia es columna
y firmamento de la verdad, y mora en ella el Espíritu Santo, que ni
engaña ni puede ser engañado”28.
5. La meditación de la Sagrada Escritura
Meditación de la Sagrada Escritura es lo que también podemos
llamar “estudio sapiencial”. Lo entiendo como una lectura o estudio
sencillo de la Sagrada Escritura, que puede consistir, quizá, en leer
tratando de entender cada expresión, de sacarle todo el fruto que se
pueda, todas las aplicaciones personales a la propia vida. A veces
puede uno servirse de los comentarios de otros autores, especialmente de los Santos Padres y de otros teólogos reconocidos por la
Iglesia.
Se entiende que la meditación apunta a una comprensión espiritual de la Sagrada Escritura. La distingo de la “lectio divina” en
27
San Juan de Ávila, Audi filia, al verso Et inclina aurem tuam. Las notas entre corchetes
son explicaciones nuestras.
28
El Catecismo enseña al respecto (nn. 84-87): “El depósito sagrado de la fe (depositum
fidei), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura, fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. Fiel a dicho depósito, todo el pueblo santo, unido a sus pastores,
persevera constantemente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del
pan y en las oraciones, de modo que se cree una particular concordia entre pastores y fieles en
conservar, practicar y profesar la fe recibida. El oficio de interpretar auténticamente la palabra
de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo
ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro,
el obispo de Roma. El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio,
para enseñar solamente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu
Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único
depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído. Los fieles,
recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: ‘El que a vosotros escucha a mí me escucha’
(Lc 10,16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas”.
16
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
cuanto esta no se detiene tanto en las palabras o versículos particulares sino que se apoya más en textos más o menos largos y además se
hace siempre en un ambiente de oración, mientras que la meditación
pienso que puede hacerse “a caballo” entre la oración y el estudio
bíblico.
La meditación tiene como fin “nuevas luces y sentidos ocultos
y misteriosos”, en el decir de Teresa del Niño Jesús: “Lo que me
sustenta durante la oración, por encima de todo es el Evangelio. En
él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de
continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos”29. Y añade:
“Jesús me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o
hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las
que hasta entones no me había fijado”. Y en carta al P. Roulland llega
a escribir: “A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que
la perfección se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas y circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy
pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el
corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo
me parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la
propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios”30.
La meditación de la Biblia puede hacerse de muchas maneras,
pues hay métodos de meditación diversos según sean sus autores
(san Ignacio, san Juan de Ávila, santa Teresa, etc.). También puede
uno servirse, para meditar los textos sagrados, de la búsqueda de los
“sentidos bíblicos” cuya tradición se remonta al siglo IV, y que fue
sintetizado, al parecer, por Agustín de Dacia (hacia el 1286), en aquel
díptico:
Littera gesta docet, qui credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia.
29
30
Santa Teresa del Niño Jesús, Historia de un alma, ms. A 83v.
Santa Teresa del Niño Jesús, Cartas, n. 226.
17
Miguel Ángel Fuentes La letra enseña los hechos, lo que debes creer, la alegoría,
el sentido moral lo que debes hacer, y dónde tender la anagogía.
Propiamente hablando se trata solamente de dos sentidos: el
literal y el espiritual; pero este último se divide en tres, dando así
cuatro sentidos.
El sentido histórico o literal es el sentido estricto y objetivo de
las palabras: lo que las palabras dan a entender de forma literal. Es
el fundamento de toda interpretación, y los demás sentidos podrán
considerarse válidos en la medida que se apoyen sobre éste y no lo
contradigan, de otro modo, caeríamos en el alegorismo arbitrario31.
Pero la Sagrada Escritura, por tener como autor al mismo Dios,
quien no sólo se sirve de palabras, como los poetas, sino también
puede acomodar hechos y acontecimientos para manifestar sus misterios, tiene también un sentido más profundo, que es llamado, por
eso, espiritual. Este es triple:
El primero se denomina sentido alegórico, y es aquel por el
cual las realidades del Antiguo Testamento son figura del Nuevo; es
el sentido de la historia de Israel, por el que todo el pueblo de Israel
fue profético y figurativo de lo que sería la vida de Cristo. Dice el Catecismo: “El Nuevo Testamento tiene que leerse a la luz del Antiguo
[Testamento]. La catequesis de los primeros cristianos empleaba en
forma permanente el Antiguo Testamento. Como expresaba un antiguo dicho, el Nuevo Testamento yace oculto en el Antiguo Testamento y este se revela en el Nuevo”32. Así, por ejemplo, el paso del mar
Rojo significa la victoria de Cristo y el bautismo; el cordero pascual,
el sacrificio de la cruz, etc.
31
32
18
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 116.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 129.
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
Tenemos, luego, el sentido anagógico, por el cual las realidades
del Nuevo Testamento son figura de las realidades futuras; así, por
ejemplo, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste.
Y, finalmente, el sentido moral o tropológico, por el cual los
hechos de Cristo son modelo y figura de lo que debemos obrar nosotros los cristianos, como lo expresa ya san Pablo: “Todo esto les
acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado
a la plenitud de los tiempos” (1Co 10, 11).
La búsqueda de estos sentidos en la oración, pueden hacer de
ella una meditación fructífera que nos podría llevar a experiencias
semejantes a la del beato Manuel González desde su destierro en
Gibraltar: “Me ocurre con la contemplación del Evangelio algo de lo
que me ocurre con la contemplación del mar. El mar y el Evangelio
contemplados en conjunto me abruman, con su grandeza me dejan
en suspenso el pensamiento y como paralizados los sentidos. El mar
a los poetas hace decir muchas cosas; a mí me hace enmudecer...
¡Cuántas tardes y cuántas mañanas de estos mis días de destierro
de la patria siento ese aplanamiento ante esta inmensidad de agua
azul o brumosa del estrecho de Gibraltar! Pero lo que me oculta la
masa me lo sugiere el pormenor... La figura caprichosa que forma
una roca besada o lamida por la ola que va y viene, el juguete de las
aguas con la lanchita pescadora que sube y baja como un gigantesco
columpio, los matices y cambiantes de brillos y colores que ponen en
la superficie del agua las nubes del cielo, los peñascos que oculta, y
las distintas direcciones de los vientos; ¡cómo entretienen y hablan y
sugieren comparaciones éstos y otros innumerables pormenores del
mar! Algo de eso, decía, me ocurre con el Mar de luz, de santidad y
de belleza que se llama Evangelio; el conjunto me cierra los labios, me
achica y casi anonada; el pormenor me eleva y dispone a contemplar
sin mareo y sin perplejidad los tesoros y maravilla que encierra”33.
33
Beato Manuel González, Partículas del Evangelio.
19
Miguel Ángel Fuentes 6. La “lectio divina”
La lectio divina o lectio sacra aparece mucho en la literatura
patrística de los siglos IV y V34. San Jerónimo dice, por ejemplo:
“que el alma se alimente cotidianamente en la divina lectura” (mens
quotidie divina lec­tione pascatur); y San Ambrosio, hablando de un
cristiano dice que “está dirigido al alimento de la divina lectura” (divinae pabulo lec­tionis intentus). Alcuino, decía: “como la luz alegra los
ojos, así la lectura [sagrada] el corazón” (Sicut lux laetificat oculos, ita
lectio corda).
Los monjes la convirtieron en una fuente principal de oración.
El término lectio no puede reducirse a su traducción literal de
“lectura”, aunque nos vemos obligado a usar esta expresión; en realidad le queda chica. Tampoco corresponde a “estudio”, si se entiende
éste como actividad científica o cultural, de la que ya hemos hablado
antes. Podría cuadrarle mejor el de “meditación” siempre y cuando
no se lo confunda con la meditación sistemática tal como se practica
especialmente a partir de San Ignacio de Loyola, o como la hemos
referido en el punto anterior. En mucho se aproxima a la contemplación adquirida que describen los autores espirituales.
En cuanto a la expresión divina, indica dos cosas: que tiene por
objeto la Palabra de Dios, y que es una lectura hecha en la intimidad
del diálogo entre el hombre y Dios.
Teniendo en cuenta estas cosas, Louis Bouyer la definió como
“una lec­tura personal de la palabra de Dios, mediante la cual nos
esforzamos por asimilar su substancia; una lectura que se hace en la
fe, en espíritu de oración, creyendo en la presencia actual de Dios
que nos habla en el texto sagrado, mientras nos esforzamos por estar
nosotros mismos presen­tes, en espíritu de obediencia y de completa
entrega tanto a las promesas como a las exigen­cias divinas”35.
34
Cf. H. De Lubac, Exégése médiévale. Les quatre sens de l'Écriture, París (1959), I,
82-84.
35
L. Bouyer, Parola, Chiesa e Sacramenti nel Protestantesimo e nel Cattolice­simo, Brescia (1962), 17.
20
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
La convicción fundamental de fe que guía este modo de acercarse a la Sagrada Escritura es la expresada, entre otros, por Adalgero: “cuando oramos, nosotros hablamos con Dios; cuando leemos
(lectio) Dios habla con nosotros”36. También San Jerónimo decía:
“oras, hablas con el Esposo; lees, Él te habla a ti”37. Esto implica:
a) Que se tiene un sentido vivísimo de la trascendencia de la
Palabra divina: es “carta venida del cielo”, ante la cual todo lenguaje
humano empalidece. Se la cali­fica como divina pagina, sacra pagina,
perennis pagina, etc. Se dice que nos permite “beber en la fuente del
conocimiento de Dios”; que es un “beso de eterni­dad”, que preludia
la contemplación del cielo.
b) La convicción de que la Biblia es un libro actualmente vivo
y operante. Bajo las fórmulas, está la presencia misteriosa de Dios
que me interpela. Escu­chando sus palabras “es como si viese su
propia boca”38. Por tanto, Dios inspira siempre al que la lee con
fe. La palabra “es fecundada milagrosamente por el Espíritu”, que
continúa animándola con su soplo y asegura su juventud perenne.
No sólo transmite un mensaje, una doctrina, sino que además es
una presencia, es alguien (de aquí que la consideremos un modo de
contemplación). Es el acto con que Dios me busca, se revela a mí y
exige que me comprometa con Él. De ahí que se diga que la lectura
de la Sagrada Escritura tiene una eficacia salvífica: en ella “se bebe
la salvación”39.
Más aún, las palabras de Dios se hacen palabras nuestras. Por
eso en la Historia de un alma, Santa Teresita transcribe palabras que
dice Jesús en el Evangelio de San Juan pero aplicándoselas ella mis36
“Cum oramus, ipsi cum Deo loquimur; cum vero legimus, Deus nobiscum loquitur”
(Adalgero, Admon. ad Nonsuindam reclus., c. 13: PL 134,931C).
37
“Oras, loqueris ad Sponsum: legis, ille tibi loquitur” (San Jerónimo, Epist. 22,25: PL
22,471)
38
San Gregorio Magno, Moral. xvl, 25,43: PL 75,1142.
39
Regula Ferioli o Ferrioli Uzeticensis 22, en Holstenius, Codex Regularum I, ed. anastá­
tica, Graz (1957), 156.
21
Miguel Ángel Fuentes ma; son aquellas: “Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste
estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me
has amado a mí”. Y añade: “Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera
repetir contigo antes de volar a tus brazos”. Pero inmediatamente
se pregunta si no está exagerando al dirigir al Padre con sus propios
labios, lo que fue dicho en realidad por Jesucristo, y reflexiona con
estas valiosas palabras: “¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya
mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como
el padre del hijo pródigo cuando hablaba con su hijo mayor, tú me
dijiste: ‘Todo lo mío es tuyo’. Por tanto, tus palabras son mías, y yo
puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas
a mí las gracias del Padre celestial”40. ¡Tus palabras son mías! Esa es
la mejor explicación de este valor actual y operante que debe tener
para nosotros la Palabra de Dios.
c) Que hay una visión unitaria: toda la Biblia converge en Cristo: “Toda la Escritura divina es un solo libro, y este único libro es
Cristo”, dice Hugo de San Víctor41. Por eso, leer la Escritura es ir
en busca de Cristo. En este sentido para Orígenes, san Ambrosio o
san Bernardo la exégesis (por ejemplo, del Cantar de los Cantares)
no es una técnica, sino una mística. Es hallar a Jesús: “Apenas has
empezado a recorrer el códice y ya has encontrado a quien amas”,
decía el ermitaño Guillaume Firmat.
Cómo se realiza. Los pasos característicos de una lectio divina
fructuosa son:
a) Ante todo, es necesario preparar la “lectura” por medio de
la ascesis. Como en la parábola del sembrador, la semilla no dará su
fruto si no cae en terreno fértil. Por eso, para que esta lectura dé
fruto debe ser preparada por medio de un trabajo que desemboque
40
Santa Teresa del Niño Jesús, Historia de un alma, Ms C 34v; cf. Ms A 55v; Cta.
41
Hugo de San Víctor, De arca Noe mor., II, 8: PL 176,642.
258.
22
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
en la “pureza del corazón” (puritas cordis); esto es, en la ausencia de
todo afecto hacia las cria­turas que distraiga del amor de Dios y del
sen­tido de su presencia. Es libertad total en orden a una dedicación
total a Dios. Sólo a quien la ha alcanzado, Dios se revela plenamente. Decía San Bernardo: “La Verdad no se muestra a los impuros”42.
La pureza vuelve tersa y transpa­rente la mirada contemplativa. Por
tanto, hay que leer la Sagrada Escritura con ánimo de convertirse y
hay que querer convertirse para poder entender la Sagrada Escritura.
b) Además, puesto que el objetivo es un conocimiento vital, es
nece­sario que la lectura se sitúe en un clima de oración. “Hay que
orar para entender” (la Escritura), dice san Agustín43. La oración a
su vez exige un sosegado esfuerzo de recogimiento: no es posible
ponerse “en religiosa escucha” si no es en un clima de silencio y de
calma interior, que haga confluir en la escucha todas las energías del
ser.
c) Finalmente se trata de una lectura dialogal. Dios ahora me
habla; por tanto, yo debo escucharlo. Dios me sitúa como interlocutor suyo; me dirige la palabra y yo puedo responderle. Este diálogo se
articula en cuatro momentos fundamentales:
1º Lectio: es el primer paso, por el cual se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la
escucha de alguien. Es “escuchar la voz de Dios hoy”. Se trata de leer
un pasaje de la Sagrada Escritura, que debe ser ni demasiado largo ni
excesivamente corto. Es necesario que el texto elegido tenga cierta
unidad y que haya en él un concepto clave que unifique los demás
elementos. Para esto puede servir mucho seguir los textos que ofrece
42
“Impuris se Veritas non ostendit, non se credit Sapientia” (Bernardo, In Cant. serm.
62,8).
43
San Agustín, Doct. Christ. III, 37,56: PL 34,89.
23
Miguel Ángel Fuentes la liturgia de la Misa de cada día que están seleccionados ya con ese
criterio.
2º Meditatio: se puede aplicar a este paso las palabras de Dios
al profeta Ezequiel: “Alimenta tu vientre y llena tu estómago con este
volumen que yo te doy” (Ez 3,3). Los medievales usaban el término
pintoresco de “rumiar” (en latín rumigare) que es la acción de algunos
animales que mastican por segunda vez, volviéndolo a la boca, el
alimento que ya estuvo en el depósito que a este efecto tienen tales
bestias. Aplicado al libro sagrado indica una especie de “replegarse”
amorosamente sobre los textos, en un clima de calma contemplativa,
que desemboca en una asimilación vital: la palabra entonces llega a
formar parte de nosotros mismos, mode­lando pensamientos, sentimientos, vida.
3º Oratio: es la plegaria que brota del corazón al toque de la
divina palabra. Se trata de rezar con las ideas que hemos encontrado
en el texto bíblico, ya sea que ellas mismas nos sirvan de oración en
su formulación literal (como sucede, por ejemplo, con los Salmos) o
bien convirtiendo nosotros esos pasajes en oración.
4º Contemplatio: contemplar es un acto más simple que la oración, pero muy rico; a él pertenecen sentimientos como el estupor, la
admiración, el reconoci­miento, la adoración, la confesión de las grandeza de Dios, la alabanza. Se realiza cuando de la oración se pasa a
una especie de himno de admiración, en el que el alma expresa en
términos de ala­banza la dulzura de lo que ha contemplado. Entre los
antiguos esa última etapa de la lectio expresa una experiencia religiosa que se parece mucho al éxtasis; una fruición que parece antici­par
el gozo celeste. Así Santa Teresita tomaba la Biblia, “pidiendo a Dios
que me consolase, que Él mismo me respondiera”44.
Algunos elementos prácticos que se han de tener en cuenta
para practicar provechosamente la lectio.
44
24
Santa Teresita del Niño Jesús, Últimas conversaciones, 21/26.5.11
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
Ante todo, se puede hacer a cualquier hora del día y en cualquier lugar. Para el orante lo que importa no es lo que le rodea, sino
lo que rumia en su interior. Y en su espíritu puede estar rumiando la
Palabra de Dios en un grupo de oración, en un reclinatorio ante el
sagrario, mientras se viaja o camina por la calle. Pero evidentemente
hay ambientes que favorecen una oración más fructuosa.
El primero es el silencio externo (silencio de personas y ruidos)
e interno (del alma, de nuestra imaginación y emociones). Y este
silencio se da privilegiadamente en la soledad. Éste sería, pues, la
situación ideal. Puede ser la soledad de la propia habitación, la del
apartado oratorio o la de la iglesia.
Aunque también entra entre los elementos accidentales algunos
autores recuerdan la importancia (especialmente si se hace en un lugar que no sea un oratorio o templo) de tener ante sí alguna imagen
de Cristo y de la María Virgen; incluso un cirio encendido que nos recuerde a Cristo luz viva y resucitada que nos habla en las Escrituras.
En la medida de lo posible, ayuda mucho una buena versión
de la Biblia, con buenas y serias introducciones y notas, que puede
ayudar a una mejor comprensión del texto sagrado45.
En cuanto al mejor tiempo del día para la “lectio”, puede variar
para cada persona, pero siempre ayuda más el hacerlo al inicio del
día o al final de la tarde.
En cuanto a la frecuencia, el ideal es la “lectio divina” diaria,
pero cada persona debe juzgar cuáles son sus posibilidades. Quizá
muchos no puedan hacerlo más que una vez por semana o varias. Lo
que importa es que haya continuidad y perseverancia hasta hacerse
el hábito de este extraordinario ejercicio de piedad.
Finalmente, respecto a la duración, cada uno ha de hallar su
propia medida en el interior de su corazón, pero teniendo en cuenta
que un mínimo de tiempo es necesario para poder lograr esta “rumiadura” de la Palabra divina. Media hora parece el mínimo indispen45
En Argentina contamos con la excelente versión de Mons. Juan Straubinger, recientemente reeditada por la Universidad Católica de la La Plata.
25
Miguel Ángel Fuentes sable; aunque quien sólo pueda dedicarle menos tiempo, indudablemente siempre será mejor que nada.
Lo importante es prolongar interiormente a lo largo de todo
el día lo que hemos escuchado de Dios en la Escritura, volviendo las
veces que sea posible a lo que Dios nos ha dicho, como una antífona
interior que nos ilumina el alma. Algo así como escribe Santa Teresa:
“Tengo por gran merced del Señor la paciencia que su Majestad me
dio... Mucho me aprovechó para tenerla haber leído la historia de Job
en los Morales de San Gregorio... Traía muy ordinario estas palabras
de Job en el pensamiento y decíalas: ‘Pues recibimos los bienes de
la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males?’ (Job 2,10).
Esto me parece me ponía esfuerzo”46. En otro lugar confiesa: “Otro
tiempo traía yo delante muchas veces lo que dice San Pablo, que todo
se puede en Dios (Fil. 4,13); en mí bien entendía que no podía nada.
Esto me aprovechó mucho”47.
Un esquema posible para hacer la lectio divina:
1. Preparación: silencio exterior e interior.
Me pongo en la presencia del Señor: contemplo a Dios
que me quiere, me acoge, me escucha, me habla.
2. Petición:
Humildemente te pido, Señor, Tú que eres la luz verdadera y la fuente misma de toda luz, que meditando fielmente
tu Palabra, viva siempre en tu claridad. Por Jesucristo, tu
hijo, nuestro Señor.
46
��
26
Santa Teresa de Jesús, Vida, 5, 8.
Santa Teresa de Jesús, Vida, 13, 3.
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
3. Lectura de la Palabra de Dios:
Leo tranquilamente el texto bíblico para hoy, en comunión con toda la Iglesia (puedo usar el evangelio, o la primera o la segunda lectura de la Misa del día; o bien cualquier
texto elegido por mí). Me fijo bien en todos los detalles.
4. Reflexiones sobre el texto leído; me pregunto:
¿Que dice este texto? (personas, circunstancias, actitudes...)
¿Qué me dice a mí, personalmente? ¿Qué me quieres
decir Tú, Señor, con estas palabras? (Meditación)
¿Que te digo yo ahora, Señor? ¿Cómo podría poner lo
que he leído en forma de oración? ¿Qué me enseña a pedir,
lo que he leído? (Oración)
¡Quiero identificarme contigo, Señor! ¿Qué hacer?
(Contemplación, iluminación de mi vida concreta)
5. Terminar con una oración; por ejemplo:
Gracias, Señor, por tu presencia y tu cercanía en este
rato de oración; y por la luz y la fuerza que me has dado.
Ayúdame a vivir según tu voluntad y sirviendo siempre a mis
hermanos. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
7. Frutos de la oración con la Sagrada Escritura
Los frutos de la meditación y de la lectio, además del contacto
más íntimo con Dios, son dos actitudes fundamentales: conversión y
vida consecuente.
27
Miguel Ángel Fuentes Primero la conversión. Es imposible entender las Escrituras si
uno quiere seguir siempre sus propios caminos y no está dispuesto a
ir por los que Dios quiera abrir precisamente por medio de las luces
que nos puede dar en este modo de oración. Dice el Señor por Isaías:
“mis caminos no son vuestros caminos ni los vuestros son los míos” (Is
55,10). La Palabra de Dios da discernimiento, ayuda a distinguir entre
caminos y caminos. Nos ilumina y fortalece para mantenernos en el
camino acertado. Nos juzga, cuando vamos por un camino equivocado, y nos espolea a la conversión. Sea meditando como escuchando
en la “lectio divina” la Palabra de Dios, oímos una voz que nos dice:
“¡Adelante!” o, por el contrario, “conviértete, cambia de camino, por
el que vas no te lleva a la vida”. Nuestra actitud ha de ser como la
de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (1Sam 3,10).
Quien hace “lectio divina” de modo habitual, escuchará la Palabra e
irá recibiendo con Ella el don del discernimiento y la fuerza interior de
la rectificación y de la conversión permanente, la “segunda conversión” de que habla la tradición monástica. Porque no olvidemos que
“el justo cae siete veces al día”. Gracias al discernimiento hallaremos
siempre el camino justo, y con la fuerza que nos da el Espíritu en las
Escrituras seremos capaces de seguirlo y, en caso de haber tomado
momentáneamente otro, de volver rápidamente a él.
El segundo fruto que se espera de la oración con la Biblia es la
traducción de la Palabra en palabras y en vida. La “lectio” impulsa
con gran dinamismo a hacer vida lo que se ha “leído” y a hacer partícipes a los demás de lo que el Espíritu le ha regalado en la “lectura”.
Sin repercusión en el entorno vital, sea ésta evidente u oculta, no
hay verdadera “lectio divina”. A la vez que hacemos “lectio divina”,
ésta nos hace, nos construye interiormente, nos fragua en nuestra
identidad, nos evangeliza, nos cristifica. Así el horizonte de la propia
existencia se funde con el horizonte del texto sagrado en el tejido,
denso y a veces intricado, de la vida cotidiana.
28
Colección Bíblica — Rezar con la Sagrada Escritura
Conclusión
El Catecismo cita las palabras de la Dei Verbum que dicen: “Es
tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye
sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento
del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Los fieles han
de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura”48. Más aún, la Sagrada
Escritura puede sanar el alma de sus heridas y preservarla de sus enfermedades, pues, como decía San Jerónimo: “Ama la ciencia de la
Escritura, y no amarás los vicios de la carne” (Ep. 125, 11).
Creo que es una deuda que muchos católicos todavía tienen
pendiente, y por la cual pierden tantas riquezas de la vida espiritual,
ya que, como dice Santa Teresa en su prólogo a los Conceptos de
Amor a Dios, “algunas veces da el Señor tanto a entender...”. Y el
beato Manuel González: “Las palabras de la sagrada Escritura, por ser
de Dios encierran destellos de sabiduría de Dios, que mientras más se
leen y meditan más luz dan”.
Es sobre la Sagrada Escritura y sobre la Eucaristía, como dos
pilares fundamentales, que se edifica nuestra vida espiritual, se nutre,
crece y madura: “la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras
como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a
los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo”49. Porque “en la Sagrada Escritura, la
Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, porque, en ella,
no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente:
la ‘Palabra de Dios’ (1 Ts 2,13). En los libros sagrados, el Padre que
está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para
conversar con ellos”50.
48
49
50
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 131.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 103.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 104.
29
Miguel Ángel Fuentes Por todo esto, san Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: “Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún,
que el Libro santo no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él
lo que tienes que enseñar” (Ep. 52, 7). ¡Probemos de vivirlo también
nosotros!
30
ÍNDICE
1. ¿Un libro prohibido para los fieles? 3
2. La Biblia pilar de la vida cristiana
9
3. La lectura espiritual de la Sagrada Escritura
12
4. El estudio de la Sagrada Escritura
13
5. La meditación de la Sagrada Escritura
16
6. La “lectio divina”
20
7. Frutos de la oración con la Sagrada Escritura
27
Conclusión
29
Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de
Ediciones del Verbo Encarnado
8 de Septiembre de 2009
Fiesta de la natividad de la santisima virgen María
EDICIONES DEL VERBO ENCARNADO
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