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RETAMATCH. marzo 2013
50 aniversario
Sexta Promoción
(1967/1977)
Sobre estas líneas dos fotografías de la Promoción cuando estaban en 4º del antiguo Bachillerato. En la de la izquierda podemos distinguir a Manuel Carabias Palmeiro, Pablo Salto, Juan Luis
Gordillo, Iñaki Pérez Martínez, José María Martín Mendiluce, Emilio Capel, Alfredo Sierra, Juan
María Rueda, Gonzalo Barturen, Patrick Lutjens, Juan Pablo López Bravo, Joaquin Torrente (con
muletas), Tomás gabán, Nacho Villanueva, Carlos Díez, Juan Ramón Martín,
En la de la derecha: José Ángel Lorente, Enrique Navarro, Javier Bustamante, Juan Ignacio García
Ponte, Alfonso Carvajal, Joaquín Escrivá de Romaní, Ignacio Villa, José Mría Puyol, Jesús yanes,
Javier Martínez Cattaneo, Luis Ibañez, Ignacio Valdés, José María de Pablos, Fernando Ruiz de
León, Andrés Pan de Soraluce, José Luis Sánchez López, Ignacio Jiménez, José Antonio Carranza,
Juan Antonio Pérez Rubio, Antonio Pablo Llano, Vicente Salgado, Juan José Zaldivar, Guillermo
Caro, José Antonio Corchado y Zolio Ruiz Mateos
En la fotografía de la izquierda, vestidos para la representación del Auto de los Reyes Magos
en las Navidades de 1973: Alfonso Carvajal, Juan Manuel Trevijano, Carlos Sanchez Serra, Pablo
Wesolowski (7ª prom), Juan José Zaldivar, Luis Ibañez y Alfredo Sierra (Al que hace de Rey negro
no lo identificamos).
Aventuras en los sótanos del Colegio
Uno de los recuerdos que con mayor
viveza asaltan mi cabeza cuando me
pongo a pensar en aquellos primeros maravillosos años que pasamos
en Retamar, cuando todo era nuevo
y, sobre todo, donde cada uno era
tratado de forma personal y única,
es el de nuestras aventuras por los
sótanos del Colegio.
Conocíamos la existencia del
“submundo” que latía debajo de
Retamar a través de los propios
profesores, pues de vez en cuando
organizaban “visitas guiadas” a las
cloacas que, en aquella época (estamos hablando de los últimos años
60), eran modélicas desde el punto
de vista del medio ambiente y del
“reciclado”: resulta que toda el agua
corriente que se utilizaba en el Colegio no se perdía, sino que se recogía
en un gran depósito que estaba justo
debajo del aparcamiento de la entrada y se destinaba al riego del césped.
La visita a los sótanos (junto con
el carnet que daba derecho a cazar
grillos en el césped) también podía
ser un premio para aquellos alumnos
que hubieran destacado en las metas
de carácter, especialmente en la de
“compañerismo”, la principal virtud
que nuestros profesores querían que
aprendiésemos.
El acceso “oficial” a los subterráneos estaba en un almacén de herramientas situado en la parte trasera
del edificio principal y, lógicamente, siempre estaba vigilado, pero
nosotros, lectores impenitentes de
Las aventuras de los Cinco y de los
Siete Secretos, no tardamos mucho
en descubrir que había más entradas. Una de ellas, la más curiosa,
se encontraba en el Laboratorio de
Biología, al fondo de la planta baja; y
por ahí nos colamos dos o tres veces
aprovechando que la puerta (que
todavía sigue existiendo) se había
quedado abierta por descuido.
Pero el sitio por el que más frecuentemente accedíamos era un
agujero sin puerta que estaba debajo
de la Residencia de Profesores, donde ahora está la piscina. Desde allí,
atravesando los oscuros pasadizos
(ya os imagináis que todos íbamos
provistos de linternas) plagados de
cables que había debajo de los edificios, llegábamos a los otros pasillos,
más bajos y llenos de humedades,
que estaban en las zonas plantadas
de césped; y salíamos al exterior sin
ser vistos (o eso pensábamos) por
alguna de las puertas metálicas que
todavía subsisten en el aparcamiento
y en el campo de fútbol grande.
Había que aprovechar el descanso existente después del almuerzo y
(que era muy largo para que les diese tiempo a los que comían en casa,
¡pobrecitos, lo que se perdían!), así
que no teníamos mucho tiempo,
quizás cuarenta o cincuenta minutos, pero lo disfrutábamos a tope.
Un año, a la vuelta de las vacaciones de verano, intentamos bajar
a los sótanos, pero todas nuestras
entradas “secretas” habían sido clausuradas con candados. Supongo que
alguien (nunca supimos quién) nos
había visto y, preocupado por nuestra seguridad (éramos niños de siete
y ocho años), decidió terminar con
nuestras aventuras en los sótanos
del Colegio.
Emilio Capell Navarro
Sexta Promoción de Retamar