Qué es y cómo conseguir el Certificado de Eficiencia Energética

31 de octubre de 2014
Nº 188
Política
CONTENIDO
1. E l limbo institucional del B r asil por C amila V illar d
2. L a unidad esencial de E ur opa por J osé M ar ía B ar r oso
3. L as dos car as del socialismo fr ancés por E duar do F ebbr o
4. Una nueva estr ategia macr oeconómica por J effr ey D. Sachs
5. L a casa chilena por J or ge E dwar ds
6. L os siete pilar es del tr iunfo de Dilma por I nés C apdevila
7. E l caldo de cultivo del fanatismo por J uan G oytisolo
8. L a enfer medad de F r ancia por G uy Sor man
9. L a Dilma que conocí en per sona por C ar la J iménez
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1. EL LIMBO INSTITUCIONAL DEL BRASIL POR CAMILA VILLARD
Los inversores internacionales están prestando mucha atención al Brasil, cuando sus
ciudadanos se preparan para votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del
próximo 26 de octubre. Su voto no sólo decidirá quién será el nuevo Presidente del país;
también puede determinar el futuro del Banco Central del Brasil (BCB) y, por tanto, la
trayectoria macroeconómica del país.
Aunque la Presidenta actual, Dilma Rousseff, apoya el marco institucional vigente del BCB,
sus oponentes sostienen que la política monetaria adolece de interferencias políticas y la forma
mejor de abordarlas sería concediendo una mayor autonomía al BCB, pero ningún candidato
ha presentado aún una propuesta de reforma que reduzca el margen de las interferencias
políticas y al tiempo garantice una mayor rendición de cuentas y fomente la estabilidad
financiera. Para que el Brasil mantenga un crecimiento económico fuerte y estable, habrá que
mejorar el funcionamiento del Banco Central.
La política monetaria lleva mucho tiempo desempeñando un papel importante en la política
brasileña. Durante el proceso de democratización de los decenios de 1980 y 1990, los
sucesivos gobiernos intentaron domeñar la hiperinflación, que llegó a ser de 2.477 por ciento
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en 1993. Con la introducción del “plan Real”, lanzado en 1994, se consiguió suprimir el
aumento anual de los precios hasta un “aceptable” 22 por ciento en el año siguiente. Gracias al
éxito del plan, su arquitecto, Fernando Henrique Cardoso, ex ministro de Economía, fue
elegido dos veces Presidente (en 1994 y 1998), lo que subrayó el interés de los votantes por la
estabilidad de los precios.
Actualmente, cuando los banqueros centrales de los países en desarrollo están preocupados
por la amenaza de la deflación, los políticos brasileños se ven una vez más obligados a
responder a los temores generalizados a una aminoración del crecimiento y un regreso a la
inflación elevada. Lamentablemente, los planes de los candidatos presidenciales para el BCB
se quedan cortos respecto de lo que es necesario hacer. Históricamente, el Partido de los
Trabajadores (PT) de Rousseff se ha resistido a conceder una autonomía reglamentaria y ha
jugado claramente una carta populista durante la campaña, al sostener que la autonomía del
BCB entregaría demasiada capacidad de control a los banqueros privados.
Marina Silva, la candidata del Partido Socialista, pidió una independencia reglamentaria del
Banco, argumento posteriormente adoptado por el candidato del Partido Socialdemócrata
(PSDB), Aécio Neves, quien ahora se enfrenta a Rousseff en la segunda vuelta de las
elecciones, pero Neves quiere una autonomía operativa de facto, en lugar de reglamentaria,
para el BCB. Como Cardoso, Neves está comprometido con la fijación de un objetivo de
inflación, la creación de un superávit primario y el mantenimiento de un tipo de cambio
flotante. Si bien esas políticas pueden fomentar la estabilidad de los precios, su propuesta
desatiende las dos cuestiones más importantes para el BCB: la autonomía legal y unas
reformas institucionales que garanticen la rendición de cuentas ante los ciudadanos.
Un compromiso legal con la autonomía del BCB contribuiría a la confianza en la divisa de un
modo que no puede conseguir una autonomía oficiosa. Las estructuras legales tienen
repercusiones directas en las perspectivas de inflación, porque la ley puede proporcionar una
protección institucional a los bienes públicos, como, por ejemplo, la estabilidad financiera y de
los precios. La reforma institucional, apropiadamente ideada y ejecutada, podría aumentar
también la rendición de cuentas del BCB ante la sociedad en sentido amplio y al tiempo
brindar protección contra la influencia y el mercadeo políticos por parte de los grandes bancos.
El BCB está maduro para la reforma. Es una burocracia tecnocrática de cincuenta años de
edad creada durante una dictadura militar, con pocos instrumentos para la rendición de cuentas
política y social. Así, pues, la reforma institucional debe superar el insuficiente objetivo de la
estabilidad de los precios del BCB, fijado conforme a un índice de inflación estrecho y que no
refleja las experiencias de los consumidores brasileños de a pie. Por ejemplo, la tasa de
inflación comunicada en 2013 ascendió al 5,9 por ciento (frente al objetivo del 4,5 por ciento),
pero los precios de los alimentos, componente importante de la mayoría de los presupuestos de
los hogares, subieron un 8,4 por ciento, con lo que afectaron con mayor dureza a los pobres. El
gobierno de Russeff ha mantenido artificialmente baja la tasa de inflación comunicada
conteniendo los precios de los servicios estatales.
La estabilidad de los precios debe ir acompañada de otros objetivos, en particular el de la
estabilidad financiera, pero también, posiblemente, el del empleo. Rousseff frustró los intentos
del Congreso de introducir dichos objetivos en 2011 y, naturalmente, se debería formularlos
cuidadosamente para evitar los errores del pasado, pero, si se hace correctamente esa
operación, una mayor panoplia de criterios con los que evaluar las políticas del BCB,
aumentando la rendición de cuentas, fortalecería la legitimidad de la concesión de la
autonomía legal a las autoridades.
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También hay margen para que la reforma institucional fomente una mayor estabilidad
financiera. La crisis financiera de 2008 y sus consecuencias subrayaron la anticuada
concepción institucional del BCB. Éste no contó con el suficiente respaldo legal para adoptar
las medidas necesarias para estabilizar el sistema financiero, lo que obligó al entonces
Presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, a recurrir a varias medidas espectaculares, incluida la
utilización del fondo de garantía de depósitos y los bancos de propiedad estatal para rescatar a
entidades financieras fallidas. Lula afirmó que ese procedimiento ad hoc brindó al Brasil un
grado de flexibilidad del que carecían otros países, pero no careció de costos, según dijo, y los
resultados no fueron duraderos.
El rápido aumento de la deuda privada plantea preocupaciones mayores. Otros bancos
centrales han reconocido la necesidad de nuevos instrumentos para garantizar la estabilidad
financiera, cosa que debe hacer también el BCB. La claridad institucional del mandato del
BCB en materia de estabilidad financiera y los instrumentos a su disposición podrían ayudar al
Brasil a evitar crisis futuras... o al menos a capearlas más eficazmente.
Las elecciones presidenciales del Brasil parecen ofrecer dos opciones insatisfactorias: una
continuación del status quo, con el BCB sometido a la influencia política, en el caso de que
gane Rousseff, o un BCB oficiosamente autónomo con un aparato institucional anticuado, en
el de que lo haga Neves. Sólo la propuesta inicial de Silva comprendía llamamientos en pro de
de una reforma institucional de la política monetaria y la reglamentación financiera y no es
seguro que su apoyo a Neves en la segunda vuelta haga cambiar a éste de opinión, en caso de
que gane.
Fuente: Project syndicate, 20.10.14 por Camila Villard Duran, profesora de leyes en la
Universidad de São Paulo
2. LA UNIDAD ESENCIAL DE EUROPA POR JOSÉ MARÍA BARROSO
Estos últimos diez años, la Unión Europea soportó una serie de crisis sin precedentes, como
difícilmente volvamos a ver iguales. Sin embargo, todavía nos aguardan desafíos no menos
inquietantes, así que sería bueno hacer un repaso a las lecciones que hemos aprendido en el
proceso.
Una de ellas es que la unidad no es una opción, sino una condición sine qua non para la
prosperidad económica y la relevancia política de la Unión Europea. Cabe destacar que desde
2004, cuando asumí la presidencia de la Comisión Europea, la cantidad de miembros de la UE
casi se duplicó, de quince países entonces a veintiocho ahora.
Y no hubo deserciones. Entre 2004 y 2014, no sólo ampliamos la Unión Europea y la
eurozona, sino que sobre todo, mantuvimos a Europa unida.
Yo tuve que luchar intensamente por esa unidad, especialmente al defender contra viento y
marea la permanencia de Grecia en la unión monetaria y oponerme a la división de la
eurozona que algunos proponían. La Comisión tuvo muy en cuenta no solamente el drástico
impacto de una eventual salida de Grecia, sino también la serie de efectos financieros,
económicos y políticos que podía desatar. A diferencia de otros, nunca perdimos de vista el
efecto sistémico que tendrían esas decisiones sobre el conjunto de la eurozona y la Unión
Europea.
Nuestra Unión es ya una realidad económica y política, y eso nos exige solidaridad y
responsabilidad. Solidaridad sobre todo de parte de los países más prósperos, y
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responsabilidad de parte de aquellos que deben hacer reformas. La Comisión ha demandado
ambas cosas con igual firmeza.
La misma lógica se aplica a otra de las grandes inquietudes que encaré durante los diez años
de mi presidencia: la necesidad de profundizar la eurozona y a la vez mantener la integridad de
la UE en su totalidad. Lo cual seguirá siendo una cuestión de vital importancia en el futuro
cercano, al menos dada la incierta situación del Reino Unido dentro de la Unión.
Ya está bien asentada en la Unión Europea la idea de admitir cierta flexibilidad y al mismo
tiempo evitar la fragmentación. Pero no siempre fue así. Hace mucho que se alzan voces a
favor de establecer un marco institucional totalmente separado para la eurozona. Sigo
convencido de que aunque hoy es necesario cooperar dentro de una Europa de varias
velocidades, debemos evitar a toda costa una Europa de varios niveles.
Hay que profundizar la integración, sobre todo en la eurozona, pero esto puede y debe hacerse
en formas que mantengan la integridad del mercado común europeo. Felizmente esta idea
cuenta con amplia aceptación, como lo demuestra la decisión de que el próximo presidente del
Consejo Europeo, a pesar de provenir de un país (Polonia) que aún no usa la moneda común,
presida de todos modos las cumbres de la eurozona.
Una segunda lección que aprendimos es que la apertura al mundo es un activo, no un pasivo.
Este modo de pensar (que debemos reafirmar y apoyar políticamente) fue el fundamento de
nuestra activa agenda comercial. De hecho, colocó a la Unión Europea en la vanguardia de los
esfuerzos por liberalizar y regular el comercio internacional, permitiéndonos así cosechar
todas las ventajas de la globalización.
Pero no se trata solamente de prosperidad económica, sino también de la relevancia política de
Europa en el escenario internacional. Lo uno es condición para lo otro, y esto demanda una
vigorosa defensa de los intereses y puntos de vista europeos en las relaciones bilaterales con
socios estratégicos y en foros multilaterales como las Naciones Unidas, la Organización
Mundial del Comercio, el G20 y el G8/G7. La presencia internacional de la Unión Europea
como un todo puede ayudar a definir el orden mundial.
Un buen ejemplo es nuestro compromiso actual con Ucrania, como lo fueron nuestros
esfuerzos por liderar una respuesta global a la crisis financiera de 2008 y 2009 (concretamente,
mediante nuestra resistencia colectiva a la tentación del proteccionismo). Fue por iniciativa de
la Unión Europea que el mundo actuó en forma concertada y convincente al instituir, con
diversos jefes de Estado y gobierno, la Cumbre de Líderes del G20.
Desde entonces, el G20 ha sido el foro más importante para la coordinación de políticas
económicas entre sus miembros y un ámbito para la concreción de muchas de las ideas
propuestas por la Unión Europea (por ejemplo, las referidas a la creación de un marco para un
crecimiento equilibrado y sostenido, la regulación y supervisión financiera, o el combate a la
evasión y el fraude fiscal). La aparición del G20 transformó el sistema internacional, y es
indudable que ayudó a evitar que la crisis se saldara de la peor manera.
La tercera lección es que para fortalecer a Europa (institucional, política y económicamente)
deben continuar las reformas. La ejecución de importantes y auténticas reformas en el nivel
paneuropeo nos permitió superar la fase más existencial de la crisis. El sistema de gobernanza
económica que instauramos garantiza que los miembros de la Unión Europea pongan en orden
sus finanzas públicas, aumenten su competitividad y encaren sus desequilibrios
macroeconómicos. Creamos los instrumentos necesarios para ayudar a los países en
problemas, y los programas de ajuste implementados ya muestran resultados.
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En síntesis, transformamos el embate de la crisis en energía para ofrecer una respuesta
estructural a los desafíos que se nos planteaban, especialmente mediante la creación de una
unión bancaria europea. Paso a paso, y a pesar de una fuerte resistencia, cambiamos las reglas
que gobiernan las instituciones financieras, los organismos encargados de supervisar las
operaciones bancarias y los mecanismos de coordinación para la resolución de bancos en
quiebra.
El conjunto de las reformas adoptadas desde el inicio de la crisis transformó la legislación,
supervisión y regulación económica y financiera de Europa. El marco ya está creado; sólo falta
terminar de implementarlo.
Pero también hay que seguir trabajando en las reformas estructurales de nivel nacional. Vemos
que los países que más hicieron en este sentido ahora tienen mejores perspectivas económicas.
No nos durmamos en los laureles; la crisis económica, a fin de cuentas, aún no está del todo
superada. Los avances logrados no deben darse por garantizados; las decisiones políticas
importan, y los errores traen consecuencias.
Al final de estos agitadísimos diez años que me tocó vivir en la presidencia de la Comisión
Europea, puedo decir con confianza que Europa demostró una enorme resiliencia. Fuimos
testimonio de que las fuerzas de la integración pueden más que la fragmentación. A pesar de
todos los desafíos que tuvimos que enfrentar (o tal vez en parte gracias a ellos) Europa sigue
unida y abierta, y hoy está más fuerte y mejor capacitada para hacer frente a la globalización.
Fuente: Project syndicate, 18.10.12 por José Manuel Barroso fue Primer Ministro de Portugal
(2002-2004), y Presidente de la Comisión Europea.
3. LAS DOS CARAS DEL SOCIALISMO FRANCÉS POR EDUARDO FEBBRO
Las dos izquierdas se declararon públicamente la guerra. La larga marcha hacia el socialismo
liberal emprendida por el PS francés desde los años ’80 atravesó una etapa decisiva en medio
de un pugilato dentro y fuera del gobierno. Benoît Hamon, figura joven e influyente del ala
izquierda del Partido Socialista y ministro de Educación hasta hace unos meses (renunció a
finales de agosto con los ecologistas y los progresistas), colocó una bomba de tiempo en el
debate público originado por la política económica del gobierno. Hamon declaró que la
política económica del Ejecutivo “amenaza la República” y conduce hacia “un inmenso
desastre democrático”. La contraofensiva se armó de inmediato. Benoît Hamon fue acusado de
“desleal”, “grotesco”, “profeta de la desgracia” y, seguidamente, invitado a “dejar” el PS. La
posición del ex ministro de Educación es apenas un bocadito suave. El golpe casi final lo dio
el actual primer ministro, Manuel Valls. En una entrevista publicada por el semanario Le
Nouvel Observateur, el responsable del Ejecutivo declaró que era preciso “terminar con la
izquierda del pasado, con esa izquierda que se agarra a un pasado superado y nostálgico,
obsesionada por el superego marxista”.
Nada nuevo en su vocabulario. Valls aparece para muchos como el sepulturero de lo poco que
queda de socialista en la acción del presidente François Hollande y en el mismo PS. El cambio
ha sido no ya de época, sino de planeta. Hollande se hizo elegir en 2012 con una retórica de
fuerte corte socialista para luego gobernar mirando al patronato y a los mercados. La
intervención de Manuel Valls en Le Nouvel Observateur no es sino una pincelada más en el
cuadro de la gran reconfiguración de la socialdemocracia francesa. El primer ministro sigue
considerando que la izquierda debe transformarse según los caprichos del mercado o morir. En
la entrevista, Valls define su ideal progresista según la siguiente fórmula: la izquierda debe ser
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“pragmática, reformista y republicana”. Cuando el periodista del semanario francés le
pregunta “¿y no socialista?”, Valls responde: “Repito: pragmática, reformista y republicana”.
Ahí está el nuevo injerto del siglo XXI. La aspiración que promueve el jefe del Ejecutivo es
por demás reveladora de la época tecnohedonista en la que vivimos. “Mi ideal –dice Valls– es
la emancipación de cada uno.” En la misma entrevista, el líder político francés prosigue con su
empresa de demolición del “pasado”. Valls no descarta ni siquiera cambiar el nombre del
Partido Socialista. De llevarse a cabo, esta iniciativa sería una epifanía política maravillosa
para los desorientados electores que se enfrentan a una impostura de socialismo con la
identidad que representa el nombre.
El resto de la entrevista es una colección de martillazos contra esa “izquierda del pasado” y
una defensa de la línea económica que divide la posición de las dos izquierdas enfrentadas:
una, la de Hollande y Valls, se apoya en una política que apunta a reducir los déficits para
obedecer así a los criterios liberales bancarios de la Unión Europea. Esa “nueva izquierda”
también coquetea públicamente con el patronato y busca fórmulas permanentes para aliviar la
carga de las cotizaciones laborales que pesan sobre las empresas. En dos ocasiones, en estos
dos años de mandato, el presidente François Hollande organizó cumbres en el Palacio del
Elíseo con el patronato mundial para mostrar y defender la “atractividad” de Francia. La otra
izquierda, en cambio, pugna por una reactivación económica mediante la inversión y el
empuje del consumo. Son irreconciliables. Ambas comparten la mayoría de los valores de
convivencia y progreso de la sociedad, por ejemplo el matrimonio entre personas del mismo
sexo. Sin embargo, la izquierda reinventada de Valls y Hollande se apoya en el espejismo de
los valores sociales para tapar la realidad de una política no muy distinta de la que defendió la
derecha en la última década en que ocupó el poder.
De este debate denso sale un manantial claro: la clarificación ideológica que el PS viene
escamoteando desde hace un cuarto de siglo se hizo al fin realidad, doblemente, en la práctica
y en la retórica. La doctrina del PS era solamente un instrumento de engaño para llegar al
poder, un caza- bobos, o, para decirlo con el vocabulario de Manuel Valls, una red para
socialistas del “pasado”. Su práctica del poder correspondía a la doctrina liberal que reina en
casi todo el planeta, un reino destructor de todo aquello que las sociedades conquistaron en el
tiempo y que se llama pasado y también historia, es decir, identidad. El socialismo francés que
se avecina funcionará con el ADN de su adversario de antaño.
Fuente: Página12, 23.10.14 por Eduardo Febbro, periodista argentino
4. UNA NUEVA ESTRATEGIA MACROECONÓMICA POR JEFFREY D. SACHS
Aunque soy un macroeconomista, no concuerdo con ninguno de los dos campos principales en
que está dividida la profesión en Estados Unidos: los neokeynesianos, con su énfasis en
estimular la demanda agregada, y los ofertistas, con su énfasis en bajar impuestos. Los
métodos de ambas escuelas para superar la persistente debilidad de las economías de altos
ingresos en años recientes han fracasado. Es hora de aplicar una nueva estrategia basada en un
crecimiento sostenible impulsado por la inversión.
El problema central de la macroeconomía es cómo asignar óptimamente los recursos de la
sociedad, de modo que los trabajadores que quieran trabajar encuentren empleo, las fábricas
usen su capital eficientemente y la porción de los ingresos que no se consume y se ahorra se
invierta para mejorar el bienestar futuro.
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En relación con el tercer desafío, tanto neokeynesianos como ofertistas fallaron. La mayoría de
los países de altos ingresos (Estados Unidos, la mayor parte de Europa y Japón) no están
invirtiendo en forma adecuada o prudente con vistas al mejor uso futuro de los recursos. Hay
dos maneras de invertir (dentro o fuera del país), y en ambas, el mundo no invierte lo
suficiente.
La inversión interna puede darse de varias maneras, que incluyen la de las empresas en
máquinas y edificios, la de las familias en inmuebles y la del Estado en personas (educación,
capacitación), conocimiento (investigación y desarrollo) e infraestructuras (transporte, energía,
redes hídricas y adaptación al cambio climático).
El enfoque neokeynesiano consiste en estimular la inversión interna, sin importar de qué tipo,
ya que para ellos, todo gasto es gasto. Así que procuran estimular la inversión inmobiliaria
mediante tipos de interés exiguos, la compra de autos por medio de préstamos titulizados para
consumo y proyectos de infraestructura que generen demanda inmediata de mano de obra por
medio de programas de estímulo a corto plazo. Y si las inversiones no aparecen, recomiendan
convertir el “exceso” de ahorro en otro festín de consumo.
Los ofertistas, en cambio, quieren fomentar la inversión privada (¡jamás la pública!) por
medio de más reducciones de impuestos y más desregulación. Ya lo intentaron varias veces en
Estados Unidos (la más reciente fue durante la presidencia de George W. Bush). Por
desgracia, el resultado de la desregulación no fue un auge sostenido de la inversión privada
productiva, sino una efímera burbuja inmobiliaria.
Mientras los gobiernos oscilan entre el ofertismo y el neokeynesianismo con igual entusiasmo,
la única realidad permanente es que estos últimos años la mayoría de los países de altos
ingresos sufrieron una considerable caída de la inversión como cuota del producto nacional.
Según datos del FMI, el gasto bruto en inversión en estos países cayó de un 24,9% del PIB en
1990 a sólo 20% en 2013.
En Estados Unidos, el gasto en inversión pasó de 23,6% del PIB en 1990 a 19,3% en 2013; la
disminución neta (inversión bruta menos depreciación del capital) fue incluso mayor. En la
Unión Europea, se pasó de 24% del PIB en 1990 a 18,1% en 2013.
Ninguna de las dos escuelas presta atención al verdadero remedio para esta caída permanente
del gasto en inversión. Nuestras sociedades necesitan urgentemente más inversión,
particularmente en la conversión de modos de producción sumamente contaminantes,
energéticamente ineficientes y con alta huella de carbono en economías sostenibles basadas en
el uso eficiente de los recursos naturales y la adopción de fuentes de energía con baja huella de
carbono. Para ello se necesita la acción complementaria de los sectores público y privado.
Las inversiones necesarias incluyen la implementación a gran escala de la energía solar y
eólica; más adopción de medios de transporte eléctricos, públicos (autobuses y trenes) o
privados (autos); edificios energéticamente eficientes; y redes de distribución que transporten
a grandes distancias la energía obtenida de fuentes renovables (por ejemplo, del mar del Norte
y Noráfrica a Europa continental, y del desierto de Mojave en California a los centros urbanos
estadounidenses).
Pero justo cuando nuestras sociedades necesitan hacer estas inversiones, tanto Estados Unidos
como Europa están en una auténtica “huelga de inversiones” públicas. Los gobiernos recortan
su inversión en nombre del equilibrio presupuestario, y los inversores privados no pueden
invertir decididamente en energías alternativas, por falta de certezas sobre las redes de
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distribución reguladas, las reglas de responsabilidad, las fórmulas de fijación de precios y las
políticas energéticas nacionales.
En Estados Unidos hubo un recorte drástico del gasto en inversión pública. Ni el gobierno
federal ni los estados tienen mandatos políticos, estrategias de financiación o planes a largo
plazo para catalizar inversiones hacia la próxima generación de tecnologías ecológicas
inteligentes.
Neokeynesianos y ofertistas han comprendido mal la parálisis de las inversiones. Los
neokeynesianos ven la inversión (pública o privada) sólo como una forma de demanda
agregada, y descuidan las decisiones políticas en materia de infraestructuras y sistemas
energéticos (o I+D especializada para la promoción de nuevas tecnologías) que se necesitan
para liberar inversiones inteligentes y ecológicamente sostenibles de los sectores público y
privado. Por eso, en vez de abogar por la definición de las políticas nacionales necesarias para
una recuperación firme de la inversión, echan mano de trucos tales como paquetes de estímulo
y tipos de interés nulos.
Los ofertistas, en tanto, se olvidan de que la inversión privada depende de inversiones públicas
complementarias y de un marco regulatorio y político claro. Defienden el recorte del gasto
público, en la ingenua creencia de que el sector privado vendrá mágicamente a llenar el vacío.
Pero al recortar la inversión pública dificultan la inversión privada.
Por ejemplo, las generadoras de electricidad privadas no invertirán en la adopción a gran
escala de fuentes de energía renovables si el gobierno no tiene políticas o planes a largo plazo
en materia de clima y energía que alienten la construcción de líneas de transmisión para el
transporte de la energía desde las nuevas fuentes ecológicas a centros urbanos alejados. Estas
minucias políticas nunca preocupan demasiado a los economistas partidarios del libre
mercado.
Otra opción es usar el ahorro interno para estimular la inversión en el extranjero. Por ejemplo,
Estados Unidos podría prestar dinero a economías africanas de bajos ingresos para financiar la
compra de plantas de generación de energía a empresas estadounidenses. Esta política
convertiría el ahorro privado estadounidense en una importante herramienta en la lucha contra
la pobreza mundial, y al mismo tiempo fortalecería la base industrial estadounidense.
Pero ninguna de las dos escuelas se esforzó por mejorar las instituciones de financiación del
desarrollo. En vez de aconsejar a Japón y China que aumenten sus niveles de consumo, sería
mejor que los macroeconomistas los alienten a usar sus cuantiosos ahorros para financiar
inversiones, no sólo internas sino también en el extranjero.
Todo esto debería ser razonablemente claro para todo aquel a quien preocupe la necesidad
urgente de armonizar el crecimiento económico y la sostenibilidad medioambiental. El desafío
más acuciante que enfrenta nuestra generación es convertir las actuales infraestructuras y
sistemas energéticos contaminantes y basados en el carbono en los sistemas ecológicos,
inteligentes y eficientes del siglo XXI. Invertir en una economía sostenible mejoraría
drásticamente nuestro bienestar y equivaldría a usar nuestro “exceso” de ahorro de la manera
correcta.
Pero esto no se dará por sí solo. Necesitamos estrategias de inversión pública a largo plazo,
planeamiento ambiental, hojas de ruta tecnológicas, alianzas público-privadas para la adopción
de nuevas tecnologías sostenibles y una mayor cooperación global. Son las herramientas que
crearán la nueva macroeconomía de la que hoy dependen nuestra salud y nuestra prosperidad.
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Fuente: Project syndicate, 23.10.14 por Jeffrey D. Sachs, profesor de derecho sustentable y
Director del Instituto Tierra de la Columbia University
5. LA CASA CHILENA POR JORGE EDWARDS
Hace ya largos años, visité a Ernesto Sabato, el gran escritor de Sobre héroes y tumbas y de
tantas otras cosas, en su casa de los alrededores de Buenos Aires. Conversamos con
tranquilidad, sin agenda de ninguna especie, de esto y aquello. En una etapa de la
conversación, Sabato, sin segundas intenciones, con naturalidad, me preguntó por la diferencia
entre Chile y Argentina. Por qué Chile era más ordenado, más ortodoxo en sus soluciones
económicas, más previsor que Argentina. Porque Chile, dije, si no recuerdo mal, es un país
más difícil, que está obligado a extraer sus riquezas del fondo de la tierra o del mar, y que está
sometido, además, a catástrofes naturales constantes. Los chilenos están obligados, por su
geografía, por su destino histórico, a ordenarse y a trabajar bien para subsistir. Los argentinos,
en cambio, pueden descansar en una hamaca mientras el ganado engorda.
No estábamos en un foro público de economistas y tecnócratas. Estábamos en una mesa
amable, de jardín, frente a tazas de café. Sabato movió la cabeza y dijo que en una casa rica,
como Argentina, los jóvenes podían dispersarse un poco, salir de farra por ahí, sin mayores
consecuencias, y que en una casa pobre, por el contrario, todos estaban obligados a trabajar y a
participar en los gastos. Eran teorías de sobremesa, si quieren ustedes, pero que implicaban
una visión de realidades sociales. Estoy convencido de que Chile es y ha sido siempre un país
difícil, que plantea enormes desafíos: de agricultores, pero también de mineros que arriesgan y
apuestan, que se encaraman en terrenos escarpados, de navegantes, de exploradores. Hasta los
poetas han sido, a su manera, hombres de trabajo y de riesgo, emprendedores en los terrenos
de la palabra. Me acuerdo de Pablo Neruda en las madrugadas de Isla Negra, en pleno
invierno, izando su bandera, partiendo de compras a El Tabo, y me imagino a Gabriela Mistral
a la cabeza de sus liceos, a Pedro Prado en sus construcciones y en sus tierras, a Mariano
Latorre en sus clases universitarias, sin lloriquear en ningún minuto, a Baldomero Lillo en las
escribanías de las minas.
En más de algún sentido, Chile ha tenido que ser, por su historia misma, un país ordenado,
razonable, equilibrado, sobrio, que desconfía de los experimentos exagerados, que puede caer
en períodos de euforia y hasta de utopismo, pero que recupera su sabiduría habitual, con una
chispa de humor, bastante pronto. Es por eso que hemos tenido algunos economistas
inteligentes, bastantes empresarios pragmáticos, ajenos a las luces de la sociedad del
espectáculo, y una clase obrera de reconocida calidad. Hubo grandes cabezas políticas en
tiempos mejores, y no me dedico a la tarea ingrata de criticar los actuales, pero si estudiaran
más a sus grandes antecesores, a un Pedro Aguirre Cerda, a un Manuel Montt o un Aníbal
Pinto, no les haría ningún daño. No hablemos, por ahora, de la conducta de los chilenos en sus
guerras y en sus guerras internas. Es un tema escabroso y de furiosa actualidad. Hubo
reacciones equivocadas, actos odiosos y extremos, pero es probable que la sobriedad de fondo
y el sentido chileno de las proporciones hayan permitido, en el balance final, una salida
pacífica, en el fondo consensuada, del conflicto.
En el terreno internacional, Chile proyecta la imagen de un país pequeño pero inteligente,
confiable, que se desarrolla con paso relativamente firme. Los grandes escritores, artistas,
pensadores, ayudan a mantener este prestigio, pero las cifras de la economías, de la educación,
del empleo, también son esenciales. Esto significa que tenemos que perseverar y actuar con
cuidado, con inteligencia, pero también con fuerte pragmatismo, en todos los terrenos. Por
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ejemplo, hemos tenido problemas históricos con todos nuestros países vecinos, pero nuestra
diplomacia, en líneas generales, ha sido bastante eficaz y correcta. De repente se produce un
exabrupto e incluso una metida de pata seria, porque nos falta profesionalismo, no hemos
conseguido organizar todavía un servicio exterior eficiente y moderno, como lo demuestra el
episodio reciente de nuestra embajada en Montevideo, ejemplo de manejo torpe, no
convincente para nadie, de verborrea inútil, pero salimos de estos episodios con dos recursos:
mirar para el lado y difundir los actos de contrición. Es decir, nos movemos entre la hipocresía
y el arrepentimiento, y seguimos cabalgando.
Existen toneladas de mediocridad, pero la casa chilena sigue ordenada, hospitalaria. Se
presentan de cuando en cuando algunos termocéfalos rabiosos, algunos encapuchados que
lanzan piedras en lugar de abrir sus libros de estudios, pero la cordura termina por dominar. Si
la conciencia de nuestro destino y de nuestras posibilidades como país fuera más clara,
perderíamos menos tiempo, pero estamos obligados a avanzar entre ensayos, errores,
arrepentimiento, rectificaciones. Y si apuramos el paso, tropezamos en forma inevitable.
Fuente: La Segunda, 24.10.14 por Jorge Edwards escritor chileno
6. LOS SIETE PILARES DEL TRIUNFO DE DILMA POR INÉS CAPDEVILA
Los brasileños se decidieron finalmente. Por poquísimo, pero lo hicieron. Ni Dilma ni el
Partido de los Trabajadores (PT) se van.
Cuatro años de gobierno de la presidenta o 12 del oficialismo no son suficientes para
completar el cambio que Luiz Inacio Lula da Silva empezó en 2002. Hace falta un mandato
más. Pero será un período obligado a escuchar el clamor de transparencia y reforma. De otra
manera, el oficialismo no sobrevivirá más allá de 2018.
Atrás quedó la amenaza de las protestas que en junio de 2013 hicieron pensar en el fin del PT,
de las mil y una denuncias de corrupción, de la actual recesión técnica, de la inflación que no
cede, de un Estado poco eficiente y menos transparente, de la supuesta falta de capacidad de
Dilma para enamorar a los brasileños.
Por sí solo, cualquiera de esos factores hubiese podido conducir a la derrota electoral de un
presidente en otro país. No en Brasil. Allí, varios pilares -algunos obvio, otros no tantosostienen un triunfo que hoy parece ínfimo pero, hace sólo tres semanas, se veía
matemáticamente imposible.
1-Los éxitos de 12 años de gobierno: Lula y Dilma pueden alardear con muchas cifras: su PBI
se mide hoy en billones de dólares y llegó a crecer a una tasa anual de 7,5%; el consumo
interno se disparó y el desempleo (5%) es prácticamente el más bajo de la historia brasileña.
Pero un número es más que suficiente para hablar de los logros de los gobiernos petistas: 40
millones de brasileños dejaron de ser pobres desde 2003 gracias a los extensivos y exitosos
programas sociales del Estado.
2- La ambigüedad de los brasileños: ninguna sociedad es lineal y menos aún a la hora de votar.
Pero los brasileños se mostraron bastante más ambiguos de lo normal en este proceso
electoral. En junio de 2013, millones salieron a las calles hartos de la corrupción, de los
servicios públicos ineficientes y de un Estado que dedicaba demasiado dinero a objetivos poco
urgentes, como el Mundial. Cambio, cambio y más cambio, se reclamaba en las
movilizaciones en todo el país. Casi un año y medio después, los brasileños se inclinaron por
la misma opción que eligen desde hace 12 años. ¿Qué pasó con el deseo de cambio? Tal vez
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ellos se asustaron con las alternativas -Aécio Neveso Marina Silva- o a lo mejor prefieren que
las reformas que hoy exige su país las lance el gobierno que más necesita ser reformado.
3- La campaña sucia: ni la presidenta ni su contrincante socialdemócrata se quedaron atrás en
la guerra por dañar o incluso destruir la imagen del otro. Los dos cruzaron ataques, mentiras,
descalificaciones cercanas a insultos. Los dos azuzaron fantasmas en caso de que el otro fuera
elegido. Y los dos ayudaron a profundizar la polarización de un país donde hasta los amigos
llegaron a enemistarse por temas políticos.
Sin embargo, en esa ofensiva desmedida, el PT fue más eficaz, en forma y fondo. Por un lado,
el 70% de las declaraciones de la campaña para el ballottage de Dilma fueron ataques a su
rival (contra el 50% de Aécio). Por el otro, el oficialismo, al ver su poder en peligro, logró
desarticular y anular los argumentos de renovación primero de Marina Silva y después del
postulante socialdemócrata.
Con agresividad y sin pudor, apeló a una campaña de miedo y acusó a Aécio de querer
desmontar todos los planes sociales en caso de ganar. Así atrapó hasta a los más indecisos.
4- Lula y su popularidad: otra pecularidad de esta campaña fue la "batalla de ex presidentes".
De un lado, estaba Lula; del otro, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso. Venerados
por sus respectivos partidos como verdaderos estadistas, ambos recorrieron Brasil
infatigablemente. Pero la popularidad de Lula, incluso hoy, es imbatible; ronda el 70%
mientras que la de su antecesor apenas es de 35%, según Datafolha. Y el ex mandatario petista
no dudó ni un segundo en poner la cara por Dilma para lo que fuera, movilizar el voto en un
Sur esquivo o atacar a Aécio a riesgo de quedar en ridículo. Tiene un objetivo en mente:
volver a la presidencia en 2018.
5- Las debilidades de Aécio: ningún candidato puede ganar una elección sin la inestimable
aunque involuntaria ayuda de su rival directo. Y Aécio, a pesar de haberse sentido tan cerca de
la presidencia, hizo ese favor a Dilma. Primero, optó por lanzarse de lleno, como el PT, a la
campaña sucia; pero, una vez allí, fue paulatinamente arrinconado por el oficialismo. Segundo,
ni él ni el PSDB fueron lo suficientemente hábiles para convencer a Marina Silva de que los
apoyara rápida e incondicionalmente. Por último, el dirigente socialdemócrata no pudo exhibir
muchos logros de gestión: perdió en Mina Gerais, estado que gobernó durante dos mandatos.
6- La sequía de San Pablo: desde hace años, el distrito más poblado de Brasil es un feudo del
PSDB. Pero también desde hace años, el estado sufre agudísimo problemas hídricos, que se
magnificaron, en los últimos meses, ante una sequía inusual. La falta de agua afecta ya no sólo
a la ciudad si no a varias regiones del estado. Nunca lerdo para explotar debilidades ajenas, el
PT culpó una y otra vez a la socialdemocracia de haber alimentado la crisis por su propia
inoperancia y por la falta de inversión en estructura. Aécio comenzó a caer en las encuestas
precisamente cuando empezó a perder apoyo en el estado.
7- La estructura política: nacido de la oposición socialdemócrata a la dictadura, el PSDB tiene
la estructura propia de un gran partido nacional, con especial influencia en el rico sur
brasileño. Y lo es: gracias a ello alcanzó el ballottage en casi todas las elecciones desde el
regreso de la democracia, en 1985. Pero no cuenta con los recursos propios de un partido en el
poder como el PT ni con el armado y el alcance dignos de una organización que sobrevivió a
la dictadura, como el Partido por un Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Socios
desde hace años, el PT y el PMDB conforman una alianza que no deja nada librado al azar y
menos una batalla en la que pueden perder el poder.
Fuente: La Nación, 26.1014 por Inés Capdevila, periodista argentina
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7. EL CALDO DE CULTIVO DEL FANATISMO POR JUAN GOYTISOLO
Uno. Cuando preparaba los guiones de la serie televisiva Alquibla sobre la sociedad, cultura y
artes del mundo islámico, destinada a romper los clichés sobre el mismo y mostrar su
enriquecedora variedad en el marco de un saber ecuménico, incluí uno sobre la preceptiva
peregrinación a La Meca y Medina en la línea de lo narrado primero por Ibn Battuta y luego
por Alí Bey y Richard Burton. Contaba para ello con un material valioso: el testimonio escrito
de los moriscos que viajaban secretamente a los lugares santos del islam a lo largo del siglo
XVI. La descripción ingenua pero precisa de los ritos de lo que denominaban romeaje o
alhache del Mancebo de Arévalo y del anónimo autor de las Coplas de Puey Monzón exponía
a la luz la problemática oculta de una comunidad oprimida que no buscaba como en el caso
del paisano manchego de Sancho Panza la libertad de conciencia sino el retorno a las fuentes
de su fe. Redacté así un texto basado en el relato de esos peregrinos y antes de iniciar mis
gestiones con las autoridades saudíes se lo confié al presidente del Consejo Europeo de
Mezquitas, a quien conocía a través de amigos comunes, para obtener su visto bueno y
verificar que no se distanciaba de la exactitud que exigía el tema. El interesado me dio la luz
verde y tuvo la amabilidad de acompañarme a la Embajada del reino saudí en Madrid, en
donde presenté el escrito que servía de base al futuro guion al agregado cultural de aquella.
Sabía que por el hecho de no ser musulmán mi acceso a las ciudades santas planteaba
problemas, y en razón de ello propuse filmar el episodio con un equipo de musulmanes
españoles que viajarían conmigo y me asesorarían a lo largo del rodaje. El diplomático me
acogió cordialmente y dijo que transmitiría mi proyecto a las autoridades que debían decidir
sobre él. Quedó en contactarme antes de 15 días pero el plazo terminó sin noticia alguna, y en
una nueva conversación, tras asegurarme que no dudaba de mis buenos propósitos, me sugirió
que colaborara con un equipo saudí. Acepté la idea para salvar el filme pero pasaron los días y
ese silencio administrativo —el de dar largas al asunto— me convenció de la inutilidad del
empeño. Renuncié pues al episodio no sin expresar antes a quienes habían leído mi texto que
estos exquisitos escrúpulos sobre mi presencia en los lugares santos no se habían manifestado
10 años antes, cuando en 1979 las autoridades de Riad reclamaron la intervención de
centenares de gendarmes franceses, obviamente no musulmanes, para aplastar a sangre y
fuego la rebelión de los peregrinos chiíes en el mismísimo Bayt al Haram. El lance se saldó
con numerosísimas víctimas y puso de relieve las contradicciones que minan la credibilidad de
un poder que se erige en referente religioso de más de 1.300 millones de fieles en cuanto
guardián de los lugares santos.
Dos. La escuela jurídico-doctrinal hanbalí —la más estricta de las cuatro juzgadas ortodoxas
por los suníes—, revigorizada más tarde por la doctrina de Ibn Taimiya, fue la fuente en la que
se embebió siglos más tarde el teólogo Abd al-Wahhab, cuyas ideas inspiraron a su vez a Ibn
Saúd, ancestro de la actual dinastía, lo que más tarde se denominaría el wahabismo, fundado
en la solidaridad religioso-tribal tan bien analizada por Ibn Jaldún. El rigorismo extremo de
Abd al-Wahhab y de las tribus que se adueñaron de La Meca y Medina 50 años antes de la
llegada a los lugares santos de nuestro compatriota Alí Bey suscitó en este unas reflexiones
que deben ser analizadas a la luz de lo que ocurrió después. Sus ideales religiosos y sociales,
dice en síntesis, encontrarán un grave obstáculo a su difusión en las ciudades y regiones
musulmanas más avanzadas a causa de la extrema rigidez de sus principios, incompatibles con
las costumbres de las naciones que disfrutaban de los adelantos de la civilización, “de manera
que si los wahabíes no ceden un poco en la severidad de estos principios me parece imposible
que su doctrina pueda propagarse a otros países más allá del desierto”.
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Lo que no podía prever Domingo Badía, tal era el nombre auténtico de Alí Bey, era que el
descubrimiento del petróleo en los años veinte del pasado siglo procuraría al reino de Arabia
Saudí unos fabulosos recursos económicos que extenderían su influencia a todos los ámbitos
del orbe musulmán. Como escribe Luz Gómez García en su excelente Diccionario de islam e
islamismo, “el proselitismo saudí ha dado lugar a la fundación y financiación de una extensa
red de establecimientos educativos y culturales de inspiración wahabí por todo el mundo,
vehículo de la reislamización social de amplias capas desislamizadas o islamizadas en sentido
contrario al suyo”.
Centenares de mezquitas, madrasas y fundaciones piadosas con su personal cuidadosamente
encuadrado proliferan ahora tanto en los países musulmanes como en Europa y son una
almáciga de salafistas que sirven de caldo de cultivo al extremismo religioso que ensangrienta
vastas regiones de Dar al Islam. Las prédicas inflamadas de los imames que ocupan los
espacios televisivos de muchos canales del Golfo contribuyen a ello y no son objeto de
censura en la medida en que no cuestionan el orden jurídico-religioso del reino del Ibn Saúd.
Tres. Las relaciones conflictivas de las monarquías petroleras y los diferentes movimientos de
inspiración salafista a lo largo del último medio siglo han sido objeto de numerosos análisis
por los arabistas y estudiosos en la materia. Para ceñirme a mi experiencia argelina no está de
más recordar que el desastroso programa de arabización de Bumedián y la importación de
centenares de profesores formados en Arabia Saudí fueron una de las razones determinantes
del auge islamista que cuajó en el Frente Islámico de Salvación, cuya victoria en la primera
vuelta de las elecciones legislativas de diciembre de 1991 provocó la suspensión de estas y el
encarcelamiento de la cúpula del FIS, causa a su vez de la sangrienta guerra civil de la década
de los noventa que se cobró más de 130.000 víctimas. Sobrepasado por el giro de los
acontecimientos, Riad anatematizó la deriva extremista del Grupo Islámico Armado como lo
haría 20 años más tarde —tras el triunfo de los Hermanos Musulmanes en los comicios
egipcios y su aplicación de unos planes vistos con sospecha por los guardianes del orden
jurídico-religioso del reino— con la hermandad creada por Hasan al-Banna, tildada de
terrorista a raíz del golpe militar del mariscal Al Sisi. En ambos casos, las criaturas
engendradas por el rigorismo doctrinal saudí lo forzaron a tomar posición frente a ellas en un
difícil ejercicio de equilibrio entre su doctrina e intereses estratégicos.
Como un aprendiz de brujo, el reino de los Ibn Saúd afronta hoy el desafío de la proclamación
del califato islámico por las huestes de un salafismo radical llevado a sus últimas
consecuencias y en cuyas filas, como en Al Qaeda, figuran numerosos combatientes de la
Península arábiga. Pese a ser la referencia religiosa del islam suní, Riad, aunque sin agregar
sus tropas al Ejército iraquí y peshmergas kurdos que frenan su ofensiva, forma parte de la
coalición occidental que lo combate. En otras palabras, aplaude por un lado la campaña militar
de los “cruzados”, como lo acusan las redes sociales de la nebulosa extremista, mientras
suministra por otro sus armas a los grupos yihadistas que luchan contra El Asad por la
amenaza que representa el llamado “arco chií” en su rivalidad estratégica y religiosa con
Teherán por la supremacía espiritual en el mundo islámico.
No obstante, el férreo control del sistema, la sociedad saudí bulle hoy de un descontento
provocado por el rígido encuadre religioso y tribal y la injusta distribución de la riqueza
procedente del oro negro. El país es una olla de presión en la que hierve una contestación que
no se puede aplacar con los paños fríos de las cautelosas reformas emprendidas por el actual
monarca ni con la improvisada asistencia social a la masa de los desfavorecidos.
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Cuatro. Vuelvo al episodio de mi frustrado documental sobre la peregrinación cuyo escrito
incluí en mi libro De la Ceca a la Meca mientras hojeo las estadísticas de la increíble tasa de
analfabetismo en el mundo árabe y constato la incapacidad de sus sistemas educativos para
enfrentarse a los desafíos de la modernidad más allá de las meras innovaciones tecnológicas.
El dinero que se derrocha hoy en gastos suntuarios y promoción de su imagen o marca no se
destina en ningún caso a colmar dicho vacío. El adoctrinamiento excluye totalmente el rico
legado literario y filosófico de los primeros siglos de la gran cultura islámica bajo los omeyas,
abasíes y en el Andalus.
Recuerdo que un tiempo después de mi fracaso recibí una invitación de Riad para asistir allí a
un coloquio sobre el diálogo intercultural. Pero en un país en donde Ibn Rush (Averroes) está
prohibido por ser racionalista, Ibn Arabi por místico y Las mil y una noches por “licenciosa”,
me dije para mis adentros, ¿de qué clase de cultura estarían hablando?
Fuente: El País, 26.1014 por Juan Goytisolo escritor español.
8. LA ENFERMEDAD DE FRANCIA POR GUY SORMAN
La Comisión Europea está investigando actualmente al Gobierno francés por no cumplir su
promesa de reducir el déficit público; en realidad, los gobiernos franceses han resultado
incapaces de equilibrar el presupuesto desde hace treinta años. La contradicción entre la
horrible gestión del Estado y la relativa prosperidad francesa ha sido un misterio durante
mucho tiempo. En la década de 1980, Milton Friedman solía declarar: «El Gobierno francés se
equivoca en todo, y aun así el país funciona», y explicaba la contradicción entre una política
económica controlada por el Estado y una tasa de crecimiento decente por la magnitud del
fraude y del mercado negro, ya que, como no se pagaban los impuestos y no se aplicaban las
excesivas normativas, los empresarios todavía podían producir e innovar. Aunque la hipótesis
de Friedman fuese correcta, el mercado negro y el fraude no bastan hoy para que la economía
francesa siga creciendo.
Al describir la tendencia, los expertos de los medios emplean una expresión paradójica: el
crecimiento negativo. Como la población francesa aumenta un 1% al año, el crecimiento
negativo significa que la renta per cápita disminuye. El efecto de este proceso destructivo se
atenúa para las familias de clase media que han heredado algo de capital y una casa en el
campo. Para los franceses más jóvenes, sin raíces locales, el crecimiento negativo provoca
falta de oportunidades y de empleo. Hoy, las prácticas no remuneradas se están convirtiendo
en norma social.
Este hundimiento no debería entenderse solo mediante una crítica al Ejecutivo socialista.
Cierto es que François Hollande no fue de ayuda al declarar, cuando resultó elegido, que el
mundo de las finanzas era su enemigo personal, y proclamar, dos años después, que amaba a
los empresarios. Si Hollande fuese un auténtico socialista, los empresarios se adaptarían; pero
resulta que es impredecible, lo que es mucho más desestabilizador. Sus gobiernos prometen
reducir el déficit público, pero lo incrementan. Hollande anuncia de forma pomposa que le
hará más sencilla la vida a los empresarios, pero añade nuevas normas para proteger el medio
ambiente.
Pero estas extrañas políticas no explican la tragedia que se está produciendo. El declive
empezó en los ochenta, cuando el Gobierno no se percató de que la globalización iba a acabar
con la antigua manera francesa de hacer negocios mediante los monopolios, los mercados
cerrados y el capitalismo de amiguetes. En vez de a una Thatcher o a un Reagan, Francia
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eligió a una serie de presidentes estatistas, de izquierdas y de derechas. Y en vez de llevar a
cabo una liberalización y de aplicar flexibilidad, todos los líderes que ocuparon el poder
aumentaron los impuestos y la regulación. El punto culminante de esta tendencia fue una ley
de 1998 que prohibía que los empleados trabajasen más de 35 horas por semana. La ley sigue
vigente, ningún gobierno se ha atrevido a derogarla.
También tenemos que ir más allá de la hipótesis de Friedman para entender por qué un puñado
de empresarios sigue generando algo de crecimiento. La economía francesa no se hunde por
dos razones trascendentales. La primera es que un número limitado de empresas muy grandes
son capaces de superar las restricciones políticas al convertirse en globales. Las empresas de
armamento, de transporte y de productos de lujo, así como las cadenas de tiendas, los bancos y
las compañías de seguros realizan la mayor parte de su actividad empresarial en el extranjero,
y también obtienen la mayor parte de sus beneficios fuera. Sus sedes centrales y su directiva
siguen estando en París para beneficiarse de la imagen positiva de la etiqueta del «Made in
France». Aunque sus resultados son excelentes en el mercado mundial, hay que señalar que
estas empresas se crearon hace una eternidad. De las 40 principales empresas que dominan el
mercado bursátil, ninguna tiene menos de 50 años.
El segundo pilar de la resistencia francesa es Europa, cuyos países siguen siendo los clientes
más importantes para Francia. Ese estatismo se ve compensado por una UE orientada hacia el
mercado libre. Europa limita la tentación del Gobierno francés de regularlo y nacionalizarlo
todo; el Banco Central Europeo prohíbe el romance francés, que tiene siglos de antigüedad,
con la inflación seguida de una devaluación. El euro puede parecer frágil, pero el franco
francés era un azote que provocaba, a través de la inflación, la repetida desestabilización de la
sociedad.
Desde hace unos cuarenta años, Europa y las empresas mundiales francesas han actuado como
boyas para mantener a flote a Francia. Es posible que estas boyas ya no basten para hacer que
el cadáver flote: nos estamos ahogando. Puede que el proceso sea demasiado lento para que
exista una sensación de urgencia nacional. Y es cierto que está en boga hablar de reformas,
pero ningún líder político y pocos analistas se atreven a precisar el contenido de estas
reformas. En pocas palabras, Francia necesita una revolución schumpeteriana: la «creación
destructiva». El primer ministro Valls, que hace hincapié en el discurso del libre mercado, no
va por ese camino. Si el Gobierno quisiese apoyar realmente a las empresas, tomaría dos
decisiones radicales: derogaría la limitación de las 35 horas semanales y permitiría la
explotación del gas de esquisto que es abundante y que todavía no se ha explotado. Por
desgracia, Valls ha confirmado en repetidas ocasiones que no tomaría estas medidas. No solo
hay que culpar de ello a la cobardía política, sino que debemos admitir que es casi imposible
ser elegido en Francia con un programa de libre mercado cuando un tercio de la población
vive del trabajo público o de subsidios.
Esto explica por qué, por primera vez en la historia francesa, gran número de jóvenes
empresarios abandonan su patria para empezar una nueva vida y crear nuevas empresas en el
extranjero. Sus destinos preferidos son Reino Unido, EE.UU., Canadá y China. Este exilio
voluntario nunca se había producido antes. Se calcula que tres millones de franceses, en su
mayoría jóvenes y activos, han optado por seguir siendo franceses, pero no en Francia.
Volverán a su patria para pasar las vacaciones, para visitar a sus ancianos padres y para
jubilarse. Es posible que el futuro económico francés esté fuera de Francia.
Fuente: ABC, 26.1014, por Guy Sorman, economista, periodista, filósofo y autor francés.
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9. LA DILMA QUE CONOCÍ EN PERSONA POR CARLA JIMÉNEZ
Lo primero que hice cuando me presentaron a Dilma Rousseff, en junio de este año, fue
fijarme en sus zapatos. Bailarinas de cuero, casi planas y redondeadas en la punta, me ha
quedado claro que necesita calzado muy cómodo para lidiar con la rutina cargante de una
presidencia de la república. El encuentro se celebró de forma inesperada. La presidenta quería
reunir a los corresponsales internacionales para hablar sobre los preparativos para el Mundial
de Fútbol. Al confirmar mi asistencia en la cena en el Palacio da Alvorada, temblé. Por más
años de profesión que se tenga, ver a un jefe de Estado en directo siempre da un cierto
nerviosismo. Pues así llegué el 3 de junio a Brasilia, para cubrir el encuentro en el Palacio da
Esplanada en vísperas del mundial.
Los periodistas esperábamos fuera de la casa, mirando el bello jardín del Palacio, mientras
conversábamos con algunos ministros, hasta que Rousseff llegó saludando con dos besitos a
quienes no se intimidaron. Empezó entonces la conversación: “¿Y el Mundial?”. Enseguida
surgieron las preguntas sobre los fantasmas que cercaban el evento —el retraso de las obras, el
brote de dengue, entre otras—. Mientras apuntaba discretamente lo que decía —la regla
establecida por la presidencia era no grabar el encuentro— pasé a notar algunos detalles.
Miraba de cerca el rostro de la presidenta que tiene fama de colérica, seria, borde y todo tipo
de apodos que la alejan del estereotipo de la feminidad. Quería fijarme en las arrugas —
muchas menos de las que yo imaginaba— mientras sonreía. Sí, la presidenta sonríe. Y mucho.
Se partió de risa y mostró entusiasmo, porque todo estaba listo para el inicio del Mundial.
Llamé su atención cuando le pregunté sobre infraestructura y las carreteras que se estaba
construyendo en el Centro Oeste del país. Sabía que era un asunto del que a la presidenta le
gusta hablar, por haber creado un programa de concesiones multimillonario para mejorar la
logística del país. Y, efectivamente, se echó a hablar con una naturalidad que me sorprendió.
En nada recordaba el "dilmês", como se apodó su modo de hablar que, a veces, repite palabras
y dificulta la comprensión inmediata. Ella tiene inteligencia abstracta, absorbe números, y
dibujaba en el aire el trazado de algunas de las autopistas que harían en el país.
Pero el momento de ver a la Dilma más humana llegó cuando el asunto se encaminó hacia las
obras de infraestructura del Noreste. En ese momento, los ojos de la presidenta brillaron y
pude ver bien, de cerca, que quien hablaba no era la economista e ingeniera, sino el corazón de
la madre de Paula y abuela de Gabriel. Ella explicó el programa de cisternas, que llevó cerca
de un millón de depósitos de agua a casas que no tenían. "Antes se intercambiaba el agua por
el voto", dijo Rousseff mientras tomaba mi cuaderno para dibujar las cisternas. Ella recordó
los camiones cisterna, coches con agua que llegaban a esas regiones en víspera de elecciones,
para hacer un 'trueque' de votos. Los depósitos, sin embargo, quedarán para siempre,
independientemente del gobernante que maneje la ciudad o Estado en cuestión.
Después de algún tiempo, la figura formal de la presidenta había desaparecido. Ya era una
persona normal, una profesional en su oficio como los periodistas que la rodeaban. Seguimos
entonces hacia la bonita mesa para la cena, y yo tenía curiosidad por saber quién se sentaría al
lado de la presidenta. Quedó el ministro de la Casa Civil, Aloizio Mercadante, a su izquierda,
y un periodista bien parecido a la derecha. Pensé: "¡Dilma no tiene nada de boba... ministro y
periodista guapetones, uno a cada lado!".
Recordé ese detalle cuando, un mes después, ella recibió al actor Cauã Reymond en el Palacio
de Planalto, y lo saludó antes que al vicepresidente, Michel Temer, como manda el protocolo.
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"Disculpe Temer, pero no todos los días tenemos un Cauã en Planalto", dijo ella, para el
deleite de la audiencia, que estalló en carcajadas.
Dilma vive con su madre en la residencia oficial, y no se tiene noticias de amores o novios.
"No me da tiempo", respondió una vez en una entrevista. Por eso, ese detalle de quien se
sentaría a su lado en la cena, que posiblemente era solo una coincidencia, me despertó la
curiosidad sobre cómo debe ser abrirse a una relación, y estar cercada por hombres poderosos
todo el tiempo. La presidenta tiene algo de seductora que el día a día no capta.
En algunos momentos, pasaba por mi cabeza que Dilma fue torturada brutalmente con
descargas eléctricas durante la dictadura. ¿Quién consigue sobrevivir sin amargura a eso?
Quise preguntarle al respecto, pero no vi oportunidad. Seguía reparando en la Dilma humana,
que evitó el postre para no engordar, aunque no se haya resistido a un poquito de helado, si no
me falla la memoria.
Tras tanta informalidad, ya se había hecho las preguntas duras y hubo espacio para matar las
pequeñas curiosidades. ¿Cuántas horas duerme? —Seis por noche— ¿Le gustan las series? —
Me encantan las series de época de BBC, y Dowtown Abbey—. ¿Cuáles libros está leyendo?
—El libro de Thomas Pikkety, Capital del siglo XXI. Y me gustó El hombre que amaba los
perros (de Leonardo Padura)—.
Enseguida, ella mostró el resto de la casa, los cuadros, y los detalles de obras del arquitecto
Oscar Niemeyer en la residencia oficial. Al final, antes de despedirse, reunió a los periodistas
para una foto oficial. Sin darme cuenta estaba a su lado, y ella colocó las dos manos en mis
hombros, en una proximidad inesperada. Llegué de la cena pensando: "¿Por qué se sacó una
foto a mi lado? ¿Le habré agradado con las preguntas?". Al cambiarme la ropa, me di cuenta
de un detalle. Yo llevaba una chaqueta roja, el color del PT, lo que debe explicar por qué me
escogió para salir a su lado. Esa presidenta no tiene nada de boba...
Fuente: El País, 27.1014 por Carla Jiménez, periodista española
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