Exposición Literatura y Matemáticas Abril-Mayo 2015

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NUTRICIÓN INFANTIL
PEDIÁTRICA
(Acta Pediatr Esp. 2005; 63: 204-207)
Obesidad infantil: ¿un problema de educación
individual, familiar o social?
T. Durá Travé, F. Sánchez-Valverde Visus
Servicio de Pediatría. Hospital «Virgen del Camino». Servicio Navarro de Salud/Osasunbidea. Pamplona
Resumen
Abstract
La obesidad infantil y juvenil constituye el trastorno nutricional de mayor relevancia en nuestro medio y un problema sanitario de gran trascendencia. La rapidez con que se está incrementando su prevalencia parece guardar relación con
factores ambientales (hábitos dietéticos, vida sedentaria,
etc.). El medio escolar, junto al familiar, son los ámbitos educativos de mayor influencia; por tanto, la instauración de programas escolares de Educación Nutricional sería el método
idóneo para iniciar y/o consolidar la adhesión psicoafectiva a
unas buenas prácticas alimentarias y a estilos de vida saludables. No obstante, este tipo de intervenciones supone un coste social que habría que asumir y, si esto no fuera posible, nos
tendríamos que limitar a seguir emitiendo decálogos de buenas intenciones.
Title: Childhood obesity: a question of education at the individual, family or social level?
Palabras clave
Keywords
Obesidad infantil, educación nutricional, programa escolar
Childhood obesity, nutritional education, school program
Introducción
Aunque la obesidad es un trastorno multifactorial en cuya
etiopatogenia están implicados factores genéticos, metabólicos, psicosociales y ambientales, la rapidez con que se está
produciendo el incremento de su prevalencia parece estar más
bien en relación con factores ambientales, como hábitos alimentarios poco saludables, junto a una disminución de la actividad física en niños y adolescentes condicionada, en gran
medida, por la televisión10-15.
En los países industrializados, las deficiencias nutricionales graves en la infancia y la adolescencia prácticamente han desaparecido; sin embargo, en el curso de las últimos años se ha incrementado progresivamente la prevalencia de la obesidad
infantil y juvenil, constituyendo el trastorno nutricional de mayor
relevancia en nuestro medio y un problema sanitario de gran trascendencia, especialmente si se tiene en cuenta que la mayoría de
los adolescentes obesos lo seguirán siendo en la edad adulta, con
el riesgo sobreañadido de una mayor morbimortalidad1-6.
La prevalencia de la obesidad en la población infantil y juvenil española alcanza la cifra del 14% (15,6% en varones y
12% en mujeres), con una tasa global de sobrepeso del 26%,
siendo su frecuencia más acusada en los grupos con menor nivel socioeconómico y educativo7. Además, cabe destacar que
la situación nutricional de sobrepeso en la edad escolar supone una situación de riesgo de obesidad para el adolescente, lo
que exigiría una valoración clínica y seguimiento, ya que la
prevención es uno de los principios generales del tratamiento
de la obesidad8, 9.
Obesity in childhood and adolescents constitutes the most relevant nutritional disorder in our population and poses a highly
important health care problem. The speed with which its prevalence is increasing appears to be related to environmental
factors (dietary habits, sedentary lifestyle, etc.). Together, the
school and home settings are the most important educational
environments; thus, the introduction of programs of dietary
instruction in schools would be the ideal method for initiating
and/or consolidating a psychological and emotional adherence to good dietary practices and healthy lifestyles. Nevertheless, interventions of this type involve social costs that would
have to be assumed. Should this be impossible, our only option
would be to go on issuing decalogues of good intentions.
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El tratamiento de la obesidad es complejo y precisa de un
equipo multidisciplinario que combine una dieta adecuada
(restricción y/o modificación del aporte alimentario), el incremento de la actividad física y la modificación de actitudes y
comportamientos alimentarios: educación personal y/o familiar16, 17. El medio escolar, junto al familiar, son los ámbitos
educativos de mayor influencia en la adquisición de unos hábitos alimentarios y estilos de vida que se irán consolidando a
lo largo de la infancia y la adolescencia (figura 1).
Los hábitos alimentarios y tradicionalmente observados en
algunos países del área mediterránea han dado lugar al concepto de dieta mediterránea, representada de manera gráfica
por la denominada pirámide nutricional. La dieta mediterránea
Correspondencia: T. Durá Travé. Avda. Pío XII, 10, 8.º C. 31008 Pamplona (Navarra). [email protected]
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Pediatra
Dietista
Educación
sanitaria
Enfermera
Psicólogo
Familia
Colegio
Actividad física
Dieta adecuada
Figura 1. Combinación básica del tratamiento de la obesidad
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está considerada como un prototipo de dieta saludable, cuyos
principios básicos deberían ser aplicados a la edad pediátrica
y, por supuesto, podrían ser asumidos en nuestro entorno cultural y/o geográfico18-21. Sin embargo, la industrialización y la
comercialización de la cadena alimentaria, con una producción
cada vez mayor de alimentos procesados, están induciendo
una serie de cambios en relación con los hábitos y preferencias alimentarias en amplios sectores de la población, sobre
todo en la infancia y la adolescencia22-25. De hecho, los hábitos alimentarios de los adolescentes en nuestro medio reflejan un modelo dietético que, si bien cubre sobradamente las
necesidades calóricas de la edad, difiere de manera sensible
del prototipo mediterráneo, ya que se caracteriza por un consumo proporcionalmente excesivo de carnes y derivados, así
como de azúcares refinados, junto a un consumo proporcionalmente deficiente de cereales, legumbres, verduras, frutas
y pescados, y con una deficiente cobertura de algunos minerales y vitaminas, como calcio, magnesio, vitaminas C y D y folatos en los varones, y calcio, magnesio, hierro, vitaminas C y D,
riboflavina, niacina, vitamina B6 y folatos en las mujeres26, 27.
De las encuestas nutricionales que se han publicado en
nuestro país26-31, se desprende la imperiosa necesidad que tiene la población, en general, y más concretamente los escolares y adolescentes, de una educación nutricional teórica y aplicada. Se trataría de establecer normas y guías alimentarias
que busquen promover la recuperación de la dieta mediterránea como modelo de dieta saludable, así como impedir y/o
aminorar la adquisición de nuevos modelos dietéticos occidentales. Las normas dietéticas que deben aplicarse para conseguir una alimentación equilibrada consistirían, básicamente, en moderar el consumo de carnes y derivados, con lo que
se reducirían de manera sensible los aportes de proteínas de
origen animal, colesterol y grasas saturadas, e incrementar el
consumo de alimentos ricos en hidratos de carbono complejos
(pan, pastas, arroz, etc.), legumbres, frutas y verduras, frutos
secos y pescado, con lo que se incrementarían los aportes de
todos los minerales y vitaminas deficitarias; además de fomentar el consumo de aceite de oliva, principal fuente de grasa monoinsaturada, como única grasa culinaria en lugar de
otros aceites vegetales.
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La televisión (TV) es un factor ambiental que ha contribuido
sensiblemente al incremento de la prevalencia de la obesidad
infantil en nuestra sociedad, puesto que dedicar mucho tiempo a la TV también supone, en gran medida, dejar de hacer
otras actividades de mayor gasto energético, como serían los
juegos o el deporte19. Además, la publicidad que acompaña y
se intercala en los programas infantiles tiende a transformar
los programas en escaparates publicitarios, con el objetivo de
estimular el deseo y la necesidad de consumir, y preferentemente, se trata de alimentos de alto contenido calórico. Hoy
en día, la TV forma parte de todos los hogares y su visión está considerada como una actividad rutinaria a la que los jóvenes dedican gran parte del tiempo de ocio32. Por tanto, convendría que todas aquellas personas (padres, pediatras,
enfermeras, docentes, poderes públicos, etc.) implicadas en la
educación de nuestros hijos reflexionaran sobre estos hábitos
televisivos, ya que el uso indiscriminado de la TV, además de aumentar la pasividad intelectual y limitar la creatividad, fomenta
el sedentarismo y, por tanto, el desarrollo de obesidad33, 34.
Los estudios epidemiológicos nutricionales han comprobado reiteradamente cómo los conocimientos adquiridos mediante el esfuerzo pedagógico de los Programas de Educación
Nutricional, incluso cuando éstos están dirigidos a una población sensibilizada que demanda información y tienen una excelente disposición para recibirla, a pesar de conseguir una
población informada, no se ponen en práctica y, por tanto, no
se traducen en consumos reales de alimentos coherentes con
los consejos y recomendaciones recibidas35.
¿Dónde radica la dificultad de
modificar un hábito alimentario?
Los hábitos dietéticos constituyen un referente sociocultural
que actúa, muchas veces, como elemento integrador y/o de
identidad de los grupos que los practican; por tanto, todas
aquellas acciones educativas que estén al margen de esta
realidad estarán abocadas al fracaso. Cuando se plantea como objetivo de un programa educativo conseguir hábitos alimentarios permanentes, se tendría que actuar sobre tres niveles: la adquisición de los conocimientos teóricos, necesarios
pero no suficientes; la adaptación de las propuestas a la vida
cotidiana, que significa una interiorización de la gestión cognitiva; y la adhesión psicoafectiva de las nuevas prácticas que
se proponen.
La experiencia acumulada de los programas escolares corrobora los efectos beneficiosos que este tipo de intervenciones tienen, al menos a corto y medio plazo, sobre el sobrepeso y la obesidad infantil36-40. Estos programas deberían
instaurarse cuando el niño comienza su escolarización, constituyendo el medio escolar, junto al familiar, los lugares más
idóneos para iniciar y/o consolidar la adhesión psicoafectiva
a unas buenas prácticas alimentarias. Los componentes estructurales de estos programas escolares pueden ser múltiples, pero, básicamente, serían los siguientes (figura 2):
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Obesidad infantil: ¿un problema de educación individual, familiar o social? T. Durá Travé, et al.
Educación
nutricional
Educación
física
Comedor
escolar
Salud
pública
Obesidad
Servicio
sanitario
Familia
Figura 2. Elementos estructurales de un programa escolar de
educación nutricional
a) En el contexto de un programa escolar, la educación nutricional estaría considerada como un elemento básico al proporcionar los conocimientos teóricos sobre alimentación y nutrición. Es decir, sería deseable que, en la enseñanza
obligatoria, existiera una disciplina de alimentación y nutrición cuyo objetivo primordial fuera que los alumnos adquiriesen conceptos claros sobre el valor nutritivo de los distintos
grupos de alimentos y hábitos dietéticos saludables.
b) Asimismo, se deberían diseñar programas de educación
física proporcionados a las diferentes edades y que inculcaran
a los alumnos la importancia que la actividad física tiene en la
promoción y mantenimiento de la salud.
c) La restauración colectiva, y en concreto el comedor escolar, se encuentran en fase de expansión como consecuencia
de las nuevas formas de organización familiar y/o social, y cada vez son más las familias que delegan algunas de las comidas de sus hijos en estos servicios y/o empresas. El comedor
escolar es uno de los instrumentos más interesantes del programa escolar, puesto que podría contribuir a reforzar un reflejo inmediato de conocimiento adquirido-práctica alimentaria saludable y/o corregida. Es decir, serviría de vehículo de
educación sanitaria ya que, a través de él, se adaptarían las
propuestas alimentarias teóricas a la vida cotidiana de los jóvenes, contribuyendo sensiblemente a la adhesión psicoafectiva a normas dietéticas saludables.
d) Es fundamental que la familia sepa crear unos hábitos de
alimentación saludables en sus hijos y que éstos reciban en la
escuela la instrucción suficiente para desarrollarlos o modificarlos en el caso de que no fueran correctos. Una implicación
activa de los padres, si bien no garantiza el éxito, mejora la
eficacia de la gestión pedagógica y la valida positivamente al
facilitar la aplicación práctica y adhesión psicoafectiva a los
hábitos alimentarios propuestos.
e) En las experiencias anglosajonas existía un personal sanitario adscrito a estos programas, médicos y/o enfermeras,
encargados de controlar periódicamente los índices nutricionales de los alumnos, así como de dar apoyo psicológico a
aquellos casos que lo precisen.
f) Por último, considerando que la obesidad es un problema
de salud pública de primer orden, se requiere el compromiso
formal de todos los sectores implicados (gobiernos, instituciones sanitarias, medios informativos, industria privada, etc.)
para que estos programas tengan éxito a medio y largo plazo.
Obviamente, la instauración de estos programas escolares
supondría un coste social; por tanto, lo que tendríamos que
cuestionarnos seriamente es si nuestra sociedad, inmersa en
la llamada economía del bienestar, estaría dispuesta a asumir
el coste de oportunidad que supone este servicio sanitario,
puesto que habría que detraer de otros sectores productivos
recursos, bienes y servicios de otra naturaleza que también
contribuyen a generar bienestar; y si no fuera posible, nos tendríamos que limitar a seguir emitiendo decálogos de buenas
intenciones.
Mientras tanto, convendría que los profesionales sanitarios
conocieran los hábitos dietéticos de su entorno asistencial para poder intervenir y corregir, en su caso, situaciones de riesgo nutricional, involucrando a toda la familia en las modificaciones de hábitos incorrectos en la alimentación. Los equipos
de atención primaria y, más concretamente los pediatras, deberían incluir en su cartera de servicios, dentro de los Programas de Prevención y Promoción de la Salud, junto al control
periódico del peso y la talla, una serie de medidas preventivas
a aplicar desde los primeros años de vida. Se debería fomentar una actividad física regular y apropiada para cada edad, y
reforzar una serie de normas generales de conducta, como respetar los horarios de las comidas, evitar el sedentarismo y aumentar la actividad cotidiana, reducir las horas de televisión,
etc. Se trataría de conseguir que los adolescentes llegaran a
estar en condiciones de diseñar una alimentación saludable,
lo que significaría que estaríamos consiguiendo que las generaciones futuras dispusieran de un excelente instrumento para prevenir la enfermedad y promover la salud, lo que supondría añadir vida a los años y, en definitiva, mejorar la calidad
de vida de la población.
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