(Dime que compras y te diré quien eres)

DIME QUE COMPRAS Y TE DIRE QUIEN ERES
Por: Jaime Coaguila
Por lo común los comerciales se han caracterizado por un empleo
subrepticio de la psicología de los consumidores y la manipulación a veces
perversa de ciertos valores con fines únicamente mercantiles. De esta manera
es frecuente encontrar en nuestras atiborradas pantallas de televisión anuncios
varios donde se vende sexo por un par de buenos pantalones, felicidad a
cambio de unas cuantas cervezas heladas, además de tradición o prestigio
social según convenga. Así cuando uno compra un producto no solamente está
comprando un objeto material sino además el conjunto de cualidades y virtudes
que aparentemente traen consigo dicho objeto y que someten al consumidor a
una especie de condicionamiento moral: “dime qué compras y te diré quién
eres” y que parece ser el slogan publicitario de estos nuevos tiempos. Sin
embargo a pesar de la evidencia de este mensaje elitista, los comerciales
desde siempre han intentado dar un toque distintivo a su producto pero de
manera que no afecte la susceptibilidad del resto de potenciales consumidores:
“si el producto es el mejor y su consumidor el privilegiado, esto no implica que
usted no pueda serlo también”. Lo cierto es que al igual que los comerciales de
productos “populares”, también los comerciales de “status” pretenden en el
fondo convertirse en los nuevos productos de moda a ser usados por el público
en general. Y es que esta suerte de hipocresía marketera no tiene otro fin que
promocionar el consumo y aprovechar las debilidades morales de un público
cada vez más instintivo y dominado por el mercado. Pero la estrategia de
standarización del consumo no siempre es la misma y en estos últimos años
pareciera haberse abandonado los disfrazes, las cortinas de humo y los
mensajes cifrados; ahora el producto de “élite” se declara abiertamente
exclusivo, personalizado y exorcizado del gusto popular, la imagen promociona
tanto la apariencia como la calidad del producto y se han dejado de lado los
reparos moralistas. No es que los comerciales hayan perdido calidad o que no
guarden siquiera las apariencias, la verdad es que como nunca antes la
sociedad de consumo se presenta como lo que en realidad es: “quiere vender
un producto y para eso construye una propaganda”, nadie engaña a nadie,
porque si bien existen consumidores de rango privilegiado y popular, uno es
libre de elegir qué producto comprar y por tanto libre de elegir su lugar en la
balanza del mercado. Aunque incluso esa libertad solamente sea un mero
artificio fabricado por la necesidad de promocionar la autoconfianza de los
propios consumidores.