De cómo el socialismo pudiera imponerse al capitalismo - Temas

De cómo el socialismo
pudiera imponerse
al capitalismo
Pedro Campos
Historiador.
L
a práctica del «socialismo real» ha
evidenciado el fracaso de todo aquel
conjunto de concepciones económicas,
políticas y sociales que reunían los manuales
de «marxismo-leninismo» y que no fueron otra cosa
que la pretensión del estalinismo y sus variantes de
pasar como continuadores de las ideas de Carlos Marx
y Vladimir I. Lenin. Mucho se ha escrito al respecto.
La sociedad de los capitalistas se impuso a la feudal
de los reyes y la nobleza, del mismo modo en que esta
superó la de los esclavistas por representar avances
generales para el bienestar de la humanidad en todos los
órdenes: económico, político y social. En el trasfondo,
casi invisible, descansaba una nueva forma de organizar
la producción material, de hacer que la fuerza de trabajo
generara un nuevo modo de producción.
El trabajo asalariado (capitalista), en comparación
con el de los siervos (feudal) y, desde luego, respecto
al de los esclavos, representaba una forma superior de
organización de la producción, no solo más acorde con
el desarrollo de los medios y técnicas de producción,
sino también más libre y menos inhumana. El
desposeído se beneficiaría, además, de las conquistas
democráticas logradas junto a los burgueses y se le
reconocería derechos antes inimaginables para siervos
o esclavos.
Las revoluciones políticas burguesas ocurrieron
cuando ya los capitalistas controlaban buena parte de
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Pedro Campos
n. 77: 102-106, enero-marzo de 2014
la economía —especialmente el capital financiero—:
el mercado, las finanzas, la industria y la agricultura;
y la continuación de las relaciones feudales impedía la
expansión de los capitales.
Allí donde los reyes y señores feudales se mostraron
más complacientes con los poderosos dueños del
dinero, los procesos de cambio de poder entre clases
fueron menos violentos, más pacíficos si se quiere; o se
desarrollaron en forma compartida. Es lo que explica
la permanencia de monarquías en Europa, todavía en
el siglo xxi.
Luego, el capitalismo se fue extendiendo por todo el
planeta a sangre y fuego, e impuso su control no solo en
los antiguos regímenes donde imperaba el feudalismo,
sino también en antiguas colonias de otrora potencias
feudales, en las que era posible encontrar materias
primas y mano de obra barata.
Los capitalistas, para imponerse a la nobleza feudal
y expandir su sistema a nivel mundial, han enarbolado
las banderas de la libertad, la igualdad, la fraternidad,
la democracia y los derechos humanos. Pero esos
mismos principios permitirían a los trabajadores
libres asociados superar el capitalismo como sistema
económico-político y social.
De manera que el capital generó principios y valores
útiles para el surgimiento y desarrollo del nuevo modo
de producción. De hecho, las revoluciones políticas
burguesas tuvieron lugar luego de los profundos
cambios en las relaciones de producción ocurridos en
pleno feudalismo, contra el que lucharon burgueses y
proletarios unidos, las nuevas clases, a fin de empoderar
políticamente a las respectivas burguesías, para que
estas pudieran desplegar todos los potenciales del
nuevo modo de producción asalariado y convertir el
capitalismo en sistema dominante a escala mundial.
Por mucha dominación burguesa en la sociedad del
capital, los paradigmas generados por esa misma clase
contra la nobleza y los señores feudales, tuvieron que,
de alguna forma, ser compartidos con los harapientos
obreros que la llevaron al poder desde las barricadas.
Y luego, solo la violación flagrante de aquellas ideas
permitiría a muchos destacamentos nacionales de las
burguesías mantener su control social absoluto.
Los pueblos asumirán el socialismo como sociedad
—esa que solo sigue siendo una utopía y que nada tiene
que ver con el «socialismo» pretendido desde el Estado
todo poseedor y decisor— cuando el nuevo modo de
producción en que se sustenta esté en capacidad
de demostrar en la práctica que es superior al sistema de
explotación asalariado en todos los órdenes.
Este proceso no ocurre de un golpe, como se ha
pretendido; se ha venido realizando poco a poco, en el
propio seno de la sociedad capitalista, con la creciente
organización productiva de los trabajadores libremente
asociados para laborar y convivir, en las diversas formas
de tipo cooperativo-autogestionario, asociativas, que
para muchos son apenas perceptibles.
Está muy claro, para buena parte de la humanidad,
que el capitalismo, movido únicamente por su ánimo
de lucro, es el responsable de la paulatina disminución
de los recursos naturales y de los crecientes desastres
ecológicos. Existen, incluso, capitalistas filántropos
que reconocen la necesidad de cambiar su sistema
de explotación y buscan maneras de mejorar las
condiciones de vida de sus explotados; pero por
limitaciones clasistas y debido a la confusión que generó
el «socialismo real», no encuentran el camino.
Cada día es más evidente que solo una concepción
distinta a la capitalista-asalariada sobre la forma
de organizar la producción, que sea más racional,
capaz de integrar los intereses del ser humano y de
la naturaleza, podría preservar los ecosistemas, el
medioambiente y la vida en la Tierra.
Pero, desde luego, esta visión de la nueva sociedad
tendría que superar primero el dogmatismo del viejo
socialismo estatalista-asalariado centralizado, de corte
neoestalinista, que predominó hasta la caída de la Unión
Soviética y del «campo socialista», sobre el Estado, el
partido, la clase obrera como clase de vanguardia
y revolucionaria; y conllevó la absolutización de la
propiedad estatal, la planificación centralizada y su
sistema de la «dictadura del proletariado».
Muchos críticos del capitalismo rechazan las
cooperativas como forma genérica de la producción
socialista porque las consideran parte de aquel
sistema. No comprenden que tales empresas funcionan
internamente de manera distinta a las capitalistas, de
acuerdo con una forma de organización colectiva y
democrática, esencia del nuevo modo de producción;
ni se percatan de que tales formas asociativas están
obligadas a relacionarse y subsistir en ese medio,
teniendo en cuenta las reglas generales del mercado
existente.
Estos compañeros, revolucionarios honestos —no
los oportunistas burócratas que pretenden eternizarse
en el poder estatal— siguen sin identificar el socialismo
con la nueva forma de producción: la autogestión de los
trabajadores que implica el cooperativismo; y continúan
buscándolo en «la propiedad colectiva de todo el pueblo
sobre todos los medios de producción», en el cambio
del mercado capitalista por otro monopolizado y
determinado por el Estado «obrero», en la planificación
general centralizada de la economía capaz de evitar la
crisis capitalista de superproducción, así como en una
«mejor» redistribución centralizada de los medios de
consumo que produce toda la sociedad.
Quienes temen que el mercado capitalista corrompa
el cooperativismo, olvidan que dicha forma de
asociación se ha desarrollado en el mercado «libre»,
competitivo; y que, como las propias crisis capitalistas
y la distribución, depende de la manera en que se
produce. Por tanto, de lo que se trata en el socialismo es
de abolir paulatinamente el trabajo asalariado y ampliar
las relaciones de producción genéricas del socialismo
de tipo cooperativo-autogestionario, en su diversidad
de modos asociativos, hasta hacerlas predominar,
también en el mercado, que poco a poco cambiará sus
reglas. Según las nuevas, el intercambio sin ánimo de
lucro, sin oportunismo mercantilista, la solidaridad y
los nuevos valores irán imponiendo su impronta.
Ese predominio será el que transformará las formas
de intercambio capitalista, y el mercado actualmente
existente, de acuerdo con una tendencia natural al
intercambio de equivalentes.
El mercado es anterior al capitalismo y seguirá
existiendo, pero se irá transformando en la medida en
que se desarrollen y predominen las formas asociativas
libres de producción. No se puede ver el mercado como
algo estático que determina las formas de producción.
Marx explicó en detalles cómo el intercambio depende
de las relaciones de producción.
Las crisis de superproducción del capitalismo
existen por el ánimo de lucro, la competencia y la
explotación asalariada. Solo un cambio en los métodos
y en los objetivos hacia el predominio de formas
autogestionarias y la satisfacción de las necesidades
racionales de los colectivos laborales y sociales, podría
eliminar las crisis.
Mucho antes que Marx, William Thompson publicó,
en 1830, «Directrices prácticas para el establecimiento
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de comunidades», donde, de manera muy sintética y
algo primitiva —pero tan avanzada para su tiempo que
todavía hoy muchos no alcanzan a comprenderlo—,
señaló que el gran problema del capitalismo era la
superproducción, y sugirió la solución: el trabajo
cooperativo.
Allí afirmó:
La sociedad, tal como está organizada actualmente,
sufre ante todo escasez e inestabilidad en el empleo de
las clases trabajadoras. ¿Cuál es la primera causa de este
subempleo? Es la carencia de ventas y de mercados. No
se logra vender los productos fabricados y entonces se
malvenden a un precio inferior al coste de producción;
por ello, los fabricantes no pueden ofrecer empleo
permanente y remunerado. El único recurso evidente
es un mercado seguro para la mayoría de los productos
indispensables. El sistema de trabajo cooperativo ofrece la
solución. En lugar de buscar en vano mercados exteriores
en el mundo entero, donde se encuentran sobrecargados
o inundados por la incesante competencia de productores
hambrientos, realicemos la asociación voluntaria de las
clases trabajadoras. Estas son suficientemente numerosas
como para asegurar un mercado directo y mutuo de
los bienes más indispensables en materia de alimentos,
vestidos, mobiliario y alojamiento.1
El llamado «socialismo del siglo xx» que se propuso
«conscientemente construir» la nueva sociedad, fracasó
porque no fue capaz de generar otra superior —aunque
algunos intentos, de manera transitoria, consiguieran
superar las sociedades capitalistas en algún aspecto
científico y social—; desestimó el sentido libremente
asociado del trabajo, el nuevo modo de producción,
capaz de generar un nuevo y mejor sistema de
bienestar general y otra conciencia social, por lo cual
fue rechazado por los pueblos a los que se pretendió
imponer arbitrariamente, desde las posiciones de un
Estado y un partido hegemónicos.
El «socialismo de Estado» que terminó arruinando
parte de las fuerzas productivas creadas por el
capitalismo y por él mismo resultó finalmente en
el capitalismo privado, como única alternativa de
desarrollo, por su rechazo a las nuevas formas de
producción autogestionarias, solidarias, libremente
asociadas. Mientras aquel fracasaba, en el seno de las
sociedades capitalistas las nuevas formas de producción
genéricas del socialismo se iban desarrollando a partir
de las propias contradicciones del sistema imperante y
del desarrollo de las fuerzas productivas que rompían
el esquema capital/trabajo, como vías encontradas por
los trabajadores para librarse del yugo explotador del
orden asalariado.
Así ha ocurrido con un sinnúmero de cooperativas,
pequeñas empresas familiares, y trabajadores
individuales que ejercen como profesionales, técnicos
y laborantes, y que ofrecen libremente sus servicios
y producciones y compiten de manera exitosa con
las empresas capitalistas. El amplio desarrollo de
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la automatización y las nuevas tecnologías de la
informática y las comunicaciones han posibilitado el
enorme despliegue actual del trabajo libre individual,
familiar y cooperativo en el seno capitalista y la ruptura
de muchas de sus formas monopólicas de mercado.
Para una mejor comprensión del empuje del
cooperativismo, basta señalar que la Asociación
Cooperativa Internacional reconoce la existencia
de unos mil millones de cooperativistas en todo el
mundo,2 lo que representa cerca de 15% de la población
del planeta. La evolución positiva y exitosa del trabajo
libre asociado ha sido demostrada por economistas
merecedores del premio Nobel en años recientes.
El fenómeno que Marx describió como la primera
forma de descomposición del Capital: las sociedades
por acciones, se ha multiplicado y muchas importantes
empresas capitalistas, desde la Gran Depresión de
1930, han optado por la venta de acciones entre sus
trabajadores. También el procedimiento de organización
de las empresas japonesas les concede a estos amplia
participación en acciones, en la administración y en
las ganancias, si bien los grandes inversionistas y el
Estado continúan controlando el grueso de las acciones
y ganancias.
Los revolucionarios del xxi tendrán que superar
los prejuicios, dogmatismos y banalidades de las
experiencias precedentes y rescatar los valores originales
de las teorías económicas y sociales más progresistas de
los dos siglos anteriores, o estarán, igualmente,
condenados a repetir los fracasos pasados.
En la Contribución a la crítica de la economía política,
Carlos Marx expuso resumidamente las conclusiones
fundamentales de la filosofía que llevaría su nombre:
En la producción social de su vida, los hombres
contraen determinadas relaciones que son necesarias e
independientes de su voluntad, que corresponden a una
determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción
forma la estructura económica de la sociedad, la base
real sobre la que se levanta la superestructura jurídica
y política y a la que corresponden determinadas formas
de conciencia social. El modo de producción de la vida
material condiciona el proceso de la vida social, política
y espiritual en general. No es la conciencia del hombre
lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser
social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas
materiales de la sociedad entran en contradicción con las
relaciones de producción existentes, o, lo que no es más
que la expresión jurídica de esto con las relaciones de
producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta
allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas,
estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre
así una época de revolución social.3
Para desgracia del proclamado socialismo que le
siguió, el dogmatismo predominante que proclamó
esas verdades lo hizo de una manera que impidió
su entendimiento y materialización práctica. Aquel
La toma del poder político, democráticamente, por las mayorías trabajadoras,
tendrá sentido socialista en la medida en que avance hacia la abolición del
trabajo asalariado.
«socialismo» jamás se propuso desarrollar nuevas
formas de organización de la producción y de la
fuerza de trabajo, de manera distinta a la asalariada
capitalista y que fuera capaz de generar un nuevo
sistema complejo de pensamiento y de vida superior
donde el ser humano estuviera en correspondencia con
la naturaleza y no contra ella.
Aquel llamado «socialismo real» creyó que se trataba
de imponer por la fuerza —«revolucionariamente»—
un régimen productivista de capitalismo de Estado,
semimilitarizado, que hiciera un «mejor» reparto de
lo producido, a costa de expropiar violentamente a la
burguesía. Vio el «socialismo» en la distribución, no en
la forma de organizar la producción. Este, equivocado
en los fines y los medios, no podía terminar de otra
manera. No solo ello fue un fracaso; se estigmatizó el
socialismo con sus violencias y voluntarismos, y fue
perdiendo credibilidad entre los pueblos del mundo.
Los «comunistas estatalistas» eran —son—
antimperialistas; pero desde el capitalismo de Estado
nacionalista, administrado por una burocracia casi
permanente. Su antimperialismo no va dirigido al
corazón del sistema capitalista: el trabajo asalariado;
sino contra sus apetencias expansivas.
La batalla que debió darse en el terreno de las
relaciones de producción, una vez tomado el poder
político, y mientras se apoyaba y ampliaba el desarrollo
de las formas autogestionarias existentes y se creaban
otras nuevas hasta hacerlas predominantes, tuvo lugar
en el campo político-militar bajo control hegemónico
de las élites que, en nombre del socialismo y la clase
obrera, pretendieron controlar Estados, gobiernos,
países y todos sus medios y recursos de producción,
para «su causa revolucionaria», objetivos a los cuales
subordinaron el desarrollo económico y científicotécnico.
El «obrerismo», que en el capitalismo solo se
proponía mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores asalariados y nunca volverlos dueños
efectivos, colectivos y asociados de las empresas,
cuando llegó al poder convirtió a los dirigentes políticos
en administradores del capital —ahora en manos del
«Estado obrero»— y los trabajadores siguieron siendo
asalariados; dejaron de ser empleados de los capitalistas
para serlo del aparato burocrático del Estado.
La lucha por el avance de las nuevas formas de
producción de tipo cooperativo- autogestionario, la de
la nueva clase de los trabajadores libres asociados por
desarrollar empresas de nuevo tipo, fueron sustituidas,
en aquella teoría «socialista» por el «desarrollo de
la economía», los medios y técnicas de producción
para alcanzar mejores resultados productivos, sin
proponerse superar las relaciones de producción
asalariadas.
Para aquel «socialismo» impuesto todo valía; y para
garantizar el poder del partido que decía representar
los intereses del proletariado, se violaron todos los
valores positivos y derechos desarrollados y alcanzados
por la humanidad. Para ello era necesario suplantar la
concepción marxista de la extinción del Estado, por
la de su fortalecimiento. El burocratismo, con todas
sus enfermedades y corrupciones, que acompaña
naturalmente a todo Estado, se convirtió así en parte
inherente de aquel «socialismo… de Estado».
El sistema político que, según los clásicos del
socialismo, debía ser más democrático e inclusivo que
la democracia burguesa, superior en todos los sentidos,
se preñó de métodos autoritarios que —lógicamente—
terminaron desdeñando y menospreciando valores
éticos que sirvieron a la burguesía para imponerse
políticamente, en virtud de la pretensión de las élites
«comunistas ortodoxas» de controlar a toda costa el
«poder político» y regentar los Estados y sus economías,
sin cambiar las relaciones asalariadas de producción
ni la esencia de los sistemas políticos «democráticos»
representativos indirectos de la burguesía.
La democracia burguesa perfeccionada por el
imperialismo generó valores y derechos humanos
que el «socialismo de Estado», tratando de superarla
arbitrariamente, no solo deformó sino que en muchas
partes hasta eliminó, por su «origen reaccionario».
Ello convirtió el nuevo sistema político estadocéntrico
y totalitario del viejo socialismo en lo contrario de
lo que se propusieron sus fundadores: el reino de la
emancipación plena del hombre.
De ahí que derechos como la libertad, enarbolados
por la Revolución francesa y defendidos por todos
los pueblos, y que respondían a los intereses de
todas las clases antifeudales, fueron considerados
«burgueses», por los «comunistas obreristas en el
poder».
Actualmente, en la propia Cuba, el término
«derechos humanos» se vincula a la disidencia, a
la contrarrevolución, cuando siempre fueron los
revolucionarios sus principales defensores en todo el
mundo, sin olvidar que la Isla no solo fue firmante de
la Declaración Universal de Derechos Humanos, sino
participante activa en su redacción.
De cómo el socialismo puede imponerse al capitalismo
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Sobre la libertad Marx y Engels escribieron:
No nos encontramos entre esos comunistas que aspiran
a destruir la libertad personal, que desean convertir el
mundo en un enorme cuartel o en un gigantesco asilo.
Es verdad que existen algunos comunistas que, de forma
simplista, se niegan a tolerar la libertad personal y
desearían eliminarla del mundo, porque consideran que
es un obstáculo a la completa armonía. Pero nosotros
no tenemos ninguna intención de cambiar libertad por
igualdad. Pongámonos a trabajar para establecer un
Estado democrático en el que cada partido podría ganar,
hablando o por escrito, a la mayoría para sus ideas.4
Estas ideas centrales del pensamiento marxista
fueron ignoradas, olvidadas u ocultadas por el
estalinismo.
Los intentos igualitaristas de generalizar amplios
beneficios sociales bajo dominio de élites paternalistas
a las que habría que rendir honores eternos por su
dedicación a la «causa del proletariado», degeneraron en
formas aberrantes de control social vertical y clientelar,
confundidas con idolatrías de tipo religioso.
El sistema asalariado se mantuvo deformado por
el viejo socialismo, cuyas pretensiones distributivas
superiores tenían lugar desde un Estado paternalista.
Tal socialismo terminó reproduciendo el sistema
político estatal burgués, absorbido por la superioridad
tecnológica, competitiva y la organización política del
capitalismo desarrollado; pero en transición inevitable
al socialismo.
Fue así como se establecieron Estados controlados
por «partidos centralizados» que, en esencia,
reprodujeron el aparato burocrático del anterior
sistema político-económico, con sus policías, sus
leyes, sus cárceles, sus ministerios, sus gobiernos, sus
parlamentos y demás ingredientes, para garantizar el
poder de las nuevas élites burocráticas que sustituyeron
a las burguesías.
La historia enseña que las nuevas relaciones de
producción surgen y se desarrollan en el régimen
anterior y que una vez maduras, cuando alcanzan una
superioridad económica, política y social relativas,
comienzan a desplazar las viejas relaciones, y sus clases
respectivas, no solo de los espacios de intercambio, sino
también de los enclaves políticos y de la conciencia
social.
Que ese fenómeno se proyecte en forma más o
menos pacífica depende de los grados de democracia
y libertad alcanzados por cada sociedad en particular y
del peso económico y social logrado por el movimiento
cooperativo y autogestionario. El socialismo, por esencia
humanista, estará por principio contra la violencia, y
deberá parar los ciclos de esta contra la humanidad
y contra la naturaleza. Este es uno de sus sentidos.
Los propugnadores de la revolución social impuesta
por una minoría que dirigiría las masas hacia los
fines socialistas, por medio de una «dictadura del
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proletariado» en sentido lato, fracasaron y solo lograron
el amplio rechazo de los trabajadores y los pueblos.
Ese error no debe repetirse. Esa filosofía, en verdad
una desviación del marxismo, estuvo entre las causas
del postrer desplome del «socialismo real».
El socialismo, desde luego, será siempre buscado
por los partidarios de la utopía; pero su acción
consciente, antes, durante y después de la revolución
política, deberá estar encaminada a completar la
revolución social, al desarrollo predominante de las
formas autogestionarias, cooperativas, de producción;
y, muy importante, la toma del poder político,
democráticamente, por las mayorías trabajadoras,
tendrá sentido socialista en la medida en que avance
hacia la abolición del trabajo asalariado.
En cada país capitalista, las formas autogestionarias
y cooperativas se irán desarrollando de acuerdo con
sus capacidades, la idiosincrasia de cada región, el
nivel de libertad y democracia alcanzado y deberán ir
proyectando formas de intercambios entre ellas, como
vía para fortalecerse nacional e internacionalmente,
mediante la formación de uniones y de grandes uniones,
como parte del mercado capitalista o al margen de este, y
hacia uno común cooperativo, sin pretender eliminar el
capitalista ya existente, que probablemente desaparecerá
por inanición, nunca por imposición.
En la medida en que los partidarios del socialismo
autogestionario participen en los órganos de poder
capitalista, o logren controlar las principales palancas
de dicho poder —revolución política que deberá
buscarse por vías democráticas—, deberán evitar el uso
de la violencia, incluso contra los capitalistas. Su triunfo
tendrá que ser a través de la superioridad económica
y social en competencia pacífica. Otros detalles los
generará la práctica social misma.
El predominio mundial de las formas autogestionarias
y cooperativas será la revolución social mundial
socialista.
Notas
1. William Thompson, «Directrices prácticas para el establecimiento
de comunidades» [1830], disponible en http://tecopio.blogspot.
com/2011/09/historia-del-cooperativismo.html.
2. Véase «Hechos-y-cifras-del-cooperativismo», ACI Américas,
disponible en www.aciamericas.coop/Hechos-y-cifras-delcooperativismo.
3. Carlos Marx, «Prólogo a Contribución a la crítica de la economía
política», en Carlos Max y Federico Engels, Obras Escogidas, t. I,
Editorial Progreso, Moscú, 1973.
4. De la declaración de los «comunistas democráticos» alemanes de
Bruselas, organizados por Marx y Engels, en 1847, con motivo de
los debates que llevaron a la formación de la Liga Comunista y a la
promulgación del Manifiesto Comunista, meses después.
, 2014