Cómo filmar El capital - s3.amazonaws.com

CINE | DOCUMENTALES
ÍCONO. El
macrocefálico
busto de Marx
que se exhibe en
la ciudad alemana
de Chemnitz
Cómo filmar
El capital
Presentada por el GoetheInstitut, en el docBsAs podrá
verse la versión abreviada de
la magnífica película-río que
el omnívoro Alexander Kluge
le dedicó el año último al
tratado clave de Karl Marx
POR PEDRO B. REY
De la Redacción de La Nacion
J
ean-Luc Godard señaló alguna vez
que existen dos tipos de cineastas:
los que quieren hacer películas a
cualquier precio y los que quieren hacer
una película determinada. A la segunda
categoría habría que agregarle un inciso:
una película determinada que se considera imposible de filmar. Sergei M. Eisenstein (1898-1948) pasó a revistar definitivamente en la última de estas subcategorías
cuando a fines de la década de 1920 se propuso adaptar el farragoso contenido de El
capital (1867), el tratado económico-político de Karl Marx, al lenguaje cinematográfico. Eisenstein, la mente más brillante
y minuciosa de aquel cine que conjugaba
vanguardia y revolución, no pudo consumar el proyecto, pero es la inevitable alma
tutelar que preside Noticias de la antigüedad ideológica: Marx, Eisenstein, El capital,
la película de nueve horas y media que el
año último, mientras el mundo entraba en
una nueva crisis financiera, dio a conocer
el alemán Alexander Kluge.
Tal vez fuera necesaria una filmografía
como la alemana (que ya alumbró proyectos fílmicos tan monumentales como
Hitler, de Hans-Jürgen Syberberg, y Berlin
Alexanderplatz, de R. M. Fassbinder) y un
cineasta omnívoro, esa figura artística e
intelectual que parece pertenecer al siglo
XX antes que al actual, para poder reflotar el proyecto. Kluge (Halberstadt, 1932),
como prueba su biografía, pertenece a esa
especie en extinción: estudió derecho e
historia, frecuentó a Theodor Adorno y
el Instituto de Investigación Social, cola20 | adn | Sábado 17 de octubre de 2009
boró con Fritz Lang
y fue uno de los propulsores del Nuevo
Cine alemán que tuvo
su bautismo de fuego,
en los años sesenta, con
el Manifiesto de Oberhausen. El adjetivo omnívoro puede entenderse de manera todavía
más precisa si se ven sus películas
(Los artistas bajo la carpa del circo: perplejos, entre otras) o se lee El hueco que
deja el diablo, el único de sus libros que
circula en español y en el que los breves
relatos pasan con fluidez de un accidente automovilístico sufrido por Hitler en
1931 a la tragedia de Chernobyl, de la perra Laika y el final de Cartago a la película dilecta de Walter Benjamin o los films
perdidos de Murnau.
Noticias de la antigüedad ideológica
(que el Goethe-Institut presentará en el
docBsAs en la versión de menos de una
hora y media, abreviada por su autor)
también aprovecha “el mundo fantástico de los hechos objetivos” que frecuentan sus relatos. No se limita a ser la seca puesta en escena de un libro áspero
y abstracto; por el contrario, aprovecha
todas las líneas de fuga que permite el
texto de Marx.
Los excursos de la película son extensos y variados: un diálogo con el poeta
Durs Grünbein sobre la versión didáctica en verso homérico que Bertolt Brecht
realizó del Manifiesto comunista hace contrapunto a una excelsa conversación con
el escritor Hans Magnus Enzensberger.
En ella, ambos imaginan (Kluge, hay que
decirlo, es un entrevistador excelente) de
qué manera podría haberse representado
la crisis de 1929 o podría dar forma a un
poema sobre temas en apariencias tan áridos como la economía.
Kluge es fiel a Eisenstein con una perseverancia siempre inteligente. Después
de filmar Octubre, su opus sobre la Revolución de Octubre, el director soviético había llegado a la conclusión de que
el único desafío creativo que le quedaba
era abordar El capital. “La estructura de
la obra surgirá de la metodología del cine-palabra, cine-imagen, cine-frase”, con-
signa en octubre de 1928, en una de las
entradas de su diario. Su libro de cabecera en aquellos tiempos era el Ulises de
Joyce, que lo inspiró en su proyecto de
filmar a Marx. El cineasta, que se encontraba afectado por una ceguera temporaria, se reunió con el escritor irlandés (que
al mismo tiempo pensaba en él o Walter
Ruttmann para llevar a la pantalla grande su novela). “No soportaba la idea de
tener que reducir las 29 horas de filmación, que para él eran muy importantes,
a dos horas –cuenta el propio Kluge en
una reciente entrevista en el Frankfurter
Allgemeine Zeitung–. Como ya no puede
leer en voz alta [estaba perdiendo la vista], Joyce pone un disco en el que lee el
Ulises. A partir de allí ambos tramaron
una ‘dramaturgia esférica’, un cine sin narración lineal; las cosas deben girar unas
alrededor de las otras, tal como lo hace
un sistema planetario, en todas direcciones. Esto es épica, ya el Talmud babilónico había sido escrito de esta manera.” El
crac financiero de 1929 y la desconfianza
de los potenciales productores le darán
el golpe de gracia al proyecto.
Kluge siguió esa estructura esférica
que habían ideado el cineasta y el escritor. Su película está conducida por leyendas y consignas escritas que cambian de
tipografía y color de pantalla, manteniendo siempre alerta la atención. El procedimiento recuerda el distanciamento
estipulado por Brecht y las frases que
intercala en sus obras el propio Godard,
otro creador de ambiciones teóricas. Actores leen fragmentos de El capital de maneras diversas (desde la salmodia al recitado), pero también de otros textos de
Marx. La prosa,
pese a su frialdad
técnica, se revela
así de una vitalidad
casi narrativa. Una de
las virtudes de la película proviene del efecto
que el curioso modo de distribución tiene sobre su forma: la película –el dato quizá diga
mucho sobre el futuro del cine– no
fue pensada para su estreno en salas comerciales, sino para ser editada en DVD
(por la editora Suhrkamp).
El film tiene, a pesar de la riqueza de
sus estribaciones, un núcleo duro. Se trata
de El hombre en la cosa, un corto autónomo firmado, no por Kluge, sino por Tom
Tykwer. La imagen de una calle, un edificio, una mujer que camina, luego corre
y queda inmovilizada es la coartada para
presentar un “pequeño Marx explicado a
los niños”. Haciendo foco en algunos de
los muchos elementos que componen la
instantánea, la lente va desbrozando las redes de historia material que acumula cada
uno de esos objetos, de la tela y las botas
de la mujer al portero eléctrico o las cerraduras, del adoquinado a la goma de mascar
o la colilla aplastada contra el suelo.
La escena final, con una muchacha que
busca en el cementerio de Highgate, en
Londres, la tumba del filósofo, es reveladora. Marx no está bajo el gran busto
que lo conmemora, sino en los confines
más silvestres del terreno, resguardado
por una lápida en pésimo estado. No es,
sin embargo, un final nostálgico. A Kluge
no le interesa reivindicar a un Marx hace
tiempo muerto. Lo ve, en todo caso, como una usina de ideas para reflexionar
sobre la experiencia humana. Como él
mismo sugiere: es el “boy-scout que nos
puede guiar a través de un mundo altamente complejo y llevarnos de vuelta a
la antigüedad”.
© LA NACION
EL CAPITAL. El film de Kluge podrá verse el martes 20, a las 22; el viernes 23,
a las 19.30, y el lunes 26, a las 22, en la
Sala Leopoldo Lugones, del Teatro San
Martín (Avenida Corrientes 1530)