¿CÓMO NOS TOCA LA GUERRA? - Problemas Rurales

¿CÓMO NOS TOCA LA GUERRA?
UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE ESTUDIOS AMBIENTALES Y RURALES
MAESTRÍA EN DESARROLLO RURAL
BOGOTÁ, JUNIO DE 2010
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
Problemas Rurales, Junio de 2010
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CONTENIDO
PRESENTACIÓN
Esta es una nueva compilación testimonial en torno a la dolorosa pregunta sobre cómo nos toca la guerra. Como algunos de los testimonios
señalan, la dureza de la realidad en nuestras vidas, cualquiera sea el
lugar en donde nos situemos, con frecuencia nos lleva a silenciar, a
guardar nuestros temores, a sepultar los miedos, pues la vida continúa.
1. UN GOLPEADO MÁS DEL CONFLICTO ARMADO
2. VAN DOS VECES QUE ME ENCUENTRO AL EJÉRCITO HOY... SOLO
QUE NINGUNA FUE EL DEL PAÍS
3. CARA A CARA CON LA VIOLENCIA
Sin duda, nos enfrentamos a la dificultad y al escepticismo que acompaña la pregunta por los recuerdos dolorosos, por el sentido que puede
tener compartir las memorias de lo no grato. A estos temores se enfrentan también miles de víctimas, en medio de los espacios que se han ido
construyendo lentamente, para configurar y resignificar memorias y
verdades colectivas.
Por ello, quiero hacer un reconocimiento a las y los estudiantes de primer semestre de la Maestría en Desarrollo Rural, que sacaron un poquito de su escaso tiempo para escribir, para comunicar voluntariamente
un fragmento de esas memorias y para volver público aquello que estaba resguardado y a veces aparentemente olvidado. Sin duda, todos estos testimonios son una contribución significativa a esa tarea de muy
largo plazo que tenemos en perspectiva y que da cuenta de la diversidad de marcas, de preguntas y de perspectivas con que afrontamos el
peso cotidiano de una guerra, que a veces simplemente preferimos
ignorar, para poder asumir la vida.
4. VIVENCIAS DEL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO
5. VIVIR EN MEDIO DE LA GUERRA, TRATANDO DE EVADIRLA…
6. VIVIR ME SIGUE PARECIENDO UN MILAGRO
7. LA LUCHA POR LA PATRIA
8. LA GUERRA: TRISTEZA, ODIO Y SED DE VENGANZA
9. PACORÍ: UN DRAMA QUE SE REPITE
10. A MÍ NO ME HA TOCADO LA GUERRA
11. TODO FUTURO PUEDE LLEGAR A SER MEJOR
12. EL DÍA QUE CONOCÍ A LOS GUERRILLEROS
13. MUCHO MÁS QUE EL DOLOR DE LA PICADURA DE LA GUERRA
Flor Edilma Osorio Pérez
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
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1. UN GOLPEADO MÁS DEL CONFLICTO ARMADO
Para fortuna mía, ser un ciudadano caquetense orgulloso de haber
crecido en este paraíso terrenal ubicado en la puerta de entrada a la
amazonia colombiana, me han formado con el espíritu de lucha y
alientos de libertad propias de esta tierra, esa libertad que se respira en el aire limpio, que se siente al bañarse en sus diáfanas aguas
de ríos y quebradas, en la paz que se siente al observar los profundos colores verde y azul de sus valles y montañas, en el disfrute de
sus inmensas y biodiversas riquezas naturales y en el ambiente de
cordialidad y acogida de sus gentes. Esa es la esencia viva de toda
persona que, embrujada por la manigua propia de acá, se enamora
de esta tierra y jamás logra irse, o si lo hace, siempre querrá volver.
No cabe duda también que esta hermosa tierra –quizás por aquello
de la ley de la física que explica el equilibrio de las fuerzas, y por lo
mismo no puede ser perfecta– ha sido un deshonroso refugio de la
histórica guerra que vive nuestro país, en donde desafortunadamente los habitantes de bien hemos tenido que soportar y, en muchas oportunidades caer en episodios lamentables, pero que con
mucha entereza y con gran poder de resiliencia logramos salir nuevamente avante. Es así, como personalmente me ha tocado un pedacito de esta cruda realidad.
Aún recuerdo mis años de niñez, cuando yo todavía no comprendía
el por qué de tantas barbaries e injusticias cotidianas, cómo a mi
madre junto con muchos otros pobladores de la comunidad en
donde trabajaba como docente (en ese tiempo Inspección de Policía
La Aguililla, del Municipio de Puerto Rico), la sacaban por la fuerza y
sin ningún argumento ni soporte judicial, los militares que llegaban
por esa época (1986 aproximadamente) a investigar por su cuenta
hechos perpetrados por la guerrilla de las FARC en la carretera que
conduce de Puerto Rico a San Vicente Del Caguán. Según ellos (los
militares), se acusaba a los retenidos de auxiliar a la guerrilla para
cometer la emboscada a un convoy militar en la mencionada vía de
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transporte. Pero todo no termina ahí; los retenidos fueron llevados
hasta una base militar, en donde fueron obligados a meterse y quedarse de pie en fosas cavadas en la tierra, con el objetivo de doblegarlos, atemorizarlos y posteriormente interrogarlos. A mi madre la
regresaron 24 horas más tarde, gracias a la ayuda que oportunamente solicito mi papá (docente también de la misma localidad), a
dirigentes del sindicato de maestros del Caquetá –AICA–, y por
medio de gestiones con organismos defensores de los derechos
humanos lograron su
liberación no antes de
haberla hecho caminar
por muchas horas y luego
trasladarla en un helicóptero del ejército hasta
otra base ubicada en Tres
Esquinas del Caguán en
donde fue interrogada.
Algunos de los retenidos,
conocidos y amigos de la
comunidad en donde
residíamos, fueron torturados, y algunos desparecidos dejando a sus familias desamparadas y en la miseria del desplazamiento forzado.
De esta manera, considero que he sido un golpeado más del conflicto armado desde muy corta edad. Necesariamente tuve que crecer
también entre la presencia de los actores armados que se sistemáticamente se turnaban para hacer presencia en el pequeño poblado.
Aunque después de ese impase en mi niñez pasaron varios años de
mi vida sin acontecimientos desafortunados que se refirieran a la
guerra, después de recibir el título de bachillerato se hacía necesa-
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rio solucionar mi situación de prestación obligatoria del servicio
militar, para poder continuar con mi vida académica; teniendo 16
años (adolecente en formación) tuve que integrarme a las filas del
ejército nacional, en la brigada número 12 de Florencia. De nuevo,
siendo aún menor de edad, hago entonces parte de la desafortunada experiencia de participar con otros muchos jóvenes de mi edad,
en el conflicto armado desde la mirada de uno de los bandos en
disputa. Estando en esta etapa (1996) se presentaron las marchas
campesinas, que por cierto fueron otro de los penosos episodios de
violencia en el departamento. Por algunos días estuve presente en
acalorados enfrentamientos con campesinos y raspachines, corriendo peligro inminente en un punto de concentración ubicado por la
policía militar del batallón de servicios número 12, en Morelia Caquetá, para intentar detener el avance de las marchas hacia la capital del departamento. Pero días más tarde la fuerza pública no había
sido suficiente para detener a la muchedumbre campesina, que
logró finalmente llegar a la ciudad de Florencia, donde se formó un
desorden público como campo de batalla con los organismos de
seguridad del estado; ahí también, haciendo parte de un pelotón de
policía militar, me correspondió asumir tareas de guardia y restablecimiento de la seguridad a los alrededores de los edificios gubernamentales locales para evitar que en los enfrentamientos con la
masa de protestantes se ocasionaran mayores daños.
Años más tarde (noviembre/2001) cuando adelantaba ya estudios
en la Universidad de la Amazonía, en un fin de semana de rumba
estudiantil dentro de un establecimiento ubicado a pocos metros de
la vivienda del entonces parlamentario por el departamento Fernando Almario, presencie un ataque violento de la guerrilla de la
FARC a punta de bala y fuertes detonaciones de cilindros y granadas
en contra de su vivienda con el fin de secuestrarlo o asesinarlo. Este
muy desafortunado acto violento lo único que logró fue la muerte
de un compañero estudiante universitario que fue alcanzado por las
balas de los insurgentes. Por esa misma época (septiembre/2003),
cuando cursaba mis últimos meses en la universidad fui víctima de
un ataque de las FARC mediante una motocicleta-bomba ubicada en
la zona rosa de la ciudad que produjo más de cincuenta heridos
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entre ellos varios amigos y amigas, y una docena de muertos entre
población civil y policía. En esa oportunidad fui testigo presencial
del acto violento, del que resulte herido por esquirlas e impacto de
la onda del artefacto explosivo, pues me encontraba a no más de
cinco metros de distancia de la detonación, por lo que considero la
situación como un milagro de Dios por salvarme la vida.
En junio de 2004, ya siendo profesional, me vinculé laboralmente al
programa Jóvenes Rurales como instructor del SENA en la regional
Caquetá, en donde para dictar la formación contratada, debía conseguir los aprendices rurales. En el desempeño de esa tarea por las
vías rurales del municipio de Puerto Rico fui víctima de un atraco a
mano armada por delincuentes comunes que aprovechando la descomposición social de la época y la ausencia de fuerza pública, violentamente despojaron de sus pertenencias de valor a más de 500
personas que se desplazaban en vehículos por la zona.
El 4 de mayo de 2005 se presentó la toma del concejo municipal de
Puerto Rico en el que resultaron cuatro muertos y dos heridos, de
los líderes comunitarios. Me encontraba a una cuadra del recinto en
el que sesionaban los ediles. Fue un acto de mucho terror por la
forma tan violenta en la que en medio de ráfagas de fusil y detonaciones de granadas, los guerrilleros realizaron su brutal incursión.
Por último, en el año 2008 me encontraba con una compañera,
realizando una actividad laboral con la comunidad de una vereda en
zona rural del municipio de San José del Fragua, donde fuimos retenidos por un mando medio del frente 49 de las FARC, justificando
la prohibición del acceso a la zona, que con anterioridad habían
hecho también a los funcionarios de entidades locales. Sin embargo
supimos manejar la situación y obtuvimos el apoyo y protección de
la comunidad que no dejó que nos llevaran del sitio. Después de 5
horas nos liberaron y permitieron que saliéramos de la zona en medio de muchos nervios pero sanos y salvos, con la advertencia de no
volver.
En el mes de Diciembre de 2009 un acto violento y absolutamente
reprochable acabó con la vida del gobernador del Caquetá, y de esta
manera de nuevo se atenta contra la democracia y la paz de nuestra
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tierra. Pero no solo estos beligerantes grupos son los únicos causantes de pobreza, injusticias y desigualdad, también en ello contribuyen la corrupción de los gamonales politiqueros quienes se aprovechan de las necesidades del pueblo para hundir más el dedo en la
llaga.
nes que robustecen el espíritu de esta bella región de oportunidades en la que como hijos suyos, buscamos cada día sin descanso
contribuir en la construcción de un futuro promisorio, en donde la
democracia, la igualdad y la paz sean los ideales por alcanzar para
cada uno de mis coterráneos.
A pesar de todo, no por estas desafortunadas situaciones considero
que mi tierra sea mártir de la guerra, por el contrario son situacio-
2. VAN DOS VECES QUE ME ENCUENTRO AL EJÉRCITO HOY... SOLO QUE NINGUNA FUE EL DEL PAÍS
Corría el año 2008, un jueves de octubre, por la tardecita… inmerso
en la seguridad democrática, en el país del sagrado corazón, un
grupo de pequeños productores campesinos se encontraban con un
zootecnista foráneo, traído de Bogotá, desempacadito de la nevera,
quien llegó a Cubará en el departamento Boyacá vía aérea, escala
en Saravena y de ahí en un recorrido de 45 minutos en carro a Cubará.
Una de las primeras indicaciones que le fue impartida al zootecnista
protagonista de la historia, a quien de ahora en adelante denominaremos, gracias a la comunidad, “el ingeniero” fue: ¡Pilas con los
actores del conflicto!
Para contextualizarnos, los actores del conflicto están presentes,
como se diría en el argot militar, en todos los flancos; los cariñosamente llamados elenos habitan las montañas del corregimiento de
Samoré, en el municipio de Toledo del departamento de Norte de
Santander, donde está ubicado el pozo Gibraltar de la Empresa Colombiana de petróleos que es fuertemente custodiado, según las
palabras de un General, por el Glorioso ejército Nacional con los
soldados de tierra y aire porque el mar no es cercano.
Van dos actores del conflicto armado vistos hasta el momento, pero
por otro de los flancos en las montañas de Cubará y en la frontera
con Venezuela se ubican los conocidos como cuatro letras, usados
como caballitos de batalla por algún presidente y denominados por
este mismo como “los terroristas de la far”. Pero falta un término
en la ecuación: como en este país del sagrado corazón ya no hay
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ejércitos de Autodefensa, el cuarto y último grupo armado es un
grupo emergente de bandas criminales conocido como “Las Águilas
Negras”, pero que no son más que el mismo grupo de autodefensas
que existía antes con una nueva razón social; aunque el gobierno
insista que ya no existen, son como las brujas, se dice que no existen pero que las hay, las hay!
Y para continuar con esta
historia volvamos nuevamente a ese jueves de octubre por la tardecita… corría
el año 2008, un jueves de
octubre, por la tardecita,
nuevamente inmerso en la
seguridad democrática, en el
país del sagrado corazón, un
grupo de pequeños productores campesinos se encontraban con un zootecnista
foráneo, en la vereda El Porvenir, a la que se llega por
vía terrestre por el camino
que conduce desde Cubará y
va hacia Toledo. En el km 7,
creo, se abre un ramal que conduce a la vereda El Porvenir, reconocida como un lugar “caliente” en todos los sentidos, pues su tempe-
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ratura es cercana a los 34°C y su economía está basada en la ganadería y los cultivos de pan coger como la yuca, el limón y la coca,
que podría ser ubicada como un cultivo pan coger dineros calientes
del narcotráfico.
El recorrido era sencillo: visitar 6 fincas con un promedio de 1 hora y
quince minutos por finca, para explicar a los dueños de las mismas
la manera de hacer un muestreo simple de composición de pasturas
en las fincas. El objetivo, que era diagnosticar por medio del muestreo la situación alimenticia de los animales, se cumplió en gran
medida. Se realizaron las primeras 3 visitas sin contratiempo y en la
cuarta visita, en un potrero x después de atravesar un terreno compuesto por un cultivo de yuca asociado con plátano y coca, como ya
lo dijimos cultivos de pan coger, el ingeniero de esta historia levantó
la cabeza y en la lontananza pero más bien cerquita divisó una cuadrilla del Glorioso Ejercito Nacional. Y acertó diciendo – ¡Miren muchachos, llegó la ley!- Uno de los asistentes dijo -tiene razón, es la
ley- Nuestro inocente pero intrépido ingeniero extendió entonces
un caluroso saludo.
-¡Soldados buenas días!- Los acompañantes del ingeniero se miraron y los soldados también; luego éstos se identificaron como soldados del pueblo. Si; eran soldados del ejército pero no del ejército
de país. No; eran soldados del Ejército de Liberación Nacional, quienes interpelaron casi automáticamente a nuestro ingeniero pidiendo que se identificará – Buenos días ingeniero – dijeron. Luego de
que éste notara que los uniformes no difieren mucho de los otros
salvo en las botas y un par de distintivos, saludó y mostró sus credenciales (carnet de egresado) de UNa UNiversidad Pública cualquiera a nivel nacional. Luego explicó a los soldados que estaba
realizando una visita de extensión e investigación pagado por el
gobierno municipal, a lo que el líder de los elenos, replicó si había
pedido permiso para estar en la vereda.
En lo del permiso,… ¿Permiso?, ¿acaso el país del sagrado corazón
no es un país libre?, ¿no se puede transitar por el territorio nacional
libremente?, ¿tiene uno que pedir permiso para trabajar con las
comunidades?, ¿hay que pedir permiso para transitar en nuestro
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país después del triunfo de la seguridad democrática? , la respuesta
es ¡¡NO!! En lo absoluto, no somos un país libre, nos reprime el estado central, no se puede transitar libremente por algunos sectores
del país, toca pedir permiso para trabajar con las comunidades, no
vaya y sea que queden con ideas de izquierda, o de derecha, o de
centro, o simplemente se debe evitar que queden con ideas; y a la
última, la seguridad democrática salvo en las grandes ciudades y en
la costa a donde podemos ir en bus, no triunfó: hay pueblos del país
dominados por los unos o los otros, o por los nuestros para que no
entren ni los unos ni los otros, o hay pueblos donde están aliados
los nuestros y los otros, para que no entren los unos, o en donde los
otros mandan y no pueden entrar ni los unos, ni los nuestros. Y lo
más peligroso es que hay pueblos donde los otros, o los unos se
están rearmando, para atacarnos a todos.
Este análisis fue realizado por nuestro protagonista en cuestión de
segundos,
mientras
sacaba de su canguro
un cigarrillo que había
comprado para los días
calurosos y los mosquitos insaciables. Pero
insaciables
también
estaban los elenos,
quien sabe hace cuanto
no fumaban, pues se abalanzaron como diez de los catorce incluido
el comandante y con un amable… -Ingeniero me regala un cigarrose repartieron los Belmont de Venezuela traídos de contrabando a
Cubará, y como son tan baratos menos mal había comprado dos
paquetes, que servirían para después.
Una vez fumados los cigarrillos y comprobados los datos, los compañeros -así se trataban entre ellos y trataron al camarada ingeniero- pidieron su opinión sobre la liberación de la Dra. Doña Ingrid B.,
quien cabe recordar se radicó en otro país, en otro continente, en
otra vida, en otro mundo, olvidando su compromiso el día de la
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operación exitosa coordinada por el glorioso Ejercito Nacional, ahí sí
con los soldados de tierra mar y aire y el, hasta el momento poco
untado ministro de defensa, ya que no se había alertado sobre los
falsos positivos.
Nuestro ingeniero, inteligentemente compañeros !!, dijo que venía
a trabajar y que bien por Ingrid y mal por el movimiento, pero que
él no era nadie para juzgar a nadie, que él solo realizaba su trabajo,
a lo que los chicos de Elena, replicaron que eso había sido una traición de alias “este man” (le digo así porque se me olvidó cómo se
llama), quien había vendido a millón de verdes a los gringos y a doña Ingrid, encimando de chévere a los tombos y los milicos. Ojo que
esto se escribe textualmente tal y como fue revelado por la fuente,
y no se quiere hacer sentir mal a los miembros de las fuerzas militares y policiacas que lean estas líneas.
Dos horas más tarde, y luego de haber caminado por un largo trecho, los compañeros camaradas miembros del mencionado grupo
insurgente se perdieron en el horizonte dejando a nuestro ingeniero
con un sentimiento de pesar y tristeza… se habían llevado los cigarrillos, pero lo bueno es que aún quedaba un paquete.
Cuarenta y cinco minutos de caminata de regreso a la vereda y aún
acompañado por los miembros de la comunidad, que cabe resaltar y
gracias a la divina providencia fue así, que la comunidad no lo dejó
solo ni un momento, se realizó una visita más y se almorzó gallina
criolla en una de las fincas; un poco tarde pero se comió rico. De
nuevo en la carretera veredal y viendo con esos ojos que esperamos
sean cremados y no comidos por gusanos, nuestro ingeniero vio
cómo salían tres bestias (caballos) cargadas con hoja de coca rumbo
a una isla en el rio Royota, para posteriormente ser raspada.
Ya casi sobre las 6 de la tarde y con la satisfacción del deber cumplido, casi llegando a la carretera que conducía a Samoré, nuestro
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grupo es abordado nuevamente por una cuadrilla del ejército, pero
no eran los mismos de la mañana y nuevamente, no eran los soldados de tierra, mar y aire. Estos no se identificaron y tampoco saludaron; de entrada le dijeron al ingeniero que solo le quedaban 20
minutos para salir de la vereda, que se moviera... y preguntaron si
había visto algún movimiento extraño en la vereda. Obvio el ingeniero haciendo acopio de todo ese sentimiento de tristeza y pesar
por la pérdida de sus cigarros, volvió a sacar otro Belmont de Venezuela y nuevamente escuchó en estéreo la frase… -¡ingeniero me
regala un cigarro!- No es justo que a un colombiano de bien se le
asalte así en su buena fe, ¿acaso perdí el voto?, No creo, pero igual
el candidato por que el voté no gano, pensó el ingeniero, que nuevamente vio como se fue más de medio paquete de Belmont de
Venezuela, y acto seguido afirmó no haber visto nada, pues si ellos
buscan hacer justicia, la nena de esa estatua tiene los ojos vendados
y decirles por dónde cogieron los otros que también se le fumaron
los cigarros, sería trampa.
Los señores, que estaban allí alzaron el vuelo y se perdieron con la
oscuridad de la noche, (¿quedo claro que era negro?) y nuestro
grupo acompañó al ingeniero a la carretera donde lo recogieron
para llevarlo a su hotel.
Cuando se me solicitó hacer un ensayo o un escrito sobre cómo nos
toca la guerra, pensé en contar esta anécdota ocurrida en un país
gobernado por la seguridad democrática. En un mismo día me encontré dos veces con el ejército, pero ninguno era el del país. En
este país consagrado al sagrado corazón de Jesús y en donde no
somos libres de trabajar en algunas regiones, en donde los unos y
los otros están con los nuestros y con todos, y en palabras de una
reina, el uno complementa al otro, uno con otro, otro con nuestro,
ellos contra nosotros y todo contra todos en sentido contrario y
viceversa.
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3. CARA A CARA CON LA VIOLENCIA
Está en todas partes, es tan común… no sólo sale a relucir en sus
formas más extravagantes y llamativas, mediante las formas de las
más grandes aberraciones o hechos repugnantes y señalables, mediante las lágrimas, la sangre, el dolor, la angustia o la desolación de
quienes la sufren o la sufrimos… con frecuencia, se mimetiza bajo
las formas más absurdas y cínicas, mediante la memoria selectiva
que venden los medios de comunicación, mediante la justificación
del político de turno, mediante el hambre, la miseria y la enfermedad de algunos, y la más usual: bajo la indiferencia de pocos, de
muchos, de todos…
Como profesional y como persona
tuve que leer, escuchar, observar
sobre la violencia desde diferentes
posturas, medios, intenciones,
ámbitos y regiones. Sin embargo,
nunca imagine que podría sentir
por primera vez la inclemencia de
la tan nombrada violencia, a través
de otra persona… muchos menos
de una desconocida, que para
completar, ni siquiera alcanzaba a
tener la tercer parte de mi edad.
Si!, en una vereda de los llanos
orientales de este país, a cuatro
horas del casco urbano más cercano, tuve el infortunio de encontrarme cara a cara con la indomable e insolente violencia que en
sólo unos cuantos minutos me obligó a entender que es más que el
mal que muestran en todos lados; realmente existe y doblega resaltando la fragilidad de lo que implica ser humano. En ese momento
el escudo de la objetividad científica con la que me sentía intocable
para “entrar en la realidad” se desvaneció para encontrarme ex-
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puesta y vulnerable en todas las fibras de mi ser, frente a una chiquita que sin entender, y como si fuera algo natural,… desde los tres
años de edad estaba siendo abusada por su padre… un campesino
que bajo el disfraz del machismo y el analfabetismo, creyó que
además de ser el facilitador de la vida de su hija, tenía la potestad y
supremacía para disponer con un ciego y radical egoísmo, sustentado en el erróneo orgullo de sentir que la niña era suya antes que de
cualquier otro hombre… como si se tratase de un codiciado trofeo.
Bajo este inadmisible pero real contexto, la chiquilla seguramente
reproduciría la suerte de su madre, una campesina muchos años
menor que su padre quien se había convertido en una máquina para
hacer hijos. El embarazo era el único estado que le garantizaba a su
esposo la tranquilidad de sentir que no iba a ser engañado ni abandonado por otro hombre. Un ejército de hermanos y hermanas tuvieron que compartir esta misma suerte… seguramente ellos también eran víctimas en silencio del mismo mal que la aquejaba.
Sin embargo, como caído del cielo, un ángel anónimo, se atrevió a
denunciar lo que muchos sabían, murmuraban… pero jamás divulgaron o cuestionaron… supongo que por miedo, por no inmiscuirse
en cosas ajenas o simplemente por indiferencia…
Y fue así como una mañana cualquiera, personal de la comisaria de
familia de aquel municipio tomó bajo protección a esta pequeña y a
su hermanita menor, mostrando que aunque muchas veces se
muestran poco eficientes y las juzgamos todo el tiempo, esta institución del estado estaba cumpliendo a cabalidad su función; no sé si
como siempre o como nunca, pero la estaba cumpliendo. Demasiadas cosas sin explicación, temor… quien sabe cuántos sentimientos
y sensaciones más estarían experimentando estas niñas que en un
abrir y cerrar de ojos tenían a su habitual mundo caído en pedazos y
por primera vez alguien estaba señalando de dañino, el supuesto
afecto que desde más pequeñas habían recibido de su padre.
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Después de la intervención del bienestar familiar, el sujeto huyó de
la vereda tras una orden judicial en su contra. Durante el tiempo
que permanecí en ese lugar nunca se supo nada de él.
De la pequeña, lo último que supe fue de su trasladado a la ciudad
de Villavicencio bajo la protección del bienestar familiar. Inició un
largo proceso de acompañamiento psicológico; el abuso al que estuvo sido sometida desde muy niña, había generado en ella una
especie de enamoramiento hacia su padre.
No supe más del caso a pesar de que traté por todos los medios de
averiguar sobre aquel hecho que tanto impacto me había generado.
Con seguridad nunca lo olvidaré y sólo espero que en medio de tanto infortunio, esta pequeña al igual que muchos otros colombianos,
por aquella fuerza inexplicable salida de no se sabe dónde, pueda
emerger de aquel estado que nunca pidió, para mostrar que la esperanza y los sueños de las personas son el antídoto más fuerte y
grande en medio de tanta adversidad.
4. VIVENCIAS DEL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO
Hago parte de una generación que quizás experimente un pacto en
torno a nuevas formas de convivir entre los colombianos, luego de
haber estado todos vinculados a la violencia en nuestro país, bien
sea como víctimas o como victimarios desde las representaciones
de muchos, pero desde mi punto de vista, como una mezcla de ambos. Al final retomaré esta pretensión…
Considero que la vivencia de la violencia nos define como colombianos, aunque de muy distintas maneras, dependiendo del espacio y
el tiempo desde donde hayamos estado participando. En mi caso,
he tenido la oportunidad de desplazarme por algunas regiones colombianas y permanecer en ciudades como Bogotá, Santa Marta,
Cúcuta y Yopal. Lo que me ha demostrado diferentes percepciones.
En las comunidades de Bogotá donde resido se opina sobre la existencia de la guerra, pero como si fuese un problema de otros, de
campesinos, militares, paramilitares y presidentes que se benefician
cada uno a su modo, sin comprender que están tomando decisiones
políticas basadas en percepciones privadas como la seguridad y el
mantenimiento de la estabilidad macroeconómica, necesarias para
continuar con un estilo de vida individualista y éticamente consumista.
En Santa Marta se había idealizado socialmente la ética del vivo.
Algunos mafiosos vinculados con el narcotráfico se apoderaron de
las entidades territoriales, mientras la comunidad ha perdurado
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entre el carnaval y la siesta por más de dos décadas, y al parecer
sigue dispuesta a continuarla. La guerra entonces no es percibida
como un problema sino como una ventana de oportunidad para
movilizarse socialmente y adquirir prestigio.
En Cúcuta no me tocó vivir la escalada narcoparamilitar de la última
década, pero sí cómo el ánimo colectivo varía según las relaciones
comerciales con Venezuela. Ante el decaimiento de la capacidad de
compra de los venezolanos y la fuerte lucha paramilitar por las rutas
del narcotráfico y contra la guerrilla en Norte de Santander y Arauca, a la población cucuteña le ha tocado vivir directamente las consecuencias de la violencia, pero desconozco las representaciones
que tienen de la guerra.
En Yopal las relaciones entre el campo y la ciudad son bastante
estrechas, por lo que el exterminio entre dos bandos paramilitares
se sufrió con contundencia en toda la región. Desde la máxima autoridad de las instituciones departamentales hasta el ciudadano
común tuvieron conocimiento y participaron del conflicto armado.
Se llegó a una aceptación del poder paramilitar y a una normalización de sus relaciones con la sociedad. El exorbitante monto de los
recursos, por concepto de regalías petroleras con los que cuentan
las administraciones locales, ha sido suficiente para comprar la lealtad y el alinderamiento de las comunidades con los políticos de turno. En consecuencia, las empresas electorales bajo el liderazgo de
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un padrino, compiten por la depredación de los recursos públicos,
en lo que se ha constituido como la razón de ser del casanareño.
De la experiencia anotada se desprende que el problema no es simplemente el conflicto armado sino el ethos social que reproduce la
violencia e impide pensar un modelo de desarrollo capaz de incluir a
los unos, los otros y los diversos. Sin embargo, por alguna suerte de
negación colectiva, de profundas raíces cristianas, la mayoría de los
colombianos han decidido culpabilizar de su comportamiento a las
FARC y elegir a un mesías para que solucione los males y restablezca
“el orden”.
A mi juicio, esta negación profundiza la fragmentación social y el
desconocimiento del otro, lo cual podría llevarnos a una situación
insostenible que, siendo optimista y en el largo plazo, desembocaría
en un pacto social que siente las bases de una nueva sociedad capaz
de reconocer sus errores, perdonarse y construir un futuro digno
para todos. Y, siendo pesimista, podría dejar las cosas como están,
con o sin FARC, privilegiando el desarrollo de unos cuantos cacaos
que se insertaron exitosamente a la globalización, las empresas que
comercializan con bienes y servicios en las ciudades y los agroindustriales en los enclaves rurales.
5. VIVIR EN MEDIO DE LA GUERRA, TRATANDO DE EVADIRLA…
Me costó un poco dar inicio a este ejercicio, responder a la pregunta
sobre cómo me ha tocado la guerra, o el conflicto armado. Inicialmente buscaba en mis recuerdos hechos violentos, enfrentamientos, bombardeos, víctimas, cosas así, y venían a la mente muchas
que descartaba al preguntarme si “valía la pena contar”, por su contundencia, gravedad o significado y pues… no encontraba las adecuadas.
Me preguntaba por qué y tampoco encontraba la respuesta… percibía en mí cierta resistencia a la pregunta, podría decirse: pereza de
pensar en ello. Pasadas unas semanas de medio pensarlo, caí en
cuenta que he pasado casi toda mi vida adulta viviendo en la guerra,
en medio de varias de sus víctimas, escuchando las interpretaciones
de sus causas y azares y haciendo las mías. Pero sobre todo conociendo maneras de sobrevivir a la guerra, a sus hechos violentos
puntuales y a la violencia permanente, sutil, simbólica y estructural.
Se puede vivir en este país de espaldas a la guerra, sabiendo de ella
solo a través de referencias amarillistas y naturalizadas en los medios de comunicación. Así la viví hasta cuando empecé, un poco sin
conciencia, a ser defensora de derechos humanos a los 20 años
como estudiante de derecho.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
Mi primer contacto no podía ser menos explícito y contundente: 16
indígenas y 17 campesinos cruentamente asesinados. Los primeros
en Caloto en sus predios de resguardo, por paramilitares con evidente apoyo de la Policía a terratenientes narcotraficantes y paramilitares; los segundos bajados del bus en el que se transportaban
por una carretera del Cauca, a manos del Ejército Nacional. Fueron
muchas lágrimas sobre los expedientes judiciales… fue mucho el
miedo de esa casi niña, de no estar a la altura de las necesidades de
las víctimas, de la exigencia de la lucha contra la impunidad en toda
su dimensión e importancia política, que para entonces, apenas era
una consigna.
Luego vinieron muchas víctimas, varias de ellas niños y niñas… lo
que más dolió. Fui representante de sus madres ante las instancias
judiciales, contradictora impulsiva de funcionarios judiciales sumidos en la desidia o abiertamente injustos, acompañante de duelos
atropellados, mediadora de conflictos familiares generados por la
expectativa de la reparación económica… un gran duelo para mí: ver
derrumbado el idealismo de la búsqueda de justicia, desplazado por
la física necesidad de dinero para comer y sobrevivir, o también a
veces por la codicia y el olvido. Peor aún, ver como luego de recibido, el dinero se iba por entre los dedos y unas semanas después la
pobreza volvía con su rostro de desesperanza.
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Cientos de abusivos retenes militares en carreteras y caminos a los
que respondí, al principio con indignación y la perorata de los derechos que provocaba la mayor agresividad de los soldados, y a los
siguientes intentando pasar lo más desapercibida posible temiendo
las
represalias. Varios enfrentamientos
que
interrumpieron
talleres y reuniones, varios atentados y bombas
en lugares cercanos a donde yo
estaba y que pararon los pelos a mi familia, un par de intentos de los paras de llevarse
a compañeros de las comunidades, algún par de retenes guerrilleros
que mataban la curiosidad citadina por esos personajes idealizados
para bien o para mal, y que provocaron el insólito el sentimiento de
culpa por haberlos visto como sencillos campesinos armados y no
como los temidos narcoguerrilleros, bandoleros, criminales, que los
medios de comunicación nos ordenan ver.
No podían faltar para cualquier defensora de derechos humanos en
Colombia las amenazas y un conato de judicialización por ser "la
abogada de la guerrilla", y la salida del país -por fortuna breve- a
regañadientes y más con fines "terapéuticos" y de aplicar aquello de
que "las amenazas son oportunidades", en nuestro caso para denunciar esta realidad y recibir apoyo para la continuidad de nuestro
trabajo.
He acompañado varias acciones de hecho de campesinos acorralados por la guerra, reclamando respeto por la vida; acorralados por
el abandono y la exclusión, reclamando del Estado que cumpla sus
obligaciones y respete sus proyectos de vida. Las llanuras de Arauca,
el calor de Barrancabermeja y la exuberancia del Catatumbo me han
visto crecer al lado de líderes campesinos y obreros que han sido
mis maestros de caminar en trocha, montar en mula, resistir, comer
lo que haya y no comer, nadar en río, comprender el conflicto, amar
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
la naturaleza, repudiar la subordinación de la mujer (esto sí, a través
del ejemplo inverso).
En la primera acción que acompañé, a los 22 añitos, a dos semanas
de obtener el grado de abogada, para mi sorpresa fui declarada
“asesora jurídica" de los campesinos que se habían tomado el parque principal y la Curia en Barrancabermeja y negociarían con el
gobierno. Allí el miedo por no estar a la altura del desafío, se transformó en pánico!! Los compañeros siempre han dicho que lo hice
bien y sé que es pura generosidad de su parte... ¿qué pude haberles
aportado en ese momento a estos maestros de la resistencia?
Es a través de estas experiencias que resignifiqué la idea del conflicto y de la guerra, comprendí que no es nada fácil comprenderlo, que
no se puede leer desde la dicotomía de buenos y malos pero mucho
menos desde la neutralidad, que a estas alturas entiendo más bien
cómplice e incluso rozando con lo criminal. Conocí buena parte de
este hermoso país y aprendí a quererlo con resolución, a confiar en
el conocimiento y la capacidad de las personas a quienes se les ha
negado todo, aprendí a limpiar el alma en el contacto con la naturaleza, aprendí el enorme significado de la resistencia campesina y los
corazones rudos de algunos de sus protagonistas se abrieron para
concederme el privilegio hermoso de acompañarla. Ahora veo un
camino personal en tal acompañamiento.
Entendí que la guerra, por cruda y despreciable que en efecto sea,
tiene causas muy profundas que se hunden en la desconfianza y el
desespero de los marginados luego de sucesivas promesas sin cumplir y una que otra traición deliberada, en los destierros propios y de
abuelos, en las trochas indómitas a través de las cuales se transportan un par de trozos de madera para vender en un comercio que
nunca reconoce todo el esfuerzo, en los cultivos de pancoger fumigados, en las riquezas nacionales arrasadas para engorde de los
bolsillos mas llenos, en las tierras que quien las trabaja no tiene, en
las respuestas sangrientas tanto a las protestas como a las propuestas.
También fui viendo cómo la guerra va tejiendo una cultura escalofriante en la que la muerte se naturaliza, no por comprensión de la
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misma como otro momento de la vida, como un tránsito o quizá una
evolución, sino como una forma de blindaje al inmenso dolor, o
como un mecanismo de resolución de conflictos trascendentales o
triviales. Una cultura en la que los niños del campo hacen armas de
palo, asaltos, retenes y hasta masacres de juguete... y las mujercitas
que aún no lo son, juegan a "mujer" del comandante, del raspachín,
del traqueto, del cabo y de cada pobre personaje que deposita su
ilusoria hombría en un arma, un fajo de billetes o un discurso más o
menos bien armado, para luego huir o morir ante los ojos adoloridos y desnutridos de hijos y madre prematuras. Todo porque no son
rentables las escuelas, los parques, el arte, el deporte, la cultura...
Pero también he visto a la guerra engrandecerse y ocultar al brillo
del sol muchas otras realidades quizá más dramáticas, quizá más
relevantes. Siento que la guerra no deja ver la violencia cotidiana y
subterránea que consume muchas más vidas, que produce más
hambre, mas miseria; como tampoco deja ver la sabiduría, la creatividad, el potencial de tantas personas y colectivos.
Es en ese engrandecimiento que encuentro la explicación a mi resistencia en responder a la pregunta acerca de cómo me afecta la guerra, casi que quiero desconocerla, deshacerme de ella para quedarme con todo lo demás, con las resistencias a un modelo político,
económico y de vida, que sin guerra se impone igual y deja más o
menos iguales consecuencias... con las alternativas de vida, con las
propuestas cotidianas, con el
convencimiento que las
ciones son indispensables, que la guerra a veces parece irremediable, pero que es por fuera de ella que se surten las
nes más indispensables.
6. VIVIR ME SIGUE PARECIENDO UN MILAGRO
Aún lo recuerdo desde que era una
niña: mi padre nos sentaba, a mis
hermanas y a mí, a relatarnos cómo
había sido la dramática salida de sus
añoradas tierras santandereanas,
allá en Guavatá, el pueblo de olor a
guayaba y bocadillo y su llegada a la
fría Bogotá, cuando tenía 18 años y
recién había terminado su bachillerato en un internado de Vélez,
tander. Eran los años 50 en el gobierno de Rojas Pinilla; era la época
de los pájaros, los chusmeros y el
bandolerismo bipartidista, como se
le llamaba al conflicto de tierras de
ese entonces. Venganzas, robos y
resistencias campesinas; todo confluía a tal punto que todo se confundía y no se sabía de dónde venían las balas o el machete, contaba mi padre. Con gran nostalgia narraba cómo a mi abuelo, un
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
hombre liberal y propietario de una hacienda no muy grande, le
habían acribillado por la espalda unos hombres a quienes llamaban
“los pájaros”, hombres atroces que tenían una serie de prácticas
escabrosas, como el corte de franela, el corte de florero y otras
prácticas inimaginables. A pesar de que éramos aún unas niñas mi
padre no escatimaba en los detalles; era su urgencia, pienso ahora,
de legar un pasado que jamás debía ser olvidado. La percepción que
recuerdo de esa época era que todo parecía de cuento, de fábula,
una película de acción y suspenso; me entusiasmaba escucharlo y
no me cansaba de ello. Una y otra vez escuchaba la historia de su
pasado, además porque en cada relato surgían nuevos personajes y
nuevas situaciones según él iba haciendo memoria. Me sorprendía
y me preguntaba de niña cómo se podía vivir en aquella época; vivir
parecía ser un milagro pues el peligro rondaba por doquier y no
respetaba nada. Ahora veo que este pasado me ha venido acompañando y paralelamente le he ido confrontando con mi diario vivir,
con las escenas de mi vida y con la cotidianidad de un país que con
el correr del tiempo parece no haber cambiado.
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Cuando la maestra Flor Edilma nos pregunta ¿cómo nos toca la guerra?, en lo primero que pensé fue en mis padres: primero en mi
padre (pues su historia fue muy reiterativa) y luego en mi madre (no
menos importante pero si más discreta y tímida a la hora de contar
la historia de su pasado, una historia que venía de esa continuidad,
de la de mi padre), una mujer campesina muy pobre que creció recogiendo y “guachapiando” cultivos de café en Viotá, Cundinamarca, como ella cuenta: que fue creciendo a punta de plátano y yuca y
se casó con mi padre cuando apenas tenía 14 años sin haber terminado la primaria, mientras él ya recorría sus 30, abandonando su
familia para asumir el nuevo rol de joven madre y saliendo de un
campo difícil, devastado, olvidado, sin oportunidades, donde los
jóvenes no tenían más opción que casarse, emplearse en el servicio
doméstico o hacer parte de alguna guerrilla, de algún ejército o tal
vez morir de alguna enfermedad curable, pues la gente moría de
cualquier cosa, nos contaba mi madre. En el campo las mujeres
morían pariendo o morían sus hijos por razones desconocidas o
conocidas y mal atendidas. Vivir entonces parecía seguir siendo un
milagro.
Crecí en una familia donde todos los referentes tenían que ver con
el campo, aunque mi crianza se haya dado lejos de él. Paradójicamente estudié una carrera muy relacionada con el campo, una elección que parecía estar arraigada en el alma desde hacía mucho
tiempo y con la que tuve la oportunidad como estudiante de recorrer medio país, viendo cómo la guerra no había dejado de hacer lo
suyo. Relatos terribles e indignantes: masacres, desplazamientos,
pobreza, estaban y están a la orden del día.
Recuerdo que en una de aquellas salidas de campo de segundo semestre fuimos detenidos unos minutos por un frente de las Farc en
el Cauca, varios kilómetros delante de Inza, por la vía que va al Huila. Nunca había visto en mi vida un guerrillero, lo cual era para mí
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
una novedad; quería verles de cerca, su mirada, intuir alguna cosa.
Pegada a la ventana del bus mi atención se fijó ansiosamente en
una niña (que tal vez no superaba los 15 años de edad), una niña de
piel trigueña, cabello largo y mirada dulce a pesar de la dureza que
un uniforme y un fusil pudieran transmitir. La recuerdo aún como si
fuera ayer porque ella tampoco dejó de verme con una mirada dulce y tranquila, y porque además de ser la primera vez que veía a un
guerrillero era la primera vez que veía a una niña guerrillera, lo que
fue realmente impactante y desconcertante. El bus siguió su camino
y su imagen se fue acompañándome durante todo el viaje; me hacia
mil preguntas: ¿Cuál era su historia? ¿Dónde estaba su familia?
¿Cómo se llegaba ahí y en qué circunstancias? ¿Era feliz? ¿Qué soñaba? ¿Qué le gustaba? Trataba de imaginarme cosas y situaciones
en el afán de explicarme por qué estaba allí. Luego de un tiempo
todavía me preguntaba por su existencia, ¿estaría viva? Le habría
sucedido algo en este tiempo, podría suponer muchas cosas, pero al
final nunca podría tener noticia alguna de su existencia.
Muchas situaciones y experiencias se sucedieron y siguieron nutriendo la idea de que nacimos y crecimos en la guerra, así no
hayamos sido objeto o víctimas directas de un enfrentamiento armado, de una desaparición, de una tortura, de una bala, de una
persecución o un exilio. Pero tal vez si de una o varias, de tantas
causas que nos deja la guerra, lo veo y lo leo diariamente en la desinformación y manipulación de unos medios de comunicación, en
unos gobernantes guerreristas, autoritarios y corruptos, en lo violento que es vivir en una ciudad como Bogotá, en un servicio de
salud ineficiente y de mala calidad, en la dificultad de acceder a la
educación, en la dificultad de conseguir un empleo digno, de tener
una vivienda y en general de tener una vida digna. Por esto y por
muchas razones la guerra me sigue tocando a diario y de distintas
maneras.
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7. LA LUCHA POR LA PATRIA
Siendo una niña de 4 años, una mañana de Domingo quedé perpleja
viendo una fotografía de mi Padre y le pregunté ¿Papi, porque estás
vestido de Policía?; él me contestó: no,
no, no, policía no, un orgulloso soldado
de la Patria.....
Todo lo que al principio se creía iba a ser una aventura de valientes
cada vez era más difícil, pues en medio de la selva Caqueteña no
podía dejar de acordarme de mis padres, mis hermanos y mis amigos, relata mi Padre. La comida escaseaba y el peligro aumentaba,
pero al mismo tiempo se acercaba el tiempo para regresar a casa.
El menor de 8 hermanos relata que
siendo un adolescente próximo a cumplir su mayoría de edad vio frustrada la
posibilidad de seguir adelantando sus
estudios, así que decidió darle un nuevo rumbo a su vida entregándose voluntariamente al ejército nacional. Esa
mañana de Julio de 1981, el ejército
llegó al pueblo a reclutar a los futuros
soldados y él se presentó voluntariamente para definir su situación militar.
Esa misma tarde ya estaba en la Escuela de Caballería de Bogotá, sin
ni siquiera imaginar lo que estaba por vivir.
¿Cuándo se acabarán estos 18 meses? Ese conteo regresivo se acentuaba al llegar a la frontera con el Putumayo, donde habían algunos
caseríos en pobreza extrema; familias numerosas, niños con hambre
que ofrecían racimos de plátano o piñas por uno de los productos
de nuestra ración de campaña; ver a esas personas en medio de la
selva, en medio de la guerra, olvidados y desconocidos por muchos,
era motivo de gran tristeza y reflexión para esta guerra sin sentido.
Pero como los soldados son de acero, había que seguir con el camino a la espera de un ataque…
Luego de la dura preparación y entrenamiento partió con sus compañeros hacia diferentes lugares del país como un soldado regular, a
la misión de control de orden público. Él cuenta que sintió mucha
emoción cuando le dijeron que iba a recorrer los departamentos de
Caquetá y Putumayo, pues los consideraba lugares hermosos que
no conocía. Efectivamente, en principio era como lo imaginaba, ya
que al llegar era imposible para él dejar de lado la belleza de los
paisajes, pero dicha belleza natural se complicaba cada vez más a
medida que se adentraba en las selvas colombianas. Lo que a la luz
del día se veía hermoso, en la noche provocaba terror: se escuchaban ruidos muy extraños de animales, pero eso no era lo peor porque siempre se temía el ataque del enemigo…
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
Finalmente, en una noche muy oscura en un caserío del Caquetá,
llegó lo que tanto temíamos que iba a llegar: el ataque del enemigo.
En esa noche lo único que veía brillar en el cielo eran las balas; habían gritos, órdenes, confusión y por supuesto “miedo a perder la
vida”; el ataque duró aproximadamente 2 horas, donde lo único que
se intercambiaba eran ráfagas destructoras. Luego del eterno momento culminó la experiencia del primer ataque, saliendo heridos
de gravedad un soldado y un teniente; del enemigo no se encontró
rastro alguno ni caídos en combate ni heridos; después de este primer ataque ya sabíamos a que nos ateníamos.
En medio de las órdenes de los superiores de cuidarse no sólo del
enemigo sino también de los compañeros, y en medio de tanta hostilidad había que sobrevivir, defendernos como pudiéramos, lo que
significó endurecer el corazón dejando a un lado la compasión, la
ternura, la sensibilidad, porque quien no es fuerte en estas condiciones, simplemente no vive para contarlo.
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Allí lo más importante no es el ser humano, su hambre, sed o sentimientos, sino la “Gloria de la Patria”, luchar por defender la soberanía, mantener el orden, hostigar al enemigo… Lo más triste es
evidenciar que existen personas que viven en la pobreza extrema,
que además de vivir con las inclemencias de la pobreza tienen que
vivir con la inclemencia de la guerra sin saber ¿a razón de qué?, y
por supuesto, también ver caer a los compañeros, saber que se
mueren en medio de la selva…
Por fin llegó el día de regresar a Bogotá. En el encuentro con otros
compañeros de guerra era evidente el deterioro físico, pero era más
impresionante evidenciar el propio deterioro en el espejo. La recompensa por haber salido vivo de esta aventura, era un festín
donde se saciaban las hambrunas acumuladas de varios meses.
Muchos cambios aparecen junto con la libreta militar que llegó en
Enero de 1983. La posibilidad de seguir con una carrera militar fue
descartada al ver a mi madre suplicando: por favor no más…
De regreso al lugar natal, contaba con gran orgullo que fue un Héroe
de la Patria, y que estaría listo para volver si fuese necesario. El corazón se endurece y la forma de ser; sin embargo, sólo un amor
verdadero pudo crear reflexión interna, el amor a la familia, el amor
a los padres y el amor a los hijos, quienes deben luchar por la patria,
no con armas, sino con inteligencia y sabiduría.
Y finalmente todavía me pregunto ¿Cuáles han sido, son y serán los
ideales que mantienen esta guerra viva en donde nos matamos
hermanos hijos de una misma patria?...
8. LA GUERRA: TRISTEZA, ODIO Y SED DE VENGANZA
La guerra es una palabra tan familiar y tan cotidiana, que cuando
nos hacen la pregunta de cómo nos toca la guerra, es difícil comenzar a responderla. Porque la guerra nos ha tocado en la ciudad, en el
barrio, en el pueblo, en la vereda, en la selva, en la costa, en el llano, en la montaña, en los ríos, en los nevados, en los mares, en las
islas, en las carreteras, en las familias, en los amigos y amigas, en los
vecinos y vecinas, en los compañeros y compañeras de trabajo, en
los niños y niñas, en los y las jóvenes, en todo rincón de nuestro
hermoso país ha entrado la guerra.
La guerra es como una ola que a su paso deja a su alrededor desolación y soledad, tristeza, melancolía, odio, rencor, sed de venganza,
desilusión, amargura, tristeza, odio, sed de venganza, soledad,
abandono, desplazamiento, tristeza, odio, sed de venganza; además
se siente que la tierra y la vida son infértiles, desoladas, pobres,
desérticas y solitarias, y de esta forma vuelve a surgir tristeza, odio y
sed de venganza.
Empieza a inundarnos la desesperanza y esta desesperanza se va
convirtiendo en indiferencia, esta indiferencia se ha convertido en
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
una actitud de todos los ciudadanos en ignorar al del lado, al del
frente, al pobre, al desplazado con su cartelera, a la infinidad de
historias que se escuchan en el transporte urbano, a los indígenas
descalzos y campesinos que avanzan poco a poco de pueblo en
pueblo para llegar a Bogotá. Creemos que con dar una moneda, un
trozo de comida, estamos saliendo de la indiferencia, pero no es así,
seguimos en ella, lo que pasa es que somos tan colombianos, tan
corazón que todavía esta indiferencia nos da cargo de conciencia;
por eso brindamos algo que no necesitamos y no lo mejor de nosotros.
Por otro lado la economía de la guerra colombiana se ha fundamentado en el secuestro, que le pone un valor monetario a la vida de las
personas; el narcotráfico, que cambió el significado ancestral de una
hoja milenaria para volverla un químico que mata no solo a los que
la consumen sino también a los que la siembran, la cosechan, la
producen, la transportan y la distribuyen, además del aumento de
latifundios para sembrar esta planta por medio de amenazas, masacres y desplazamientos forzados; el “boleteo”, que sacó a muchas
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personas que creían en el campo porque les tocaba pagar para que
los dejaran trabajar, pero finalmente resultaban poniéndole valor a
su vida.
de formas de trabajo, pérdida del vínculo con el terruño propio
donde se pudo crecer, crear una familia que permitía trabajar y
sembrar para tener un mejor porvenir.
Sin hablar del reclutamiento injusto de jóvenes y niños, campesinos
e indígenas no solo por parte de los actores armados ilegales sino
también de las fuerza armadas de Colombia. En esta guerra la población civil es la que está en todo el centro del conflicto sufriendo
los horrores de los enfrentamientos, escuchando ráfagas de armas
de fuego, bombardeos toda la noche, rogando para que una bala
perdida o una equivocación no acabe con sus vidas. Son noches
eternas deseando el amanecer lo más pronto posible, para poder
sacar una muda de ropa y correr por su vida y la de su familia.
Creo que entre más escriba sobre la guerra, más cosas desgarradoras voy a encontrar, más tristeza, odio y sed de venganza voy a
hallar. Qué lástima que nos hayamos dejado ganar por la indiferencia con cargo de conciencia. Qué lástima que esta indiferencia nos
quitó las ganas de hacernos escuchar de diferentes formas no violentas. Qué lástima que nos dejamos ganar de la tristeza, el odio y la
sed de venganza, porque estos sentimientos nos tendrán en una
eterna guerra cíclica donde ya no se encuentra un principio ni un
final.
Por el lado que se vea, la guerra genera angustia, desolación, desesperanza, pérdida de lo que se es, pérdida de historia, de tradición,
9. PACORÍ: UN DRAMA QUE SE REPITE
Los días para María transcurrían lentos y felices en su natal Pacorí;
los frecuentes aguaceros aguardaban días de recogimiento y trabajo
doméstico. En las tardes solía salir a caminar por las polvorientas
calles del poblado. Se bañaba en el río y volvía a preparar las tareas
que le habían dejado en la escuela. El resto de sus vecinos llevaban
una vida tranquila; se ocupaban de su familia, sus amigos y su territorio; habitaban y cultivaban su cultura.
Poco a poco, al pueblo fueron llegando forasteros que alquilaban
una casita al lado del río y salían por varios días al monte. Decían
que habían llegado a cuidar una finca y que estaban buscando más
trabajadores. Al poco tiempo, gente proveniente de otros municipios llegaban esperanzados en las promesas de dinero, se empleaban en fincas y permanecían algunos meses ahí.
Los tranquilos atardeceres se vieron interrumpidos por ráfagas de
metralla. Algunos hombres empezaron a bajar por el río: sus cuerpos habían sido perforados con pequeños agujeros y algunos estaban mutilados. La gente del pueblo empezó a temer; no salían a las
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
fincas y dejaron de pescar; les daba miedo que fueran interceptados
en el camino por aquellos hombres que estaban en la montaña.
María recuerda aquel día cuando todo parecía igual a aquellos días.
Pero algo cambió: una fuerte brisa azotó los techos de hojalata de
las casitas. Poco a poco las cuatro calles de Pacorí fueron invadidas
por docenas de hombres armados. Entraban casa por casa y sacaban con lista en mano a hombres trabajadores y algunos estudiantes. Los formaron en dos filas en la cancha de fútbol.
Se identificaron como una cuadrilla del bloque “Munchique” que
estaba realizando labores de limpieza y protección de la zona, ya
que parte de ésta había sido adjudicada a una empresa para que
realizara exploraciones. Seis hombres estaban siendo sindicados de
ser colaboradores y miembros activos de la guerrilla. Se los llevaron
y a los tres días sus cuerpos hinchados fueron encontrados en los
esteros.
Los Murillo fueron los primeros en irse del pueblo porque temían
por sus vidas y las de sus hijos. A ellos les siguieron Don Pedro y su
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hijo que se fueron adonde su hermana en Carrupí, unas dos horas
más al norte. Al día siguiente salió la familia de María, su mamá y
sus dos hermanos; su papá se quedó esperando la cosecha de maíz
que llevaría hasta la ciudad, donde se encontrarían al cabo de tres
meses.
Sin embargo las cosas en Pacorí cada día se ponían más peligrosas.
Los cadáveres en el río aumentaban así como la presencia de gente
extraña en las cantinas y los billares del pueblo. Los estudiantes
dejaron de ir a la escuela y se dejaban seducir con promesas vanas
de una vida mejor. Quedaban pocas familias y la comida empezó a
escasear.
Don Chomo, el papá de María, tenía que caminar casi por dos horas
para llegar a su finca; revisaba sus cultivos y pensaba en el momento de volver a estar con su familia. Un día de regreso a su casa se
encontró con tres hombres que le preguntaron que de dónde venía,
que por qué tenía las botas sucias; le acusaron de guerrillero, de
revolucionario, le pegaron y lo arrastraron selva abajo.
María y su familia partieron en una lancha por el San Juan, buscando sus bocas para entrar al furioso Pacífico; desde ahí los esperaba
dos horas de mar abierto y luego dos horas en bus hasta la gran
ciudad: Cali los esperaba. Tenían un contacto, la prima y su marido
que habían salido en el primer desplazamiento, casi dos años atrás,
debido a amenazas de reclutamiento forzado por parte de la guerrilla; se habían logrado ubicar como obrero y como empleada doméstica en una casa de familia; vivían en una piecita en Aguas Blancas y
les habían apartado otra para ellos.
La madre duró seis meses
haciendo los trámites para
recibir ayuda humanitaria y
para procurar los alimentos y
el arriendo de la piecita. Sus
hermanitos salían a vender
dulces y a lavar carros a la 5ta.
María tuvo que emplearse en
una casa realizando la limpieza; se levantaba a las 4:00 a.m.
y salía a coger el bus. Volvía cansada. Se dormía recordando el cielo
de Pacorí, sus calles polvorientas, sus días tranquilos, sus amigas,
sus amores.
La vida se volvió peligrosa, no querían estar en la ciudad, pero no
podían regresar al campo; nunca supieron que había pasado con
Don Chomo. Pacorí, era un pueblo habitado por los fantasmas y
recuerdos de sus antiguos pobladores. Se había convertido en una
finca llena de grandes plantaciones. Entre las polvorientas calles de
antaño se deslizan ahora sendos surcos de una palma que dicen ser
africana, pero que de ella no tienen nada; solo el recuerdo de la
exclusión y el continuo desplazamiento del que han sido víctimas
centenares de familias afrocolombianas.
María y su familia eran extranjeros en su país, rechazados por la
sociedad y olvidados por el Estado, representan la realidad que no
se quiere aceptar, la violencia y el conflicto antes tan esquivo y lejano para los citadinos, ahora está al lado, en cada esquina, en cada
historia, en cada desplazado.
10. A MÍ NO ME HA TOCADO LA GUERRA
A mí no me ha tocado la guerra pero yo sí la he tocado a ella, como
un turista que conoce los tugurios de una ciudad que tiene otra
cara, hermosa y opulenta. Conozco los tugurios de la sociedad colombiana pero siempre vuelvo aquí, al lugar en el que escribo, desde donde parece que nada ocurriera.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
No quiero engañarlos, insisto, a mí no me ha tocado la guerra. No
me ha tocado, como a don Aurelio, ir a recoger a un hermano que
apareció muerto en combate, uniformado como guerrillero, con dos
botas del pie izquierdo (“seguro era zurdo” habrá dicho inteligencia
militar). No he tenido que abandonarlo todo y empezar de nuevo
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para que no recluten a mis hijos, como le pasó a doña Marleny, a
quien sus propios vecinos denunciaron por no colaborar con brazos
para la revolución. No he tenido que pasar noches enteras aterrada
bajo mi cama esperando a que cesen los combates entre los unos y
los otros, como les pasó a los campesinos de Yaví cuando llegaron
los paramilitares a su vereda.
A mí no me ha tocado la guerra; he encontrado, sí, mucha, muchísima gente a la que sí la ha tocado con su mano destructora y cruel.
Gente como don Aurelio o doña Marleny que salvaron sus vidas
pero perdieron el espíritu cuando les arrebataron sus familiares, sus
amigos, su tierra, su vida. Gente que tiene tal necesidad de ser escuchada, que han depositado en mí, muchas veces casi sin conocerme, los recuerdos de la infamia, paisajes de desolación que ahora reposan en mi mente como si fueran fantasmas propios.
Una vez conocí a una mujer que vivía atormentada por haber nadado en un río de sangre. Ella y su familia tuvieron que huir junto con
sus vecinos de los combates que se desataron en su vereda, en un
pueblo del Caquetá. En su travesía pasaron por parajes selváticos y
ríos corrientosos. Uno de esos ríos bajaba teñido de sangre; el agua
rojiza no paraba de correr y por momentos tomaba, incluso, tonalidades más oscuras. ¿Cuántos muertos habría río arriba? ¿Quiénes
serían? ¿Quiénes sus familias? Aidée, así se llamaba la mujer, casi
muere ahogada atravesándolo, dice que por el terror que le ocasionaba pasar por allí. A lo largo de seis meses me encontré con ella
varias veces y, de una u otra forma, siempre volvía a la misma histo-
ria, cada vez con nuevos detalles, no sé si reales o inventados por su
mente adolorida. Siempre estaba reelaborando ese pasaje de su
vida como buscando entenderlo para liberarse de la pesadilla.
Así son los fantasmas de las historias que me acompañan. Algunos
son tan surreales que no parecen posibles, otros son de una atrocidad y una crudeza tales que mi mente, sin éxito, lucha por borrarlos,
sacarlos, olvidarlos. Y sin embargo, no soy más que una transeúnte,
alguien que pasa, ve (a través de los testimonios) y sigue de largo,
como quien lee un periódico. Soy como una turista llena de anécdotas para contar al final del viaje, pero ninguna de ellas es agradable.
Quisiera no tener que decir que soy una turista pero es la palabra
que mejor se acomoda a lo que he vivido. He atestiguado los efectos
de la brutalidad, la sevicia y la ceguera de esta guerra, pero no he
hecho nada, no me he comprometido con nada, no he ayudado a
nadie. He permitido que la guerra sea “simplemente” el escenario
en donde ocurren los fenómenos a los que he dedicado mi atención,
un trasfondo unas veces más difuso, otras veces más presente, pero, en todo caso, secundario; como si pudiera obviarlo, como si lo
hubiera naturalizado, como si en Colombia pudiera hablarse de problemas sociales sin asumir de frente esta tragedia.
Ahora leo en los periódicos y revistas historias similares a las que he
escuchado en el campo. Ya no creo que el día en que se sepa todo lo
que ha ocurrido la historia cambiará. Siguen las masacres, siguen los
eufemísticamente llamados falsos positivos. Ahora se saben muchas
de estas cosas y nada ha cambiado.
11. TODO FUTURO PUEDE LLEGAR A SER MEJOR
Son las 5:35 de la mañana, la alarma de mi celular se activó y me
levanto a una nueva jornada de trabajo; según mi programador de
actividades diarias, tengo Escuela de Campo en la vereda la India de
algún municipio de este gran país. A eso de las 6:20 de la mañana
empiezo mi camino.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
A las 7:30 am y 14 kilómetros más en mi moto llego a la finca donde
se desarrollará la actividad, El Encanto, bonito nombre. Por el momento solo el dueño del predio don Aurelio Estupiñán y su familia
me esperan. Como es costumbre en el municipio, me invitan a pasar
a tomar el desayuno para mí; para ellos piquete, ya que el desayuno
lo toman a más tardar a las 6:00 de la mañana. Me siento a comer y
a la espera de la comunidad para dar inicio a la actividad.
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Don Aurelio me cuenta lo
complicado que era vivir
en este lugar en la época
de guerra, y cómo fue su
salida de esta vereda 15
años atrás. Para ese entonces los grupos guerrilleros tenían el control de
la zona, y según Aurelio
nada se podía hacer sin la
autorización del comandante. Haciendo mella de mi memoria, recuerdo que para esa época
yo era un niño y los atentados en el municipio eran frecuentes;
bombas y emboscadas contra convoy de policías y militares frecuentaban el ambiente de la región.
giendo temor se generaba respeto y dominio, además del control de
la forma de pensar y de actuar de una comunidad.
No se me ha olvidado cómo una mañana del año 93 estábamos en
plena clase de sociales, estudiando la cultura Inca, cuando de pronto un ruido estruendoso y atronador se levantó en inmediaciones al
colegio. Más o menos a un kilómetro de distancia un petardo había
explotado al paso de la camioneta de los policías que custodiaban el
municipio y minutos después se escuchaban ráfagas de disparos en
el fondo. Todos en el salón por instinto estábamos en el suelo clamando porque ese momento se disipara lo más pronto posible.
El poder sobre el control de todas la esferas de la comunidad hace
que se creen rápidamente focos de extrema corrupción y radicalización de los comportamientos sociales; se empiezan a dar en algunas
zonas lejanas los cultivos ilícitos y aparecen los desplazamientos
forzados. La cura se había vuelto más atroz que la enfermedad y la
esperanza de una vida libre se alejaba cada vez más.
Después de algunos minutos la calma llegó, pero la tragedia y la
muerte habían visitado al municipio: 7 uniformados muertos y dos
gravemente heridos era el resultado final de una cruel y cobarde
emboscada, no solo realizada contra una institución nacional, sino
contra una población reprimida aún más por el miedo que generaban los grupos de izquierda.
En este momento pienso que ese era el fin último de este tipo de
ataques: mantener reprimida y atemorizada a la población. Infrin-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
Años posteriores emerge una solución más estúpida e irracional que
el mismo mal, llevada más por el desprecio infundado con las acciones cometidas en contra de la población civil por los grupos de izquierda, que por el sueño de tener un municipio libre. Se le vende
entonces el alma al diablo, y la misma población ayuda a establecer
y financiar a los grupos de extrema derecha.
A continuación vinieron las muertes selectivas, supuestamente de
limpieza subversiva. Los ataques a caravanas o estaciones militares
y de policiales se esfumaron, pero se empieza a vivir otro tipo de
represión, la del pensamiento, la libertad de desarrollar la personalidad, la libertad de elegir, permitidas por una sociedad sublevada
siempre al control de grupos al margen de la ley.
A pesar de los errores cometidos en la desmovilización de los paramilitares promulgados por el gobierno, en este municipio particularmente, si se dieron los frutos y resultados que se buscaban, yo
creo que por la capacidad de gran parte de los labriegos de no entrar al mundo de los ilícitos, y como plantea el mismo Aurelio, la
política de seguridad democrática para esta parte del país sí dio el
resultado esperado. A favor de lo que me expresa el agricultor yo
tengo que decir que llevo 3 años trabajando en todos las zonas del
municipio y nunca que me cruzado con un grupo insurgente de
ningún tipo.
Problemas Rurales, Junio de 2010
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12. EL DÍA QUE CONOCÍ A LOS GUERRILLEROS
Siempre que nos hablan de la guerrilla asociamos este término con
la peor manifestación de la rebeldía, el terrorismo, las drogas, el
narcotráfico, la suma de todos los antivalores y la lista sigue. La caja
de Pandora se abrió en Colombia, parece, y nacieron los grupos
guerrilleros. Con esto inició la violencia, creció el desenfreno por la
necesidad de sangre y muertos que hoy domina las agendas políticas y económicas, y además, la conciencia colectiva que demanda
guerrilleros muertos y sus cabezas como trofeo de guerra.
Yo solía pensar así, y aunque tengo formación en ciencias sociales,
aparentemente abierta y con capacidad para analizar una realidad
como la existencia de grupos armados de una manera objetiva, solía
pensar así. Pensaba que la guerrilla merecía plomo; y ya sin el problema de estos maleantes, solucionar el tema de la inequidad, pobreza, bajos niveles de vida y demás…. Ignoraba o me hacia el ignorante, llevado por un sentimiento más de patriotismo vendido por
los medios; que el problema de la guerrilla no termina matando
guerrilleros, siguiendo la filosofía del body count, al estilo vietnamita.
Pero después de la experiencia que les cuento en estas líneas, sufrí
una transformación en
la manera de asumir
una realidad tan cercana como lejana, una
realidad que nos atañe
a todos los Colombianos, sea de nacimiento o por adopción; y aunque esto no quiere
decir que comparta los propósitos por los que estos grupos existen,
tampoco desconozco que este problema tiene un origen en la pobreza e inequidad que se pretende superar una vez se haya aniqui-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
lado a la aparente culpable de todos los males del País, a una guerrilla que ha sido el freno para el “desarrollo” de una nación en donde
los ricos son cada día más ricos, y los pobres, cada vez tienen menos
opciones.
Y llegué…
Por cuenta de un trabajo que me encanta hacer, termine en la selva
del Putumayo, en una zona inhóspita y con alguna intervención
humana entre Puerto Caicedo y Puerto Guzmán, en la zona del medio y bajo Putumayo. Los ríos Caimán y Picudo me dieron la bienvenida, el olor a monte y la humedad hicieron sentir que de verdad
había llegado al nacimiento de la gran llanura amazónica.
Llegue a trabajar con las comunidades de esta región. En la oficina
en Bogotá, me dijeron: “No hay vías, todo va ser en mulas, o lanchas, y si aprueban, un Helicóptero, aunque no se haga ilusiones”
Efectivamente, no me las hice y llegué preparado para lo peor. Barro, agua, moscos, calor y humedad. Pero no me dijeron nada de
guerrilla. “La zona está segura, últimamente el ejército ha estado en
la región y están monte adentro”. Sí, claro, monte adentro…
Así empezaron a correr los días, y como el gusto por conocer es más
fuerte que el de cuidarme el pellejo, empecé a ir hasta a la cacería
de borugas. A cuanta reunión me invitaban, allá llegaba. Inicialmente, en carro, mula y a pie, en medio de la selva. Debo admitir, que
mi único temor, inicialmente, era que una mina antipersona no me
dejara contar el cuento. Pero poco a poco, empecé a conocer la
realidad, y que lo dicho en la oficina en Bogotá, no era tal…
¡¡¡De verdad que es hermosa la selva!!!
De verdad que es hermosa la selva. Arboles gigantes bailan al son
del viento que los arrullan y crea canciones con los ecos de las hojas
que caen, con el sonido del agua que corre por ríos gigantes y tam-
Problemas Rurales, Junio de 2010
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bién por pequeños hilos que asemejan nuestras venas. Es una orquesta en perfecta armonía, que ninguno de los más grandes compositores clásicos como Mozart o Chopin o inclusive, los más contemporáneos como Daddy Yankee o Giovanni Ayala podrían emular.
Y es que es la unión de las múltiples formas de vida al servicio de la
magia: al fondo, gritan monos araña, monos aulladores, loros de mil
colores, tucanes de colores y unas aves particulares que llaman mi
atención: los “mochileros”. Las serpientes atentas a una pisada para
pagar con una mordida, las lagartijas que las ves correr a tu paso…
El agua se torna efervescente por la cantidad de peces de múltiples
colores y sabores que hay en cauces medio secos por el verano.
Eso es la selva: vida, vida en abundancia y por doquier, con miles y
miles de manifestaciones de divinidad, infinidad de colores y olores;
sabores únicos y extremos: del dulce miel, al amargo Yagé. Del verde que hasta aburre de tanto verlo, hasta el más raro color de la
mariposa, de la flor, del agua. Porque en la selva, hasta el agua tiene
colores. También el insecto voraz que persigue con insistencia rolos
desprevenidos que llegan a caminar por una zona que está prohibida e ignorada para y por muchos.
Y con la entrada de este rolo a la selva del Putumayo, que en algún
momento fue selva prohibida e ignorada también para mí, me entero, que en medio de esta exuberancia y belleza, viven personas. Si,
¡vive Gente! Y me entero de esto porque a mis oídos llega el sonido
de un motor de una canoa, también motosierras que cortan y tumban árboles cantantes en medio de una selva aún ‘virgen’. Poco a
poco, empiezo a conocer a las comunidades de la región, comunidades que han llegado a colonizar una zona olvidada de nuestra
geografía, han llegado a colonizar sus propios miedos; huyendo de
los miedos implantados por otros.
¡¡¡De verdad que es dura la selva!!!
Hoy, desde la comodidad de un sillón mientras escribo estas líneas,
pendiente del noticiero y con un bombillo ahorrador encendido (por
aquello de la conciencia ambiental) me pregunto, ¿cómo viven esas
personas allá?
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
La selva es su refugio. Es su bendición y su maldición. Es la única
que ha aceptado su destierro y
su marginación por cuenta de
una sociedad cada vez más desigual e inequitativa. Es esta selva,
quien sacrificando su magia y
permitiendo que se altere su
equilibrio, recibe a los colonos
con canoas y motosierras, para brindarles una segunda oportunidad.
En la selva nacieron sus hijos, y es la selva quien también puede
quitárselos. Una vorágine que a quien se adentra en sus entrañas,
poco a poco lo hace olvidar que hay un mundo afuera, que no espera a quien se sale de ese loco ritmo. Una interminable maraña de
ramas, laberintos, oscuridad y barro. Crecientes de ríos y llanuras
inundadas donde el tigre acecha y el caimán puede robarse un pedazo del cuerpo del pescador que sale a conseguir el desayuno de
los niños que por una fiebre provocada por el dengue, la malaria, la
disentería o la leishmaniasis llora incansablemente.
Esa es la selva, un monstruo que devora a los seres humanos que
pretenden dominarla por medio de herramientas, motores y combustibles, en donde un simple zancudo de cinco milímetros vence a
quien con una sierra tumba un árbol de 30 metros.
Y es que, de verdad es dura la selva. Para una persona como yo, de
ciudad, y no de cualquier ciudad, sino nacido, criado y malcriado en
Bogotá, donde el agua cristalina es muda al salir de un grifo, los
edificios y los carros no nos arrullan sino despiertan y trasnochan, y
el único verde que se ve, siendo pesimistas, es el del uniforme de
nacional cuando viene a jugar contra millitos. La selva es lo contrario al discurso del progreso, el desarrollo y el nivel de vida que desde este lado del mundo se nos ha vendido. Y lo peor, es que para
quienes viven allá, también lo es. Son Colonos, tan occidentales
como nosotros, pero viven allá porque no hay más dónde. Sus tie-
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rras, en mejores sitios, con mayores oportunidades, han sido arrebatadas por la violencia, por un terrateniente o por el estado.
Es que aquí mandan ellos, y sin el permiso, no pueden hacer nada…
Llegamos con el incansable afán de buscar oro negro. Habitualmente se procura generar el menor daño posible, así la gran parte del
daño ni pueda medirse. Muchos no se ponen a pensar en las dinámicas que el avance y el progreso genera en una zona tan recóndita.
La máquina, la caldera, el motor y el computador necesitan energía,
y eso es lo que venimos a buscar a la selva: la energía que mueve al
mundo.
Pero volviendo a lo mencionado unas líneas atrás, en Bogotá no me
contaron que allí mandaba la guerrilla. Una guerrilla que a través de
un televisor genera pasiones y odios. Una guerrilla que mueve zonas
completas y controla el devenir de miles y miles de personas ajenas
a un conflicto que gira en torno al interés económico de unos pocos.
Porque eso es la guerrilla: una empresa. En diversos sitios, como
protesta contra este grupo hay grafitis que dicen “FARCSA”, y tiene
sentido: FARC S.A.
Una empresa que domina y controla la producción de coca, y cobra
impuestos por cada fase del proceso, además de ser el único comprador de la pasta base so pena
de muerte o un destierro más
para el colono, a precios por
debajo del mercado. Toda una
empresa capitalista. Y esto, en
medio de una selva que aguanta las arremetidas de una colonización cada vez más fuerte,
concentrada en las riberas de
los ríos.
En esta zona, además de no haber vías ni medios de comunicación,
tampoco hay estado, ni monopolio de la fuerza ni de la justicia.
Aquí, la guerrilla ha concentrado, a través del frente 32, y una sofis-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
ticada red de informantes y milicianos, todos los poderes públicos,
además del económico. Esto se ha sustentando en un aparato militar alimentado por la economía ilícita de la coca. Esta economía, ha
inflado los jornales, el costo de algunos elementos, y hasta de la
cerveza. Porque en medio de la selva, la cerveza no falta.
Ellos son ley y orden. Muchos noticieros nos cuentan cómo se han
recuperado a punta de mano fuerte (léase plomo) y corazón grande
(léase subsidios y platica en efectivo para los informantes) las áreas
rurales de nuestro país. Y lo peor, es que el grueso de la población
lo cree así. Pero lo que los medios no informan, es que hay zonas
donde si mandan ellos. Los medios pretenden invisibilizar una realidad que es tan actual y tangible como que hay ejército y paramilitarismo. La guerrilla controla y dirige los destinos no solo de una zona
rural amplísima, sino además, de múltiples resguardos indígenas, y
cuando quiere, atenta contra la poca infraestructura que hay, cobra
vacunas a comerciantes y ganaderos, vuela oleoductos de Ecopetrol, quema carros y carrotanques. Y eso es pan de cada día.
Pues para poder seguir adelante con nuestro trabajo en búsqueda
del oro negro, desde bien arriba se solicitó la entrada a la zona y se
obtuvo el permiso. ¿Cómo? Escribir algo sería comprometerse, así
que es mejor decir: no sé. Pero entramos, y aunque robaron, asaltaron, abusaron, amenazaron e hicieron lo que quisieron en los campamentos, terminamos un proyecto y quedaron los recuerdos.
Allá, en el Putumayo, que en su mayoría es selva y en donde cerca
del 70% de la población vive en las áreas rurales, todavía mandan
ellos. Es tierra de nadie, en un país donde se gobierna lo visible; y lo
invisible simplemente se niega, aunque exista. Allá, donde hay magia en cada rincón, en cada río, en cada árbol, en cada indígena; hay
un gobierno dentro del gobierno. Un estado al que la mano no le
alcanza para satisfacer las demandas de la gente, situación que
promueve no solamente una base social para la insurgencia, sino
además, el caldo de cultivo para la existencia de cultivos ilícitos,
delito y bandas criminales.
Y así nos dijeron: ‘’si ustedes quieren entrar, tienen que pedir primero el permiso de ellos, ustedes saben, aquí, mandan ellos’’….
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Y llego el día… ¡¡¡que susto tan verraco!!
Y como el gusto por conocer
es más fuerte, un día me pararon en seco. En una de las
pocas carreteras, encapuchados nos bajaron de la camioneta de cootrasmayo que nos
transportaba con algunas personas de la alcaldía, nos tiraron al piso, encañonados y nos
robaron nuestras pertenencias. La posesión de radios de comunicación nos hacía pasar por
soldados, o infiltrados, pero un overol con el distintivo de una empresa de exploración petrolera nos salvó el pellejo. En esos momentos, con un revólver en la cabeza y en el pecho, y verle los ojos nerviosos y el sudor en la frente a los ladrones, hace temer que un tiro
se salga y termine mal encajado en el tórax de un cristiano que nada
debe… Ese fue el primer encuentro con la realidad no visible de la
región.
Después de largas caminatas en la selva, donde a nuestro alrededor
solo se veía selva, con una mochila al hombro y con un GPS donde
por cuenta de las copas de los arboles difícilmente hay señal, llegó
el bendito helicóptero y las caminatas terminaron. La lancha se volvió esporádica y la mula dejó de ser mi fiel compañera.
Así transcurrían las reuniones comunitarias, y un día, a eso de las 11
de la mañana en medio de un claro de la selva, en una improvisada
escuela construida con base en madera burda y tejas de zinc, rodeada de un pequeño cultivo de maíz, plátano, yuca y coca; empezaron a llegar los guerrillos del frente 32 de las FARC. En ese momento yo dirigía la reunión, y sin mencionar palabras se acercaron a
mí, me saludaron respetuosamente, y muy bien armados y dotados,
presenciaron unos minutos de mi charla.
Así empecé a conocer la guerrilla. Fue un día nublado, un día particularmente húmedo y raramente, frío. Recuerdo que cuando íbamos camino a la reunión, paramos después de caminar 2 horas en
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
medio de la selva, en una casa de una mujer con rasgos indígenas
llamada Danny. Ella, amablemente, nos dio almuerzo con Boruga
(en sancocho y frita), arroz, yuca y plátano cocido. Todo un manjar,
si tenemos en cuenta en donde estábamos y que no habíamos probado bocado desde la mañana. Y en realidad es un manjar.
Ya en la reunión, viéndolos, me preguntaba… ¿Quiénes son ellos?
¿De dónde salieron? Un halo de pesadez cubrió la reunión, y la gente de la comunidad evidentemente notó que algo pasaba. Sin embargo, me sorprendió algo. Yo había visto a muchos de ellos. Había
hablado con muchos de ellos. Nunca hablé ni de política, ni de economía ni de si era rico o pobre. Los mismos jóvenes con quienes
discutí sobre temas de inversión social o cupos laborales para ingresar a la empresa, eran quienes estaban con un camuflado y un AK47
en el hombro. Me enteré que siempre, en cada reunión, estuvieron,
hablaron, comieron y discutieron con nosotros. Pero ahora era diferente. Estaban armados, con equipos de campaña, y los rumores de
movilización de tropas en el área generaban miedo e inquietud en
los guerrilleros, en la comunidad.
La situación se puso más tensa en el momento en terminó la reunión y por radio pedimos que el helicóptero nos recogiera. Un pequeño ‘’mosco’’ que nos llevaba y traía en medio de una selva en
donde el punto más cercano a pie quedaba a dos días de camino, se
convirtió en nuestro alcahueta para ver la inmensidad de esa llanura
verde y tupida que bajo nuestros pies siempre pasaba,
evitándonos horas y horas de
camino o sentados en una canoa a través de meandros y
meandros rodeados de árboles.
En medio de las nubes se escuchó el cortante sonido de las
hélices en el aire, y el sudor
nervioso desapareció de nuestras frentes. Sin embargo, una cierta
palidez se apoderó de nosotros cuando vimos un helicóptero negro
de transporte militar, que apareció sobre nosotros y temimos lo
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peor. Los guerreros se agazaparon en la improvisada escuela, y únicamente personas de civil permanecieron visibles. Nuestros overoles amarillos nos delataban, y rezar fue lo único que se pasó por la
mente en ese momento, imaginándonos lo peor.
Antecedentes de la región, contadas por desprevenidas madres de
familia, narraban cómo los helicópteros de las fuerzas armadas atacaban muchas veces indiscriminadamente a los recolectores de hoja
de coca, confundiéndolos con guerrilleros. De estos ataques quedaban resultados y muertes. Evidentes avances en la política de seguridad democrática del presente gobierno. Cuenta una mujer de la
zona, que mientras sus tres hijos recogían hoja de coca en su cultivo, de no más de media hectárea de extensión, un helicóptero del
ejército los atacó y dio muerte a dos de ellos. Posteriormente fueron presentados como guerrilleros en la capital del departamento.
En medio del susto más verraco que he sentido en mi vida, ¡no pasó
nada! No sé si fue nuestra presencia, ya conocida por el ejército, la
presencia de población civil o el improvisado refugio de los milicianos, lo que impidió que se presentara un combate, con nosotros en
medio.
Después de esta situación, así como los guerrilleros aparecieron en
medio de la selva, así mismo desaparecieron. Este grupo, es una de
esas realidades que muchos procuran invisibilizar.
En medio del aura de tensión que quedó luego de esa visita, llegó
nuestro helicóptero, y sin tocar tierra, uno de sus tripulantes saltó
desde unos 3 metros del suelo, llevándonos a abordar tan rápido y
de una forma tan nerviosa, que una de las puertas se abrió en el
aire. Nosotros nos mirábamos y el ruido del motor nos obligaba a
entender el lenguaje de las miradas y gestos de los demás. Evidentemente, algo estaba pasando.
La selva pasaba bajo nuestros pies, con la tranquilidad de estar lejos
de la zona que dejamos atrás, pero con el conocimiento de que allí,
tendríamos que volver. Ese es nuestro trabajo. Ya no tocaba caminar en medio de una selva que no deja entrar la luz del sol. Volábamos sobre ella. Pero había que volver…
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
Y aquí estoy, contando el cuento…
A nosotros, los exploradores del oro negro, nos llaman ‘Mochileros’.
Y andamos cómo los pájaros, con nuestro nido en la espalda, dispuestos a quedarnos donde la noche nos coja. Recorremos el país
buscando ese preciado mineral que mueve al mundo; la energía del
futuro,
que
asegure que
hoy yo esté en
mi sillón tomando jugo y
escuchando
música.
Mi trabajo me
llevó un día a
conocer
la
guerrilla, un
día nublado y
húmedo, en medio de un claro de la selva. Yo pensaba que cuando
los conociera, mínimo en un cajón regresaba. Y hoy estoy contando
el cuento. Creía que eran monstruos matones que le disparaban a lo
que se movía. Y no. No son los monstruos que pintan, pero tampoco
son ángeles de Dios.
Ese día, conocí a la guerrilla. No me los imaginaba así. No me los
imaginaba humanos. Aunque no comulgue con la lucha que defienden ni la empresa que promueven, comulgo con la gente. Comulgo
con sus sueños de un país mejor y con mayores oportunidades para
los olvidados que viven en medio de la selva. La selva bendita dadora de vida y a la vez maldita que se lleva a quien sea por delante. No
me los imaginaba porque no imaginé tener que verlos algún día. En
Bogotá nunca tienen uniforme o fusil, en caso que se sienten al lado
en una buseta. En la universidad no le dicen a uno cómo son. En los
libros, en pocos, dicen que son seres humanos como nosotros. Y
hacen parte de una realidad invisible, de una realidad que los medios pretenden ocultar y procurar que no exista, a base de dosis
extraconcentradas de noticias de farándula, marcas y bodas de fa-
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mosos. Pero existe, y a la vez, no existe. Lo ignoramos. Lo olvidamos…
tos juntos y de colores tan vivos, y sobre todo diciéndome, oye,
nosotros, somos como tú.
La selva es dura, pero así como acá en la dura civilización, existen
ciertas comodidades. Por lo menos el aire es limpio, y los únicos
pitos son los de los ‘mochileros’, pájaros amarillos que no olvido y
que aunque sé que hay en otras partes del país, no había visto tan-
Las fotografías, salvo la primera, donde aparecen los líderes de las FARC, son tomadas por el autor.
13. MUCHO MÁS QUE EL DOLOR DE LA PICADURA DE LA GUERRA
Eran las 3 de la tarde… Esa era la hora máxima para recibir a un
paciente en el “centro de enfermos” de la vereda Plan de Armas.
Irónicamente, aquí no hay centro de salud; simplemente la gente
del pueblo dice que a las cosas hay que llamarlas por su nombre.
Myriam terminaba de atender al último paciente, Jeisson, quien no
tendría más de 14 años. Venía acompañado de su padre, quien veía
impaciente cómo empeoraba la pierna de su pequeño hijo por el
ácido de batería que le había aplicado….
Más de seis horas de camino
separaban aún a Gabriel de su
destino. No importaba el sol,
que aún no tenía en sus planes
ocultarse; solo quería llegar y
caminaba sin descanso hacia
Cucuchonal. Y como lo habían
despojado de su único medio de
transporte, no había otra opción;
la pequeña mula y su enjalma ya no estaban, y no volverían jamás…
Al bajar de la lechera, tres entusiastas investigadores de la leishmaniasis llegaban a Miralindo: uno de ellos pensando en cómo es que
había llegado ahí, otro mirando que se bajaran las maletas y el
equipo completo, y el último observando detenidamente el arma
que le apuntaba. Para ese momento solo él sabe cómo se detuvo el
tiempo; todo parecía inmóvil, y en un abrir y cerrar de ojos ya no
era un arma…. eran más de 20. Y de nuevo todo volvió a detenerse.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
A la sala de juntas del edificio de la gobernación, únicamente habían
llegado 9 de los 15 asistentes que se esperaban para la reunión. Ésta
ya se había aplazado por más de 3 veces y definitivamente ya esta
era la vencida. El plan de apoyo para el programa de promoción y
prevención para la salud del departamento tendría que salir listo
para firmarse. Si no llegaban los convocados, las decisiones serían
tomadas por quienes conformaran el encuentro. “Salga lo que salga
de aquí, lo importante es que haya algo pa mostrar, y esa platica
hay que gastarla o al menos mostrar que se gastó en pendejadas de
estas. Ojo compañeros”, decía el funcionario….
Myriam trataba de alentar a Jeisson para que aguantara, mientras
terminaba de desprenderle las vendas que se le habían pegado a la
quemadura de su pierna. Su papá ayudaba echándole agua del lavadero con un timbo para tratar de despegarlas, pues no había suero ni solución salina…., pero Jeisson gritaba diciendo que no podía
más. Miriam ya es experta en el arte de curar heridas provocadas
con ácido, pólvora y tabaco, pues eso es lo que más usan para matar el pito…. Si; a Jeisson lo pico un pito, -un zancudo que se come la
gente- dice él,… No sabe cuándo fue; dice que de pronto fue en la
escuela, y como no tiene un pantalón que le baje hasta los tobillos
pues ¡por ahí se metió! Dice también duro rascándose que pasó
como una semana hasta que su papá le diagnosticó la enfermedad e
instauró el tratamiento de elección. El tarro que contiene el ácido,
no puede faltar en ningún hogar de la vereda.
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Siendo ya casi la hora en que las gallinas ya no se ven en el piso sino
en los palos, siente Gabriel el sonido de una motocicleta que se
aproxima. No se ve muy bien, pero él no necesitaba verla. Inmediatamente le pasó un frío al vientre, más que el frío que preservaba la
estropeada neverita de icopor que llevaba al hombro con el preciado tesoro refrigerado. Ocultarse no era una opción; seguir de pronto lo era, pero rezar sí que definitivamente era lo único que le quedaba. El “teso”, como le llamaban respetuosamente en la vereda,
iba acompañado de “catirre” y se detuvieron justo unos metros
delante de Gabriel, quien al percatarse solo dio un suspiro, de esos
como cuando comienza a llover y sabes que no tienes sombrilla…
será mojarme dices…. -¿Tonces? ¿A estas horas pa Cucucho? Gabrielito, casi que no lo alcanzamos ¡¡no!! - Dice catirre. Sin decir
más, y como si ese amable saludo tradujera una despiadada orden,
Gabriel solo responde, -¡son pa un sute!- Y sin más preámbulos ni
familiaridades, se alejan con la estropeada neverita y su preciado
tesoro refrigerado…. ¡A Jeisson jamás le llegaría!
Casi veinte armas apuntaban ya a los tres muchachos salidos de una
lejana ciudad; casi veinte hombres esperaban un mal movimiento
para desatar una ópera de descargas,… y casi ninguno de ellos lograba sobreponerse a este fugaz episodio… Solo Salvador, el médico, atinó a decir en voz alta con palabras cortadas e impregnadas de
valor: -buenas tardes, somos del programa de salud, los que les
vamos ayudar con el tema del pito…. Que inocente era Salvador: ¡¡¡los que les vamos ayudar con el tema del pito!!!- Esas palabras
cortaron el hielo, y aunque no bajaron las armas, si logró llamar la
atención de uno de ellos. Este hombre de poder, según lo que pudo
notarse, y que evidentemente había padecido los imprevistos dolorosos de la guerra, se aproximó con gafas oscuras que luego se sabría que no usaba por el sol, sino para ocultar las cicatrices que le dejó
una esquirla que le robó su ojo derecho, y dijo: -con cuidadito y
buen tono, se me presentan, me muestran el “carnes” de la escuela
y me muestran qué llevan ahí-. Cristian, el veterinario, de inmediato
sacó sus papeles y nerviosamente mostró su “carnes” de la escuela
y el equipo que para ellos era solo razón de angustia pues el termo,
que contenía el nitrógeno liquido, al abrirse logró congelar hasta las
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
miradas de los pobladores que esperaban lo peor… -Tranquilos- dijo
Rocío, la bióloga, -es para guardar las muestras y que no se pudran,
venga, acérquese-, le dijo con precaución al hombre de las gafas….
La secretaria del despacho realizaría el acta de la reunión, iniciando
por llamar a lista a todos los convocados. Al terminar esta labor la
sala quedó en silencio y luego dijo el secretario de salud: -¡bueno!
se escuchan propuestas-…. En esa sala se debatiría y seleccionaría la
mejor propuesta para poder erradicar la leishmaniasis del municipio; había varios informes y casi todas las secretarias debían intervenir pues esta enfermedad pasaría, de ser un problema de salud, a
una tragedia económica y social. Debían tomarse cartas en el asunto, ya el pueblo se estaba manifestando y no se planteaban soluciones concretas. Lo curioso es que a esta reunión no se convocó a
ningún representante de las personas afectadas del pueblo, para al
menos escuchar cómo se vivía a costa de la enfermedad, y cómo se
hacían paso para soportarla.
Alguien dijo, ¡se debe pensar primero en la logística! Todo asintieron, y entre conversaciones aisladas pertinentes e incoherentes,
después de 3 horas,… de las grandes mentes del gabinete, salió que
la mejor estrategia sería una jornada de sensibilización a la comunidad. Y claro, acompañada de material informativo, volantes, afiches,
botones, camisetas, gorras y demás accesorios imprescindibles como estos, para controlar, prevenir y erradicar la enfermedad. El
secretario de hacienda recalcó, -¡pero solo tenemos 200 millones de
pesos!- Por lo tanto, esto se convertiría en un gran impedimento
para la ejecución de tan extraordinaria labor. Desarrollo social argumentó: se deberá entonces ser austeros en el plan y tener lo necesario para ejecutar apropiadamente esta actividad, para que arroje el impacto que esperamos.
Al intervenir los diferentes representantes se llegó a la conclusión
que en publicidad se invertirían $80 millones incluyendo afiches,
plegables informativos y manuales para el control de la enfermedad, sumamente pertinente pues el 85% de la población no sabe ni
leer ni escribir; también publicidad radial en la ciudad, de la cual
dudosamente la emisora entraría a las radiolas de los campesinos; y
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también camisetas, gorras y botones, para todos los que fueran al
encuentro comunitario informativo. Además, al ser este un municipio tan alejado de la civilización, obviamente se requerirían medios
de transporte para los funcionarios y guías encargados de liderar el
ENCUENTRO COMUNITARIO CONTRA EL PITO, más aún porque la
entidad no contaba con los medios adecuados para lograr el acceso
a estas áreas; por tanto se destinaron $100 millones en la valiosa
compra de 2 camionetas último modelo hilux con platón para esta
colosal movilización a realizarse durante solo un largo día de ese
año de gobierno. Al quedar solamente $20 millones se pensó entonces en acompañar la jornada con una estrategia que llamara la
atención de la población; algo que los hiciera salir de sus casas e ir a
la vereda principal a informarse acerca de cómo al fin eliminarían el
pito de sus vidas…, y qué mejor que un buen grupo de música del
despecho que despertara en la gente el deseo de vincularse a la
bonita jornada. Pero eso sí, afortunadamente pensaron en todo, y
fue tan sumamente productiva y altruista la reunión que se decidió
por unanimidad, entregar cerveza, gaseosa y comida a todos los
asistentes…. Sería este un evento trascendental en sus vidas. Sería
esta una muestra de la eficaz gestión del gobierno, quien trabaja
por y para el pueblo.
Finalmente Jeisson, después de padecer las horas más largas junto a
Myriam, pudo salir del “centro de enfermos” para coger camino
para Cucuchonal. A su padre no se le veía ni el más mínimo remordimiento, como si se tratara de una curita por una cortada; –mijo,
salió bien- decía, la herida solo se le llevó un pedacito de la pierna….
Según Myriam, la enfermera, solo una cuarta le quedaría de cicatriz…. una cuarta… pero no de la mano de Jeisson…. -eso sí, si no se
cuida esos los vendajes, se le va la pierna mijo-.
Desafortunadamente Jeisson no tenía mamá; su papá decía que por
pendeja se había ido, que por pendeja la habían matado. Ella era
líder de su vereda, y así como Gabriel, también llevaba y traía medicamentos para los niños picados; solo que un día el picado era Jeisson, quien con solo cinco añitos ya comenzaba a entender el dolor
de la picadura de la guerra, y no porque fuera precisamente una
bala. Su madre no quiso entregar la nevera con la droguita, lloró
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
diciendo que era para su hijo, pero ellos sospechaban que su marido
era del otro bando, y pensaron entonces que lo del chino era puro
cuento, que más bien le estaba haciendo la vuelta a los paras…, y así
sin más juicios ni preguntas, le robaron la droguita y con ella su vida.
Hoy Jeisson con catorce años la recuerda, pero no por su tesón ni su
entrega, la recuerda porque ella hacía que no se sintiera solo. Hoy la
recuerda porque cuando se devuelve a sus cinco años, solo ve una
cosa: la cicatriz imborrable que le dejó la guerra y que hoy probablemente se la vuelve a recordar. Solo había una pregunta por hacer
mientras seguía caminando… ahora ¿dónde conseguiría la droguita?
¿Será que quedaría destinado a perder su pierna por las artistadas
de su papa?
Con el ánimo en los alpargates y la piedra a flor de piel, Gabriel pensaba si devolverse para su casa o llegar hasta la casa del papá de
Jeisson a quien le había prometido conseguirle la droguita; y solo
para esperarlo y decirle a su compadre que a él también se la habían bajado, decidió entonces optar por la segunda opción. Al llegar y
encontrar la casa sola, no tuvo más alternativa que adentrarse en
una espera que no tendría límite; solo en ella podría darle vueltas a
la escena donde le dicen -“Gabrielito, casi que no lo alcanzamos”Ya no se sabía si estaba más cerca el atardecer o el amanecer, el
caso fue que ladraron los perros y llegó el padre caminando solo, y
por su mirada se notaba que sus ojos habían quedado casi 3 chicotes atrás. Gabriel de inmediato notó en su mirada el congelante frío
que da la incertidumbre, pero rápidamente lo único que se le ocu-
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rrió decir fue: la embarraste compadre, te los dejaste llevar a los
dos; yo hubiera preferido un hijo sin pierna.
Por el camino Jeisson y su padre escucharon también el escalofriante sonido de la moto…. Esa pierna no se veía bien, y aunque Myriam
recomendó que le dejaran al chino esa noche para no hacerle empeorar la herida, su padre prefirió llevárselo; era muy lejos para
volver por él. A medida que iba acercándose el sonido, y con la oscuridad como única certidumbre, el “teso” se adelantó y les dijo: ¿de dónde vienen?… casi que no los alcanzo-,…. Era bien sabido por
el padre de Jeisson que siempre estos lo tildaban como enemigo del
otro bando, y era bien sabido por el “teso” que un día la iba a pagar…. Solo dijo, -chino muestre, qué le paso-, y con la luz de la vieja
moto se alumbraba la herida que más que una herida parecía una
imagen salida de una historia de terror,… Por obvias razones ya no
tenía vendas, pues atravesaron un caño y varios potreros para acortar camino; y para evitar que se rascara su papá le rociaba guarapo,
que según él, le secaba eso rapiditico. Lo que no notaría tal vez su
ilustrado padre era que, cada vez que le rociaba el guarapo, segundos después solo habría moscas rondando a Jeisson.
Ellos, después de lo de su
mamá, nunca tuvieron una
buena relación; incluso Jeisson lo amenazaba con que un
día se iría así fuera con los
tesos, para vivir una mejor
vida… Y esa noche con tantos
momentos encontrados, al
parecer el “teso” apareció en
el momento justo: le ofreció a
Jeisson la droguita diciendo que tenían por montones y que ésta la
habían buscado para él… droguita que por cierto le había quitado a
Gabriel unas horas antes y que igualmente sería para Jeisson; le
ofreció aprender a manejar la moto, le ofreció otra vida y eso sí,
alejarse de su padre. Jeisson no pensó en nada más, solo volvió la
mirada y le dijo al viejo: -¡gracias! Finalmente esta vez la hiciste
bien; de no ser por tu remedio, jamás me habría ido…-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
Luego de revisar entonces todo el equipo y
las maletas de los muchachos, el hombre
de las gafas les dio las reglas del juego: se
quedarían en Plan de Armas, una vereda a
6 horas del caserío principal (Miralindo),
vivirían en el centro de enfermos y no
podrían andar sino en el día; nada de salir
después de las 6 de la tarde, nada de fotos
a los rostros de la gente, solo podrían fotografiar las lesiones en la
piel, recibirían visitas del hombre de las gafas o sus compañeros
semanalmente para entregar un informe; no podrían tampoco, y
por ningún motivo, usar el internet del caserío principal. Y lo más
importante, y como decía el hombre de las gafas: “El que poco pregunta, se queda otro día…”
El trabajo de estos tres entusiastas era parte de sus proyectos de
grado y casi de sus proyectos de vida. Habían logrado una financiación de Colciencias, también que una ONG los apadrinara, que sus
familias les permitieran irse a una zona roja, y que sus universidades
se apoyaran entre sí para respaldarlos brindándoles el mejor de los
tutores. Y así emprendieron la labor; todo se trataba de documentar
la enfermedad de la leishmaniasis en una zona de tan alta prevalencia y con condiciones tan precarias, debían tomar muestras a la
población afectada, revisar los mecanismos de trasmisión, los factores de riesgo y las mejores medidas de control. Hasta ahí estaba
todo fríamente calculado.
El detalle es que todo dependería de hasta qué punto los dejarían
trabajar sin sesgar su trabajo, todo dependía de que no solo fuera el
pito su única amenaza; todo dependía de que pudieran permanecer
allí el mayor tiempo posible sin encontrar una razón, aparte del
hambre y de la impotencia que causaban las historias de la gente y
su enfermedad, que los hiciera desistir; todo finalmente dependería
de que le permitieran a la población civil hacer parte del programa…. Pues como allí la ley viene de otras instancias, la incertidumbre sería quien definiría el camino.
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Muchos eventos ocurrieron entonces, eventos sublimes, nostálgicos, atropellantes y frustrantes que iban coloreando el día a día de
los entusiastas. Fueron muchas las experiencias que vivieron de la
mano de la gente, reconocieron la alegría que aún reina hasta en los
lugares donde no se sabe si estarás para la cena, vieron el rostro de
la esperanza sembrado hasta en los más viejos, sintieron los rigores
del hambre y el cansancio de las largas caminatas con una centrífuga y maletas con papeles y corotos a cuestas, vivieron el miedo que
traía consigo el atardecer pensando en llegar lo más rápido posible
a una casa donde les permitieran pasar la noche…. Así transcurrían
sus días y la gente se inquietaba por ello, pero a la vez en sus cachetes rojos del cansancio veían una luz de esperanza. Tres jóvenes
bandeándose solos ¿a cuenta de qué? ¿Qué ganarían con ello? ¿Por
qué vienen a lapidarse aquí pudiendo estar en sus ciudades tranquilos? ¿Será que definitivamente ahora si pensaron en nosotros?
Las jornadas de toma de muestras, largas, extenuantes y con casos
inverosímiles, comenzaron a diseminarse entre los pobladores cada
vez más. La gente se pegaba el viaje a Plan de Armas para verse
diagnosticado y atendido por los entusiastas…. Se convirtieron las
jornadas en una bola de nieve que llamó la atención de todos…, se
hacían casi 120 consultas diarias…, era reconfortante, ¡era un éxito!
pues cada una de ellas permitiría documentar las necesidades de
apoyo para la población por parte del estado, ¡¡¡tendrían más pruebas que nunca para volver pronto con medicinas, toldillos y más
apoyo!!! Qué alegría, así las jornadas resultaran eternas; una persona más era un aliciente, una prueba, un argumento; y ¡de eso se
trataba todo esto!
Pero aún con este impacto tan grande y con resultados tan eficaces,
por alguna razón las cosas comenzaron a desdibujarse… Algo se
distorsionó, algo pasó…. Comenzaron los entusiastas a notar que
menos gente bajaba a Plan de Armas, que el eco se iba perdiendo y
que su trabajo mermaba, pero ¿por qué, si quedaba tanta gente, si
habían sido tan eficientes con los tratamientos? Y luego estas notorias ausencias fueron poco a poco siendo reemplazadas por nuevos
visitantes. Volvieron, dijo Rocío… -volvió la gente-…. Pero curiosamente solo llegaban muchachos y hombres, que en vez de traer al
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
cinto un machete traían armas, que en vez de traer sombrero traían
uniformes y en vez de traer tranquilidad y alegría traerían zozobra.
Al ver que era tan buena la labor de los entusiastas, los hombres de
las armas decidieron entonces que no sería más la población la que
asistiera a las jornadas, ahora serían ellos los beneficiados…. Ellos
finalmente eran el ejército del pueblo, y el pito no distingue a quien
pica; por lo tanto estos hombres también serían víctimas de un verdugo igual o peor que ellos.
Entonces ya no volvieron al centro los niños, las señoras embarazadas, los campesinos, los ancianos; ahora ellos también se convertirían en desplazados, y no de sus tierras; ahora serían desplazados
por la violencia. Y pues sí, era cierto, finalmente los hombres de las
armas ocuparían su lugar.
Luego de pasar por jornadas extensas de toma de muestras, de centrifugar y congelar y de aplicar encuestas clínicas, se pasó a otro tipo
de atención…, si bien los hombres de las armas también estaban
picados, igualmente traían otras lesiones de vida. Los entusiastas
pasaron de hacer raspados a controlar heridas de bala, de hacer
encuestas médicas a vivir en el silencio, igual ¿para qué saber cómo
es que llegó esa bala a su rodilla?, eso sería lo menos relevante. Y
finalmente pasaron de ver filas de personas de edades, colores y
mentes diferentes, a observar filas verdes con calibre 50.
De vez en cuando dejaban que la población volviera al centro de
enfermos; la condición era que si volvían y les diagnosticaban picadura de pito, no se dejaran aplicar el tratamiento sino que lo pidieran “para llevar”…, así ellos los estarían esperando con los brazos
abiertos para recibírselos… Con estas nuevas condiciones entonces,
la gente dejo de creer, el trabajo mermó…. Y se hacía más dantesco
el ambiente cuando después de las jornadas, y en muestra de agradecimiento, los hombres de las armas invitaban a Cristian y a Salvador a jugar fútbol…. Es de anotar que en aquellos divertidos y sosegados juegos Cristian y Salvador nunca metieron un gol, y Rocío en
el papel de aficionada, al lado de las camisetas de los jugadores
envolviendo sus armas… ¡jamás cantó alguno!
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Después de un largo tiempo los entusiastas volvieron, llenos de
dudas pero también de argumentos. Llegaron con un informe documentado a la perfección para ayudar a enfocar las estrategias de
intervención tan mencionadas por la gobernación…. “algún día…
meses atrás, habían recibido la convocatoria para hacer parte de la
solución” y ahora traían lo necesario para poder ayudar.
La reunión ya había terminado, el informe de los entusiastas impreso a color y empastado con la carátula de niños picados estuvo durante todo el transcurso de la reunión sobre la mesa de la sala de
juntas: casi 200 páginas con fotos y datos tabulados de la información del municipio donde se realizaría el “ENCUENTRO COMUNITARIO CONTRA EL PITO”. La cuestión es que nunca se abrió el informe,
nunca se supo que lo que necesitaba la población eran toldillos,
puntillas, medicamentos, mejor equipamiento para el centro de
enfermos, suplementos nutricionales para los niños, fusil sanitario
para los perros mantenidos en malas condiciones…. TODO ESTO
AVALUADO EN $256 MILLONES BRINDANDO COBERTURA AL 70% DE
LA POBLACION AFECTADA. NO, esto no se supo. Ninguno de los
asistentes abrió el informe, ni siquiera el promotor de la convocatoria “haga parte de la solución” que se encontraba allí sentado. Incluso en el acta de esa fructífera reunión hoy en día se lee algo más o
menos así: “Teniendo en cuenta las estrategias planteadas por las
secretarías asistentes para la discusión del tema (estrategia de intervención para la erradicación de la leishmaniasis en el municipio
xxx) y tomando como referente de decisión los informes presentados
por el sector académico como parte de la convocatoria “haga parte
de la solución” se ha definido que: en consonancia con las necesidades de dicha población se destinarán 200 millones de pesos para la
realización de la jornada ENCUENTRO COMUNITARIO CONTRA EL
PITO.
Distribución del presupuesto:
$80 millones: PUBLICIDAD (afiches, plegables informativos y manuales, publicidad radial en la ciudad, camisetas, gorras y botones).
$100 millones: LOGÍSTICA DE MOVILIZACIÓN (2 camionetas hilux
último modelo con platón).
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
$20 millones: Contratación de un grupo musical del pueblo - alimentación de los asistentes.
Esta Jornada permitirá documentar al 100% de la población acerca
de la enfermedad, brindará asistencia personalizada, y garantizará
la promoción de los procesos de erradicación de la leishmaniasis.
Cabe anotar que en razón a ubicarse este municipio en una zona
roja, esta jornada tendrá duración máxima de 5 horas.
No sé a usted, pero a mí me surgen varias preguntas…
¿De que servirán 80 millones de pesos en papel, cuando la gente no
sabe leer?
Esta Jornada ¿¿¿permitiría de verdad documentar al 100% de la
población???
¿¿¿Garantizar el proceso de erradicación de la leishmaniasis con
música, cerveza, y Toyota hilux???
¿Servirá más para erradicar la enfermedad que escuches desde tu
oficina una cuña radial hablando de la leishmaniasis en un pueblito x
… que cientos de toldillos para protegerse del zancudo en las noches?
¿Hacia dónde miran hoy los rostros de aquellos que caminaron más
de 6 horas hasta Plan de Armas, pensando que esta vez sí había
llegado su cuarto de hora?
Finalmente, la historia termina con más incertidumbres que finales
felices o incluso tristes. Lo único que se conoce, es que Jeisson efectivamente salvó su pierna; lo que no salvó fue su alma, pues en la
última masacre provocada en la vereda El Diviso, al parecer el estuvo involucrado. De su padre solo se sabe que aún vive, pues de vez
en cuando baja a las misas del caserío. Myriam hoy en día fue desplazada del “centro de enfermos”, que ahora se convirtió en la bodega de los hombres de las armas. Aún ella atiende pacientes en su
casa; su esposo viajó a la ciudad pero ella no quiso irse del pueblo.
Gabriel, que en paz descanse, apareció muerto en un potrero, cerca
a El Diviso, casi a 7 horas de su casa; esta vez le dejaron la neverita,
y esta vez también estaría vacía.
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La Jornada del encuentro comunitario contra el pito fue realizada.
Esta vez hizo presencia el ejército apoyando el evento con 3 camiones de soldados. No asistieron más de 50 personas: era más el miedo que el hambre,…. los afiches, gorras, botones y plegables, se
dejaron guardados en el billar de la vereda pues el dueño amablemente se ofreció a guardarlos al parecer eternamente. El grupo
musical efectivamente se presentó y tocó unos 45 minutos, pues -la
cosa cada vez se ponía más caliente- decía uno de los asistentes a la
jornada. La comida eso si se repartió toda; el señor del billar (familiar de “catirre”) también amablemente guardó toda la comida que
sobró, para ser obviamente entregada a los compañeros de su familiar. En conclusión la jornada duró 3 horas….
De las camionetas hoy no se sabe nada. De los que sí se sabe es de
los funcionarios a quienes parece que los términos y los cambios de
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas
gobierno no los tocan: ellos aún pasan orondos por los pasillos del
edificio. De los tres entusiastas inocentes no se conoce mucho,
quienes los conocen dicen que uno perdió la fe… que fue un trabajo
perdido… el otro se dedicó al comercio de productos animales y la
última…, al parecer aún cree.
Y para los curiosos, el informe debe aún reposar en alguno de los
anaqueles del edificio de gobierno…. Eso sí, no hay de qué preocuparse, pues debe estar todavía intacto e inmaculado como desde
que salió de la papelería donde fue impreso.
Algunos de los nombres fueron modificados para mantener en reserva las identidades de los personajes
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