Tema 2 CÓMO ES Y QUÉ NECESIDADES EDUCATIVAS TIENE UN

Centro de Educación
CASTROVERDE
VIII ESCUELA DE PADRES
CURSO 2008-2009
Encuentros Familia-Escuela
Ponente: José Ramón Urbieta
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
ES UN ENCUENTRO CREADOR ENTRE PERSONAS.
Tema 2
CÓMO ES Y QUÉ NECESIDADES EDUCATIVAS TIENE UN NIÑO O
UNA NIÑA,
para que puedas "encontrarte" con él o ella.
La edad comprendida entre los tres y los cinco años es la edad de oro de la infancia. Es una
edad encantadora precisamente porque los niños están llenos de encanto. En el niño o la niña de
esta edad aumenta el deseo de ser considerado importante y estimado en la familia y en el
colegio. Busca ser querido y atraer la atención de sus padres y profesores. Todo es nuevo y
curioso para él o ella, y posee una vitalidad que le impulsa a la actividad constante, cosa que se
parece poco a la vida de los adultos que le acompañan, que desean más tranquilidad. La verdad
es que el niño o la niña da la impresión de estar en varios sitios al mismo tiempo. Su actividad y
curiosidad no tienen límites.
A partir de los 6 años, el niño adquiere una calma relativa, aunque comienza a valorar cosas
nuevas. Hasta este momento, el niño o la niña se desenvolvían en un ambiente donde la familia
era el principal factor de influencia. Pero, a partir de los seis años, y de una manera cada vez más
marcada, se van configurando otros dos vértices de influencia: el colegio y los amigos. La familia
sigue siendo el más importante de todos, pero el colegio le amplía sus relaciones académicas y
sociales, y los amigos comienzan a ser un factor nuevo de relaciones entre iguales.
Esto, ¿qué quiere decir?
* Que en la familia es el momento para permitirle opinar con más libertad y mostrar sus
discrepancias, y es el momento de enseñarle a que se comporte conforme a normas y formas de
educación como es el respeto, el opinar sin interrumpir otras conversaciones. Y, como el niño y la
niña a esta edad no tienen aún suficientes elementos de juicio, sus educadores han de suplirle
imponiendo a veces sus criterios, cosa que puede costar, porque parece mejor consentírselo todo.
* Que el Colegio, por su parte, dé a los niños y a las niñas nuevas herramientas vitales:
conocimientos, deberes, hábito de estudio, necesidad de atención. Los profesores han de estar
muy atentos para elogiar sus aciertos y logros porque los niños y las niñas van a percibir con
mucha intensidad las correcciones; por eso, hay que acentuar las felicitaciones. No bastará con
corregir, será necesario también reforzar sus conductas positivas con el reconocimiento, el elogio
y el aplauso.
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Por otra parte, las relaciones de los niños y de las niñas entre sí, en estos años, cambian
profundamente. Les gusta estar con sus amigos, los necesitan. Cada día buscan nuevos amigos y
nuevas aventuras. Así es como se hacen un poco más gregarios y comienzan a ensayar formas
de convivencia siguiendo las normas de los amigos, haciéndose cómplices de pequeñas
trastadas, discutiendo entre sí, peleándose, haciéndose confidencias. Para estos niños y niñas,
los amigos es un mundo nuevo del que tienen mucho que aprender.
Sin embargo, la familia sigue siendo el primer punto de apoyo en todas sus dificultades. Saber
que cuenta con el afecto de sus padres les ayuda a superar sus problemas. La familia constituye
un núcleo que le orienta, educa, guía y sirve de apoyo. A estas edades, reciben muchas
propuestas educativas de sus padres y profesores; propuestas que son como el pensamiento que
desean transmitirles: valores, criterios, normas, hábitos de conducta, metas. Propuestas que
llegan a ellos y ellas dentro de un estilo educativo, de una pedagogía, a fin de que las vayan
convirtiendo en conducta. Pero, a veces, como educadores, no solemos tener en cuenta que entre
el pensamiento y la conducta de un niño y de una niña, están sus sentimientos, su mundo
afectivo.
Mira lo que dice este cuento:
Un magnífico jinete tenía la ilusión de subir con su caballo a la cima del monte. Se vistió
adecuadamente, ensilló a su caballo y dijo lleno de seguridad y con voz de mando: ¡Hala, caballo,
a galope hasta la cima del monte! Pero, al comenzar la subida, el galope se convirtió en trote y el
trote en andar, y el andar en cada vez más lentamente, hasta que el caballo se negó a seguir
caminando. El magnífico jinete le espoleaba con las espuelas, le azuzaba con la fusta, y el caballo
apenas se movía. ¡No podía más! Pasó un viejo por el camino y preguntó al jinete si tenía algún
problema.
Estoy muy disgustado, buen hombre: tenía la ilusión de subir al galope hasta la cima y el
caballo se niega.
El viejo le contestó con una pregunta sabia: - ¿Le ha preguntado Vd. al caballo si él también
quería subir hasta la cima al galope?
Como veis, el jinete era magnífico, sabía lo que quería y lo tenía muy claro en su mente: lograr
la cima de la colina montado en su caballo. Pero, ¿tenía esa misma meta el caballo? Pues no, el
caballo no quería colinas; es decir, jinete y caballo no compartían el mismo deseo, y en vez de ser
colaboradores para el mismo fin, eran rivales entre sí porque nadie se siente a gusto con pesos a
cuestas, y menos con pesos no deseados. Hemos de aprender de este cuento que el niño y la
niña no aceptan sin más las propuestas que les hagamos aunque sean muy buenas, incluso las
mejores. Por eso, lo primero que necesitas, es crear entre tu hijo o tu hija y tú una relación de
confianza, cosa además, que nunca puede darse por supuesta ni por terminada. Para que la
subida a la colina sea una meta común a tu hijo y a ti hacen falta, entonces, estas dos cosas: que
el niño o la niña tenga la seguridad de que es respetado, aceptado, tenido en cuenta; y la segunda
que tenga confianza en su padre y en su madre. Es desde la confianza mutua, desde donde los
niños aprenden que las normas no están de adorno, sino que son para cumplirlas.
Pero, además, el niño y la niña tienen necesidades fundamentales que no podemos dejar de
satisfacer, si queremos que vivan plenamente desde el principio de sus vidas. Quiero indicar
algunas necesidades de los niños, cuya carencia produciría en ellos una especie de desnutrición
afectiva, y que produciría lejanía del corazón. Daos cuenta de que sin la llave del corazón, de su
mundo afectivo, no vais a poder entrar en la vida de vuestros hijos porque sus necesidades
básicas, que como vamos a ver son principalmente de índole afectivo, han de estar satisfechas
suficientemente, si quieres lograr su colaboración educativa. Junto a la afectividad vendrán las
normas. Que, ¿cuáles son esas necesidades básicas de los niños? No estará de más que las
recordemos juntos.
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Ponente: José Ramón Urbieta
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
ES UN ENCUENTRO CREADOR ENTRE PERSONAS.
El niño y la niña necesitan arraigo. Necesitan estar vinculados a su madre, a su padre, o a
una persona muy significativa para ellos. Esto debería ocurrir desde las fases iniciales de la
infancia y es lo que aporta el anclaje necesario para el desarrollo posterior. A ese anclaje se
vuelve muchas veces a lo largo de la vida, también de adulto. Sin esa base de arraigo, los niños
se sienten inseguros, no pueden ser ellos mismos, ni tener sentido de la responsabilidad, ni de
respeto, ni de autocontrol, precisamente por inseguridad. Cuando en la vida de un niño o de una
niña falta ese vínculo afectivo, es muy probable que convierta esa carencia en reacciones de
agresividad y violencia o, por el contrario en reacciones de pasividad, dejándose dominar por los
otros, precisamente por su inseguridad, miedo o dependencia.
El niño y la niña necesitan amor. El sentimiento de sentirse amado, de sentirse aceptado
incondicionalmente, está dentro de la necesidad indicada anteriormente, y se conoce como
apego: el apego es el amor experimentado como un sentimiento de ser atendido por alguien de
forma muy especial, por ser muy importante para él o para ella. Ésta es la mayor necesidad desde
la que se satisfacen o no las demás necesidades. Sentirse aceptado de forma incondicional por la
madre, el padre o por una persona muy significativa, no es el componente único, pero
seguramente el más importante para el desarrollo de la personalidad del niño o de la niña.
El niño y la niña necesitan pertenecer, sentirse parte importante de lo que les rodea. El
niño y la niña necesitan estar bien relacionados. Necesitan verse a sí mismos como parte de un
conjunto. Necesitan verse valiosos para los otros, formando parte de una red de relaciones que
den sentido a su identidad. Necesitan pertenecer, y en esto, a veces, suelen fallar los padres, hoy,
cuando permiten a sus hijos-niños que vayan de libre por la vida, sin sentirse parte importante de
un todo -la familia-, mayor que él y que le dé seguridad. Cuando un niño o niña no se siente
vinculado ni obligado a nada ni por nadie, tampoco se siente de nadie. Entonces, lo que pasa en
la calle comienza a ser para él o ella su referente, y la calle se hace su hogar. Algunos pueden
pensar que la libertad individual es el único valor, y que no hay necesidad de normas ni de
obligaciones, sino que hay que fomentar y dejar a los niños y las niñas en la espontaneidad sin
límites. ¡Cuántos disgustos vienen posteriormente a causa de este pensamiento y
comportamiento!
El niño y la niña necesitan tener una idea clara de cómo debe comportarse. La teoría
sobre la libertad individual es preciosa, y a mí también me gusta, pero hemos de admitir que es
poco realista porque nadie llega a ser lo que puede llegar a ser sólo espontáneamente, sin que
nadie le guíe, sin normas ni límites. Los niños y las niñas han de aprender que hay cosas que
deben cumplir y que hay cosas que deben evitar, necesitan un mapa de su mundo, una brújula
que les señala que el norte siempre está en el mismo sitio. Necesitan conocer un camino, una
forma de vivir.
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El niño y la niña necesitan tener objetivos. Sabemos por experiencia que los niños y las
niñas pueden andar algo desorientados y vivir un poco despistados y, sin embargo, necesitan
tener expectativas para actuar. Necesitan saber que hay cosas que están fuera de su alcance, por
ahora, y que hay otras que sí están a su alcance, y que lograrlas requiere dedicación, esfuerzo y
empeño porque dependen de él o de ella. Si no guiamos a los niños y a las niñas, carecerán de
orientación educativa.
CONSIDEREMOS A UN NIÑO O NIÑA HASTA LOS 5-6 AÑOS.
Vamos a escuchar la voz de un niño o niña de esta edad. ¿Qué os diría?
Queridos papá y mamá:
Tenéis que daros cuenta de que el mundo es muy grande para mí y está lleno de cosas que me
asustan. Quiero conocer cómo funcionan las cosas, de qué están hechas, qué puedo hacer con
ellas... Yo necesito hacer cosas y el juego me ayuda a aprender.
Me alegro y me pongo contento o contenta cuando aprobáis lo que hago. Me gusta vivir el
momento presente. Para mí no existe ni el pasado ni el mañana. Creo lo que veo; pero, sólo
puedo ver las cosas con mis ojos de niño o de niña.
Quiero hacer números y letras. Quiero que me ayudéis a contar y que me leáis muchos
cuentos.
Pero, lo que más necesito es ver y sentir que me queréis.
Ahora ya puedo hacer más cosas: lavarme las manos, ponerme los zapatos, esperar un poco
más sin tantas impaciencias. Ayudadme a que las haga y a que deje los juguetes en su sitio.
Cuando me sonreís y decís que puedo hacer tal cosa me siento feliz; pero, no me hagáis hacer
cosas que todavía no sé. Me siento mal cuando me mandáis hacer cosas que no me habéis
enseñado cómo se hacen.
Necesito me digáis lo que está bien y lo que está mal, y me digáis porqué.
Quiero hacer algunas cosas para demostrarme a mí mismo o mi misma que puedo. También
necesito correr, pintar, jugar con plastilina,... porque me ayudan a expresar lo que siento.
Me gusta jugar con mis amigos y amigas porque puedo aprender a compartir y así aprendo a
ser el primero o el segundo o el tercero,...
Necesito que recordéis que pida las cosas “por favor”, que dé las gracias,...
Ayudadme a estar contento de ser como soy. Así podré aprender a hacer cosas por mi mismo
o por mi misma porque me sentiré más seguro y me encantará crecer.
Necesito sentirme seguro en casa y en todos los sitios. Dadme seguridad con vuestro apoyo,
con vuestra paciencia, con vuestra comprensión. Queredme mucho y sabed esperar.
Como me fijo mucho en vosotros “hago y digo” como vosotros. También imito lo que veo en la
televisión. Lo que veo eso es lo que hago, así es que tened cuidado con lo que veo, lo que digo,...
Cuando digo “no” es porque deseo afirmarme, ser yo. Por eso, a veces me porto mal adrede.
Os pido que paséis tiempo conmigo: jugando, contándome cuentos, hablando sobre lo que
quiero y necesito,... así creceré en seguridad y aceptación de mí mismo.
Todavía sé muy poco sobre lo que está bien o está mal; pero, sé que cuando hago algunas
cosas, vosotros levantáis la voz, y yo os lo agradezco porque eso me ayuda a entender las cosas
y a no hacer mis caprichos.
A veces no distingo entre lo real y lo fantástico, y entonces invento cosas como si fuesen
cuentos. Esto todavía no lo comprendo y os pido que no me castiguéis por eso. Lo haré mejor
cuando crezca un poco más.
Quiero daros gusto y unas veces lo logro; pero, otras todo lo que hago está mal.
Por favor, no os canséis de amarme, comprenderme, respetarme y ampararme.
Me encanta que me acompañéis por la noche cuando me meto en la cama y me contáis
historias o cuentos. Esas cosas alimentan mi imaginación y quedan muy grabadas en mi
personalidad. Cuando pasen los años me acordaré de ellas, mucho más que de otras cosas.
¡Y,... tened siempre presente que toda mi persona y mi vida están ocultas, pero deseando
brotar bajo mi apariencia de niño o de niña.
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LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
ES UN ENCUENTRO CREADOR ENTRE PERSONAS.
CONSIDEREMOS A UN NIÑO O NIÑA A PARTIR DE LOS 6 AÑOS HASTA LOS 10-11.
Educas a tu niño o a una niña cuando sabes despertar las semillas de bien que están
escondidas –como dormidas- en su interior. Les educas cuando les ayudas a ser ellos mismos, y
suscitas en ellos la responsabilidad de que sea ellos quienes hagan crecer sus propias semillas.
Has de ser más constante en tu quehacer educativo, que tus hijos en sus caprichos. No
puedes dejar de ser constante si deseas que tu hijo o hija también sea constante. Es una regla
que no debes olvidar, aunque sepas que es uno de los principios más difíciles de mantener, por
tus cansancios y prisas, sobre todo. Si olvidas este criterio, tu hijo o hija acabará haciendo lo que
desea porque es más constante que tú, que cedes y abandonas. La mayoría de las veces sabes
qué debes hacer y cómo debes actuar, pero no tienes fuerzas para llevarlo a la práctica, para
vencer la resistencia que encuentras en tu hijo o hija, para actuar con serenidad y firmeza. Su
fuerza reside precisamente en tu debilidad: sabe que antes o después sueles ceder. Sin embargo,
lo que tu hijo o hija necesita es constatar tu seguridad y tu paciencia, sentir tu firmeza. Si superas
tu falta de ganas o tu cansancio, las cosas serán más llevaderas porque acabará cediendo él o
ella: se calmará, se centrará, comenzará a colaborar y a hacer las cosas, a ser más sociable, más
generoso, más cumplidor. Si, por el contrario, no superas tus cansancios, tus prisas, tus nervios…
perderás la calma, y con ello, las formas educativas adecuadas. Entonces, serán tus hijos quienes
lleven el timón.
Tus discursos y sermones sirven de muy poco. ¡Cuántos sermones inútiles le sueles dar a
tus hijos! Sin embargo, aunque sabes por experiencia que tus discursos y sermones son
completamente inútiles y, a veces, hasta perjudiciales porque logran lo contrario por reacción, te
cuesta mucho renunciar a ellos. A veces hasta te entusiasmas con tus rollos, brillantes y cargados
de razones; y, poco después, te encuentras abatido ante los resultados inútiles de tus discursos.
Lo curioso es que tu hijo o hija sabe que, pasado tu desahogo, pasa la tormenta, y que las cosas
vuelven a ser como antes: - ¡No pasa nada!, piensa. Deberías cuidar no caer en ese fallo.
También sirve de muy poco gritar eso de: ... y que sea ésta la última vez que te lo digo…
que haces eso… que pasa esto…! Sin embargo, tu hijo o hija piensa algo así como: - De
momento ha pasado el peligro… Tu cara, en cambio, expresa todo lo contrario; de tu estado
emocional se trasluce el cansancio, el abatimiento, a veces de certeza de que tu hijo o hija no va a
cumplir lo que le propones, porque tus expresiones confiesan implícitamente, tu impotencia: como
si desearas que lo que acabas de decir fuese verdad: - ¡Eso, que sea la última vez! Sin embargo,
para que tu hijo o hija cambie de actitud o de conducta, necesita constatar que eres muy capaz de
llevar a cabo lo que le has mandado o prohibido, lo que está establecido, y que actúas, no sólo
hablas, y que por lo tanto, no dejarás de insistir hasta conseguir que cambie o que cumpla lo que
es debido. Si, por el contrario, te sientes abatido, es preferible un silencio sonoro: mirar en silencio
a tu hijo o a tu hija con gesto de decepción como diciendo: …Cómo es posible que hagas esto…
Estoy decepcionado de ti…Por lo menos, si actúas así, no seguirás desprestigiándote a ti mismo o
a ti misma.
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Los niños necesitan que, tanto sus padres como sus profesores les digan que el norte
está siempre en el mismo sitio. Tus hijos saben detectar muy bien tu debilidad, como
acabamos de decir, y en qué momento eres más vulnerable. Sabe cómo engañarte con promesas
y cómo salirse con la suya. Por eso, es imprescindible que tengas criterios compartidos -escuela y
familia-, para actuar de forma coordinada. Ya, desde pequeño, aprende a utilizar la falta de unidad
en sus educadores. Sabe escarbar como nadie, conseguir que los educadores discutan entre sí
para que alguien ceda o lleve la contraria al otro. Sabe aprovecharse de las circunstancias para
saltarse las normas, para conseguir lo que quiere; pero, todas esas trampas le perjudican
enormemente. Los niños aceptan perfectamente que tú -profesor o padre-madre- coincidáis en la
manera de actuar, y os mantengáis firmes en lo que le habéis dicho. Entonces, aceptará con toda
normalidad que sus profesores y padres cumplan con su papel y ejerzan de adultos en su
educación, aunque protesten. Por el contrario, la confusión de los educadores, llena de confusión
a los chicos; después, de inseguridad, y terminan haciendo lo que les viene en gana.
A veces, como padre o madre, has de asumir papeles incómodos, pocos aplausos y
poco reconocimiento, al menos de momento. Y es que en la educación, y más hoy, las más de
las veces, has de ir contracorriente, asumir papeles o tomar decisiones poco cómodas, que te
desgastan, pero que nadie lo hará por ti. Los niños y niñas, como hemos dicho anteriormente,
necesitan tener metas y esforzarse, y eso han de aprenderlo de quienes acompañan de verdad su
crecimiento. Necesitan tiempo de estudio, horas de comidas, de juego, ... Necesitan no andar
sobrados de dinero: el dinero en los niños y adolescentes debe ser como los zapatos: ni un
número de más ni uno de menos, y tu firmeza contribuirá enormemente a sacar a tus hijos de sus
caprichos.
No debes abandonar tu tarea educativa cuando tu hijo o hija tenga momentos tontos.
Has de comprender y aceptar, en primer lugar, que los niños tengan momentos tontos, y aunque
te resulte incómodo reconocerlo, hasta necesita de ellos para crecer, madurar y aprender a vivir.
El problema se vuelve contra ti cuando estás lejos a las situaciones que vive, y sus impulsos te
agobian y agotan. Por eso, has de estar cerca de lo que vive tu hijo o hija, de lo que le pasa, estar
atento para no perder la honda de sus vivencias, para poder mirar sus momentos tontos como
ocasiones que te informan de cómo es, de lo que le pasa, de lo que le agobia, le inquieta o le
interesa. No has de mirar esa información con miedo sino como una oportunidad estupenda para
saber intervenir adecuadamente. Has de intentar no desanimarte ni pensar que es inútil lo que
hagas aunque sientas que no puedes hacer nada, que estás agotado, aburrido. Has de echar
fuera esos pensamientos negativos porque son perjudiciales para todos y no benefician a nadie.
En cambio, una buena sabiduría educativa consiste en confiar siempre en tus hijos y en ti mismo,
en ti misma, y utilizar el sentido del humor.
Tu hijo o hija necesita ser tratado con respeto. La familia y el colegio que sabe respetar a
sus hijos o alumnos, se centra en la persona más que a las cosas. Por ejemplo: si tu niño o niña
rompe un vaso, la familia que respeta la persona corrige al hijo, le enseña a cuidar de las cosas, le
enseña que el vaso es frágil, le pide reparar en daño ocasionado... En cambio, la familia que no
respeta la persona, le menosprecia con frases de este tipo: - Nunca haces nada bien. No tienes
cuidado de las cosas que cuestan su dinero. Eres una calamidad... un torpe...; pero, no le
enseñan nada. Este hijo puede llegar a pensar y a sentir que el vaso es más valioso que él. Si,
además, al romper el vaso, se hace una herida... o si el vaso era especial porque formaba parte
de un regalo, o era un recuerdo familiar... Y lo mismo que puede pasar con un vaso, puede pasar
con mil cosas más, tanto en la familia como en el colegio.
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LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
ES UN ENCUENTRO CREADOR ENTRE PERSONAS.
Tu hijo o hija necesita ser valorado o valorada en su totalidad. Necesita ser valorado no
sólo por algún aspecto de su personalidad sino por toda su vida, por todo lo que es. Necesita, ya
desde pequeño, aprender a compararse consigo mismo, con sus logros, con lo puede llegar a ser.
Necesita que le ayudes a superarse y a saborear su superación con tu reconocimiento. Y tú, por tu
parte, necesitas conocer todo lo que es, con sus luces y sombras, para poder hacer una
valoración justa que evite tanto el retraimiento (enseñándole a no ser cobarde), como la temeridad
(enseñándole a ser prudente porque hay límites que no debe sobrepasar). Por eso, son tan
perjudiciales las comparaciones con otros compañeros o hijos. Los otros no pueden ser la medida
de su valía. Además, se suele comparar lo malo de uno con lo bueno de otro, con lo que siempre
hay un ganador y un perdedor, que suele ser el más débil. Cada persona tiene sus recursos y sus
posibilidades, como tiene sus limitaciones. Si a tu hijo o hija le comparas con alguien mejor que él,
que todo lo hace bien, le desanimas. Si le comparas con alguien de menores capacidades, le
estás invitando al conformismo. Este mismo criterio vale para los adultos.
Tu hijo o hija necesita escuchar de ti lo positivo que ves en él. Nadie carece de cualidades,
de recursos. El problema está en que los niños no suelen saberlo y, por lo tanto, no los desarrolla.
Al reforzar las conductas positivas de tus hijos, les estás ayudando a detectar esos yacimientos
ocultos de capacidades que corren el peligro de permanecer ocultos para siempre. La crítica
negativa, y más si es constante y como un hábito, aunque se haga con buena voluntad, desalienta
en la búsqueda de las cualidades por miedo al fracaso, sobre todo cuando la crítica se dirige a la
persona ("eres"), en vez de dirigirla a la conducta. Una buena costumbre es observar la conducta
de tu hijo o hija y, cuando le sorprendas haciendo algo bien, decírselo. Por eso, el gran proveedor
de autoestima es el éxito, los logros. De hecho, cuando tú mismo o tú misma cosechas algún
éxito, aplauso, reconocimiento, elogio, ratificación, se incrementa el sentido de tu poder, te ves
más valioso o valiosa. En ese momento, tu autoconcepto se orienta hacia grabaciones positivas:
soy capaz, puedo, me ha salido bien, valgo, me aceptan, cuentan conmigo, lo he logrado. Todos
necesitamos del reconocimiento. Peor que el error, es la indiferencia. No se trata de que digas a
tus hijos palabras vacías, estímulos huecos, ánimos hechos con sólo palabras falsas: - Tú eres el
hijo más listo del mundo. Tú eres el mejor en todo. Nadie hay que te supere en nada... Cualquier
persona -también los niños- saben que eso no es verdad, porque esas afirmaciones no le casan
con ninguna de sus experiencias de la vida de cada día. Se trata sencillamente de que les digas
palabras verdaderas, que respondan a lo positivo que hace, que es, a sus actitudes y conducta,
pero que respondan, como digo, a la verdad.
Tu hijo o hija necesita que creas en él. Si esperas de él cosas grandes, no perfeccionismos,
tu hijo o hija estará más capacitado para lograrlas, porque le trasmites tu fe en él, tu esperanza, tu
confianza, sin necesidad de muchas palabras. Si esperas algo de tus hijos, se lo trasmites, y eso
les ayudará a lograrlo. Si, en cambio, piensas mal de él - No tiene capacidad,... es voluble,...
inconstante,... vago,...- acabará siéndolo. Las expectativas suelen ser profecías. A veces, como
educador, te sientes desanimado por los comportamientos de tu hijo o hija, sobre todo, cuando es
adolescente; piensas que has fracasado en tu tarea educativa. Entonces, te quedas bloqueado
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ante lo que tu niño o niña hace, ante sus errores, su apatía, su rebeldía, sin tener en cuenta que
su conducta y sus actitudes no son definitivas: es adolescente y tiene mucho de provocador, y
mide sus fuerzas con las tuyas.
Un educador no puede quedar atrapado por lo que su hijo o alumno es en un momento
determinado, en una racha, en una crisis. Lo importante es que ese educador sepa preguntarse
qué es lo que su hijo o hija puede llegar a ser. Tu fe en él, tu confianza, es clave para no enterrar
definitivamente su potencial latente, que desaparece con la impaciencia y la desesperanza...
porque no le das oportunidades, y no se las das, precisamente porque no crees en él o ella.
Tu hijo o hija necesita que convivas con él. Si convives poco con él, y ese poco lo dedicas,
además, a las correcciones, no le estás trasmitiendo nada positivo. Le estás diciendo que, en vez
de acompañarle con ilusión en su proceso de crecimiento, le estás soportando, como se soporta
una carga, lo cual es negativo para su autoestima porque fomentas en él pensamientos y
sentimientos de este tipo: - Si mis padres o profesores pudieran, me perderían de vista; me
atienden por obligación; si no existiera, mis educadores se dedicarían a sus actividades preferidas
sin estorbos como yo... Esto que acabo de decir no es ninguna exageración. Es así, como lo
expresan muchos chicos y chicas. En cambio, cuando dedicas tiempo, por ejemplo, a hacer algo
juntos, le estás dando mensajes de que es una persona importante para ti, y que sus asuntos,
problemas, situaciones no las consideras tonterías. Todo lo que tu hijo o hija vive, tiene
importancia para él aunque a ti te parezcan minucias: por eso, es importante que todo lo que vive
tenga importancia para ti, y por eso mismo, le dediques tiempo de calidad, tiempo que te lleve a
sintonizar con él o ella. Vosotros y vosotras sois los mejor que tienen vuestros hijos e hijas.
Tu hijo o hija necesita que seas ejemplo de lo que le enseñas o propones. Confirmar con
el ejemplo lo que se enseña con palabras, es la esencia de la autoridad moral, sin la cual es
imposible educar, porque se pierde la credibilidad. La autoridad moral -el prestigio- es uno de los
pilares de la intervención educativa. El prestigio es la base para poder establecer contacto en las
situaciones más difíciles, cuando ser sólo padre o madre, profesor o profesora (en último término,
roles), le parece poco a tu hijo o hija para acercarse a ti y confiarte sus problemas. En esos
momentos de dificultad, además de ser padre o madre, profesor o profesora, hace falta que
tengas prestigio. Y para adquirir ese prestigio, hay un camino: el buen ejemplo. Cuando faltan los
modelos cercanos de identificación, tu hijo o hija echa mano de otros modelos o caen en la apatía,
la mentira, los falsos héroes. Si eres consistente, proporcionas seguridad moral a tu hijo o hija
porque te basas en principios vividos más que en roles o impulsos, tan cambiantes e inseguros.
En este sentido, creo que es mejor dar menos órdenes y más ejemplos, mejores conductas.
Cuando le pides obediencia a tus hijos es cuando se pone en valor la credibilidad que tienen en ti.
Si no hay cercanía, entonces te verán más como una amenaza a su autonomía que como una
ayuda a su crecimiento. Puede obedecer, pero sin creer en ti.
Tu hijo o hija necesita constatar tu sentido del humor. Sentido del humor, más que sentido
trágico de la vida. El sentido del humor consiste en ver la luz en medio de la sombra. Es ver el otro
lado de las circunstancias adversas. Tanto la familia como el colegio deberían ser lugares
divertidos, con más sonrisas que voces; con más silencios provechosos, que ruidos inútiles; con
más palabras que tensiones; con más optimismo que amenazas. Cuando, en medio de los
problemas, sabes poner armonía y buen humor, en ese momento tanto la familia como el colegio
se llenan de fuerza porque se descarga la tensión paralizante e inútil. Si, en lugar de armonía,
surge la tensión y la ruptura, la fuerza se convierte en dispersión y cada uno sale por donde
puede.
Un error de tu hijo o hija no debería dar pie, por tu parte, a un juicio global. Calificar a tu
hijo o hija de malo, vago, desobediente, mentiroso, cobarde... porque ha hecho algo mal, es un
camino muy adecuado para hundirle. Debes saber distinguir entre una acción y una forma de ser,
porque el niño y la niña va interiorizarlo los juicios globales que escucha de ti. El resultado de esta
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forma de educar es que el propio hijo o hija acaba por sentirse y pensarse como le dices que es:
soy malo, soy vago, soy desobediente, soy mentiroso, soy cobarde. Después actuará conforme a
lo interiorizado. Mucho mejor que ese camino descalificador es el de hacer juicios globales
positivos: - Eres bueno, eres generoso, haces las cosas lo mejor que puedes..., y dejar las
correcciones para los hechos concretos: - En esta circunstancia no has actuado bien, has sido
vago, no has sido valiente.... En esta ocasión, no puedo aprobar tu conducta.
Lo que esperas de tu hijo o tu hija ha de ser razonable y adecuado a su edad y a su
capacidad. Tu hijo o hija no es igual a los cinco años que a los nueve,... a los catorce,... a los
dieciocho... Y uno de los problemas educativos con que puedes encontrarte es el de exigirle a tu
hijo o hija por encima de su madurez. Decirle a los diez años que estudie tal asignatura porque es
fundamental para su futuro, servirá probablemente para que odie la asignatura. Es lo mismo que
decirle que sea valiente. Los hijos maduran a su ritmo y en su momento, necesitan tiempo, y tú
debes conocer esos tiempos que marcan tus hijos para exigirles de forma adecuada y ajustada al
tiempo que marca su madurez. La naturaleza es más lenta que las prisas de muchos padres y
madres que quieren que sus hijos sean personas maduras antes de la edad de la madurez. Por
eso, en educación es tan importante el sentido de la proporción.
Siempre has de saber lo que realmente le pasa a tu hijo o a tu hija. Antes de actuar debes
preguntarte si sabes realmente lo que tu hijo o hija está viviendo, qué le pasa realmente: - ¿Puedo
explicar con exactitud qué le está afectando o condicionando a mis hijos? No deberías actuar porque no actuarías bien- a ciegas o suponiendo lo que le tendría que pasarle, en vez de conocer
bien lo que realmente le está pasando. De la misma manera que los adultos, antes de tomar
decisiones, prevén sus consecuencias escuchando su interior, de igual modo deberías escuchar a
tu hijo o tu hija. Escuchar no es sólo oír y, menos aún, dar por supuesto. Escuchar es hacerle
saber a tu hijo o hija que te interesa lo que te cuenta o el silencio que oculta; pero, que lo que le
pasa no te angustia. Escuchar es ser empático, sabiendo poner en su lugar, dentro de su piel en
la medida que te sea posible. A veces, tu hijo o hija no viene a contarte lo que le pasa porque le es
duro o difícil; porque no hay costumbre; porque no ha tenido experiencias positivas. Sin embargo,
debes invitarle, no obligarle, a que te cuente con franqueza sus situaciones, sus problemas, sus
preocupaciones. Eso requiere de ti que estés preparado y deseoso de que tu hijo o hija nunca vea
en ti signos de fatiga o aburrimiento, y menos, de agresividad o dureza. Si sabes escuchar,
dejarás de sacar conclusiones falsas que sólo enturbian las cosas y agobian a tus hijos, y te
hacen infeliz a ti.
Refuerza sus conductas correctas. Debes reforzar con tu aprobación y reconocimiento las
conductas correctas de tu hijo o hija, o aquellas que se acercan a lo correcto y ha requerido un
esfuerzo o un interés por su parte. Tu labor consiste en hacer consciente a tu hijo o hija de que
tiene capacidad para ser asertivo superando la sumisión, la resignación, la desvaloración, la
autoestima baja, y es capaz de sostenerse sobre sus propios pies cada día un poco más. Por eso,
debes aplaudir lo que haga bien, lo que intenta, lo que pretende o sueña. Esto puede resultarte
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difícil si cuando tú eras niño o niña te aplaudieron poco y recibiste, en cambio, e injustamente
muchos menosprecios y descalificaciones. Otro cuidado que has de tener es tu lenguaje. No es lo
mismo usar un lenguaje positivo que negativo cuando te diriges a tus hijos. No es lo mismo
decirle: - Esto está fatal y haces lo que te da la gana, que decirle: - La próxima vez hazlo mejor,
hazlo así, porque tú eres capaz de ello y sabes hacerlo, y yo lo espero de ti. El lenguaje positivo
se expresa de forma afirmativa, fijándose en lo positivo de las situaciones y lo positivo que
ofrecen. Cuando hablas a tu hijo o hija en positivo sabes ofrecer soluciones, y eso no es signo de
debilidad, sino de firmeza unida al respeto. El lenguaje negativo, por el contrario, hace hincapié en
los errores y no aporta soluciones. Generalmente, el lenguaje negativo es fruto del cansancio que
trae consigo el día a día de la tarea educativa, y que sueles expresar diciendo: - Otra vez lo
mismo; estoy harto de decirlo; siempre hace igual... Como ves, el lenguaje negativo es una
debilidad y una desesperanza.
Enseña a tu hijo o hija la sabiduría que encierra el sí y el no. No hacen falta muchas más
palabras para vivir con libertad. Lo difícil es saber decirlas oportunamente: el sí, sin sometimiento,
y el no, sin violencia. Cuando tu hijo o hija aprenda a decir sí con libertad conocerá la cara de las
personas cercanas a él. Y cuando diga no con la misma libertad, conocerá su espalda. ¡Eso
puede hacer que tu hijo o tu hija -incluso que tú mismo o tú misma-, tenga que tragarse muchos
no es porque le dolerá ver la espalda de las personas cercanas que esperaban de él un sí! Pero,
cuando diga sí y quería haber dicho no, se sentirá decepcionado de sí mismo al constatar su
inseguridad, su miedo, su dependencia. En cambio, cuando diga no queriendo haber dicho sí, se
sentirá falto de amor y de generosidad. Y es que a todos nos cuesta mucho aceptar las
consecuencias de decir sí o de decir no. Por eso, es un gran aprendizaje que has de enseñar a
tus hijos, sobre todo con tu ejemplo; es decir, con tu manera de decir sí y de decir no: sin
sometimiento y sin violencia. Pero, si educas a tus hijos permisivamente, sin fijarle límites que
guíen su conducta, sin que cumpla las normas, dejando que haga siempre lo que quiera y
consiguiendo inmediatamente sus caprichos sin que jamás escuche de ti el no, estás
configurando en él o ella una personalidad débil y muy vulnerable, poco consistente, estás
reforzando un tipo de hábitos caprichosos, y cuando sea adulto y no consiga lo que pretenda, se
sentirá agredido por quienes no le conceden todos sus deseos. Y es que no aprendió a
conseguirlo con su propio esfuerzo y sus recursos.
Cuida con gran interés su autoestima, contando con él y haciéndole ver que es importante y
valioso; teniendo en cuenta su opinión, preguntándole, escuchándole con atención e interés y
haciéndole ver que lo que piensa es importante para ti. No es acertado decirle: - ¡Eso es una
bobada! Como adulto que eres, tú ves las cosas desde perspectivas más amplias. Pero el niño y
la niña necesitan pistas, datos, más información para ampliar su punto de vista. Lo que no
necesita es ser infravalorado, e infravaloras a tu hijo o a tu hija cuando le echas en cara su
inmadurez -como un reproche o un insulto-, cuando sólo se trata de la inmadurez propia de su
edad o de su inexperiencia. También le ayudarás sabiendo prohibir cuando debas prohibir, pero
también sabiendo favorecer y ampliar sus experiencias. Sin embargo, puedes pensar que amas
más a tu hijo o hija, y que eres más responsable, cuando prohíbes que cuando le ayudas a
enriquecer sus experiencias con nuevas vivencias. Es algo que deberías pensar como educador
para saber valorar lo que tu hijo o hija necesita de descubrimiento, de conocimiento, de
experiencias, de cosas nuevas para él o ella, en cada edad de su crecimiento. Procura que el
miedo no te impida dejar crecer a tus hijos.
Enséñale a tu hijo o hija a reconocer sus fallos y sus errores. Tus hijos han de aprender a
reconocer lo que hacen mal o está mal, sin intentar justificarse. Si no aprenden a reconocer sus
fallos, aunque parezcan muy seguros de sí, caerán antipáticos y serán rechazados, y eso no les
da seguridad. La seguridad en uno mismo no tiene nada que ver con el orgullo o la soberbia: todo
lo contrario, el orgullo nace de la inseguridad; la seguridad en uno mismo tampoco tiene nada que
ver con el desprecio a los otros o la prepotencia. Seguridad en uno mismo no es imponer el propio
criterio, no saber callarse nada o ser criticones. Tampoco es protestar o despreciar las
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orientaciones y criterios de los otros. Tampoco, levantar la voz y creerse sabiondo. Tu hijo o hija
necesita aprender a escuchar cuando le hablan y a aceptar lo que le dicen, y a expresar lo que
opina, después. En ocasiones, si observas en él actitudes de insolencia, deberás enseñarle a
callar, sin más, sin rebatir ni defenderse.
Enseña a tu hijo o hija a obedecer. La cuestión de la obediencia es uno de los conflictos más
frecuentes en todas las familias y colegios. La dificultad de la obediencia surge cuando pides a tu
hijo o a tu hija que haga lo que le desagrada (los deberes, por ejemplo), o que deje de hacer algo
que le gusta (dejar de jugar o de ver la televisión). Por el contrario, si le propones algo que le
agrada lo hará encantado. Como educador no deberías tener ninguna duda sobre la necesidad
que tienen tus hijos de aprender a obedecer, aunque será una meta imposible si buscas la
obediencia perfecta y en todo momento. A obedecer se aprende. Es una meta que requiere
trabajo del educador. Si lo logras con razonamientos, no hay que hacer más. En caso contrario,
han de aprender a obedecer obedeciendo, y para eso hay que ejercer la autoridad. Pero, digamos
enseguida que, si la desobediencia de tus hijos te hace perder los nervios, entonces pierdes
capacidad educativa porque tus nervios alterados pueden llevarte por caminos no deseados: el
insulto, herir su autoestima, faltarle al respeto y, después de perder tu control, sentirte mal y
culpable o impotente. Por eso, necesitas, en primer lugar, controlar tus nervios y actitudes. Pero,
no olvides que en el aprendizaje de la obediencia, uno de los puntos no negociables es exigir
obediencia en aquellas cosas que son especialmente importantes, o cuando tu hijo o hija no
acepta tu autoridad. En casos de descaro hay que instarle físicamente, cogiéndole de la mano y
obligándole a recoger los zapatos, por ejemplo, y dejarlos en su sitio. En otros casos, tendrás que
recurrir a la privación de un beneficio: - Hasta que no termines de comer no puedes encender el
televisor… Para eso, tus hijos han tener muy clara la norma a la que estás haciendo referencia,
una norma directa, concreta, que ha de cumplirse.
Cómo han de ser las órdenes que das a tu hijo o hija. ¿Cómo has de dar órdenes a tu niño
o niña? ¿Qué puedes hacer para que obedezca? En primer lugar, no admitas nunca la
desobediencia a partir de los 6 años, porque tu hijo o hija ya entiende lo que quieres y lo que le
dices. A tus hijos les corresponde la obediencia y a ti enseñársela, aunque siempre has de revisar
tu forma de mandar para mejorar y hacer más fácil cumplir lo que le mandas. Sin embargo, has de
ponerte por un momento en su lugar: por lo general tiene muchas tareas que cumplir, muchas
responsabilidades, muchas órdenes y muchos límites. No es extraño que tienda a defenderse del
acoso de órdenes haciendo oídos sordos, e intentando que pase el chaparrón y te olvides de él.
Tú quieres ser obedecido cuando mandas, pero desde el punto de vista de tu hijo o hija, lo que
percibe es un montón de obligaciones.
A la hora de mandar, has de distinguir entre lo que son consejos, indicaciones, peticiones y
órdenes. Teniendo esto en cuenta, has de reservar las órdenes para situaciones y cosas
importantes, y de imprescindible obediencia. Si todo son órdenes seguramente hartarás a tus hijos
y a ti mismo. Por otra parte, las órdenes han ser lo más concretas posible. No es lo mismo decir a
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tu hijo estate quieto-cosa imposible de cumplir-, que decirle estate bien sentado hasta que
termines de comer. Esta segunda forma es más concreta que la primera. La orden debe ser
concreta, sencilla y clara. Tampoco puedes darle una serie de órdenes seguidas, cosa que puede
sucederte cuando tienes prisa o estás nervioso o nerviosa: - Coge el abrigo, date prisa, ponte el
gorro, no te olvides de los libros, ¿llevas el bocata?, cierra la puerta, átate bien los cordones… Es
mejor dar las órdenes de una en una, o de dos en dos, pero no media docena y sin respirar. Las
órdenes has de darlas en imperativo, no cómo pregunta: - ¿Quieres apagar la televisión, cariño?
Tus hijo o hija entiende perfectamente lo que le quieres decir, pero es más claro decirle: - Apaga
ya la televisión. Con una pregunta como la primera, corres el riesgo de que te responda que no,
cosa que complicaría la situación. En ocasiones, has de acompañar a tu hijo o hija mientras
cumple lo que le has mandado para ver si lo cumple; lleva más tiempo, pero es mejor para el
aprendizaje. Las órdenes has de darlas con firmeza y serenidad, siempre con calma, sin gritos y
sin perder el control. No debes confundir los nervios con la firmeza, y desde luego, están fuera de
lugar las descalificaciones -¡Qué desordenado eres!-, igualmente que las frases hirientes o
culpabilizadoras. También has de dejar un tiempo para que tu hijo o hija cumpla lo mandado,
incluso en las cosas que sean de cumplimiento inmediato.
¿Cómo ponerle límites? No sé si han enseñado a tu niño o niña desde pequeño a respetar
ciertos límites, si has pensado que, siendo pequeño, es mejor no poner límites o que basta con
decirle las cosas aunque no las cumpla. Puede resultarte más fácil no poner límites, pero
descubrirás pronto resultados negativos. Determinar qué límites has de poner es una cuestión
propia de cada familia o de cada colegio, que tiene sus criterios, sus valores, su estilo de educar,
incluso sus gustos particulares, su organización. Lo importante es que existan los límites y que
sean claros para que también los tengan claros tus hijos. El cómo poner los límites exige firmeza,
teniendo en cuenta la fragilidad y la inmadurez de los niños, y su tendencia a hacer lo que les
viene en gana según la ley del placer contraria a la ley del deber. No basta con decirles cuáles son
los límites, sino que has de hacer que los cumpla. También es cierto que una convivencia donde
hay límites para todo, resulta tan perjudicial como otra que no tiene límites. Cuando quieras
establecer un límite a tu hijo o hija, primero debes informarle, después has de darle razones, el por
qué: porque es mejor para él, porque es mejor para todos, porque todos tenemos que colaborar,
porque así lo hemos acordado o así lo mandamos tus papás, porque es tu obligación. Luego sólo
basta cuidar su cumplimiento. Al principio, tal vez haya que obligarle, pero poco a poco, puedes
lograr que lo haga por sí mismo. De todas formas, tu hijo o hija ha de entender que los límites
están para cumplirlos, aunque en educación siempre hay que echar mano de la flexibilidad.
Cuando no cumple con sus obligaciones, será necesario alguna medida relacionada con el límite
no respetado. Ten en cuenta, que los límites siempre molestan a los hijos por lo que siempre es
de esperar su protesta, su reacción de desgana, cosa que no debes tener demasiado en cuenta si
se da dentro del respeto. De lo que se trata es de aprenda a vivir con límites. Entonces, no le
extrañará tenerlos, los aceptará con facilidad y será una manera preventiva de evitar conductas no
deseadas.
La importancia de los refuerzos positivos. Aunque por lo general muchos educadores
hablan de la gran utilidad educativa de los refuerzos positivos, todavía no son muchos los que los
aplican en la educación de sus hijos o alumnos. Suelen echar mano con más facilidad de las
correcciones, incluso de los castigos. Sin embargo, el principio de satisfacción, en el que se basa
la pedagogía del refuerzo, te enseña que cuando tu hijo o hija encuentra satisfacción en algo,
tenderá a repetirlo; porque nada motiva tanto como el éxito, el aplauso, el reconocimiento, el
elogio, los besos, las caricias físicas o verbales, el premio, el regalo. Los refuerzos más
recomendables son la atención y el afecto; pero, para que los refuerzos sean eficaces han de
cumplir algunos requisitos: siempre han de darse después de que tu hijo o hija haya hecho algo
que debía hacer, o renunciado a un capricho, no antes; el refuerzo inmediato siempre es mejor
que el que se demora; la cantidad de refuerzo es importante y variable de un niño a otro: a
algunos les basta con un beso o un piropo, otros necesitan más efusividad: por eso, el modo de
hacer el refuerzo es fundamental, ha de ser de manera alegre y animada, con afecto y felicitación.
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Valdrá para muy poco si lo haces a regañadientes o con cara seria; además, el refuerzo no ha de
tener coletillas: - Hoy, muy bien, pero así te quiero ver todos los días. La verdad es que dar
refuerzos también es satisfactorio para ti, mucho más que andar chillando y regañando. Es verdad
que hay que corregir, pero no es menos cierto que también debes reforzar, al menos en la misma
proporción que corriges, y si puedes más, mejor. Sin refuerzos y con muchas correcciones, tu hijo
o hija no crece en actitudes positivas, las cosas se le hacen duras. Por otro lado, ¿cómo podrás
reforzar su conducta adecuada y corregir la no deseada si tu hijo o hija ya ha logrado sus
caprichos antes de merecer nada? Tus hijos han de aprender a esforzarse y a conseguir cosas
como resultado de su esfuerzo, tiene que merecer las cosas; necesita ilusionarse, pensar en que
tiene metas que alcanzar, que no pasa lo mismo con buena que con mala conducta.
¿Castigarle? Tal vez, seas de esos educadores a quienes la sola palabra castigo les pone en
contra. Tal vez seas de esos educadores que, por el contrario, les encanta castigar, como si
necesitaran dejar constancia de quién manda aquí. El castigo educativo es un refuerzo negativo,
que tiene como objetivo corregir conductas no deseadas. El castigo educativo no tiene como
finalidad herir a los hijos. De todas las maneras, la cuestión no es si deben o no existir los
castigos, sino si deben existir límites en la educación de los hijos. Si se admite esta necesidad,
debe haber alguna consecuencia cuando no se cumplen o se sobrepasan los límites, algo que
reconduzca a tu hijo o hija a aceptar y cumplir las normas y a respetar los límites. Ten en cuenta,
en primer lugar, que el castigo por sí solo no construye. Un niño o niña, por ejemplo, no se pondrá
a estudiar por miedo al castigo, sino cuando se hayan creado las condiciones que favorezcan el
estudio. Lo que se ha de pretender con el castigo es corregir o disminuir determinados
comportamientos incorrectos. Los aprendizajes se logran por otros caminos distintos a los
castigos, como, por ejemplo, la propuesta directa y concreta, la explicación, la constancia, la
creación de hábitos, la dedicación, el refuerzo. En conclusión: siempre que puedas, busca
ocasiones para enseñar, para estimular y para reforzar positivamente a tu hijo o hija, y los castigos
déjalos para situaciones especiales y muy concretas, sin echar mano de ellos constantemente. Y,
¿pegar a tus hijos? Quizás pegando a tus hijos liberes tensiones, pero no enseñas nada positivo,
mientras que el miedo que pueden sentir a ser pegados bloquea su capacidad de atención, de
aprendizaje y asimilación. Sin embargo, tu hijo o hija debe saber y tener en cuenta que hay una
autoridad por encima de él o ella, necesita ser guiado y que su vida se rija por normas. Por lo
tanto, no se trata de que seas ni blando ni duro con tus hijos, sino inteligente. Tu hijo o hija
necesita saber sus límites con claridad, tanto como experimentar el cariño con nitidez. Muchas
veces tendrás que contradecirle y se rebelará con un berrinche. Si tienes claro que no debes
ceder, lo mejor es que aguantes la rabieta serenamente y sin enfadarte, y cuando se restablezca
la calma, decirle que ya pasó todo y que le sigues queriendo mucho, pero que la norma sigue
siendo la misma que antes del berrinche; es decir, que el berrinche fue inútil. La autoridad y la
firmeza son necesarias en el trato con tus hijos, pero no tiene nada que ver con el castigo físico,
que en realidad es lo opuesto a la autoridad, ya que sólo demuestra debilidad e incapacidad para
resolver situaciones. Sin embargo, a pesar de tus mejores disposiciones tu hijo o hija puede
ponerte en el disparadero. Pues, mira, cuando estés a punto de estallar, has que respirar hondo,
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desaparecer, dejar pasar un rato, contar hasta cien, tirar un cojín contra la pared si es necesario,
hacer algún ejercicio de relajación muscular y felicitarte por tu autocontrol. Pero, si aún así pierdes
la serenidad y el control, al menos no te machaques, y date otra oportunidad.
Practica el pacto con tu hijo o hija. Tu autoridad encontraría un gran camino educativo si
practicaras el pacto con tus hijos en relación con su conducta. No es probable que un niño o niña
aprenda él o ella sola a negociar y a pactar, sin que se lo enseñes tú. En cuanto un niño o niña
aprende a negociar y a pactar, has de ser menos directivo, sin olvidarte de elogiarle cuando
cumple un pacto, porque los elogios le hacen ver las ventajas de ser cooperativo y le hace
sentirse contento porque sabe convivir con los otros. De esta forma, estás echando los cimientos
de las habilidades necesarias para desenvolverse socialmente, y resulta bastante más positivo
que la costumbre de echar en cara: - Eres un egoísta y un torpe;... de esa forma nunca tendrás
amigos. A los niños les agrada hacer pactos porque les hace sentirse mayores. Desde la
perspectiva educativa, el pacto hay que entenderlo como un intento de implicarles en las cosas de
forma voluntaria; pero, hay que tener en cuenta que, aunque les gusta los pactos, el niño y la niña
no tienen la seriedad de un adulto, de ahí que sus incumplimientos sean frecuentes. Si no tienes
en cuenta esto, vas a sentirte defraudado muchas veces, porque los niños se fijan casi
exclusivamente en las ventajas que tienen los pactos, y olvidan fácilmente los compromisos que
adquieren, y no porque sean inconscientes ni porque les falte sinceridad al dar su palabra, sino
sencillamente porque son niños, y por tanto inconstantes, que han de ir aprendiendo a hacer
pactos a través del entrenamiento. Por eso, conviene que sea él quien cumpla su parte antes de
que tú cumplas la tuya.
Cuida la comunicación con tus hijos. Necesitan de ti que hables con ellos, cuanto más
mejor, lo que no quiere decir que los agobies con sermones. Se trata, más bien, de hablar con
ellos escuchando y dándoles un lugar importante en el diálogo, haciéndoles sentir que te interesa
lo que te dicen. Para eso, es bueno comenzar hablando sobre cosas que les interesa a ellos,
mejor que sobre lo que te parece mejor a ti. Y, como digo, no conviertas las conversaciones en
lecciones o sermones. Sin renunciar a guiar a tus hijos, has de dedicar mucho tiempo al diálogo, a
comentar cosas, a orientar su atención hacia el mundo que les rodea, a hacer juntos algunas
cosas, a hablar sobre lo que les pasa, a jugar y a hojear las imágenes de un libro, a satisfacer su
curiosidad… Y está comprobado que este estilo educativo ayuda a desarrollar mejor su carácter y
su comportamiento. No olvides que eres la ventana por la que tus hijos se asoman al mundo. Tus
hijos siempre necesitan serenidad, seguridad y verdad.
Dedícales tiempo. La falta de tiempo es uno de los problemas más importantes que padecen
los educadores actuales, pero quizás un problema aún mayor sea el de desconocer la enorme
importancia que tiene para los niños la atención o la falta de atención que sufren. Los niños
necesitan sentir tu cariño y la atención a través de pruebas palpables de amor, y una de ellas, es
el tiempo compartido. El mejor juguete que puedes regalarles es dedicarles más tiempo. A medida
que pasen los años, resultará muy difícil recuperar el tiempo perdido, y cuando no ha existido el
hábito de la relación educativa, resultará difícil recuperarlo cuando los hijos lleguen a la
adolescencia. A veces no es fácil para los educadores encontrar ese tiempo porque están en
plena actividad, pero la verdad es que si los educadores piensan dedicar a sus educandos sólo el
tiempo que les sobra, nunca lo encontrarán.
Dales estabilidad afectiva. Tu apoyo hace que tu hijo o hija se sienta feliz, estable, aún en
medio de sus dificultades que tiene como estudiante o con los amigos. No puedes perder de vista
que tu niño o niña es afectivamente inestable, y que necesita que la seguridad le venga de fuera.
Si se siente valorado rendirá mejor en la escuela, y sus relaciones sociales serán muchas y
buenas, al mismo tiempo que su alegría será lo habitual. En cambio, la insuficiencia afectiva es
una especie de desnutrición que le produce inseguridad ante sí mismo, ante los compañeros,
hace que baje el rendimiento escolar o que se comporte indebidamente: con agresividad y con
lenguajes irrespetuosos. Recuerda que querer a tu niño o niña consiste en que él o ella se sienta
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querido, y no basta con decírselo de vez en cuando, sino que hay que ofrecerle abundantes
muestras de cariño, de refuerzo y de elogio, y que no sólo reciba recompensas afectivas cuando
se porta bien, sino frecuentemente. Y no olvides que, a veces, tu niño o niña tiene
comportamientos agresivos porque necesita llamar la atención buscando afecto; prefiere la riña a
la indiferencia. Con frecuencia el pegón o el graciosillo de la clase pretende lo mismo, y no
encuentra otra forma de llamar la atención. Que un niño o niña se sienta querido es la llave que
abre la mayoría de las puertas para mejorar en la conducta y crecer con personalidad sociable.
Enséñales a disfrutar con las cosas sencillas. Los niños aprenden por imitación; es decir, a
través de lo que ven en ti y en los adultos más significativos para él: los padres y los profesores.
Teniendo esto en cuenta, puedes hacerte la pregunta de si eres un buen modelo para tu niño o
niña en disfrutar con las cosas sencillas. No dudes que aprenden de ti; pero, aprende todo,
también las prisas, las carreras continuas, las tensiones, las conductas compulsivas, las
inseguridades, el exceso de consumo, las listas interminables de necesidades innecesarias, la
agresividad… ¿Qué le estás enseñando con tu forma de vivir? Esta pregunta has de hacértela no
para culpabilizarte inútilmente, sino para ser consciente de tu estilo educativo. Si te fijas en tu niño
o niña, te darás cuenta de que disfruta con las cosas sencillas de forma espontánea; que te dice
constantemente lo que necesita y lo que espera de ti; que necesita serenidad, buenas formas,
palabras sosegadas, gestos sin dureza,… del mismo modo que necesita disfrutar de la naturaleza,
de los juegos, de inventar, de contar y escribir historias…; que desea cultivar la sensibilidad ante
cuanto le rodea, cultivar la imaginación, la creatividad…; que quiere hacer deporte y que necesita
formar equipos, alcanzar metas, saborear el esfuerzo, ilusionarse, aprender a aceptar las derrotas.
Para estas cosas no es necesario que gastes dinero, sino ayudarle para que tenga ganas de
disfrutar, con sensibilidad para descubrir el mundo y saborear las cosas sencillas, y hace falta,
además, que seas generoso y estés dispuesto a ofrecer tus tesoros educativos más valiosos: tu
tiempo, tu buen humor, tu imaginación, tu alegría y tu amor; en definitiva, todo aquello que no
puedes comprar con dinero.
Tu niño o niña necesita que seas honrado con los juicios que haces sobre los otros. Ser
honrado quiere decir ser verdadero, desterrar la mentira (entera o a medias). Tenía razón Gandhi
cuando decía, refiriéndose a las actitudes sociales: - Como una gota de veneno arruina un cubo
entero de leche, así la más pequeña falta de verdad arruina la convivencia entre los seres
humanos. La mentira engendra sospecha, miedo, incertidumbre. Sobre la mentira no se puede
construir ninguna relación, es una de las mayores faltas de respeto. Si educas a tu niño o niña en
la mentira le estás preparando para que nadie se fíe de él o ella. ¡Ojo, por lo tanto, con tus juicios
sobre los otros! Si la falta de verdad se instaura en tu tarea educativa, te estás situando muy lejos
de educar a tu niño o niña en el respeto a sí mismo y a los otros.
Tu niño o niña necesita aprender a respetar las diferencias, y no con ese respeto de quien
se distancia, sino con el respeto de quien, además, va a aprender mucho de los otros. Ser
tolerante no es sólo admitir el hecho de lo diferente, sino acogerlo y convivir cordialmente con ello.
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Una vez un dromedario se encontró con un camello, y le dijo: - Te compadezco, querido hermano;
serías un dromedario magnífico también tú, si no tuvieras esa fea joroba de más. El camello le
respondió: - Me has quitado la palabra. Es una desgracia para ti tener una sola joroba. Te falta la
mitad para ser un camello perfecto: contigo la naturaleza se equivocó por defecto. La extravagante
querella duró toda la mañana. En una esquina estaba escuchando un viejo beduino que pensaba
para sí mismo:- Pobrecitos los dos. Cada uno encuentra hermosas solamente sus jorobas. Así
razona muy a menudo la gente que encuentra equivocado lo que sólo es diferente. En esta
dirección, tu niño o niña necesita aprender que antes de condenar al otro hay que saber hacerse
una idea justa de él o ella, lejos de prejuicios, de malas informaciones o generalizaciones injustas.
Se trata de aprender a ponerse en el lugar del otro u otra y a respetar su modo de proceder,
aunque no sea el nuestro y no nos agrade. Para saber cómo es el otro u otra hay que andar
muchas leguas dentro de sus zapatos.
Tu niño o niña necesita aprender a ser agradecido porque siempre debe algo a alguien.
Bebemos café colombiano y té africano. Viajamos con petróleo de Arabia Saudí o de Venezuela y
condimentamos los alimentos con especias indonesias. Nos vestimos con camisetas de algodón
chino y nos ponemos jerséis de lana australiana. Escuchamos música americana con una radio
japonesa,... A todos debemos algo. Por eso, has de inculcar a tu niño o niña a respetar y a
agradecer. Hay niños y adolescentes que viven demasiado cerrados y volcados sobre sí mismos,
porque nadie les ha enseñado a ser conscientes de lo que reciben de los otros y a ser
agradecidos; a dar, a ofrecer sus cosas, su tiempo; a ceder, a jugar a juegos que gusta a otros; a
aplazar una satisfacción, a renunciar a un capricho; a saber esperar su turno. Has de hacer ver a
tu niño o niña que las personas que no tienen esas actitudes de respetar a los otros, no hacen
amigos, porque nadie acepta vivir siempre sometido a la voluntad, a los deseos y hasta a los
caprichos de nadie. Conviene, además, que aprenda a prestar ayuda o a pedirla. Has de
enseñarle, con la práctica, cómo ayudar a un amigo de manera desinteresada, a sacarle de un
apuro, a prestarle sus cosas, a manifestarle que tiene interés en que pueda resolver sus
problemas o situaciones: que le importa, que puede contar con él. El respeto a los otros alcanza
niveles de altura humana cuando aprendemos o enseñamos a cultivar la gratuidad.
El aprendizaje y el estudio son tareas difíciles. Todo aprendizaje es una dura tarea que
exige esfuerzo, práctica y repetición, y siendo eso así, el trato que reciba un niño o una niña de
parte de sus educadores cuando le enseñan, determinará su actitud hacia el aprendizaje escolar,
que se alarga durante bastantes años, años muy importantes para la vida de un niño, un
adolescente, un joven. Hacer que los niños asocien aprender con sensaciones de logro y de
superación, es la mejor garantía para su motivación. Para eso hace falta minimizar sus errores y
resaltar sus avances, aunque éstos sean pequeños. En esta línea te sugiero que tengas en cuenta
algunas pequeñas cosas. Procura que tu niño o niña vaya al colegio bien desayunado para que
tenga fuerzas para estar atento, porque, de lo contrario, no podrá rendir tantas horas. Por eso, no
debe levantarse con el tiempo justo, ni acostarse tarde ya que necesita para estar atento en clase
estar bien descansado, si no se dormirá. Cuando los profesores empiezan a mandarle alguna
tarea para casa, es cuando los padres deben asegurarse de que el niño o niña se pone a trabajar
diariamente sin necesidad de tener que estar, como vigilantes, a su lado. Al principio, lo
importante es que se ponga a hacerlo, que se siente y se esfuerce, aunque los ejercicios tengan
errores (ya se los corregirán en el Colegio). Suplirle y hacerle los deberes a los niños en casa es
una barbaridad. Lo importante es que los niños adquieran la costumbre de ponerse a trabajar para
hacer lo que dejaron pendiente en clase o las tareas que le asignen. Esto hará que cuando tenga
once o doce años, se ponga él o ella misma a estudiar porque estará acostumbrado a trabajar
cada día, sin que nadie tenga que exigírselo. A veces, cuando hace los deberes, el niño o niña se
levanta continuamente a beber agua... En realidad, lo que está pidiendo es ayuda, y hay que
ayudarle a que aprenda a estar sentado a la mesa trabajando, primero diez minutos, luego
quince,... Si no se le ayuda a que adquiera ese hábito, le resultará imposible cuando tenga que
estar una hora porque lo exija la materia, y será un gran problema. Tampoco debería tener la radio
puesta a la hora de estudiar y mucho menos la televisión, porque eso le distrae de sus tareas y le
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resta concentración. Ha de aprender a asociar estudio con silencio y tener un espacio reservado
para ello, si es posible. Hay que hacer lo posible también para que adquiera el hábito de hacer los
deberes escolares antes de jugar: si se le deja ver la televisión o jugar antes de hacer los deberes,
es bastante probable que después se resista a trabajar, pues ya ha obtenido la recompensa.
Sucede en algunas familias que, porque el hijo o la hija promete que va a estudiar en la siguiente
evaluación, le compran una bicicleta y, así, le dan la recompensa sin merecimiento y sin esfuerzo.
Aprobar. Por supuesto que es deseable que los niños vayan pasando el listón que le marcan
para pasar de curso, pero no a base de insistir obsesivamente en que supere los controles o
apruebe a toda costa, asfixiándole con una presión exagerada, presión que lleva al castigo
constante, al enfado de cada día, a culpabilizar. El aprobado ha de venir como una consecuencia
natural de un proceso que también debe ser natural: estudiar cada día. Los niños no deben vivir
sus estudios con angustia; nunca ha de asociar que si falla en los exámenes es un fracasado. Los
padres y profesores deben evitar los comentarios negativos que presionen psicológicamente a sus
hijos. En cambio, deben insistir cada día en que haga sus deberes, que estudie y atienda en clase
porque el estudio es una actividad dura que requiere constancia; pero, que si no supera a la
primera un problema de matemáticas o de otra materia, no pasa nada, porque, si estudia, lo
superará a la siguiente vez.
La desmotivación para estudiar. Si el problema de no aprender es por desmotivación, se
debe resaltar con paciencia cualquier progreso del niño o niña para que se motive y que, al
menos, no sea para él una tortura. Si es que es vago hay que insistir para que adquiera el hábito
de trabajar cada día. Todo lo que contribuya a que un niño o niña viva sus estudios como una
pesadilla, como una maldición, como un castigo, será fatal y camino para su fracaso. El estudio no
es más eficaz porque el niño o niña esté más horas delante del libro, sino porque le preste
atención y quiera aprender y descubrir lo importante que es arrancarle a la vida sus secretos, junto
a la sensación de superar obstáculos; para eso hay que suscitar interés en ellos, pero no a base
de presionarles obsesivamente, porque lo importante no es sólo que llegue a la meta, sino
también que disfrute del camino. La falta de rendimiento de los niños se debe muchas veces a
problemas emocionales y afectivos que interfieren en su aprendizaje. Cuando sufre este tipo de
problemas, su atención no se centra en los estudios sino en lo que le preocupa emocionalmente.
La falta de armonía familiar, por ejemplo, influye mucho en la atención y rendimiento escolar de un
niño o niña. Los problemas afectivos le generan ansiedad y ésta disminuye su rendimiento escolar
al reducir su capacidad de atención y de concentración en el estudio. Como consecuencia de esto
y de otras causas, que ahora veremos, suele venir el llamado fracaso escolar.
El fracaso escolar. Se entiende por fracaso escolar el desajuste negativo entre las
capacidades reales de un niño o niña y los resultados escolares valorados académicamente.
Según esta definición, cuando un niño o niña aprueba por los pelos y, sin embargo, por sus
capacidades, debería haber obtenido notas brillantes, también estamos ante un caso de fracaso
escolar porque estamos ante un rendimiento insuficiente, y me refiero a rendimiento escolar
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insuficiente cuando un niño o niña pasa un bache en su vida escolar, pero que acaba por
superarlo, y que no afecta a su autoestima ni al sentimiento de su capacidad como estudiante. Por
el contrario, si el rendimiento insuficiente es crónico, es decir, se arrastra desde los primeros años
de escolaridad, constituye el fracaso escolar en su sentido más apropiado. Las causas de
resultados escolares insuficientes o poco satisfactorios, podrían sintetizarse en los siguientes: a
que un niño o niña no sabe llegar hasta las ideas principales de los párrafos de un texto escrito ni
comprende lo que lee, y esto se debe fundamentalmente a que no se le ha enseñado a estudiar;
al desconocimiento práctico de la psicología de los niños y de los procesos que llevan al
aprendizaje. Casi siempre se trata de alguna circunstancia traumática que afecta a su
personalidad minando su autoestima, la confianza en sí mismo y los deseos de superación. Entre
esos traumas están los familiares (separaciones o divorcios, mal ambiente en la familia...),
escolares (si se siente mal tratado o el clima escolar no le resulta agradable), sociales (no se lleva
bien con sus compañeros). También suele darse fracaso escolar por la falta de coordinación entre
profesores y padres: por eso, es imprescindible que exista una línea de actuación conjunta entre
la escuela y la familia, de lo contrario se produce desánimo, desorientación y ansiedad en los
niños, que al no saber qué hacer y cómo hacerlo, decidirá abandonar o desinteresarse.
Estar motivados para estudiar. Lo contrario a la desmotivación para el estudio es la
motivación, y todo niño o niña necesita que, tanto sus padres como sus profesores, le motiven y
estimulen en el estudio. Para eso, han de cultivar algunas actitudes y abandonar otras.
Entre las actitudes de los educadores que motivan a un niño o niña al estudio puedo señalar:
mantener un criterio unánime entre los profesores y los padres a la hora de exigir
responsabilidades; ser firmes y mostrar autoridad, pero con dosis suficientes de tolerancia y de
comprensión; respeto a las normas establecidas, a los programas, a los horarios...; tener voluntad
decidida de exigir responsabilidades según la edad, enseñándole al niño o niña a ser consecuente
consigo mismo y a mantener una actitud firme y voluntariosa ante las dificultades; estar atentos a
proporcionar refuerzos, alabanzas y atención tras la labor bien hecha y el esfuerzo; inculcar la
buena disciplina que ha de ser siempre coherente, segura y positiva en un clima de afecto y
comprensión; saber escuchar: tanto en la familia como en el colegio, el niño y la niña tiene
derecho a hablar y a ser respetado. El diálogo ha de estar presente en todas las circunstancias,
problemáticas o no, entre los padres y profesores y los niños y niñas; estar siempre atentos a las
conductas más recomendables y deseables para alabarlas y reforzarlas más que para criticarlas
de manera permanente; aceptar al niño o a la niña como es, permitirle ser él mismo o ella misma,
y procurar tratarle con arreglo a lo que pidan sus propias características psicológicas y de
personalidad; la firmeza y autoridad en lo fundamental han de estar siempre presentes con dosis
de comprensión, tolerancia y cariño; hay que proponerle metas y esfuerzos posibles y realistas, ni
demasiado fáciles ni demasiado difíciles; hay que ser constantes en exigir, no a rachas, sabiendo
ceder en lo accidental, y manteniéndose firmes en lo fundamental; no hay que escatimar
manifestaciones de aprecio, valoración positiva y palabras de aliento por sus esfuerzos, sus
cualidades personales o sus trabajos bien hechos; que el niño o la niña se sienta atendido en
todos los aspectos de su vida, no sólo como estudiante más o menos brillante; hay que estimular
a los niños constantemente porque tienen buena voluntad, pero son frágiles; hay que darles la
ayuda que necesiten en sus estudios, pero sin suplir su esfuerzo. Estoy refiriéndome a la
combinación inteligente entre exigencia y ternura; hay que saber aprovechar sus mejores
momentos, cuando más se esfuerza y se porta mejor, para alabarle y reforzar sus buenas
acciones, al mismo tiempo que se deben evitar las censuras y correcciones constantes. Un niño o
niña como estudiante, necesita tener éxitos personales porque nada motiva tanto como los logros,
a fin de que suba su autoestima y el sentimiento de sentirse capaz para el estudio; por ese camino
crecerán también los deseos de estudiar.
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Entre las actitudes de los educadores que desmotivan a un niño o niña al estudio puedo señalar:
la disparidad de criterios en la línea educativa entre los educadores; le desmotiva el autoritarismo,
el perfeccionismo, la rigidez en los educadores o su permisividad facilona. También le desmotiva
que a los educadores sólo les interese el aspecto escolar y que dejen de lado otros aspectos de
su vida realmente importantes para él o ella. También, la indiferencia de los educadores ante sus
tareas y logros; es decir, la poca relación entre escuela y familia, que hace de los padres y
profesores verdaderos desconocidos entre sí. También el estar muy atentos a los fallos, descuidos
o equivocaciones de los niños, para reprenderles, incluso ridiculizarles, sin apenas tener en
cuenta lo que hace bien y es digno de alabanza.
En la educación del ocio, has de saber ilusionar a tu niño o niña. Para eso, has de ser tú el
primer fan de tu hijo o hija desde niño para activar sus cualidades y actividades deportivas,
artísticas… con el fin de reforzar su disfrute y su aprendizaje. Todos nos sentimos incapaces de
algo y capaces de algo, pero si ese algo de lo que se siente capaz un niño o una niña le ilusiona,
merece la pena que lo mantengas y lo cultives con ilusión porque con la ilusión viene el esfuerzo,
y con el esfuerzo las ganas de vivir y la vida misma. Si no cultivas las ilusiones y los sueños de tus
hijos, les estarás educando a la ramplonería porque es muy difícil querer algo sin cultivar la pasión
por ello.
Desarrolla en tu niño o niña la capacidad de maravillarse. Maravillarse, sorprenderse, es
amar sin la codicia de poseer; es enamorarse: quien se sorprende con las flores no las corta, las
deja crecer admirándolas. Hay muchas cosas muy hermosas en la vida de cada día que hay que
saber ver y admirar. Creo que uno de los secretos de la educación consiste en enseñar a los niños
y niñas a saber admirar. Para que aprendan a admirar te sugiero tres iniciativas: cultiva su
sensibilidad para que cada cosa sea nueva cada mañana. ¿Cuándo es la última vez que habéis
escuchado juntos el fluir del agua?; recupera la pedagogía de los sentidos, recuperando al
cuerpo para que sea algo más que metro y pico de persona humana. Hay que recuperar los ojos
para ver, el gusto para saborear, el tacto para acariciar, el olfato para percibir, el oído para
escuchar. Es necesario que vuelvas a la pedagogía de los sentidos, y para eso necesitas salir de
las cajas en las que vives y tienes metido a tu niño o niña: el coche es una caja, y una caja es el
autobús, y el colegio y el piso donde vivís, y el tren y el móvil, y el televisor y el ascensor. Date
cuenta, que vives metido en cajas: por eso, estás bajo el riesgo de perder la capacidad de admirar
un parque, la maravilla de un árbol. Aprende y enseña a caminar a pie, a pararte a mirar las
nubes, las procesiones de las hormigas, los vuelos de los pájaros o el olor a tierra mojada;
enséñale a que haga alianzas con el silencio. ¿Por qué te extrañas de perder la capacidad de
sorprenderte si has multiplicado por cien mil el ruido? ¿Por qué no disfrutas cuando el silencio
llama a tus oídos en vez de sentir miedo? Enseña a tu niño o niña la riqueza del silencio para que
los ruidos no estropeen lo que enseña el silencio; del silencio nace una idea, una imagen, una
sorpresa, una intuición, una creatividad, una ocurrencia, una canción. Cuando veas algo que te
llame la atención, no te preguntes: ¿Cuánto valdrá?, sino di con admiración: ¡Qué bonito! Ten la
valentía de perder tiempo, de vivir despacio, de andar despacio, de no tener la pretensión de
coger todos los semáforos en verde. Porque riqueza no es lo que poseemos sino lo que
saboreamos y disfrutamos.
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- Buenos días –dijo el principito.
- Buenos días –dijo el mercader. Era un mercader de píldoras perfeccionadas que aplacan la
sed. Se toma una por semana y no se siente la necesidad de beber.
-…y, ¿por qué vendes eso? –preguntó el principito.
Es una economía de tiempo –dijo el mercader-. Los expertos han hecho cálculos, y con estas
píldoras se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-… y, ¿qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
- Se hace lo que se quiera…
- Yo –dijo para sí el principito- si tuviera cincuenta y tres minutos para gastarlos, caminaría
despacito hacia una fuente de agua fresca. SAINT-EXUPÉRY, El principito.
Desarrolla en tu hijo o hija la curiosidad que es la que pone en marcha la inteligencia
científica y la inteligencia emocional, y es la base del crecimiento y del desarrollo. La curiosidad
estimula constantemente a los niños y niñas, y a través de ella, entra de modo espontáneo en el
aprendizaje, va acumulando sensaciones, sentimientos y conocimientos que le ayudan a
organizarse y a conocerse a sí mismo y su entorno. No deberías frenar, sino cultivar la curiosidad
de los niños y niñas. No le des las cosas hechas. Deja que se asombre, que descubra, que
pruebe, que se equivoque y lo intente de nuevo, que se encuentre con las muchas formas como
se pueden hacer las cosas y desarrollar las cualidades y que luego te lo cuente. Pero, tampoco le
dejes solo. Potencia su curiosidad, pero ten en cuenta que su mundo es limitado. Por eso, debes
ofrecer a tu niño o niña estímulos y criterios de reflexión para que saque conclusiones Si desde
niño aprende que con cualquier cosa puede pasarlo bien –un papel, una caja de cartón, una
cuerda, una muñeca de trapo…- siempre aprenderá a tener recursos ante su tiempo, superará el
aburrimiento que es la causa de tantas diversiones pasivas y de manada.
Cultiva su imaginación porque es la fuente de la creatividad. Sin cultivar su imaginación, tu
hijo o hija se queda paralizado y necesitado de que sean otros quienes ocupen su tiempo porque
no sabe hacerlo él: se hará pasivo, espectador más que actor (como pasa ante el televisor). Hay
chavales –y adultos- que no son capaces de hacer nada por sí solos porque no saben o no se les
ocurre, y únicamente pueden ocupar su tiempo con actividades fijas, siempre las mismas, que
hacen todos, y que les convierte en manada: - ¿Yo?… ¡como todos! Estos chicos encuentran en
la televisión o en los videojuegos, el refugio ideal para su pasividad. No han aprendido a crear, a
inventar, a cambiar las reglas de un juego para convertirlo en otro diferente. Es probable que más
adelante se hagan pasivos, fácilmente irritables y seguramente bastante manipulables. Entrarán
sin crítica en actividades que organizan otros con intenciones comerciales, pasivas y consumistas.
Tú, en cambio, da a tu hijo o hija oportunidades para cultivar su imaginación, para mirar las cosas
con ojos nuevos, no le programes, y déjale que te cuente sus ideas geniales.
COMO PADRE O MADRE EDUCADOR,
Cree en ti. Que tú creas en tu propia capacidad tiene un efecto multiplicador. Si te sientes
capaz y seguro, gozarás haciendo las cosas, te recuperarás antes de los fracasos, no te
agobiarás por el hecho de que las cosas no te hayan salido bien, buscarás el modo de hacerlas
mejor la próxima vez. Sabes que los sentimientos que tengas sobre ti mismo o ti misma influyen
positiva o negativamente en tu conducta: tu vida resulta impulsada o frenada por esos
sentimientos. Por eso, la idea que tengas de ti mismo o de ti misma condiciona, en gran medida,
tus acciones: si te consideras incapaz de hacer algo, te resultará muy costoso hacerlo, si es que
llegas a hacerlo: la ruta del desánimo también tiene su seducción. De hecho, el derrotismo y el
victimismo tiene muchos seguidores. Pero, si te dejas llevar por esas actitudes, ¿me quieres decir
dónde queda el respeto a ti mismo, a ti misma y tu capacidad de dedicarte con entusiasmo a
educar a tus hijos?.
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ES UN ENCUENTRO CREADOR ENTRE PERSONAS.
Cuida tu tono vital. El tono vital, optimista o pesimista, con que te veas a ti mismo o a ti misma
tiene gran influencia en tu conducta. También es algo que se aprende, en gran medida. Tu actitud
optimista sería para ti un gran motivador, porque te impediría caer en la apatía, en la
desesperación o en la tristeza ante las dificultades. Tu pesimismo, en cambio, te convertiría en
profeta de calamidades que, además, suelen cumplirse. Si eres optimista tenderás a considerar
que tus fracasos, por ejemplo, se deben a algo que puedes cambiar y, gracias a eso, te será más
fácil que en la siguiente ocasión, te salgan las cosas mejor. Si, por el contrario, eres pesimista
atribuirás tus fracasos a obstáculos insalvables: casi siempre a carencias personales tuyas
imposibles de superar. Algo así como un destino fatal.
Aprende de tus fracasos. El fracaso no es un destino fatal al que debas prepararte con
resignación; sí es un acompañante de la vida de todas las personas. Fracaso es todo resultado
adverso, de distinto calibre, de calado distinto, de repercusiones distintas,... Pero, si te fijas bien,
el fracaso no está tanto en los resultados que, a veces, ni siquiera dependen de ti. El verdadero
fracaso consiste, en darte por fracasado o fracasada. Lo realmente importante, por lo tanto, es
cómo te posicionas emocionalmente ante el fracaso cuando llega; porque siempre llega. Soñar
con que no va la llegar es una fantasía. Por eso, el modo cómo le enseñes a tu niño o niña a
resolver sus primeras crisis, ya desde pequeños, tiene mucha importancia. Si aprende a
superarlas bien, afrontará mejor las siguientes. En cambio, si las situaciones difíciles se le hacen
crónicas y las resuelve mal, el fracaso irá pareciéndole como cosa normal y se apoderará de él
una idea negativa sobre sí mismo contraria a la dignidad, que le impedirá avanzar. Para todo tipo
de superación, necesitas esfuerzo, un esfuerzo inteligente, para no seguir en el hoyo, sino para
salir de él. Las personas que han aprendido de los fracasos no pierden el tiempo en
lamentaciones; saben que, por calamitosa que haya sido su historia, por negativo que sea el
balance de su pasado,... está en sus manos cambiar ahora el curso de sus vidas. Estas personas:
aprenden a no repetir lo que causó el fracaso; aplican nuevos medios que les ponga mirando
hacia delante; no culpan a los otros de sus errores; ponen toda su energía vital en aprender y en
abandonar los viejos hábitos que les llevaron al fracaso.
En referencia a aprender de los fracasos, quiero hacerte una última reflexión. El concepto de
éxito y de fracaso no son absolutos ni idénticos para todos. Ambas experiencias están
íntimamente ligadas al sentido que tengas de tu vida. Cada uno fracasa o tiene éxito respecto a
aquello que él vive como valioso y como capaz de dar plenitud a su vida. Como ves, el éxito y el
fracaso tienen mucho que ver con la visión de persona, con los valores pensados y practicados,
que tengas. Desde el punto de vista de la valoración de la persona como valor absoluto –de la
tuya en primer lugar-, se puede comprender que tú como persona sólo puedes fracasar realmente,
cuando fracases como tal: en tu dignidad. Sería el mayor de tus fracasos y lo que convertiría tu
propia vida en una frustración. Sufrir, fracasar,... no son desgracias. Pueden ser aprendizajes para
crecer, aunque a veces quedes atrapado y estancado como en un remolino que te hace girar en
torno a lo mismo. Los sufrimientos más dolorosos pueden ser grandes lecciones de vida. Por eso,
no intentes evitar a tu niño o niña el magisterio de los fracasos. Mejor será que le enseñes a
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interpretarlos bien y a aprender de ellos. El fracaso presenta la otra cara de la moneda de lo que
cada uno es: forma parte de nuestro ser limitados. Por eso, el fracaso enseña lo que el éxito
oculta: que puedes vencer los obstáculos si no te das por vencido sino que sigues trabajando a
pesar de tus fracasos y aprendiendo de ellos. Hay derrotas que enseñan más que muchas
victorias. Los perdedores que saben levantarse son grandes hombres y grandes mujeres.
Controla tus preocupaciones. ¿Por qué las preocupaciones, a unos les estimula a trabajar
más y a otros les deprime? La preocupación es una interferencia en nuestra mente, y esa
interferencia, a unos les dice: - Es necesario que te empeñes más a fondo porque la cosa merece
la pena. A otros, en cambio, la interferencia les envía mensajes negativos: - No eres capaz para
superar esto o aquello; -Tú no sirves para eso; - Tampoco la vez pasada te salió bien la cosa. Lo
primero que necesitas, es detectar esa interferencia y saberte situar ante ella con una actitud
positiva. Con mensajes positivos: - Soy capaz; - Sirvo y puedo; - Lo de la otra vez puedo
remediarlo,... Es bueno un cierto entusiasmo, sin euforias, y un cierto temor, sin depresión.
Aplaza la recompensa. Como educador, debes saber aplazar la recompensa de tu tarea
educativa. En este sentido, la vida siempre te está planteando desafíos; por ejemplo, entre la
gratificación inmediata o su aplazamiento. Es una lucha de gran trascendencia en la vida de
cualquier persona, y más si es educador. Se trata de buscar lo inmediato o de saber aplazarlo y
esperar. Saber aplazar las gratificaciones, si se aprende desde niño con naturalidad, constituye
una actitud fundamental para la construcción de la propia conducta. Esta capacidad de saber
resistir, retrasando la gratificación, constituye una parte esencial del gobierno de uno mismo. Y
todo lo que se haga en esta dirección en la educación de los hijos, será siempre de gran
trascendencia: en la vida nada importante es inmediato. No olvides que en la educación de tus
hijos estás invirtiendo a largo plazo, y ya sabes que los valores de la bolsa suben y bajan, a veces
en poco tiempo. Si esperas que tu niño o niña sea una persona adulta en cuatro días, estás en
una ilusión. Ser adulto es posible, pero necesita tiempo, asimilación lenta de los valores y de la
riqueza que incluyen, y en el educador, sabiduría, paciencia, constancia e ilusión. Es más valioso
haber invertido para dejar en el mundo una persona madura, que dejarle unos cuantos millones o
un buen piso. Por eso, sigo pensando que el "oficio" de educador no es rentable económicamente,
pero es el que mejor bien que deja a la humanidad.