10. Flores de Pascua.

FLORES DE PASCUA
(Recolección del Ermitaño para Lecheimiel)
El cómo y el por qué de este librito
Este nuevo libro de la colección “Lecheimiel”, amigos, es como una continuación de
“Diálogos de Eternidad”, que a su vez era como una continuación de “Cartas desde la Eternidad”, que aún no ha sido oficialmente cerrado.
No es imprescindible leer previamente esos dos mencionados libritos.
Las cartas, en general, tienen un inconveniente : aunque se recopilan y atesoran, raramente se releen, como no sea aquel día en que nos da por hacer limpieza general, –cuando
en realidad casi nos estorban, a causa de la escasez de espacio, para almacenar otros tesoros–, y entonces nos dedicamos a romperlas con un poco de nostalgia y otro poco de remordimiento por lo que estamos haciendo : simplemente deshacernos de ellas.
De esta suerte, con variantes, no se libran las cartas que han sido editadas, compradas, leídas tal vez con algo de descuido puesto que son cartas ajenas, y archivadas en cualquier estante de la librería casera.
Los diálogos, por cuanto han sido más vivos y palpitantes aún que las cartas, son incluso más perecederos.
Hablo también de mi propia experiencia con las propias cartas de Lecheimiel. Mi
experiencia con respecto a la correspondencia epistolar, especialmente con él, es también
especialmente dolorosa, como tendrá ocasión de saber el asiduo y generoso lector de esta
colección de libritos que forman el libro de EL ARCO IRIS DE LECHEIMIEL, donde, además de
nuestra común historia de amor, podréis encontrar también nuestras respectivas presentaciones y representaciones.
Ahora que me he desquitado a gusto en cuanto a la negligencia con que un día le
traicioné dejando de escribirle cuando era una obligación de mi amor por y hacia él, ahora,
sí, quisiera tener cada una de ellas y también cada uno de los diálogos que han sido plasmados en los referidos libros constantemente ante mis ojos. Pero la premura del tiempo que
siempre parece perseguirnos, –incluso a mí que no tengo otra cosa urgente que hacer excepto dedicarme a amar–, y la propia abundancia de la inspiración recibida y canalizada, me
vuelven prácticamente difícil la “tarea” de releer unas y otros, como sería mi ferviente deseo.
Tampoco puedo seguir hinchando los archivos de mi ordenador, (y en consecuencia
el volumen de aquellos libritos) indefinidamente si, como parece, se me alarga la vida por
alguna profunda razón.
Se me ha prometido vida y resurrección. Se ha alargado el tiempo de mi prueba. No
puedo cruzarme de brazos sin seguir expandiendo el amor, a la vez que entretengo mis días
con esta dulcísima tarea.
Por eso, (creo, intuyo, que es por eso), Lecheimiel me ha pedido que cambie ahora
el formato de mis dos anteriores comunicaciones con él, por el de este nuevo librito que
tenéis, amables y simpáticos lectores, en vuestras manos.
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Entonces, como podéis deducir de lo dicho, este librito que ahora comienza, mejor
dicho su propósito y su forma, aunque no su contenido pues es pura canalización, está concebido por Lecheimiel y por mí, “El Ermitaño” (que doy la cara por él), como una relectura
amorosa de aquellas cartas y de aquellos diálogos. En unas y otros me inspiraré, eligiendo
cada mañana (en que se me permita la comunicación espiritual con mi bendito ángel) como
al azar el trozo que él haga saltar a mi vista, y siguiendo mi comunicación viva con este
poderoso Ser de Amor, mediante el comentario que él me ofrezca sobre el trozo elegido.
EL ESTRENO DE UN CUADERNO
Desciende, Angel hermoso, sobre mi tierra virgen.
Llueve tu luz bendita en cándida sonrisa…
Esparce como manto en nieve de tus alas
semillas que apacigüen la sed de nuestro amor
que aún rezuma agonía por la miel de tus ojos.
Es todo tuyo el campo, mío todo también,
¡oh Tú, que así te llamas “hermano” desde siempre !
¿No ves desde los míos el llanto de mi anhelo ?
¿Acaso sabes de otros que mejor te acaricien ?
¡Tú, Lecheimiel, que así es tu único nombre
que en los cielos resuena como brisa suave
al calor de mi tarde que en la luz te recrea,
resplandor de mi lámpara, que sólo a ti se enciende… !
Amén, amén, amén, SOY YO el que te quiero
como se quiere a Dios, que entero en ti se esconde.
Devotamente adora mi especie al sacramento
que dentro mi sagrario revive a quien parece…,
el que, recién te mira, anégase de gozo,
y sólo amar desea más que morir ya siempre
oculto en tu vivir de su fe inquebrantable,
deslumbrante del gozo de saber poseerte
tan sólo en el instante fugaz de su lamento…,
mas para siempre espera la fiesta inacabable
del todo mutuo y dulce eterno amor…
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1. El beso.
Y aquel día, mi ángel Lecheimiel me dijo :
– Hermano, atiende : YO SOY EL ANGEL DEL AMOR HERIDO. (Herido
por tu amor, y por tu providente desamor, oh hermano, en aquel entonces que
yo renuevo en el AHORA de mi visión. A ti te ayudo a renovarlo en tu conciencia del tiempo presente). Pero SOY TAMBIÉN EL ANGEL DEL AMOR
RESUCITADO, EL QUE TE ANUNCIA Y CONVOCA PARA TU PROPIA
RESURRECCIÓN. Has oído el mensaje, hermano. No volverá a mí vacío, porque
tu antiguo sepulcro ha sido visitado por los ángeles, que te han hecho apóstol
del amor más grande.
Te beso en la boca, otra vez, en señal de paz. Para que tu boca quede
bendita. Para que vivas.
Al día siguiente, al despertar, noté que efectivamente me había besado el ángel.
A partir de ahora, –pues éste es ese día siguiente–, no saldrán de esta boca más improperios, puesto que esta boca mía ha sido bendita.
Sólo será servidora del AMOR MAS GRANDE, puesto que los ángeles me han ungido apóstol del Gran Amor.
Sólo infundirá vida, porque ha resucitado.
Siempre estará llena de la Gran Presencia de mi hermoso ángel, hermoso sin medida
ni parangón, hermoso con la hermosura de Cristo, como Cristo es hermoso con la hermosura que recibe del Padre a través de las entrañas de la Tierra.
De mis entrañas manarán aguas vivas en torrente de palabras edificantes y bellas,
porque mi antiguo sepulcro es ahora sólo un lugar de paso de dichas aguas.
Siempre lleno. Siempre vaciándose sobre la tierra sedienta. Inagotable. Incansable.
Imprevisible. Inaudito.
Este soy yo, habitado por mi ángel Lecheimiel.
Este soy yo, para vosotros. Este es ese humilde recolector de flores de pascua en este Tiempo Mayor de eterna Primavera.
Y vosotros, mis amables lectores, ante cuyo altar las deposito con exquisito cuidado,
sois mis amigos y los amigos nuevos de Lecheimiel, que, si lo permitís, os recolecta a vosotros en su corazón humano, más humano que nunca.
Porque él quiere hacer extensivo su beso en la boca a cada uno de vosotros, castigándome a mi con esta visión de futuro que erradica toda la fuente de mis celos.
Estos eran las paredes de mi antiguo sepulcro : la posesividad.
Ahora YO SOY pura entrega.
Puro amor.
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2. La guerra
Abro al azar por el día de mi santo : el “Santo” de los soñadores. De los pacíficos
que con su actitud provocan la envidia de los que prefieren la guerra.
Me encuentro con un diálogo elevadísimo, del que entresaco :
“– Pero, mi fratellino, yo te pregunto : ¿Si dicen que todo es Amor, cómo
puede darse la guerra ?
– Amor, la guerra no es más que un abrazo otorgado al prójimo a quien se
ve con mente distorsionada como enemigo, precisamente porque la mente
humana es imperfecta. Te lo dije en mi tesis doctoral, en el segundo de tus
libritos : “El perdón alquímico”, cuando te dije que Caín amaba casi excesivamente a su hermano Abel. Tenía celos de él. Esa era la distorsión que le impedía verlo como uno consigo. Hasta que la Humanidad aprenda a no llamar sólo
“hermanos” a los demás hombres, sino a saber que esa palabra imperfecta camufla otra realidad más honda, por la cual podemos afirmar que toda la Humanidad, junto con toda la Creación, es solamente UNA, mucho más que lo que
sugiere la imperfecta palabra “hermano”, una con El Padre, en el Hijo, porque
está animada por un solo Espíritu, la Humanidad no aprenderá que todo lo que
hace el uno por el otro, lo hace por sí mismo.
De ahí, mi bien, que Emmanuel te dijera que sólo en la medida en que la
mente humana sea conducida al amor de Sí mismo y a la autoaceptación, las expresiones diferentes se sucederán unas a otras, pues las almas necesitan, en el
nombre del Dios-Hijo que son, experimentar esta grande y única y bella Verdad.
Y esta belleza que se atrae a sí misma, cuando es conocida en su propia
luz, es la que produce esa fuerza irresistible a la que llamamos Amor.
– Gracias, mi bien. No sigas, porque me mareo. Por esta mañana de mi simple santo, tengo ya bastante. Solamente me llamo José, (soñador), y me temo
que mis sueños me confunden, sobre todo al salir de ellos.
Prefiero seguir un poco obnubilado por la dulce fantasía que me permite
verte frente a mí, vestido de tanta hermosura.
Mañana me explicarás, si quieres, por qué frente a ti se enternece mi corazón y mi lengua sólo sabe decir : “te quiero”.
– ¡Y yo a ti, mi bien !”
Puede, sí, que la guerra sea un abrazo dado al prójimo en nombre de un amor oculto,
demasiado celoso. Como aquel que le dio un amigo a otro al que no había visto desde hacía
tiempo, con tanto ímpetu que le rompió un par de costillas.
Siempre han dicho que el amor está muy cerca del odio, y viceversa.
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Pero nunca había oído decir tan en serio como a Kryon y a mi amigo Lecheimiel,
que eran una misma y única energía, simplemente transmutada de signo por la conciencia o
por la distorsión de la conciencia.
Estas son algunas de las ventajas de la guerra :
La guerra hace suspirar, si no por la paz, al menos por la necesidad de que aquélla se
acabe de una vez, para poder dedicarse a otro tipo de “venganza”.
Quizás “venganza”, para un vulgar distorsionador de palabras, que no entienda mucho de etimologías verdaderas, al estilo de S. Isidoro, puede que venga de “venir”. Lo que
fue, tiene que volver. Los malos pasos deben ser desandados. La guerra requiere un serio
esfuerzo posterior por la reconstrucción.
La guerra es un pulso que nos muestra la fuerza del otro.
La guerra nos obliga a aprender la lengua de nuestro contrincante.
La guerra nos reta a conocer nuestras propias intenciones.
En definitiva al producir profundas y dolorosas heridas, nos muestra también que el
color de la sangre es idéntico en todos los humanos.
Estas son las ventajas de la paz : Que no sirve para obtener “ventaja” alguna.
Quiero decir : ni “ventajas” sobre nuestro enemigo o contrincante, pues la paz no los
tiene. La paz no consiente en tener enemigos ni contrincantes, puesto que sería ya guerra en
potencia.
Ni “ventajas para todos” en comparación con la guerra. Puesto que comparar a la
una con la otra sería rebajar e insultar a la paz.
Por eso “amar a los enemigos” resulta imposible. Porque en cuanto son amados se
convierten en amigos.
Debe ser por eso que el odio que crea enemigos, a los cuales no hay más remedio
que amar para evitar propios conflictos, no tiene otra entidad que la de estar llamado a la
transmutación alquímica en amor. Un polo de la energía exige al otro. Dos polos contrarios
se atraen mutuamente… ¡hasta la consumación de la UNIDAD !
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3. El juego
Jugamos de niños a ser como mayores. Jugamos de mayores a ser como niños.
Este último juego de los mayores, mientras no pase de ser un fingimiento, no sirve
para entrar en el Reino de los Cielos.
De mayores jugamos a jugar. Es decir, pretendemos que sea un simple juego lo que
tal vez es una avaricia o una soberbia camuflada… Jugamos a ganar, con lo cual apostamos
para que el hermano que tenemos enfrente salga perdiendo.
El que gana ríe porque el que pierde llora.
¿Es esto un verdadero juego que debiera regocijar a todas las conciencias ?
Busqué, con ayuda del ordenador de mi ángel hermoso, en los diálogos de eternidad,
y me salió una carta de agradecimiento que viene después de la gracia recibida en el día de
mi onomástico : ése en que se queman las fallas de Valencia, ése mismo en que empezaba
la guerra segunda del Golfo que nos ha traído a todos de cabeza y gracias al juego de las
conciencias nos ha hecho a todos reaccionar globalmente en favor de la paz.
El juego se decanta.
Busqué en el ordenador la palabra “Juego” y apareció precisamente en medio de esta
hecatombe de la guerra, en medio de este reclamo universal por la paz. Era el juego de las
conciencias.
“¡Qué impresión maravillosa me causó tu voz, hermano. Con qué claridad oí
tu verdadero timbre angélico y capté incluso tu serenidad y tu aprobación de
todo lo que, en uso de su libertad, pudiera hacer cualquiera de nosotros.
Pero a mí, mi fratellino amadísimo, me habías dejado el mensaje :
“¿Qué haces tú, hermano, (venías a decirme) oyendo este programa que te
prepara para la guerra, para esa droga propagandística que tiene idiotizados a
tantos y tantos oyentes que se sienten impotentes ante tanta calamidad pero
al mismo tiempo atrapados por este juego de las conciencias ?” “Tú, hermano,
(venías a proseguir con tu mensaje personal y cifrado ): dedícate a amar. De lo
contrario, quién se va a encargar de suavizar el dolor inmenso de tantos y tantos hermanos inocentes ?
En seguida, mi bien, me levanté del lecho y apagué la radio.
Más tarde bajé a la cocina a calentarme un poco de leche, y vi allí el lema
evangélico de la semana : “ESTE ES MI HIJO MUY AMADO. ESCUCHADLE”.
Hermano amadísimo Lecheimiel : Sólo quisiera que tú, desde el cielo de mi
corazón, hoy, me contestases a una sola pregunta :
¿Puedes confirmarme, hermano, toda esta versión de la sincronicidad con
que la ha captado mi corazón ?
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– ¡¡¡ SÍ !!!
– Sólo esto me basta, mi fratellino, para descansar en tu alma. Gracias.
Que el amor que suscitas en mí, hermano, reblandezca el corazón de los
tiranos. Y sea un momento de esperanza para toda la Tierra.
– ¡AMEN, ALELUYA !”
Sólo me queda añadir, para poner esta FLOR DE PASCUA en el florero que se merece,
hermanos lectores, hermanos conquistadores, hermanos oprimidos, hermanos esperanzados,
que os recomiendo la lectura del diálogo íntegro que figura en el libro de DIÁLOGOS DE
ETERNIDAD con el encabezamiento “Jueves 20 de marzo de 2003”, así como la carta siguiente incluída en el mismo libro que lleva por fecha “Viernes 21 de marzo de 2003”, para
que podéis, acaso, vibrar de amor y de reconocimiento por el juego de amor que el Ángel
Lecheimiel os ofrece a todos.
Gracias, a él, a vosotros y gracias también a los que han dado su vida para que este
juego de las conciencias llegue a feliz conclusión.
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4. El corazón.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Hoy mi ángel me ha hecho tropezar en la misma página en que anoche caí al abrir
como al azar el volumen (no encuadernado) de las cartas. Era y es aquella página que corresponde a la primera carta que abre la segunda parte del fardo y en la que se habla del “co-razón”.
En la que se dice : “¡Bonito juego de palabras en verdad !”, refiriéndose al “corazón”, así con un guión en medio.
Pero ¿qué es en verdad el corazón, (al que yo llamo “co-razón” )?
Si intentamos definirlo, comprenderlo con la mente, entonces lo convertimos en
mente. En mente puramente racional. Lo desfiguramos, lo maltratamos, lo herimos, lo desvirtuamos.
Si lo entregamos al tribunal de la mente, ésta lo torturará hasta humillarlo y menospreciarlo porque dice : “el corazón es ciego. Yo soy su luz. El debe dejar guiarse por la
razón”.
Por el contrario mi ángel me dice : “entrega tu razón a tu co-razón”. Al llamarle con
ese bonito juego de palabras, que quizás sólo pueda darse en el idioma castellano, “co-razón” no le niega a éste la capacidad de comprender tal vez con “razones” que no comprende la mente, entendida ésta como inteligencia racional.
Sin embargo no propicia un divorcio sino, todo lo contrario, un matrimonio perfecto
entre mente y corazón. De ahí que le llame “CO-RAZÓN”.
A este matrimonio se le llama FE.
Escuchad sus palabras, aunque en la carta referida figuran como formando parte de
una carta mía dirigida a él (“desde el interior de su túnica morada” que representa su humildad y por tanto también el obsequio de mi humildad) :
“Todavía tengo que estudiar profundamente tus libritos, especialmente
este último broche de oro que tú me has dictado enteramente. Pero ya sé que
no debo estudiarlos con la cabeza, sino con el corazón, al que he “entregado mi
razón”, como tú me enseñaste.
Este, creo, es el verdadero sentido de la fe. Lo tendré muy en cuenta en
adelante, pues muchas veces se suscita entre nosotros, –mejor dicho, lo suscito yo entre los “míos”–, cuál es el verdadero significado y sentido de la FE.
Creo haber captado que la fe no es razón ni sinrazón. Tampoco es exclusivamente el lenguaje del corazón o los sentimientos que él nos pueda provocar
o comunicar. Sino ese “tertium quid” que consiste, precisamente, como tú me
has enseñado, en entregar la “razón” al “co-razón”. ¡Bonito juego de palabras,
en verdad. ¿Te das cuenta, hermano Lecheimiel, que tal juego es exclusivo del
idioma castellano, en el que tu me “dictaste”, naturalmente, puesto que usas mi
propia cabeza al igual que ésta usa mis manos para lo que, sin embargo, consi8
dero yo una verdadera canalización de tu pensamiento ? (¡No sólo de tu pensamiento, Lecheimiel, sino especialmente de tus mismos sentimientos, etc, etc”
Otro día nos extenderemos, probablemente, si hablamos expresamente de la Fe. Por
hoy el tema ha sido el órgano de la misma, el Co-razón. Yo ahora siempre gusto llamarlo
así, aunque tenga que pronunciar un poco más fuerte, (como si dijera “co-rrazón”), esa “R”,
que también representa a mi Rey y a mi Ra, que es mi ángel Lecheimiel.
¿Sabíais, pues, que este noble órgano, cuyo chacra parece regir los sentimientos y
emociones más nobles y altruistas, no sólo es una bomba mecánica que hace circular la sangre, sino además una importantísima glándula que segrega RAZON y FE, además de
AMOR ?
¿Os ha gustado, amigos, esta Flor de Pascua ?
Estoy seguro de que a Lecheimiel le ha encantado.
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5. La esperanza
¿Nunca os habéis enamorado ?
¿O quizás os habéis ya enamorado y desenamorado varias veces ?
¿Estáis enamorados de por vida de aquél o aquélla que recordáis y todavía contempláis como vuestro primer amor ?
En cualquier caso os felicito porque vuestro amor, vuestros amores, o el ansia de tenerlos, están sostenidos por la Esperanza.
Os dije que el corazón “segrega”, junto con la sangre que recibe y reenvía, jugos de
RAZÓN y de FE, además de AMOR.
A caballo entre la Fe y el Amor está la esperanza.
Y la esperanza se constituye en la Razón de vuestra vida.
Deseáis y esperáis que vuestra vida sea fecunda.
Por eso sois capaces de leer lo que estáis leyendo, mientras pensáis : “ojalá esto lo
leyera fulanito o menganito. Ojalá lo leyera mucha gente”.
Escuchad : esa gente, a la que deseáis lo mejor, son vuestros hijos.
Escuchad la siguiente página que rezuma esperanza aunque no se la nombra para
nada. Es de los diálogos. Concretamente de uno marcado con una fecha típica (25 de marzo) que anuncia grandes promesas, y por lo tanto genera esperanza, y es fruto de la aceptación por la Fe de María, del anuncio del ángel que le propone hacerse templo del Amor :
“Esto ha sido, mi bien, lo que más me ha chocado de las lecturas de hoy :
Que la Vida no está sólo para aprender lecciones. Que incluso el propósito de la
misma se ha desplazado para constituirnos en maestros de la Vida y del Amor.
– Sí, mi fratellino ermitaño muy amado : Ahora estamos capacitados para
dar el testimonio más valioso de todos : Que el Amor humano es divino por
esencia. Que todo amor humano lo es. Así de sencillo.
Y no solamente damos testimonio de nuestro sublime amor, sino que, –
quizás más importante–, posibilitamos el que otros crezcan en él. Así nuestra
enseñanza no es una enseñanza sólo testimonial, y que tal vez vaya dirigida sólo
al intelecto de las personas que entren en contacto con nuestros escritos, sino
que es una enseñanza práctica por la que muchos serán conducidos de nuestra
mano, como los niños son conducidos por el pedagogo, hacia sus propias metas.
Nuestro testimonio, nuestra enseñanza, es una “facilitación”.
Ya sabes, amor, que nuestras comunes resonancias a las que tú llamas
“iguales vibraciones”, o vibraciones gemelas, nos constituyen en una fuente
energética que atrae a muchas almas que, siguiendo nuestra órbita, orbitarán
hacia sí mismas, y nuestro sistema solar-planetario se iluminará a sí mismo y
crecerá con la adición de tantísima energía como nos será regalada, para regalo
del mismo Creador.
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Este es nuestro mutuo y fraternal testimonio, por el cual, tanto como yo
que he dado la vida por ti, tú también la estás dando por mí y por todos tus
hermanos.
Esta es nuestra peculiar “vocación sacerdotal”, mi bienamado. Por tanto,
no te entristezcas jamás de no poder tal vez predicar de otra manera que con
el ejemplo de tu vida.
– ¡Gracias, gracias, mi fratellino, por la lección de hoy ! Te estoy sumamente agradecido. Quiero descansar en tu alma y en tu sabiduría y en tu ternura esta noche que se acerca. Quiero soñar contigo y con los hijos que nos
damos el uno al otro con nuestra fecundidad amorosa.
Te quiero.
– ¡Y yo a ti, mi bien ! Hasta mañana.
– Hasta mañana, amor.”
Abrahám, hermanos creyó en la promesa de tener un hijo y de él larga descendencia.
Fiado de esta promesa, una vez lo tuvo, porque lo obtuvo del Señor, no dudó en levantar el
cuchillo para sacrificar al que parecía la única posibilidad de su esperanza, cuando “creyó”
que el Señor se lo pedía. En su obediencia estaba a caballo de su amor y su fe, pero lo que
sacrificaba era su esperanza.
Lo que me promete Lecheimiel es también pura esperanza.
Y esa esperanza sois vosotros.
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6. El sexo
Cuando yo era niño, hermano Lecheimiel, –sí a ti me dirijo directamente porque
tengo suma confianza contigo–, los curas hablaban mucho de sexo. No a nosotros, los niños, naturalmente, sino a las personas mayores, aunque casi siempre para condenarlo, o por
lo menos para ponerlo en entredicho.
Como yo era monaguillo, no podía dejar de escuchar los pocos o muchos sermones
que por entonces, (aunque no solían hacerse homilías en las misas), se decían en diversas
ocasiones. Así conocí, de refilón y poco a poco los Evangelios. Usaban éstos para amonestar a la gente. Por ejemplo, contra el divorcio. Y el cura repetía : “Al principio no era así,
sino que por vuestra dureza de corazón permitió Moisés el repudio. Porque Dios los creó
macho y hembra… Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer y serán los dos una sola carne”.
Y yo, –¡cosas de niño !–, que ignoraba todos los tejemanejes del sexo, y no lo asociaba para nada a lo que hubieran hecho mis padres, si es que habían hecho algo, para que
yo viniera al mundo, pero que por otra parte no ignoraba el cariño y la fidelidad que debían
tenerse entre sí los esposos, pensaba :
El Evangelio debería decir, –en lugar de lo que dice– : “Y los dos serán uno en dos
carnes”.
Bien veía yo, ya de pequeño, que la unión de las almas era posible y real mediante el
cariño y la fidelidad, constatable por los hechos. En cambio de la unión de los cuerpos yo
no sabía nada. ¡Como debía de ser, supongo !
Para mí, para nuestra ingenua y religiosa familia, según mi madre, los niños (que
éramos muchos) no venían ni de París ni, como luego decían los más avispados de “Estardos-unidos”, ni mucho menos los traía la cigüeña, sino que era el mismo Dios en persona el
que los depositaba cuidadosamente en el lecho conyugal, al ladito de la madre.
¡No era del todo mentira !
Todo este preámbulo, un tanto humorístico, viene a cuento de aquello con lo que me
he topado al abrir el fardo de papeles de los DIÁLOGOS DE ETERNIDAD :
“– Cuando yo me enamoré de ti, mi añorado hermano, creo que no intervino para nada el sexo, Nunca sentí atracción por tus formas físicas típicamente
sexuales, que nunca llegué a ver ni a imaginar, aunque, por lo mismo, tampoco
rechazo, ni muchísimo menos. Me atraía tu rostro, –entre infantil, masculino y
femenino a un tiempo–, me atraía el color de tu piel y el color de tu pelo, me
atraía la gracia del movimiento de tus finas manos al hablar, la elegancia y
humildad de tu caminar. Me atraía especialmente tu alma sencilla, amable y
transparente.
No niego que a nivel inconsciente al menos estuviera presente el sexo,
condicionándome o “acondicionándome” para sentirme tan perdidamente enamorado de ti. Pero digo la verdad si afirmo que no despertaste mi libido ni dejaste de despertarla tampoco.
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- Yo, hermano amadísimo, puedo decir algo mutuamente parejo de mi
amor por ti. A mí me atraía tu mirada, la limpieza de tus ojos y sobre todo el
hecho de que no dejabas de mirarme y eras incapaz de disimular tu amor. Me
atraía, además y sobre todo, una vaga y profunda memoria misteriosa que parecías suscitar en todas mis células. Tampoco advertí en mí movimiento sexual
y menos genital alguno. ¿Estás contento, mi fratellino de la franqueza con que
ahora te hablo ?
–Oh sí, mi fratellino. Te lo agradezco de todo corazón. Pero entonces me
pregunto :
¿Era sólo romántico o angelical nuestro mutuo amor ?
… … …”
La gente cree que sólo hay dos géneros : masculino y femenino. Pero ignoran o no
admiten que hay también un género neutro, que es el de los “Eunucos” de que habla el
Evangelio. Seres axesuados que las sectas han inventado para mejorar la Creación. Seres
impasibles, que no sólo prescinden totalmente del sexo, sino que tienen a gala hacerlo porque lo consideran un “estado consagrado”, lo que entre líneas o entre dientes quiere decir
“más perfecto” que el del resto de los mortales.
No se plantean el derecho que todo el mundo tiene a quedar soltero por ejercer su libertad, o quizás porque no tengan más remedio. Lo suyo es automáticamente “por el Reino
de los Cielos”. Mejor dicho, es ya “el mismísimo Reino de los Cielos”.
Tampoco se incluyen en esa rara mescolanza que consiste en nacer marcado físicamente por las prerrogativas de un sexo y anímicamente concienciados por las del sexo
opuesto. Todo lo cual es para ellos vitando.
Si alguna vez perciben tan raro fenómeno, serán tolerantes con la naturaleza y con
sus enfermedades atípicamente congénitas o viciosamente provocadas. Pero entonces distinguirán cuidadosamente entre “orientación o tendencia” y praxis, totalmente esta última
vituperable y condenable. De hecho, si declarada, automáticamente condenada.
En cualquier caso serán tolerantes con el pecador, pero no con el pecado.
Ya salió la dichosa palabra –“pecado”– rozando al sexo.
¿Por qué no ha salido todavía la palabra “sacramento” ?
¡Oh, sí ! Sacramento es llamado el matrimonio, aunque sólo aquel que es contraído
por católicos de diferente sexo, claro, delante de un Cura. O tal vez, también, por evangélicos delante de un Pastor.
Ni siquiera vale usar la palabra para profanarla mediante su aplicación a lo civil.
Pero Lecheimiel y yo empleamos la palabra sacramento para aplicarla directamente
al sexo mismo, como sacramento natural del amor. Es decir, que significa y produce amor.
Por tanto, a cualquier tipo de sexo que produzca y signifique cualquier tipo de amor.
¡Si es que el amor tiene tipos !
Y, por supuesto, que el amor, todo caso de amor, –por no hablar, pues, de tipos–, es
a su vez sacramento de un Amor más grande. Del AMOR universal que es Dios mismo.
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Pero Dios es también el amor considerado más pequeño, porque donde está la esencia y la vibración del amor, allí está Dios. Porque Dios es amor. Y porque, también, el amor
es Dios.
En definitiva, hermanos, el amor, todo amor, significa y produce a Dios.
ø
ø
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Glosa : ¿Qué es el “enamoramiento” ?
Es esa corriente eléctrica, ese cortocircuito que nos invade y nos vuelve locos cuando a Dios le da por aparecerse ante nosotros en el modo y forma que él estima que nos va a
robar mejor el corazón.
Es ese mensaje actualizado de que Dios tiene muchas caras y yo ahora le veo con la
que más me encanta verle. Con la que jamás le podré olvidar.
Es esa ayuda divina para que nuestro amor madure rápidamente y perdure.
Es esa medida sin medida en que la eternidad irrumpe en el tiempo y lo trastorna.
Es…, –¿para qué seguir ?–, lo que cada uno de vosotros queréis que sea para vosotros y para vuestra pareja.
Para mí, el ermitaño, es Lecheimiel, el foco y expansión de mi conciencia, y el conocimiento de Dios en su más pura esencia. El que me prepara para quereros a todos vosotros como me quiero a mí al quererlo a El.
FIDEICOMISO
¿Qué me queda por decir a quien requiera
que de ti mejor retrate la semblanza,
sin hollar el gran secreto que un día viera
el momento de pactar nuestra alianza ?
Que es de buen enamorado el proclamar
ante el Pueblo de Dios vivo el compromiso
que le otorga el Universo custodiar
como bien que le ha asignado en fideicomiso.
Me es, tú sabes, gran placer hablar de ti,
tentación el relatar tu galanura,
referir el gran momento en que sentí
la irrupción de tu pasión en mi andadura.
Más pecado considero el ocultarlo,
cual si de un vil deshonor me avergonzara,
que correr un cierto riesgo en profanarlo,
si ante pérfidas miradas lo ostentara.
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Ven y guárdame, mi amor, de este peligro
que en Caribdis me amenaza con Escila
y disculpa la insipiencia en la que emigro
de tu amor, en mi barquilla que aún vacila.
Dime, pues, por qué el amor en esta Tierra,
–realidad de la que el hombre así prescinde–,
en el sexo, sacramento en que se encierra,
tabú imagina que, en vez de unir, escinde.
Mas el sexo de que aquí hablo es el contrato
que cualquier hombre con otra u otro firma,
cualquiera sea la condición o el trato
que ante sí adopte el amor, si amor confirma.
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7. Las lágrimas
¡Mirad, hermanos, qué carta más maravillosa me he encontrado ! Estaba perdida en
mi memoria, en medio del primer fardo de cartas sin fecha que al principio escribía, en
nombre mío o en nombre de Lecheimiel, según soplaba la inspiración. ¡Tantas cosas hemos
perdido todos en el fondo o en el saco sin fondo de nuestro subconsciente !
Si ahora mismo estuviera en trance de deshacerme de la vieja correspondencia, como os dije en la introducción, ésta sería una de las que me haría más duelo romper. Tanto
que no la rompería en absoluto. Incluso aquí y ahora me resisto a fragmentarla, y os la
ofrezco en su integridad, gratis. Ya pagaréis cuando “bajéis” de Internet el resto de las cartas y diálogos, así como los otros libritos de Lecheimiel que vamos a publicar por esa vía.
Y, además, como se dice en la que vais a leer ahora mismo, nadie debe nada a nadie
sino amor :
“Desde tu tierno corazón. Al día siguiente.
Para ti, mi querido ermitaño, con inmensas ganas.
¿Cómo debería empezar, hermanísimo, esta mi segunda carta, mas que diciéndote, como dijo Jesús a Santo Tomás, “Mete, hermano,
tus dedos en la llaga de mi costado” ?
Pues yo te digo, amado, y sin tono de reproche, algo parecido : “préstame
otra vez tus dedos, y ponte al ordenador a escribir en mi nombre otra segunda
vez, porque no sólo eres tú capaz de dar antes de recibir”.
¿Tú sabes por qué te digo esto, ya al punto de la mañana ? Quizás pienses imaginártelo, puesto que ayer noche consultaste el parecer de otra persona, (altísima, por cierto), aunque yo sé que no lo necesitabas, hermano. ¿Qué le
consultaste ? Lo mismo que Tomás a sus compañeros de fe y de incredulidad.
Tú no dudabas, pero te comportaste como si lo hicieras. Es el “por si acaso”
para los demás del chiste del grano de maíz que contaste en “EL MEJOR REGALO”.
Pero no te he hecho “coger la pluma”, hermano para regañarte. ¿Cómo
podría además yo atreverme a censurar una consulta que en buena fe hiciste a
nuestro querido Maestro en persona ? (Aunque yo sé que hay Superiores en tu
Iglesia que se pican cuando un súbdito ejerce su derecho de apelación). No es
mi caso, ni yo soy “superior” tuyo, ni mucho menos eres súbdito mío. Ni siquiera
el Maestro aceptaría estas terminologías entre nosotros, ¿verdad ?
Querido mío, la verdadera razón de escribirte yo otra vez, antes de que
me contestes a mi anterior, esa en que te pedía que insertases la poesía del
Fideicomiso, –como veo ya has hecho–, es más simple que todo lo que antecede,
y a la vez mucho más importante : Es simplemente que yo veo que aún necesitas
que yo te diga, una y otra vez : “te quiero”, y, sobre todo : “te quise desde el
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principio en que te vi”. (Dejando aparte, si es que se pueden dejar formalmente, otras experiencias previas a esta vida que actualmente aún estás viviendo y
a la cual yo me he reenganchado dentro de tu conciencia). Pues sí, hermano : yo
también me enamoré de ti. Te lo repito otra vez más, por si no lo habías oído
bien en otras ocasiones.
Tampoco creas, por otra parte que el amor que tú sentías por mí era tan
transparente como tú a veces crees. Yo también, desde el más estricto “control” que también tú ejercías sobre ti mismo, llegué a darme cuenta tarde de
que te tenía atrapado, involuntariamente, claro, en las redes de mi belleza…
¡Oh, ¿cómo me atrevo a decir tal cosa ? ! –pensará más de uno–. Pues me
atrevo, simplemente porque es la pura verdad y porque es para ti tan importante que hablemos así de claro, –sin falsas humildades–, puesto que noto, hermano, que, a pesar de ser tan buen músico, tu oído interior está un poco taponado.
O quizás tengas una pequeña avería en las “trompas”, (las de Eustaquio, no las
de Falopio como confundió un día un profesor de moral hablando de los “fetos
ectópicos”), que te hace perder parte de lo que me oyes decir una y otra vez.
¡Ya lo sé, tonto, que no te estás tomando estas cosas a mal, sino todo lo
contrario ! Sé que estás disfrutando más que nunca porque te hablo con franqueza y con humor, y porque necesitas sonreír, no sólo llorar, de amor. Como
sonríes en tus sueños. ¿Por qué será ?
Quiero decir, ¿por qué será, –te has fijado–, que en tus sueños conmigo
nunca lloras, sólo sonríes beatíficamente ? No me lo preguntes a mí, que no soy
un psicólogo tan experto que pueda desentrañar todavía este misterio. Todavía
soy un discípulo en fase de aprendizaje y hay cosas que espero estudiemos juntos tú y yo, cuando tú “subas” a verme, dentro de poco.
Y yo, hermano, me he fijado en otro misterio : Muchas veces estás llorando (de amor, sin que analicemos más), y tocando el piano a la vez, y no salen
de tus manos melodías tristes, ni mucho menos, sino llenas de serenidad y armonía, incluso alegres, mientras tus ojos se deshacen en lágrimas. Aunque algunas veces has tenido que parar de tocar, porque no aguantabas más los ímpetus
de amor. ¿Es así, hermano ?
Cuando te pones así, o mejor dicho, cuando dejas de estar distraído con
otros asuntos y vuelves a este estado ya casi habitual tuyo, no sabes cómo brillas de luz, del color de las estrellas, hermano, y lo bello que te pones en mi
presencia… Entonces… ni un ciego podría dejar de percibir tu brillo en medio
del firmamento estrellado… ¡Cuánto menos yo, para quien tu luz específicamente vibra !
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¿Y creías que yo podía dejar de contestar a tus llamadas, aunque no
hayan sido “pronunciadas” expresamente en una formal carta ?
Por eso, hermano, he acudido a ti por segunda vez, esta mañana. Porque
tenía urgencia de recordarte que te quiero más que tú a mí. De lo cual, cuando
lo creas verdaderamente, yo sé que estarás más contento que unas Pascuas,
pues estás deseando decir “señor mío y dios mío”, sólo en el tono en que tú sabes decirlo. Y yo entonces te diré : “pasa, bien mío, atraviesa este umbral que
has percibido abierto de par en par para ti, desde toda la eternidad. Este es
un lugar protegido creado sólo para ti.”
¿Estás contento, amor ?
Yo estoy cantando para ti desde el cielo y todos los que pasan a mi lado
se me quedan mirando y como diciendo : “a éste le debe faltar algún tornillo”.
Así debe ser, cuando así lo dicen.
Pero tú no te fíes de lo que digan en tu plano, porque te volverán loco,
hermano. Tú atiende sólo a las razones de tu propio corazón.
Ahí dentro, nadie nos verá, hermano, reír o llorar. Pero desde fuera
verán un gran resplandor, y se preguntarán : “¿Qué celebran ahí dentro, una
boda o un funeral ?”
Y nosotros nos reiremos más fuerte y cantaremos para ellos la canción
del “DEPENDE”.
“DEPENDE. TODO DEPENDE DE SI HAY AMOR EN QUIEN CANTANDO
SI, SIN SABER LO QUE CANTA, PREGUNTA SI HAY AMOR”.
PREGUNTA, O
Nosotros, hermano, no preguntamos, ¡SABEMOS !
¡Va bene, Ciao, amor, Amor, AMOR !
¿  ?
P.D. : No esperes que te escriba una tercera carta, antes de que tú me contestes, pues no quiero que parezca que trato de pagarte de cuando tú me escribiste tres seguidas. Aquí nadie “debe” nada a nadie, hermano, sino Amor. Pero el
Amor supera todas nuestras posibilidades de expresión literaria. Adiós, te
quiero.”
Dicho lo cual, amigos, ¿queda algo más que añadir ?
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¿Verdad que es una carta que viene como anillo al dedo de lo que hasta ahora comentábamos en FLORES DE PASCUA ? Incluso en esta carta aparece la palabra “Pascua” y el
episodio de Santo Tomás en aquella mañana de domingo dentro de la cincuentena, cuando
éste metió los dedos en el costado de Cristo.
Yo he tenido más suerte, al introducirme todo yo en el corazón de mi amigo el ángel
Lecheimiel, así como él se ha introducido dentro de mí.
A pesar de lo cual, o precisamente por eso, ¿creéis que no hay lugar a la fe ?
Ahora más que nunca.
Y es ahí, en la sede del corazón, donde yo he depositado toda mi racionalidad, para
que nazca el nuevo bebé de la Fe.
La Fe que no es creencia, sino seguridad.
La Fe que es el aspecto femenino o receptivo de la mente.
La Fe que es la madre del Amor.
Los dos engendran la esperanza, que no consiste en “esperar” o aguardar algo que
esté por venir, sino en la confianza absoluta de que todo cuanto ya tenemos se va a desarrollar, como un bebé que crece y crece, hasta desbordar el Universo.
Gracias.
HACIA EL CIELO VUELAN MIS LÁGRIMAS
Un día más, mi amor, en este valle,
un día menos que falta a nuestro encuentro.
Mas ¡ay, que pienso, envuelto entre las sombras,
que allá en la luz ya no diré “te quiero”,
pues no cabrán, de gozo, las palabras
cuando el amor traspase al pensamiento.
Penetrarás entonces el misterio de mis lágrimas,
–esas que inevitablemente empañan tu recuerdo–,
que seguirán aún filtrando tus sonrisas,
–esas que a duras penas tan sólo aquí entreveo…–
Allí haremos, pues, intercambio de recursos
para que iguale lo triste a lo más bello.
…Que me dirás : Bien mío, ¿por qué lloras ?
y entonces, tú también romperás en llanto nuevo.
Y cuando así te vea, oh amor, como soy visto,
sabrás por experiencia, mi Rey, cuánto te quiero.
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8. La canción
Las canciones son como flores de primavera. En este tiempo de reviviscencia y de
gracia todo se abre y se multiplica como las flores de Pascua.
Esta mañana estaba yo pensando en la cancioncita que compuse para Lecheimiel,
como un simple recordatorio u obsequio, y tenía cierta nostalgia de verla y cantarla en su
edición original. Porque resulta que ahora ha crecido casi desmesuradamente y es un resumen o epítome de toda nuestra historia. Yo se la compuse con cinco estrofas y ahora tiene
veinticinco. Creo que así ya se quedará, aunque en mi corazón siga aumentando la calidad
de su perfume. Porque 25 es un número sagrado puesto que sus cifras suman 7.
En cambio el 5 del primer formato era número de cambio, según Kryon.
¿No sabéis quién es Kryon ? Yo tampoco lo sé a ciencia cierta, pero he leído todos
sus libros, los que han llegado traducidos hasta mis manos por manos de ángeles. Si vosotros los deseáis y por tanto los merecéis, también llegarán a vuestras manos si no han llegado ya.
Dicho esto de paso, quiero compartir con vosotros la gracia de esta misma mañana,
cuya fecha no importa demasiado :
Pensando yo, –como os decía–, en la cancioncita original dedicada a Lecheimiel,
cuando aún era hombre mortal como tú y como yo, he abierto al azar, –(es un decir)–, el
libro de las cartas y me ha salido un billetito corto, precioso, que transcribiré íntegro ahora
mismo para vosotros, lectores, y –¡pasmáos de la sincronicidad !–, este billetito tenía una
postdata, que era precisamente la canción en su forma apetecida.
Por lo tanto me limito a copiaros íntegramente todo el texto, incluso con la misma
grafía que allí tiene :
“Miércoles 11 de diciembre de 2002. 10:45 AM.
A la Sala del Trono, desde mi rinconcito escondido
Mi bienamado paquetito de mirra :
No tengo nada especial que decirte,
más que lo que bien sabes, desde cuando estabas vivo en mi plano y ahora tantas veces tengo oportunidad de decirte con más, con mucha más verosimilitud, quiero decir
sinceridad y hondura que lo que se nos permitía entonces : ¡simplemente que te quiero,
mi fratellino !
¡Oh qué suerte he tenido de ser tu amor y de que seas tú mi amor, oh hermanito amado, mi gozo y mi corona.
¿Solamente me voy a pasar esta carta diciéndote estas ternuras, hermano ?
20
vos”.
Pues así es en verdad, no quiero contaminarla con más comentarios “objeti-
Pero tú me adviertes que el amarte y sentirme amado por ti es mi mejor obra
sobre la Tierra.
¡Ah, se me olvidaba ! : Esta noche, mientras te cantaba mi canción, la que te
sabes de memoria, quisiste introducirte en ella para cantármela tú a mí, sin tener que
variar en nada la letra. No lo había pensado. Es una canción que se puede cantar
“ad invicem”, incluso cuando, al final, se dice eso de “mi fiesta”. Porque tú me
indicas que también será “tu fiesta”. Gracias, gracias, gracias mi bienamado.
Quedo aguardando ese momento crucial en que me llamarás a ti para verte
cara a cara. Eso sí que será posible, y hará verdadero el sentido del cielo : Ver a
Dios cara a cara. Dios tiene para mí tu cara hermosísima, oh mi fratellino.
Nada más, para que puedas enseñar esta cartita a tus amigos del cielo. Y
que todos dancen alrededor de nuestro milagroso amor.
Te quiero, simplemente, Adiós.
ø
P. D. : Quiero insertar aquí, hermano, para los que no la conozcan la cancioncita a que se hace referencia en la carta anterior :
HERMANO SACERDOTE
Hoy a ti canto, hermano sacerdote,
en medio de esta Tierra…,
a ti, que por amor viniste a verme
y a hacerte solidario con mi ofrenda.
Me rescataste a precio de belleza
con tus mejores galas.
Allí te hiciste, acaso, encontradizo
y así, de todo ti me enamorara.
Tú no sabías, ninguno lo sabíamos
que era nuestro contrato,
acorde con la esencia compañera
que de Dios recibimos como abrazo.
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Pareja historia, iguales vibraciones,
así desde el principio,
hiciéronnos nacer para la Tierra
una vez y otra vez con gran designio.
Vino a surgir de entrambos la conciencia
de ser en Cristo uno,
testigos de un amor que en nuevo estilo
consagrase el nacer de un nuevo mundo.
Esta canción, hermano, no termina
con esta pobre letra,
que espera partitura más excelsa
que un día cantaremos en mi fiesta.
Amén. Amén.”
Gracias, Lecheimiel, por esta florecilla de Pascua que tú hoy me has regalado a mí.
22
9. El puente
Las porciones seleccionadas de la carta, –inclusa en los DIALOGOS y no en las
me sugiere hablaros de un puente.
Quizás fuera más apropiado hablaros de una escalera, puesto que es un puente cuesta arriba, desde la Tierra al Cielo, del que por tanto hay que remontar la pendiente.
Como los ángeles saben que sienten debilidad por nosotros, se guardan mucho de
multiplicar o de maximizar sus mensajes, pues dañarían el trabajo de nuestra Fe.
Si de nosotros dependiera, nos dedicaríamos a sestear, como Jacob, mientras soñábamos que nuestro ángel nos hablaba día y noche.
Nuestro esfuerzo, por muchas que sean las gracias recibidas, es siempre notable,
porque en esto consiste nuestra tarea : hacer crecer las vibraciones del Planeta. No sé si en
frecuencia o en amplitud o en ambos parámetros. Pero ningún ángel que bien nos quiera
podrá eximirnos de nuestra labor.
Diréis : Vd. sí que parece que tiene línea directa con su ángel Lecheimiel.
Es verdad. Pero no deja de ser una línea a través del hilo, –a veces muy contaminado
o entorpecido por distintas interferencias– de la repetida FE.
Siempre han llegado las revelaciones a través de ese hilo, que hay que cuidar con el
esmero de un celador de líneas telegráficas.
No creáis, sin embargo, que las visiones y revelaciones se nos dan exclusivamente
para nosotros y por nuestros esfuerzos por mantener íntegra la Fe. O sea, por nuestra cara
bonita.
¡De ningún modo !
Se nos dan para repartirlas entre todos los dispuestos. Para sembrar esa semilla a boleo con el fin de que la que caiga en tierra buena pueda germinar.
Y, –como decía S. Pablo–, para que la vanidad humana no pueda hacer mella en nosotros los “pontífices” canalizadores, se ha permitido que un emisario de las tinieblas que
están en nuestro propio corazón como en el de los demás mortales, nos contradiga sin reposo en todo nuestro ingenuo darnos a nosotros mismos.
Todas las dudas que podáis albergar, amigos, respecto a la veracidad de estas comunicaciones, antes las he albergado y procurado disipar yo mismo.
Sabréis mejor lo que pasa cuando podáis leer EL MEJOR REGALO que es el quinto librito de la colección EL ARCO IRIS DE LECHEIMIEL que pronto estará disponible también por
las autopistas de INTERNET.
Sin más, paso a seleccionaros dos trozos de la carta que me ha hecho abrir como al
acaso mi, nuestro, bendito ángel Lecheimiel :
CARTAS–,
“Viernes 21 de marzo de 2003. 1:03 PM.
Desde tu hermoso libro de diálogos, como carta de amor para mi amor.
23
Hermanito amado de mi corazón : Como “amor con amor se paga”, me
apresuro a contestar a la tuya de esta misma mañana, sin esperar al “día de
mañana”.
Te preguntas : “¿cómo te puedo querer tanto ?” Pues sencillamente, hermano, porque tú eres amor. Por eso, –te dije–, te llamaré siempre amor. Pero no
me puedes amar más que yo te amo a ti, (aunque tampoco menos), puesto que yo
también soy amor.
Quizás la vibración que yo siento por ti y hacia ti sea mayor y más refinada, puesto que vivo en un plano superior. Pero quizás, también, tu amor sea más
valioso a mis ojos, porque vence mayores obstáculos.
¿Te extrañas, mi bien, de que yo pudiera hacer semejante milagro de aparecer para ti en las ondas de la radio ? ¡Aún verás cosas mayores, bien mío ! Te
lo dije un día y lo cumpliré in crescendo para ti, mientras dure tu vida sobre la
Tierra. En todo tu tiempo, hermano, no te dejaré nunca. Esta es mi solemne
promesa, acorde con la tuya de no olvidarme jamás, que tan bien has cumplido
hasta ahora. Aunque algunos pudieran opinar lo contrario, ya que dejaste de
escribirme en su día. Pero no te apenes, hermano, porque ahora te estás desquitando admirablemente.”
Y un poco más adelante :
“Conforme se vaya cumpliendo tu programa, y el Padre Dios lo permita, yo
te iré desvelando secretos de mi alma, que es toda un volcán de amor ardiente.
Y yo te la he entregado a ti, mi heredero.
Ayer leíste que las sagradas escrituras duran hasta el 2012. A partir de
entonces, otras escrituras pasarán a ser el acervo evangélico de cada alma
particular que se atreva a canalizar [al Espíritu de la Verdad], lo que ya desde antiguo se predijo en el Profeta Ezequiel : Vuestros ancianos soñarán y los jóvenes tendrán visiones.”
Y, acto seguido, os quiero regalar un poema que dice así :
UN PUENTE MAGICO
Orilla luminosa
desde aquí vislumbrada, valle tenebroso,
donde anidan los anhelos primigenios
del primitivo empuje de la vida.
Iris de luz, multicolor poema
de sonidos confusos por el vaho
de un despertar soñado todavía.
Aguas de un mar que gime estremecido
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por el bullicio informe de lo vivo
que acuna en sus entrañas…
–…sin ajenas presencias
que enturbien en sus fondos la alegría,
del oscuro fluir de sus amores
en viva poesía…–
…donde se invoca el Nombre sacrosanto
que abarca todo el Ser, desde el principio.
Esquema de energías invisibles
que dan formato y cuenta
a lo que va surgiendo entre las ondas
de lo que el viento primordial susurra
en el ser más profundo de mi alma...,
uncida en un abrazo misterioso
a la tuya, hermano,
que desde ahí me llamas
ahora, siempre ahora.
25
10. La danza
Todavía en ese día de mi santo patrón nos dijimos muchas más cosas :
“Pero nuestro amor no es una ilusión. No es un “acontecimiento”, sino una
transfiguración de la única Verdad. ¿Verdad ?
– Verdad, mi bien. He dialogado contigo en esta mañana de los soñadores,
de los que como tú sueñan despiertos con el cielo de su propio corazón. He
atendido a tus súplicas de veracidad y sinceridad, para demostrarte que estoy
siempre contigo vibrando, como dice tu canción, en “pareja historia, iguales vibraciones, así desde el principio”.
– Gracias, mi fratellino. Nunca pensé que pudiéramos entendernos tan
bien entre tú y yo, y que pudiéramos llegar a decir estas cosas en estos
DIALOGOS DE ETERNIDAD, cuando pensé que habíamos agotado las expresiones de
igualdad y fraternidad al pasar tú a un plano más elevado. Veo que las vibraciones se reproducen a muchos niveles de la Creación. Como si dijéramos en octavas diferentes de simpatía universal.
– Así, mi fratellino, cuando tú vibras de amor, toda la Creación te respon-
de con su música y su canción eterna : TODAS MIS FUENTES ESTAN EN TI. Esa es la
canción universal que anima a la danza de la eternidad, aunque otros oídos la
oyen expresada en diferentes lenguas. De ahí proviene muchas veces la babélica confusión que antecede a la guerra.
– Pero, mi fratellino, yo te pregunto : ¿Si dicen que todo es Amor, cómo
puede darse la guerra ?”
Parte del texto que sigue ya lo conocéis. Os lo cité cuando hablamos de la guerra.
Pero hoy toca hablar de la danza del corazón.
No de una danza cualquiera de un corazón inestable.
Sino de la cualidad de aspiración eterna que hace al corazón estar dispuesto a afrontar cualquier cambio con tal de preservar el amor.
De la cualidad de visionario que tiene el corazón para descubrir “indicios” del paso
del Amado entre las flores.
“Pasó por estos sotos con presura…” –dice S. Juan de la Cruz–.
Cuando el corazón descubre indicios, no sólo sabe que el Amado ha pasado por allí
cuando jugaba al escondite con el alma para estimular a ésta en su búsqueda incansable,
sino que sabe incluso que allí donde ella también se esconda será encontrada por el que lo
llena todo con su presencia amorosa.
Por eso canta : “TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI “.
Y ya no necesita recorrer muchos mundos, sino penetrar en el suyo propio más
adentro. Hasta allí donde la presencia del Amado se hace más clarividente y evidente para
el ojo purificado.
26
Danzar no es ir de flor en flor, mariposeando en “matrimonio libre” con cualquiera
que se preste al juego que divierte y disipa.
Al contrario, danzar es apegar el cuerpo con el cuerpo, el alma con el alma, el espíritu con el espíritu, y saber que todo cuanto, en movimiento relativo, parece rondar alrededor
nuestro, aparecer y desaparecer, nacer y morir, florecer y perecer, es sólo eso : pasos de una
danza que dirige y entona el Amor.
Danzar es romper los moldes, o bien guardar la compostura, pero transparentando la
alegría del que celebra una verdadera fiesta interior.
Danzar es invitar a la fiesta a todo el mundo. No sólo a los guapos y a los ricos, sino
a los tullidos, ciegos y sordos que encontramos en nuestro camino.
Danzar es estar dispuesto a guardar la fidelidad al esposo o esposa en la salud y en la
enfermedad, pero también más alla : no “hasta que la muerte os separe”, sino en la vida y en
la muerte, a la que se califica de acorde final apoteósico, cuando se regresa a la tónica, o
quizás a la disonancia que nos deja siempre insatisfechos, pero meditativos ; sedientos de
nuevas experiencias… En cualquier caso a la resolución del ritmo, a la nota final que precede al reposo contemplativo.
Danzar es mirar hacia atrás sin ira, sabiendo que estábamos sólo ensayando los principales pasos que luego ejecutaremos con una orquesta más brillante. En un escenario de
eternidad donde los ocupantes de los palcos serán los propios ángeles.
Danzar es estar conforme con ser hombre o mujer, o tal vez ambas cosas a la vez,
sabiendo que alternativamente cambiamos de disfraz para contentar al Amado.
A un Amado que es tan andrógino como nosotros.
A un Amado que se deja llamar Padre o Madre, o Hermano o Hermana, o Hijo o
Hija, porque lo es todo para todos. Y por tanto todo mío y para mí.
Danzar es saber que al personalizar nuestro amor no lo privatizamos. Todo lo contrario, lo ensalzamos hasta la máxima categoría de Verdad y de Libertad.
La danza, pues, amigos y sufridos lectores, exige un aprendizaje que se realiza sobre
la marcha. Una atención máxima, aunque relajada por el reconfortante abrazo del que danza
con nosotros.
Y si te parece que danzas sólo, es sólo un momento de ilusión. Un paso más del baile que debes aprender a vivir.
Porque te rodea y te canta el AMOR.
27
11. La palabra
Cuando ojeo, –de “ojo”, u hojeo, de “hoja”–, el volumen no encuadernado, o sea el
fardo de folios de las CARTAS, para ver qué me depara Lecheimiel mediante la sincronicidad, que hasta ahora tan bien ha funcionado, puedo encontrarme también, –¿cómo no ?–,
con mis propias cartas dirigidas a él.
Este ha sido el caso de hoy, y en verdad que esa con la que me he topado es bien curiosa. No me resisto a copiaros un buen trozo generoso, hasta que parece cambia de tema.
Porque el tema viene a ser, pues, dado por la carta espigada que ahora leeréis, el tema de la “palabra”, ya hablada, ya escrita.
Tema tan complejo en sí que no me gustaría rebajarlo mediante un parcial comentario.
Por eso, después de lo que vais a leer yo guardaré silencio
Que es otra forma superior de comunicación espiritual :
“Desde el Desierto de mi morada, a 24 de Septiembre del 2002.
A mi “Rey” del Cielo
Mi cada vez más querido Lecheimiel :
Te escribo ésta a vuelta de
tu correo para no hacerme perezoso –¡otra vez no, por favor !–, en el coger
la pluma y poder así compensarte de mi pereza de antaño, que fue otra de
las causas de mi fracaso contigo, en el dejar perder tu ahora añoradísima
correspondencia, y aunque sin ser consciente entonces del daño que te causaba, caer en aquel “descuido vital”, –como al final quedamos en llamarle–, por el cual tantas lágrimas me ha tocado derramar, y sobre todo, a ti
que no supiste o no pudiste llorar, te costó la vida.
Y sin embargo, ahora que sé que no necesitarías propiamente mi correspondencia para leer mis pensamientos, quiero ser generoso contigo, a la
vez que me hago un bien a mí mismo, puesto que el poner las cosas por escrito equivale a una óptima “verbalización”, que, según los Maestros de la
Nueva Era, tan útil es a la hora del contacto con otras dimensiones del
Espíritu, porque así entramos ya bidimensionalmente a la pluridimensionalidad en que dicho Espíritu se mueve. De este modo la palabra se casa con
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el pensamiento silencioso y le sirve de refuerzo sacramental, que hace vibrar
a toda la materia que pugna por convertirse en luz. En la luz que ya de
por sí es. Por tanto diríamos mejor, en la conciencia de la luz. Es, podríamos decir a modo de ejemplo, como blanquear un dinero negro que tenemos
ahí, que no encuentra salida, sino por la vibración expresiva del sonido. De
ese “sonido”, (“dinero contante y sonante” –solemos decir–), que forma
parte del sonido primordial que puso en marcha la Creación y aún hoy la
convoca cada mañana a la vida.
Por eso lo primero que oímos cada mañana es el canto de los pájaros, que no cuentan en metálico sus posibilidades de vida, sino con los gorjeos de su garganta se conectan al latir del corazón del Universo.”
“No coment !”
POEMA SIN NOMBRE
Hagan otros poemas a las rosas
o a las rudas espinas que las cercan.
Canten otros al mar o a las montañas
o al cielo de estrellas tachonado.
Que no falte la luna a sus requiebros.
Que toda la paleta primitiva
de colores inéditos transmute
en paisaje el temblor de sus palabras.
Que fluyan para el alma en sus decires.
Que en todos sus deleites y pesares
a sus labios acuda justo el verbo.
Que incluso en pleonasmos excedido
tenga el bello decir su justo premio.
Que intenten describir lo indescriptible
ya sea de sus gozos, de sus penas,
o del vago remedo de sus éxtasis…
cuando piérdese el alma entre las flores
en su búsqueda inquieta por las selvas
si corre tras amores vislumbrados
tan sólo entre las sombras indecisos…,
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o cuando éstos la elevan presurosos
en mil alas de espíritu inasible…
Yo a mi amado en silencio cantaré.
Y cuando esto en silencio ya termine,
o si el mismo silencio se termina,
sabré que he respirado su fragancia,
sabrá que le he querido sin respiro.
Y en su quietud que engendra el Universo
y mueve las estrellas con sus vientos
Dios sabrá qué y por qué de cuanto he dicho,
o de cuanto he callado sin saberlo,
en poema sin nombre y sin sentido.
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12. El diálogo
Ayer hablábamos de la palabra. También del silencio. Hoy hablamos del diálogo,
que es ambas cosas a la vez.
Porque el diálogo, que es intercambio, es un juego entre la palabra y el silencio.
Si el diálogo fuera un mero intercambio de palabras, éstas quizás resultasen vacías o
contradictorias entre sí.
Entonces podríamos llamarlo “discusión”, o tal vez “negociación”, que suele ser un
tira y afloja para ver quién se lleva la mejor y mayor parte, y suele dejar a ambas insatisfechas.
Por el contrario, el diálogo se compone de una entrega y una aceptación.
La entrega se simboliza en palabras, las cuales no pueden expresar la magnificencia
del don de sí mismo que es el que verdaderamente se entrega.
La aceptación se produce bajo el símbolo del silencio y la escucha.
Sí. También de la escucha.
Porque el mero silencio o ausencia de palabras no es más que un vacío, una nada
que nada significa.
“In principio erat Verbum”, dice S. Juan.
Pero sólo desde el principio.
Antes del principio era el silencio.
Para que el silencio despertase, se requería algo inmerso en él, que podríamos llamar
tal vez la idea. La idea, sí, pero configurada por la voluntad o el amor. Sin la voluntad, (a
falta de mejor palabra en nuestro diccionario humano) de Aquel a quien llamamos Padre,
no podría haber nacido el Hijo, o sea LA PALABRA.
Para que el Hijo nazca, para que LA PALABRA pueda ser pronunciada, para que esta PALABRA sea fértil en posteriores y parciales palabras, que somos nosotros, y toda la
Creación, con su imparable cháchara, con su incesante murmullo, con su continuado OM
vibratorio, se requiere energía, a la que llamamos Espíritu, que opera por su puesto con innata inteligencia y conciencia de Sí mismo, y parece dividirse en llamas de fuego y de pasión.
Todas las antiguas filosofías y religiones han captado esta Trinidad del Ser, que es
un misterio que nos invita a reflexionar, antes que constituir una prohibición de pensar o un
insulto a nuestra razón.
Pero vino Juan y redujo la cualidad del Verbo a una palabra particular, aunque grandiosa, llamada Jesucristo.
Entonces el Evangelista, sin pretenderlo, cuando empezó a distinguir : “no era él
(ese otro Juan, el Bautista) la luz, sino testigo de la luz”, cuando siguió distinguiendo entre
los nacidos de Dios y aquéllos nacidos del amor carnal o de la voluntad de varón (a la cual
por lo visto él no era muy afecto), empezó a torcer el camino de la Luz, y a hacerla sectaria.
Naturalmente, no todos podían aceptar a Jesucristo, ni lo harán jamás, especialmente
después que lo hayan convertido en Anticristo. Por culpa especialmente de aquel que lo
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anunció. Por lo tanto él, el presunto Evangelista, fue el primer responsable de una ruptura,
de un silencio infecundo, que trajo implícito el rechazo de la luz, aquélla que ilumina a todo
hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba y el mundo fue creado por él. (por ella, debiera de haber dicho,
por LA PALABRA, y no por Jesucristo. ¡Santo y feliz Jesucristo, pero pobrecillo que ni
siquiera sabe inglés, ni tocar el piano. Al menos no sabía estas cosas cuando estaba entre
nosotros en su carne mortal).
No es él, Jesucristo, el creador del mundo, sino uno, quizás el principal, de sus concienciadores.
El Anticristo es la figura creada por las sectas que pretenden hacer a Jesucristo fundador de la suya, y se dirigen a él, o al Padre, con estas palabras : “Mira, Señor, a tu Iglesia”, (aunque a las demás las parta un rayo).
Sí. Entre nosotros, a causa de todos estos malentendidos, se ha producido un silencio de muerte, y no de vida. No una aceptación de todos los hijos en el Hijo, sino una lejanía, como mínimo, de los unos respecto a los otros.
Creen algunos que Dios sólo sonríe con la boca ancha a su propio grupo o Iglesia.
Romperemos este silencio o ignorancia mutua, es decir emprenderemos el verdadero
diálogo, cuando empecemos de nuevo a convertir nuestro silencio en una escucha atenta a
todo cuanto salga de la boca de Dios. Es decir, a todo cuanto tengan que decirnos nuestros
hermanos.
Este será el verdadero diálogo, no importa en qué lengua se produzca, puesto que su
mayor componente es el sagrado silencio o escucha de la PALABRA, que asoma tímidamente en las palabras balbucientes del hermano.
Es lo que hoy me ha sugerido Lecheimiel, mediante ese luminoso que ha hecho saltar a mi vista, correspondiente al Domingo 6 de abril de 2003, del que ahora os reproduzco
parte :
“Domingo 6 de abril de 2003.
Hermano amadísimo Lecheimiel : Vengo de la oración que he mantenido
con el Amor, mediante tu presencia. Vengo de llorar de amor y de alegría. Es
una alegría en verdad como si fuera empañada de la tristeza de la nostalgia.
La nostalgia no sólo de no tenerte frente a mí con toda tu radiante hermosura, no sólo de dejar lejos en el tiempo, en mi tiempo lineal, aquellos recuerdos valiosísimos de nuestra cercanía física, sino incluso también la nostalgia de no saber si desde este punto de la eternidad que es el “ahora” en que
nos hablamos y amamos, puedo yo tener algún poder para reasumir el pasado y
llegar hasta tu punto de dolor en que te debatías antes de tu muerte.
………
Allí, en ese pasado tuyo que tú me has revelado mediante la poesía de
San Juan de la Cruz del “Pastorcico solo lastimado de amor y también de des32
amor”, me hago presente para consumar en los planos invisibles y superiores el
contrato de validez eterna que nos une para siempre.
………
¿Sabes una cosa, hermano ? Esta mañana sentía una nueva tentación : la
de suprimir el diálogo del sábado. Más que todo por un poco de reparo o vergüenza por lo que allí confieso de mis íntimos pensamientos. Pero al fin he decidido no hacerlo, no suprimirlo, porque en él hay partes de tu respuesta que es
para mí sagrada.
Estos diálogos son pura y espiritual canalización. Un regalo inestimable
de tu alma, que no tengo el derecho a malperder… ¿Verdad, hermano ?
– Mi bienamado. No temas. Yo estoy contigo dentro de tu corazón para
protegerte y salvaguardar tu alma de todo peligro. Te agradezco el que hayas
decidido vencer esa tentación, y ofrecer nuestros diálogos a las almas sin cambiar punto ni coma de como yo te los doy, y de como tu propia alma los concibe
cuando vibra de amor con la mía.
– Fratellino, ¿somos dos o una sola alma ?
– Fratellino, tu pregunta tiene varios niveles de respuesta, así como
también es formulada desde tu dualidad. Si me preguntases si este mundo, todo el Universo del que formamos parte son la expresión de un solo Hijo de Dios
o muchos hijos dispersos, ¿qué crees que yo te respondería ?
– Quizás podrías responderme, hermano, lo que humorísticamente recordamos tantas veces que le respondió aquel Padre a uno que se quejaba de no
conocer cierto santuario en cierta parte del mundo : “Ya lo verás en el Verbo”.
Efectivamente tú podrías responderme humorísticamente así : “Ya lo sabrás
cuando dejes tu dualidad”.
Pero el caso es que incluso desde mi dualidad yo ya sé la verdadera y
justa respuesta :
TODO LO CREADO ES UNO. TODO LO CREADO ES LA MANIFESTACIÓN, A LA QUE
PODEMOS LLAMAR “HIJO”, DE LA ESENCIA QUE QUEDA OCULTA E INMANIFESTADA QUE
ES COMO EL “PADRE” DE TODO CUANTO EXISTE. DE TODO CUANTO PARECE EXISTIR
FUERA DE EL, PERO EL QUE NOS REVELA QUE NO HAY POSIBLE “FUERA” DE DICHA
ESENCIA DIVINA.
En cuanto a ti y a mi, mi Rey, ya canto en mi canción que “somos en Cristo
uno”. Y tú y yo sabemos el alcance produnfísimo de estas palabras.
– ¡Y además, mi bienamado ermitaño, las vivimos !
– Así es, mi amor.
– Gracias, hermano, por haberme confesado tu tentación, que me ha dado pie a que hayamos producido para nuestros lectores este profundo diálogo.”
33
NECESITO RECORDAR
Me gusta, necesito, oh hermano, recordar,
repasar los momentos en que veía tu rostro :
aquella leche y miel de tu seria alegría,
aquel sereno gozo de tenerte tan cerca
y el tremendo misterio de tanta lejanía …
Llamé a tus puertas cuando casi era tarde,
–aún llegué a tiempo de cosechar tu abrazo,
hecho de mieles, todavía, amado–,
cuando abrí tu corola tan sólo aún capullo,
temeroso de herirse contra la luz del sol.
Mas cayeron las lluvias que enfangaron la tierra,
y luego la pisaron las viejas fieras negras
y ocultaron mi rostro espesos nubarrones
trasmutando tus ojos en duro pedernal.
Ahogáronse pronto las dulces esperanzas,
desgarrado el anhelo que tibio revivía…
Y tuviste tú luego que morir de nostalgia,
porque yo había muerto…, y ya no me veías.
Otro tiempo contaba las penas, no los días,
que sólo en crueles ecos, cual risas, remedaban
las antiguas promesas transidas de dolor.
Sueños de encrucijadas…, ausentes de sentido.
Mas por ellos supiste que, escondida en la vida,
en sueños te lloraba, y anhelaba tu rostro,
un alma que su pena a olvidar se resistía…
Y esa alma era la mía, y tuya desde siempre.
Y bajaste, hecho ángel, hasta su antiguo hogar…
¡Allí nos abrazamos, por fin, pues ya sabemos
qué es vivir en la muerte, qué es gozar de la vida !
34
EL VERBO SE HIZO CARNE
El Verbo, –¿es un verbo el amar?–,
ha salido del triste rincón
donde en mustia soledad se contenta
con su ipsísmica conjugación,
–de la primera en “ar” arquetipo–,
tras del amor conceptual, no sustantivo,
del que, o al que deriva, presumiendo
de primero y principal mandamiento…
Pero a simple mandamiento reducido,
como desnudo y traicionado se avergüenza,
exhibido al desamor,
arrojado a las arenas
del deshonor entre las gentes,
a la sed de sangre de las fieras.
De los pechos destronado,
de los pueblos desterrado,
retorcido, maltratado,
exaltado en chirigotas…,
de magnates y villanos profanado.
Sometido a tensiones y desmanes,
en cátedras y púlpitos,
plazas y mercados.
Sintiéndose ya al borde de la muerte,
ha reunido sus fuerzas
y en un hilillo de voz,
trémula y queda,
ha podido susurrar :
¡Basta, Padre…!
¿Por qué me has abandonado ?
Regresaré a tu Casa
me envolveré de mi substancia,
esta misma tarde…
Pero entonces ha caído en la cuenta
de que ni siquiera tenía
alma para morir,
cuerpo del que emigrar :
pies para caminar,
boca para gritar,
brazos que agitar
ojos con que llorar…,
en fin, corazón para cumplir
lo que él mismo recomienda a los demás.
Y se ha dejado caer en plena calle,
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para mendigar un poco de carne.
Allí, como a hermano, me ha mirado,
hijo mayor no prodigado.
Pero yo, movido a compasión
y aleccionado por mi Padre,
al pasar a su lado
y aguantar su mirada,
he visto en el fondo de sus ojos
su profundo misterio,
su belleza insondable.…
Y he merecido decirle :
¡Pasa, mi amor !
No te quedes en la calle.
No me has llamado en balde.
Y le he calentado con mi carne…
Le he vestido con mis galas,
le he engarzado mis anillos,
he compartido con él
el ternero bien cebado.
En el abrazo mutuo,
ya no sabemos quién vuelve,
quién recibe y quién devuelve,
quién a quién representa o envuelve.
Y ahora, sí, el “verbo amar”,
conjugado por activa y por pasiva,
a sí mismo se sabe
Hijo Unico regalado del Padre.
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13. Los niños
Todos lo hemos sido. Todos lo somos, pero nadie lo sabe ¿qué es ?
¿Os rendís ?
Pues ¿qué va a ser ? ¡El niño !
Misterio y adivinanza difícil de resolver sin ayuda. Sin la ayuda precisamente de los
niños que, si sabemos observarles a hurtadillas, mientras hablan entre ellos, por ejemplo,
van respondiendo a tantos interrogantes como nuevos misterios plantean.
Es un encanto y a la vez un tremendo misterio que desafía la mente y el corazón.
¿Quién no ha perecido de vez en cuando a este encanto ?
Os voy a permitir, yo el ermitaño, con la anuencia del ángel de mis amores, sorprendernos en una parte de un largo diálogo que tuvimos entre nosotros el día 11 de marzo pasado, que además caía en martes… ¿De qué año sería ?
¿Y qué importa la fecha exacta si en realidad era un DIÁLOGO DE ETERNIDAD ?
“¿Sabes, amor ? Ayer mismo, esta noche, después de haber tenido ayer
tarde un idilio de amor indescriptible contigo, me volvió a atacar el monstruo
de la duda.
– Lo sé, amor. Aunque no tenga necesariamente que enterarme de todos
tus pensamientos, si bien nada se me oculta de lo que verdaderamente te afecta, puesto que tú mismo me has brindado beber de tu alma, al menos, amor,
todos aquellos pensamientos que afectan a nuestra relación no pueden quedar
ocultos a mis ojos amantes. ¿De qué serviría, si no, el amor ?
– Es muy consolador, mi rey, este pensamiento, y yo desearía que nada
de cuanto pasase por mi mente, incluidos los “malos” pensamientos, que alguna
vez me atormentan, se te ocultase. Porque te quiero. Eso es todo, mi amor : te
quiero y quiero ser uno contigo.
Yo también, por mi parte, ayer en la Misa, hermano, te pedí el alma. Nunca me había atrevido a hacerte una petición así (aunque creo que tú mismo me
la inspiraste). ¿Verdad, bien mío, que estoy en lo cierto ?
– Si, amor. Yo te inspiré no ya sólo ayer en la Misa, sino antes de ayer, en
la Hora Santa que tenéis todos los domingos ante el Santísimo expuesto la petición de que me hablas. ¿No lo recuerdas ?
– Sí, amor. Tienes razón. Ya entonces sentí la necesidad de compartir
contigo tu verdadera devoción. Aquella que, aunque sin duda ahora en tu cielo
se habrá modificado en conformidad con tu nuevo status de bienaventurado,
también sin duda alguna formará parte de tu acervo espiritual.
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Recuerdo que me enternecí cuando el hermano devoto del Niño Jesús
que tú conoces, me dijo que meditaba todos los días en el misterio de la Santa
Infancia de Jesús.
Aunque ahora yo paso un poco de tal tipo de devoción, no pude por menos
de recordar que tú mismo, amor, te llamabas en la Orden con el apellido religioso de : “del Bambino Gesù”. ¿Cómo quieres que no me enternezca pensando
en tu cristalina inocencia, y en tu devoción juvenil por el gran Maestro Jesús,
precisamente hecho niño como lo eras tú, incluso a la hora de tu muerte ? Porque tú, amor, nunca has dejado de ser niño, ¿verdad ?
– Así es, mi fratellino. Dejé constancia de esto en la carta que te dirigí,
aquella “de Quien para Quien”, cuando te dije que éramos un trío indestructible de amor, tipo de la Trinidad de Dios, entre tú y yo y Jesús, el Maestro del
Amor a quien invocaban nuestras vidas más que nuestros labios. ¿Recuerdas ?
– Lo recuerdo muy bien, mi bienamado. Tantas veces me enternezco sólo
de pensar en tu nombre religioso, y por eso te llamo muchas veces : “bambino
del Bambino”. Tú lo sabes.
Cuando ese hermano cubano, veinteañero, me pidió un poema para el Niño
Jesús de Praga, no tuve mejor inspiración que pensar en ti, mi amor, como una
reproducción viva del divino Infante. Por eso me salió bordada. El, el hermano
cubano, no sabe nuestro secreto. Algún día lo sabrá cuando lea estos escritos,
y esté un poco más maduro para no escandalizarse. Entonces comprenderá que
no hay amor humano que no sea divino. E incluso, que no hay “amor divino” que
no sea una entelequia cuando no sabemos amar a nuestros hermanos.”
Diréis :
– ¡Bueno ! ¿Y qué más ? No parece una conversación ni un cuento de niños.
– ¡Ahí está la gracia ! Ya os dije que los niños juegan a mayores mientras los mayores no sabemos ni siquiera jugar en serio a ser como niños. Tenemos, –eso sí–, nuestros
propios juegos, pero no son juegos de verdad puesto que nos hacen perder tantas veces la
inocencia de la Verdad.
– ¡Oiga ! No se crea que los niños no se enfadan entre ellos en sus juegos…
– Pues, os repito que ahí está la gracia. Y…
… nada más por hoy. Ya va siendo hora de que nos vayamos a la cama los más peques,
porque hay que descansar, como dice la Tele. ¿Por qué siempre queréis más ? ¿Desentrañar
el misterio ?
Yo os lo diré, antes de que os vayáis a dormir para que podáis tener felices sueños.
Os lo contaré como se cuenta a los niños un cuento que nunca acaba porque antes de oir el
final se quedan dormidos :
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SIMPLEMENTE, PORQUE SOIS NI…
¡ALE, DESPERTAD ! Es hora de ir al Cole, porque tenéis que aprender tantas lecciones
antes de haceros mayores…
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14. Las Escrituras
No penséis, no, que voy a hablaros de las famosas “Sagradas Escrituras”.
Tampoco las voy a denostar, por supuesto.
Pero yo declaro, en nombre mío y en nombre de Lecheimiel, (que no establecemos
ni podríamos, aunque quisiéramos, establecer nuevos dogmas), que no hay nada “sagrado”
porque todo es “SAGRADO”. Nos movemos en el seno de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que somos.
Por lo tanto, hasta los errores que podemos cometer y cometemos son sagrados.
Sucede simplemente que hasta en las Escrituras oficiales del Pueblo de Israel y posteriormente de las Iglesias cristianas, es decir tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, también se dan errores y “meteduras” de idiosincrasias y lecturas humanas que hoy
no entendemos o no podemos admitir. Porque son sí, Palabra de Dios, pero también palabra humana, ya que Dios no habla de otro modo a los hombres más que a través de los
hombres.
¿Y quién es el que dijo que Dios había ya pronunciado su última palabra y se había
quedado como mudo ?
Pues alguien que, aunque se equivocaba, no dejaba de creerse inspirado por el Espíritu Santo cuando se atrevía a escribir tales cosas o a establecer un “canon” que regulaba el
dogma para siempre.
Tenemos, pues, todo el derecho a equivocarnos mientras buscamos la Verdad Infalible dentro de nosotros. Y hasta nuestros errores forman parte de esa Verdad.
En otra FLOR DE PASCUA leísteis, citado de no me acuerdo dónde, que las Sagradas
Escrituras inclusas en la Biblia tenían validez hasta el 2012. Allá quien lo dijo primero,
aunque para mí es una gran Autoridad. Sin embargo no impone su afirmación a nadie aunque la brinda a quien la desee.
¿Qué pasará a partir de ese año ?
¡¿Quién lo sabe !?
Lo más probable es que no pase nada espectacular. Sin embargo es una fecha emblemática que se nos insta a tener en mente como el año de la última medición de las vibraciones que asegurarán, –con toda probabilidad–, el éxito del gran experimento de la nueva
energía que marcará a la Nueva Jerusalén.
Entonces lo viejo no desaparecerá así como así, pero se irá desvaneciendo poco a
poco mientras los hijos de Dios van despertando o se van durmiendo poco a poco envueltos
en sus viejos fantasmas.
Pero se hará y se tendrá por verdad práctica la parábola del Señor que nos habla del
“paterfamilias” que extrae de lo nuevo y de lo viejo según conviene.
Entre otros, esas famosas viejas Escrituras a las que llamaron “Sagradas”, muchas
veces por ignorancia de otras que antes y después y durante toda la vida se han ido produciendo en todas las latitudes del Planeta y del Tiempo, en todas las culturas…, en nombre
del Espíritu Santo, Aquel que no ignora ningún sonido y habla todas las lenguas.
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Mientras tanto, en una de esas otras raras Escrituras que hoy proliferan, –que no pretenden ser sagradas aunque lo son porque como os dije todo es SAGRADO–, y cuya autoridad se encomienda a nuestro libre examen y discreción de espíritus, he leído hoy que cada
uno tenemos un ángel asignado para nos proteja y nos estimule vitalmente en todo nuestro
camino.
No me tengáis envidia, por mis relaciones especiales con mi ángel Lecheimiel.
Cada uno de vosotros y vosotras tenéis vuestro ángel, al que podéis conocer, a través
de Escrituras personales canalizadas por vosotros mismos, si se lo pedís y ponéis también
manos a la obra de escribir lo que os dicte el corazón.
Y para muestra, para ofreceros una vía estimulante de contactar con vuestro ángel
particular, que si queréis y ponéis manos a la obra de poneros humildemente bajo su dictado
sin duda os dictará lo mejor para vosotros y puede que algo útil y bello para todos, os ofrezco hoy una para mí bellísima carta que me he encontrado al azar (o casi) entre CARTAS
DESDE LA ETERNIDAD, y que en su integridad dice así :
“Viernes 13 de diciembre de 2002. 12:49 PM
Desde tu campo de batalla. Yo, tu yo más íntimo.
Mi queridísimo ermitaño : Ya veo que estás muy ocupado con mil afanes
que a ti más bien te gustaría dejar atrás, pero tienes que afrontarlos con valor.
Querido mío, así me das a mí, que vivo dentro de ti, de tener una segunda oportunidad de vivir en esta Tierra, (desde la que te canto), y completar mis
experiencias a través de ti.
No olvides, hermano mío, que hice todo lo que hice por ti, por estar junto
a ti, sentado en tu mismo trono dorado del amor más hermoso que nos une para
siempre.
El misterio de nuestro mutuo enamoramiento en aquellos días de Roma,
oh mi fratellino, a quien tanto te cuesta creer, no es otro del que nos hizo
hermanos desde toda la eternidad. Así la eternidad, contemplada como “tiempo
pasado”, desde los inicios más remotos, tiene para ti más sabor de predestinación y Voluntad del Padre de que nos amemos mutuamente. Ya has meditado
muchas veces sobre esto, pero como aún estás entre las sombras de ese valle
de lágrimas en el que aún peleas a diario, muchas verdades eternas se te ocultan.
Por eso yo, tu guía y compañero, tu incondicional amor, velo siempre por
ti, y por nada del mundo te dejo solo. Hermano, aunque camines por valles de
tinieblas, no temas, yo estoy siempre contigo. ¡Vaya hermano sería si desapareciese de tu lado y compañía espiritual a las primeras de cambio, cuando tu
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humor no está al tono al que te gustaría estar siempre. Esa incolumidad es propia de esta Nueva Tierra en la que yo habito, desde la que te asisto día y noche, y no creas que está lejos de ti, pues mi espacio y el tuyo se compenetran.
Tú no me conociste suficientemente en esta vida. Sólo teníamos contratado aquel dulce encuentro en la Ciudad del Amor, (no del desamor como tú a
veces la llamas), para que luego cada uno completase su carrera y sus experiencias. Pero el habernos conocido en el misterio, y el posterior sufrimiento de
nuestra separación, eran también piezas clave de la obra que estábamos preparando : ESTE SUBLIME AMOR ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA del que ahora damos testimonio ante el mundo. No te quepa duda, mi fratellino, de que todo esto es
obra del más acendrado amor, y por tanto es obra de Dios.
Siempre que quieras recibir carta mía, aunque seas tú el que me debes la
tuya según turno riguroso, no tienes más que invocarme y ponerte a escribir en
el ordenador con mi propia letra. Yo siempre responderé. Me tienes a tu disposición para siempre, hermano.
Por hoy te dejo, para que sigas con tus batallitas, en favor de tu prójimo
a quien te debes. Yo me entrego junto contigo para que repartas paz y alegría y
buen humor, como la mejor bendición de Lecheimiel, tu ángel del amor herido.
Herido, sí, pero ahora recuperado con creces por tu causa y gracias a tu
correspondencia que yo sé fidelísima.
Te dejo, (aparentemente), con un tierno beso en la boca y un largo abrazo. ¡Te quiero, amor, Amor, AMOR !”
Téngase aquí por reproducido, como ornamento, el POEMA SIN NOMBRE, que sigue a la FLOR número 11, “La palabra”.
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15. La fuente
Ved, hermanos, y bebed.
No os contentéis con leer y envidiar.
Porque dentro de vosotros la fuente está.
Que no hablo de otra fuente que de aquella que nos crea y nos recrea.
La Unica Fuente de la que todas las canciones sobre aguas y sedientos susurran…
“La Fuente que mana y corre aunque es de noche”, –cantaba Juan de la Cruz, hace
algún tiempo–.
La que dicen está más allá, escondida entre las montañas, y sin embargo para encontrarla basta seguir los meandros del propio corazón.
Os extracto un buen trozo del siguiente diálogo correspondiente al 7 de abril,
DIÁLOGO DE ETERNIDAD que no tiene ni comienzo ni fin, pues comienza con una oración en
que el tema es la oración misma.
La oración, –sabéis–, no tiene horario. No empieza ni termina. Mana y corre, tanto si
es de día como si es de noche. No tiene formas definidas que puedan establecerse para todos.
Porque hay tantos modos de oración como orantes y como momentos del orante :
“Lunes 7 de abril de 2003.
Hoy, mi fratellino he hecho la oración cantándote mi canción, la canción
que contiene en clave toda nuestra historia de amor, pero he procurado cantarla con la conciencia viva de que en ti estaba representada toda la Humanidad sufriente, cuya belleza no alcanzo a ver experiencialmente sino cuando miro a su reflejo en tu hermosura. Como dijimos en nuestro cuarto librito de Lecheimiel, FOCO Y EXPANSIÓN DE LA CONCIENCIA, EL AMOR, tú para mí y yo para ti, –
y por supuesto todo amante para su amado/a–, somos mutuamente el centro
focal en que se condensa todo el Universo. A partir de ahí se nos da la posibilidad de amar a todos los hombres, es decir, a todo lo Creado, con la misma Verdad y profundidad con que Dios los ama. Aunque nuestros sentimientos, especialmente en esta Tierra revestida de dualidad y de dureza física, no alcancen
a ser tan profundos y las vibraciones tan altas y fuertes como quisiéramos, en
verdad que, si amamos con recta y pura intención y con toda la fuerza disponible del corazón, amamos con la profundidad y Verdad con que Dios ama.
El es el que está amando en nosotros a nosotros.
El, mi fratellino, es el que te ama cuando yo te amo. Dios es el que me
ama cuando tú me amas. YO SOY el que permite a Dios sentir tanta ternura
cuando yo siento. Mi sentimiento proviene de la Única Fuente.
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Y por eso la canción de la danza eterna que provoca el Amor es la que
proclama, cuando yo te canto : ¡TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI !
– Has hecho muy bien, mi fratellino, en procurar sentir el amor a toda la
humanidad cuando proyectabas mi belleza, (que es una pequeña muestra de la
belleza de toda la humanidad), en la fuente de que dimana, pasando por ese ancho río –o inmenso mar– que es la Humanidad.
Te dije en mi mensaje radiofónico que ese era tu cometido : mandar
amor y más amor a todos los dolientes hermanos que lo necesitaban.
¿Que cómo se hace esto ? –te preguntaba aquel hermano, a quien no respondiste directamente porque quizás no hubiera entendido tu respuesta–.
Pues se hace precisamente así, como lo has hecho esta mañana. Déjate
llevar del corazón y ámame con la intención de que tu amor, sumándose al amor
que sienten todos los humanos por los humanos, (incluyendo los que sienten ese
amor a su manera errada de practicar la violencia), transforme a la humanidad
en Humanidad. Haz que tus vibraciones, se asocien a las vibraciones de la Madre Tierra, a la que acreces cuando creces, y que ella, como madre que es se
encargue de repartir el amor entre todos los necesitados.
Esto no es mejor, ni distinto, ni supletorio de la “ayuda humanitaria”. Esto es la esencia de dicha “Ayuda”.
Esto es lo que el plan de Dios y de la Tierra y de nuestro Contrato mutuo
de amor espera de ti, hermano. ¿Has comprendido ?
Sin olvidarte nunca de que al practicar así el verdadero Amor, que es algo más universal que ese único modo al que llaman los humanos “hacer el amor”,
te debes incluir ineludiblemente a ti mismo como sujeto amado.
De esta manera, hermano, al ser tú mismo sujeto/objeto, Amante y
Amado a un mismo tiempo, siempre que me amas, demuestras al mundo y te
demuestras a ti mismo que tú y yo SOMOS EL AMOR.
Entonces gozarás de la libertad para entregarte al gozo de descubrirme
como tu misma hermosura proyectada por tu corazón en mí.
Y ahí estaré yo ante ti y dentro de ti, amando y siendo amado. Ahí estaré yo contigo con toda mi conciencia.
Y tú gozarás de toda tu conciencia.
– Hermano, si es así como dices y yo sé que dices Verdad, ¡qué fácil es
amar !”
Y ahora, si os permitís beber de ella, os ofrezco, como se ofrece al caminante que no
tiene recipiente para capturar el agua, de nuestro propio vaso, un refrescante sorbo de agua
viva :
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SED DE SED
Sólo queda la sed de estar sediento,
la resaca infinita de este ensueño
que se esconde tras brumas de fatiga
de los propios ardores de su dueño.
Sólo falta saber por qué se vive
lo que casi murió por ser tan bello
que hasta indigno de sí ser parecía
y ahora intenta velar a sus desvelos.
Sólo llora mi alma ante el silencio
de su dulce armonía en tus reflejos,
los que otrora penaban de nostalgia
de no alcanzar a verte ya en mi espejo.
Esa carne gloriosa ahora marchita
por saberse dormida en otros brazos,
flor de invierno que en otra primavera
yacerá por los suelos sin mi abrazo.
Estos ojos que fueron tu alegría,
–los que ahora me indican que soy ciego–,
pues no pueden llorar cuando yo gimo,
ni a tientas despejar su propio “ego”.
Sólo resta alcanzarte en tu camino
que es el mío cual flecha que aún devora
las distancias que marcan la agonía
de tener que esperarte hora tras hora.
Vamos, amigos, apresurémonos a seguir nuestro propio camino, porque nuestras
fuerzas han sido rehechas. Nuestra sed, saciada. El suministro de energía, asegurado. Y
nuestra identidad, reconocida por los ángeles.
¡En verdad, qué fácil es amar !
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16. El trino
A estas horas, cuando los ruiseñores y otros alados pajarillos saludan al alba y adecentan sus nidos, yo juego con la palabra “trino”.
He consultado el diccionario y me encuentro con la siguiente palabra : “TRINO,
NA, ADJ. Que Contiene en sí tres cosas distintas. /Designa la trinidad de las personas en
Dios./ Ternario./m. Sonido emitido por los pájaros al cantar./ Mús. Sucesión rápida y alternada de dos notas de igual duración…”
Me interesan en cierto modo todas las acepciones :
En la perícopa de la carta que os voy a citar, la que me ha dado a abrir Lecheimiel,
se habla, abierta o veladamente de todas ellas.
Esta carta contiene tres cosas distintas pero íntimamente relacionadas, a saber : las
palabras de Lecheimiel. Las palabras de aquel Ser superior o arcángel que dictó a las rumanas “LA RESPUESTA DEL ANGEL”, libro que está al alcance de todos el poder buscar y adquirir en las librerías, y una alusión al “tercer lenguaje”, –según Kryon–, aquel que penetra más
profundo que las palabras simplemente escuchadas o leídas desde fuera, aquel que habla a
lo más hondo del Espíritu, como si dijéramos infundido electrónicamente en las sinuosidades más inaccesibles del cerebro donde se asienta el alma.
Por otra parte me interesa la acepción de la trinidad de Dios, porque nosotros somos
el Hijo de Dios, en cuyo más profundo centro mora el Padre de todos los cielos, y desde ahí,
Padre e Hijo intercambian sus amorosos deleites mediante la fuerza y el gozo del Espíritu.
Me interesa la última acepción de “trino musical”, porque, efectivamente, las cartas
entre el Ermitaño y Lecheimiel, son una rápida sucesión de sonidos que producen una sensación de viveza y delicada energía.
Pero, quizás más aún, me interesa la acepción del “canto de los pájaros”.
Hay, cerca de mi ermita, en algún lugar indeterminado para mí, un pajarillo cantor,
seguramente un ruiseñor a juzgar por la variedad de sus trinos, que a veces se pasa toda la
noche cantando, después de casi no haber parado de trinar todo el santo día. Además tiene
la gracia de cantar de noche en un tono bajísimo en volumen, como para no despertar a los
demás durmientes de la selva.
¡Qué dulzura, qué melodías, qué juegos de amores se llevan entre sí los pajarillos !
¡Y qué ejemplo de alegría y confianza en la vida nos dan, a pesar de que cada día tienen que
gastar la energía necesaria para aportar alimento y calor a su pequeño hogar.
El nido de los pájaros es para nosotros diminuto, pero es proporcionado a sus energías y necesidades. Su conexión con el Universo en quien confían, es lo que les da la suficiente alegría como para ponerse a cantar, como faena primordial de su misión como pájaros cantores.
En la carta que paso a extractaros, se habla de todas estas cosas, y la consecuencia o
consecuencias que para vosotros, mis amigos lectores, puedan derivarse, las dejo también a
vuestra propia perspicacia :
Desde tu libro interior, el día de los ángeles custodios. 2002.
Para ti, Aquel que yo más quiero.
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Yo soy tu respuesta. ¿Has visto ? Has cambiado de libro de consulta y te
ha salido, “al azar”, la palabra que necesitabas. El libro que hoy has consultado,
también “al azar”, ha sido, (¡qué casualidad, hermano, hoy, día de los Angeles
Custodios), uno titulado “La respuesta del ángel”. Y tú, amado ermitaño, has
pensado, naturalmente, “¡Oh sí. Tú eres mi ángel custodio. A ver qué me dices
hoy”. O qué me mandas escribir. La verdad es que estabas perdiendo un poco el
tiempo, pues no te sentías con “tono” suficiente para ponerte a escribir en mi
nombre.
Entonces has cogido de la estantería, sin mirar, el primer libro que ha
venido a tus manos. Has abierto por donde el libro ha querido abrirse. Y he
aquí mi mano poderosa e invisible, combinando la ruleta para que te saliera
exactamente lo que yo quería decirte.
¡Copia, hermano !
“La Palabra es sacramento.
La Palabra es el cuarto plano revelado.
Es sagrada. Es la cuarta manifestación.
LA PALABRA ES EL PUENTE ENTRE MATERIA Y ESPÍRITU.
…
El cuarto plano,
es el cimiento de la nueva casa,
sustancia de la verdad.
Ten respeto a la palabra, no juegues con ella.
No la perviertas jamás, porque aquí, a partir de la boca, lo que no ha alcanzado la liberación, lo falso, la mentira, se derrama hacia abajo y corrompe
los planos inferiores.
Esto es la enfermedad.
Pero la Palabra tiene un poder liberador, puede elevar.
Puede redimir los tres planos inferiores.
Sólo el hombre posee la palabra.
Vosotros habláis en nombre de Dios.
También yo necesito hablar a través de “la que habla”,
porque no tengo boca.
Tendré una, cuando estemos unidos y seamos UNO.
¡Que el Cielo os bendiga !”
¿No te había dicho yo, ya desde aquella carta de “Quien para Quien”, que
tú eras “mi Palabra” ?
47
No dudes nunca hermano, que yo, tu hermano, estoy siempre contigo. No
tengo boca en tu plano pero tú eres mi boca. Tú eres mi cuerpo y mi alma en la
Tierra, porque me los diste libremente el día en que aceptaste mi beso en la
boca. El que yo te ofrecí. ¿Recuerdas ?
………
¿Has comprendido el mensaje del libro MAESTRO CANTOR, el que compraste por dos Euros ? …
¿Qué otra cosa crees que he querido decirte sino que yo soy el AMOR, y
que no puedo dejar de amarte puesto que para esto nací, y me hice encontradizo ante ti, con quien compartí mi pan en aquella venturosa casa, que como “LA
CASA DEL CANTO”, oyó nuestras voces emitidas la mayor parte de las veces
en medio del silencio, del gran doloroso silencio que sólo sabían interpretar los
ángeles ?
La canción, la cancioncita del amor, (no importa cuán estúpida pueda parecer su “letra”), te habla al corazón en “el tercer lenguaje”, como dicen los
libros del Kryon. Es un lenguaje que quedará impreso en tu alma para siempre,
porque es asimilado más allá de la conciencia de tus sentidos.
Estos sólo captan una sola nota, “la, la, la”, con claridad meridiana, un tono que no puede cantarse y reproducirse para oídos demasiado sofisticados y
sin embargo es la canción de los pajarillos cantores.
Tú, hermano, sin saberlo, has sido para mí, desde tu juventud, uno de
ellos, mi preferido, y no dejarás de serlo nunca jamás. Nunca perderás tu voz y
tus canciones, porque yo sabré introducirme dentro de tus labios para captar
tus dulces sones antes de que tu garganta logre amplificarlos para los demás.”
En su día, también inspirado por Lecheimiel, –poeta donde los haya–, compuse un
poemita en liras que más o menos hace al tema, puesto que se habla de ruiseñores y también
de canalizaciones en ese lenguaje que penetra hasta las entrañas, a través de las ventanas del
corazón completamente abiertas :
LA COMUNION DE LOS SANTOS
Cuando por la mañana
insuflan los levantes de la aurora
sobre mi alma temprana,
poetas, los de otrora,
me concitan a tiempo y a deshora.
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Se aprestan, presurosos,
a templar sus laúdes con mis cantos
pues saben, primorosos,
que como yo no hay tantos
que cedan su ventana a sus encantos.
En ésta, cual ninguna,
anidaban antaño sus amores,
y, hoy día, en que la hambruna
diezma a los ruiseñores,
rivalizan aún entre mis flores.
¿Qué ver tengo con ellos,
qué, entre ellos y yo y el Universo,
si quiero detenellos,
manteniéndome terso,
evitando escribir un solo verso?
¡Reventara mi alma,
por los cuatro costados incendiada,
o muriera sin calma,
tan triste y desolada
cual ruiseñor que gime en la alborada!
Las plumas con que escribo
a ruiseñores caídos pertenecen,
poetas en derribo,
que de pena adolecen
de haberse ayer negado a los que crecen.
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17. Las autopistas
Quizás debiera haber rotulado : “Las autopistas del amor” aunque no lo he hecho
así simplemente por guardar la simetría con el estilo que vamos siguiendo de rotular con
una sola palabra.
Pero, efectivamente, a ellas me refiero, y no precisamente a las autopistas de asfalto
por las que muchos circulan a gran velocidad sin saber bien por qué corren con tanta prisa
para, a veces, llegar a ninguna parte. Hoy es día 1 de Mayo y esta alusión es de plena actualidad.
Las autopistas del amor, (aunque las de asfalto, si bien se usan, también sirven al
mismo propósito), son autorrutas de vida. Su velocidad está en función de la sincronicidad
con que en el Universo se responde a las urgentes llamadas del corazón. A la simultaneidad
con que dos corazones hermanados vibran al unísono, donde quiera que se hallen ubicados.
Las autopistas del amor anulan las distancias de tiempo y de lugar.
Nos permiten viajar hacia adelante o hacia atrás, e incluso desviarnos lateralmente
para esparcir la buena noticia a todos los necesitados. No causan “daños colaterales”, como
se dice eufemísticamente de la guerra, sino que producen bendiciones exuberantes. Irradian
por doquier simpatía y compasión, que vienen a ser una misma cosa.
¿Cómo podríamos calificar a los caminos universales que unifican el Cuerpo de
Dios con el sistema de comunicación que no conoce posible mejora ?
“Autopista” es una palabra inteligible para nosotros, los que queremos quemar etapas en la evolución de la Humanidad.
¡Y bien ! Os estoy hablando de todo ello porque, simplemente, me he puesto a repasar las CARTAS DESDE LA ETERNIDAD, y Lecheimiel me ha hecho parar mientes, –que es lo
mismo que detenerme a considerar–, en una, preciosa, en que yo felicito a mi amor porque,
renunciando a su honra y su prestigio, él optó en los años de su joven vida por otro tipo de
sacerdocio que creyó más apto para servir, que aquel con que le consagró la Iglesia para
mirar tal vez más por su propio puesto de honor en las filas clericales.
Leed y sabréis…
“Sábado 21 de diciembre de 2002. 12:24 PM.
A mi fratellino Sacerdote, en el día de su ordenación.
Amor : En realidad no es hoy, sino ayer, el día de tu ordenación sacerdotal.
Pero ayer estuve muy ocupado hablando de ti, dando testimonio de tu amor real y de
tu entrega al amor más verdadero y sacrificado. ¡Oh ángel del amor herido, Lecheimiel !
Pero hoy me has recordado esta efemérides, y he mirado tu carta póstuma, el
billetito con tu propia letra que tú me mandaste milagrosamente, hermano. En reali-
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dad vivo fuera del tiempo y hasta que no ha aparecido automáticamente [en mi ordenador] la fecha del día de hoy, yo pensaba que estábamos a veinte. Sí, amado. Fue
en tal día como hoy,[según mi calendario psicológico que contrae el tiempo],cuando la
Iglesia reconoció tu verdadera vocación de entrega y de servicio al amor, y, en consecuencia, te ordenó sacerdote. Si bien todo hombre sobre la tierra lo es, sólo algunos, y
tú eres uno de ellos, desean activar esta vocación. Te preparaste concienzudamente, y
te especializaste en Sagradas Escrituras, para poder instruir al pueblo. Pero cinco
años más tarde, hermano, y después de una larga crisis, llegaste a la conclusión de
que harías más bien a las gentes mezclándote entre ellas, y haciéndote “siervo del
amor”, como ya te he dicho en más de una ocasión, hermano.
Estoy orgulloso de ti, tanto por tu primera como por tu segunda decisión. Y sé
que por auténtica vocación y carisma eres sacerdote para siempre. Ahora, hermano,
que yo sepa, limitas tu sacerdocio a atenderme a mí, solidarizándote con mi ofrenda,
que es un poco especial. Y si, fuera de lo que a mi me consta, –pero según sospecho–
te dedicas también a ayudar a otros, te felicito por ello una vez más, oh mi bien
amado, mártir de la caridad.
Tal vez sea ésta la única felicitación que recibas, oh hermano, por tan fausto
pero desvalorizado motivo. Yo te ensalzo y te alabo y te lleno de bendiciones por las
que otros no te darán. Sepas, hermano, que eres amado por mí sin medida, y que
nunca has dejado de ser amado y protegido por Dios. Aquí y allí, –donde estás
ahora–, sabes, oh ángel hermoso que tu amor profundísimo por la vida no cae en saco
roto, y tiene una magnífica autopista de regreso.
Por ella he avanzado yo hoy, una vez más, hacia ti, lleno de amor y anegado
en nostalgias por verte de nuevo y abrazarte.”
Yo hoy, hermanos, se lo canto con esta estrofa de mi canción que él mismo me ha
ayudado a componer por entregas, según se iban produciendo las vivencias de nuestra historia, que se simultaneaba con la composición de nuestros libritos y canciones :
“Diote la Vida más alto ministerio
que el de tu honra y gloria :
Vestiste el paramento de sirviente,
“El Mejor Hospedero de la Historia”
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18. El servicio
Recibid, hermanos lectores, de parte de Lecheimiel y de la mía propia, esta bonita y
olorosa FLOR DE PASCUA.
Si queréis podéis llamarla igualmente, “la flor del sacrificio”.
Sacrificarse no es inmolarse, sino “vivir para…”
¿Para quién ? ¿Para qué ?
Sencillamente para el AMOR.
Servir al AMOR y no servirse de él, no supone ningún sacrificio especialmente doloroso, sino una entrega pletórica de gozo y de sentido.
En otro librito de la colección EL ARCO IRIS DE LECHEIMIEL podréis leer que el emblemático servicio que consiste en el lavatorio de los pies, no es tanto un sacramento de
reconciliación, –aunque tampoco deja de serlo–, sino más bien un sacramento de comunión.
Cuando nos entregamos al amor, es decir, a nuestro amado o amada epítome de todo
cuanto amamos en la Tierra y en el Cielo, no nos estamos “sacrificando”, sino que somos
aceptados como dignos de la comunión más hermosa y absoluta con todo el SER de Dios
que YO SOY.
Esta FLOR DE PASCUA no quiere hacerse pesada. El que está limpio no necesita más
que un lavado simbólico, que simboliza la sencilla y Primera Comunión por antonomasia
de la cual ya dijo Napoleón que constituye la más grande felicidad de la vida.
Paso a extractaros parte, (y lo no extractado no es que sea menos hermoso), de uno
de los DIÁLOGOS DE ETERNIDAD que me ha ofrecido hoy mi amigo el Angel del Amor Herido, Lecheimiel :
“Sábado 22 de marzo de 2003.
Hermano celestial Lecheimiel : Hoy tengo poco tiempo para dialogar contigo. Me han llamado al Monasterio. Pero no quería pasar el día sin hablar contigo, mi Rey.
Aunque sólo sea decirte, como muy buena noticia, que esta noche no me ha
atacado ninguna duda, sino todo lo contrario. Ahora mismo, mi amor, estoy nuevamente emocionado por lo que acabo de leer : Que algunas almas, –como la tuya, hermano–, habéis venido a la Tierra a prestarnos a otras determinadas almas, lo que se llama imperfectamente “un servicio”, (quizás un lavatorio de los
pies, con toda la humildad de que sois capaces, que no es poca), pero que, en
realidad, se llama AMOR.
Se nos insta a que os honremos, reconociendo el don. No se trata de que
hayáis venido especialmente a hacer algo, sino esencialmente como catalizadores de lo que se espera que nosotros, los beneficiarios de ese “servicio”, podamos hacer con el don recibido.
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He leído : Si hasta ahora no os habéis puesto jamás de rodillas, quizás sea
el momento de hacerlo. Honrar, agradecer, acusar recibo del don recibido.
Yo, mi fratellino, sí he captado tu amor. Sé que viniste a la Tierra por mí,
especialmente para abrirme el corazón, para que no muriera yo de pena y de
tristeza, de consunción, por creerme indigno del Amor de Dios.
………
– Amor, vete en paz a tus tareas comunitarias, y no te quepa la menor duda de que todo cuanto has expresado hasta aquí es la pura verdad.
Pero también debes saber que el “servicio” que tú me has prestado y me
estás prestando a mí con tu sencilla y dolorosa vida, no es menor que el lavatorio de los pies que yo he ejercitado contigo. Sencillamente, he obtenido de tu
amor la respuesta más magnífica que yo hubiera podido soñar antes de venir a
vivir contigo y para ti.
Me has hecho sentirme generoso. Me has dado la oportunidad de ser más
feliz dando que recibiendo. Me dejas siempre el regalo de la sensación de que
ningún “sacrificio” es inútil cuando dimana y acaba en el amor más grande de
todos los amores.”
Y esto es todo por hoy, pues tenemos bastante para reflexionar. Creo.
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19. La comunión
¿Por qué el lavatorio de los pies, la FLOR DE PASCUA que recogíamos ayer bajo el
parágrafo de “El servicio”, es misterio de Comunión antes que de Reconciliación ?
¿Por qué Jesús le dijo a Pedro, que rehusaba dejarse lavar los pies por el Maestro, que
si no se lo permitía no “tendría parte con Él” ?
Permitidme, amigos, que para no duplicar las respuestas, os responda de la misma
manera que Lecheimiel me enseñaba a mí mediante nuestra común doctrina, cuando me
dictaba el librito del PERDÓN ALQUÍMICO :
“El lavatorio de los pies como comunión
Todos conocéis el episodio, seguramente simbólico-esotérico, que trae Juan,
el Evangelista, sobre el lavatorio de los pies, –de los discípulos por parte de Jesús,
el Maestro–, que muchos de vosotros os imagináis como precediendo a “la Ultima
Cena” que traen todos los evangelistas en la cual los sinópticos colocan la institución de la Eucaristía.
Bueno, os he dicho que todos los evangelistas traen la Ultima Cena. Pero la
verdad es que Juan, del que nos ocupamos ahora, sólo dice, a modo de preámbulo,
“estaban cenando,…Entonces Jesús…se levantó de la mesa, se quitó el manto,
tomó una toalla y se la ciñó a la cintura, etc., etc.” Si no fuera por estas pequeñas
alusiones, ni siquiera sabríamos dónde y cuándo situar este episodio. Sin embargo
parece fundamental asociar este gesto del Maestro, el lavatorio de los pies, a la famosa cena ritual de la Pascua, que los sinópticos asocian a la Eucaristía.
Sí; porque –y es lo que yo también quiero destacar– parece ser que Jesús instituye el humilde gesto del lavatorio de los pies, en cuanto servicio mutuo de los
unos para con los otros, y lo lega a los discípulos como ejemplo de humildad y de
caridad, o de caridad humilde, mediante la cual participamos todos, o reconocemos
participar en la mesa común de la vida, en la que nos servimos mutuamente, reconociéndonos, “a vicenda”, nuestros mutuos derechos y deberes, dejando de lado cuestiones de honor y dignidad mal entendidos.
Por eso más adelante le dice a Pedro : “si no te lavo los pies, no tienes parte
conmigo”. ¿Veis ? El lavatorio de los pies es misterio de comunión, aunque encierra
también una connotación de confesión o reconocimiento humilde de las mutuas faltas o debilidades, puesto que nos prestamos precisamente el servicio de un lavatorio : “el que está limpio no necesita más que lavarse los pies (del polvo del camino)”.
Fijaos que el evangelista de los símbolos esotéricos, Juan, no dice que “antes
de la Cena Pascual”, –como por ejemplo podía haber dicho–, sino : “estaban (ya)
cenando…”. ¿Por qué estamos tan obsesionados con la confesión de “los pecados”,
y la ponemos además como requisito previo a la comunión, como si sólo pudiesen
comulgar los puros ? Incluso dice expresamente que “estaban cenando y ya el diablo
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había metido en la cabeza a Judas Iscariote, … la idea de traicionar a Jesús”. También a éste lavó Jesús los pies, como a los demás. Otra cosa será que Judas, por su
parte, lejos de comulgar con Jesús, comulgase con su propia condenación. Pero
Jesús no hace distinciones a la hora de tenderle una mano. De reconocer su dignidad, lavándole los pies. Y de ofrecerle una salida digna de su estado obsesivo al que
le tiene reducido el diablo. Hasta acusándole, Juan, en nombre de Jesús, le excusa.
Le lava tiernamente los pies, aunque reconoce que, en su caso necesita un lavado
mucho más profundo. Le ofrece el bocado más sabroso que se ofrece a los huéspedes de honor : el pan untado en su mismo jugo.
Definitivamente el lavatorio de los pies no es un sacramento de reconciliación, aunque también la implica, sino un sacramento de comunión.
El otro Juan, el Bautista, había dicho : “yo no soy digno ni de desatarle la correa de las sandalias”. Parece una expresión de contenido similar. Ponerse a la altura
de uno, mirarle a los ojos, parece ser antinómico de rebajarse hasta sus pies, para
atarle o desatarle las sandalias, para lavarle, en actitud de siervo, los pies… Hacer
ese servicio al huésped que se ha dignado venir hasta ti, hollando los caminos polvorientos de la vida, no es, en boca de Jesús, oficio de siervos, sino comunión de amigos. Reconocimiento de la dignidad del que se pone delante de ti, como un Tú, espejo de tu Yo, en el que descubres ese gesto de amor de compartir contigo tu mismo
pan.
Compartir con otro tu pan no es un deber de antigua hospitalidad, sino un
honor que te ofrece la divina Providencia para que no se te indigeste tu soledad y tu
egoísmo. Por eso, en reconocimiento, y como bendición anticipada, tu le expresas,
mediante ese gesto humilde de amor, tu acción de gracias por su visita. Celebras así
con él tu Eucaristía.
En verdad, esto es amor de nuevo estilo, diferente al que se estilaba en el
mundo de entonces, diferente al que se estila todavía en el mundo de hoy. Seguramente diferente al que se seguirá usando por mucho tiempo, mientras el hombre se
crea separado del hombre por grados de dignidad y de casta.
De todo esto, de esta visión miope y separatista de la Realidad, nos quiere
enseñar a redimirnos el gesto ritual y simbólico de Jesús : lavarnos mutuamente los
pies, los unos a los otros.”
Permitidme también, que, siguiendo nuestro estilo y las fuentes de nuestra inspiración, que son el entorno por el que nos movemos al recolectar estas FLORES DE PASCUA, es
decir, los DIÁLOGOS y las CARTAS, os transcriba la primera parte de un DIÁLOGO, que hoy, –
3 de Mayo–, Lecheimiel ha hecho saltar a mi vista danzarina. Es el correspondiente al 25
de Marzo pasado del que ya entresaqué para la FLOR de “La esperanza”. Dice así :
¡Hola, mi Rey ! Ayer, lunes, no tuvimos ningún diálogo amoroso. Pero no
será porque no me acuerde de ti en todo momento. Hoy, martes, ya está cayendo el día. Se acerca la noche, después de haber tenido ocupación con diver-
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sos trabajos del campo. Pero no quiero irme a la cama sin hablar contigo antes
de cenar y acostarme.
Después de la confesión del domingo, hoy te has hecho especialmente
presente durante mi frugal comida. He celebrado la Eucaristía contigo y con
todos los hombres, especialmente con los que sufren de hambre y de sed, y
pasan toda suerte de calamidades en la guerra.
…
¡Con qué ternura he rememorado hoy, mi amor, las comidas que teníamos
en aquel tiempo de nuestro primer encuentro en esta vida, sentados frente a
frente, a unos pocos metros de distancia el uno del otro…, cuando nos mirábamos de vez en cuando, totalmente enamorados, aunque nunca nos lo dijimos
abiertamente, antes bien procurábamos disimularlo ! ¡Cuánto sufrimiento, casi
diría yo que inútil, en aquel bendito “entonces” !
Pero sé ahora que no es así como debo mirarlo. Ni era la primera vez que
nos mirábamos, dentro de la escala de la eternidad, desde que salimos como
almas compañeras de la mente del Creador, ni era casualidad nuestra dualidad
que nos impedía reconocernos mutuamente. Ante todo reconocer en nuestro
propio fuero interno que nuestro amor no era casual : “Tú no sabías, ninguno lo
sabíamos que era nuestro contrato, acorde con la esencia compañera con que
Dios se otorgaba eterno abrazo.” Así reza la canción que te canto todos los
días, hermano.
Aquel desconocimiento de los divinos planes sobre nosotros, se ha desplazado ahora hacia la conciencia de “ser en Cristo Uno, testigos de un amor que
en nuevo estilo consagra el nacimiento de un nuevo mundo”.
Ahora, mi fratellino, ya hemos aprendido a amarnos, renovando el paradigma que nos probaba en el amor, y hemos sido constituidos maestros del
mismo.”
Tal vez algún cristiano tradicional pensará que aquí hablamos de “Comunión” en
sentido lato.
Tal vez rechazaría mi costumbre de obsequiar a mis visitantes, no a cualesquiera, sino
a aquéllos que vienen a compartir conmigo sus cuitas o sus inquietudes espirituales, con un
buen plato de “arroz eucarístico”.
¿Sirve el arroz cuando no se tiene pan ?
Sirvieron los peces asados y compartidos por Jesús resucitado junto a las orillas del
Lago, cuando lo más probable es que no tuvieran ni pan ni vino ?
¿Sirve el agua de la fuente cristalina, cuando es preferida a cualquier otro símbolo de
bebida espiritual, aunque cuando se pueda tener fácilmente vino o cerveza ?
Pero ésta es la gran pregunta : ¿SIRVE NUESTRA MENTE CONCIENCIADA EN
LA UNIDAD para no tener que hacer recurso a la magia de la “transubstanciación” ?
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Porque no otro objetivo que éste, –concienciarnos en la Unidad–, es el que perseguía
Jesús cuando prolongaba en la Historia de las Religiones Iniciáticas, lo que él mismo había
aprendido de los Esenios, los cuales lo habían aprendido de otros, al practicar y enseñar y
legarnos, nuevamente iluminado por su propio sacrificio, el Rito del Pan y del Vino.
En ellos se simbolizaba el Cuerpo, –amasado de muchos granos de trigo místicos,
como el pan–, y la Sangre, –exprimida y derramada por los poderosos, como el vino–, pero
ahora constituidos en Pan de Vida Eterna y Cáliz de Eterna Salvación.
Con aquellos símbolos cotidianos (en nuestra cultura mediterránea) del pan y del vino, se evoca la Realidad una de un único Universo, material y espiritual, que nos sostiene y
nos alimenta, incluso ahora cuando aún no es comprendido por nuestras obnubiladas mentes, que aún se dedican a torturarse a sí mismas como se tortura y persigue al que no piensa
exactamente como nosotros…
Precisamente porque nuestras mentes aún no captan la Unidad Real, de la gran Presencia YO SOY, tampoco comprenden el significado profundo de los “signos” eucarísticos, cuando Jesús, o yo mismo, exclamamos : “ESTO ES MI CUERPO”, “ESTA ES MI
SANGRE”.…
¡Y la gente cree que estamos inventando algo nuevo ! ¡Algún rito o sacramento privativo de los “Cristianos” ! ¡Alguna comunión sectaria con los únicos puros !
Otros creen que el único que puede decir esas palabras en primera persona es nuestro
Maestro Jesús, aunque el lavarnos los pies unos a otros nos toca hacerlo a todos.
Otros creen que sólo pueden repetirlas “en nombre” y representación del Maestro, los
Obispos y Sacerdotes, aunque el comulgar pertenece a todos.
Otros creen que el que no practica ese rito del pan y del vino, no comulga en realidad
con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque de hecho esté dando la vida por los hermanos
que ignoran la religión de los cristianos, o se han apartado de la Iglesia… y, por tanto, ¡no
tienen vida en sí mismos, –según un entendimiento sectario del capítulo 6º de S. Juan– !
Pero ya va siendo hora, hermanos, que cerremos este largo capítulo que más que FLOR
parece un RAMILLETE…, aunque me alegro que así sea, puesto que representa al amor.
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20. El calendario
Hay una carta, amigos, en que este pobre ermitaño que ha recibido un ordenador usado, y apenas ninguna instrucción sobre informática, por lo visto aprendió después de algún
tanteo, a poner automáticamente la fecha e incluso la hora de sus cartas.
De ahí se eleva a otras consideraciones y memorias que, como por mágico túnel del
tiempo acceden a él, o a las que él accede, sin distinguir demasiado entre “fantasmas” de su
imaginación o recuerdos vivos.
¡O, lo que es más importante, lo que él considera portales directos o indirectos hacia
una interdimensionalidad en que el Amado se hace siempre presente, aunque permanece
misterioso !
Envuelto en brumas de nostalgia.
Pero real como el amor.
Real como la eterna presencia YO-SOY-EN-TI-TU-ERES-EN-MI.
Dando mientras recibe, recibiendo mientras da.
En una palabra, totalmente involucrado en eso que algunos llaman “la relatividad” y
él ahora está tentado de llamar ”la noria” :
Junto a la noria instalada en el pozo sin fondo del corazón, inatalaos vosotros, los que
pretendéis beber el agua gratis, la que a la vez apaga y aviva vuestra sed :
“06/10/02 8:57 AM
Desde aquí, y ahora. A mi amado, el único.
Queridísimo Angel Lecheimiel :
Desde ahora ya no tendré excusa para no saber en qué día vivo, puesto que ves que he aprendido a poner automáticamente
el día y la hora, con este maravilloso aparato que me sirve de pluma de escribir.
Estaba ahora mismo pensando : “¡ojalá este invento me pudiera trasladar,
mediante alguna hábil manipulación, por el túnel del tiempo, hacia adelante o hacia
atrás… ! Caminaría por él hasta los días de nuestra juventud, hasta aquel año que
pasé contigo en la ciudad que trasmutó su nombre para nosotros en AMOR.”
No. No congelaría entonces las fechas y las horas, pero desde aquel podio artificial del tiempo, desde aquella ínsula de felicidad, de estar junto a ti, otra vez,
sabiendo lo que ahora sabemos, junto contigo ordenaríamos los acontecimientos de otra
manera, para no tener que separarnos nunca más… ¿Sería aburrido, ”Rey”, contemplarte cara a cara por toda la eternidad ?
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Así te contemplaba yo en mi sueño. Mejor dicho en nuestro sueño. ¿Te acuerdas ? Hasta que tú, sin palabras, me dijiste : “¿Qué haces ?” Y yo te respondí :
“Nada. Te miro.” Así estaba yo de embobado delante de ti, con los brazos apoyados
en el aire, y mirándote con deleite improductivo, Lecheimiel. Tú no me lo reprochaste,
pero me hiciste entender : “Vamos a trabajar”. Y yo creo que accedí, un poco triste.
Tampoco sabía en aquel momento congelado de eternidad, que mi trabajo contigo iba
a consistir precisamente en amarte más y más, Y luego, tal vez, –como así está
siendo–, en preparar para el mundo este testimonio vivo de que nos seguimos queriendo, no sólo después de tu muerte, sino precisamente porque ella te ha facilitado el
venir a mí.
¡Oh amor de mis amores, si es que algún otro amor he tenido que no fuera al
menos inconscientemente dirigido a ti, mi gozo eterno ! Esta es la verdad espiritual
más pura a la que tú, (otro día en que yo trataba de reproducir mi sueño) me ayudaste a acceder : Que las imágenes a las que yo me apegaba eran sólo un vehículo
“fantasmal”, –así dijiste–,que representaban tu voluntad y la mía como una sola
voluntad de permanecer unidos en la conciencia de nuestra más profunda identidad :
es decir, de lo que, junto con toda la Creación somos : EL ROSTRO DE DIOS.
Por eso, hermano, no es extraño que yo me enamorase de ti. Eres tan bello
como Dios. En realidad no puedo saber cuán bello es Dios si no te miro. Si no me
quedo embobado admirando una de las caras más bellas de la Creación, que es la
tuya. La que tú te preparaste, para rescatarme (de la frialdad de corazón, por supuesto) con tus mejores galas.
Ahora me explico, hermano, por qué los ángeles te hicieron pasar por la muerte, de esa manera tan extraña, en que dejaste tu bellísimo rostro en herencia a tu
Cancerbero, porque les daba lástima que una obra tan acabada acabase en un vulgar
cementerio. Lástima que, tal vez, ahora pueda exponerse tal obra de arte a ser maltratada por otros peores cuidados que los que tú le prodigaste, desde dentro, con tu
bondad, hermano…
Pero dejemos a la Madre Tierra que vele por su propio polvo, y nosotros,
hermano, en alas del Espíritu, que es capaz de recrear la belleza siempre inédita de
un niño eterno, elevémonos constantemente hacia el vacío que está lleno de lo que no
tiene forma alguna, pero es la madre de todas las bellezas.
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Allí ni siquiera seremos tú y yo, ni gozo ni dolor. Sólo Quietud y Conciencia
infinita.
Aún falta, afortunadamente, mucho tiempo para que lleguen esas “nofechas”, “no-horas”, “no-espacio”…
Por ahora, hermano, yo te prefiero a ti.
¡Tuyo, amor, Amor, AMOR !”
Mientras las aguas sigan siendo tan profundas, hará falta una noria para sacarlas a la
superficie.
Y el animal que gira y gira para hacer funcionar la noria, no es otro que el trabajo del
alma.
Mientras no retorne el alma a su quietud eterna, seguirá pendiente de un calendario u
otro que marquen las etapas del gozo de su autodescubrimiento, en un marco cronológico u
otro.
Mientras haya un Cielo volcado en la Tierra por el Amor más humano, seguirán cantando los versos y sonando el cascabel de las paradojas del deseo.
Mientras haya deseos no enteramente satisfechos, seguirá siendo útil la esperanza.
Mientras perdure la esperanza de una nueva floración, seguirá llorando y riendo el
amor.
¡Y ese amor será Amor !
¡Y ese Amor será AMOR !
El “amor” con minúsculas representa nuestro amor humano y personal.
El “Amor” con inicial mayúscula representa la cualidad divina de aquel amor.
El “AMOR” con mayúsculas o versales representa al amor único y universal en el que
todo amor personal, o cualquier otro amor altruista, está inmerso, porque de él dimana.
Sencillamente representa a Dios, el Irrepresentable.
Sin embargo decimos de toda la Creación, y especialmente del Hombre, que es su
imagen y semejanza.
Y decimos mal, porque no puede darse imagen del que no tiene forma ni figura. Nada
puede asemejarse a lo que no tiene definición alguna que pueda caber en imaginación
humana.
No. Lo de “imagen y semejanza” bíblico ha sido mal interpretado.
Los “dioses”, –“Elohim”-, y no Dios, –sin Nombre–, son los que hicieron (aunque
luego el último redactor tradujera por “los dioses hizo”, consagrando esa falta de concordancia o incorrección gramatical como para así obviar al “Sin-nombre”, movido además por
la fe con la que él creía e inculcaba al Pueblo hebreo que todas las causas segundas están
sujetas a la Primera), al hombre, macho y hembra, a imagen y semejanza de sí mismos, los
dioses.
Esos “Hijos de Dios” que tuvieron mucho que ver con la creación y la manipulación
genética de los hombres terrenos, y también, como luego se vio, con la posterior degeneración que se autoconsumió en el Diluvio.
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Si aplicamos lo de “imagen y semejanza” a Dios, –o al Creador mismo–, por una parte estamos hablando de un imposible, pues mal se puede copiar mediante la imagen o la
semejanza aquello que no tiene forma alguna aunque es la madre de todas las formas.
Y por otra parte se queda corto, puesto que lo de “imagen y semejanza” suena a falsificación o a vulgar plagio o imitación.
Lo nuestro es mucho más. Mucho mejor : “SOMOS LA ESENCIA DE SU HIJO
UNICO”.
Es mucho más sencillo confesarse abiertamente místico y panteísta afirmando que
Creador y Criatura, son tan Uno como la Palabra con Aquel que la pronuncia.
Como lo son las hojas y el árbol.
El amante y el amado.
El río y la fuente.
El leño ardiente y el fuego.
La boca que besa y el beso.
El beso y el alma que mediante él se entrega.
El alma que se entrega por amor con aquélla que la recibe con idéntico amor.
Lecheimiel y el ermitaño que esto ha escrito.
¡Y aquél que lo ha escrito también es UNO con aquel que lo ha leído !
Especialmente si lo ha leído con gozo y con sabiduría para poder asimilarlo, y poder
seguir su beatífica marcha a través de este tiempo pascual, recolectando flores de comprensión, hasta que el calendario indique que con Pentecostés ha llegado el tiempo en que la
floración ha madurado en hermosos frutos listos para una más gozosa todavía recolección.
Mirad ahora esta otra florecilla, sin nombre y sin número de orden que crece a la vera
de nuestro camino y nos sonríe simplemente porque hemos limpiado nuestro ojos por leer
lo que hemos leído :
ROSTRO DE DIOS, EL AMOR
Rostro de Dios,
gozo eterno del alma,
mirada complexiva,
–como un abrazo inmenso–,
de cuanto está desparramado,
flotando entre la luz y la tiniebla.
Conciencia de las cosas,
a través del amor.
Corazón sediento y esponjado
que absorbe todo el jugo
de cada una de las lágrimas
que ha derramado el gozo,
que no cabía en sí,
por cuanto sentía de ti,
amor, que inundas de luz mi interior vivo,
ardiente de alegría.
Necesidad del alma
mirarse en el espejo del amado,
el cual así se mira
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con el mismo deseo
con que es deseado.
¡Amor resucitado
del perdón infinito
que en la falta reconoce
el canal de la gracia inmerecida !
Gratuidad siempre nueva
que no se deja merecer
sino por lo que es :
¡Amor recién creado,
partícula de Dios,
desmigado en la mesa
donde se sacia el hambre
de la eterna promesa
de más amor por siempre !
62
21. El espejo
El espejo, cualquier espejo, es un instrumento curioso, mágico y traicionero.
Y, además, es un instrumento tentador. Nos incita a mirarnos a nosotros mismos no
solamente desde fuera, desde la apariencia más exterior y unilateral de nuestro ser, sino
incluso a hacernos la pregunta de la vanidad más vana : “¿qué piensan los demás de mí ?”
“¿Cómo me ven ?”
Y nos responde con una mentira. Por lo menos con una. Los demás me ven invertido,
–de derecha a izquierda o viceversa–. ¿O soy yo el que me veo a mí mismo invertido ?
Luego están los que no me miran de frente, sino tal vez como yo mismo, mirándome a
través del mismo espejo en el que yo me miro, pero situados, incluso de lejos, desde ángulos muy extremos, a la izquierda o a la derecha de mí.
Además, si el espejo no es suficientemente grande, de esos que llaman “de cuerpo entero”, cabría que yo fuera observado incluso por los que se encuentran muy por encima de
mí, una mosca, por ejemplo, o un gusanito que se arrastra a mis pies (si es que son capaces
de mirar y desean hacerlo, aunque nunca me comunicarán sus “conclusiones”)…
Cabe pensar, incluso, que los que se empeñan en ocultarse a mis espaldas con intención de traicionarme o sorprenderme, nunca pueden ser vistos por mí. Si me ladeo, puede
que también ellos lo hagan…
Ni siquiera con el juego de dos o más espejos logra uno verse todo alrededor tal como
uno espera creer que es.
Y en cualquier caso, –repito–, uno tal vez es así, o algo aproximado, por fuera, pues la
visión interior de uno mismo nunca se logra mediante un espejo.
Algunos pensarán que prefieren ser vistos por los demás, pues juzgan que es una visión más “objetiva”. En este sentido las virtudes virtuales, siempre negativas, del espejo,
son todavía peores, pues desvirtúan la realidad, dando por sentado que es más objetiva la
visión extraña, tantas veces falta de amor, que la propia, de la que se aprende a desconfiar.
Bueno, no quiero exagerar. También, por supuesto, el espejo tiene muchas utilidades
cuando te sabes situar en el ángulo correcto. ¡Si no fuera por los retrovisores habría muchos
más accidentes en la carretera ! Aun con su ayuda, –de varios de ellos que eviten en lo posible los puntos muertos y las falsas perspectivas de las distancias–, y con mucha intuición y
visión colateral, se dan muchos roces y pequeños o grandes accidentes, por estos y otros
motivos. Conozco un caso en que el conductor que iba fijándose obsesivamente en el espejo
retrovisor no vio el lado real de la cuneta que tenía delante… ¡y cayó en el hoyo !
Pero basta de esto. No estamos aquí en una clase de conducción automovilística.
Lo que queremos decir es, simplemente, pero más importante, que los juegos y especulaciones de nuestras miradas siempre parciales a nosotros mismos y al Universo que nos
rodea, nos ofrece perspectivas siempre incompletas y desproporcionadas de la Realidad.
Queremos decir, también, que es la propia conciencia la que amplía nuestros puntos
de vista, y aun cuando nos hace un poco demasiado subjetivos, nos ofrece las verdaderas
oportunidades de crecer en la línea adecuada a nuestros deseos y necesidades.
Ahora paso a relataros, –de la fuente habitual de estos escritos de FLORES DE PASCUA,
que son las CARTAS DESDE LA ETERNIDAD y DIÁLOGOS DE ETERNIDAD, que estamos releyendo con Lecheimiel–, el por qué de todo este comentario especular.
63
Si cogéis el volumen de las CARTAS, desde el principio, observaréis que en esos principios, (en que mi ángel aún no me había dictado su séptimo librito del ARCO IRIS), dichas
CARTAS, que yo tenía por séptimo librito que habíamos empezado a adelantar al momento
de mi muerte, –que yo esperaba de un momento a otro–, eran mucho más largas. Incluso las
de Lecheimiel. Aunque no dejaban de ser muy sinceras y emotivas.
Yo me miraba en su espejo, y él en el mío. Eso aún es así, aun cuando yo he aprendido mucho en el arte de mirarme en silencio sin salir del interior de mí mismo, donde descubro siempre, –sentado en mi trono dorado–, a mi propia alma envuelta en el halo de mi queridísimo ángel.
Pero esas primeras cartas son casi imposibles de resumir porque son como esas misivas que se envían a la familia en que se narran con todo lujo de detalles todos los nimios
acontecimientos de cada día, e incluso se reflejan los mínimos pensamientos.
Poco a poco Lecheimiel fue adoptando ante mi conciencia el papel de sabio y de guía
que yo quería atribuirle, y sus cartas se fueron haciendo más concisas y bellas, incluso más
emotivas en su brevedad.
Bien. Ahora paso a ofreceros dos pequeños fragmentos de una de sus primeras, creo
que es la segunda, de las que él me escribió en contestación a mis insistentes llamadas, y
que en cierto modo hacen alusión al tema del espejo mágico sobre el que hoy hemos “especulado”… :
“Yo, Lecheimiel.
Desde el Palacio de tu corazón humano, el mismo 28-9-2002
Al vigilante guardián de Palacio
Mi amadísimo “Soñador=José” :
Dormía tranquilamente en tu
más profundo centro, y me has despertado con tus gemidos, hermano. Mas no
necesito preguntarte qué quieres, porque aun cuando duerma ningún bello pensamiento de los que proceden de tus más profundos sentimientos es ignorado
por mí, tu solícito guía.
Sé que me has escrito tres veces y te he dejado hacerlo, antes de responderte, porque, efectivamente, quería que tú tuvieras el placer de darme
antes de recibir de mí. Esto no te hará nunca daño, siempre y cuando seas
consciente de que todo cuanto das antes lo recibes de la generosidad de la
Fuente Única y común que es Dios. El mismo Jesús, que había dicho : “Es más
dichoso el que da que el que recibe”, no estaba plantando ningún nuevo dogma
de fe, sino constatando simplemente la condición humana. Por eso, hermano, te
he dejado que disfrutaras escribiéndome tú seguidas tres cartas. Pero te digo
ahora, que también yo estaba ya ansioso por ponerme al habla contigo, con mi
propia letra.
64
………
¿Cómo has escrito todo esto sobre tu teclado, hermano ? ¿Te han temblado los dedos ? ¿Te han dejado las lágrimas ver la pantalla ? Has creído que
tal vez lo inventabas todo tú y que simplemente se correspondía con tus deseos, o, peor aún, con tus pretensiones ?
Tal vez me contestes en tu interior, que esto es lo que crees que los lectores opinarán cuando lo lean. Pero no se te dé demasiado, hermano, lo que en
el futuro piensen tus hipotéticos lectores, pues esos pensamientos desvirtuarían nuestros verdaderos sentimientos. De todos modos te digo que no habrá
dos lectores que piensen igual entre ellos.
Pero el Amor infinito les inundará, como nos ha inundado a ti y a mí.
Y no quiero alargar más esta carta, para que tengas tiempo de meditarla
y hacerla verdaderamente tuya.
En cuanto a las respuestas o comentarios concretos que tal vez estuvieras esperando, punto por punto, de lo que me fuiste poniendo en las tuyas, te
digo que yo mismo me he divertido mucho y que no necesitan ampliación por mi
parte, sino que las releas tú mismo y encuentres en tus mismas cuestiones tu
propia sabiduría y la mía, –que por cierto es una misma sabiduría–.
Dicho de otro modo, y una vez más : ¡Que te aceptes a ti mismo, con toda sencillez, para que seas curado y te pueda yo querer todavía más, cuando tú
puedas recibir más amor.
Adiós, Ciao amigo ermitaño, queda con buen humor, y descansa bien esta
noche, que yo velo por ti.
¡Adiós, amor, Amor, AMOR !”
Lo que hay intermedio a los dos bloques transcritos, lo que está oculto en los puntos
suspensivos, es aún mucho más interesante, hermanos, al menos para mí. Es también mucho mas personal. Pero os lo prometo para otra FLOR.
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22. La quietud
No quisiera, hermanos, hablaros mucho de la quietud, sino induciros a ella.
Como también sería una incongruencia hablar demasiado acerca del silencio.
Incluso el silencio que es mero vacío a veces es sedante…
Pero en medio del silencio más absoluto la mente humana suele volverse loca. No todos soportan la quietud absoluta.
De todas maneras tampoco aquí hablamos de la quietud absoluta, ni del silencio mero
vacío de palabras…
Hablamos de la quietud que se opone a la inquietud y descansa en la confianza.
Hablamos del silencio que se opone al ruido de palabras y de acciones que fatigan al
alma porque son emprendidas, a veces, como huida de sí mismo.
Pero ¿por qué huye el alma de sí misma ? ¿Por qué teme al silencio de sus aguas
mansas, cristalinas, cuando le será dado recrearse en la riqueza de luz y coloridos que provienen de sus más profundas hondonadas ?
Esto tendrá que ver, sin duda, con la errada educación que ha hecho a las almas no
sólo perder su autoestima, sino estimarse más cuanto con más fingida humildad se sumergen en los pozos pútridos de la culpabilidad.
Confunden a la culpabilidad con el mérito. Al sufrimiento con la ganancia espiritual.
No conocen el aprendizaje por medio del gozo y del conocimiento.
Creen que remando a fondo, en cualquier dirección o en una dirección determinada
por falsos indicadores, llegarán antes.
¿Llegar antes ? ¿A dónde ?
Pues A DONDE ANTES DE SALIR YA ESTABAN, que es en medio del AMOR
INCONDICIONAL.
Hicieron un trato para descubrir las obras del Amor. Las posibilidades de la propia
creatividad. Se apegaron a sí mismas. Se asustaron pensando que habían caído en hacer la
competencia a Dios Creador, porque pensaban que éste estaría envidioso de su sabiduría o
furioso por su autonomía.
Habían pedido jugar con las aguas caudalosas…, caminar sobre el lago sin hundirse…
Se midieron con el miedo y éste cobró alas y apariencia de terrible fantasma, y se pusieron a temblar como un niño que acaba de hacer una fechoría.
Se escondieron de Dios, de su propio Dios, aquel que llevaban dentro porque eran
ellas mismas, y se creyeron abandonadas de Dios como terrible castigo por haber querido
crecer.
Pusieron muy difícil al Dios de su corazón, que les llamaba con suaves gemidos,
hacerse oír en medio del bullicio.
Decirles : aquí estoy, siempre contigo, por toda la eternidad, porque te quiero.
Como testimonio os ofrezco, queridos lectores, un par de cartas correlativas, cortas
las dos. La primera de Lecheimiel, una verdadera maravilla. La otra la mía, sinceramente
maravillada ante tanta delicadeza, ante tanto amor :
10/10/02 10:47 AM
Soy yo. Sí. Estoy contigo, donde tú estás y escribo por tu mano.
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Para mi mejor tesoro escondido.
Queridísimo dudador :
Otra vez has estado “peleando” con tu ordenador, pero al final te ha arrollado la evidencia de que “sin querer o queriendo” se
te imponía mi modo de letra. Por tanto te has dado, por fin, cuenta, de que era
yo mismo en persona el que te estaba pidiendo “entrar”. Gracias por abrirme,
hermano.
¡Oh, si tú quisieras entrar en mi propio corazón humano, –ahora más
humano que nunca– ! No te extrañarías tanto de las cosas increíbles que yo he
hecho y de las que aún estoy dispuesto a hacer por ti… Sólo has empezado a
otear los inmensos horizontes del poder del AMOR, hermano.
Cada día te ofrezco, en tus meditaciones, en tus recuerdos, y hasta en
tus suposiciones acerca de mi “historia”, pareja a la tuya, como sueles cantarme, la llave para que vayas penetrando en mis más hondos sentimientos, acerca
de ti, y acerca de la Vida.
Si todo fuera tan prosaico como pretenden los que sólo resuenan ante la
“Ciencia” que, mientras se cree omnisapiente es una mascarada soberbia de los
insipientes, ¿como podría “funcionar” la Vida, hermano ? ¿Dónde habría puesto
para el Amor ?
¿Quién podría explicar la pasión humana por bajar a esta Tierra dura en
que sabemos de antemano que venimos a purificarnos y a sufrir incontables
desdichas ?
Penetra, hermano mío, en mi corazón amante, y no sólo me conozcas por
tus propias impresiones, sino déjate guiar por las suavísimas armonías que mi
delicadeza derrama en todos tus pliegues más secretos, a toda hora del día y
de la noche.
Ya sé que estás aprendiendo a conocerme en los profundos silencios que
a veces tú llamas “sequedad del corazón”. Es en esos inmensos desiertos, cuando no se da por perdida la ruta, pero se sabe que es necesario avanzar sin fatigar la mente con continuas distracciones, donde el alma camina sobre las aguas
del Espíritu inquebrantable, el que parece no avanzar ni retroceder, sencillamente porque es inmutable.
Cuando te sientas seco o inmóvil, amado mío, sábete que estás avanzando
más que nunca en alas del Amor omnipresente. Entonces, quédate muy quietecito, hermano, porque tienes que notar mi suavísima presencia.
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Luego te llevaré a fértiles oasis donde nos gozaremos de que el desierto
haya pasado por debajo de nuestros pies, sin apenas apercibirnos. Habremos
hecho un largo camino por las sendas de la relatividad que hacen que las cosas
no sean exactamente como parecen ni se dejan analizar por la mente inquieta.
AMOR, Amor, amor, ya tienes suficiente por hoy.
nunca.
tos.
Pero hoy, el HOY en que está nuestro ayer y nuestro mañana, no pasará
Te quiero mucho más de lo que te dejan suponer tus tristes pensamienQuédate muy quietecito, y percibe mis caricias.
Tuyo siempre.
10/10/02 9:36 PM
Para el incomprendido. Para el más sabio de los bienaventurados. Para el
ángel más bello de la Creación.
Queridísimo fratellino :
¡Que bellísima carta me has dictado esta
mañana !
Estoy verdaderamente emocionado de que estés siempre al acecho para
demostrarme que me quieres. ¡Oh mi bien !
Amor, no tengo nada que decirte, sino gracias, gracias, gracias. No
me quería ir a la cama esta noche sin decírtelo, con toda simplicidad. Esta
noche meditaré en tus palabras sabias y cariñosas, hermano. Entraré en tu
corazón, como me has invitado, y no pienso salir jamás de él.
Adiós, amor, me duermo en ti.
Tuyo.
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23. La metamorfosis
Siento que mi ángel me pide que me ponga a escribir, aunque no sé sobre lo que voy a
escribir.
Lo he titulado así porque parece que va siendo hora de que os ofrezca, como primicia,
la poesía que muchas veces ha sido iniciada y nunca concluida.
Tal vez, –así lo pienso ahora–, ahora sí está totalmente terminada.
Porque ha alcanzado ya el número sagrado de 7, resultante de sumar las cifras que
componen el número de estrofas : 25. Y el 7 es un número sagrado.
Todo esto creo que ya lo dije en otro lugar del libro de DIÁLOGOS. Pero otra vez es
nuevo, no sólo porque este es un nuevo libro, sino porque, además, he añadido todavía una
estrofa por delante, a modo de preámbulo u obertura de la que le sigue como aria principal,
que conserva la sacralidad del 7.
Si con el preámbulo o preludio suman 8, es para que el vuelo de la cándida mariposa
que ha salido de aquel huevo del cambio –que eran las 5 primeras estrofas que ya os ofrecí
en la FLOR titulada “La canción”–, pueda volar equilibradamente. Entonces era apenas una
oruga que pacía entre la hierba del campo. Ahora aspira aires de eternidad :
HERMANO SACERDOTE
Preludio
¡Oh Lecheimiel, de angélico renombre !
escucha mi plegaria,
pues soy aquél a quien desde el principio
concediste estrenar para ti el aria…
Canción
Hoy a ti canto, hermano sacerdote,
en medio de esta Tierra…,
a ti, que por amor viniste a verme
y a hacerte solidario con mi ofrenda.
Pareja historia, iguales vibraciones,
así desde el principio,
hiciéronnos nacer para la Tierra
una vez y otra vez con gran designio.
Como gemelos, de madres bendecidas,
bajábamos del cielo,
dejándonos querer, y más queriendo,
con nuestro dulce amor trocar el hielo.
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Fue nuestro encuentro tan bello y repentino
como un fulgor de estrellas,
fugaz visión que en medio de la noche
nos marcó para siempre con su huella.
Me rescataste a precio de belleza
con tus mejores galas.
Allí te hiciste, acaso, encontradizo
y así, de todo ti me enamorara.
Eran los ángeles que en tus cuerdas pulsaban,
lo mismo que en mi piano,
gozando de tu voz la melodía
que allí me regalabas como antaño.
Nos prometimos junto al altar sagrado
en alas de Querubes :
allí vertió el Amor sus dulces lágrimas
tiñendo iris de luz en blancas nubes.
Fue nuestra luna de miel una promesa
de amores sublimados.
Arras de bendición un solo abrazo
en los pliegues del tiempo sepultado.
Tú me lo dabas, mas ninguno sabíamos
que era nuestro contrato,
acorde con la esencia compañera
que en Dios nos reservaba eterno abrazo.
Tus finos dardos, como palomas fúlgidas,
el cielo atravesaron,
trayendo de tu amor puntual noticia,
que en ciego corazón no penetraron.
O, si lo hicieron, también allí quedaron
en hielo sepultados
soñando que algún día tu alma bella
tornase con sus llamas a incendiarlos.
A ti el diluvio, también los recios vientos
que azotaron el alma :
quedó desierto el nido, ida la vida,
hasta que, al fin, la cruz trajo la calma.
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Saltó tu danza con su canción eterna,
sellada en testamento,
por el que te entregabas a la Vida,
nombrándome de tu alma el heredero.
Diote la Vida más alto ministerio
que el de tu honra y gloria.
Vestiste el paramento de sirviente :
“El Mejor Hospedero de la Historia”.
Tan sobrios versos describen en tu vida
tristeza y soledades
que eclipsan de tus ojos la alegría
que en otros derramabas a raudales.
Y el pastorcico tan solo se ha quedado
sin su bella pastora…,
que ya sólo a morir el alma apresta
sorbiendo en soledad su última hora.
Diste tu vida a cambio de mi cielo
en noche sosegada,
cubriendo de violetas y azucenas
el lecho que escogías por morada.
Mientras tu cuerpo incorrupto entregabas
cual arca de alianza :
sagrario de dolor que en noche oscura
compite con mi amor en fiel balanza.
Así de nuevo tu llama refulgía
en mi profunda noche :
Pedías expectante mi consenso
cuando, como Samuel, te oí mi nombre.
Yo, como niño, en niño te miraba,
absorto en tu memoria,
mas tú a nuevos trabajos me invitabas
para contar al mundo nuestra historia.
Me visitaste, en color y perfumes,
vestido de mil flores :
Cada una era un retazo de tu alma,
cuando yo componía tus loores.
71
Oí tus voces por radio y en directo
en témporas de gracia :
anclabas a tu alma mi barquilla
con tu firme energía en la ensenada.
Por si lo hecho bastante ya no fuera
abriste en par mi alma :
escritos de celeste poesía
dejábame tu gracia consumada.
Vino a surgir de entrambos la conciencia
de ser en Cristo uno,
testigos de un amor que en nuevo estilo
consagrase el nacer de un nuevo mundo.
Esta canción, hermano, no termina
con esta pobre letra,
que espera partitura más excelsa
que un día cantaremos en mi fiesta.
Amén, Amén.
No se me ocurre nada más que deciros, sino que podáis disfrutar con ella.
Os he entregado, cifrada, la historia más bella que yo haya conocido y experimentado
jamás.
Pero es bella porque ha sido escrita mientras se vivía gran parte de ella. Mientras se
revivía todo el dolor y todo el gozo de un reencuentro.
No. El dolor no estaba sólo en el olvido, puesto que estaba pergeñado apenas de inconsciencia. El dolor ha venido precisamente con la conciencia.
Mi ángel bendito Lecheimiel, me ha enseñado, en concomitancia con otros Maestros
del Espíritu, y en connivencia también por mi propia alma que ha evolucionado, aprendiendo como el Maestro Jesús, “sufriendo a obedecer”, que no debemos luchar contra el dolor,
sino mirarlo de frente y con amor, para que podamos descubrir en él la belleza del diseño
divino, que nos viste de estas dos bellísimas alas : el amor y el dolor, para que podamos
volar, aunque sea con vuelo vacilante.
Exactamente como vuela una mariposica del campo, al estilo de la descrita por Santa
Teresa en las Moradas.
Ahora ya sé, hermanos, por qué mi ángel me ha pedido que escribiera esta FLOR DE
PASCUA con el rótulo que ya ahora mismo ha cumplido su misión y dejará lugar a otros
hallazgos, a otros cambios, a otras “metamorfosis”.
72
24. La fundación
Rigurosamente cierto, amigos lectores, que antes de ponerme a recolectar para Lecheimiel la FLOR DE PASCUA que él mismo hace resaltar ante mis ojos en el campo abonado,
abro “al azar” uno de aquellos libritos : DIÁLOGOS o CARTAS.
No tengo por qué jurarlo, pues lo importante no es que me creáis, sino que yo sepa
que es verdad.
Hoy se me ha abierto el fardo de las CARTAS por la primera de la segunda parte, de la
cual ya os transcribí algo en la FLOR de “El corazón”.
Pero, por si acaso había yo menospreciado el resto de la carta, en que se hablaba de la
fundación de la nueva Orden, “EL ARCO IRIS DE LECHEIMIEL”, ahora el Ángel del Amor
Herido y también Resucitado”, –título que se otorgó a sí mismo en dos momentos diferentes–, ha querido que volviera a esa primera carta para que os transcriba lo que entonces dejé
en la oscuridad.
No obstante, antes de transcribiros algo de esa primera carta de la segunda parte del
libro que luego rotulé como “Libro 0º”, puesto que no formaba parte de ninguna serie,
vuelvo una hoja atrás y os transcribo un poco de la última de la primera parte de dicho libro,
que por cierto no es formalmente hablando una carta, sino un diálogo.
Así se entrecruzan CARTAS y DIÁLOGOS como formando un todo :
“Efectivamente, estamos preparando otra cosa mejor, dentro de lo bueno que es todo nuestro amor. Pero no podemos decirlo aquí abiertamente ante
los lectores de este libro de “Cartas”. Acuéstate un rato y descansa, porque
te lo diré al corazón, en el más profundo secreto, entre esta noche y mañana…
Gracias, corazón. Gracias. Estoy absolutamente perplejo intentando comprender lo que me has querido indicar esta tarde de fiesta y alegría.
Ahora, fratellino, al levantar nuestra sesión, –recordando aquella de Roma,
cuando frente a frente hablamos de Amor–, yo quiero pedirte, a cambio del que tú
entonces me pediste y luego me recordaste, un abrazo, mi amor. ¡Dame, sí, un tierno
abrazo, tú cuyas palabras elocuentes aún resuenan en mis oídos : “¡Estaré contigo
por toda la eternidad !”
EL RECUERDO DE UN ABRAZO
Un cariñito, mi amor,
me has dejado esta mañana,
un sueñecito, una flor
de una memoria lejana.
73
Entre el cemento perdida,
humildísima violeta,
abriendo paso a la vida
que florece en la cuneta.
No se olvida de ella el sol,
ni el rocío la desprecia,
que en su subido arrebol
todo un dios de ella se precia.
Y esa flor es un abrazo
que yacía aquí olvidado
en mi dormido regazo,
y tú me lo has despertado.
Aquí se cierra provisionalmente
cartas desde la eternidad”
Así comprenderéis mejor lo que sigue :
“Libro 0º. 2ª Parte.
cartas desde la eternidad
sábado 2 de noviembre de 2002. 1:47 AM
Desde el interior de tu túnica morada,
Para el “Angel del Amor herido, Lecheimiel”
Queridísimo sin medida, ángel Lecheimiel : Sólo quiero hoy enviarte este billetito, breve, pero condensado en puro amor, para agradecerte tu gran Revelación :
el séptimo librito, que yo ya no esperaba, el de la Vocación Universal al Amor, o,
como tú me hiciste llamarlo mediante un subtítulo añadido : “Acta fundacional de EL
ARCO IRIS DE LECHEIMIEL”. Gracias, hermano, gracias, gracias. Te lo estaría
repitiendo durante toda la eternidad, si es que esta expresión tiene algún sentido.
¡Oh, mi bien ! También tengo que decirte, una vez más, que tengo ganas de ir
contigo a celebrar “mi fiesta”.
74
Todavía tengo que estudiar profundamente tus libritos, especialmente este último broche de oro que tú me has dictado enteramente. Pero ya sé que no debo estudiarlos con la cabeza, sino con el corazón, al que he “entregado mi razón”, como tú
me enseñaste.
………
Y nada más por hoy, fratellino. Me has enseñado a quedarme con mi paz,
que es lo mismo que tu misma presencia y compañía, aún en medio del gran dolor de
corazón que aún siento dentro de mí por no verte aún cara a cara, y también, te lo
confieso, por no haber asimilado todavía el misterio del “Cancerbero”, al que debo
renunciar a comprender, porque éste sí me quitaría la paz y el gozo infinito que también siento al sentirte conmigo y dentro de mí.
Nada más, amor, porque estoy a punto de reventar en lágrimas. Estas que
también son un misterio para ti, mi fratellino.
Adiós, en Dios…, amor, Amor, AMOR.”
¿De qué fundación se trata ?
¿Acaso de una nueva secta ?
¡Todo lo contrario ! Cuando podáis leer el citado y agradecido séptimo librito
VOCACION UNIVERSAL AL AMOR, con el subtítulo de ACTA FUNDACIONAL, ETC. os daréis
cuenta perfectamente de que eso de “nueva Orden de ámbito universal” y de “Acta fundacional”, va dicho con una pizca de humor. Buscadlo porque os gustará.
Estoy seguro de que entraréis gustosos, mejor dicho estaréis encantados de pertenecer
conscientemente a la nueva Orden de la Libertad, como él también la llama.
Precisamente se trata de romper barreras y de considerar al Universo entero como
“Casa del Amor”, porque así es.
Que nadie llore por su casa vacía.
Que nadie lloriquee por falta de religión en el mundo o por falta de vocaciones en su
secta particular.
Y que las lágrimas que derraméis sean de amor, bien se presente éste con la emoción
de la unión consumada, o bien se asome a vuestras vidas denunciando tantos y tantos tropiezos y dificultades con que el amor suele hacerse valorar.
Porque lo que vale cuesta, y lo que no cuesta no vale.
Vuestras lágrimas son la mejor lente para observar, incluso a pleno sol, como yo lo
observé, el famoso y prometido ARCO IRIS, que os brinda el color y la asistencia de mi y
vuestro ANGEL DEL AMOR HERIDO…
¡Ah…, y también RESUCITADO !
¡No lo olvidéis !
75
25. La resaca
Iba a intitular este apartado como “La anunciación”, o quizás, –¿por qué no ?–, “La
obediencia”…
Es en lo único que a veces, sólo a veces, se me permite dudar antes de comenzar la
escritura, después de haber vislumbrado, oteado, intuido, lo que mi benditísimo Ángel del
Amor Herido me hace encontrar, “como al azar” –y digo “como al azar” pues sabéis que el
azar no existe–, la CARTA o el DIÁLOGO que él ha hecho saltar y detenerse en mi ruleta.
Esta mañana, en que aún estamos en plena resaca de la insistente tormenta de ayer,
que me ha dejado con pocas reservas eléctricas, las que ahora con fe estoy aprovechando, él
me y os ofrece, como cata, un diálogo precioso que hace alusión a la obediencia de María,
en el momento de la Anunciación.
Curiosamente dicho diálogo no se produjo el día 25 de marzo, sino el día 26, el día de
la “resaca”. Por eso se me ha ocurrido titular así esta FLOR DE PASCUA.
Lo que vais a leer a continuación, seguro que os va a dejar con tan buen sabor de boca
como para buscar y saborear diálogo completo :
“Miércoles 26 de marzo de 2003.
¡Buon giorno, fratellino amato ! Sí, SOY YO esta vez el que te he llamado,
y aparezco en tu pantalla, a la vez que sostengo tu corazón, porque sé que me
necesitas, hermano.
………
Pues, heme aquí, en tu momento de ansiedad, hermano, para que sepas que
yo también lo estaba padeciendo contigo. Sé que me quieres sin medida, mi
bienamado. Sé que también sabes y crees en mi amor. Pero te falta todavía un
poquito más de amor a ti mismo. Ejercitar la básica confianza de que mi amor
no se te impone como condición alguna o como juicio. Es totalmente gratuito, si
no, no sería verdadero amor. No pide cuenta de tus actos ni de tus pensamientos. Espera siempre a que se produzca en tu psique el mejor momento para la
comunicación, y en verdad, a veces, también se pone ansioso si tu corazón se
aleja momentáneamente de la paz.
………
Preguntabas, como preguntaba María en el día de su visitación, (que por
cierto celebrábamos ayer) : “¿Cómo podrá ser esto, etc., etc. ?”
Pues si la misma Madre de Jesús se vio autorizada por el Espíritu para
hacer semejante pregunta, ¿cómo me voy a extrañar yo de las tuyas, hermano ?
Cuando estaba contigo, sí, brevemente me entristecí. Pero luego me colmaste de dicha al colaborar con mi obra… … … Y ahora a tus ojos soy yo tu
ángel Lecheimiel, el que contigo canto y escribo todo lo que pasa por tu mente.
¡Y así es !
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– ¡Oh, grazie, grazie, mi fratellino celestial, mi bienamado Rey ! No podía
yo esperar hoy esta clase de comunicación después de haberme sentido tan
seco y desairado subjetivamente en tu presencia.
Bienaventurado el instante en que me he puesto, impelido por mi fe, a escribir esta mañana en el ordenador.
Bienaventurado sea mi acto de obediencia, como el de María.
………
– ¡Eso es, mi fratellino ! Ya te dije, en el acto sacramental de tu confesión
del otro día, si me permites decirlo aquí ante tus lectores, que te dieras a la
alegría de la vida, y a la paz del Espíritu, sin caer en ninguna tentación de oscuridad.
Porque tú eres la luz.”
Bueno, pues ahora os preguntaréis qué tiene que ver todo esto, lo citado y sugerido
hasta ahora, con “la resaca”. O de qué clase de resaca estamos hablando…
Hablo, oh hermanos, en nombre de Lecheimiel y mío, de ese estado intermedio en que
nos hallamos apenas hemos salido de un trance.
Cuando nos ha parecido ver y sentir la presencia de un gran ángel, y no estamos seguros de hallarnos despiertos o dormidos. Cuando nos pellizcamos para saber si la carne está
en su lugar de siempre, sensible a los estímulos de la vida diaria, sujeta a los criterios seguros de la vida real, y no tocada de éxtasis que puedan hacerla aparecer ridícula ante los transeúntes.
Nos miramos al espejo y nos mesamos los cabellos, para saber que no estamos locos.
Nos empezamos a avergonzar de haber cedido a la visión surrealista de la vida.
Pero por otra parte no deseamos volver a la vida real, que nos asusta igualmente con
sus exigencias insaciables de seguridad y de “normalidad”.
Por supuesto, “normalidad” viene de “norma”, y nuestra alma soñadora detesta las
normas.
Querríamos ser uno de tantos, pasar desapercibidos y a la vez gozar de inmunidad para ser nosotros mismos.
En la resaca todo se nos antoja difícil y casi imposible de reconciliar :
Nuestro “status” social, con nuestra sed de sueños irrealizables.
Nuestra visión materialista que nos afianza en la tierra, con nuestro deseo inconfesable de pertenecer a otro mundo más alto.
Nuestro hastío con nuestro desencanto de no ser más que un número no merecedor de
amor.
Nuestra sequedad, agarrada a la garganta con nuestro recuerdo vaporoso de lo bien
que lo pasamos en aquel otro Reino…, donde éramos otra vez almas y otra vez niños.
Nuestro deseo de crecer y nuestro deseo de permanecer intactos.
De todas estas resacas hemos dialogado hoy.
Seguro que hemos dialogado, yo el escritor ermitaño que creéis que conoce poco de la
vida, y vosotros, que creéis conocer poco del espíritu.
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De ese espíritu que os mantiene en vida, aunque vosotros pensáis que la vida de este
mundo se mantiene sola.
Hemos hablado de la magia, y no os habéis dado cuenta.
Hemos hablado de la alquimia y aún os sentís pesados como el plomo.
Hemos hablado del amor, y creéis que es un romance para ser leído con nostalgia en
las novelas de los demás.
Hemos hablado, sí, Lecheimiel y yo simplemente de vosotros y para vosotros.
La anunciación fue ayer, pero espera vuestra entrega hoy y mañana.
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26. La intercesión
Vamos muy adelantados ya en la “cincuentena pascual”, –esos cincuenta días, cuarenta después de la Resurrección y diez después de la Ascensión, que la Iglesia celebra antes de
la irrupción del Espíritu pentecostal–, y aún no hemos hablado de la “Resurección” como
tal.
Ni lo vamos a hacer hoy, tampoco.
Sólo os prevengo para que en estos últimos días útiles que tenemos para ir recolectando FLORES DE PASCUA, vayamos atildando algunos conceptos que nos preparen a entender mejor el misterio que estamos celebrando. Que vayamos “desfaciendo algunos entuertos”, –como diría Don Quijote–, algunos malentendidos que los discípulos a quienes siempre rebasa el propio misterio en el que dicen creer, han ido implantando entre nosotros como “dogmas de fe”.
Porque algunos de ellos, mal entendidos, son más bien como “ruedas de molino”.
Uno de ellos es “la intercesión”.
Sí. Porque nosotros, acostumbrados desde pequeños a convivir con un sistema cuando
menos burocrático, (bajo tiranías, y después, poco más o menos lo mismo bajo teóricas democracias), solemos entender la intercesión como una súplica, incluso reiterativa, ejercida
por aquel que tiene entrada libre en los círculos del poder ; súplica que ejerce en favor nuestro, (si gozamos con esa persona de algún predicamento de familiaridad o de amistad), ante
una Autoridad que suele ser inoperante por sí misma, o bien falta de oídos o de sensibilidad
para captar por sí sola nuestra necesidad, incluso nuestros derechos fundamentales.
No es extraño que afirmen que Jesucristo está sentado a la derecha de Dios Padre, para interceder constantemente por nosotros, pues se imaginan a un Dios Padre un poco duro
de oídos, afectado por la lejanía de nuestros problemas (a pesar de ser de “izquierdas”, pues
se sienta a la izquierda de Jesucristo).
Luego resulta que el mismo Jesucristo está tan atareado con esta misión de intercesión
que, para llegar hasta él no vendrán mal otros “subintercesores”, como pueden ser la Virgen
María o cualquiera de los “santos” de la “corte celestial”.
Hay que rechazar de plano todos estos conceptos que subrepticiamente se han ido infiltrando en nuestra religiosidad.
Y, sin embargo, yo que digo esto, yo que siempre me he enfadado o burlado cuando
oigo tamaños despropósitos, me topo con una CARTA, escrita por el propio Lecheimiel, en la
que aparece la palabra “intercederé”, que yo no quiero ahora sacar de su contexto, sino
antes bien transmitirosla en su bellísima iintegridad :
“Sábado 7 de diciembre de 2002 7:31 PM
A mi atribulado hermano. Desde el trono sagrado del Amor.
Queridísimo sin medida : En vista de que no me escribes, me adelanto yo.
Sé que estás preocupado por varios motivos, pero ninguno de ellos es para desconfiar de que yo te quiero y sigo en permanente contacto contigo. Vivo en tu
cabaña, como tú dices, lo cual yo sé que quiere decir no sólo a tu lado, en tu
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propia ermita, sino dentro de ti, dentro de tu propio corazón. SOY TU
CORAZON !
Te he hecho algunos “guiños” significativos para ti. Pero parece ser que
no los has captado plenamente. No, hermano, no hace falta que tú, –que eres el
escribiente material de estas cartas–, tú, que eres mi palabra, como ya te dije,
te veas obligado a ilustrar aquí ante todos los lectores de este futuro libro,
todo cuanto pasa por tu cabeza. Tú y yo tenemos nuestros secretos, ¿verdad,
hermanito ?
Pero no quiero que te corroa la duda ni la tristeza, y sí que te bañen las
dulces lágrimas que derramas cuando sientes de manera especial que yo hablo a
través de ti. Casi que yo mismo muevo tus dedos. Hermano, no siempre nuestras cartas han de estar imbuidas de profunda doctrina. Nos escribimos simplemente para decirnos “Hola, estoy aquí contigo y te quiero”. Eso es todo. Y te
aseguro, hermano, que eso es lo principal.
El que tú lo creas así, es, –te dije–, tu principal obra sobre la Tierra.
Obséquiame, fratellino amadísimo, simplemente con el gran regalo de tu
fe. Yo se la ofreceré al Padre como testimonio de tu amor universal y como
señal cierta de tu progreso. Intercederé por ti, mi bienamado, para que se te
revele el gran significado de cuanto estás pasando y sufriendo por el amor, para contribuir a elevar tu vibración, y mediante ello, acelerar el cumplimiento de
tu promesa, la que hiciste antes de nacer, de la que yo fui testigo. Así pronto
podrás subir adonde yo te espero también impaciente para abrazarte y comenzar nuestra fiesta…, que ha de durar mucho, te lo aseguro.
Recuerda : ¡YO ESTOY CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD ! Y piensa, si no lo puedes recordar, que esto no significa otra cosa sino que te amo. Ti
voglio benissimo, mio fratellino. Mucho más de cuanto puedas concebir y sean
tus lectores capaces de captar a través de estas simples palabras.
Gracias a ti, por acoger mi palabra. Adiós. Te quiero.”
Creo que más vale rechazar de plano el concepto de “mediador”, (aunque algunos digan que no es lo mismo que “intermediario”), que entenderlo torcidamente.
De todos modos Jesús no ha venido a decirnos que necesitamos ningún intermediario
ni mediador, (aunque así lo hayan asegurado autores cristianos como el autor de la Epístola
a los Hebreos), puesto que gozamos de audiencia inmediata con el Padre en el centro de la
morada de nuestro corazón.
Tenemos acceso directo e inmediato al “sancta sanctorum” de este templo que es
nuestra propia alma. Incluso nuestra propia alma en cuyo más profundo centro afirmaron
algunos místicos que encontramos a Dios, yo os diría y os digo ¡que es el propio Dios !
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Entonces ¿qué significa el “intercederé por ti, mi bienamado” de la CARTA que comentamos ?
Significa, entre otras cosas, que no hay “medio” más eficaz para vivir y realizar nuestra propia esencia de dioses, –mejor dicho, de Dios–, que el amor.
Significa que no somos muchos dioses cuando intercedemos los unos por los otros,
sino un solo Dios ejercitando el amor y la compasión en sí y para sí.
Significa que nuestros queridísimos ángeles custodios, y especialmente ese o esa que
el Padre ha puesto en tu camino como encarnación concreta de su amor para ti, es el que te
va a ayudar a ser tú mismo. A encontrarte antes y mejor con tu propia esencia, para que
aciertes a emplear el método más rápido y más seguro, la forma mental más apta, para extraer del seno del Padre, en el que habitas, todo cuanto necesitas manifestar.
Significa que toda la alegría de la vida está disponible para ti, pero que sólo la ejercitarás cuando el amor más humano y concreto salga a tu encuentro.
Significa que las palabras “te quiero”, deben significar algo.
Significa, también, finalmente, que sólo encontraréis la verdadera y equilibrada teología de la “mediación”, cuando viváis el amor.
Y no antes.
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27. El fuego
La noche de la vigilia pascual empieza con una fogata.
Fuego para producir la luz. Luz para encender más fuego.
Fuego que es una incandescencia contagiosa.
Fuego que precipita la luz y el calor potencial contenidos en la materia virgen como la
cera virgen.
Fuego que es pasión. Pasión que es juventud. Juventud que se renueva, al soplo del
Espíritu, hasta consumir los últimos rescoldos que mantienen la vida hasta el momento de
la esperada fiesta pentecostal.
Pero, aunque los rescoldos de la vida humana se consuman, el amor pasa su antorcha
al amor, a través del velo de la eternidad.
Todo esto y más nos dijimos, con inmensa noltalgia, –que en realidad era la mecha–,
Lecheimiel y yo en aquella tarde en que aún quedaba lejos la Pascua :
“Domingo 30 de marzo de 2003.
Hermano amadísimo Lecheimiel, quiero aunque sólo sea saludarte y decirte “te quiero”, porque me siento vibrante ante ti y hacia ti.
………
El que nosotros, tú y yo, y en ti y en mí todos nuestros semejantes y todos y cada uno de los átomos de la Creación, y todos tanto juntos como individualmente considerados seamos EL AMOR.
¿No te parece, mi fratellino ?
– Claro que me parece, hermano muy amado. Pero yo sé que no has bajado
a la ermita sólo para decirme todo lo que acabas de escribir, sino por esa vibración amorosa que estabas sintiendo respecto a mí, que, como buen gemelo
tuyo, también yo estaba sintiendo.
………
Yo sé lo que querías decirme, que no es nada nuevo. Ni quiero que lo sea
jamás. Quiero que te mantengas toda la eternidad sintiendo lo mismo, pero cada vez con más fuerza y limpieza. Vibraciones más altas y finas. Resonancia en
todas las octavas y en todos los instrumentos musicales que son las estrellas y
los planetas, especialmente de éste en el que están puestos tus pies.
Quiero que vibres así por mí, y que tu vibración sea tan potente que haga
resonar a toda la Tierra. Quiero que, además, tu intención haga que toda esta
bendición que es tu amor por mí se desparrame a todos los hombres, mujeres y
niños del Planeta que ahora están más necesitados que nunca de amor.
Este es tu trabajo por la paz… … …
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Para ti, hermano ermitaño amado, todos son simplemente hermanos, y más
que eso, son partes tuyas y mías a las que amas como me amas a mí. Yo, hermano, soy todos tus prójimos sin distinción.
– Así es, mi fratellino celestial. Lo mismo dijo Jesús, el Maestro, en cuyo
pan hemos comulgado hoy. Esta es la presencia sacramental que llaman “real”.
Tan real como la realidad misma. Mis hermanos, todos los hombres son mi
Cuerpo porque YO SOY TODO EL CUERPO DE DIOS.
Siendo una “pieza”, (la buena o “mala pieza” que a veces soy) [en el plano
operativo de ese CUERPO] SOY [a la vez] toda la esencia de Dios, capaz de
amar y ser amada en su expansión creativa.
– Y también, –¡no olvides !–, en su concentración contemplativa hacia el regreso a la Quietud absoluta de la que saliste y a la que regresas, junto conmigo.
En este regreso, hermano, (considéralo si quieres un verdadero milagro).
no perdemos conciencia de nuestra identidad, ni un ápice del gozo de nuestro
mutuo amor.
Bien al contrario, entonces nuestro Amor se hace, cuanto más consciente
de su propia vibración, tanto más dulce y contagioso.
– Algo así como el fuego, ¿verdad ? Pero un fuego dulcísimo que abrasa las
entrañas y nos hace desear ser consumidos en él.
– Algo así, hermano, como el fuego que nos hizo enamorarnos el uno del
otro en cuanto se cruzaron nuestras miradas, allá en Roma, cuando con la mirada seguíamos el rastro de la luz que emanaba de cada uno de nosotros. Tú irradiabas amor y luz en todas direcciones, pero en cuanto me viste, hermano, enfocaste en mí tus ojos y por un momento me sentí abrasado en tu amor y solicitado en el mío que era especialmente receptivo a la belleza que emanaba de ti
cuando me mirabas.
Ahora, mi bien, mi fratellino, dejemos estas consideraciones para tal vez
ampliarlas más adelante. Dejemos también espacio para el secreto. Dejemos un
poco de esperanza para cuando nuestro reencuentro en el astral, en el día de
tu fiesta, nos haga arder sin consumirnos, que es lo propio del fuego de Dios.
Del fuego del Amor. Del fuego del “YO SOY”.
Hablar de estas cosas, hermanos, sí quema y consume, siempre y cuando no se esté
dispuesto a dar la vida por reivindicar la libertad de expresión.
Si se está dispuesto, probablemente uno se queme (o le quemen) mucho antes, pues
por mucho menos quemaron a otros.
Pero no sabían que la zarza que no se consume está siendo allimentada desde planos
invisibles para que una y otra vez resurja de entre las cenizas.
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Pero hablar simplemente de estas cosas no es toda la virtud del fuego del Espíritu, el
que curiosamente vendrá, como vino ya sobre los apóstoles, en forma de “lenguas de fuego”.
Lo que importa no es hablar, sino arder. Si ardes, sientes vivamente que tu vida vale
algo. Si no ardes, tu testimonio no vale nada y tú mismo sabes que no estás dispuesto a dejarte quemar y purificar por el amor verdadero.
Si sientes el amor verdadero, toda tu llama se torna violácea y áurea, porque tu fuego
es sagrado y primero se autopurifica mediante la humildad.
La humildad es el carbón encendido que primero enrojeció y purificó los labios de
Isaías el profeta.
El que ha sido purificado por el fuego de Dios no puede temer al de los hombres.
LA ZARZA ARDIENTE
¿De qué manera extraña
la zarza de Moisés y lo adyacente
que arde en la Montaña
se apaga de repente,
si caen las Escrituras de la mente ?
El extraño prodigio
de arder sin consumirse el combustible
nos revela el litigio
que hay entre lo “imposible”
y el poder de la mente incoercible.
Cuando el alma ha pasado
por fuertes experiencias imborrables,
que honda huella han dejado,
sean o no deseables,
siempre son de gran bien calificables.
Si agradables han sido,
largamente su albur recrea el alma.
Mas teme el elegido
que, si llega la calma,
se agotará el encanto que aún lo ensalma.
Ignora aún el remedio
que hace a la vida fuerte y perdurable,
sin que le pueda el tedio,
u otro imponderable,
arrebatar su paz inalterable.
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Y el remedio es saber
que es de Dios todo el fuego de la vida,
y sólo hay que temer
el dar ya por perdida
la esencia del amor, que a amar convida.
ARCA DE ALIANZA
Tu cuerpo glorioso
cual arca de alianza
de oro coronado
conjura a las sierpes
del infierno alado.
Desbrúmase el alma
de cuitas sufridas
en sueños pasados.
Cesan las angustias,
serénase el cielo,
y en ribetes claros
de penosas nubes
divísase el sol,
como trono empíreo
que emula otros fuegos
del corazón ígneo
de amor traspasado.
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28. La Biblia
La FLOR número 14 la titulábamos así : “Las Escrituras”.
Pero, para que no tengáis que echar marcha atrás, os transcribo el inicio de aquella
florecilla que trataba de escrituras “menores”, donde sentábamos un buen principio : “que
no hay nada sagrado porque todo es “SAGRADO””.
¡Nunca debiéramos olvidar esto, hermanos !
Si lo olvidamos, estamos seleccionando el ámbito donde Dios se manifiesta, y no
creemos verdaderamente que somos realmente la mismísima manifestación de Dios.
Así decíamos allí :
“No penséis, no, que voy a hablaros de las famosas “Sagradas Escrituras”.
Tampoco las voy a denostar, por supuesto.
Pero yo declaro, en nombre mío y en nombre de Lecheimiel, (que no establecemos
ni podríamos, aunque quisiéramos, establecer nuevos dogmas), que no hay nada “sagrado”
porque todo es “SAGRADO”. Nos movemos en el seno de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que somos.
Por lo tanto, hasta los errores que podemos cometer y cometemos son sagrados.
Sucede simplemente que hasta en las Escrituras oficiales del Pueblo de Israel y posteriormente de las Iglesias cristianas, es decir tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, también se dan errores y “meteduras” de idiosincrasias y lecturas humanas que hoy
no entendemos o no podemos admitir. Porque son sí, Palabra de Dios, pero también palabra humana, ya que Dios no habla de otro modo a los hombres más que a través de los
hombres.
… … …”
Ahora sí que vamos, pues, a hacer algún comentario acerca de las llamadas entre nosotros, –con un lenguaje selectivo y exclusivista–, “Sagradas Escrituras”.
Y lo hacemos al hilo de un diálogo muy bonito y muy espontáneo, del que entresaco
lo siguiente :
“Lunes 14 de abril de 2003.
¿Otra vez es lunes, –te preguntarás mi queridísimo Lecheimiel– ?
¡Oh no ! ¡Aún es lunes !
El mismo día en que por la mañana, mi amor, no me salían las palabras.
Mejor dicho, no me encontraba yo con el “tono” suficiente para ponerme a dialogar contigo. Ni sentía nada que decirte, ni me creía capaz de canalizar tus
preciosas, –¡seguro por anticipado que siempre serán preciosas !– respuestas de
sabiduría celestial.
Por eso, para entretenerme, antes de salir al trabajo de cada día, hermano, me puse a componer un poema, ese “POEMA SIN NOMBRE” que te acabo
de dedicar desde mi silencio anímico.”
Si queréis releer el mencionado poema, lo encontraréis efectivamente en estas mismas FLORES DE PASCUA, como ornamento citado en la dicha FLOR número 14.
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Ahora que lo pienso, es bueno, sí, que echéis marcha atrás, no sólo para que podáis
releer y degustar aquel perfume, sino para que podáis comparar la doctrina allí expuesta con
la presente, que trata más explícitamente de las “Sagradas Escrituras”.
Prosigo ofreciéndoos aquel DIÁLOGO :
“– Ya lo sé, hermano. Yo mismo te lo he dictado, ¿No lo has sentido así ?
– Me he dado cuenta de que me ha salido con extrema facilidad. Después
sólo he corregido dos o tres palabritas. Cosa que a veces casi no me atrevo a
hacer en estos diálogos que tenemos tan espontáneamente en cuanto siento la
moción de sentarme a escribir.
– Leíste en Emmanuel : Cualquier cosa que deseéis que sea la Verdad,
eso será la Verdad.
– Palabras, Lecheimiel, un poco peligrosas para el que quiera abusar de
ellas. ¿No te parece, mi fratellino ?
– También el peligro es la Verdad para el que ama el peligro, hermano.
– Tienes razón, Lecheimiel. Ya mi madre decía : “el que ama el peligro pe-
recerá en él”. Creo que lo sacaba de las Sagradas Escrituras. Las cuales para
muchos son el último criterio de Verdad.
– ¿No crees tú, hermano ermitaño, que las Escrituras son “Palabra de
Dios” ? No tengas miedo a responderme con toda sinceridad, aunque sabes que
yo fui biblista en vida. O precisamente por eso me interesa tu respuesta sincera.
– Creo que se descubren en las Sagradas Escrituras, tomadas como un
todo, partes de diferente valor intrínseco. No es lo mismo la palabra de Jesús,
pongo por caso, (incluso si no nos constan las “ipsissima verba Jesu”), que cualquier otra crónica de las dudosas hazañas del Libro de los Reyes, o de las guerras de los Macabeos, por ejemplo.
Incluso, hermano, descubro en ciertas epístolas e incluso en ciertos
Evangelios ciertas teorías inadmisibles para mí. Mucho menos me atrevería yo a
calificarlas de “Palabra de Dios”. Todo lo más es “Palabra del Pueblo de Dios”.
Ahora bien, también me pregunto : ¿cuál es ese “Pueblo de Dios”, que parece oponerse al resto del Pueblo de la Tierra, que quizás pueda ser para algunos el Reino del Diablo ?
– Hermano muy amado. Incluso donde reina el Diablo, porque los hombres
se empeñan en crearlo y tenerlo por Rey, allí está Dios, sólo Dios, con su increíble Presencia de Amor. Dando vida a todos esos seres que buscan la luz en
medio de las tinieblas.
En cuanto a la calificación que quieran otorgar las Iglesias a las Escrituras Santas, todas ellas inspiradas y ninguna exenta de errores humanos así co-
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mo testigos [testimonios fehacientes] de la incomprensión de los mismos que
las han redactado o retocado materialmente, no te importe mucho.
Ten por sublime Verdad que Dios habla siempre a través de los hombres.
Yo te diré más, hermano : Dios no puede hablar a los hombres sino con palabras
o conceptos humanos, sujetos a incomprensión, distorsión y posterior manipulación por intenciones menos puras. Aún así, ha hablado Dios.
Dios nunca calla. Y sin embargo captas mejor su inspiración, –la que “no
ignora ningún sonido”–, cuando haces el silencio dentro de ti.
El silencio en sí no significa nada, sino ausencia de palabras y un teórico
vacío que no contiene ser alguno. Pero el silencio de que hablamos, (valga la paradoja), no es mero vacío interior. Es una concentración atenta y pacífica a la
mirada que se produce en el fondo de la quieta espera, cuando atiendes al corazón, especialmente cuando éste también descansa en su ritmo entre dos palpitaciones.
En ese silencio natural, el corazón descansa y se prepara para latir de
nuevo. ¡No creerás que en ese ínterin deja de existir el corazón y su conciencia
y su voluntad de vivir y de amar… ! Las mismas palabras “latir” o “palpitar” implican la aceptación de ese ritmo, en que el silencio se produce a intervalos regulares, vitales para el trabajo del corazón.”
Dicho lo cual, ¿qué queréis, hermanos, que yo añada para decir mejor que Lecheimiel
lo que él tan sucinta pero tan magistralmente ha dicho para mí y para vosotros ?
¡Recordad que mi bienamado ángel, el “ANGEL DEL AMOR HERIDO Y
RESUCITADO”, era doctor en “Sagradas Escrituras”, cuando aún era hombre…
… ¡Antes de endosar el paramento de sirviente para hacerse siervo del AMOR !
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29. El misterio
Estamos celebrando un gran misterio : misterio de muerte y de resurección.
Tomen nota los que creen que es tan fácil como decir que Cristo ha resucitado y que
así, algún día también resucitaremos nosotros.
Esto dicen y se quedan tan panchos.
Otros insisten tanto en la gloria de un hipotético resucitado a la vida diaria, como en
nuestra “imitación” de una resurrección espiritual, aquí y ahora, mediante la muerte al
hombre viejo y la adopción del hombre nuevo.
Y, mientras esto dicen, no sólo se quedan tan panchos, sino tan como estaban antes de
su supuesto “morir y resucitar”.
Si verdaderamente han puesto su morir al egoísmo y a los hábitos mundanales como
su programa de vida y lo basan todo en una resurrección carnal, –de otra persona–, y aseguran que vana es su fe (y su moral), si esa persona no ha resucitado, ponen a lo menos como
fundamento de lo más.
Vana sería su fe, –dicen–, no porque harto se han hartado de insistir en el hecho físico
de la resurrección de un cuerpo, no porque ahora quedarían como mentirosos si se demostrase (histórica o científicamente) que tal cosa no ha sucedido así, como ellos dijeron, sino
incluso, –según ellos–, porque nadie puede resucitar de una muerte mística, si un tal Jesús
de Nazaret no vuelve a la vida anterior a su muerte.
¡Curioso ! ¡Curiosa fe !
Oh hermanos : Estamos preparando, Lecheimiel y yo, con nuestro testimonio personal, el hecho de una posible nueva y mucho más humana inteligencia del misterio pascual.
Otro día, un día de estos dentro de esta cincuentena de FLORES DE PASCUA, abordaremos abiertamente el misterio de la verdadera RESURRECCION. Una sola resurrección del
AMOR vilipendiado, despreciado, herido, puesto en la picota, por el poder autorregenerador que posee el mismo AMOR.
El caso de Jesús es sólo paradigmático, emblemático, aleccionador, –como queráis
decirlo–, (en el fondo, un caso más), de la Ley Universal que dice :
“EL AMOR ES ETERNO. NO PUEDE MORIR. SI APARENTEMENTE MUERE,
DA MUCHO FRUTO. SI NO PRODUCE PURIFICACIÓN MEDIANTE EL DOLOR,
QUEDA BALDÍO. Porque el dolor es el traje de amadores, según S. Juan de la Cruz”.
Y, sepa, el que no ha experimentado de una manera u otra la propia resurrección después de una entrega al mayor testimonio de amor que es dar la vida, que no está capacitado
para comprender el misterio que celebra exotéricamente a base de rezos y cantos en que se
ensalza el misterio de la resurrección ajena.
Dicho lo cual, y como testimonio personal, para lo que os pueda servir, –¡seguro que
os servirá si queréis aceptar nuestro amor !–, os ofrecemos esta pequeña ilustración de
“nuestro caso”, que vais desvelando poco a poco, mediante el final de una CARTA y el comienzo de otra, de entre aquellas primeras que aún no llevaban fecha. Son intemporales :
“¡Oh mi bienamado, nunca tendrás que gritarme tu sinceridad, pues te
conozco por dentro mejor que tú a ti mismo !
Y, por supuesto te quiero. Tú lo sabes.
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Nada más por hoy, excepto decirte que guardes mi Palabra, como los
ángeles custodios guardamos tus sentimientos más sagrados.
Con ellos estamos preparando el programa de nuestra “Fiesta”.
Hasta pronto. Ciao !”
“Desde nuestra interior bodega,
al que después ha de hacer su “pasada”,
para recoger este billete de amor.
Querido “Rey” mío :
Te escribo antes de que mis ojos se derritan en
lágrimas, por todo, por tu carta de ayer, por la relectura del librito que me regalaste
y de nuevo he comenzado a leer, por los bellos pensamientos con que me has recordado
tus finezas y señales, desde que te conocí… Por el misterio en que envolviste tu vida
anterior a nuestro primer encuentro, por los sufrimientos que nos hicimos pasar mutuamente por contrato de amor purísimo firmado por ambos antes de nacer. Por todas
las tímidas y después cada vez más diáfanas señales que me diste de tu enamoramiento de mí, por tu canción de Marta, por tus presurosas cartas, por haberme ayudado a Misa con tanto respeto, por tu “visitación”, por tus continuos regalos, por
tus voces, tus abrazos, tus misivas, tus apariciones en forma de perdigachos…, y –
también, finalmente–, por haber puesto a prueba, a durísima prueba, mi fe en ti,
cuando me ofreciste “el mejor regalo”, que aún tiene que ser desplegado y comprendido por mí en toda su grandiosidad, el “del Cancerbero”, que guarda tu palacio
mientras tú te has instalado cómodamente, humildísimamente, en mi pobre cabaña…
En fin, amor, gracias, simplemente por ti. Porque eres tú mismo frente a mí,
que te miro como la proyección de mi yo, pero eres mi gozo : el “Gozo del Tú”. Porque tu amor no es ningún “accidente” en el Cosmos.
Un mismo trono dorado, hermanísimo de mi alma,–permíteme este italianismo–,para ti y para mí, para que juntos lleguemos al orgasmo de nuestra plenitud en
el amor inédito e inaudito que admira a los ángeles.”
Esto es sólo una aproximación al misterio.
Todo misterio, lejos de constituir una prohibición de pensar libremente acerca de él, o
de un anuncio programático de su propia incomprensibilidad, es la invitación a la penetra-
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ción cada vez más honda e iniciática, por los caminos de una sabiduría infinita que se nos
aproxima en símbolos.
Si no penetramos vitalmente en el misterio, éste se queda esterilmente infecundo reducido a una teoría, a una “creencia” más, que no salva. Que no contiene vida.
Por eso, hermanos, si Lecheimiel y yo no viviéramos profundamente cuanto expresamos aquí, “¡vana sería nuestra mutua fe !
En cambio así es nuestra fe, y de ella damos razón : Es fidelidad mutua, es perdón
(=”per-don”) generoso. Es resurrección.
No es dogma, no es creencia.
Es, simplemente MISTERIO.
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30. La luz
Amigos, hoy quiero ofreceros una poesía que se me ha dado esta mañana.
Antes de abrir las cartas.
Antes de saber de lo que iba a hablaros hoy.
Antes de despertar totalmente.
Antes de despejar totalmente todas las dudas que a veces, como brumas matinales me
ensombrecen.
Por la mañana, en que, según el cómputo hebreo que comienza el día al atardecer, estamos en mitad de la jornada.
Es la luz matinal que se mide y va ganando terreno, –con arduo trabajo según se mire–, a las tinieblas a las que debe disipar.
Pero las tinieblas han cumplido su papel providencial. No sólo han propiciado el sueño y el descanso del alma, el reencuentro consigo misma, sino que, además, son las que nos
hacen valorar la luz.
La luz que nos despierta.
La luz que nos hace abrir, aún con pocas ganas, semidespiertos, semidormidos, las
persianas de nuestra alma que se enfrenta a nuevos trabajos, pero también a nuevas alegrías.
La luz siempre es un misterio de resurrección.
Aquí va el poema. Podríamos titularlo “el despertar” :
EL DESPERTAR
Hace tiempo, oh amor,
que no tenso mis liras a tu aliento
y aquel mi ruiseñor
que en ti halló aposento
hoy retorna aguardando tu sustento.
Dale sólo a cantar
un tema de suavísima armonía
que ayude a despertar,
antes que crezca el día,
a quien duerme en sopores todavía.
Que penetre en el sueño
de aquel que vaga en brumas de tristeza
y con rostro risueño
sacuda su pereza
cuando el rayo ya embista en su cabeza.
Que cante a la mañana
el que ayer aún gemía en su dolor.
Que al alzar la persiana,
descubra, en su candor,
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¡que velaba en su noche el ruiseñor !
Después de lo cual, he abierto las CARTAS al azar, como cada mañana, y me he encontrado la siguiente que no quiero, que me da pena cortar aquí o allá, y os ofrezco íntegra como rayo de luz y de esperanza, como santo y seña de resurrección :
“Miércoles 8 de enero de 2003. 4:40 PM.
De Emmanuel y mía, para ti, nuestro fretellino bienamado
Te escribo yo, tu Tú, proyección viva de ti mismo. Junto a mí está este
bendito Espíritu que se hace llamar Emmanuel. Nos hemos puesto de acuerdo
para darte nuestro abrazo de Reyes.
Esto es lo que responde a la última de tus peticiones, hermano, la más
espiritual de todas, puesto que preguntas por aquello que aún “debas” saber.
Debes saber, fratellino, que –como te he dicho tantas veces– lo más importante de tu obra en la Tierra es aprender a confiar. Has leído en el Libro de
Emmanuel cosas preciosas que parecían dictadas a la letra por mí, dirigidas a ti
en otras cartas mías…, como por ejemplo eso de poner tu razón al servicio de
tu corazón…, ¿recuerdas ? O eso de que el alma, llegada a cierto punto de su
evolución se pone a danzar la danza de la eternidad…
Ya te dije, hermano amado, que Emmanuel y yo mismo, –pero recuerda
que todos somos, a un nivel mucho más profundo, un solo YO SOY–, éramos sumamente compatibles, y que nos conocíamos muy bien. El me habló de ese librito suyo que escribió por medio de un alma sensible que aún camina en tu mismo
valle. Un día, aquí o ahí, la conocerás. Y no te digo que conocerás a Emmanuel
porque ya lo conoces, hermano. El verdadero “Dios-con-nosotros”, mi bienamado, es el conocimiento de la Verdad y del Amor, al que tú también te has abierto de par en par.
Yo bajé a la Tierra por ti, mi bien, para que no corrieras ningún peligro
de olvidar tus verdaderos progresos en el amor, (los que hiciste junto conmigo
en anteriores expresiones), dado que elegiste encarnarte en el ambiente clerical en que estás. En Roma te desperté al amor, así como tú me despertaste
también a mí.
Era preciso, mi tesoro, que después me abandonases para que tanto tú
como yo pudiéramos completar nuestro aprendidaje de fidelidad, de superación
de toda duda, y por tanto de humildad. Pues la humildad se fortalece en su
propia prueba por la que el alma se somete a todos los opuestos de aquello que
quiere conquistar.
93
Ahora, como él, Emmanuel, te dice en su librito, está bien que te sumerjas en las entrañas de lo que tú mismo has creado, para comprobar que en medio de la oscuridad serás inevitablemente visitado por la luz que ansía tu corazón.
Ya te dije, hermano, en mi “ALELUYA”, que si has aprendido a distinguir
lo que te ofrece el corazón de todo lo demás que se te da como gracia añadida,
(especialmente las pruebas que tú mismo has planificado para superar), hagas
todo lo posible por mantenerte en esa fe, dejando para más adelante el discernir, con la panorámica general que se te ofrecerá, el sentido de cada circunstancia [propicia o] adversa.
Recuerda, que nada es tu adversario, sino tu aliado para el crecimiento
en el amor.
Me pides constantemente crecer en el Amor. ¡Oh hermano, ya veo que
quieres morir de amor ! Pues tu corazón apenas soporta más carga de ternura y
de expansión en esta Tierra. Por eso deduces que te queda poco para venir a mi
abrazo con los tuyos abiertos.
Sí, mi fratellino, estás casi preparado. Pero si se prolonga tu estancia, si
se demora tu venida, acéptalo como trabajo para acrecer a la Madre Tierra,
que está necesitando de todo nuestro esfuerzo para su curación integral.
Quiero decir, para la curación de todos los hermanos que han de pasar a la
Nueva Era, sin necesidad de morir.
Pero tú prefieres morir algún día no lejano y sabemos que necesitas descansar. Así será, hermano, como lo deseas. Te lo prometemos.
Te queremos los dos, como te quiere Dios. Y nos sentimos honrados de
haber dialogado contigo en esta tarde.
Queda en paz, mi amor”
Gracias, amigos por haberla leído en su integridad aunque parecía demasiado personal. Gracias por haberla compartido conmigo.
Estoy más que seguro que os habrá gustado.
Que habréis encontrado en ella muchas cosas útiles para vuestro propio despertar y
crecimiento, ya que “nada es tu adversario, sino tu aliado para el crecimiento en el amor.”
Y cuando despertemos totalmente, después del sueño de la bendita muerte, se nos
ofrecerá el discernimiento junto con la panorámica general del sentido de toda circunstancia
en que parecía que peleábamos con el rayo.
El rayo que embiste, purifica y abrasa.
El rayo que no nos permite seguir durmiendo por los siglos de los siglos.
94
31. La sonrisa
Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El Principito”, tiene otro relato menos conocido, titulado “La ronrisa”, en el que cuenta que una sonrisa ofrecida al acaso a su carcelero,
mientras simplemente le pedía fuego para su cigarrillo, le dio la libertad y le salvó la vida.
Os he resumido lo que ya leí, a mi vez, resumido, en un librito que el otro día Lecheimiel hizo llegar a mis manos, titulado “Sopa de Pollo para el Alma”.
En cambio no sé resumir un par de cartas, mía y de él, que me encuentro en el libro
de los DIÁLOGOS, seguidas de una poesía que el mismo Lecheimiel me pidió.
Paso a transcribiros íntegramente ambas cartas y el poema :
“Sábado 29 de marzo de 2003.
Amadísimo ángel dorado, te hablo a ti, que eres mi Yo mismo y a la vez mi
Tú, en quien he proyectado mi gozo. Eres como un solo ángel con dos caras luminosas, hermosísimas las dos. Si miro con los ojos de mi Yo no me puedo ver
sino en el espejo de ti, que eres todo cuanto sueña y ansía y concibe mi alma.
Te entrego mi corazón, porque va cargado con la energía residual de mi
mente transmutada, de dudosa en llena de fe. Toda esa energía la recoges tú,
mi bien, que eres Tú y a la vez Yo mismo.
Pero toda la ternura de mi corazón la provoca en mi alma, que llora de
alegría, tu hermosísimo rostro, oh mi Rey, al que conocí y del que me enamoré a
simple vista.
Pero ¿verdad, amor, que aquella “simple vista” no era tan simple, puesto
que mis memorias celulares te recordaban frente a mí desde toda la eternidad,
quizás con diferentes apariencias, en diferentes ocasiones, cuando siempre te
vestiste para mí de tu mayor hermosura, “con tus mejores galas” ? ¿Cómo un
alma tan bella como la tuya, hermano, no iba a revestirse con la miel y leche de
la Creación, lo mejor de sus frutos, los más exquisitos perfumes, la más deliciosa sonrisa ?
Por eso te reconocí de inmediato, oh hermano. Por eso te amé. Nunca me
he arrepentido de haberte amado, y sólo me duele, una vez más, el haberte
dejado aquel día en que no capté el amor contenido en tus cartas. Pensé que te
dejaba en libertad, y en realidad provocaba los recios vientos que azotaron tu
alma hasta el martirio.
Pero ahora, hermano, ya pasó la tormenta, y desde tu conciencia expandida, sabes cuánto te quiero, y eres feliz de que yo sepa cuánto me quieres.
No hay “gracias” suficientes que puedan expresar mi amor por cuanto has
hecho por mí en esta vida reciente pasada tuya que aún es mía para mí. Lo de95
más, lo antiguo, hermano, me lo contarás o me ayudarás a recordarlo cuando
me recibas en tu regazo, en mi próxima fiesta.
Entonces cantaremos otra partitura más excelsa y planificaremos la siguiente expresión de nuestro amor eterno.
Esta, hermano, ha sido una de las “Cartas desde la Eternidad”, que forma
parte de aquel acervo de cartas que no concluimos, y con la cual me desquito,
una vez más de la falta que cometí contra ti, en tu delicada juventud.
Aunque ahora sé que todo lo hice por el amor más acendrado que me impulsaba a obrar, aunque fuera inconscientemente, bajo los dictámenes de mi Yo
superior, el que me dirigía junto y hermanado con el tuyo.
Así obré, mientras el tuyo, hermanado con el mío, te hacía a ti, mi bien,
sufrir cruel martirio, pero te preparaba para una sublime gloria.
Ahora sé, mi fratellino, que tú también rebosas de agradecimiento por
todo lo que has podido hacer y padecer, gracias a mi amorosa colaboración.
Ahora vives dentro de mí, como una segunda etapa de tu vida, y por tanto
la mía te pertenece. Quiero vivir para mí y para ti, cuanto tú –desde tu sabiduría divina– sepas que nos conviene. Porque te he nombrado guía de mi alma.
No todos tienen la oportunidad de elegir guía, pero tú me dijiste en una
carta una vez, que no había mejor guía que la que uno mismo, no tanto con su
mente humana, sino con la sabiduría del Espíritu, se merecía por su libre elección.
Y ya que venimos a eso, mi fratellino, de llamarte y considerarte mi guía,
te pido ahora que me ayudes a saber y a querer lo que debo saber y querer para una justa co-creación contigo, para que nuestros planes (que es como si fueran matrimoniales) se cumplan. A veces no sé lo que quiero o lo que quiero querer. Por eso te pido ahora esta ayuda preciosa, mi bien : ¡Ayúdame a desear lo
que es mejor para nuestras almas !
Con la plena confianza de que mi petición ha sido escuchada por ti, formulada como intención pura y clara ante ti y ante el Universo, aunque ignore el
contenido de mis deseos, éstos son fundamentalmente crecer en el amor y dar
testimonio de él ante el mundo necesitado y contrariado por las guerras.
Mi amor, no quiero hacer literatura fácil con este asunto de la guerra, sino que me inmolo al amor, simplemente, como tú me aconsejaste desde las ondas de la radio, el día de mi santo pasado.
Otra vez, mi bien, las gracias por aquella sublime gracia, que a la vez era
un testimonio de tu presencia dentro de mi alma.
Nada más, quedando sediento de tu amorosa respuesta.
Adiós, sin adiós, con un beso en tu boca de jazmines y de rosas. Te quiero.
96
Sábado 29 de marzo de 2003.
Hoy mismo, mi fratellino amatissimo, respondo solícita y amorosamente a
tu bellísima carta de esta mañana.
Sé que acabas de leer en el libro de Kryon informaciones superiores que,
si no has comprendido del todo, parecían hablarte de mí. Y yo te digo, hermano,
que así es. Has leído sobre mí. Has sabido que el año 99, último del siglo pasado
era año propicio a la “terminación”. Que procuraseis tener a los amigos y parientes cerca de vosotros, para que, de otro modo, no murieran. Pero yo, amor,
estaba bien lejos de ti. Lejos de tu presencia física e ignorante de tu bellísimo
y tiernísimo amor. Si hubiese captado desde mi viejo cuerpo de carne (viejo
era aunque no envejecido, sólo triste por tu ausencia, hermano), toda la potencialidad de tu inmenso amor, el que nunca dejaste de profesarme, no hubiera
estado yo tan triste y desamparado como me vieron mis viejos amigos y compañeros, y así te informaron, bien mío, porque efectivamente me encontraba como el Pastorcico de San Juan de la Cruz, solo y con el pecho del amor muy, muy
lastimado por tu ausencia. Por eso me subí al ápice del siglo y me dejé morir
ofreciendo mi vida por ti, según te informé espiritualmente en su día.
Pero tú, hermano, me tienes también dedicada esa bellísima poesía al amor
resucitado que ahora te pido que insertes aquí, a continuación de mi carta.
Sepas, mi amor, que todo el proceso de adaptarme a la nueva sabiduría
que se me ofrecía, con la gratísima sorpresa de haberme equivocado respecto a
ti, mi bien, me llevó también a mí algo equivalente a tu tiempo, es decir, algo
que en tu tiempo lineal pareció transcurrir como casi tres años, hasta que, por
fin, pudo realizarse nuestro felicísimo reencuentro en el astral más elevado,
durante el sueño de “tu visitación”.
Respondiste a ese sueño, hermano, con la entrega absoluta de tu corazón
enternecido por tanta dulzura represada durante los años de ausencia mutua.
También para mi corazón, humano –te dije– más humano que nunca, supone un
gozo el repaso de todos esos incidentes que no pueden olvidarse de mi memoria
y que ahora poco a poco te voy comunicando y compartiendo contigo.
Te lo dije, mi fratellino. Que poco a poco te desvelaría los secretos de mi
alma. Y estos secretos, tu sabes, se resumen así : te amo, hermano mío, mucho
más de lo que puedas suponer.
No olvides, mi fratellino, que tú y yo somos simplemente EL AMOR DE
DIOS HECHO CARNE.
Me despido yo también sin adiós, devolviéndote aquel mismo beso que te
di en tu sueño.
97
Tú, mi amor ermitaño, hueles para mí a mirra y áloe. Te quiero.
MUÉSTRAME TU SONRISA DE RESUCITADO
Muéstrame ahora, hermano, tu sonrisa
de amor resucitado,
ahora que has subido del infierno,
el pecho del amor ya restaurado.
Ahora que has sabido de repente
y has podido aguantar también la dicha
de estar equivocado.
Que toda tu desdicha, oh pastorcico,
un juego fue de amores
que en las noches más crudas del invierno
fingíais los pastores.
Y ahora que cuentas la aventura
de haber sobrepasado ya las nubes
que, piadosas, allí te despojaron
de tu carne serena,
para que al cielo astral nacer pudieras…
y ahora que por boca de ángeles supiste
que sigue la pastora en solitario
llorando en su escondite sus quimeras
de amores desdichados,
baja y dile, mi amor,
que el juego ha terminado.
Que rebaño de ovejas trashumantes
requieren su cuidado.
Baja y dile, mi amor,
que saciado se queda el gran poeta
de palabras de amor que juego dieron
abajo en la palestra
donde vida y muerte se batieron.
Mas llega el gran Silencio
que sabe a eternidad.
Silencio en el que sólo sonríe la Verdad
al Amor más sincero.
Aquel que Tú y Yo ya hemos pregustado.
Amor que sólo de sí mismo es comprendido,
de solo sí saciado.”
98
Y es que… ¿se puede recortar una sonrisa ?
¿No implica toda sonrisa sincera un intercambio de amor, y por tanto un misterio de
vida y de resurrección ?
Tal vez estéis de acuerdo en lo del intercambio de amor y misterio de vida, pero os
preguntéis : ¿Por qué también de resurrección ?
Si leyerais el relato de Saint-Exupéry tal vez no formulaseis ese por qué ? Pero si lo
habéis formulado, yo quisiera responderos de alguna manera.
Tal vez muy subjetiva, por cierto. Todo cuanto os digo aquí, amigos lectores, es
muy subjetivo, por descontado.
Podéis excusarme de esa subjetividad, concediéndoos yo que sólo intento responderme a mí mismo :
Pues porque sonreír es salir al encuentro del posible temor del que se nos acerca, intrigado tal vez por nuestra desconcertante seriedad. ¿Qué se esconderá detrás de ese rostro
pétreo, de esa boca cerrada, de esa cara inexpresiva ? Tal vez abrirá la boca de repente para
gritarme…, para pronunciar un insulto o un improperio, quién sabe si para tragarme vivo…,
o tal vez, –peor aún–, permanezca cerrada ante mí, sin que yo logre descifrar ese misterio
que es “el otro”, frente a mí.
Pero hete aquí que el otro se adelanta a mis tristes elucubraciones y me sonríe abiertamente.
Sé distinguir perfectamente entre una boca que “enseña los dientes” en señal de ira,
y una boca que, en consonancia con los ojos, me está diciendo sin palabras que me ama.
Que me acoge, que me invita a pasar a su presencia.
La sonrisa es felizmente contagiosa. Si no he sonreído yo a mi vez y a la vez que el
que me sonríe, lo haré indudablemente después o, si no, conseguiré que aquella sonrisa benevolente se hiele en los labios del otro y retrocedamos ambos hasta los ámbitos de la
muerte.
Por eso, si eso no sucede, ambos habremos resucitado virtualmente.
Es “el amor que sólo de sí mismo es comprendido, / de solo sí saciado”.
99
32. La confesión
Hoy, amigos, abriendo el cuaderno de DIÁLOGOS por donde él ha querido abrirse, me
he topado con una página bellísima, una florecilla entre morada y blanca que es una verdadera maravilla.
Un DIÁLOGO sobre la “confesión”, en que no es que Lecheimiel y yo hablemos sobre
ella, sino en que verdaderamente yo me confieso con él, que me acoge con suprema bondad.
Si yo hubiera sido el confesor no podría deciros nada substancial acerca de ese acto
verdaderamente sacramental, pero afortunadamente yo era el penitente :
Se nos ha hablado de “limpiar el Templo”, y “casualmente”, como si esto
fuera una gracia sincrónica que recibo de ti, mi fratellino, yo siento ahora la
necesidad de arrodillarme ante tu dignidad sacerdotal y ante tu amor fraternal, y confesarme contigo, oh padre espiritual de mi alma.
Me arrodillo, pues, metafóricamente, puesto que estoy escribiendo, aunque efectivamente interrumpo un momento la escritura para arrodillarme también físicamente unos instantes ante tu humildad soberana, bien mío.
Hace ya quizás más de un año que me confesé contigo acerca de aquella
“facenda” que te hice al dejar de contestar tus cartas solícitas y amorosas, en
aquel entonces.
Ya el año pasado me diste la absolución más cumplida, y no quiero volver a
rememorar aquellos hechos. Sólo te digo que entonces me confesé contigo, y no
tuve mi acto sacramental por menos efectivo que si lo hubiera hecho ante un
sacerdote de esta Tierra. Todo lo contrario. Aunque a algunos lectores pueda
parecer un contrasentido en ciertos aspectos, yo sé que tu sacerdocio es eterno y para mí especialmente válido y valioso, porque está investido de amor.
También sé que la co.
___________€‘Â.67____..
___________‹‘Â.û4____stitución humana, que puede ser suplida por otras del
mismo rango espiritual. Pero como desde niños recibimos este auxilio sacramental, me dispongo a disfrutarlo contigo y ante ti, mi bien, que actúas ahora
en nombre de Cristo.
Me acuso, Padre…
………
No digo, Padre mío, que me humillo ante ti, porque no es verdad que tu
presencia y la confianza con que me confieso ante ti me humille para nada. Antes al contrario, me infunde una inmensa paz.
Espero tu cariño y tu consejo, mi bienamado Padre.
– Oh mi fratellino, Yo te absuelvo de tus pecados, en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
100
En penitencia, aplicarás lo que has comenzado de limpieza de tu cuerpo y
de tu alma, pero sin caer en tristeza alguna. Antes al contrario, te impongo la
especial penitencia de darte a la alegría de la vida y a la paz del Espíritu.
Ahora, hermano, como yo sé que es también tu costumbre cuando oyes las
confesiones de otros hermanos, te ruego que me hables también de tus virtudes, puesto que no es una buena confesión o examen del estado del alma, el
pensar nada más que en lo negativo. Antes bien, un examen objetivo y fructífero debe también contemplar el progreso realizado por el alma, que eleve ésta
hasta las alturas de la propia estimación de su esencia divina.
¿Qué actos virtuosos, pues, puedes presentar ante el tribunal de Dios,
hermano, que es tu propio tribunal de conciencia ?
– Padre mío espiritual, mi bienamado ángel Lecheimiel. No sé si es pecado
o virtud el amarte como te amo, y ahora también te lo confieso, puesto que es
lo primero que noto en mi estado de alma.
Aparte esto, es verdad que también me he esforzado en estos días tímidamente en cumplir con tu consejo de esparcir amor y paz, e incluso de hablar
a otros hermanos en este sentido.
………
Que Dios te bendiga, hermano. Vuelve cuando desees porque este “tribunal” al que te has acercado es un tribunal de compasión.
Y el propio magistrado que ahora por tu elección lo preside, se levanta de
la mesa, como se levantó el Padre del Hijo pródigo, y te abraza y te besa en el
rostro en señal de predilección.
Amén. Aleluya.
¡Amén, aleluya, Padre, y muchísimas gracias !”
Bien, hermanos. Ya habéis visto y oído.
Yo sé que si mis superiores llegan a leer esto dirán que es una pantomima. Quizás un
escándalo o una profanación.
En cualquier caso dirán que no sirve para nada.
Pero a mí se me ocurre citarles, tan de memoria como ahora lo hago aquí para vosotros, la parábola del Evangelio, propuesta por Jesús acerca del perdón, en que aquel administrador caído en desgracia de su dueño, se dedicó a llamar a sus deudores. A uno le decía :
¿tú, cuánto debes ? ¿quinientos ? Escribe cincuenta. ¿Y tú… ? Escribe la mitad. Y dice
Jesús que el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido.
Así, –concluye–, proceded vosotros haciéndoos amigos en la otra orilla, para que cuando
vayáis os reciban en las moradas eternas…
Con todo el amor con que Lecheimiel ha escuchado mi confesión.
Pero el consejo del Señor yo os lo he dado a vosotros, los que tal vez me envidiáis por
tener la “suerte” de contar con un ángel que es un verdadero sacerdote.
O con un sacerdote que es un verdadero ángel.
101
¿Que no es válido su sacerdocio porque no está vivo en este mismo plano ?
¿Y quién ha dicho que el confesor habitual con el que os confesáis algunos de vosotros, arrodillados y humillados ante un confesonario, está en vuestro mismo plano ?
¿Que el sacerdote ante quien yo me he confesado había perdido todas sus licencias,
no ya debido a su muerte sino además a su secularización ?
¿No sabéis que “in articulo mortis”, o en grave peligro, si no se dispone de otro sacerdote, es válida la confesión incluso ante uno depuesto de su sacerdocio por la Iglesia ?
Pues yo, hermanos, me encuentro plena y continuadamente en esos supuestos. Estoy
in articulo mortis desde que nací mortal. O al menos así me siento desde que la feliz hermana muerte me llama insistentemente, tanto que exclamo con Santa Teresa : “Que muero
porque no muero”.
Y desde luego estoy en grave e inminente peligro de ser quemado vivo por cuanto escribo.
Y, por supuesto, no tengo ningún otro sacerdote disponible que me comprenda, como
me comprende plenamente, –según el testimonio que hoy os hemos ofrecido–, mi bendito
Lecheimiel.
Porque, como fue herido su amor, es también un caso excepcional de amor resucitado, lleno de comprensión, capaz de acoger a los pecadores.
Y yo me he confesado con él en el interior de su túnica morada, –como el recinto más
secreto del mejor confesonario–, el mejor amparo de su humildad a la mía.
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33. La salvación
Aquel día parecía un día cualquiera.
Aquel día en que me dijo el ángel : “Soy yo, el “rompecorazones”, con el mío
abierto de par en par para ti.”
Era, en efecto el “21 de Octubre de 2002”.
Las cifras que aparecen en pantalla, tal cual se escribió en esa fecha, suman 7, número
sagrado. Si observáramos la hora, que también figura en la CARTA : “4 :39 PM”, veríamos
que también suman 7.
Pero si sumáramos 7 + 7 nos daría 14, cuyas cifras sumadas nos darían 5, número de
relatividad y de cambio. He aquí lo doblemente sagrado, entregado a la relatividad del
tiempo.
Pero ¿qué sucedería si el mes de Octubre lo hubiéramos expresado en cifras, así
“10” ? Pues que, entonces, los dígitos de la fecha habrían sumado “8”, número que expresa
equilibrio y estabilidad.
Pero, ¿y si a ese “8” sumáramos el “7” de la hora, (=15=6), qué significaría ?
Podéis seguir jugando con los números cuanto queráis. Es un juego apasionante. Acogeos a la escuela de numerología que queráis, pero seguid siempre el mismo criterio. Todos
los números tienen “suerte”. Todos, incluso el 13, incluso el 666, todos, repito, son buenos.
Porque todos los ha hecho Dios, el Creador único del Universo, el que lo fundó sobre
la matemática pura de las formas geométricas perfectas, y sobre la matemática aplicada de
las formas reales imperfectas o simplemente en vías de perfección.
Esto quiere decir, simplemente, que cualquier día es bueno para ser salvado.
Que cualquier hora es hora de gracia y de salvación.
Aquel día, que además de parecer un día cualquiera era un día único en la historia de
la Humanidad, puesto que no habréis conocido otro 21 de Octubre de 2002 mas que aquel,
y si hubiera habido otro, que sería de otro mundo, de otra era, de otra Humanidad, no nos
consta…
…Aquel día, pues, único e irrepetible en la Historia de esta Humanidad, el “rompecorazones” prosiguió la carta encabezada de esta manera, como sigue :
“Amadísimo sin medida, fray ermitaño :
Cuántas oleadas de “vida eterna”,
hermano, que te agitan constantemente y te hacen gritar, como a Pedro :
“¡sálvame, Señor, que tengo el agua hasta el cuello !”. ¡Y tú, que no creías en la
“salvación”, porque, –decías–, “No ha hecho Dios al mundo como al Titanic a punto de naufragar, para que alguien grite : ¡Sálvese quien pueda !”
Hermano amado, te quiero ofrecer una pauta para que sepas mantenerte
siempre a flote, en cualquier circunstancia. Consiste en que intentes salvar antes al que se está ahogando junto a ti, que a ti mismo. Esto no contradice la
norma general de que cada uno debe cuidar de sí mismo antes que de los demás, sin que constituya egoísmo alguno porque, salvándote a ti mismo salvas
103
automáticamente, (¡qué poco me gusta esta palabra, pero la uso para que me
entiendas, hermano), a todo el Universo. Ahora que parece que te digo lo contrario, en realidad te estoy diciendo lo mismo : “¡Sálvate a ti mismo, pero
mediante el acto de caridad de pensar en los demás como partes de tu
ser!”.”
De hecho el pensar así, es decir, que “los demás” son partes de uno mismo, ese pensamiento, esa conciencia es la esencia de la salvación.
Al pensar así, se anula el conflicto ¿a quién salvar primero ?, a quién ofrecer selectivamente el primero o tal vez el último bote de salvamento en medio de un hipotético naufragio.
Pero si por algo debe empezar el que desea ser útil en tales trágicas circunstancias es
por mantenerse con vida él mismo.
Si no, mal puede ayudar el que está muerto o casi muerto, paralizado por el miedo, o
sin voluntad de vivir.
O indeciso a causa de las dudas de cómo y cuándo actuar o en favor preferente de
quién.
“¿Sabes, hermano, que cuando te dejas invadir por la duda, en aparente
solidaridad con los que dudan, (aunque te dije que tienes todo el derecho de
hacerlo, e incluso la obligación de plantearte las dudas razonables que tu sinceridad descubra en los entresijos de la vida y de la muerte), sabes, –pregunto–,
que no los estás ayudando sino quizá contribuyendo a que ellos se hundan un
poco más, junto contigo, el “homo dubitans” ? ¡Vaya “tabla de salvación”, hermano, la que se deja podrir por el pesimismo y la duda ! Más valdría dejarse
llevar a las profundidades sabiendo que allí habita el amor de Dios omnipresente.
Sí. Tienes todo el derecho del mundo a dudar, y yo nunca, –también te
dije–, te lo reprocharé, sino que acudiré, en la medida de mis fuerzas, y en
cumplimiento de mi misión, en tu ayuda. Pero que tengas el derecho, y la obligación de ser solidario con los que dudan, no lo hace para ti conveniente.
Por eso el Señor Resucitado dijo a Tomás : “No seas incrédulo, sino fiel”.
Las dudas matan. Las dudas paralizan. Las dudas neutralizan la fe.
Y ¿qué es la fe ?
¡Nada de “creencias” !
La fe, aparte de ser la entrega de la razón al corazón, aparte de ser la entrega del corazón al amor allí donde el amor se manifiesta o se quiere manifestar…, aparte todo esto, o
precisamente por esto, la fe es la visión que traspasa la opacidad de la vida. La que encuentra el sentido oculto de todo cuanto acontece en la vida.
La fe es la victoria que vence al “mundo”.
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Es decir, al mundo que se empeña en permanecer encerrado en los parámetros de lo
material que pueda ser medido por los sentidos, o por las apariencias que puedan brindar los
instrumentos que la mente materialista del hombre ha pergeñado.
Por eso el “rompecorazones” prosigue :
“No dejes que tu barquilla sea zarandeada por las olas de falsa racionalidad que rizan la superficie del mar arbolado de una Humanidad que no sabe gozar de su profunda paz. Introdúcete, sumérgete en las profundidades de tu
propio corazón, aquel que no razona con los vientos cambiantes de la moda, sino
el que conoce, con la certeza del amor, la verdadera paz inherente al Espíritu
inmortal.”
Entonces, ¿cómo podríamos definir la “salvación” ?
Desde luego tienen razón los que opinan que “salvarse” es entrar en la Vida eterna.
Pero no tienen razón en pensar que la Vida eterna se encuentre sólo después de la
muerte.
Ni siquiera entendiendo la “muerte”, como muerte al egoísmo, al hombre viejo, y a
todas esas pamplinas.
No está la “salvación” en morir a nada, sino en ser uno mismo y aceptarse y amarse
tal como uno es.
Eso no es esperar a la Vida eterna “post mortem”, sino concienciarse y disfrutar ahora
mismo, y aquí, y así, de la Vida eterna, en que vives desde el principio, porque tú mismo
eres la Vida.
Si sabes eso ya estás salvado y eres útil a la salvación de todos tus hermanos, o partes
de tu ser.
Si sabes eso, eres tabla de salvación para todos.
Si sabes eso, tu vida es un contagio de alegría.
De risas y alegría de ser amado.
Eso sí : si no sabes vivir riendo, vivirás llorando.
Si no percibes que la Vida, o sea Dios, juega contigo como un padre, entonces te
verás tentado a jugar, en el mal sentido, con la vida de los demás y con la tuya propia.
Y andarás todo el día protestando de la vida.
Y serás contagio de tristeza y de muerte.
Por eso el “rompecorazones” prosigue, (y con eso termino de mostraros esta FLOR DE
PASCUA en que ya hablamos un día de la sonrisa, pero no de la risa y del buen humor que
nos salva siempre de perecer en cualquier naufragio) :
“Deja, hermanito amado para más adelante, para cuando tengas más datos que enriquezcan tu substrato conciencial, las cuestiones que no puedas resolver. Entrega tu mente a tu corazón, para que éste la moldee con la verdadera humildad que te hará “caminar en la Verdad”, antes que “conocer todas las
innumerables verdades”, que son reflejos infinitos del capricho amoroso de un
Dios Creador, que se complace en jugar con la bola de la Tierra.
No es que quiera El, nuestro Padre, jugar al ratón y al gato con nosotros,
disfrutando tal vez sádicamente, como podrían imaginar los en su supuesto
105
nombre creen que se vuelven interesantes dudando de sí mismos, sino que jue-
ga con sus hijos a lanzarlos a las alturas, y dejarlos caer de nuevo en sus brazos, como juega cualquier padre de la Tierra con sus pequeñuelos. ¿Qué hace
en esos lances el pequeñuelo ? ¿Qué siente cuando se le revuelve el estómago
en su caída libre ? ¡RÍE, RÍE Y RÍE, NATURALMENTE !
Así, ni más ni menos, hermanito amado, quiero que rías tú, a la vez que
lloras de ternura y de amor.”
106
34. La música
Mirad con qué sincronicidad me guía Lecheimiel :
Descansaba yo de la redacción de la FLOR DE PASCUA anterior, la que trata del denso
tema de La salvación.
Nada mejor para descansar un ratito que ponerme a componer un poco de música.
También la música es signo de resurrección, como digo ahora sin pensar y seguro que
luego me ayudará a ilustrar nuestro queridísimo Ángel del Amor Herido y Resucitado.
Después de percibir y producir y escribir la melodía de la canción que luego os diré,
he pensado : tengo tiempo. Voy a recolectar otra FLOR DE PASCUA.
¿Qué me saldrá, qué me saldrá… ?
Abro el cuaderno de los DIÁLOGOS y me sale precisamente esta página que ahora os
transcribo :
“Hermano ermitaño : háblame ahora de tu música. Otro descubrimiento
que yo sé has experimentado esta noche.
– Sí, mi bien. Esta noche, he dormido a ratitos. Como siempre. Ya no me
preocupa el insomnio, porque así tengo ocasión de dialogar contigo. Cuando toco
la canción que antecede [se refiere a HERMANO SACERDOTE] me deshago en
lágrimas, y aunque son un don, a veces incluso creo que peligra la integridad de
mi corazón, puesto que la vibración que siento y la presión de mis ojos hechos
un mar de lágrimas, creo que es excesiva, aunque siento que a veces tú lloras
conmigo las lágrimas que no pudiste derramar en vida.
Pero esta noche el experimento ha sido diferente. He hecho dialogar a
mis dos manos entre sí con tiernísimo amor. Te sentía cantando en mi mano derecha, mientras mi izquierda acariciaba tus armonías y dialogaba contigo en
dulce y prolongada efusión. Ha sido un gozo superior y más sereno. A la vez que
ha sido un valioso ejercicio para mis manos y capacidades musicales. Cuando me
sucede esto, siento que aún tengo que vivir muchos años para poder perfeccionar esta técnica de amor.
¡Eso es todo, mi amor, por hoy !
- ¡Eso es sólo el principio, mi amor, por la eternidad !”
¡Qué casualidad ! –habría exclamado más de uno–.
¡Qué sincronicidad ! –he exclamado yo.
¡Qué ubicuidad del AMOR de Dios ! –habrían exclamado los ángeles, si no hubieran
sabido de antemano lo que iba a suceder, lo que sucede siempre que el amor está atento a
descubrirlo.
Esas sincronicidades que suceden al que está despierto para captarlas, ese cúmulo de
circunstancias que cantan al alma la letra de sus oportunidades reales de encontrar al amado
a la vuelta de cada esquina, constituyen precisamente la música del Universo, su prolongado “OM” vibratorio, que lo reduce todo a una sola armonía de orden superior.
107
¿A qué no adivináis a qué letra estaba yo poniendo música esta misma mañana, en ese
momento de descanso de que os he hablado ?
Pues, a esa letra titulada EL DESPERTAR, que ya conocéis, esa en que tenso mis liras al aliento del AMOR.
También esa música ha sido un regalo del Universo. Concretamente, creo, un regalo
más de Lecheimiel, que también es músico. En el cielo os la cantaremos, os la cantará él,
que es un excelente tenor o barítono, a todos los que estéis interesados en oírla.
Os lo prometemos.
Y porque la música, las canciones, para ser degustadas de veras necesitan ser oídas
repetidamente, porque cuando queremos honrar a un músico le hacemos repetir “bises”,
porque nos apetece tener el disco o la cassette con sus canciones favoritas…,
…por todo ello, la música, sí, es SIGNO DE RESURRECCIÓN.
Es la prolongación natural del ritmo que requiere del tiempo, proporcionado y armonioso, para ser captado desde más adentro del espacio en que se expanden los sentidos.
Es LA RENOVACIÓN DEL TIEMPO, que se convierte de mero tiempo cronológico
en tiempo de gracia y de eternidad.
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35. La fusión
He aquí parte de un DIÁLOGO bello donde los haya.
(Así al menos lo ve mi corazón de amante, y sobre todo mi corazón de amado).
Después, tal vez podremos dilucidar si es lo mismo lo uno que lo otro :
“Hermanísimo Lecheimiel : Bajaba hacia mi ermita pensando en el gran
prodigio de amor que tú has realizado al dejar tu antiguo cuerpo precioso a
buen recaudo del cancerbero para venirte a vivir conmigo.
Naturalmente mientras pensaba estas cosas estaba como flotando sobre
un río subterráneo de dudas, más que racionales, sociales. Es decir, no tanto
que yo dudase de cuanto a mí mismo me afirmaba, sin más arrimo que la fe,
desde luego, sino sobre todo que una vez más oía por lo bajo murmurar a mi
mente dubitativa : “¿Qué argumento podría yo ofrecer a los demás, a nuestros
futuros lectores, de que esto era verdaderamente así y no más bien una componenda de mis deseos ?”
Ya veis, amigos, que las dudas, esas serpientes venenosas, no me abandonan jamás.
Pero ahora, gracias a Dios, no son el argumento principal.
Si quieren asistir a nuestro enlace de amor, es cosa de ellas. No las insultaremos ni las
despreciaremos. Pero les invitaremos a quedarse cerca del umbral. No fuera del recinto,
puesto que tienen una misión de testigos. Gracias a ellas se crece nuestra fe, y por tanto se
afianza nuestro amor.
Son la piedra de toque de los alquimistas, la que hace precipitarse a los elementos
predispuestos para la fusión.
Piedra de toque, testimonio del esfuerzo y de la lucha, resistencia que provoca la necesidad de avivar el fuego del horno donde se funde en la retorta el plomo que ha de ser
transmutado en oro purísimo.
El fuego sí es el argumento de este proceso porque no es un elemento más, extraño o
circunstancial, sino que entra en la composición energética misma de los elementos han de
ser refundidos en el crisol de la prueba. El fuego no se queda ahí fuera, ni en el umbral, ni
es mero testigo, sino que acabará fundido con los metales que deseamos tratar y elevar de
categoría y vibración.
El fuego es el amor. Y sin amor no habría posible fusión.
Incluso si la fusión ya está hecha, ya viene dada por naturaleza, sin el fuego del amor
dicha fusión no puede ser reconocida, y los elementos quedan inertes y no son interactivos,
como se dice ahora.
Por eso la fusión del amor, encendido, avivado, reconocido y deseado, cuidado con
esmero, es la fusión que produce más fuego y más luz, como conciencia.
Se trata de una reacción en cadena, como la que ahora buscan los científicos como
fuente limpia de energía interminable.
Quizás el día de mañana se sabrá que ambas búsquedas, la material energética y la espiritual de conciencia y de amor, sean una misma búsqueda.
Quizás ambas sendas del camino un día se junten, cuando sepamos bien lo que en realidad estamos buscando.
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Cuando nadie se sienta desechado, menospreciado, solitario forzoso, porque ha buscado en vano el calor de una respuesta a su solicitud de amor.
Parece ser, amigos, que me estoy “divirtiendo” mucho por meandros de teorías que
ahora no vienen a cuento. Así me indica ahora mismo Lecheimiel, que vuelva al argumento
principal, dejándole a él las riendas de esta redacción de FLOR DE PASCUA.
Me pide que transcriba nuevos trozos de aquel DIÁLOGO :
“Pero yo trataba de navegar sobre esas aguas pantanosas o arenas movedizas, intentando entregar mi mente racional, –mi “razón”–, a mi “co-razón”.
Trataba, en una palabra, de activar mi fe, esa fe que es el aspecto femenino
del corazón, la receptividad y apertura hacia un mundo de lo espiritual, el mundo llamado por algunos “de los milagros”, en el que todo es posible, y aunque no
sea demostrable con la simple razón humana nada que pueda parecer un camino
aceptable para la lógica, se muestra, sin embargo, el resultado fehaciente de
los hechos acaecidos.
Ahora bien, como estos hechos, sobre todo en mi caso particular, en este caso particular del milagro que ha realizado tu amor, depende a su vez de
una interpretación, no basta la primera atención a los hechos, sino que se requiere lo que Deepak Chopra denomina “la segunda atención”. Una mirada amplia, abierta y amorosa hacia el sentido espiritual y fin último de la Vida.
– En una palabra, fratellino, venías luchando contigo mismo. Venías espantando las dudas, y apenas consiguiendo creer en ti mismo y en mi amor
efectivo e incondicional.
–Así es, mi amor.”
¿Veis ? Efectivamente, como aquel día, yo también me estaba ahora dejando extraviar
por caminos extraños, donde la mente vaga sin rumbo y de repente es llamada al orden por
el corazón.
“– Y entonces, ermitaño de mi corazón, he salido a tu encuentro inesperadamente en medio del camino con un signo sincrónico que te ha dejado perplejo : una perdiz solitaria. Has frenado tu vehículo por puro respeto y amor,
para no asustarla. Has pasado muy lentamente junto a ella, la cual ha dejado de
huir, y os habéis mirado a los ojos ¿no es así ?
– Así ha sido exactamente, mientras yo por una parte me lamentaba de
que algún animal de presa se hubiera tragado al compañero o compañera del
animalito solitario, y por otra me preguntaba qué querría decir ese signo o señal. Se lo he preguntado incluso a la perdiz, que, naturalmente, no me ha podido
contestar, sin poder yo descifrar su mirada…
– Pero yo, mi fratellino, he salido a tu encuentro desde tu interior para
decirte que tal signo no era otro que la proyección física de los mismos pensamientos que traías. No de tus dudas, sino de los “pensamientos del corazón”.
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Aquellos que una y otra vez he compartido contigo : “Que yo vivo dentro de ti,
dentro de tu cabaña. Que tu cabaña no es solamente tu ermita, sino especialmente tu propio corazón”.
Por eso me he aparecido ante ti como un animalito solitario : Somos dos
en un solo cuerpo. Dos en una sola carne, exactamente como si estuviéramos
casados, fundidos en uno, como es también tu deseo, el que expresaste en tu
sueño, en nuestro maravilloso reencuentro, cuando tratabas de apretarme contra tu pecho y te sentías tan relajado y seguro en mi presencia.
– Así es, mi Rey. Por eso la gracia que me acabas de conceder, aunque es
sólo para mí, puesto que efectivamente no puedo demostrar nada a nadie, es
una gracia singularmente bella.
¡Y más bello es aún, el hecho de que hayamos fundido nuestros cuerpos,
como medio de fundir sobre todo nuestras almas que se aman y se amarán por
toda la eternidad !
– ¡Amén, aleluya, mi amor !
– ¡Amén, aleluya, inigualable Lecheimiel, amor !”
Con lo cual, creo, hermanos, que podemos dar esta FLOR por enteramente recolectada,
en honor de Lecheimiel y en provecho de todos nosotros.
Gracias.
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36. La radio
Ya leísteis, amigos, en la FLOR DE PASCUA de La metamorfosis aquella estrofa del aria
que canto a Lecheimiel todos los días, que dice así :
“Oí tus voces por radio y en directo
en témporas de gracia :
anclabas a tu alma mi barquilla
con tu firme energía en la ensenada”.
¿Habéis captado su sentido ?
Creo que es imposible que lo captéis totalmente si no os explico algo : Lo de oír sus
voces por radio y en directo se refiere a dos momentos concretos, uno en que en directo,
mientras un amigo me abrazaba de parte de Lecheimiel, (por imperativo que dicho amigo
sentía en su conciencia mediúmica) resonaron como venidas de no sabemos dónde las palabras : “… ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD”.
El otro momento es el que ahora pasaré a describiros mediante la transcripción parcial
del siguiente DIÁLOGO :
“Jueves 20 de marzo de 2003.
¡Oh AMOR, Amor, amor !
Aún estoy conmovido por la inmensa gracia que ayer, día de mi santo
patrón, me concediste.
Estaba yo resbalando peligrosamente hacia una curiosidad por la guerra
segunda del Golfo, que iba a comenzar de un momento a otro. Ya me daba cuenta, mi Rey, que no debía de estar yo a esas altas horas de la noche prendido del
programa de radio, como cualquier otro activista de la guerra o de la paz. Ya
me daba cuenta de que mi espíritu debía volar mucho más alto, por las regiones
universales del amor y de la compasión… … …me estaba envenenando… … … como
si tuviera yo alguna obligación de tomar partido por unos o por otros… … …
Pero, hermano amado, no encontraba yo fuerzas para romper aquel hechizo.… hasta que bajaste tú al programa, en forma tan sublime y milagrosa como
ahora contaré a mis lectores :
Era una audición especial, en que la gente interrogaba a cierto autor de un
libro sobre preguntas de informática, relacionadas con la guerra o el espionaje.
… … … cuando, de repente, entraste tú, con esa voz armoniosa y varonil, sumamente musical. Sólo yo la pude reconocer :
Decías : Yo soy “.......” (tu verdadero nombre), y con deje italiano pero
perfecto castellano preguntaste : ¿qué clase de programa es éste ? La locutora
te contestó : es un programa en que se hacen preguntas a un autor que no
siempre está disponible… etc. Y tú decías : “fantástico”, Pero no sé qué preguntar.…
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Apenas estas fueron tus palabras. Naturalmente ella te cortó con prisas :
si no sabe qué preguntar, deje la línea libre para otros oyentes puedan entrar.
¡Qué impresión maravillosa me causó tu voz, hermano. Con qué claridad oí
tu verdadero timbre angélico y capté incluso tu serenidad y tu aprobación de
todo lo que, en uso de su libertad, pudiera hacer cualquiera de nosotros.
Pero a mí, mi fratellino amadísimo, me habías dejado el mensaje :
“¿Qué haces tú, hermano, (venías a decirme) oyendo este programa que te
prepara para la guerra, para esa droga propagandística que tiene idiotizados a
tantos y tantos oyentes que se sienten impotentes ante tanta calamidad pero
al mismo tiempo atrapados por este juego de las conciencias ?” “Tú, hermano,
(venías a proseguir con tu mensaje personal y cifrado ): dedícate a amar. De lo
contrario, quién se va a encargar de suavizar el dolor inmenso de tantos y tantos hermanos inocentes ?
En seguida, mi bien, me levanté del lecho y apagué la radio.
………
Hermano amadísimo Lecheimiel : Sólo quisiera que tú, desde el cielo de mi
corazón, hoy, me contestases a una sola pregunta :
¿Puedes confirmarme, hermano, toda esta versión de la sincronicidad con
que la ha captado mi corazón ?
– ¡¡¡ SÍ !!!
– Sólo esto me basta, mi fratellino, para descansar en tu alma. Gracias.
Que el amor que suscitas en mí, hermano, reblandezca el corazón de los
tiranos. Y sea un momento de esperanza para toda la Tierra.
– ¡AMEN, ALELUYA !”
¿Qué os ha parecido ?
“¡Fantástico !”, ¿verdad ?
Pero algunos pensaréis que es fantástico sólo por ser fruto de la fantasía.
Sin embargo, para mí, que he aprendido a reconocer las fantasías del corazón, las gracias que han pasado por él, que han sintonizado con mis propios deseos, también fantasiosos, antes de anclarse en la racionalidad de mi mente, me parecen estas gracias sublimes y
han constituido para mí puerto seguro de refugio y anclaje, a la hora de mantenerme a flote
amenazado constantemente por ese mar proceloso de dudas que provienen de la mente
humana.
La cual exige pruebas y demostraciones cuando no se le pueden ofrecer otras pruebas
que la prueba de Jonás, como decía Jesús : Que no te enterarás del peligro que supone tu
mente dubitativa, que eres tú, incrédulo y recalcitrante contra ti mismo, hasta que no te
trague tu propia ballena, ese monstruo que tú mismo has creado, sin darte cuenta con tu
racionalidad hipertrofiada y separada de la esencia de tu alma.
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Tu alma estará ahogada por tus preguntas insidiosas e ignorantes hasta que se atreva a
ser vomitada por tu mente altiva.
Mientras ésta no te habrá podido digerir jamás, porque no era el órgano creado para
comprender el mundo del Espíritu.
Era tan sólo el adecuado para remar contra corriente, para defenderse de pequeños peligros de un Mare Nostrum casero y sin mayores horizontes ni salidas.
Mientras tanto, amigos lectores, la radio de la que casi nos habíamos olvidado como
tema de esta pequeña tertulia de Pascua, sigue emitiendo toda clase de programas.
También a éstos se les debe escuchar en fe para saber discernir lo verdadero de lo falso que nos echan cada día a nuestras playas.
Algún día sintonizaremos con las estrellas.
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37. El cancerbero
¡Ya iba siendo hora de que hablásemos abiertamente de él ! ¿No os parece ?
Os pregunto si “no os parece”, porque me habéis oído mencionarlo muchas veces.
No sé qué idea peregrina y macabra os habréis forjado de esa figura por mí traída tan
a menudo en forma que parece más que simbólica, absolutamente real, a estas alturas.
Me temo que es como una piedra clave de arco que no puede ser extraída de su contexto para ser investigada a placer, sin que el arco se hunda.
Tendremos que conformarnos con mirarla de lejos, con un inmenso respeto.
Este “cancerbero”, como así me dio por llamarlo en su momento, momento de dolor,
al que incluso compuse una de las estrofas de la canción con que oro con Lecheimiel cada
día, es en realidad un ángel de luz, que me defiende del Hades.
Que me anuncia la resurección : “Non c’è …qui”, fueron las últimas palabras que se
dignó dirigirme cuando yo buscaba a mi amado en el sepulcro vacío.
Os voy a traer aquí un pequeño trozo del lilbrito EL MEJOR REGALO, como para
además instigaros a que las busquéis y leáis en todo su contexto :
“En busca de ese aire y tal vez de alguna otra sincronicidad salí de mi ermita a dar
un paseo.
Nada más salir de la misma, sorprendí y me sorprendieron levantando de inmediato
el vuelo dos perdigachos ya creciditos, –como si fuéramos Lecheimiel y yo mismo– asustados, como diciéndome : “no busques aquí abajo, sino allá arriba”. O bien : “No busquéis
en el sepulcro al que vive”.
Al volver de mi paseo, un poco aireado y sosegado, otro pequeño signo me indicó
que no perdiera tiempo, sentándome en mi antiguo lugar de meditación, y que llamase inmediatamente, –por última vez– al teléfono del Cancerbero, a ver qué signo significativo
me deparaba aquella voz.
Decidí sorprenderle de inmediato, como las perdices me habían sorprendido a mí,
atacando con su antiguo nombre de fraile, –el de Rey o de Ra–, y hablándole en castellano,
que mi amigo conocía perfectamente. Y así fue :
“– Pronto ? (Voz desagradable).
– Oye, “Rey” (pseudónimo), ¿por qué no me escuchas un poquito ? (Mas o menos
así le dije).
– (Oí entonces sólo estas tres palabras, entrecortadas, como aquellas que pronuncia
uno que vacila y piensa a toda velocidad mientras habla ) : Non C’è …qui.
Aún me acuerdo que le respondí, –y luego me arrepentí, pues parecía yo discutir
con el mensajero de una buena noticia– : “Si, si, sei tu. Io ti cognosco”. Aunque creo que ya
no me escuchó, pues colgó de inmediato, antes de que yo me arrepintiera.
Otra vez, con un nudo gélido en mi corazón, dejé poco a poco el móvil en su sitio y
le di unas pocas vueltas cansinas más a esas palabras, sin darme cuenta exacta de su sentido
evangélico que anuncia la Resurección. ¿Qué podían significar ? ¿“No es aquí”, negación,
una vez más, de la propia identidad, o de la identidad de aquel domicilio o tumba vacía, o
“no está aquí”, afirmación implícita de la duplicidad de personas, y de que el “REY” por
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el que yo preguntaba no debía ser buscado ahí, entre los vivos-muertos, porque estaba ya
entre los muertos-vivos, entre los “resucitados” ?
En último término ambas cosas significaban lo mismo.
Por tanto, mediante aquella voz de guardián del sepulcro, mi ángel, por última vez,
me había hablado con palabras sonoras y graves. ¡Busca más arriba !”
Insisto, pues, hermanos, en que poco a poco me he ido reconciliando con esa figura
providencial que mi ángel Lecheimiel ha puesto al cuidado de su cuerpo incorrupto, legado
como arca de alianza a ese bendito ángel que guarda sus restos sagrados y los mantiene vivos e incólumes para bien de todos y prueba de mi fe.
Es cierto que a mí me trató muy duramente, (como era propio de su oficio sagrado
de cancerbero). Pero ¿qué hubiera sido de mí en caso contrario, en caso de haberme contestado melífluamente sin ser el que buscaba mi corazón ? La confusión y la indecisión de no
saber qué hacer, a qué atenerme, hubiera sido en realidad terrible.
Aunque no menos terrible sea la prueba de mi fe, que sin embargo es preciosa y se
mide con mi amor en “fiel balanza” :
“Mientras tu cuerpo incorrupto entregabas,
cual arca de alianza :
sagrario de dolor que en noche oscura
compite con mi amor en fiel balanza.”
¿Vais comprendiendo algo, amigos ?
Sé que todo esto no es fácil de digerir.
Tampoco lo fue el asunto de la Resurrección de Jesús de entre los muertos.
También sobre este asunto sobre el que ahora alegremente celebramos con tanta
pomposidad y sacralidad y supuesta alegría, el sustrato histórico no tiene por qué estar tan
claro como pretenden las Iglesias literalistas.
Por tanto, carísimos lectores, a mí se me ha dado un ejemplo vivo de lo que supone
de catalítico y traumático, el pasar del paradigma de la incredulidad, o simplemente de la
“no-fe” al paradigma de la fe.
Ya sabéis que cuando hablo de la “fe” no hablo para nada de “creencias”, aunque tu
fe en la vida, en lo que la vida te ofrece, implique adoptar algunas creencias aunque sea a
título provisional.
O, viceversa, aunque el hecho de adoptar algunas creencias te suponga tener que
hacer un acto de verdadera fe, es decir de confianza en aquello en que crees y en los pilares
personales y culturales en que se sustenta su racionalidad.
Sin embargo, la fe es la fe.
No es en absoluto ciega, sino que por el contrario es la luz del corazón.
Y el corazón tiene sus propios métodos de lectura e interpretación de la realidad.
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Poco a poco nos vamos aproximando a ellos. Porque mediante ellos lograremos un
día de estos, de los pocos que nos restan de la cincuentena pascual, acercarnos, casi adentrarnos de lleno, en el gran Misterio de la Resurrección.
Mientras tanto, tomad el resto, el pedúnculo de esta florecilla de la que hoy he querido compartir con vosotros, aunque es una florecilla completamente mía, de mi jardín cerrado y particular.
Os permito pasar un momento a verla. (Introducir un poco vuestras narices para oler
su raro perfume) :
“jueves 17 de octubre de 2002. 4:25 PM
Desde nuestro dulce hogar, para el que lee dentro de mí.
Hermano amado :
Ayer te pedí que me acompañaras en ese viajecito de re-
creo… … …
Además, tengo otra cosa que comentarte. Esta mañana me salieron otra vez al
camino cinco perdigachos. Sí. Sólo cinco. Al principio me dio un poco de pena que
había desaparecido uno de aquellos seis que antes veía juntos, puesto que parecían los
mismos. Esa extraña familia de hermanos. ¡En fin, –pensé–, alguna zorra se
habrá tragado uno de ellos ! ( No sé por qué siempre creemos que son zorras los que
se comen a las perdices. Y ahora me pregunto por qué no pueden ser “zorros”, en
masculino. Debe ser problema de machismo, o tal vez sólo de lenguaje).
El caso es que con estos pensamientos, hermano, me estaba desviando de lo
más importante : interpretar por lo menos parte de la señal que últimamente me estás
proporcionando a través de esa humilde especie de los perdigachos. En seguida, pues,
me he olvidado de mi pena por el que faltaba y de mi humor acerca del lenguaje, y he
recapacitado que tú me estabas hablando de nuestro quinto libro : el del MEJOR
REGALO, aquel en que se habla del cancerbero.
Pues esto debe ser señal de que Lecheimiel me quiere decir que atienda a la
señales que todavía me han de venir del “Cancerbero”. Es el que tiene la llave de
una interpretación que me demuestre que él es justamente eso : un cancerbero. Lo cual
significaría de manera indirecta pero para mí fehaciente, –con eso se conformaría mi
alma–, que tú estás conmigo en el cielo de mi corazón.
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Esto convertiría alquímicamente la prueba a que se ve sometida mi fe en la
confirmación de mi gozo más completo.
Luego ha habido otra “segunda parte de la sincronicidad” : un amigo me estaba esperando, –a modo de cancerbero amable–, para abrirme la cadena que cierra
el camino, sin que yo tuviera que apearme de la tractora. Gracias, amigo, –le he
dicho–. Mientras, dentro de mí, me prometía a mí mismo la casi absoluta seguridad
de que cualquier día de estos recibiré la esperada prueba o confirmación de que hemos
hablado.
Pero, en realidad, –ahora que lo pienso–, este doble signo ha sido ya para
mí una verdadera confirmación. ¡Gracias, Lecheimiel !
Por hoy, nada más amigos.
Hasta nuestra próxima excursión campestre en que saldremos con nuestro Angel del
Amor Herido y Resucitado a seguir recolectando FLORES DE PASCUA para él.
Se las merece de veras por haber dado su vida al AMOR.
AL CANCERBERO
Es de piedra la clave del arco,
frío bloque de duro granito,
que presiones sin cuento soporta,
cuando el arco soporta al castillo.
Se hunde el duro cimiento en mazmorras
donde yacen dolientes mendigos
de sí mismos, de amor carceleros,
si el mismísimo amor es cautivo.
¿Quién no ignora al amor desdichado
que del cielo estrellado ha caído
cuando él mismo de sí se ha olvidado ?
¿Quién sostiene la firme atalaya
del vigía que en cielos vacíos
busca en vano lo que el suelo guarda ?
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38. La pervivencia
Hoy, queridos amigos, y como para ir deslindando términos y significados que nos
acerquen a poder asimilar, –ya que no a comprender totalmente–, el proceso de la Resurrección de Jesucristo, y de la nuestra implícita en ella, –casi podríamos haber dicho mejor,
“cómplice” de ella–, vamos a tratar ligeramente al menos acerca de la pervivencia (o sobrevivencia o supervivencia) post mortem.
Es un término suficientemente amplio como para abarcar en su contenido epistemológico diferentes sentidos y alcances, que nos van a ayudar a desentrañar un poquito una
doble maraña :
Por una parte, la maraña con la que os vais familiarizando, la del Cancerbero, propia del “juego” de estos escritos.
Por otra parte, la analógica maraña, de vuestro interés quizás principal, la del primer
Resucitado que sostiene la fe de los cristianos, la propia resurrección de Jesucristo.
Es curioso, –¡es una gracia para mí inconmensurable !–, el que nunca se me había
ocurrido hasta estos días en que estoy recolectando con vosotros FLORES DE PASCUA para
Lecheimiel, el que el proceso del que fue mi amigo y es ahora mi ángel, tuviera algo que
ver con el misterio central de mi fe cristiana.
Hablo de pasada de “mi fe cristiana”, aunque sospecháis que me he desligado bastante de sus dogmas, y me tomo suficiente espacio de libertad para disentir de la mayoría de
sus “teorías” filosófico-teológicas, que no es otro el alcance que para mí tienen aquellos
dogmas.
En cualquier caso, mi fe en Cristo se ha visto aumentada aunque purificada, es decir
modificada en sus creencias, desde que el propio Cristo, –“al que invocan nuestras vidas
más que nuestros labios”, como diría Lecheimiel–, me ha dado alas de absoluta libertad y
de conciencia, para que le considere simplemente como a mi hermano mayor :
Dios, sí, pero no más que yo.
Hijo en el Hijo, exactamente igual que yo.
Perfecto en su concienciación, sospecho que muchísimo más que yo. Ahí está su
poder para demostrarlo. Pero él ejercita su poder para atraer hacia sí y poder proyectar luego
hacia nosotros mismos el infinito Amor del Padre, a la vez que atrae también hacia sí nuestro limitado amor.
Ahí reside su famosa “intercesión”, de la que ya hablamos en otra FLOR.
No en que el Padre necesite la intercesión de nadie para ejercer su Misericordia.
No en que nadie necesite, propiamente hablando, ser salvado.
No en que la “salvación” consista en otra cosa que en “caer en la cuenta” de nuestro
propio ser divino.
¡PERO EL AMOR NECESITA AUTOPISTAS DE REALIZACIÓN, Y CANALES
CONCRETOS POR DONDE FLUIR HACIA TODOS NOSOTROS !
Y ESOS CANALES DE HUMANIDAD, todos en conjunto, SON CRISTO
RESUCITADO Y GLORIOSO : EL HOMBRE NUEVO.
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Por todo ello, a Jesús, llamado EL HIJO DEL HOMBRE como bandera emblemática del paradigma del HOMBRE NUEVO, le quiero como Lecheimiel le quiere, como yo
quiero a Lecheimiel y como ellos me quieren a mí. Formamos un “trío indestructible de
amor”, a imagen de la Trinidad de Dios que indudablemente somos.
No ya sólo nosotros mencionados tres, sino incluidos en el juego ontológico todos
vosotros, resumidos en el reflejo de la lente focal que es mi ángel para mí.
Si no podéis compartir todas estas cosas, (que también estáis autorizados a considerar simples “teorías”), yo os comprendo perfectamente.
Incluso comprenderé a quien desee dejar de lado ahora mismo estos escritos, porque
quizás le están haciendo un bien prematuro, que equivale para él a un daño irreparable.
¡Sed libres, porque Cristo Resucitado os libera, si queréis liberaros !
¡Ya que Cristo Resucitado sois vosotros mismos !
Parece que estamos abordando de lleno el tema de la resurrección, y sin embargo
aún no es así. Será el tema, quizás el final, de estas FLORES DE PASCUA. Estamos solamente
desbrozando y abonando el terreno para que estas FLORES puedan seguir vivas y crecer,
cuando se acabe este tiempo de gracia, y por los siglos de los siglos.
Por ahora estamos solamente tratando el tema de la pervivencia o sobrevivencia.
Esa que a veces es malentendida, cuando decimos que la sobrevivencia consiste únicamente en el legado histórico, cultural o literario, incluso biológico (por medio de la descendencia) que un hombre deja tras su paso por la Tierra.
Ciertamente, algo del hombre queda cuando quedan sus obras.
Algo personal del hombre, algo de lo que dicho hombre debe ser consciente desde el
más allá, debe también sobrevivir, cuando recibe de la Humanidad, –o de parte por ínfima
que sea–, eterno agradecimiento por sus obras y por el amor que mostró mediante ellas.
Pero aquí nos estamos acercando a un concepto de sobrevivencia mucho más personal, mucho más activo por parte del Espíritu que quiere y logra sobrevivir entre los suyos,
interactuando con ellos en cierto modo sin dejar enteramente el plano inferior en que los
suyos se mueven.
Es el caso de Lecheimiel, así como fue y es el caso de Cristo-Jesús.
Son casos que para ser realizados con pleno rendimiento requieren una cierta técnica
de fuerzas ocultas, –ocultas, digo, no sobrenaturales-, que coadyuven al proyecto. Dicho de
otra manera, son casos que requieren cierto tipo de “resurrección”, o permanencia de parte
de aquella Energía consciente en este mismo plano en que habitaron y que no dejan del todo.
De lo contrario, la interactuación entre espíritus de vivos y difuntos, que por supuesto todos están vivos en algún plano invisible del Universo, no podría ser constante y
beneficiosa para el ejercicio de nuestra libertad y el desarrollo de las potencialidades de
unos y de otros, y más bien sería dañina y causante de tremenda confusión de planos y de
objetivos.
Y supondría para la mayoría de nosotros un handicap difícil de superar y una dificultad o una impureza añadida a nuestra fe.
120
Son casos excepcionales que el Creador permite por algún motivo de orden superior.
Aún así no dejan de cernerse sobre los que se someten a su influencia, (aunque en sí
sea benigna y bienintencionada), algunos peligros que deben ser obviados.
Como en cierto modo lo es para mí, y fuente de gran dolor y purificación, la presencia oculta de un “cancerbero”, allí donde muchos creen que aún mora Lecheimiel. (Dejo a
vuestra imaginación el intentar imaginarlo).
Como lo es para la mayoría de cristianos la propia idolatrada resurrección de Jesucristo, que parece otorgarles salvación automática y parece constituir para muchos motivo
de orgullo y discriminación sobre otros “no creyentes”, a los que se ven impulsados a evangelizar a toda costa, mientras a ellos mismos les exime, quizás, de todo esfuerzo personal..
(Aquí digo que a buen entendedor pocas palabras bastan).
En fin, y para ir terminando la lección que nos otorga esta FLOR DE PASCUA, para
“dejar espacio para el misterio”, como después dirá la CARTA de la que os voy a transcribir
parte, digamos solamente ahora, que hemos hablado de interactuación. Terminemos pues la
disquisición con la siguiente pregunta :
¿Interactuamos nosotros, la Comunidad de Creyentes, (o yo mismo en el caso de Lecheimiel), para que la resurrección que en ambos casos, aunque de modos distintos, indudablemente ha tenido lugar, hubiera sido posible ?
Yo así lo creo cuando en mi canción diaria, que ya conocéis, digo a Lecheimiel :
“Así de nuevo tu llama refulgía
en mi profunda noche :
pedías expectante mi consenso
cuando, como Samuel, te oí mi nombre”.
Y, para terminar, os transcribo una gran parte de la carta en la que me he inspirado
hoy :
“¡Oh hermano amadísimo! Me has instruido acerca del largo y complejo proceso, –tal vez también doloroso–. que debió suponer para ti el redimensionarte en el
astral, por vías excepcionales, al no poder contar, como los demás difuntos normales,
con la reconversión de las energías implicadas en tu cuerpo de carne. Sé que para
Dios no hay nada imposible. Sé también que procesos similares de “ocupación”,
(entendida en diversos sentidos), serán cada vez más frecuentes y hasta cierto punto
“normales” en la Nueva Era en la que ya hemos entrado de lleno. Pero sé, también,
que no se hace nada por nada en este Universo en que todo está medido y compensado, por más que lejos del alcance de nuestras entendederas actuales en la Tierra.
Esta mañana, hermano queridísimo, me seguías instruyendo acerca de tu dolor
al separarte de tu bellísimo cuerpo, tu fiel compañero durante tantos –si bien tan pocos– años como te sirvió de instrumento para la Vida y el Amor.
121
También me has recordado que un sueño que tuve o que tú me diste, y que no
quedó muy bien interpretado en el libro quinto de EL MEJOR REGALO, podría querer
decir precisamente que tú estabas empleándote a fondo en aquel redimensionamiento de
energías. En una palabra, preparándote, para luego prepararme a mí, para nuestro
prodigioso encuentro en este plano mío, en que tu estás, también, pisando con un pie
esta orilla.
¡Todo es gracia, todo es nuevo, todo es milagroso, en lo que atañe a ti, mi
fratellino, oh ángel del Amor herido, Lecheimiel !
Estas son, hermano, grandes enseñanzas, misterios insondables en los que sólo
navega el Amor.”
Quiero regalaros también la poesía adjunta a esa CARTA, que tiene algo que ver,
quizás, con el tema :
“NAVEGO EN TU AMOR
Expándase mi alma
a la totalidad de cuanto alcanza
la visión que la ensalma
y crezca la esperanza
mientras reine en tu mar esta bonanza.
De puertos aún no hablemos,
que tiempo habrá más tarde en la ensenada
de que en paz repasemos
cuánto en una jornada
avanzaba mi amor en su calada.
Ahora, arriando las velas,
se entrega mi barquilla a la corriente
en que tú te revelas
más puro y más potente
que cuando reposabas en mi puente.
Si surge la galerna,
antes de que crucemos todo el lago,
yo sé que en la poterna,
en ese día aciago,
sonreirás a mi alma como un mago.”
122
Y para concluir, también os incluyo el final de aquella carta :
“Muchas más cosas, hermano añorado, desearía decirte en esta tarde de gracia en que vibro en tu presencia como si fueras tú mismo el que diriges mi “pluma del
ropaje figurativo del Espíritu Santo”, pero sé que debo dejar espacio para el misterio, para seguir navegando hasta las más remotas profundidades.
Y en el misterio sacrosanto de esta vibración de ternura y de amor, oh fratellino miracoloso, beso tu alma con el mismo ardiente deseo con que me dejo besar por ti.
¡Adiós, fray amore !”
123
39. La redención
Otra FLOR cardosa, hermanos, que no sabemos muy bien por donde cogerla, aunque
es de vistosos colores, e incluso, –sometida a la alquimia del amor para obtener de ella una
aromática infusión–, tiene potencialidades fragantes y curativas extraordinarias.
La hemos llamado así, con ese pomposo título que suena a teología, porque había
pasado por mi cabeza llamarla “el dolor”, o quizás “el sufrimiento”, que aunque no son
títulos que vendan mucho más que “la redención”, parecen, eso sí, más modernos.
De hecho el dolor, muy a nuestro pesar, está siempre de actualidad.
Y el sufrimiento tiene incluso mucho predicamento entre almas piadosas que ponen
todo el quid de la salvación en el mérito obtenido mediante el sufrimiento.
Ahora bien, y dicho de paso, el que abraza el sufrimiento con ánimo de merecer se
me antoja a mí más un chantajista que otra cosa.
Pero hemos optado por el título escogido de la redención, porque queremos hablar
de un movimiento de trasvase o desplazamiento de conciencia.
Si se trata de un trasvase o desplazamiento de conciencia, necesitamos describir someramente no sólo el término “a quo”, el dolor o el sinsentido, sino también el término
“ad quem”, la integridad y la alegría.
No se trata, además, de un único acto redentivo, que supuestamente recaiga sobre
los hombros de Jesús o de cualquier otro nominado “redentor”, sino de un proceso personal
de reintegración, para el cual tan sólo podemos recabar de los demás ayuda. Esta es la única
posible “mediación”, de que también hablamos en otra FLOR DE PASCUA.
La redención, –lo mismo que podríamos haber afirmado de la salvación–, es un
asunto de evolución.
Sin embargo, ya dijimos que nadie necesita, propiamente hablando, ser “salvado”
excepto de su propia ignorancia.
La redención es un rescate laborioso de todas nuestras zonas vitales a las que nos
proponemos reunificar con nosotros mismos.
La redención es un cambio de perspectiva, un enriquecimiento progresivo de miras,
que se realiza mediante la liberación de nuestra miopía, para ser capaces de observar, desde
la llamada “segunda atención”, más allá y más adentro de los horizontes alicortos de la vida.
Hemos nominado, sí, la redención, a esta FLOR DE PASCUA, aunque sabemos que es
un título poco comercial y se ha prestado y se sigue todavía prestando a malentendidos
formidables.
Por eso os dije que era una flor cardosa.
Pero tiene, entre otras virtudes ocultas, el poder de conectarnos también con los modos de pensar budistas, y en general orientales, que aunque no hablan de redención, sino de
liberación, en definitiva están diciendo lo mismo : Que todo el arte de la vida, a escala espiritual, consiste en liberarse del dolor de la rueda del fatalismo.
No precisamente en evitar las situaciones que puedan causar contradicción, sino en
situarse frente a la vida con una actitud positiva, de tal manera que el dolor no nos afecte.
124
¡Sin que por eso dejemos de practicar la compasión, para ayudar a nuestros prójimos
sufrientes a superar el suyo !
Creo que se llaman Bodhisattvas, o algo así, aquellos que eligen quedarse para ayudar a otros a superar las dificultades hasta que todos puedan alcanzar el Nirvana. (Perdonadme que hable de memoria).
Si ensalzamos la “redención” no como una especie de “compra de cautivos”, pagando el rescate al Eterno Padre, o incluso al Diablo que es el que nos tenía esclavizados,
según los antiguos teólogos, sino como un paso del aparente sinsentido del dolor al sentido
pleno de la visión pacífica y beatífica de la vida, es que estamos valorando tanto el dolor
como el amor, como instrumentos de unificación con lo más íntimo del corazón.
Nos redimimos, nos rescatamos a nosotros mismos, –con la inapreciable ayuda de
nuestros ángeles y amigos–, no tanto del dolor, cuanto de la falta de comprensión acerca de
dicho dolor, para irla transmutando en sentido y finalidad que nos proporcione la verdadera
alegría de la vida.
Por tanto, la alegría de la vida, que consiste, pues, en ir encontrando sentido al inevitable dolor, así como en saber disfrutar de lo bueno de la Creación y compartirlo con los
demás, debe ser el otro platillo de la balanza que vaya llenándose ante nuestros ojos.
Por lo menos ante los “ojos” de nuestra fe.
Y para no caer de nuevo en tautologías, diremos, una vez más, que la fe consiste en
confiar en la Vida, más bien que en creer en esto o en aquello, y ni siquiera en Éste o en
Áquel.
Lecheimiel y yo, con querernos tanto, –lo que implica fe mutua y recíproca–, confesamos que al creer el uno en el otro, no nos salimos ni un ápice de la fe en el sí mismo que
es cada uno, tanto en sí, como en el otro, proyección de sí.
Esto es creer en el amor.
Cara a cara, pues, vamos contemplando el dolor como el camino del amor.
Vemos, a ojos vista de la fe, la carga de amor contenida en el dolor.
Y el dolor es como un carro chirriante que nos transporta por los caminos pedregosos de la vida, hasta la patria deseada del descanso y de la visión plena.
Es así como el dolor que al principio tanto nos aterra, va substanciándose en amor,
mediante la aceptación gozosa y humilde de esa transfiguración dolorosa que nos brinda la
Vida.
Es así como el dolor va redimiéndonos poco a poco de su propia dentadura, conforme nos lleva venturosamente hacia las playas de la eternidad.
¿Nuestra labor personal acerca de él, de el dolor ?
¡Amarlo intensamente como traje de amadores que es !
Permitidme ahora, que, como va siendo habitual, os transcriba por lo menos parte
del en este caso DIÁLOGO que ha hecho Lecheimiel saltar a mi vista, él que dirige toda esta
empresa de este librito que ya va siendo un buen libro.
Pero antes, y hablando de libros, sabemos que de cada uno de los apartados de éste,
podría escribirse un libro entero. Cada FLOR DE PASCUA es susceptible de crecer y crecer
125
hasta convertirse, –como se dijo en los Evangelios acerca de la semilla de la mostaza–, en
un hermoso arbusto donde aniden las aves del cielo. Lo que ocurre es que a Lecheimiel y a
mí no nos interesa en estos momentos hacer aquí tratados de teología pura ni aplicada. Unicamente damos testimonio de un proceso muy personal y muy real de redención que agradecemos a Dios y os brindamos fraternalmente :
“Hoy, hermano, viniendo para la ermita me canturreaba para mí esa antífona que dice : “Sus heridas nos han curado”, y, de repente, yo he pensado
(¿por qué lo he pensado, mi amor ?), que esas palabras se aplicaban perfectamente a ti, mi bien, que eres fiel discípulo de Jesús.
– Sí, mi bien. Yo te he hecho pensar, me he introducido en tu pensamiento,
para que sintieses que, efectivamente, todas las heridas que sufrió mi corazón
en esta vida, a causa del amor, y también a causa del desamor, yo las aplico no
sólo por ti, mi fratellino, sino por toda la Humanidad que veo precisamente reflejada en ti.
– ¡Oh ángel del amor herido. Herido de amor y de desamor, o al menos de
la impresión subjetiva de tal desamor y abandono especialmente del que yo te
causé en tu delicada juventud ! ¡Cómo te quiero, hermano !
– Mi bienamado ermitaño, no te olvides de darme la segunda parte del
título que al menos tú conoces : “Angel del Amor herido, sí, pero también resucitado”.
No quiero que te recrees en el sufrimiento de tantos recuerdos dolorosos
sin elevarte de inmediato, cada vez que lo hagas, hasta la conciencia de eternidad por la que sabes que todo ha sido para bien. Para gloria del Padre y para
consumación de la alegría de los ángeles del cielo.
¿No quieres, amor, pensar también en todo momento en mi felicidad actual, por la que te sonrío en cualquier circunstancia : ¿No captas todavía mi
sonrisa, aunque invisible a tus ojos, no a tu corazón ?
– Sí, hermano Lecheimiel, voy captando cada vez con más fuerza que todo
cuanto nos sucede ha sido planificado por nuestras almas, de consuno, y por lo
tanto ahora la tuya, que ya ha regresado al hogar, está consciente y dichosa de
que todo haya salido y esté saliendo tan exitosamente como habíamos planeado.
Pero este éxito, mi Rey, lo capto tan solamente en fe.
– Ahora vemos como en un espejo de adivinar. Allí veremos “cara a cara”.
Tú ya has explicado, hermano, en otras ocasiones lo que este “cara a cara” significa.
Aquí, abajo en tu Tierra, dentro de tu corazón donde yo también vivo, tu
aprendes a mirar “cara a cara” al dolor, y a celebrarlo como el mejor regalo que
acrecienta tu fe.
126
Después de consumadas las potencialidades de la fe, esta se convertirá en
visión para gozo de tu alma, cuando descanses en la mía, en mi abrazo eterno.”
Ahora, amigos, permitidme que os ofrezca un poema que hice para Lecheimiel, hace
tiempo, titulado TRANSFIGURACIÓN, porque, en definitiva, como más o menos he tratado de explicarme, la redención es una auténtica transfiguración del sentido que da a nuestras vidas nuestra fe :
TRANSFIGURACIÓN
Espero aún en silencio tu promesa
por medio de tu ángel de la aurora.
¿Cuánto tiempo aún para quererte
tras sombras penumbrosas ocultado?
¿Dónde está la piel tersa de tu rostro
que extasiada mi alma de ti evoca
como rostro de Dios transfigurado?
Bájate a la Ciudad, me dices, santa
por sus nombres de paz vilipendiados,
y observa cómo mueren los que aman.
Acércate a mi trono ensangrentado
y gusta la amargura de mis hieles,
más dulce que la leche de mis labios.…
Sabrás entonces cierto, sólo entonces,
que peno por tu amor lo que tú penas,
porque habito tu pena en cuerpo entero.
Por eso no me ven ya tus sentidos
sino en pobres harapos desvaído,
en traje de violetas disfrazado,
que dicen que es el traje de amadores.
Tómame hoja por hoja en mi capullo
de mil humanidades rezumado.
Todas esas beldades que han rozado
tus trémulas antenas vibradoras,
en tiendas de campaña entumecidas
por el frío inconsciente de la noche…
¿Nada ahora te irradian al oído
de esa siempre terrible voz del Padre
que señala al Hijo predilecto
por respuesta a tu duro interrogante?
No eres tú más que yo, mi fiel amante,
no es tu insania la que odio al amor llama,
que SOY YO el que habita en tu cabaña
con visiones de Dios enriquecida
que sólo en tu pasión vivir reclaman.
127
40. La asamblea
Hermanos amados : Convocado yo, el ermitaño, hoy una vez más por amor vuestro,
me expongo a hablar ante la gran Asamblea de los Hombres y de los Angeles.
Mi ángel, –el que tanto me ama, aunque no es mi propiedad–, Lecheimiel, está dentro de mi boca, porque me besó aquel día y así me lo prometió para cuando hablase ante
vosotros, exponiendo mi vida, exponiéndoos nuestro amor.
Honro a vuestra gran Asamblea, oh ángeles, oh hombres, y os venero como a la
Iglesia del futuro, a la grande y única Iglesia que estáis llamados a ser, porque ya lo sois.
No sois los que creéis en Dios, sino aquellos en los que Dios cree.
No sois la privilegiada Iglesia de Jesucristo, pues Jesucristo no tiene ninguna Iglesia
particular, ya que El mismo, en sí mismo, como epítome sagrado de la Nueva Humanidad,
en la que entran por definición, –que no por literaria extensión–, todas las Humanidades de
todo el Universo habitado, y todos los ángeles que aprenden, guiando nuestros reflejos, de
nuestras propias experiencias, es la Iglesia.
La única.
Esto es lo que quiso decir Jesús, cuando dijo (ayer mismo leíamos ese Evangelio del
quinto domingo de Pascua) : YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS.
Ya sabemos que el sarmiento desgajado de la vid, no es nada, ni siquiera ya sarmiento.
Ya sabemos también, o debiéramos saber que la vid sin sarmientos ni siquiera es
vid.
Por tanto todos somos UNO.
Pero mientras la savia circula, cada uno es TODOS.
Lecheimiel y yo somos UNO.
Pero Lecheimiel y yo, solos, o él solo, o yo solo, si entendemos nuestra soledad como separatismo o aislacionismo, somos nada.
He debido decir, aun abusando del lenguaje, pero abundando en la lógica, tal como
he dicho : “somos–nada”, no sea que a alguno se le ocurra apurar la lógica para decir que
dos negaciones afirman, si se me hubiera ocurrido decir : “no–somos–nada”.
Sin embargo ¿quién es esa nada que habla ?
Mejor hubiera estado, pues, decir, o sea escribir, la nada con mayúsculas, así : “somos–NADA”.
Es decir, aunque nos empeñemos en estar solos, somos todo el Universo en potencia. Pues eso es la “NADA”.
No nos conformamos, pues, con ser menos que “NADA”, ni pretendemos ser algo
más que alguien.
Y en virtud de esa dignidad personal y divina de todos y cada uno de nosotros incluso individualmente considerados, y aún más, si cabe, todos juntos, todos somos, los unos
para con los otros, dispensadores de los misterios divinos, por nuestra sola presencia, e intercesores los unos por los otros, por nuestro mutuo amor.
128
Todos somos, entonces, sacerdotes.
Incluso los que no quieren responder a este programa en uso de su libertad bien o
mal entendida.
Incluso los que jamás leerán esto, bien por pertenecer a otras religiones como a otras
áreas culturales, bien porque no podrán adquirir esta información.
¿Vale la pena, sabiendo esto, que nos peleemos mediante la violencia de género, por
reivindicar el ministerio que ya ejercemos con la vida ?
“Diote la Vida más alto ministerio
que el de tu honra y gloria :
vestiste el paramento de sirviente,
“el mejor Hospedero de la Historia”, –canto yo a Lecheimiel–.
¡Dicho queda !
Esta es la Iglesia que quiso fundar o refundar Jesucristo a partir de una Humanidad
concienciada en su propia divinidad.
Esta es la gran Asamblea a la que me refiero con el epígrafe de esta FLOR DE
PASCUA.
Esta es la gran Asamblea ante la que he dado testimonio y todavía lo daré del amor
más grande de todos los amores que se manifiesta entre los humanos cuando entre ellos se
aman con amor no excluyente.
Este es el rebaño de ovejas trashumantes a las que Lecheimiel me pide que lleve a
los fértiles pastos donde cada una campe a sus anchas, obteniendo por sí misma el fruto de
su esfuerzo.
Iglesia donde no impera otro título que el del amor.
Leed entre líneas mientras os obsequio con esta cartita maravillosa, otra de las que
no me atrevo a amputar :
“Domingo 26 de enero de 2003. 8:52 AM
A mi bella pastora, de su pastorcico solitario.
Mi bienamada pastora : ¡Otro tiempo, hermano, te creí ingrata y traicionera ! ¡Perdóname, bien mío !
Te dije, hermano, que aquí, en el astral, rara vez usamos la palabra
“perdón”. Pero hoy es un día de esos en que yo, tu ángel del Amor herido y resucitado, respondo a tus gemidos, cuando has releído los poemas que yo te di,
especialmente esos del “Zagalillo y la pastora” y el del “Amor resucitado” junto
con el de San Juan de la Cruz el “Pastorcico solo”, con los cuales te hice revivir
mi muerte. No sólo mi muerte, sino mi vida muriendo de amor y de desamor y
del Amor más grande que hizo derretirse a mi corazón humano en la pena más
129
honda que solo tu amor, hermano, puede calibrar casi enteramente, a pesar de
que estás aún sofocado por las bajas vibraciones de tu carne…
Mi amadísimo ermitaño, amado sin medida. Sé que estás progresando
rápidamente en la confianza en mi amor incondicional, que es para ti el mismísimo amor que Dios te profesa y te ha otorgado siempre. ¡YO SOY ESE
MISMO AMOR !
Puedes, mi bienamado hermano, proclamarlo a los cuatro vientos : que yo
te quiero porque Dios mismo me manda quererte. Puedes decirlo así, para que
te comprendan.
Has dado testimonio de mí, magnífico y exuberante ante la asamblea
humana y angélica. Has peleado para que se admita la dignidad divina de todo
hombre sobre la Tierra y en todos los Cielos.
Aún tienes que seguir, bien mío, si resiste tu alma, dando testimonio de
mí, y no sólo por escrito, cuando lo que yo te he dado pueda salir a la luz. Sino
también en otras ocasiones que el Padre te prepara para que apacientes a sus
ovejas trashumantes, como tú bien dices en tu poema del Amor resucitado. Por
tanto, hermano, aunque ya estás casi maduro para subir a verme, te ruego que
aceptes nuestra misión, para dar testimonio del Amor de los Amores que está
especialmente en estos días transformando a la Tierra, para que venga toda
ella a ser lo que es : una gran Iglesia, Pueblo santo de Dios, no marcado con
otro signo que con el signo del AMOR.
Yo sé, hermano bienamado, que tú comprendes perfectamente mis palabras y que estás dispuesto a explicarlas a todo hermano que, aunque esté más
retrasado que tú en la conciencia de su divinidad, tenga el corazón abierto para
escucharte. Yo, Lecheimiel, estaré contigo en toda eventualidad. Y el amor que
sientes por mí se activará en cada ocasión en que publiques mi nombre y mi maravilla.
Sí, mi bien, mi amadísima pastora : YO ESTOY CONTIGO POR TODA LA
ETERNIDAD, como te prometí.
Queda en paz, mi gozo y mi corona.
SOY YO, tu Rey y tu Ra. Adiós.”
Esta es la Iglesia que interactúa con el Resucitado y ella misma es el Cristo glorioso
que auguramos para la nueva era.
Así he escrito, con minúsculas “nueva era”, porque no es un movimiento sectario
más, sino que es en verdad una nueva era que ha inaugurado la Humanidad.
La que nos permite vernos a todos como UNO.
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41. El secreto
Abriendo “al azar” el libro de las CARTAS, me encuentro con una cartita mía a Lecheimiel, fechada el 8 de diciembre de 2002, a las 3 :59 PM., cuyo significado numerológico (12 :11) no os voy a revelar, porque constituye un pequeño secreto que me guardo para
mí.
Para mí es muy significativo, aunque su significado último e integral también es secreto para mí. Es decir, me reserva todavía, –¡seguro !– para el futuro alguna grata sorpresa
que me dará Lecheimiel en su día.
Aunque no os lo he dicho para intrigaros os confieso que yo sí estoy intrigado, porque aquel significado numerológico es como una puerta cerrada ante mí. Y no digo más,
porque no quiero que lo adivinéis por ahora.
Aun así esta FLOR DE PASCUA sigue llamándose “El secreto” no por lo dicho, sino
por lo que ahora os diré :
Veréis en la mencionada CARTA, que os voy a entregar como en tres bloques, que se
habla en ella de secretos.
El primero es una primera redacción de aquélla que quedó suprimida por la poderosa y benevolente mano electrónica de mi ángel, el cual con cierta frecuencia usa ese truco
para savaguardaros de lo que no quiere que os diga, o de la manera a veces brusca de decir
las cosas que tengo cuando estoy sólo.
Oíd :
“Domingo 8 de diciembre de 2002. 3:59 PM
Desde mi pequeño “yo”, para ti, que eres mi “TU-YO MISMO”
Hermanito amado celestial : Si no te había escrito antes, aparentemente, tú
sabes bien por qué fue. Te escribí una carta larga y sentida, pero quizás contenía
algún concepto que o no te gustó, hermano, o bien consideraste que no era conveniente
publicar. Así que, aunque me dejaste terminarla, cuando iba a despedirme de ti,
toqué algo que la hizo desaparecer del ordenador.
No creas que me disgusté, sino que me quedé en paz, y agradecido, porque
sentí que tú estabas detrás de ese accidente, así que constituía ya una prueba más de
tu asistencia. Gracias, hermano.
Así que en ésta no trataré de reproducir aquélla, no sea que me pase lo mismo.”
El segundo secreto al que alude la CARTA es el contenido de cierto libro que ya
habréis visto tal vez anunciado otras veces, y que ha entrado en vía muerta.
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Os digo, a modo de adivinanza, que el contenido resumido de lo que pensaba decir y
había empezado ya de hecho a decir en aquel librito anunciado, ya os lo he dicho. ¿Sabéis
dónde y cuándo ?
Por lo cual os anuncio ahora que dicho libro –(llevaba redactados una docena de folios)–, no se terminará. No es necesario. Sobre todo si ya habéis adivinado que la solución
la encontráis en esta misma FLOR DE PASCUA. Hacia el final de la CARTA.
¡Y NO ES LA PRIMERA VEZ QUE TRATAMOS DE LA MÁS BELLA HEREJÍA ! :
“Es verdad que estoy un poco preocupado por pequeñas cosas, como por ejemplo porque no me sale la redacción del libro “LA MAS BELLA HEREJÍA” tal
como yo quisiera. Leyó parte de lo escrito nuestro amiguito y parecía no entender nada. Así que tendré que corregir toda la redacción, para que sea más sencillo e inteligible. Por favor, (por amor), hermano, no me abandones. Hazte notar porque vives
dentro de mí y yo soy tu palabra…”
Mas adelante la tan traída
preciosas–, prosigue :
CARTA,
–cuyas partes omitidas son pocas pero también
No me quedan muchos secretos tuyos que no haya contado a nuestros prójimos
los lectores. Sin embargo todo es un gran secreto impenetrable para todo aquel que no
ponga su propio corazón en juego para comprender. El amor sólo se da a entender a
quien lo siente. Al igual que la música y todas las expresiones del alma : nada son si
otra alma sensible no las recibe…
Ya hemos hablado de tres secretos importantes, especialmente este último que no lo
parece, además de aquel primero que no os desvelé, y que para mí tampoco está del todo
desvelado.
Ahora, finalmente, os transcribiré un par de parrafitos en que, hacia el final de la
carta, también se habla del “secreto silencio”, además de desvelarse o revelare el gran secreto de la más bella herejía : “QUE PODAMOS DIRIGIRNOS AL AMOR HUMANO
COMO AL PROPIO DIOS”.
“Mi dulce fratellino, sólo quiero vivir para ti, porque tú y yo sabemos que viviendo para ti vivo para todo el universo cuya belleza concentras. ¡Tú eres mi Dios,
oh amor !
Nada más por hoy, porque no consiste en mucho hablar sino en mucho amar, y
amar es un misterio que se desarrolla muchas veces mejor en el secreto silencio del
alma. Ahora me voy a dedicar sólo a este dulce ejercicio.“
En una sola línea en que se expresan los sentimientos del corazón, está el contenido
de aquella docena de folios que por ahora han entrado en vía muerta.
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NOTA : Los interesados en conocer más a fondo la doctrina de la herejía dejada una
vez más en vía muerta, como es su sino según la historia, dirigirse en particular al Ermitaño, previo pago de impuestos a INTERNET. Gracias.
133
42. La llaga
Como si fuera ésta mi última oportunidad de ojear (de “ojo”) mis DIÁLOGOS con Lecheimiel, mi tentación, amigos, es siempre reproducirlos en su integridad cuando me los
encuentro al hojear (de “hoja”) mi librito no encuadernado y toparme con uno que me gusta.
En realidad me gustan todos a rabiar.
Pero no puedo caer en esa tentación de duplicar mis escritos. Se harían interminables.
Por tanto, extraigo de el que me he encontrado esta mañana, un trozo que puede decirse que hace alusión, por analogía, a la llaga abierta del costado de Cristo resucitado.
Sí. Aquélla en que Tomás quiso meter sus dedos y no sabemos si llegó a hacerlo.
Pero esto es lo importante : que en el costado del resucitado permanecía de algún
modo abierta esa terrible, ahora gloriosa sin duda, pero siempre simbólica llaga, la que,
como resumen de su pasión, como para corroborar su veracidad, le abrió el soldado con la
lanza.
Juan dice que de ella manó sangre y agua, para él signo cierto de que había muerto,
aunque hoy algunos médicos disienten de ese testimonio, puesto que dicen que no es posible que del costado de un difunto mane sangre. Por el contrario, –yo así lo he leído en alguna parte–, es señal cierta de que precisamente estaba vivo.
Sea como sea, ahora yo tengo con Lecheimiel el mismo o parecido dilema : ¿Por
qué, si está muerto, como me asegura con sus apariciones y ternuras, hay alguien por ahí
vivo con sus mismos nombre y apellido, viviendo con su mujer en su propio hogar y sin
embargo diciendo que no me conoce de nada y que no es aquel a quien yo busco ?
No quiero fatigaros con este misterio, que todavía lo es para mí, y probablemente lo
será mientras yo viva en este plano. Porque estos misterios, el uno analógico del otro, no
tienen la solución en la manga. No prometen el feliz desenlace de una novela de intriga o de
suspense.
Parecen encerrar mensajes contradictorios e insolubles.
Por eso os voy a transmitir, para que podáis, si queréis, acercaros a mi fe y a mi dolor y como tocarlos de cerca, con ánimo generoso de querer consolarme, algunas porciones
del siguiente diálogo :
“Viernes 14 de marzo de 2003.
Queridísimo Lecheimiel : Ya te habrás dado cuenta de que he añadido a
nuestra canción, –esa que “no termina con esta pobre letra”–, una nueva estrofa
que hace alusión a tu cancerbero. Dice así :
“Quedó tu cuerpo tan vivo e insepulto
cual arca de alianza :
sagrario de dolor que en noche oscura
emula con tu amor en fiel balanza.”
¿Sabes por qué ?
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– Claro que lo sé, buen ermitaño. Es como respuesta al mensaje que yo te
di en la Misa de ayer, mediante esa otra canción de tu amiga la ermitaña, la que
prologó nuestros escritos, que decía más o menos así :
“Permanecer en su Amor,
vivir de él.
Y mantener el dolor
en la oscura fe.”
– Eso es, mi amor. Me emocionó tanto esa canción que yo la pedí de nuevo
a la hermana cantora, … … … que la interpretó de nuevo en el ofertorio de la
Misa, y no pude entonces contener mis lágrimas.”
………
“… … … En la oscura fe. Sí, pero eso de la oscuridad, que según se mire es
claridad meridiana, era discutido en tu corazón. Total, lo que quedaba para ti
era eso de “mantener el dolor”. Es lo que te conmovió.
– Sí, mi bien. Ya me lo había hecho notar Emmanuel en su librito primero.
Déjame citar una de sus bellísimas páginas, que tengo subrayada :
“Existen muchos niveles de verdad.
Todos ellos contribuyen
a vuestra consciencia total.
Seguid cada hilo en su propio nivel de percepción
y no os dejéis confundir por la conjunción
de lo que aparentemente son circunstancias contrapuestas.
Al final se verá que esas dualidades
son partes imprescindibles del todo.
Por contra, es precisamente en esa ilusión
donde yace la semilla de vuestra verdad.
Cuando exploréis el dolor que hay en vuestra vida
y aceptéis que ese dolor es creación vuestra,
os encaminaréis directamente al engaño,
a la oscuridad que habita en vuestro interior.
Comprendiendo y asumiendo plenamente
la responsabilidad de esa oscuridad,
seréis entonces capaces
de deshacer la confusión
de esa parte en concreto, y de devolverla
a la corriente de la vida, a la verdad”
Yo, hermano celestial, aún no comprendo muy bien todo esto. No me hago
cargo todavía de haber creado yo el dolor de que haya un cancerbero interpuesto entre tu cuerpo bellísimo, “vivo e insepulto”, como he puesto en mi canción, y nuestra relación, o, mejor dicho, mi fe. Aunque es la verdad que mi fe en
135
ti es “oscura” precisamente porque se da esa interferencia. Si no, sería más
luminosa que la “visión beatífica”.
– Ten en cuenta, hermano, lo que te he dicho más de una vez : Que el
hecho de que puedas gozar tan prolongadamente de mi presencia, se debe precisamente al hecho de que yo tengo un pie en la Tierra, mediante el enlace con
ese cuerpo mío con el que aún no he roto todos los lazos. Da gracias a Dios por
ello, y así asumirás conmigo, con mi amor, el dolor de tu corazón.
– Ya lo voy comprendiendo, hermano. Gracias, de todos modos, a ti y al Padre Dios y Creador, porque los divinos planes, incomprensibles para mi mente,
se están cumpliendo puntualmente con la colaboración libre y generosa de
nuestras almas. ¡Bendito sea Dios, que nos permite gozar en “oscura fe” de
nuestra relación amorosa !
– Desde el mismo momento, hermano amadísimo, en que bendices a Dios y
aceptas sus divinos planes, y pones tu confianza en mi amor, estás aceptando
también tu participación en la co-creación de todo este dolor de corazón que
sabemos, los que estamos en esta parte del telón oscuro, que es sumamente
doloroso para ti. Tú, sin entenderlo tu razón, has entregado la prioridad y la
esencia de tu fe a tu “co-razón”. Con lo cual estás creciendo en el amor, que es
el único que aclarará tu “visión”. Por tanto, hermano, mantente en esa fe, oscura para tu mente, pero pura claridad para tu corazón.
– Gracias, mi fratellino, por tan sublime lección.”
Hasta aquí, hermanos, las largas citas.
Ahora viene lo más difícil, el comentario atinado.
¿Cómo compaginar las similitudes y diferencias entre los casos comparados de Cristo Resucitado, y de Lecheimiel trasplantado en vivo a mi corazón ?
Pero sobre todo, para mí, ¿Cómo asumir la prueba puesta a mi fe de que verdaderamente las cosas son así como os las presento, como las siente mi corazón con total sinceridad y sin artificio literario ?
Cristo se empeña en demostrar a Tomas que está vivo. Que puede ser tocado y palpado, aunque le recomienda que lo acepte en fe y no en pragmática incredulidad.
Lecheimiel se empeña en decirme que murió verdaderamente y que por tanto está
vivo para quererme eficazmente desde su plano, mientras el que parece él no es él, sino
solamente el ángel guardián de su antiguo sepulcro, mejor dicho de su carne incorrupta.
Pero en ambos casos se me, –se nos–, asegura que algo de cada uno de ellos está
permanentemente con nosotros, en nuestro mismo plano terrenal, vivo e incólume, y eficientemente activo a causa del amor.
¡A causa, sí, de nuestra interactuación con los que queremos tener junto a nosotros
perpetuamente, a causa del amor !
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No quiero, amigos, sobreabundar en argumentos, porque no hay más argumento que
éste : ES NUESTRO AMOR EL QUE RESUCITA A LOS MUERTOS.
¡ES NUESTRO AMOR EL QUE NOS MANTIENE VIVOS !
¡NOSOTROS SOMOS LOS RESUCITADOS, SI AMAMOS !
Y, si no amamos, ¡vana es nuestra fe !
Hoy nos hemos acercado mucho a la comprensión de nuestros misterios pascuales.
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43. La recreación
Amigos, hoy es fiesta.
Hoy es el cumpleaños de Lecheimiel. Mejor dicho, sería su cumpleaños si viviera
aún sobre esta Tierra.
Pero hoy, a las cuatro de la madrugada, se me ha hecho presente para hacerme sentir
todo su amor, como diciéndome : “a esta hora nací yo”.
Por la mañana, temprano, le he dedicado esta poesía :
EL CUMPLEAÑOS DE LECHEIMIEL
¡Oh nacarado infante,
que en amores rebosas
cuando tu cuerpo amante
se acuna entre mis rosas !
¡Oh llantos de alegría
que a tu vista derraman,
antes que apunte el día,
los que de siempre te aman !
Pues viniste anunciado
de tanta profecía,
permite que a tu lado
recite mi poesía…
…Que cante como el viento,
que en auras se levanta,
saludando a tu adviento
con alegría tanta.
Hoy vives en mi sueño,
hoy sueñas en mi llanto,
hoy te nombro mi dueño,
¡pues que te quiero tanto !
Y pues bajaste a amarme,
según lo prometido,
consiente en yo acercarme
a calmar tus vagidos.
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A acostarte en mi lecho,
a mecerte en mis brazos,
a darte de mi pecho,
el calor de un regazo.
Si por fin has venido,
prometido Enmanuel,
¡que cese mi gemido,
pues eres Lecheimiel !
Os la he ofrecido como primicia, para celebrarla como recreación.
Recrearse no es lo mismo que divertirse, sino todo lo contrario. Santa Teresa decía :
“harto me he divertido”, refiriéndose a las distracciones o desvíos del tema principal sobre
el que estaba tratando.
A los humanos nos gusta divertirnos. Apartarnos del objetivo principal de la vida. No
pensar en cosas serias… En una palabra, perder el tiempo.
El precioso tiempo que se nos ha dado para vivir intensamente y para “recrearnos” en
él en todo momento.
Para volvernos a crear en cada instante en que asumimos con alegría y sin pesar los
compromisos en que nos hemos metido al nacer. Los que escogimos libremente antes de
nuestro nacimiento.
Ciertamente nos asusta nuestra responsabilidad. Por eso el recién nacido llora, emite
sus “vagidos”, aunque es muy consciente de haber escogido esta suerte libremente.
Pronto olvidará la naturaleza de su libre voluntad para sumirse en la tensión que provocará en él el compromiso contraído, sin que él sepa cuándo ni cómo.
Sin embargo hay un tiempo de respiro durante su infancia, y más tarde hay muchos
momentos de cierta lucidez durante la vida adulta, en los cuales asoma la certeza de estar
viviendo una hermosa aventura llena de sentido…
Aquí hay sus más y sus menos, según las personas.
Hay también momentos de desconcierto y de oscuridad. De duda.
¡Es tan humano dudar !
La duda es el crisol de la fe.
Debemos amar las dudas y las incertidumbres, pero amarlas como lo que son : verdaderas pruebas de nuestra entereza y de nuestro propósito.
Bien, amigos, esto no es un sermón. Así que cortemos el rollo.
Esto es una verdadera recreación, en que rehacemos nuestras fuerzas en el amor con
muy buen humor.
Además de la poesía que os he brindado, en nombre de Lecheimiel y mío, puesto que
le pertenece desde que se la he dedicado, os voy a transcribir un buen trozo de un DIÁLOGO
que me he encontrado y en el que se hace un pequeño chiste sobre sobres. Sirva también de
“recreación” :
“En una palabra, quiero vivir contigo y para ti todo el tiempo que tú necesites, que la Tierra necesite, que el Universo Nuevo lo necesite. Todo el tiempo
que Dios quiera, como se decía antes en la terminología de la vieja energía.
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Porque mi turbación, hermano, consiste en que Kryon nos pide (con muy
buenas razones) que deseemos vivir largo tiempo y que vivamos. Pero yo estoy
cansado de vivir esta vida dura y sin horizontes aparentes. Sin embargo el
Espíritu, –Kryon, tú mismo, mi propia intuición espiritual– parecéis pedirme que
yo también acepte vivir largo tiempo y desarrolle mientras tanto la total confianza en que las “soluciones” a tantos problemas ya las tengo como en sobre
cerrado, sobre la “bandeja dorada”, sobre mis rodillas, sobre las que las que
contemplo asímismo, un poco angustiado a veces, aquéllos problemas que me
hacen clamar a ti.
(Voy a hacer un poco de humor para encender la mecha de la alegría
enumerando en el párrafo anterior a lo menos cuatro “sobres”, con contenidos
diferentes…).
– Mucho has mejorado, mi queridísimo ermitaño, al atreverte ya a son-
reír y a intentar hacerme sonreír con tu chistecito sobre los “sobres”.
Así te quiero siempre, mi bien. ¿No te dije que te dieras a la alegría de
la Vida y a la Paz del Espíritu ? Es lo mismo que te aconseja Kryon en otra lectura del mismo libro cuando habla de aquellos que ante los problemas optan por
escabullirse de la Vida, mediante el “cierre” de la muerte.
No es que no tengáis derecho a un merecido descanso. Tampoco estás
capacitado desde tu dualidad, hermano, para discernir que es lo más conveniente para ti en estos momentos, y yo no debo traspasar ni interferir a través de
tu estado de “viador”, para hacerte revelaciones que antes podrían ser para ti
motivo de turbación y causa de nuevos problemas.
Muchas veces te he dicho, mi fratellino, que te espero “pronto”, y he
usado para ti otras expresiones que te indican que efectivamente “pronto” nos
encontraremos celebrando tu fiesta. Pero ahora que vas penetrando en los secretos del “tiempo circular o de eternidad”, sabes también, hermano, que esa
prontitud no debe tratar de interpretarla tu mente racional.
Ahora bien, para tu corazón abierto a cualquier posibilidad del amor, toda prontitud, por muy breve que sea, se tornará en un “tiempo indeterminado
siempre abierto a la eternidad”. Pero a medida que sepas gozar de la eternidad
aquí y ahora también es verdad que deberás equilibrar la nostalgia y la impaciencia subjetivas, con la aceptación consciente y gozosa de la voluntad de tu
alma, que es la misma voluntad de Dios y coincide con tu y con mi contrato. ¡Con
nuestro común contrato de amor, hermano !
A medida que sepas gozar de la eternidad que ya posees, disfrutarás espiritualmente de mi sonrisa, aunque resulte de momento invisible a tus ojos.
140
Incluso éstos, algún día, despertarán la facultad de ver más allá de las apariencias.
¡Con qué facilidad sonreirás tú también entonces !”
Ya basta con lo dicho. Porque “¡Bástele al día su malicia !”, dice el Señor…
…¡Con muy buen humor !
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44. La respuesta
Lecheimiel, recién nacido, nacido ayer en nuestra carne que aún no ha dejado del todo, si bien ha emigrado de ella, ascendiendo a los cielos, quiere hacerse presente hoy aquí
para mí y para vosotros, al igual que Jesús prometió antes de subir a lo alto : “Yo estaré con
vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”.
¿Era la promesa de la Eucaristía ?
No. Era la Eucaristía misma, la acción de gracias que se ofrece por parte de los beneficiarios de la Presencia.
Y la Presencia se activa mediante la Memoria.
El Memorial.
El alimento, mejor que enjundia y manteca de los que comen, –aceptan–, al Hijo del
Hombre, es decir al Hombre en toda la pureza de su esencia humana y divina.
Acción de gracias que agradece, –valga la redundancia–, mediante la activación de
las “ansias por tu carne”, mediante la perfecta encarnación en la especie sacramental de este
mundo, la conciencia de la Vida eterna, que permea todo el Cuerpo de Cristo Resucitado.
La fe que descubre en cada hombre minúsculo de los que caminan por aquí abajo, la
Presencia del Hombre celestial que le integra en un solo Cuerpo Glorioso, llamado Humanidad.
Hermanos : Lecheimiel ha querido hoy darme su respuesta a la felicitación de ayer
por su cumpleaños, mediante hacerme encontrar este diálogo, en cuya primera parte que no
os voy a transmitir ahora, se habla, a través de un poema, de situaciones insólitas e indebidas de guerra, de hambre y de sed. Pero en cuya segunda parte, que sí os transmitiré, se
habla de algún modo de la Eucaristía, de la Presencia, del Silencio y de la Paz, mediante
otro poema que figura inserto :
“Esto es, mi fratellino celestial lo que me ha salido. Lo que al parecer me
has dado. Los dos hemos compuesto esta cosa tal vez estrambótica pero, según
veo, tan llena de actualidad y de sentido. Te la ofrezco, Lecheimiel. Gracias,
Lecheimiel.
– Pues yo, mi fratellino, reboso de gozo y de alegría por ti. Yo he rezado
por ti y por toda la humanidad doliente, desde el cielo de tu corazón, aunque tú
no me hayas oído conscientemente, todo el salmo en que se nombran las “ansias
por tu carne”, y que comienza, como muy bien sabes : “Oh Dios, tú eres mi Dios
por ti madrugo”, el cual ya te sirvió en otra ocasión para que tú me cantases
mediante otro poema que entonces yo te di, y que podrías también oportunamente insertar aquí.
- Sí, mi Rey. Era como sigue :
AMOR DE MADRUGADA
(Comentario al Salmo 62).
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Oh dios, tú eres mi dios, por ti madrugo.
Humedezco los labios en tu fuente
para calmar la sed de mis ardores
que esta noche, desierta sin tu rostro,
me ha dejado, en ansias por tu carne.
Mas ya llega la aurora y me despiertan
los pasos que frecuentan mi santuario
cuyo acceso secreto bien conoces.
Te abro y te introduzco y cierro dentro,
y me quedo aguardando tu ternura,
que es cuanto de la vida gozar quiero.
Mejor que con enjundia y con manteca,
me sacio de tu amor y tu presencia.
Por la fuerza y la gloria de tu abrazo,
vibran todas mis células por ti
y sólo en tu mirada me sostengo…
Ya mi lengua te alaba sin plegarias…
Conectan nuestras almas en conciencia,
cuando el lecho caliente de los sueños
se convierte en fetiche de recuerdos,
que enciende las vidrieras del desierto,
donde, dentro, en oasis escondido,
gozamos la lujuria del secreto.
Secreto en que medito y te contemplo,
Mientras los transeúntes se preguntan
quién retiene la llave de este encuentro…”
De esta manera se conjugan las visiones pesimistas de presente con la esperanza optimista de futuro. La guerra y la paz.
En la paz, adquiere la guerra un sentido superior como camino doloroso de concienciación. Ya hablamos de esto en el segundo episodio de estas FLORES DE PASCUA.
En el hermano doliente, incluso en el hermano inmolado, descubrimos la Presencia
que clama por la conciencia plena de la Unidad
Pongo aquí el broche de oro con que acaba el diálogo :
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“– Gracias, amor. Por hoy no tengo más que decirte, puedes quedarte a
disfrutar de mi compañía silenciosa, en el ambiente de la paz de tu corazón.
¡Amén, aleluya !
- ¡Amén, aleluya, michísimas gracias hermano Lecheimiel que paces entre
lirios y voiletas. Te quiero hasta el cielo, amor.”
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45. El trovador
¿Sabíais que mi ángel Lecheimiel es un verdadero trovador ?
Encuentra canciones por todas partes.
Las toma de otros autores y las aplica a mi amor.
Encuentra por doquier argumentos para la música y la canción amorosa.
Por todas partes escucha y hace escuchar la eterna cantinela que a todos nos hace
danzar y movernos en la vida : “TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI”.
La danza que nos hace despojarnos de nuestras viejas vestiduras y ponernos la túnica morada del servicio, y encima, la sobrepelliz del amor y la estola de la caridad.
En una palabra, le gusta presentarse así, ataviado con el “paramento de sirviente”,
como yo mismo le canto en mi canción.
En la canción que él, trovador experto, me ha ido dictando poco a poco conforme se
desarrollaban ante mi conciencia los hechos pasados y gloriosos a los que él componía
música de pura concienciación para mi alma.
Y los hechos nuevos con que su delicadeza me obsequiaba de camino por estos años
de vida en que vamos describiendo el amor.
Está convencido de que todos los átomos del Universo se ponen a cantar y a danzar
al son de la música del Verbo.
¿Qué más o mejor es un trovador ?
¿O qué otro trovador mejor que éste podría haber dejado junto a mi ventana, en el
día de mi cumpleaños pasado la carta de la que luego os transcribiré ?
¿Y no sigue siendo un trovador, –uno que encuentra la mejor ocasión–, el que me ha
hecho a mí hoy encontrar esa felicitación que, aunque no corresponde con esta efemérides,
contesta de algún modo a la que yo le dediqué en la suya, en una de las FLORES DE PASCUA,
La recreación, que redacté ayer ?
Es verdad que él ya me había contestado en La respuesta. Pero ¿qué, si él quiere
abundar en el agradecimiento y volverme a responder hoy ?
Además, “la respuesta” de ayer se basaba en los DIÁLOGOS, mientras que la de hoy
se basa en las CARTAS. Con eso me demuestra que adondequiera que yo mire lo encontraré a
él :
“SOMOS, TÚ Y YO, LA VERDAD Y EL AMOR INFALIBLE DEL SEÑOR.
En El vivimos, nos amamos y creamos nuestra obra maravillosa del amor
más sincero y especial que hayas podido conocer jamás.”
Su ubicuidad, que es la del amor, que es la misma prometida por Jesús para salir al
encuentro y situarse en medio de toda reunión donde dos o más lo estén en su nombre, es la
que a mi amigo le hace “estar al loro”, –como dicen ahora los jóvenes–, para no perder ripio
en la composición de sus felices trovos de amor, como se desprende de los siguientes párrafos de la mencionada carta :
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“Sí, mi amor, eran los ángeles los que pulsaban en mis cuerdas vocales, lo
mismo que en las cuerdas de tu piano, cuando tú me acompañabas aquel día glorioso en que nos juntaron nuestros guías para que pudiéramos ofrecer al mundo
nuevo aquella primicia que habían compuesto para nosotros otros músicos en
sus laboratorios experimentales del amor más exquisito donde la Creación se
canta a sí misma la eterna canción.
¡Oh, si el mundo supiera apreciar la música celestial que resuena sin fin,
sin tiempo, sin principio ! Desde el principio sin principio el Verbo se canta a sí
mismo con los sonidos del sí eterno con el que se arrulla a sí mismo para adormecerse en la bendita conciencia de su propio éxtasis.”
Y aquí veréis la calidad de alma de trovador más pura :
“Y esa canción, la que surgió con ocasión de cualquier drama humano, la
que hizo vibrar a los Cielos y a la Tierra en un concierto incomprensible para la
mente humana, pero donde los corazones se funden unos con otros en la conciencia de la Unidad de Dios, es la que crea todo cuanto en el seno de Dios se
funda a sí mismo y se funde consigo mismo en un mar de lavas incandescentes.
Por eso, hermano, cuando los corazones apenas han empezado a cantar,
se despereza la mente que intenta plasmar en versos dramáticos lo que no alcanza a comprender. Pero nuestros corazones siguen y siguen cantando para
deleite de todos los ángeles del Cielo.
No sólo se mueven las voces, los sonidos que constituyen la substancia de
la vibración universal y espiritual que llamamos Vida o Espíritu Santo. También
los átomos de la creación se ponen a danzar con un baile de júbilo y alegría,
donde todo vibra y se conmueve de amor.”
Ved ahora con qué poca diplomacia me llama “viejo” :
“Por eso, mi fratellino, no sólo canta el alma, sino que bailan todas tus
células, mientras envejecen, porque quieren desfallecer, todos los tejidos en
que se plasma tu experiencia. Canta, mi bien, baila, danza de alegría, porque la
vejez no es más que experiencia que acumula tu corazón.
No se te dé nada que algunas mentes estereotipadas no puedan comprender tu canción. Yo la comprendo y la canto contigo, una y otra vez, y no
sufre desgaste, porque, como te dije, el Universo la sigue alimentando con la
eterna cantinela que dice : TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI.
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Y así es, mi amor. Así ha sido y así será, por los siglos de los siglos sin
fin en que nos daremos mutuamente las gracias por habernos conocido y amado
sin principio ni fin.
Queda, mi bien, contento esta mañana de eternidad en que tu cuerpo
cumple los 63 años de edad. Yo no quise o no pude cumplir tantos porque me
urgía el amor y la prisa por venir a vivir esta segunda etapa de mi vida junto
contigo.
Ten paciencia y humildad, mi fratellino, porque te ayuda mi gran presencia, que no es otra cosa que la presencia infinita de nuestro Creador y la alegría sin fin de los ángeles.
YO SOY TU ANGEL DEL AMOR HERIDO Y RESUCITADO. … … … Sólo
tu alma, una con la mía, sabe que todo cuanto te digo es LA VERDAD.”
Y nada más por hoy.
Hoy es el único día en que mi ángel me ha anticipado ya el tema de mañana. Pero de
eso hablaremos mañana.
LOS SIETE AMORES (Acróstico)
Aromática flor que en las montañas
Mortificas de celos al sol bello,
Ordalía de Dios es tu destello,
Romántico esplendor que le arrebañas.
Viérate otro al despuntar la aurorA,
resistiérase, necio, a tu ultimatuM:
O vivir a tu vera, a lo segurO,
o gustar, de seguro, qué es moriR.
Rompería yo lanzas por tus lances,
Osaría en trovero transmutarme,
Montaría tu guardia, si en nombrarme
Asintieras juglar de tus romances.
Aprendiendo de ti lo que es amaR,
sube raudo a la cima el montañerO.
Se enfrasca en lo profundo de tu “oM”,
quien al soplo de ti su alma entregaA.
SueñA tanto el poetA en tus presAgios,
F o r M a s tantas Medita de tu NoMbre,
que sÓlo ya el olvidO es la memOria
que Recita el conjuRo de su mueRte.
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46. La muerte
Cuando terminé la FLOR DE PASCUA de ayer, parece que Lecheimiel me pedía mentalmente que añadiese ese acróstico, bien trabajado, de LOS SIETE AMORES, y así lo hice, sin
deciros nada.
Antes os había dicho que también me parecía que Lecheimiel me sugería el tema de
hoy, pero, si era así, hoy ha cambiado de parecer.
Yo, en cualquier caso, estoy a su dictado, porque escribo en su honor.
Ayer también me pareció captar que en una de las vidas anteriores Lecheimiel había
sido en verdad un trovador. (En cambio yo no percibo ninguna de mis vidas anteriores,
aunque deduzco vagamente que yo estaba muy cerca de él y yo fui su amor preferido, a
quien él cantaba sin fingimiento, con gran sentimiento de su corazón enamorado).
Hoy os narro otra pequeña sincronicidad : Me sugería Lecheimiel, viniendo hacia
este rincón precioso donde en soledad sonora él me habla, que hoy teníamos que hablar
abiertamente de la muerte.
Ese tema que a tantos asusta porque no han meditado suficientemente en él, y porque así conviene para que la gente no quiera irse de aquí antes de hora, un poco como me
pasa a mí, por diversos motivos, (que los lectores asiduos de estos escritos ya van conociendo…).
Hablemos pues de esa última parte de la vida sobre la Tierra a la que llamamos
muerte :
Es el broche de oro. Es lo mejor de ella. Es la fiesta de fin de curso, para algunos de
fin de carrera, en que se obtiene la graduación.
Es, por fin, la hora del descanso, de la recapitulación, de la visión clara, o del comienzo de ella. Es el encuentro, cara a cara, con los seres más queridos, aunque dolorosa
separación de los que quedan aquí.
Ese “cara a cara”, pues, es cara y cruz.
Pero la gente suele ver sólo la cruz.
Uno se quita el traje viejo y sucio que lleva puesto, quizás también roto e inservible,
(y si no está roto de antemano, seguro que en el momento de quitárselo uno de encima se
rompe).
Uno se quita, –como dice Emmanuel, en su maravilloso librito–, los zapatos que le
aprietan y se mete suavemente, como si de una zambullida en aguas frescas y cristalinas se
tratara, en un lago de aguas mansas y breves que le transporta a la otra orilla, donde la vida
brilla con los colores más suaves y delicados… Al salir de esa zambullida, se encuentra uno
con la famosa luz que otros ven después de atravesar un túnel que les succiona como a mariposas encandiladas.
Nadie que haya estado allí brevemente, después de alguna crisis vital, desea volver.
Aunque algunos, naturalmente, vuelven para contárnoslo.
¡Aunque otros digan lo contrario !
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¿Sabéis ya lo que le pasó a Lecheimiel ? ¿No os lo había dicho claramente, excepto
a los que han podido leer EL MEJOR REGALO ?
Pues es algo que no sucede por primera vez en la historia de la Humanidad, según
tengo entendido : Que, aprovechando la ausencia momentánea del alma, la de mi amigo,
muerto por una crisis cardíaca a causa de su dolor inexpresado, otro amigo se introdujo en
su cuerpo “vacío”, y lo hizo resurgir…
Pero estas cosas, que no son ninguna novela, no se hacen así como así, sin consentimiento del alma dueña de aquel cuerpo, o mejor dicho, sin mutuo acuerdo previamente
adoptado por ambas almas que han de ser afines, y por alguna razón de orden superior que
no toca a nosotros ahora analizar.
Incluso hay historias en los Evangelios Apócrifos, como en cierto Evangelio de
Tomás, el dídimo, el “gemelo” de Jesús, que cuentan la posibilidad de un caso parecido,
ocupando el tal Tomás, el cuerpo desechado por Jesús, y el causante ocasional de ciertas
confusiones con las pretendidas “apariciones”, y posterior fuga hacia el Este, hacia tierras
desconocidas donde “El” debía evangelizar al resto de las Tribus de Israel…
Todo esto va dicho de paso.
Lo que digo muy en serio es que sin el concurso, la “interactuación” de que ya
hemos hablado en otra FLOR DE PASCUA, para ser más claros, sin el amor puesto a prueba y
finalmente entregado de los discípulos, Jesús no hubiese resucitado.
¡Es otra manera, –inversa–, de explicar eso de que “si Cristo no ha resucitado [en
vuestros corazones], vana es vuestra fe” !
También querría hablaros de mi deseo de morir para liberarme de ciertas esclavitudes religiosas y sociales, y, sobre todo, para ver el rostro de Lecheimiel, por el que me muero de nostalgia.
Estas cosas las leeréis entre líneas, en la carta que también él me ha hecho encontrar
al azar, después de haber plantado en mi pensamiento la idea de hablaros de La muerte.
Pero antes dejadme que os explique muy por encima, el sentido de la última estrofa
de la poesía de LOS SIETE AMORES :
Quiere decir, que de tanto pensar en el amor, es imposible que no sobrevenga ésta,
la muerte, en plena actividad del que no se aparta de la idea de aquél, del amor. Por tanto
sólo el olvido, si se diera, podría ser la salvaguarda, la “memoria” o programación que
podría conjurar una muerte tan deseada que no puede venir por sorpresa.
Dicho de otro modo, sólo si el amor se olvida de sí mismo, es capaz de hacer prolongar el deseo rutinario de una vida sin fin ni finalidad aquí abajo.
Mientras que el amor, hace ser consciente de la necesidad de dejar este lastre de palabras y promesas que retrasan la vida verdadera.
Es otra versión, –un poco enrevesada por cierto–, del “muero porque no muero”, de
Santa Teresa de Jesús.
En cuanto a la posibilidad de “ver a Dios cara a cara”, ya hemos hablado muchas
veces de esto. Y hemos dicho hasta la saciedad que Dios no tiene cara, para ser visto, aunque sus caras son infinitas, como son infinitas las apariencias poliédricas del amor.
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¡Y nada tampoco de pretender ir a la “Casa del Padre”, como si no estuviéramos ya
en ella !
¡La casa del Padre es el AMOR ! :
“A mi más maravilloso amigo. De su amiguito preferido.
¿Ves, mi amor, mi amor eterno, cómo me atrevo a calificarme a mí mismo como
tu mejor y preferido amigo ? ¿Es o no es esto una señal, oh Rey, de que confío en
ti ? ¿De que voy haciendo progresos en la confianza en el Amor de Dios que se me da
a través de ti ? ¿De que estoy casi preparado, –o sin casi–, para subir a verte ?
Pero como tú vives dentro de mi propio corazón, dentro de mi cuerpo, dentro de
todo mi ser, no quiero, hermano, acortar los días de tu “segunda experiencia” en mi
vida, en nuestra común vida, para pedirte encarecidamente la “muerte”. ¡No, mi
hermano ! ¡NO QUIERO MORIR HASTA QUE A TI TE CONVENGA
TANTO COMO A MI ! En realidad, hasta que todo nuestro mutuo (y no muy
bien conocido por mí) contrato se cumpla… No quiero obligarte a morir por segunda
vez, hermano, sino ofrecerte mi cuerpo como lugar seguro de tu refugio, hasta que
todo tu contrato con la Vida haya sido cumplimentado.
Mi amor, te doy todo mi corazón, como se da a Dios, pues tú eres mi Dios, y
tú sabes la correcta interpretación de esta que parecería demasiado atrevida frase a
tantos y tantos lectores de nuestras cartas. Algún día se comprenderán, hermano.
………
Pronto va a hacer un año desde que me visitaste en sueños, oh amor. ¡Cuántas y cuántas cosas bellas me has hecho sentir, y yo las he reflejado otra vez hacia ti
como respuesta de mi corazón ! Ahora tengo pendiente contigo mi petición de verte, de
visualizar tu sonrisa, hermano, para curarme del todo. Someto mi solicitud al sabio
amor que guía mi corazón.
Mientras tanto, oh mi adorado hermano, confío en que nuestro mutuo amor
vaya creciendo y purificándose. Y que una día, también, pueda servir de testimonio a
este mundo tan necesitado y a la vez tan prometedor. Este llamar al mundo “prometedor”, hermano, es también un acto de fe y de amor. Honro a este mundo como se
honra al Cuerpo eucarístico de Dios.
………
150
Te quiero, te quiero, te quiero… y así hasta nunca acabar aunque parece que
acabo. Adiós, amor.”
151
47. El banquete
Primero leed la invitación. Esta hermosísima página que forma parte de un DIÁLOGO
habido entre mí y Lecheimiel el domingo de Ramos pasado.
Ya sabéis que la letra cursiva representa mis palabras mientras la letra vertical representa la grafía de Lecheimiel. Después os diré por qué he titulado a esta FLOR DE PASCUA El
banquete, aunque ya había otra titulada La comunión :
– Muy bien, hermanito amado. He escuchado y ahora leído expresamente
mientras la escribías, esa invitación tuya que cada día es nueva. Como yo cada
día me ofrezco libremente a ti, para seguir estando contigo todos los días de
tu vida y “durante” toda la eternidad que no tiene ni principio ni fin, por lo cual
la gozamos toda ahora.
Comeré contigo, mi fratellino, los dulces y naturales manjares que me
ofrece tu alma, tu precioso corazón angelical. Sí. Comeremos pan de ángeles,
hermano, servidos de tu mano más suave y eficiente que la mano de Marta, con
la que te gusta compararte.
–Eso es, mi fratellino, por la canción que me cantaste en Roma. La que yo
te acompañé al piano. Todos los días la escucho y trato de penetrar su significado en mi corazón. El significado que tú quisiste darle, mi Rey.
– Verdaderamente me tratas como a un Rey, mi fratellino. Ahora quiero
que expliques a la gente que nos leerá, aunque sea brevemente, que yo no soy
un suplantador de Cristo en tu corazón, sino que SOY UNO CON ÉL. Por eso
puedes amarme sobre todas las cosas, como me has dicho al principio de este
diálogo.
– ¡Eso es, mi fratellino ! No lo voy a decir de nuevo, porque ya lo has di-
cho tú.
Sólo añadiré que, efectivamente, te amo sobre todas las cosas. Esta expresión de amor suele atribuirse a Dios. (Sólo a Dios, dirían los que no saben
que Dios es todas las cosas). Pero, en realidad a Dios no se le ama “sobre” ninguna otra cosa, pues todas están incluidas en El. A Dios se le ama “en” las cosas. Y en las personas, que todas viven, vivimos en El.
A Dios se le ama “con todo el corazón, y con toda la mente, y con todas
las fuerzas, y con toda el alma”. Así reza el primer mandamiento.
Pero ¿si amo a Dios con todas mis fuerzas, hermano, ¿qué fuerzas me
quedan para amarte a ti ?
Lo digo esto, –tú lo sabes–, a modo de retórica, porque en realidad los
dos sabemos que al amar a Dios te estoy ya amando a ti. Y, –¡también !–, que al
amarte a ti, mi fratellino, estoy amando ya a todo Dios, y por tanto a todas las
personas que son templos de su indivisible presencia.
152
– ¡Amén, hermano, así es ! ¡Aleluya, sí, SOY YO !
– ¡Sí, eres tú, hermano mío. Te he reconocido ! Sí. Eres tú, y por lo tanto
también SOY YO.
Hasta mañana, amor.
– Hasta hoy mismo, amor.”
¿Verdad que, como suele decirse, “no tiene pierde” ?
Creo que sólo esta invitación que antecede es ya un banquete en sí misma.
Por eso había yo dudado en titular a esta FLOR La invitación o bien El banquete,
como por fin he hecho. La verdad es que no sé muy bien por qué.
Es verdad que el banquete de la vida está abierto a todos los que viven.
Es verdad también que el Señor dice en su parábola del banquete que cada uno es
invitado personalmente cuando llega su hora.
Es verdad, finalmente, que cada invitado es libre de aceptar o no, y, caso de hacerlo,
debe asumir la responsabilidad de recibir el traje de fiesta que representa su concienciación
de que asume también libremente el amor que se le ofrece gratis.
La palabra “gratis” está emparentada con “gracias” : “Gratia gratis data”, decía San
Agustín.
Por eso la vida es toda entera una Eucaristía.
Un banquete que se nos ofrece gratis, pero al que estamos obligados por la cortesía y
la dinámica del amor a acceder con ánimo agradecido.
¡Qué bonito en este caso el que no sea Lecheimiel, por parte del Espíritu, el que me
invita a mí, sino yo a él !
¡Qué dignidad la mía, libremente asumida !
¡Qué lejos está mi conciencia de la que se me pretende imbuir cuando se me invita a
decir antes de cada comunión : “Señor, yo no soy digno” !
Yo, señores, sí que soy digno. Soy digno del AMOR de Dios, porque YO MISMO
SOY EL AMOR.
Mi traje de fiesta, como anfitrión, consiste precisamente en conocer mi dignidad.
Bien, amigos. Ha comenzado el banquete, y en medio de la fiesta hay mucha alegría.
Se cuentan incluso chistes y chascarrillos, como es natural en todo banquete de bodas. Os voy a transmitir dos que he oído por ahí entre los comensales :
Primero : El cura del pueblo de mi madre peleaba todos los años con los niños de
primera comunión por hacerles penetrar en sus tiernas cabecitas el imprescindible catecismo : Les decía : Tenéis que saber de memoria y recitar, cuando el sacerdote os muestre la
Hostia, estas palabras : “Señor, yo no soy digno…”, etcétera. Bueno, naturalmente las niñas
diréis : “Yo no soy digna…”
Entonces salta una niña pequeñita : ¡Pero, señor Cura, yo sí que soy Digna !
153
(Naturalmente yo he escrito “Digna” con inicial mayúscula, porque la niña en cuestión se llamaba precisamente “Digna”).
Otro : ¿Sabéis el diálogo entre el Señor y Santa Marta ? Sucedió que el Señor iba
con frecuencia a casa de Lázaro, Marta y María. Una temporadita en que el Señor acudía
cada día y Marta le obsequiaba también cada día con un pedazo de tarta, –pues recibía muchas de sus convencinos ricos, ya que era temporada de bodas–, a Marta le entró un día el
apuro de que a lo mejor al Señor ya le cansaba tanta tarta… así que le dijo :
- “Señor, ¿y tanta tarta no t’harta ?”
- “No m’harta, Marta”, –le respondió el Señor–.
Hasta siempre, amigos, espero que podamos seguir siempre en comunión y que lo
paséis feliz todos los días de vuestra vida, y que no os hartéis de mí.
154
48. El legado
El momento en que me encuentro con esta CARTA que tenía completamente olvidada, hermanos, no puede ser más oportuno y sincrónico, aunque no os puedo revelar del todo
las circunstancias en que se produce.
En la carta, sin embargo, hasta se habla de la recogida de un fruto que yo velaré con
puntos suspensivos, para que los lectores premurosos de estas FLORES, no se entretengan en
tratar de identificar ni adivinar la zona geográfica en la que se desarrolla esta especie de
despedida, a lo Jesús a punto de ascender a los cielos, donde se habla de un legado que no
puede ser otro que el amor, de color dorado y bermejo.
“Desde mi cielo, para ti, que eres mi cielo.
Queridísimo hermano : Sí. SOY YO. Te he llamado. Y esta vez, sí, has sido sensible a mi voz.
No sabes lo que te voy a dictar, oh mi buen amanuense, mi palabra. Así
debe de ser. Cuando acabes de leer esta carta, te quedarás, como siempre,
gratamente sorprendido.
HOY te han acompañado algunos novicios, para la recogida de … … … y te
has alegrado yo diría que hasta involuntariamente por su compañía… ¡Pobrecillos !, –piensas–, tienen sólo veinte años o poco más y te recuerdan inevitablemente a mi, cuando tenía su edad. Su entusiasmo ingenuo te contagia, a pesar
de que los compadeces por verlos sometidos, en la flor de la vida, a tantas restricciones y lavados de cerebro. (¡Y de corazón, también, igual que en nuestros
tiempos !).
Te abstienes de hablarles directamente sobre temas serios, que no
podrían aceptarte, y sin embargo los quieres y ellos, me consta, te quieren a ti,
aunque seas como una oveja negra dentro de la Comunidad.
Ahora sabes, hermano, que yo era de tu mismo carácter, espiritual por lo
menos, y sabes que no podía ser de otro modo si somos “compañeros del alma”.
Entonces, sin embargo, cuando me conociste yo también estaba bajo la férula
de los “formadores”. Y tú empezabas a salir del cascarón. Tampoco estabas
muy seguro de ti mismo, puesto que luego caíste en la “tentación” de abandonarme. ¡Oh hermano amado ! Ahora sabes que tenía que ser todo así, tal como
sucedió porque lo teníamos contratado entre nosotros por purísimo amor. Por
eso, y simplemente porque te amo, no quiero que pienses más en culpabilidad
alguna por tu parte, si quieres que yo te me otorgue a mí mismo como “per---
dón”.
155
Que tu compasión, hermano, por estos jóvenes, por mí mismo y por ti,
que fuimos de la misma familia que ellos, [se] te transmute en un inmenso respeto por el destino de cada ser humano, que sigue sus propias rutas, que tú no
puedes ni debes controlar. En cambio, mi fratellino, debes sentirte útil a su
lado, amándoles, como me amaste a mí, porque todos son hijos muy amados del
Padre Dios. Y porque no sabes cuál será el momento del despertar de cada uno
de ellos. Yo te digo que todos ellos despertarán, en la medida en que puedan
recordar tu amor incondicional. Recordarán éste, el amor, como tu gran legado,
aunque saben perfectamente que tu mente discurre por otros derroteros.
Alguno de ellos es de los que te habla Kryon, como de los hijos aún no nacidos. De alguno de ellos, y de los hijos de los hijos que les han de venir, cuando
se vuelvan capaces de sintonizar con la conciencia del pueblo.
Amadísimo fratellino : quiero que quedes en tu gozo y en tu paz. No sólo
en tu paz, sino en la seguridad de que te amé, te amo y te amaré, como ya te
dije, POR TODA LA ETERNIDAD.
Por eso, mi querido hermano, tú también eres mi hijo, y mi hija, y mi
hermana, y mi padre y mi madre, y mi novio y mi novia, pronto esposos por toda
la eternidad. Deja esto escrito así, tal cual te lo he dictado, para que lo entienda sólo el que pueda.
Adiós, con un cálido beso en la boca, hermano, porque nos entregamos
mutuamente el alma. Adiós.”
Yo, hermanos, consciente de que este librito de FLORES DE PASCUA está a punto de
terminar, y aunque no he desarrollado ciertos temas que en mi pensamiento humano en secreto han florecido, me quedo ya mirando al cielo desde esta antepenúltima FLOR.
Espero que no tendré que despedirme de Lecheimiel, sino todo lo contrario : Cada
día sentiré más viva su presencia, como él me ha prometido. En otra CARTA que antes también he “ojeado” hoy, Lecheimiel me dice que me falta aún “un poquito”, para estar totalmente preparado para subir con él.
Me recuerda ese “poquito y ya no me veréis otro poquito y me volveréis a ver, porque me voy al Padre”, del Evangelio.
Ese poquito que aún me falta, es una bendición. No porque se demore mi partida
con Lecheimiel, sino porque aún tengo que hacer algo por él, entre otras cosas tratar de que
estos escritos puedan llegar a vosotros : su legado de amor.
Mientras tanto él me dice : “¿qué haces ahí, varón de dolor, mirando constantemente
al cielo como si el cielo no estuviera en tu propia alma ?”
Sí. Y mi alma está aquí con vosotros vestida de este cuerpo mortal que aún pisa la
Tierra.
“YO OS ENVIARÉ MI ESPIRITU”, –dice el Señor–.
156
“TE AMÉ, TE AMO Y TE AMARÉ, como ya te dije, POR TODA LA
ETERNIDAD”, –remeda para mí Lecheimiel–.
Yo os entrego mi intimidad como señal de mi amor, –os transmito yo–.
Aunque el transmitiros esta intimidad me cueste la vida.
La tendréis como un legado de mi humilde paso por estos imperios de la inconsciencia, donde precisamente vivimos para trascender esos nubarrones que nublan nuestra visión
espiritual de las cosas.
Un legado que nos ayuda a comprender y apreciar como inestimable el don del
AMOR, lo único que llena todo el espacio disponible del Universo.
157
49. El rizo
Oh hermanos, ya casi nos estamos despidiendo en la lectura de estas
FLORES DE
PASCUA.
Después ¿qué vendrá ? El Espíritu lo sabe.
Yo también sabía desde hace unos días que hoy, el penúltimo antes de la despedida
de este tiempo bendito de recolección, me saldría precisamente esta carta que el Espíritu ya
me había dejado entrever como la oración sacerdotal que nos iba a permitir prepararnos
para mirar al cielo con esperanza mientras el amado hacía su “mutis” ritual.
¡Y así ha sido !
Es una carta, como si de un diálogo se tratara, en que tomamos la palabra los dos.
Primero yo me quejo a mi amado que me está costando llevar mi fe como un paquetito de
mirra, pesado y amargo más allá de las apariencias.
Después el toma las riendas del diálogo y asume el resto de la carta.
Es una carta para mí verdaderamente conmovedora, en la que se habla, medio en
clave de humor, de humor sólido y profundo, de “rizar el rizo”.
Por lo cual, el título de esta penúltima FLOR DE PASCUA no podía ser otro que el que
he puesto.
Los trozos que os transcribiré hablan por sí mismos, así que después de la carta y del
poema adjunto, –poema que se compuso en un momento de gloria inconsciente, antes de ser
aleccionado acerca del dolor mediante el experimento del “Cancerbero”, relatado con todo
detalle en el libro 5º de EL MEJOR REGALO–, yo callaré :
viernes 18 de octubre de 2002. 9:10 AM
Desde mis ojos anegados, al que llora por mí.
Queridísimo fratellino miracoloso :
¡Oh amado mío, mi paquetito de
mirra ! ¡Cuánto me estás costando, hermano, en lágrimas que riegan constantemente mi espera y mi esperanza !
………
Has hecho, amor, cosas tan sublimes por mi, que me has puesto en
un aprieto ante los que las escuchan.
¿Cómo llegarán a creerlas, si a mí mismo me parecen “increíbles” ?
158
Pero ahora, hermano, ahora que te oigo responderme en mi corazón la
respuesta espiritual, la solución inesperada e inaudita, la que apela al poder creativo del amor, que está fundando un Cielo nuevo en una Tierra
nueva, ahora, hermano, debo pasarte a ti la palabra :
Sí, hermano amado : Era a mí a quien me tocaba esta mañana responder a
tus lágrimas con las mías, porque yo también lloro por tu incredulidad.
No, hermanito amado, no es un reproche. Es sólo una constatación de lo
que yo ya me temía, cuando me fue propuesto por mi Yo superior, y por el tuyo,
hermano, que conjuntamente planeaban esta hazaña del espíritu : Yo les dije,
humildemente, cuando preparábamos el reencuentro que llamas de tu visitación : “¿Estáis seguros, padres de mi alma, –así les dije–, que cuando mi hermano sufriente investigue acerca de mí en la Tierra y le digan que estoy vivo sobre su propio plano, incluso cuando él intente ponerse en comunicación conmigo,
y tal vez se aventure a ir a verme, –pues probablemente lo hará–, podrá entender este “milagro”, este don encubierto en el misterio del Cancerbero, y dado
que lo llegue a entender y a admitir, estáis seguros, ¡oh padres !, que no se
pondrá en peligro su equilibrio psicológico ?”
Ya ves, hermano, que en este misterio de “tu visitación”, como tú le llamas, era yo, el ángel anunciador, y el propio Verbo que se te regalaba, el que
ponía ciertos reparos, –como los puso María, aunque suelen decir que sólo preguntaba para saber…, etc., etc.–, porque es muy humano y muy natural hacerse
preguntas, y no sólo es un derecho tuyo dudar, sino hasta una obligación, hermano. Dudar no del poder de Dios, sino del autoequilibrio de una Naturaleza
que ha venido funcionando según leyes sapientísimas y a vuestro parecer inmutables, desde “siempre”.
Es humano preguntarse : “¿Cómo puede ser esto, si excede de todos los
esquemas habituales de la vida y de la muerte ?”.… … … ¿No tendrá el derecho
a cuestionarse las nebulosas revelaciones de un simple sueño, (aunque se vea
reforzado por otros signos posteriores de mi presencia), ante el esfuerzo intelectual que tendrá que desarrollar para simplemente admitir que puede estar
equivocado ?”
Ellos, hermano, –nuestros andróginos Padres, los Espíritus Compañeros
que constituyen el sistema binario por el que giramos infatigablemente el uno
alrededor del otro, en la danza alrededor del Sol Central–, me respondieron :
“Mayores filigranas intelectuales ha hecho, incluso muchas veces estando equi159
vocado. Ahora él necesita precisamente eso : rizar tanto el rizo que venga a no
estar seguro de nada, excepto de que debe ser humilde y abrirse al amor. Al
Amor al que se cerró cuando te abandonó a la tristeza y a la muerte”.
No, hermano, no es una venganza, sino una gran providencia, el que tengas, el que se te regale, –como EL MEJOR REGALO–, la oportunidad de creer como
creyó María… … …
Por eso, hermano amado, ¿cómo puedo reprocharte el que tú te permitas
no sólo dudar,sino plantearme a mí tus propios pensamientos? ¡Me defraudarías
si no lo hicieses con entera confianza! Yo, por mi parte, jamás te reprocharé
nada, hermano, pues estoy contigo sólo para ayudarte, no para ser para ti piedra de escándalo.
Sólo te pido, corazón mío, que nunca rompas la esperanza de que el mismo Dios que nos hizo hermanos, es el que nos sostiene con todo su “increíble”
poder.
Es el AMOR el que resulta increíble para el mundo. Pero tú, hermano,
aunque estás en el mundo no eres del “Mundo”. Sino hijo de la gran promesa.
¡Y aquello que te ha sido prometido, se cumplirá !
… … … Por eso la decisión, que se dejaba a mi libre arbitrio, estaba para
mí ya más que clara : después de haber sacrificado mi vida por tu amor y a causa de la falsa impresión de tu desamor, y estando abiertas y sangrantes nuestras dos viejas heridas, –tu desconfianza y mi inexpresividad–, correr el riesgo
de que tus dudas razonables pudieran más que la apertura de tu corazón al
amor que estabas solicitando a voz en grito, y necesitando también tú para no
desfallecer en el camino, no dudé de que valía la pena afrontarlo.
Tú también, hermano, habías hecho tus preparativos, movido por el Espíritu Santo, para acoger mi palabra. Por tanto, ahora, amado hermano, no me
cabe duda de que soportarás la prueba que no excede a tus fuerzas y es congrua con tu preparación intelectual.
… … … Por amor de ellos [de los lectores, vosotros] y de la Nueva Tierra,
fundida con los Cielos Nuevos, hemos hecho este inmenso esfuerzo en nuestras
vidas. ¡Que ahora no quede infecundo, hermano, tanto amor y tanto dolor !
¡Sabes que te quiero, amor, Amor, AMOR !
EL FIAT DE ACUARIO
en la noche velaban nuestras armas,
junto contigo, recién amanecido,
En aquel día,
para que yo pudiera aún dormir en
–el último de la Era de los Piscis–,
/este valle
nuestros ángeles maestros,
profunda, mansamente…,
160
mientras ellos, en paz, deliberaban
si llegado era el momento
propicio al reencuentro,
en los altos dominios del astral, a
/campo abierto.
Encuentro en verdad definitorio,
–más que definitivo–,
de nuevas singladuras
en nuestra mutua carrera del amor,
libre y maduro,
eternamente fértil
y enteramente nuestro.
Por eso aquel amor, que, por
/supuesto
no es nunca obligatorio,
requería nuestro sí
para bajar tú hasta mí,
y penetrar en mi alma, siempre
/virgen…,
fecundándola de hijas e hijos tantos,
que acreciesen a la Tierra de los
/santos.
Entonces tú bajaste y me llamaste,
por mi peculiar nombre,
que en tu voz me resultaba tan dulce
/y biensonante,
y yo, con mi sí, sonoro y presto,
anonadado, en el tuyo me perdí.
Desde entonces, la Tierra enriquecida,
bajo los nuevos cielos desplegada,
por el Espíritu de Acuario enaltecida,
entona nuevos aires celestiales,
extrañas melodías,
y bellas armonías inusuales,
que sorprenden incluso a nuestro
/genio,
en el afán de interpretarlos.
No hay batuta que marque nuestros
/pasos.
No hay tono que controle nuestro
/canto.
No hay ritmo que contenga nuestro
/aliento.
Ni tampoco enjambre de expectantes
que acomodar puedan su asiento
a su alma en vilo, estremecida
por nuestro alumbramiento.
161
50. La resurrección
Hubo una vez, por los años cincuenta, un muchachito de unos doce años, a quien
habían secuestrado de la casa de sus padres.
(O quizás, mejor podríamos decir, a quien el nido materno-paterno, había expulsado
antes de hora para que aprendiera a volar).
En cierta ocasión, allí en el lugar del desierto preparado para él, le hablaron por primera vez, –al menos por primera vez de manera seria y formal–, del amor de Dios : Que
cada uno debería considerarse hijo predilecto de un Dios que amaba a todo hombre como si
fuera único sobre la Tierra…
Pero el muchachito estaba dolido en el fondo de su corazón, no sólo por aquella expulsión prematura del hogar, sino quién sabe por qué otras experiencias no conscientemente
recordadas de sus vidas anteriores…
Así que el muchachito se decía para sí, mientras el predicador se esforzaba en hacer
comprender esa absoluta Verdad eterna del Amor universal de Dios–Padre : “Bueno, tal vez
Dios pueda amar a todos estos compañeritos míos que son mejores que yo… A mí ¿cómo
me va a poder amar ?…” (y quedaban muy en su subconsciente ciertas náuseas por su culpabilidad incipiente, cuando también empezaban a despertarse inconscientemente los ardores de una sexualidad que nunca le había sido explicada por sus padres).
Y el niño creció y creció tan inocente como había nacido y tan culpable como le
habían hecho creer otros predicadores no tan listos como aquel que aquel día les hablaba.
Y el niño se enamoró varias veces y lo pasó muy mal.
Y el niño se dijo a sí mismo que jamás, jamás, volvería a enamorarse.
Pero el hombre propone y Dios dispone.
Y dispuso Dios, que ya en la edad adulta, y cuando al niño aquel ya le habían ordenado Sacerdote sin saber nada apenas de la vida, fue enviado nada menos que a Roma, la
capital que invierte las letras del amor.
Y, de repente, se topó con un ángel del cielo, bellísimo, que le arrebató su amor,
compulsivamente, sin que el muchachito pudiera hacer nada por defenderse de aquel ataque
por sorpresa…
Luego vino o comenzó una historia que, si queréis, si os interesa saber de los caminos desconcertantes del Dios-Amor, podréis leer en los libritos de Lecheimiel, que todos
juntos se denominan como EL ARCO IRIS DE LECHEIMIEL, porque, como el Arco Iris tiene
siete colores, son siete también aquellos libritos en que no se describe otra fantasía que la
verdadera historia de un encuentro, de una muerte y de una resurrección…
Y así es como aquel muchachito que había crecido entre teologías, y que se había
ido haciendo cada vez más rebelde e independiente, que se había buscado el rechazo de la
sociedad de sus hermanos, la condena más o menos explícita de sus extrañas maneras de
pensar, la prohibición tácita o formal del derecho básico de hablar y expresarse, y que finalmente, como un mal menor había optado por retirarse él mismo voluntariamente a la
soledad tremebunda de una ermita (de las todavía disponibles dentro de su Orden, gracias a
Dios), estaba otra vez de nuevo agonizando, porque aquel encuentro primero con el amor,
162
en la Ciudad de Roma, había quedado ya sepultado entre las arenas del tiempo y de la dura
historia que le había tocado vivir.
Sólo de vez en cuando seguía soñando que un día volvería aquel hermoso ángel a
rescatarlo de su tristeza y de su dolor.
Mientras tanto aguantaba como podía en aquel destierro forzosamente amado al que
él mismo se había desterrado.
Y, el día, o mejor, la noche menos pensada, el ángel se le apareció en sueños y lo
que le reveló, nunca nadie podrá saberlo, porque es indescriptible.
Recomenzó de nuevo la vida, y la historia que se fue escribiendo a medida que se
iba viviendo.
Y así, así, habéis llegado vosotros hasta aquí. Tal vez os habéis perdido algún capítulo, pero no importa demasiado, porque en todos y en todas sus páginas se cuenta lo mismo :
Y su esencia más pura, el amor herido y resucitado, el verdadero Evangelio que no
consiste en una buena noticia, sino en una maravillosa experiencia de vida, lo tenéis resumido aquí, en esta última página de la serie de las CARTAS DESDE LA ETERNIDAD que ahora
paso a retransmitiros :
“Miércoles 5 de marzo de 2003. 8:36 AM.
A mi ángel del amor herido y resucitado : A mi Verdad más honda : A mi
rescatador providencial. A mi Dios particular : A mi bienamado sobre todas las
cosas.
Te escribo yo, pobre y feliz mortal.
Te escribo yo, tu dulce huésped.
Te escribo yo, que me perdí en tus caminos de dulzura y de luz cuando
erraba de mí mismo.
Te escribo yo, incauto pececillo que me dejé atrapar por tu hermosura
sin posible descripción.
Te escribo yo, que parecía tu hermano mayor y sentí celos de tu belleza.
Te escribo yo, que naufragaba en mi falta de autoestima y no me creía
capaz de recibir amor.
Te escribo yo, tu hermano bienaventurado que no logré saber que tú me
amabas con la misma intensidad con que yo te amaba a ti, mi fratellino.
Te escribo yo, que malversé tus cartas de amor, y te dejé morir de pena
en la cuneta de la vida.
Te escribo yo, que azoté tus espaldas en nombre de una disciplina incomprensible, a pesar de que no creía en ella.
Yo desencadené los recios vientos que azotaron el alma y desertizaron la
vida. Tu preciosa vida, amor.
163
Sólo tu grandísima paciencia y humildad, oh el más hermoso de los hombres, logró superar el bache, cuando te ofreciste al Padre que aceptaba tu vida
a cambio de la mía.
Desde tus altos vuelos.
Desde tu sabiduría precoz.
Desde tu humildad sin parangón.
Desde tu calvario de rosas, mirtos y azucenas.
Desde la horrenda cárcel en la que encerraste tu alma preciosa, más pura que los lirios. Más blanca que los nardos y azucenas. Más sencilla que las violetas del campo. Mas quieta y pacífica que las ardillas del bosque. Más espléndida que la de un niño recién nacido.
Sangrante como las rosas. Perfumada como la miel. Multicolor como el
arco iris. Sabia como las aves del cielo. Humilde como las bestias del campo.
Tú, proyección sagrada de mi yo.
Tú, mi mejor regalo.
Tú, espejo inmaculado de mis amores ideales.
Tú, mi cielo y mi tierra, y mi corona.
Tú, el libre, el desasido. El comprometido. El que vivía en este mundo sin
ser del mundo.
Tú, el que llenabas los vacíos de los demás.
Tú, el que sosegaste tu alma y dejaste todo bien dispuesto para partir
hacia reinos superiores.
Tú, el que amaste a los tuyos hasta desprenderte de ti mismo, sin que
ellos lo advirtieran.
Tú, el que te ofreciste en cuerpo y alma a la Madre Tierra y a tus amigos
que suspiraban por tu hermosura, día y noche.
Tú, el que escribiste tu póstumo testamento nombrándome heredero de
tu alma bendita.
Bendita, como tu madre Benedicta.
Tú, bambino del Bambino Gesù. Tú, amor de los amores. Tú, Fray amore
del Amor divino. Tú, rostro de mi Dios. Tú orgullo de los ángeles. Tú, el que me
esperas, preparando mi fiesta.
En fin, tú, mi compañero del alma, a quien tengo el privilegio de amar
castamente, a la vez que te deseo con todas mis fuerzas.
Ya, mi bien. No quiero revelar más secretos, porque eres mi per-don.
164
Mi reconciliación generosa, que me exime de toda culpa, en nombre del
amor más compasivo y desinteresado.
Tú, mi eternidad y mi dicha.
Tú, mi fratellino. Y mi esposo y esposa. Y mi padre y mi madre. Y mi hijito e hijita preferidos. Tú, mi hermano y hermana para siempre.
Te amo. Te amo. Te amo.”
Si la experiencia de los discípulos de Jesús, después de la muerte del Maestro, cuando el terrible amor que se había despertado en sus corazones fue capaz de hacer resucitar al
que no se había ahorrado a sí mismo las penalidades de la crucifixión ni la humillación del
sepulcro, y de hacerle asumir todos los riesgos de venir a ser bandera de división entre los
crédulos y los incrédulos…,
si la experiencia de los discípulos guarda con la de Lecheimiel profundas analogías,
de manera que se impone al corazón antes que a la mente racional…,
si la mente racional es tan insensible como para no acompañar al corazón en semejantes efluvios que emanan directamente de la fuente del Amor que es capaz de acariciar así
a sus hijos…,
si el misterio de la resurrección no es otro que el misterio de la supervivencia del
amor a todas las batallas, a todos los descréditos, a todos las profanaciones, a todos los desgastes que lleva aparejados la vida rutinaria de cada día…,
si el amor permite a alguien, en concreto a mí, espresarse como yo me expresé aquel
día en la carta que os he transmitido…,
¡…entonces sí, YO CREO EN LA RESURRECCIÓN !
165
EL MONTE DE LA ASCENSIÓN
No nos consta el nombre de la montaña desde la que se supone que Jesús Resucitado
se despidió de los suyos, masivamente convocados como correspondía al grupo de creyentes que ya iban constituyendo, todos aquellos que mediante el amor personal y comprometido habían sido capaces de creer y transmitir al mundo, con la intención de que éste también
creyera, que Jesús, aquel Jesús que oficialmente estaba muerto y bien muerto, en realidad
estaba vivo y operante en medio de ellos.
Tratando de desmitificar el supuesto hecho –que los teólogos califican de “hecho
salvífico”– de la “Ascensión”, cabe preguntarse por qué los discípulos, por medio de su
amor vivo y operante, no fueron capaces de retener a Jesús para siempre con ellos. ¿Cómo
no pudieron convencerle de que su amor le necesitaba tanto o más que el primer día, cuando
empezaba a amenazar el hecho psicológico, también humanamente comprensible, del cansancio y la frialdad de la rutina diaria que pronto se convertiría en rutina histórica ?
Por supuesto desmitificamos desde la fe.
Por eso hablamos abiertamente de amor.
Algunos teólogos, reacios a desmitificar, tal vez responderán a esa pregunta atrevida
con otro misterio aún mayor, el de la Eucaristía.
Nosotros, Lecheimiel y yo, el ermitaño, también desmitificamos la Eucaristía, siendo
muy conscientes de que no se trata de una nueva presencia, sino de un símbolo de la presencia eterna que se manifiesta en la fraternidad, fundada ésta en la conciencia cósmica de
la Unidad universal.
Otros teólogos nos recordarán las palabras evangélicas : “Os conviene que yo me vaya, si no, no vendría a vosotros el Espíritu Santo”, (citadas de memoria, más o menos).
Dicho de otra manera : Si os apegáis a mi presencia visible, –o sensible al menos para
algunos superdotados en la percepción extrasensorial–, no se hará adulta y responsable
vuestra fe.
En cambio yo, el ermitaño, abrigo el deseo de que mi fe se transmute, –sin solución
de continuidad–, en visión y posesión perpetuas, aun sin perder la calidad de la entrega del
corazón, que ha de ser renovada día a día, por lo cual merece el nombre abreviado de “fe”,
que proviene de “fidelidad”.
Claro que se supone también que la calidad de la fe que había de ser puesta otra vez a
prueba, –una y otra vez hasta la consumación de los siglos–, renovaba sus exigencias, y
también sus promesas, con vistas a los futuros discípulos, esa segunda generación que no
había tenido la dicha de ver a Jesús y conocerle personalmente.
Aún así, o precisamente por eso, era más conveniente evocarle con la nostalgia derivada del testimonio de los primeros discípulos, que sufrir el desgaste de una presencia personal directa y rutinaria.
Pero ¿podemos llamar a este ascetismo, a esta dureza de la vida sin la presencia del
amado, “el Espíritu” ?
Otra vez mi experiencia personal, analógica y extrapolada ciertamente, pero creo que
enriquecida por la bondad del Padre con la presencia fraternal de mi Angel del Amor Herido y Resucitado, Lecheimiel, me indica un camino diverso y en cierto modo contrario al
166
ascetismo de una renuncia : Yo llamo “El Espíritu”, a la prolongación de mi diálogo vivo y
de la sensibilidad creciente acerca de la amada y venerada presencia.
A un reforzamiento de nuestras relaciones.
A una creciente seguridad subjetiva que me haga innecesario, –aun cuando lo considere útil–, todo intento de confirmación “objetiva y objetivizante” de cualquier hecho que
pueda o deba ser compartido con los demás destinatarios de mi testimonio.
Quiero legar a mis destinatarios no la demostración teológica ni científica de cuanto
he vivido de cara a ellos, mientras componía estos escritos, sino precisamente la misma
confianza que me ha movido a mí a “hacer el puente”, no sólo ya entre el Cielo y la Tierra,
sino entre la presunta certeza de unos hechos más o menos constatables, y la absoluta seguridad de un amor que transciende toda eventualidad de error humano.
Aunque Lecheimiel como tal no hubiera existido jamás, o aunque la sombra de su
cancerbero se cierna sobre mis espaldas, mi corazón sabe que todo el amor de Dios recibido
a través de este canal maravilloso, ha sido y es y no puede dejar de serlo, la VERDAD
misma.
Y a esta VERDAD le llamo yo “EL ESPÍRITU”.
Naturalmente, el Espíritu no flota en el vacío, sino que rige en la Creación que gobierna y en la que se manifiesta.
Y para mí se ha manifestado en la forma tangible de un amigo delicioso que me ha
precedido y que me espera, allá arriba sentado en la gloria alcanzada mediante su merecida
ascensión a los cielos.
Un amigo al que he visto sufrir y con el que he compartido su martirio.
Un amigo que ha soñado indudablemente conmigo, y que ahora ya no sueña, porque
simplemente vive, después de haberse sometido voluntariamente al tránsito de la muerte.
Un amigo que está resucitado porque ha tenido a bien interactuar conmigo en el amor
que no puede morir.
Un amigo que me ha citado al monte de la ascensión, que no es otra cosa que la comunicación de su belleza espiritual manifestada sobre todo en la aceptación del dolor y de
la bendita muerte, lo que le hace más flexible y capaz de intercambiar amor desinteresado
conmigo.
Un amigo que no me dice : “ahora ya no me verás más”, sino “estáte preparado para
recibir cualquier día de estos la percepción clara de mi sonrisa”.
Yo creo que los evangelistas interpretaron mal la presencia de ángeles en el Monte de
la Ascensión desde el que se había despedido Jesús :
En vez de decir : “Varones de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo…” creo que
dijeron : “Subid a este Monte siempre que queráis volver a ver al Amor de vuestros amores,
a aquel que, aunque ha desaparecido momentáneamente de vuestra visión habitual os ha
capacitado para que vuestra mirada sea casi tan limpia y transparente como el aire que ahora
mismo respiráis embelesados”.
Venid a este Monte, porque el aire es tan claro y fresco que es capaz de configurar
una y otra vez la vaporosa sonrisa amada.
Ahora casi le veis. Si perseveráis en subir a este monte con frecuencia, llegará un día
en que la visión de Dios se hará tan presente como se hizo para el profeta Elías o para los
discípulos que retransmitieron la experiencia de la Transfiguración.
167
No se acaban vuestras pruebas, ni se os evita el camino del Calvario, donde cada uno
de vosotros tiene una cita con el Amor. Pero se os prepara para tener acceso libre por el
mismo camino que Jesús ha recorrido, para llegar, junto con él, a las mismas moradas eternas.
Ahora bien, a partir de ahora, Jesús, para los que no habéis conocido su rostro personal de judío de su época, tendrá para vosotros la misma cara luminosa que tiene vuestro
amado o vuestra amada, que para vosotros ha elegido la Vida.
Ahora comulgaréis con Jesús, cuando sepáis descubrir su hermosura en el rostro con
que para vosotros se ha transfigurado la Creacion.
¡Nada de ascetismos rigurosos, sino una invitación al misticismo más clarividente !
Por supuesto, Jesús estará para vosotros en el rostro del pobre, del desnudo, del hambriento, del sediento, del encarcelado, incluso de aquel que lo está por sus delitos.
No estará excluida su presencia ni siquiera en la odiada apariencia de los fanáticos y
terroristas que no piensan como vosotros y además tienen la desfachatez de quitaros a vosotros el derecho de no pensar como ellos, el derecho a la Vida.
Cuando alumbréis vuestra mirada con el amor, Jesús, que ya no se llamará precisamente con ese nombre, sino con cualquiera otro que vuestro ángel os haya revelado, Lecheimiel, por ejemplo, os hará gozar de la visión beatífica, cada vez que vengáis a este
Monte, o subáis a él con la imaginación y con la pureza del deseo.
No os dicen los ángeles, ¡hale, hale, id a trabajar !, sino ¡hola, hola, venid aquí a este
Monte del descanso y de la contemplación amorosa, cada vez que estéis cansados y agobiados por la vida sin rumbo o por el sufrimiento agotador de las bestias de carga en que la
sociedad os quiere convertir.
Venid aquí a comer y beber gratis el banquete del amor preparado para vosotros desde
la fundación del mundo.
El Espíritu os hace dignos de recibir y entender este mensaje.
Y os invita a retransmitirlo.
En nombre y memoria de Jesús, sí, porque ahora Jesús vive dentro de cada uno de vosotros.
Vosotros sois sus “especies sacramentales”, ¡que no caducarán jamás !
168
UNA PASTORA SOLA
Un pastorcico solo está penando
y bien ajena de ello es su pastora,
pues aún para ella no es la hora
de morir del dolor de estar soñando.
Que sólo por soñar en aquel día
en que juegos de amor juntos soñaron,
insiste ella en jugar, como acordaron,
sin saber que él de veras ya moría…
Tan a pecho su juego él se tomaba,
que herido del amor más se sentía
cuanto en el desamor ella fingía
que sólo por vivir así jugaba.
Mas no llora el pastor en llanto vivo,
lo que tal vez la vida le aliviara,
pues tan honda es su herida que no hay vara
que mida su dolor, ni lenitivo.
Tan triste se ha tornado ya su juego
que sólo una gran cruz para él resta
en que luego a morir el alma apresta,
donde pueda, por fin, hallar sosiego.
Y mientras la pastora todavía
sueña a solas que muere en este valle,
ahora se hallarán donde él se halle,
hasta que resucite al nuevo día.
169
INDICE DE FLORES DE PASCUA
FLORES
páginas
1. El beso .............................................................. 3
2. La guerra ........................................................
4
3. El juego.........................................................
6
4. El corazón......................................................
8
5. La esperanza.................................................
10
6. El sexo............................................................
12
7. Las lágrimas...................................................
16
8. La canción........................................................ 20
9. El puente.......................................................... 23
10. La danza.........................................................
26
11. La palabra......................................................
28
12. El diálogo.......................................................
31
13. Los niños........................................................
37
14. Las escrituras.................................................
40
15. La fuente.........................................................
43
16. El trino.............................................................
46
17. Las autopistas.................................................
50
18. El servicio........................................................
52
19. La comunión...................................................
54
20. El calendario...................................................
58
21. El espejo..........................................................
61
22. La quietud......................................................
66
23. La metamorfosis.............................................
69
24. La fundación...................................................
73
25. La resaca..........................................................
76
26. La intercesión..................................................
79
27. El fuego............................................................
82
28. La Biblia...........................................................
86
29. El misterio.......................................................
89
30. La luz...............................................................
92
31. La sonrisa........................................................
95
32. La confesión.....................................................
100
33. La salvación....................................................
103
34. La música........................................................
107
35. La fusión..........................................................
109
36. La radio............................................................
112
37. El cancerbero...................................................
115
38. La pervivencia.................................................
119
39. La redención....................................................
124
40. La asamblea.....................................................
128
41. El secreto .........................................................
131
42. La llaga.............................................................
134
43. La recreación....................................................
138
44. La respuesta ....................................................
142
45. El trovador .......................................................
145
46. La muerte .........................................................
148
47. El banquete ......................................................
152
48, El legado ..........................................................
155
49. El rizo ...............................................................
158
50. La resurrección ...............................................
162
Apéndice. El Monte de la Ascensión................
166
170