Bibliográficas - Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre el

contemporanea Historia y problemas del siglo XX | Año 3, Volumen 3, 2012, ISSN: 1688-7638
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Bibliográficas
La República Batllista. Gerardo Caetano.
Montevideo: ebo, 2011, 326 pp.
La República Batllista es la última publicación
de Gerardo Caetano, la primera de una saga de tres
volúmenes que son la expresión pública del trabajo incorporado en su tesis doctoral denominada
“Modelos y prácticas de la ciudadanía en Uruguay”,
que aparecen aquí presentados como colección con
el título de “Ciudadanía, republicanismo y liberalismo en Uruguay (1910-1933)”. Se presenta como
un libro que pretende establecer un hito o agregar
una nueva mirada a las líneas de reflexión que le
anteceden, sobre un período de la historia que es,
para la mayoría de los historiadores, determinante
en la conformación de la matriz cultural y política
de los uruguayos.
Resulta insoslayable tener en cuenta la trayectoria académica del autor, ya que explica mucho sobre
el contenido de la obra y el impacto que provoca
en el debate sobre la historia de las ideas. Los temas de investigación de Gerardo Caetano han sido
amplísimos, pero muchos refieren directa o indirectamente a este período de la historia uruguaya, que
al igual que a la mayoría de los investigadores sociales terminó por atraparlo por su magnetismo y que,
bien o mal, es denominado batllista.
De tal forma, La República Batllista no es el
resultado de una investigación más, sino que es la
tercera parte de una síntesis, ajustada por nuevos
aportes de muchos años de investigación y docencia
practicadas por su autor, que se pueden observar reflejados en una gran cantidad de fragmentos y citas
del libro.
En las tres partes en que se desarrolla el libro
se puede encontrar una rica dialéctica con hallazgos o confirmaciones que conforman un vigoroso
equilibrio entre las novedades y las inercias de su
pensamiento. La primera se llama “Republicanismo,
política y nación”, en la que, a lo largo de sus cinco capítulos, cabe destacar una profunda revisión
de la mirada historiográfica tradicional que incorpora los aportes que ofrecen las herramientas
analíticas de los desarrollos recientes de la Teoría
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Democrática, en particular, la aparición de definiciones mucho más precisas del significado y alcance
de las tradiciones políticas liberales y republicanas
en el pensamiento y en la acción de las sociedades
contemporáneas, con el impacto que generan en
la conformación de sistemas de valores y reglas de
convivencia en los pueblos.
Colocados como una lupa sobre el tapiz variopinto de la generación del 900, modifican el paisaje
que estábamos acostumbrados a mirar. La comparación del pensamiento batllista con los presupuestos
de un republicanismo radical permiten observar
una asombrosa similitud, encajando dichos supuestos teóricos a la contingencia histórica del período,
como si fuera un puzzle prediseñado y en donde las
piezas calzan con particular facilidad. Posiblemente
la aplicación de una matriz como la reseñada por el
autor en los teóricos del republicanismo, habilite a
una revisión de la interpretación tradicional de los
avatares y la fundamentación de las acciones políticas de los protagonistas, modificando los roles y
la valoración de las influencias en el pensamiento
de la época. Instituciones como los instrumentos
de democracia directa, el mandato imperativo de
los partidos políticos y otros, van construyendo el
sostén de las hipótesis propuestas por el autor. En
los capítulos iv y v se desarrolla la idea de que la
primacía de lo público por sobre lo privado en el
discurso político no es solamente un debate entre
élites dirigentes, sino que constituye una pieza más
en la conformación de una cultura cívica, basada en
el compromiso y la integración de los ciudadanos al
proyecto de país que se ponía en juego, impulsado
fundamentalmente por los partidos políticos; del
mismo modo, identificados los principios republicanos como fuertemente explicativos del pensamiento
del batllismo, también arroja luz sobre la alteridad
de la tradición liberal mayormente presente en
los diferentes grupos de oposición, proponiendo
el autor la presencia de una lógica dialéctica de la
actividad política, sin hegemonías ni preeminencias, en donde la síntesis se constituye en algo así
como la conformación de una cultura que denomina
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“republicanismo liberal”, visualizada claramente en
los años del Centenario.
La lucha de ideas tamizadas por los nuevos
aportes de la Teoría Democrática recoge también
sustantivos cambios en la interpretación de los debates civiles y, en particular, los que refieren a la
demanda de una moralidad social basada en los presupuestos del republicanismo radical y fuertemente
resistida por los cultores de una sensibilidad liberal.
Esta tensión que se desarrolla a lo largo de la segunda parte, denominada “Los pleitos por la moral”,
incorporan un más que interesante insumo para
rastrear la conformación de aquella cultura republicana liberal en los ciudadanos de a pie. Los debates
sobre la religiosidad, la laicidad de la educación y
la promoción de “valores del nuevo civismo” que se
presentan en los respectivos capítulos, conformaron
los ejes en los que se formateó la identidad social y
por donde pasaban los anhelos y los rasgos de la autoestima en los uruguayos del Centenario. Es dable
destacar, también, que la lucha por la moral adquiere en este relato una centralidad que se corresponde
con las exigencias propias de un republicanismo
demandante de un comportamiento virtuoso del
conjunto de los ciudadanos. Eso explica, en parte,
porqué insumieron para los dirigentes de la época
tantos debates y tanta dedicación, que resultan bastante inusuales a partir de los estudios comparados
de las experiencias regionales.
Finalmente, Gerardo Caetano agrega a modo
de “espejo” una tercera parte con testimonios que
denomina “Protagonistas y visiones”. El valor de estos testimonios ilustra en los años del Centenario, el
clima y las principales tendencias políticas descritas
por José Vasconcelos y Rosita Forbes. Cierra el libro
un anexo documental en donde el autor incluye un
soberbio catálogo ontológico de la Inspección de
Secundaria de 1930, donde el “deber ser” se expresa
en un conjunto de principios y valores a ser cultivados por los estudiantes y que pautan los fundamentos
morales en los que se apoyó el imaginario de la época, pero, especialmente, se expresan allí las esperanzas
que aquella generación depositaba en los jóvenes para
proyectar al futuro un estilo de vida que se autopercibía como propio de una sociedad modelo.
Esta publicación que resulta, desde todas las
perspectivas, recomendable, se incorpora a las
nuevas corrientes de historia de las ideas que encuentran mayores elementos en común en el debate
dialéctico entre el liberalismo y el republicanismo
de las matrices fundacionales políticas, reduciendo los análisis parroquiales y habilitando a una
mejor comprensión de la contingencia histórica
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de las sociedades humanas. Siempre dentro de la
excelencia y en un marco de importantes aportes
académicos, se podrían observar algunos detalles
menores que no resultan tan significativos para los
contenidos del libro, como una exacerbada mención al mayor o menor grado de centralidad que
tuvo José Batlle y Ordóñez en la actividad política del período de estudio, en un aparente intento
de desmarcarse de cualquier relato funcional de los
partidos. En particular, nos hubiera gustado conocer
una mayor profundización de la organización y de
los debates al interior de los partidos políticos que
se instalaron en la centralidad del sistema político,
lo que iría en línea a la idea muy consensuada de la
“partidocracia” uruguaya, desarrollada por el propio
Gerardo Caetano junto a José Rilla y Romeo Pérez
en anteriores trabajos. Seguramente encontraremos
pistas en las futuras publicaciones prometidas por
el autor, en el desarrollo de éstos y otros elementos
claves del desenvolvimiento político y social de las
primeras décadas del siglo xx.
Eduardo Alonso
Instituto de Ciencia Política/Facultad de
Ciencias Sociales/Universidad de la República
Mujeres Montoneras. Una historia de
la Agrupación Evita, 1973-1974. Karin
Grammático. Buenos Aires: Ediciones
Luxemburg, 2011, 130 pp.
Este libro instala desde su tapa –que simula
una pintada con rojo sangre sobre fondo negro– las
claves de época que singularizaron a los tempranos
años setenta en la Argentina. Lo hace a partir de la
reconstrucción de la Agrupación Evita, la organización de masas dirigida a las mujeres de Montoneros.
La decisión resulta una inmejorable apuesta para
problematizar y complejizar el período comprendido entre la victoria peronista de marzo de 1973
y setiembre de 1974, cuando Montoneros decidió
pasar a la clandestinidad. Este lapso constituye un
vertiginoso y crucial momento histórico definido
por la radicalización y la polarización política, pero
cuya comprensión se enriquece, como han propuesto recientes análisis, al ponerla en relación con las
potentísimas mutaciones económicas, sociales y culturales que vivía la sociedad argentina. Justamente,
uno de los más ricos aportes de este libro es dar
cuenta de ambos niveles: está centrado en lo político
y, al mismo tiempo, es capaz de iluminar, a partir de
la indagación en la condición femenina, esas transformaciones de más larga duración.
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Mujeres Montoneras articula la historia reciente
y los estudios feministas y de género; con ello, se
instala en dos campos que en forma simultánea, al
calor de las preocupaciones sociales y políticas de
la actualidad, se encuentran en rápida y dinámica
expansión en la agenda historiográfica argentina.
Ambos enfoques desafían ciertos supuestos de la
propia disciplina (sus formas de construir el conocimiento legítimo, de definir los tiempos y los
sujetos históricos y las preguntas de investigación)
lo que resulta aún más pronunciado al conectarse entre sí. En ese sentido, el libro es un valioso
fruto de los esfuerzos colectivos –expresados en
Jornadas y compilaciones– que alentaron este cruce
y que han tenido a la autora de este libro entre sus
protagonistas.
En su obra, Karin Grammático se pregunta qué
papel tuvo la Agrupación Evita para Montoneros y
qué significación tuvo para las mujeres. Esta interrogante se inserta en una problemática más amplia:
entender las disonancias entre la vanguardia política y el movimiento feminista en la Argentina de
los años setenta. La autora coloca su análisis de la
Agrupación en el corazón de los enfrentamientos
y las estrategias políticas de Montoneros, la derecha peronista y el propio Juan Domingo Perón. Y
luego recorre el camino inverso: analiza el carácter
político de la experiencia colectiva de las mujeres en
términos de las estructuras de poder dentro y fuera
de la organización armada. Este recorrido de ida y
vuelta le permite moverse por diferentes niveles –
el peronismo, Montoneros, la cultura militante, la
condición femenina– lo cual constituye una perspectiva especialmente renovadora porque no sólo
entrelaza dichas dimensiones sino que aborda algunas que aún han sido escasamente transitadas como
son los “frentes de masas” y la experiencia de los sujetos que acompañaron a la organización armada sin
estar encuadrados formalmente en ella.
El libro está organizado en cuatro capítulos. El
primero reconstruye la formación de la Agrupación
Evita en un riquísimo análisis de la coyuntura política y la interna peronista en 1973. La autora explica
que su creación se enmarcó en la lucha por la hegemonía de la Rama Femenina que integraba, según la
carta orgánica, el Consejo Superior del Peronismo.
En términos más amplios, la Agrupación tenía el
objetivo de disputarle a la derecha peronista el encuadramiento de las mujeres dentro del peronismo
en el contexto del regreso de Juan Domingo Perón
a la Argentina.
El segundo y tercer capítulo, los centrales,
hacen eje en la organización y las características
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de la Agrupación Evita. El segundo aborda la estructura interna y su relación con la dirección de
Montoneros, también analiza las principales líneas
de acción, los discursos sobre la condición femenina
de la Agrupación en el contexto de los discursos del
peronismo y la trayectoria de sus dirigentes. Este
análisis revela que la Agrupación capitalizó la militancia previa de las militantes y las mujeres de base y
la propia tradición peronista que se remontaba a Eva
Perón y al primer peronismo, que había incorporado
a las mujeres como sujetos políticos en función de su
condición de esposas y madres. También descubre el
rechazo que inicialmente ganó a las dirigentes que
habían sido destinadas al trabajo con la Agrupación,
incluso, algunas lo concibieron como un castigo que
las apartaba de lo que consideraban las “verdaderas”
tareas de la lucha revolucionaria.
El tercer capítulo profundiza el análisis de las
acciones y los aprendizajes políticos de las militantes. Colocando el foco sobre las relaciones entre las
militantes montoneras de clase media y las mujeres de los sectores populares, la investigación
sugiere que la Agrupación asumió discursos que
reafirmaban la división sexual del trabajo pero que,
paradójicamente, al hacerlo condujo a las mujeres de
los barrios fuera del ámbito hogareño al introducirlas en la organización colectiva de sus necesidades.
Simultáneamente, esas experiencias les permitieron
a las dirigentes descubrir las connotaciones políticas
que asumían lo cotidiano y lo doméstico. En definitiva, que lo personal era político.
El último capítulo coloca nuevamente en el
centro el escenario político y la interna peronista para explicar la disolución de la Agrupación
en el marco del pasaje a la clandestinidad de
Montoneros. En ese contexto, según explica la
autora, la conducción congeló las actividades del
frente de mujeres y derivó sus dirigentes hacia otros
espacios y responsabilidades. La reconstrucción explora los efectos que tuvo la medida entre quienes
militaban en las organizaciones sociales y se detiene en las incertidumbres y disidencias que provocó
entre las dirigentes. Finalmente, reconstruye la significación retrospectiva que tuvo esa breve e intensa
experiencia de la Agrupación en la percepción de la
condición femenina de aquellas dirigentes que sobrevivieron al terrorismo de Estado. En ese sentido,
revela que para muchas de ellas fue un aprendizaje
que las llevó, luego, a la militancia política feminista.
En su conjunto, el libro nutre la comprensión
de los setenta en distintos niveles. Por un lado, es un
importante aporte al conocimiento de la izquierda
armada y, obviamente, al de Montoneros y lo hace
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en función de una problemática aún poco explorada
como son las organizaciones de base y la condición
femenina. Por el otro, constituye una interesantísima contribución a pensar el lugar de las mujeres
dentro de las organizaciones armadas, la experiencia
de las militantes y sus interacciones con las mujeres
de los sectores populares a las que se proponían organizar. En los dos planos resulta de especial interés
su examen de las estrategias, los discursos y las acciones políticas y su contraste con las percepciones
de los sujetos que las pergeñaban y las sostenían.
La investigación –realizada en el marco de
su maestría en el Programa de Historia de la
Universidad de San Andrés en Argentina– está
basada en testimonios orales y fuentes escritas
convencionales que, paradójicamente, resultan marginales en muchas investigaciones que se preocupan
por la experiencia y la subjetividad durante este
período. Con estos materiales, la autora logró una
reconstrucción plena en detalles que ha exigido un
trabajo de orfebre, sutil, rico y atento. Escrito con
una prosa clara y amena, Grammático coloca cada
argumento en un entramado complejo que no elude
internarse en las contradicciones que signó la experiencia de la Agrupación Evita. El resultado es
una narración que atrapa con cuotas parejas de descripción y de interpretación. Es, también, un libro
cuidado que nos permite internarnos a nosotros,
lectores, en un mundo próximo –que aún imanta
nuestro presente– pero que, también, nos permitirá
observar con una mirada extrañada.
Isabella Cosse
conicet-uba
Paulo Freire and the Cold War Politics of
Literacy. Andrew J. Kirkendall. Chapel Hill:
The University of North Carolina Press,
2010, 246 pp.
El libro es el resultado de una investigación rigurosa que ofrece una clave de lectura del trabajo
de Paulo Freire tan prometida como poco explorada. El autor ubica la obra del pedagogo brasilero
en el contexto político más amplio vinculado con el
interés de las políticas de alfabetización durante la
Guerra Fría. En este contexto se produce a escala
planetaria una confrontación entre diferentes modelos de desarrollo y la alfabetización se convierte
en subsidiaria de alguna de las fuerzas en conflicto.
A partir de estos supuestos comienza a desentrañar
el proceso de conversión de Freire en un actor político a escala global.
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Empieza con el análisis del inicio de la actividad
pedagógica hacia los ‘60 en Brasil, con el gobierno
de Goulart. La contratación de Freire al frente del
Ministerio de Educación en Brasil tiene que ver
con la centralidad que adquiere el analfabetismo.
En 1962, en el marco de la Alianza para el Progreso,
hubo un acuerdo especial entre Estados Unidos y
Brasil que, como manifiesta Kennedy en una carta
al presidente Goulart, “prometía cambiar el rostro
del Nordeste”. Parte del atractivo del método de
Freire era la promesa de resolver en cuarenta días
la cuestión del analfabetismo; esta consideración,
según el autor, no tomó en cuenta el potencial subversivo de la propuesta.
El autor logra desentrañar la complejidad del
escenario en que Freire actuó, recibiendo críticas
cruzadas: por un lado, desde la izquierda había
quienes desaprobaban su programa por el tener financiación de usa; por otro, la derecha lo acusaba
de pretender “cubanizar Brasil”. Creció la oposición
al programa de alfabetización de Freire, retirando
finalmente usa el apoyo a la campaña.
El libro muestra que la posición de Freire en
este contexto de polarización política no es clara:
él decía no querer que su campaña sirviera a fines
ideológicos, aunque de hecho no se podía negar que
“la toma de conciencia” de los campesinos llevaría
a la adopción de una cierta posición ideológica. A
pesar de las contradicciones del gobierno, en marzo
de 1964 Goulart propuso otorgar a los analfabetos
el derecho al voto. Esto precipitó de alguna manera
el golpe militar.
El exilio para Freire significó mucho dolor,
pero también nuevas oportunidades que lo harían
una figura de relevancia internacional, según el autor. La experiencia de Freire en Chile se inicia en
1964 y fue el primer paso en este proceso. No obstante, dicha experiencia no se va a desarrollar sin
contradicciones.
Freire trabajó cuatro años en Chile entrenando
en métodos de alfabetización en los asentamientos
(tierras expropiadas) en el marco de una reforma
agraria. Una discusión político-metodológica atravesó el desarrollo de la campaña de alfabetización
llevada adelante por el gobierno de Frei, ligada a
una rémora de la cultura agraria: cómo enfrentar
el paternalismo en las relaciones cotidianas de los
campesinos. Esto derivó en una confrontación entre
el jefe de la campaña y Freire, quien creía que los
alfabetizadores no debían ser agrónomos o profesionales, sino que debían ser los propios campesinos
auto-organizados.
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Una nueva etapa se abrió para Freire entre 1969
y 1980 cuando comenzó a trabajar para el Consejo
Mundial de Iglesias: se transformó en un actor político a escala mundial, “un representante del tercer
mundo”.
Sus ideas se difundieron en este período, pero,
según el autor, se produjo un cambio de dirección
política en su aplicación: mientras en los periodos anteriores trabajó en el marco de democracias
multipartidarias en este período trabajó fundamentalmente para estados unipartidarios.
Durante su estadía en Ginebra Freire creó el
Instituto de Acción Cultural (idac) a través del cual
difundió y puso a prueba sus ideas. Un análisis tan
documentado como interesante es el que ofrece el
autor acerca de las experiencias con campañas de
alfabetización en las cuales Freire participó durante este período: las campañas en Guinea Bisseau y
Sao Tomé. Luego de analizar las particularidades de
la implementación de las campañas en estos países
recientemente descolonizados del África, el autor
pone en evidencia las contradicciones de la aplicación del método freiriano y de los límites al mismo
impuestos por las condiciones políticas en que se
desarrollaban, en particular por los compromisos
que implicaba desarrollar la lucha por la alfabetización como conciencia crítica en “estados de partido
único”.
La última y la mayor campaña de alfabetización en que Freire participó mientras estuvo en
el Consejo Mundial de Iglesias fue en Nicaragua,
después del derrocamiento de Somoza. Según el
autor, ningún programa reflejaba mejor el espíritu
utopista de la revolución que la “Cruzada por la alfabetización”, la cual pretendía abarcar al 75% de la
población analfabeta del campo.
La campaña se desarrolló de marzo a octubre de
1980, aunque la presencia de Freire fue tan solo una
visita de nueve días en octubre de 1979. La campaña sandinista, en lugar de incluir como palabras
generativas las de los campesinos, utilizaba consignas revolucionarias. Para algunos de los actores, la
campaña apuntaba a “reprogramar la mentalidad
de los nicaragüenses”, como una condición para la
modernización de la economía. Esto despertó las
críticas de los freirianos, aunque no de Freire, quien
se vio profundamente impresionado por la revolución sandinista.
Nuevamente, el autor muestra la complejidad de las políticas de la alfabetización durante la
Guerra Fría. La participación de Cuba fue central
para el desarrollo de la campaña. Por otro lado,
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paradójicamente ningún país aportó más recursos a
la campaña que Estados Unidos. Aunque la administración Carter había intentado impedir que los
sandinistas ascendieran al poder, su principal objetivo era evitar que se convirtiera a Nicaragua en una
nueva Cuba.
La campaña no logró sostenerse en el tiempo y
el autor especula con la posibilidad de que si esto
hubiera ocurrido, habría permitido desarrollar una
democracia más profunda. Sumado a esta debilidad,
la existencia de un partido único que no promovió
una nueva generación de líderes democráticos parece
explicar algunas de las razones por las cuales el proyecto sandinista no logró consolidarse en el poder.
Freire evitó las definiciones partidarias durante
toda su vida. Sin embargo, en 1980 después de su
retorno a Brasil, participó en la fundación del pt.
Este partido reivindicó a la democracia como una
conquista universal de la clase trabajadora: “Los
trabajadores no serían más llamados a votar, ahora
podían ser candidatos”. Para Freire el pt era un educador popular de masas; el partido tenía que formar a
sus propios militantes y además ser crítico con los sistemas educativos imperantes. La educación se volvió
así un asunto central en las campañas del pt.
Erundina, candidata del pt victoriosa en las
elecciones en San Pablo, quien había trabajado en las
primeras campañas de alfabetización con Freire, lo
propuso como Secretario de Educación. Desde este
cargo, Freire lanzó una nueva campaña de alfabetización. El autor plantea que en esta oportunidad,
paradójicamente, Freire logró una mayor coherencia
con su concepción de la alfabetización como lectura problematizadora de la realidad. En ese contexto
analiza las causas que habrían permitido a Freire
esta oportunidad: el contexto político multipartidario de Brasil y la finalización de la Guerra Fría.
Según el autor, a pesar de la fuerte influencia
del legado freiriano en la actualidad, la alfabetización hoy no reviste el mismo interés político que
durante la Guerra Fría. La influencia de ese contexto político hacía que la preocupación por el control
ideológico del enemigo colocara a la alfabetización
en el ojo de la tormenta. De ahí la centralidad que
adquirieron las políticas de alfabetización durante
este período, incluida la figura de Freire. Nos atrevemos a plantear que esta investigación va a marcar un
antes y un después en los estudios freirianos.
Mercedes Couchet
Antonio Romano
Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación/Universidad de la República
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Dignifying Argentina. Peronism, Citizenship
and Mass Consumption. Eduardo Elena.
Pittsburgh: University of Pittsburgh Press,
2011, 332 pp.
En un artículo publicado en la revista Historia
Nº48 (2003), Juan Manuel Palacio llamaba la
atención sobre la ausencia de estudios sobre el
peronismo en la producción historiográfica de la
“reacción profesionalista”, surgida a partir de la
vuelta de la democracia en Argentina. A partir de
entonces la hegemonía del kirchnerismo renovó el
interés, tanto en Argentina como en otros países,
sobre ese período tan fundamental en la historia
argentina. Una vertiente muy sugerente de esos
trabajos retomó la senda de Daniel James, quien
con Resistencia e Integración (1988) propuso explorar las complejas relaciones entre cultura y política
como forma privilegiada para comprender al peronismo. Al poner bajo la lupa la cultura popular,
esta perspectiva se distanció de las interpretaciones revisionistas que concebían las relaciones entre
Estado y sociedad como dominantes y dominados, al considerar estas esferas como mutuamente
constitutivas. Este libro inaugura una nueva matriz de dicha vertiente, la del consumo: Dignifying
Argentina es una historia cultural del consumo que
explora las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad para argumentar que durante el
peronismo se reformuló la noción de ciudadanía,
desplazándola del viejo paradigma liberal para
aproximarla a la integración de los sectores populares en la sociedad de consumo masivo.
En los primeros dos capítulos, Elena rastrea la
base ideológica de las políticas redistributivas del
peronismo explorando las representaciones sobre
consumo masivo que circularon en el periodo entreguerras. El autor muestra cómo, hacia fines de
la década del ‘30, intelectuales de diversas disciplinas y vertientes políticas se hicieron eco de las
profundas desigualdades en el poder adquisitivo
de la población, poniendo en cuestión los alcances del ideal moderno y democrático y acordando
que el consumo doméstico debía ocupar un lugar
predominante en la agenda pública. Si bien el imaginario colectivo identificaba el consumo como un
asunto privado que requería más un compromiso
moral por parte de los sectores propietarios que
regulaciones estatales, ciertas nociones esenciales
de los estudios sobre el consumo –como “nivel
de vida”– se hicieron de uso común hacia principios de los años ‘40. Esto permitió profundizar el
debate público sobre las relaciones entre Estado,
mercado y ciudadanía, lo que a su vez contribuyó
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a legitimar la intervención pública en una esfera
hasta entonces restringida al mundo de lo privado.
El discurso de los intelectuales comenzó a filtrarse
en los debates sobre la economía nacional y a partir
del golpe del ‘43 la elite política –con Perón como
principal impulsor– comenzó a ejecutar políticas
combinando las ideas locales con los modelos de
Estado de Bienestar de otras latitudes con el fin de
incorporar plenamente a los sectores populares en
la sociedad de consumo moderna. Estas medidas,
cuyos ejes fueron la promoción de aumentos en el
poder adquisitivo de los sectores populares, la expansión de los servicios sociales brindados por el
Estado y la creación de nuevas alternativas de consumo popular que operaran por fuera de las fuerzas
del mercado, recibieron un renovado impulso a
partir del arribo de Perón a la Presidencia. Según
Elena, estas políticas rompieron con la hegemonía de la tradición liberal ampliando la noción de
ciudadanía hacia el derecho de los trabajadores a
satisfacer sus aspiraciones materiales, lo que legitimó con más fuerza la intervención del Estado en
el mercado.
En el tercer capítulo, el autor pone en cuestión
las auto-representaciones míticas del peronismo al
explorar la problemática implementación de las políticas redistributivas y de expansión del consumo.
La creciente inflación que afectó los salarios reales
hacia fines de la década del ‘40 presentó al gobierno
un doble desafío: por un lado, debió minimizar las
reacciones de los sectores propietarios ante el control de precios que se llevó a cabo por esos años, por
el otro, debió continuar satisfaciendo las expectativas de “vida digna” de los sectores populares que
ellos mismos habían creado. El gobierno afrontó
este desafío con éxito, logrando fortalecer los lazos
con los sectores populares y junto al férreo control
de precios, que restringió los derechos civiles de los
sectores propietarios, montó un también férreo aparato propagandístico que definía esta medida como
una cruzada contra los “enemigos económicos de
la nación”, una noción que le permitía englobar a
todos los sectores propietarios no alineados con el
peronismo. De esta manera, Elena argumenta que
estas medidas y la forma en que fueron presentadas contribuyeron a reforzar identidades políticas
y lazos de lealtad entre Perón y los consumidores
populares.
Como se muestra en el cuarto capítulo, las representaciones de “vida digna” producida por los
líderes y propagandistas del peronismo se ajustaron
a los modelos culturales definidos por las fuerzas
del mercado. Estas representaciones reproducían
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las normas de género y las jerarquías del gusto
propias de los sectores medios urbanos; para los
sectores populares, este ideal generaba expectativas
que no siempre podían cumplirse, así lo muestra
Elena en el sexto capítulo a través de uno de los
más valiosos descubrimientos archivísticos del libro: la cuantiosa correspondencia que arribó a las
oficinas del Ministerio de Asuntos Técnicos durante una campaña que lanzó el gobierno en vísperas
de las elecciones de 1952 bajo el slogan “Perón
quiere saber lo que el pueblo quiere”. Lejos de la
imagen armónica y homogénea que difundieron
los propagandistas oficiales sobre la política social
del peronismo, lo que muestran estas cartas es la
diversidad de estrategias que utilizaron los sectores subalternos para expresar simultáneamente sus
demandas insatisfechas de “vida digna” y cumplir
con las expectativas que las autoridades tenían sobre
ellos. Si bien reclamaban su derecho a satisfacer sus
necesidades materiales, a la vez expresaban sus deseos de colaborar con sus líderes, identificaban como
enemigos a quienes estaban por fuera del peronismo
y creían en la capacidad del Estado de satisfacer sus
demandas. Es decir que, si bien la campaña “Perón
quiere saber lo que el pueblo quiere” tuvo poca repercusión en el diseño de las políticas públicas del
segundo gobierno de Perón, ésta sirvió para renovar
los lazos de solidaridad y lealtad. Como resultado,
argumenta Elena, lejos de ponerlo en cuestión, la
participación de los sectores subalternos en esta
campaña fue funcional a las intenciones hegemónicas del peronismo, pues canalizó las demandas
populares hacia su propio fortalecimiento. Por otro
lado, el análisis de Elena sobre esta correspondencia
permite matizar los retratos que ponen de relieve
los rasgos autoritarios del peronismo: para el autor,
las cartas revelan una continuidad en el desarrollo
de prácticas ciudadanas autónomas que utilizan los
recursos del Estado para sus propios fines. El éxito
de la campaña, argumenta Elena, no fue mérito del
gobierno sino de la persistencia de una vieja tradición de compromiso ciudadano con la comunidad y
con el Estado.
Como muestran el quinto y el séptimo capítulo, durante el segundo gobierno de Perón uno de
los desafíos centrales del gobierno fue promover
un consumo moderado, disciplinado y culto, frente a un electorado que esperaba una expansión de
las políticas redistributivas. En el nuevo marco, la
austeridad y la productividad fueron presentadas
como formas patrióticas de colaborar con el futuro
de la nación. Nuevamente, el gobierno logró articular la política económica hacia sus fines sin perder
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el apoyo popular. Las restricciones en el consumo
hicieron que los sectores populares se volcaran masivamente hacia alternativas por fuera del mercado
que proponía el peronismo –como las proveedurías
de la Fundación Eva Perón– para satisfacer sus necesidades materiales. De esta manera, según Elena,
no fue la contracción de la economía sino la expansión de la movilización masiva y el avance de
la censura los que agravaron los conflictos con una
amplia coalición opositora, lo que provocó el golpe
de Estado que puso fin al gobierno de Perón.
Uno de los aspectos más interesantes de este libro es cómo el autor reconcilia dos interpretaciones
enfrentadas del período. Elena apoya la perspectiva
–que tuvo amplio consenso durante los años ‘80–
que coloca al peronismo en un marco histórico más
amplio. Desde esta perspectiva, el apoyo a Perón se
originó en formas previas de asociación, participación y autoidentificación de los sectores populares.
La intervención estatal en la economía y las políticas redistributivas fueron concebidas y diseñadas
localmente y en otras latitudes con anterioridad
al surgimiento del peronismo. Otros trabajos más
recientes sostuvieron que el peronismo reforzó las
convenciones de género y de gusto prevalecientes
en la etapa previa. Sobre estos aspectos, Elena también arroja luz, sin embargo, este libro está lejos de
subestimar los aspectos rupturistas del peronismo,
por el contrario, como vimos, uno de los argumentos centrales del libro destaca las transformaciones
que introdujo el peronismo en la política nacional al
colocar la noción de ciudadanía por fuera del molde
liberal. Aunque en menor medida, otro aspecto que
Elena pone de relieve es la importancia que tuvo el
movimiento en torno a la definición de identidades colectivas a través de movilizaciones masivas sin
precedentes.
Argumentado sobre una sólida base empírica,
este libro vuelve desde una nueva perspectiva sobre
algunos de los tópicos clásicos en relación al peronismo, a la vez que sugiere nuevas preguntas sobre la
aún prácticamente inexplorada historia del consumo en América Latina. Dignifying Argentina es un
análisis complejo, interesante y, sin duda, destinado
a ocupar un lugar central en la historiografía sobre
uno de los períodos más intrigantes y recorridos de
la historia argentina y latinoamericana.
Mateo García Haymes
Universidad de San Andrés / Universidad
Nacional de Quilmes/conicet
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304 | Bibliográficas
contemporanea
Luchas contra la impunidad. Uruguay
1985-2011. Gabriela Fried y Francesca
Lessa (Compiladoras) Montevideo: Trilce,
2011, 223 pp.
Este libro es el resultado de las reflexiones
iniciadas en junio de 2010 durante las “Jornadas
de Políticas Públicas de Derechos Humanos en
Uruguay” realizadas en la Facultad de Psicología de
la Universidad de la República. Las compiladoras,
Gabriela Fried y Francesca Lessa, reunieron en la
obra dieciocho contribuciones, uruguayas y extranjeras, acerca de los alcances y desafíos de veinticinco
años de lucha contra la impunidad.
La riqueza del libro se debe a un cruce de miradas
entre la academia y la acción. Los aportes de investigadores destacados establecen un diálogo entre las
diversas ramas de las ciencias humanas: la ciencia política ( Jo Marie Burt, Constanza Moreira, Elin Skaar),
la sociología (Gabriela Fried), la historia del pasado reciente (Carlos Demasi, Óscar Destouet, Marisa Ruiz),
la psicología social (Raquel Lubartowski Nogara), el
derecho nacional e internacional (Felipe Michelini),
las relaciones internacionales (Francesca Lessa) y la
arqueología (Octavio Nadal). Algunos de ellos, siendo también actores importantes de las luchas a favor
de los derechos humanos, enriquecen sus análisis con
su testimonio. Estos “especialistas militantes” logran
combinar la experticia técnica con la sensibilidad y la
ética desarrollada en la adversidad. Es el caso del periodista Roger Rodríguez, los abogados María del Pilar
Elhordoy Arregui, Ariela Peralta, Pablo Chargoñia y
Walter de León Orpi, la fiscal Mirtha Guianze, los
políticos Constanza Moreira y Felipe Michelini, la
vicepresidenta de Amnistía Internacional Uruguay
Marisa Ruiz y el sindicalista Raúl Olivera (pit-cnt).
El momento de redacción de los artículos coincide con los intentos parlamentarios de derogación
de la Ley de Caducidad. Si bien la mayoría de las
intervenciones no incluyen este hecho en la discusión, los dos primeros artículos integran sus aportes
al debate. En el primero de ellos, “El impulso y su
freno”, Moreira presenta de forma original el hilo
conductor del libro en el que retoma la problemática desarrollada por Carlos Real de Azúa sobre
el batllismo para analizar los altibajos de la lucha
contra la impunidad, luego el libro se divide en dos
partes: “Las luchas contra la impunidad. Del Voto
Verde al Sí rosado” y “Las luchas por el derecho a
la Justicia”, en el que analiza específicamente la dimensión jurídica.
Se reconocen a lo largo de la obra cuatro líneas principales de investigación que pueden servir
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de guía al debate político y científico. La primera
tiene que ver con las múltiples dimensiones de la
impunidad. Obviamente, el objeto que focaliza la
atención de las luchas es la “Ley de Caducidad de
la Pretensión Punitiva del Estado” aprobada el 22 de
diciembre de 1986. Esta ley encarna la denominada
impunidad penal y establece la lucha por la justicia
como su antagónico. La historia de los combates
jurídicos se encuentra minuciosamente relatada por
Guianze, Chargoñia y De León Orpi; con este
propósito, retoman los casos más emblemáticos:
Bordaberry y Blanco, la decisión de inconstitucionalidad de la Ley Nº15.848 de la Corte Suprema
de Justicia en 2009 (Caso Sabalsagaray), el fallo de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos
en 2011 (caso Gelman vs Uruguay). Sin embargo,
las intervenciones hacen hincapié en la necesidad
de trascender el nivel jurídico e incluir la discusión
sobre la impunidad moral, es decir, la cultura de la
impunidad que intenta naturalizar la denegación de
justicia. Los autores recalcan la existencia de un pacto de silencio, de una “omertà” (Alejandro Artucio)
e incluso de un “compromiso mafioso” (Michelini).
La segunda línea corresponde al análisis de las
raíces de la cultura de impunidad que han obstaculizado las luchas, aspecto que constituye el mayor
aporte del libro.
Demasi, en su búsqueda de raíces “profundas”,
describe la ausencia de cultura de derechos humanos en el país desde la primera Constitución de
1830. Para ejemplificarla muestra la difícil aceptación por parte de los militantes de izquierda de su
nuevo estatus de víctimas de violaciones de los derechos humanos, ya que ellos siguen reivindicando su
condición de combatientes. Por otra parte, tanto la
“partidocracia uruguaya” como la participación del
Frente Amplio en las negociaciones del Club Naval,
son vistos como elementos claves en la legitimación
posterior de la impunidad.
Los autores son invitados a comparar y explicar
los dos fracasos en el uso de la democracia directa
contra la Ley de Caducidad. Rodríguez lo resume
así: “Si el «Voto Verde» fue el plebiscito del miedo,
el «voto rosado» fue el de la apatía de los dirigentes
políticos”. Varios artículos demuestran las contradicciones internas de los argumentos recurrentes a
favor de la impunidad: la “teoría de los dos demonios”, el espíritu revanchista de los impulsores de las
consultas, el riesgo de desestabilización democrática, la indiferencia de la opinión pública que no es ni
víctima ni victimaria. Moreira insiste en demostrar
la hipocresía de recurrir al concepto de soberanía del
pueblo para rechazar la anulación parlamentaria de
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contemporanea
la Ley. Varios autores enfatizan en las divisiones que
atraviesan al Frente Amplio. Este hecho se ve reflejado en el resultado del plebiscito de 2009 donde
se observa que la totalidad del voto frenteamplista
no respaldó al “Sí rosado”. Finalmente, todos concuerdan en decir que “los derechos humanos no se
plebiscitan” y que la estrategia de las consultas populares fue un arma de doble filo.
La tercera línea es la comparación con las
dinámicas de otros países del Cono Sur, sobre
todo Argentina y Chile, y la influencia del factor
internacional.
Demasi muestra cómo el pulso de las luchas
uruguayas sigue las inflexiones de las luchas argentinas. Skaar se pregunta por qué los jueces uruguayos
no fueron más audaces o innovadores en su búsqueda de las fallas en la Ley de Caducidad mientras
sus pares chilenos y argentinos se mostraban más
creativos “para esquivar las leyes de amnistía”.
Guianze retoma este argumento destacando la falta
de integración del Derecho Penal Internacional a
la jurisprudencia nacional, así como la ausencia de
capacitación de los jueces uruguayos y de intercambio de experiencias con sus pares latinoamericanos.
La cuarta y última línea se refiere al consenso
entre varios de los autores en el intento de periodización de las luchas. Se destacan dos inflexiones
mayores: el brutal freno de 1989 por el efecto
desmovilizador del fracaso del “Voto Verde” y el
impulso que generó en el 2005 el cambio propulsado por Tabaré Vázquez. Además se reconocen otros
cuatro momentos importantes, dos impulsos y dos
frenos, que introducen inflexiones menores: el impulso de 1996 (“marcha del silencio”) que reactiva
las luchas y el de 2000 (Comisión para la Paz); el
freno de 2009 (derrota del “Sí rosado”) y el de mayo
de 2011 (fracaso de la Ley Interpretativa).
Existe ya bibliografía sobre algunos actores
de las luchas: Familiares de Uruguayos Detenidos
Desaparecidos (Bucheli, Curto, Sanguinetti, 2005);
Amnistía Internacional (Ruiz, 2006); los exiliados
(Markarian, 2006); así como sobre temas específicos: los desaparecidos (Investigación Histórica,
2007); las políticas del perdón (Lefranc, 2002); los
procesos de amnistía comparada (Mallinder, 2008).
Sin embargo, el texto logra algo verdaderamente
novedoso: establecer en la impunidad el denominador común a todos estos temas y analizarla en todas
sus facetas para deslegitimarla.
Benjamín Gény
Institut des Hautes Études de l’Amérique
Latine/Université Sorbonne Nouvelle/ Paris 3
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Bibliográficas | 305
Un enemigo para la nación. Orden interno,
violencia y “subversión”, 1973-1976.
Marina Franco. Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica, 2012, 352 pp.
El libro de Marina Franco aborda de forma
compleja y rigurosa el período constitucional que
tuvo vigencia en Argentina entre 1973 y 1976
haciendo centro en la violencia política como problema de época. El análisis propuesto parte de una
sólida base empírica para adentrarse simultáneamente en una reflexión teórica más general, que
invita a pensar la relación violencia/política en democracias modernas y los problemas que genera el
recurso sistemático a medidas de excepción tanto
para la pervivencia institucional de tales regímenes
como para la protección de garantías individuales.
La autora analiza ese corto pero efervescente
período indagando sobre las condiciones de posibilidad que sustentaron el espiral de violencia
–estatal y privada– alcanzada por la sociedad argentina durante la década de 1970 y la paulatina
conformación de un “consenso antisubversivo”. Así,
mediante un fino y documentado rastreo de “continuidades discontinuas”, Franco sustenta un análisis
doble que conjuga el estudio del devenir represivo
estatal como estrategia de contención de la conflictividad social imperante y el de la conformación de
un discurso político de condena a la violencia por
parte de sectores dominantes y de quienes no adhirieron al proceso de radicalización política hacia la
izquierda. En tal sentido, el peso que en el análisis
cobra el devenir autoritario de la institucionalidad
democrática a lo largo del período sitúa el trabajo de la autora en varios campos: uno local, que ha
tenido como centro la pregunta por las continuidades entre la violencia estatal del gobierno peronista
predictatorial y el terrorismo estatal de la dictadura
militar de 1976; y otro más general, sobre el estado de excepción como práctica de gobierno desde
una perspectiva que es tributaria de Carl Schmitt
y Giorgio Agamben, en la cual también abrevan
otros estudios recientes sobre el funcionamiento de
poderes ejecutivos latinoamericanos encabezados
por liderazgos llamados neodecisionistas durante la
década de 1990 y sobre las respuestas dadas por las
actuales democracias a la llamada “amenaza terrorista”; y, aunque la autora no se propone dar cuenta
de las causas del golpe de Estado, en una línea afín a
la desarrollada en Uruguay por Álvaro Rico sobre el
camino democrático hacia la dictadura.
En la primera parte del trabajo, denominada “El
peronismo en el poder: Estado, partido y seguridad
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contemporanea
nacional”, Marina Franco desentraña las lógicas
institucionales y políticas que desencadenaron la
creciente instauración de un estado de excepción
que, amparado en la legislación vigente, posibilitó
una estrategia represiva que combinó el recurso a
prácticas legales y clandestinas con fines gubernamentales y partidarios. En este punto, el aporte
realizado por la autora es múltiple. En primer lugar,
repone el devenir de un contexto represivo institucionalizado en el que se desenvolvieron actores
como López Rega, la Triple A e Isabelita, atendiendo a las condiciones que hicieron posible su
accionar. Lo que muestra las limitaciones explicativas de los trabajos que han centrado el problema
de la represión estatal del período en el accionar de
los referidos actores sin atender al marco institucional que lo hizo posible. Para ello, la autora da
cuenta de los recursos legales al amparo de los que
se sustentó una política de seguridad que socavó
paulatinamente –con marchas y contramarchas– el
Estado de derecho que supuestamente pretendía
defender mediante la aprobación de reformas de la
legislación penal, de la prolongada vigencia del estado de sitio, de la sanción de la Ley de Seguridad, de
sucesivas intervenciones provinciales, de la regulación de asociaciones profesionales, de la habilitación
legal para el rápido despido de funcionarios públicos, de medidas orientadas al control y regulación
de la vida cultural y universitaria, de diversos tipos
de censura a medios de comunicación, de la habilitación del accionar de las Fuerzas Armadas en la
represión a la guerrilla, etc. En segundo lugar, sin
desconocer la existencia de diversas variables que
han de ser tenidas en cuenta al momento de pensar la conflictividad social y política del período, la
autora detecta el fuerte impacto que tuvo la pugna interna del propio partido gobernante y, en ese
marco, la instrumentalización de los mecanismos
represivos institucionales de diversa índole por parte de su principal líder, Juan Domingo Perón, y de
los actores sociales y políticos que lo apoyaban, en
función de la depuración interna del movimiento.
En tercer lugar, y dejando en claro que la responsabilidad del descaecimiento del Estado de derecho
radica en quienes estaban a cargo de su conducción,
Franco atiende también a las consecuencias que
tuvo la estrategia desplegada por diversos grupos de
izquierda que creían en la vía armada como medio
de acceso al poder y su contribución al in crescendo
de un espiral de violencia que acompañó el devenir
político de esos años. En cuarto lugar, y como corolario de este marco analítico, la creciente presencia
de las Fuerzas Armadas aparecen en el trabajo de
Franco como una consecuencia más que como una
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causa, tanto porque su accionar fue amparado por la
consolidación de una excepcionalidad institucional
legal y extra legal como porque lograron presentarse como una opción válida y viable para superar la
imparable conflictividad política, social, gubernamental, así como la violencia de la guerrilla y de
bandas parapoliciales que actuaban en connivencia
con autoridades estatales.
En la segunda parte del libro, titulada
“«Subversión», guerra y nación: la construcción de
una realidad”, Franco analiza la conformación de
un consenso discursivo que se manifestó contrario
a la violencia, que se fue consolidando acorde se
asentaba la estrategia represiva impulsada desde el
Estado y que sentó las bases de un marco analítico
bélico como clave de decodificación de la conflictividad política de esos años, cristalizando en un
amplio “consenso antisubversivo”. A través de una
sutil elucidación Franco recompone la pluralidad de
voces que circularon públicamente a lo largo de esos
años, atendiendo a pronunciamientos de actores
políticos y sociales cuyo peso les permitía expresarse mediante la prensa, a las posturas adoptadas
por los propios medios de comunicación impresa
y a manifestaciones de ciudadanos anónimos que
buscaron contribuir y ser parte del suceder político
argentino mediante el envío de cartas con pedidos y
sugerencias al Ministerio del Interior. En ese marco, la autora detecta la conformación de una lectura
bipolar del problema de la violencia, corporizada
en el rechazo a la “violencia de derecha” –que hacía
referencia de manera bastante difusa al accionar de
bandas paraestatales– y a la “violencia de izquierda” –señalada, en última instancia, como la causante
de las restantes–. Tal interpretación sobre la violencia, acompañada de la referida concepción bélica
arraigada en diversos sectores sociales y políticos,
conformó, según Franco, un imaginario colectivo
que asignó a las ffaa un rol superador y pacificador
entendido como legítimo por corporizar la acción
legal del Estado que pudo hacer aparecer al golpe
de 1976 como una salida “natural”, acorde a la tradición política argentina.
El trabajo de Marina Franco arroja importantes
resultados en lo que hace a la constatación histórica de los fenómenos antes señalados pero, lejos
de conformar un estudio cerrado, la propuesta de
la autora invita permanentemente a la reflexión
dejando preguntas abiertas y dilemas difíciles de
resolver, poniendo sobre la mesa diversos tópicos para discutir. Entre otros, podemos destacar:
la apuesta por pensar el impacto que las violencias armadas pueden tener en regímenes políticos
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contemporanea
democráticos y que tuvieron particularmente en el
devenir histórico de esos años desde una perspectiva que permita problematizar la acción guerrillera
sin que ello sea entendido como una justificación de
los procesos dictatoriales; la revisión de las extendidas interpretaciones sobre la llamada “teoría de los
dos demonios” desentrañando marco culturales de
largo plazo que hicieron posible la conformación
de un determinado marco analítico de la conflictividad social sin caer en reducciones esencialistas
que simplemente adelanten en el tiempo la fecha de
nacimiento de tal marco interpretativo; el cuestionamiento a la idea que esgrime la existencia de un
amplio e inalterado consenso favorable al recurso a
la violencia armada como medio político durante las
décadas de 1960 y 1970 en Argentina; los modos
en que reaccionan sociedades históricamente situadas en contextos de creciente violencia, tanto estatal
como privada; la conformación de procesos largos
de sedimentación de ideas y sentidos comunes al
momento de dar cuerpo históricamente a lecturas
hegemónicas sobre la realidad social, como lo fue
en este caso la estructurada en torno a la noción de
seguridad nacional. Pero estas son sólo algunas de
las líneas problemáticas que quedan planteadas, que
invitan a pensar aspectos fundamentales para la historia reciente de la Argentina y de la región y que,
a su vez, arrojan luz sobre temas que actualmente
atraviesan nuestras sociedades.
Mariana Iglesias
conicet-unsam/anii
Escenas de la vida cotidiana, Uruguay,
1950-1973: Sombras sobre el país modelo.
Ivette Trochón. Montevideo: ebo, 2011,
383 pp.
Aunque no se menciona de modo explícito, este
libro deriva de un proyecto de investigación iniciado
hace varios años en el Centro Latinoamericano de
Economía Humana con apoyo de Ediciones de la
Banda Oriental. En el mismo marco se produjeron
anteriormente Escenas de la vida cotidiana, Uruguay
1910-1930: El nacimiento de la sociedad de masas (de
Daniela Bouret y Gustavo Remedi; Montevideo:
ebo, 2009) y Escenas de la vida cotidiana: La antesala del siglo xx, 1890-1910 (de Silvia Rodríguez
Villamil; Montevideo: ebo, 2006). Este sería, entonces, el tercer volumen de una serie que cubre casi
un siglo de historia de lo que de modo algo difuso y
quizás por demás intuitivo (a pesar de los esfuerzos
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Bibliográficas | 307
de definición que aparecen en las introducciones) se
ha dado en llamar la “vida cotidiana”.
Ya desde el detallado índice de este tomo queda
claro que se trata de un repaso panorámico de los
asuntos y problemas que, de nuevo sin demasiadas
precisiones previas, van construyendo el universo
de la “vida cotidiana” de los uruguayos (o los montevideanos, como admite el prólogo) en una etapa
tan poco estudiada como crucial de nuestra historia
más cercana. Al igual que los anteriores volúmenes,
el análisis se apoya en un prolijo y amplio trabajo
heurístico. En este caso, el énfasis está puesto en las
publicaciones periódicas y otras fuentes éditas, a lo
que se suman algunas entrevistas personales.
El recorrido comienza en “los largos cincuenta”
y abunda en la descripción de un ambiente todavía
signado por la bonanza económica de la posguerra.
El minucioso desgranar de las novedades culturales
y sociales de esa época abarca desde los cambios en
la circulación urbana hasta el impacto de los nuevos
medios de comunicación masiva. Se detiene en la
enumeración de las marcas de los autos y los colores de las heladeras que aparecieron entonces en el
mercado uruguayo, presenta las nuevas ideas sobre
el confort y la disposición del espacio doméstico
y menciona algunos de los problemas asociados al
abastecimiento del hogar y ciertas modificaciones
en el mundo del trabajo. El inventario sigue con
temas tan variados como el ocio y las formas de entretenimiento, el cuidado de la salud, la importancia
de la televisión y otros asuntos más o menos destacados en el texto. Similar ánimo de reseña mantiene
la segunda sección para pasar revista a los lugares de
conflicto de lo que se denomina el “sexenio crítico”
(1967-1973), incluyendo los modelos familiares, los
comportamientos sexuales, la irrupción de la juventud, la emigración masiva y algunas expresiones
culturales innovadoras.
Toda la primera parte (“Los largos cincuenta”) tiene el mérito de avanzar sobre un terreno
casi inexplorado por nuestra producción académica, lo cual explica en cierta medida el marcado
acento descriptivo del texto. La segunda parte, en
cambio, con los cortes temporales definidos por
acontecimientos políticos, se solapa con una creciente literatura hasta ahora mayormente abocada a
explicar el camino hacia el golpe de Estado de 1973.
El subtítulo del libro parece reforzar esta idea de
que el análisis apunta a inscribirse en un campo de
estudios (el de la “historia reciente”) que ha estado
marcado por una concepción algo restringida de la
política y que mucho se beneficiaría de la apertura
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contemporanea
hacia nuevos temas y problemas relacionados con la
historia social y cultural en sentido amplio.
Efectivamente, al distanciarse de un enfoque
estrictamente político y coyuntural, la llamada “vida
cotidiana”, sus modos y escenarios, podría transformarse en una ventana privilegiada para empezar a
entender, en un corte temporal más amplio, algunos
determinantes claves de esa etapa crítica de nuestro
pasado. Sólo a modo de ejemplo cabe recordar que
gran parte de la sociología de la época, con sus matices ideológicos, señaló hasta qué punto los sectores
populares y medios vieron primero aumentadas y
luego frustradas sus expectativas, no de cambios sociales profundos (eso vino después), sino de lo que
los nuevos medios de comunicación y canales de
circulación comercial comenzaban a mostrar como
niveles mínimos aceptables de acceso a los bienes
materiales e inmateriales de la modernidad. Este fenómeno abarcó, de modos diversos, a las sociedades
centrales y a las periféricas. Investigaciones posteriores han señalado las mutaciones de las formas
de producción y consumo del capitalismo global
y su relación con los cambios contemporáneos en
las aspiraciones y comportamientos de las personas
en diferentes partes del mundo. En su apasionante
libro Irresistible Empire: America´s Advance through
20th Century Europe (Cambridge, MA: Harvard
University Press, 2005), Victoria de Grazia, por
ejemplo, se explaya en la descripción del “American
way of life”, las formas de distribución comercial y
las grandes marcas (con especial atención a los supermercados), los nuevos modos de vida hogareña,
el impulso de la publicidad y el papel de la industria
del entretenimiento de Hollywood para señalar el
triunfo del modelo de la sociedad de consumo estadounidense por sobre las visiones más tradicionales
de la civilización burguesa de Europa occidental.
El libro de Trochón no se plantea objetivos tan
ambiciosos. Opta, en cambio, por un camino que
oscila entre construir un panorama de tono costumbrista (a veces nostálgico, a veces asombrado) sobre
una época que muchos potenciales lectores conocen
de primera mano y apuntar posibles líneas de investigación apoyadas en un esmerado trabajo con fuentes
primarias. Así, las páginas se cargan de recuadros con
textos transcriptos de revistas, obras literarias y otros
materiales del período y se adornan con imágenes
también extraídas de publicaciones periódicas y otras
seguramente provenientes de archivos fotográficos
particulares (la ausencia total de referencias en las
reproducciones impide mayor precisión y no deja de
sorprender en una obra de historia erudita).
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En resumen, se trata de un libro valioso por abordar temas y tiempos de escaso tratamiento desde la
historia y las ciencias sociales en Uruguay y que ojalá
despierte la inquietud de quienes puedan avanzar en
un camino analítico que empiece a desbrozar un conjunto de problemas centrales para entender una etapa
clave de la historia local y global del siglo veinte.
Vania Markarian
Universidad de la República
Washington rules. America’s Path to
Permanent War. Andrew J. Bacevich. New
York: Metropolitan Books, 2011, 288 pp.
En los últimos cincuenta años proliferaron
las dictaduras en América Latina. Este ascenso
autoritario y represivo estuvo muy vinculado a la
instrumentación de la Doctrina de la Seguridad
Nacional impulsada por la Casa Blanca. El último
libro de Andrew Bacevich, entre otras cuestiones,
ayuda a desentrañar la lógica del intervencionismo estadounidense desde el inicio de la Guerra
Fría. Las reglas de Washington, de la colección “El
proyecto del imperio americano”, logró una interesante repercusión en Estados Unidos al punto que
integró la influyente lista de bestsellers del New
York Times. Fue publicado en un momento crucial,
en 2010, cuando se avizoraba que la agresiva política exterior estadounidense, potenciada durante
las presidencias de Bush, se prolongaba hacia el
inicio de la gestión de Obama pese a las promesas
de cambio. Uno de los atractivos fundamentales de
este libro, fuertemente crítico de la Doctrina de la
Seguridad Nacional que justificó las políticas intervencionistas de Estados Unidos desde la posguerra,
es que Bacevich es un ex militar estadounidense; ya
en la introducción el autor narra su tardía conciencia sobre los criticables fundamentos de la política
exterior impulsada por el consenso de Washington
y cómo el infundado ataque de Bush a Irak en 2003
terminó de convencerlo de la necesidad de intervenir en el debate público. Esta obra, entonces, se
propone trazar una genealogía de la lógica bipartidista que impuso y prolongó el autoasignado rol de
gendarme planetario atribuido por la Casa Blanca,
el Pentágono y la cia.
Bacevich fue oficial en el ejército estadounidense y como tal estuvo en servicio por muchos
años en Alemania; sin embargo, según narra en la
introducción del libro, no fue hasta 1990, ya adulto, cuando conoció realmente la “otra” Alemania,
la que se encontraba por detrás del muro, y todas
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contemporanea
sus certezas, heredadas de lo que él llama las “reglas” o el “consenso de Washington” de la Guerra
Fría, se disolvieron. Allí comenzó su reeducación:
el viaje hacia la ex República Democrática Alemana
que realizó con fines autoeducativos junto a otros
ex compañeros de armas, fue el inicio del largo
camino que lo llevó a escribir éste y otros libros,
como Los límites del poder o El nuevo militarismo
norteamericano. Narrando esta experiencia, que
cambió radicalmente su visión de la política y las
relaciones exteriores estadounidenses, este profesor de Historia y Relaciones Internacionales de la
Universidad de Boston, retirado del Ejército con el
rango de Coronel, nos introduce a la deconstrucción
del consenso que Washington logró construir tras la
Segunda Guerra Mundial. Diseccionar críticamente estas concepciones, abrazadas por el propio autor
durante décadas, es la aventura que nos propone la
lectura de Las reglas de Washington.
El primer capítulo, “El advenimiento de la
semi-guerra”, analiza, empezando por el gobierno de Obama y luego retrocediendo hasta el de
Einsenhower, la configuración de posguerra que
determinó el estado de intervención y conflicto
permanente impuesto por Washington. El segundo,
“Ilusiones de flexibilidad y control”, explica cómo
entre 1961 y 1965 se legitimó el creciente poder de
la cia y del Pentágono para determinar las necesidades militares estratégicas de Estados Unidos. En
el capítulo “El credo restaurado” Bacevich describe
cómo se reconstituyó y relegitimó el intervencionismo militarista tras las resistencias que acompañaron
el fracaso estadounidense en Vietnam, esa guerra
en Asia, que tanto minó las bases del consenso
de Washington, requirió de una ardua tarea para
encapsular las críticas, evitando que afectaran los
fundamentos construidos en las dos décadas anteriores. En el cuarto, “Reconstituyendo la trinidad”,
el autor explica la superación del “síndrome de
Vietnam” durante la era Reagan, pero también tras
la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, durante
las administraciones Clinton y Bush. En el quinto, “La falsa contra-inteligencia”, señala las críticas
a la guerra sin fin, puntualizando las contradicciones derivadas de las intervenciones en Afganistán e
Irak. El último capítulo, “Cultivando nuestro propio
jardín”, permite a Bacevich sintetizar las críticas al
consenso de Washington y sus indeseables consecuencias: gastos militares crecientes que no hacen
sino disparar la deuda pública a niveles inmanejables, víctimas entre las fuerzas armadas, ex veteranos
con problemas físicos y psíquicos, perpetuación de
una burocracia que actúa en secreto, distorsión de
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Bibliográficas | 309
los intereses nacionales en tanto el complejo militar-industrial absorbe recursos que son escasos y
desastre medioambiental, entre otros. La solución
también aparece esbozada: Estados Unidos debe
hacer regresar las tropas o, al menos, la mayor parte
de ellas, resignando ese autoasignado rol de gendarme planetario.
Lo más interesante del libro es que deconstruye,
desde la mirada de un militar retirado, el consenso estadounidense en torno a una política exterior
mesiánica e intervencionista, así como desmenuza y
ataca los lugares comunes impuestos por el acuerdo
bipartidista de demócratas y republicanos en las últimas seis décadas. El libro pretende mostrar que un
cambio desde dentro de la sociedad estadounidense
es posible y el autor presenta su propia conversión
individual, su toma de conciencia, como un ejemplo
de lo que la educación puede lograr. En este sentido se propone, en concreto, discutir la idea de que
Estados Unidos tiene el deber de liderar, salvar y
transformar el mundo. Este credo es el que fundamenta la disposición del Pentágono a desarrollar
una capacidad militar muy superior a la necesaria
para garantizar la defensa nacional y se complementa con la “sagrada trinidad”, hegemónica en
Washington: la convicción de que la paz internacional exige una “presencia militar global” de Estados
Unidos, que debe configurar sus fuerzas para la
“proyección de poder global” y que, para anticipar o
contrarrestar las amenazas, se requiere de un “intervencionismo global”.
Más allá de los aciertos y la gran utilidad de
la obra en este particular momento histórico, la
misma presenta algunas falencias. El principal problema del libro es que no analiza la política exterior
intervencionista de Estados Unidos en relación al
“imperialismo” y los intereses económicos que la determinan. Más allá de las críticas descritas, Bacevich
idealiza la inserción internacional estadounidense en la primera mitad del siglo xix soslayando la
nefasta influencia de la ideología del destino manifiesto, la “doctrina Monroe”, el aniquilamiento
de los pueblos originarios, la guerra contra México
y tantas otras atrocidades realizadas en la fase de
ascenso de la burguesía estadounidense; además,
reivindica diversos políticos o intelectuales (el diplomático George Kennan, el senador J. William
Fulbright o el líder afroamericano Martin Luther
King) críticos del mainstream en Washington, que
no avanzaron en una caracterización adecuada del
rol de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra.
En síntesis, el libro tiene una potencia crítica
muy significativa al interior de Estados Unidos,
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donde resquebrajar los lugares comunes que legitiman el intervencionismo impulsado por
Washington parece una tarea ardua y compleja, pero
estas denuncias, para los países que históricamente
sufrieron la avanzada imperialista, como los latinoamericanos, no parecen tan novedosas. Sí, quizás,
para alertar contra quienes tienen esperanzas en el
carácter menos intervencionista de los demócratas
frente a los republicanos. Bacevich, como en su momento plantearon Howard Zinn y algunos otros,
se preocupa por explicar que los lineamientos de la
política exterior de Washington, más allá de los matices, se mantuvieron durante las administraciones
demócratas y republicanas. Obama, por ejemplo,
no produjo el cambio esperado luego de la nefasta
política exterior de Bush, sin embargo, la crítica al
militarismo estadounidense debe ir más allá, en el
sentido de entender la lógica profunda de los intereses materiales que lo determinan. ¿Por qué la gran
burguesía del país del norte necesita sostener esa
política? ¿En qué sentido la lucha por los mercados y recursos estratégicos es central para entender
el imperio del capital que conduce Washington?
¿Pueden efectivamente cambiar las reglas de
Washington sin un cambio más amplio del sistema?
Estas interrogantes, creemos, deben abordarse para
profundizar las críticas planteadas por Bacevich.
Leandro Morgenfeld
Universidad Nacional de Buenos Aires
Fotografía en Uruguay. Historia y usos
sociales 1840-1930. Magdalena Broquetas
(Coordinadora), Mauricio Bruno, Clara von
Sanden e Isabel Wschebor. Montevideo:
Centro de Fotografía (Intendencia de
Montevideo), 2011, 261 pp.
Este libro es resultado de la investigación llevada adelante por el Equipo Núcleo Interdisciplinario
de Investigación y Preservación del Patrimonio
Fotográfico Uruguayo que incluyó historiadores,
micólogos y fotógrafos, quienes sistematizaron información relativa a aproximadamente veinte mil
piezas fotográficas (de un total examinado cercano a
las cuarenta y cuatro mil) disponibles en la Biblioteca
Nacional, el Museo Histórico Nacional, el Archivo
Nacional de la Imagen del sodre y el Centro de
Fotografía de la Intendencia de Montevideo. Dicho
relevamiento contempló diversos procedimientos
fotográficos y soportes: daguerrotipos, ambrotipos, copias en papel albuminado, al colodión y a la
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gelatina de plata, cianotipos, platinotipos, ferrotipos
y opalotipos, entre otros.
El modo de abordaje inscribe al libro en la tradición de la historia social de la fotografía, en la
línea de trabajos que desarrollaron, entre otros, A.
Rouillé y Lemagny, M. Frizot y M.L. Sougez. Si
bien algunos capítulos respetan las categorías ligadas a los géneros (retrato, fotografía militar), la
mayoría refiere a la relación de la fotografía con
diversos aspectos de la historia social, cultural y
política, habiendo, a lo largo de todo el libro, una
permanente conexión entre la evolución de las
técnicas fotográficas, los distintos productos fotográficos, sus formas de circulación y consumo. Por lo
antes señalado, Fotografía en Uruguay constituye un
punto de inflexión en la historiografía de la fotografía uruguaya y un modelo para la latinoamericana.
Luego del prólogo a cargo de Ana Frega y la
presentación de la coordinadora, el libro comienza
con el trabajo de Clara von Sanden, quien aborda la
llegada y los primeros desarrollos del invento –el ciclo del daguerrotipo– entre 1840 y 1851. La autora
señala el fuerte impacto que causó el experimento
transmitido por el abate Comte entre los primeros
practicantes, reducidos en número y provenientes en
su mayoría de la élite intelectual, al tiempo que describe la aparición en Montevideo de los fotógrafos
inmigrantes, quienes de forma itinerante transitaron por varias ciudades del continente y tomaron
vistas, en tiempos que una toma de retrato tenía el
costo de diez jornales de un albañil.
Magdalena Broquetas examina el despliegue
del género más extendido de la fotografía del siglo
xix: el retrato. Siendo un medio de autorrepresentación considerado vehículo de distinción y, al mismo
tiempo, empresa comercial, el retrato atravesó diversas etapas. En el cruce del abaratamiento de costos,
la facilidad progresiva de las técnicas y la instalación
de estudios fotográficos, fue cada vez más amplio
el público que pudo acceder a una fotografía de sí
mismo y a las múltiples copias que habilitaba el
colodión, al tiempo que la venta de tarjetas de personalidades públicas permitió conocer sus rostros a
la población. El trabajo también explora aspectos
compositivos y estéticos.
En su escrito sobre fotografía militar, Mauricio
Bruno refiere a la importancia de los álbumes como
forma de conocimiento, analizando el reportaje de
guerra, las diferencias entre la representación de la
muerte propia y la del enemigo, la relación entre
pintura y fotografía, cómo los avances técnicos posibilitaron la circulación de fotografías de las guerras
civiles en revistas ilustradas para, finalmente, centrar
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la atención en las fotografías propagandísticas (entrenamientos, niños soldados) correspondientes
al momento de consolidación de las instituciones
estatales.
El mismo autor trata sobre la fotografía de aficionados, en el tránsito que va de las Sociedades de
Fotógrafos hacia el Pictorialismo. Refiere a las tensiones entre el “amateurismo” no profesional y los
núcleos de profesionales y artistas y al surgimiento de instituciones como la Sociedad Fotográfica
de Aficionados (1884-1898) o el Foto Club de
Montevideo (1901-1917), que supieron contar con
miembros de la intelectualidad entre sus integrantes. Asimismo, estudia la relación entre el desarrollo
de la industria y el mercado fotográficos (la llegada
de la empresa Kodak en 1910, entre otros hechos)
con el proceso de masificación y enseñanza de la
fotografía.
Isabel Wschebor, por su parte, analiza los distintos períodos en el empleo de la fotografía dentro
del ámbito científico, uso que estuvo teñido por las
ideas del positivismo decimonónico: la extensión del
método gráfico, el pasaje de la fotografía como auxiliar de la observación a la posibilidad de comunicar
y divulgar para “enseñar por la vista”, la creación de
sistemas de registro y la sistematización de tomas,
para concluir en la posibilidad de diagnosticar clínicamente a través de las imágenes. En tanto eco
de prácticas corrientes de las burguesías en diversos
países, refiere a la relación entre medicina, poder y
fotografía como entramado para la legitimación de
discursos morales e ideológicos.
En el abordaje del vínculo entre fotografía e
información, Magdalena Broquetas indaga sobre la
noción de “documento gráfico”, trazando un recorrido que contempla los sucesivos modos de la relación
de la fotografía con los medios gráficos, ligados a
los continuos avances técnicos de los sistemas de
impresión: el lazo con dibujantes y grabadores, la
reproducción de piezas artísticas, la incorporación
activa de los lectores con sus fotografías, el uso de
las fotografías antiguas para conocer el pasado, el
fotorreportaje, la primicia y la figura del reportero
gráfico para, finalmente, señalar la incorporación de
imágenes relativas al ocio, la cultura y el deporte en
la prensa masiva.
Broquetas y Bruno se ocupan conjuntamente
de la cuestión de la fotografía en su relación con la
vigilancia y el control social: el registro de las ejecuciones (espectáculo público del cual se vendían
luego las tomas), los archivos policiales de delincuentes y prostitutas, los reparos de los sectores
garantistas respecto de la divulgación de inculpados
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en proceso, la puja entre los partidarios de los distintos métodos (bertillonage y dactiloscopía) para
una mejor identificación y clasificación de la población “anormal” y la extensión final de los sistemas
identificatorios a la totalidad de la población para el
ejercicio de la ciudadanía.
En el último capítulo, von Sanden estudia
cómo se utilizó la fotografía para crear la imagen
del Uruguay hacia adentro y afuera del país. Entre
otras formas de circulación, analiza las “Vistas”, que
comenzaron a circular con registros de paisajes, edificios y la vida urbana desde mediados del siglo xix,
y las postales; luego, indaga acerca de la incorporación de fotógrafos y la creación de dependencias en
el ámbito estatal –ya iniciado el siglo xx– para la difusión de imágenes del progreso y la modernización,
tendientes a su vez a la elaboración de un “relato
nacional” sostenido en un Estado fuerte.
El libro constituye una referencia para futuras
investigaciones sobre aspectos particulares de la fotografía uruguaya de los siglos xix y xx; contribuyen
a ello los anexos volcados en las últimas páginas, que
contienen una descripción cuali-cuantitativa de los
repositorios relevados, un glosario que refiere a los
términos técnicos de procedimientos y productos
fotográficos y una línea de tiempo que vincula la
evolución de la fotografía en Uruguay con acontecimientos de la fotografía a nivel internacional. Un
dato merece ser destacado: la incorporación de doscientas noventa imágenes con una excelente calidad
de reproducción e impresión.
Silvia Pérez Fernández
Facultad de Ciencias Sociales/Universidad de
Buenos Aires
El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil
entre molotovs y música beat. Vania
Markarian. Buenos Aires: Universidad
Nacional de Quilmes, 2012, 164 pp.
Una nueva generación de estudios monográficos parece despuntar en los últimos años de la
historiografía uruguaya. Ese carácter, provisorio y
germinal por naturaleza, cobra su entidad cuando
la investigación se aplica con decisión a un objeto
bien acotado pero capaz de contener un haz de problemas relevantes que lo trascienden y que se nos
esconden cuando la indagatoria se acomete desde
pretensiones más totales. La concisión, la observación múltiple y morosa, el recaudo minucioso de
los antecedentes, la dedicación a unos respaldos
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documentales precisos terminan así por dotar al objeto de una saludable apariencia poliédrica, a partir
de la cual ningún estudio que se emprenda sobre
el asunto en el futuro puede desdeñar. Cabe pensar entonces que es auspiciosa la vuelta del péndulo
hacia lo monográfico, después de varias décadas de
historiografía de balance y dictamen, de testimonio y virtud, explicable y justificada, tal vez, pero ya
insuficiente.
Con el 68 en el centro, Vania Markarian estudia las representaciones discursivas de lo juvenil y
de lo político al final de una década en la que una
generación de latinoamericanos hacía su debut en
la política. Si los acontecimientos llaman a la comparación (genealogías, analogías, acercamientos y
desvíos de una pauta, especificidades) el movimiento estudiantil uruguayo pertenece, con lo suyo, a
una conmoción general del mundo contemporáneo
en los límites de su modernidad. Los contornos
de aquel 68 son definidos por Markarian (PhD en
Historia, Columbia NY) a través de un registro
sistemático de las movilizaciones de protesta y su
encuadre en el ciclo de violencia, de una reconstrucción de los debates dentro de la izquierda en
los que se ventilaron ideas acerca de la revolución,
el poder, “el ser joven” y de la historia cultural de
aquellas místicas militantes. El recorrido anima a
la autora a algunas conclusiones: la violencia es un
resultado que hay que explicar, pero no la causa del
deterioro institucional que culmina en el golpe y la
dictadura militar de 1973, y la extensión y la combatividad de la movilización deriva mucho más de la
incapacidad del sistema político para responder de
un modo no represivo a una protesta motivada por
la crisis social y económica. En su proceso, además,
estallaron formas de pensar y actuar relativamente
novedosas y disruptivas en la cultura de la izquierda, sin llegar por eso a definir distancias insalvables
entre la “tradicional” y la “nueva” al modo como ellas
son observables en otras latitudes bien conocidas
por Markarian.
Los resultados de la empresa no abandonan
el terreno de lo controversial, ni podrían hacerlo todavía. Entre tanto, la autora muestra notable
competencia para su oficio, maneja con probidad
viejas y nuevas fuentes, algunas novísimas como las
que toma de los servicios de inteligencia que van
goteando su información, otras heterodoxas para
el análisis político como las que derivan de las expresiones de la cultura artística. Con moderación
de quien mucho ha leído, y con tiempo, nos acerca
a una literatura académica comparada de reciente
factura y directa pertinencia, todo lo cual marca un
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salto auspicioso en las formas de hacer y escribir
historia.
Leído con perspectiva historiográfica más local,
El 68 uruguayo parece anclar en varios malestares
e insatisfacciones, tanto personales como generacionales. Opera a veces como requisitoria sostenida
en tres soportes: a) la pregunta por la violencia –su
explicación, su origen, su función– no ha sido bien
respondida por la historiografía ni por la política;
b) asociada a esa falencia, el Uruguay estaba ya entonces, en los sesenta, más postrado de lo que se
creía (y creería más tarde, desde la transición posterior a 1985); c) la búsqueda de explicaciones en
la ideología, o más llanamente en las ideas, muestra
su debilidad si se la coteja con las oportunidades
heurísticas e interpretativas que ofrece la cultura
(las representaciones, los lenguajes, las prácticas,
las costumbres). Ha sido tal la dominancia de la
perspectiva política –puede concluirse este razonamiento/amonestación–, que las nuevas dimensiones
del acontecer puestas aquí de relieve terminan por
desordenar el mapa conocido de las cosas y a devolvernos “otro” 68. Con mayor profundidad e
implicación, el libro viene a colmar entonces algo
de ese vacío historiográfico que media entre las
deducciones de toda acción política ideológica y la
indeterminación relativa de las subjetividades.
El 68 uruguayo es un “retorno del acontecimiento”, para usar una expresión de linaje. Tomamos
contacto con una fenomenología precisa: la sucesión
de respuestas e iniciativas de una coyuntura, la descripción de espacios de militancia y sociabilidad, el
rescate de lenguajes, la puesta en intriga de debates
y luchas por el sentido entre quienes querían hacer la revolución, “dar la vida por el pueblo” hasta el
punto de practicar “la violencia provechosa”. Todo
ello desplegado en un mapa de contingencias recuperadas, a pesar de la carga de teoría que aquellas
prácticas revolucionarias portaban tan ostensiblemente; todo ello, también, desde una exploración
sugerente de las continuidades y rupturas entre
los actores y sus escenarios (entre Secundaria y la
Universidad, entre los estudiantes y la sociedad,
entre la política, la sociedad y la cultura). Como
programa de investigación es vigoroso y alcanza
concreciones tan sólidas como orientadoras.
Cuando Markarian se acerca a los debates
transcurridos dentro del acontecimiento nos conduce por un relieve a los significados en disputa.
Lejos estamos de saldarla, lo que no obsta, a partir
de ello, a buscar más problemas y claves de lectura.
A) Hay cuestiones de especificidad, de novedad del
evento: el 68 uruguayo repite y estrena, a la vez es
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eco y golpe; la masividad, la presencia de la violencia
callejera y sus interpretaciones contemporáneas son
una nota distintiva y dramática. Uno esperaría, con
todo, más contacto explícito de aquellos militantes
con la tradición novoizquierdista de la vieja Europa,
un malestar con la autoridad cualquiera fuera ella,
una critica de la vida cotidiana, un juvenilismo atronador, un llamado a Orfeo –hijo de Marcuse– para
sustituir a Prometeo. B) ¿Cuán lejos está la sociedad
de la política cuando la coyuntura tiende a estrecharlas? “Los estudiantes”, “los jóvenes” ¿se organizaban
y se movían solos o los partidos y agrupaciones, mas
atrás o menos ágiles por naturaleza, terminaban
encapsulando lo que de otro modo los trascendía?
La clase y el partido, agregados fácticos y representaciones ¿no encontraron, finalmente, su capacidad
para ordenar militancias y proponer significados capaces de persistir? Si la clase que ocupa el centro es
la media debemos reparar en unas expectativas desbordantes, bien plantadas en lo adquirido, en una
protesta social de incluidos más que de excluidos,
de unos jóvenes que aun con el país en crisis “vivían mejor que los ricos de la época de sus padres y
abuelos” (el lamento perplejo es de E. Hobsbawm).
C) Aún con todas las dudas sobre la pujanza de la
política y de lo partidario en el Uruguay, es difícil
negar la centralidad que pudo alcanzar entonces la
contienda entre el Partido Comunista y el resto de
las fuerzas de izquierda y el modo cómo ese conflicto era cultural y social a la vez que político. La puja
se vertía como un torrente sobre tópicos de trámite
cotidiano: la idea de revolución y cambio, el uso de
la violencia y de sus vertientes armadas, el “carácter”
del régimen pachequista, el papel de la clase obrera,
el peso de los intelectuales… Si es difícil sustraer a
los actores de estas coordenadas, cabe reparar en su
porosidad y hasta en su crisis. Y aun así, los jóvenes
ganaron primero la calle, irrumpieron con lenguaje propio y después se afiliaron, se adscribieron, se
alistaron. Ocurre que es tan relevante lo primero
como lo segundo, que se movieran y tuvieran donde
recalar.
Contra la prevención amenazante de Lenin
(“no hay vida privada”) la historiografía del último
medio siglo se ha venido devorando esos pliegues de
la vida social (que cubren desde lo privado hasta lo
íntimo, siendo diferentes), aun de aquellos actores
para los que todo debía ser exterioridad, producto
y resultado. El acercamiento a las culturas de la militancia que nos propone Markarian (algo similar
aunque desde otras coordenadas ha emprendido recientemente Ana Laura De Giorgi en Las tribus de
la izquierda) nos coloca frente a una reconstrucción
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diferente de la cultura política y de la afirmación
de una historia cultural de la política. Místicas
militantes hechas en redes sociales, fraguadas en
prácticas hablantes (“toma de la palabra”, decía De
Certeau), reflejadas en la circulación de símbolos y
significados, en expresiones que entran y salen de lo
político. Conocemos poco, todavía, de los repertorios culturales de aquellas militancias (las lecturas,
los lectores, las ficciones y músicas, las estéticas y
las poéticas) pero la investigación de El 68 uruguayo nos pone ante sus limites, nos impele a pensar y
a indagar en aquellas expresiones de la cultura con
las que la militancia debía tratar, negociar, transar.
Cortázar y Guevara –elijamos al azar– competían
entonces con Mancera y Batman. La violencia, empero, suspendía todo trato: la muerte consagraba
primacías, fundaba poéticas cuando no las proyectaba vigorosas en un firmamento sombrío y heroico.
¿Fue Íbero Gutiérrez, ejemplo de vitalidad e imaginación, “la voz poética del 68” que describió Luis
Bravo? ¿O las siete balas criminales de 1972 devinieron la mediación de una construcción posterior,
no tan evidente en la febril y concreta coyuntura?
En todo caso, Vania Markarian ofrece una neta
discontinuidad entre ideas y culturas que es un contundente prospecto de investigación. Si el militante
está en un centro posible de atención monográfica
habremos de recuperar con él un mundo tenso e
intenso, marcado por una ambigüedad que sólo el
tiempo deja ver mejor. En un malamente olvidado
libro sobre la Universidad, Carlos Real de Azúa acopiaba rasgos que podrían ser revisados y sometidos
a cotejo documental: son las vidas de seres apocalípticos, sectarios, puritanos, hechos de generosidad,
pasión y compasión, desdén por el riesgo, fe en algunos valores; son las peripecias de seres atrapados
por el dogmatismo, el simplismo, la hostilidad a lo
diferente y la estrechez de perspectivas. Una pizca
de claridad ha de salir a la superficie tras esta pista
que pone en línea ideas, pasiones y costumbres.
Finalmente, aunque parezca obvio es este un
libro de historia: nacida en 1971, Vania nos acerca
a un 68 más histórico, historiográfico, menos memorial y casi nada testimonial. Más abierto, por
eso, como viniendo de un mandato profesional, a
otras lecturas, literaturas y preguntas. Sigue la ruta
del oficio: “la historia comienza –escribe con algo
de exageración Pierre Nora– cuando el historiador
le plantea al pasado y desde el presente, unos problemas de los que los contemporáneos ni siquiera
tenían la más mínima idea”.
José Rilla
Universidad de la República
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Camaradas y compañeros. Una historia
política y social de los comunistas del
Uruguay. Gerardo Leibner. Montevideo:
Trilce, 2011, 632 pp.
Camaradas y compañeros constituye la primera investigación cuyo objeto de estudio abarca la
historia de los comunistas uruguayos entre 1941
y 1973. El historiador uruguayo Gerardo Leibner
divide su libro en dos tomos que, significativamente, decide nombrar como “La era Gómez” y “La era
Arismendi”.
¿Cómo explicar los extremos opuestos a los que
llegó el Partido Comunista en su historia? ¿Cómo
entender el grado de sectarismo de comienzos de
la década de los ‘50 como la amplitud pragmática
posterior? Esta es la pregunta fundamental de la
que parte la investigación; ni las condiciones generales del movimiento comunista internacional ni la
sociedad uruguaya pueden, según el autor, explicar
este itinerario. La clave, plantea Leibner, “tenía que
estar en el mismo Partido, en sus dinámicas y en su
inserción social”.
El historiador parte de la premisa de que dicho
itinerario no fue sólo el producto de la elaboración
de dos direcciones distintas que condujeron a ese
partido de modo opuesto y considera que no puede explicarse la historia partidaria como el reflejo
mecánico de los avatares de la urss. Se propone “revisar la historia política del Partido Comunista, con
sus auges y decadencias, aciertos y fracasos, desde
el ángulo de la historia social de los militantes” y,
por lo tanto, “desentrañar las condicionantes sociales concretas del proyecto comunista en el Uruguay
de aquellos años”.
Su investigación se estructura en base a una categoría conceptual que el historiador define como
“ideología social”. Esta se compone de ideas, prejuicios, categorías, percepciones y aspiraciones
subjetivas, de ahí la importancia que adquiere en su
texto el análisis de las prácticas sociales y del lenguaje de los militantes y que las fuentes a las que recurre
no sean sólo los múltiples documentos partidarios,
sino también los testimonios orales (historias de
vida de militantes) y artículos de la prensa partidaria cuya temática no es, precisamente, lo político.
En este ángulo y en el uso de estas fuentes radica,
justamente, una de las mayores originalidades de
Camaradas y compañeros.
“La era Gómez” resulta en muchos sentidos la
parte más novedosa de esta investigación. Leibner
narra detalladamente las distintas posiciones del
pcu frente a cada coyuntura histórica (dictadura de
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Gabriel Terra, Frentes Populares, Segunda Guerra
Mundial, comienzos de la Guerra Fría), describe la
vida interna de este partido y analiza el proceso por
el cual pasa de ser un partido con cierta relevancia
electoral a convertirse en una “secta”.
Resulta muy fecundo el relato acerca de las
prácticas partidarias que caracterizaron a la etapa
de autoencerramiento: el deporte, por ejemplo, y
su relación con la creación de organismos secretos
de seguridad o la versión criolla del culto a la personalidad a través de los homenajes y cumpleaños;
también aporta una información enriquecedora la
narración de las luchas intestinas y la descripción de
los mecanismos a través de los cuales un dirigente
político se transformó en el líder de una secta. No
se pierden nunca de vista –en esta primera parte– el
movimiento comunista internacional, las relaciones
entre el partido analizado y la urss, así como las
diversas lecturas de los comunistas uruguayos ante
cada cambio de lineamiento del pcus y sus repercusiones en el perfil que, en cada coyuntura, fue
adquiriendo el pcu.
El profundo análisis del historiador sobre el
fin de “la era Gómez”, la crisis del ‘55 y los sucesos
posteriores a esta crisis, resultarán –desde ahora–
referencia ineludible sobre estos hechos (sucesos
que han sido, a veces, interpretados sin tener en
cuenta el proceso anterior del pcu y sin suficientes
fuentes). Precisamente, Leibner ubica la crisis en
un contexto, recurre a fuentes, narra con detalle, se
detiene en los antecedentes y fundamenta con solidez su hipótesis: la crisis del ‘55 fue una reacción de
los propios dirigentes (todos ellos estalinistas) ante
ciertas prácticas éticas cuestionables de sus secretarios General (Eugenio Gómez) y de Organización
(Gómez Chiribao) y no constituyó un anticipo de la
desestalinización posterior del pcus. Esta reacción
permitió, a su vez y sin fracturas importantes, terminar con las prácticas de secta que habían aislado al
Partido de la sociedad y prepararlo para los nuevos
desafíos que, tanto la realidad internacional como la
nacional, requerirían de él.
De la segunda parte de la investigación se
destaca, en particular, el capítulo “El Popular y la
ideología social popular-montevideana”, donde
Leibner lee esta fuente de un modo realmente innovador: el autor encuentra en ella la influencia del
entorno social sobre los comunistas y analiza los
mecanismos a través de los cuales estos se dejaron
permear por la sociedad en la que vivían y militaban.
Su investigación da cuenta, así, de las estrategias del
diario para intentar adecuarse a la conciencia social de los sectores populares montevideanos; para
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contemporanea
ello el historiador lee, analiza y extrae interesantes
conclusiones sobre la página deportiva, los distintos
modos en que se abordaba el fútbol, la evolución de
las ideas sobre el rock, las crónicas en torno a los
premios de la lotería de Navidad y Año Nuevo, la
sección femenina y la masculinización de la visión
militante.
La riqueza de este análisis trasciende lo que
tiene que ver estrictamente con la historia de este
partido, en la medida que propone una metodología para la investigación de la relación entre política
y medios de comunicación en la década del ‘60 y
comienzos de los ‘70. Respecto a este complejo tramo de la historia del país, la investigación aporta
una profusa información del accionar de este grupo
político, sin embargo, se puede señalar que el autor no se distancia suficientemente de la visión que
el propio pcu tuvo de sí mismo. De la coyuntura
1968-1973 no hay en el libro datos particularmente
novedosos sobre la dinámica interna del pcu, no se
mencionan eventuales debates (por ejemplo, sobre
los Comunicados 4 y 7 o sobre la invasión soviética
a Checoslovaquia) ni se exploran, tampoco, las relaciones con la Unión Soviética.
La no disponibilidad de fuentes soviéticas y cubanas y la escasez de estudios históricos sobre otros
grupos de izquierda (roe, gau, pdc, ps, fer68)
operaron, seguramente, como limitantes para contextualizar mejor al pcu y a la ujc en relación con los
otros grupos de izquierda y con los otros partidos
comunistas del mundo.
Algunas opciones del historiador también pudieron haber operado como obstáculos, por ejemplo,
el uso de fuentes orales provenientes exclusivamente
de comunistas, la ausencia de una historia comparada del Partido uruguayo con sus pares italiano
y francés en la década del ‘60, la escasa relevancia
dada –en esta segunda parte– a la estrategia del
pcus y sus posibles implicancias en la línea política
de los comunistas uruguayos.
Camaradas y compañeros marca un hito, sin duda,
en la acumulación historiográfica sobre la izquierda
uruguaya, tanto por los aportes informativos sobre
uno de los protagonistas más importantes y menos
estudiados hasta ahora, como por el sólido y original
marco teórico desde el cual se proyecta.
Marisa Silva Schultze
ces
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Católicos, nacionalistas y políticas
educativas en la última dictadura (19761983). Laura Graciela Rodríguez. Rosario:
Prohistoria Ediciones, 2011, 128 pp.
En los últimos diez años, las ciencias sociales argentinas han comenzado a reformular varios
de los supuestos analíticos con los cuales se había
abordado la experiencia de la última dictadura, el
“Proceso de Reorganización Nacional” (prn), que
gobernó de facto entre el 24 de marzo de 1976 y
el 10 de diciembre de 1983. Una prolongada serie de estudios comenzó a plantear una reducción
de las escalas desde el previo marco macro con el
cual se estudió al último gobierno autoritario, por
lo que órbitas como la localización territorial de la
represión, las pujas al interior de las tres Fuerzas
Armadas y las trayectorias de los funcionarios, entre otras, fueron emergiendo como tópicos capaces
de complejizar las lecturas sobre dicha experiencia.
En tal renovación, reformular las relaciones entre el
Estado, el gobierno dictatorial y los actores individuales ha permitido, amén de indagar en áreas aún
no estudiadas, realizar dos grandes aportes que atraviesan a este tipo de estudios: dejar de lado la idea
de “dictadura militar” para dar paso al concepto de
“dictadura cívico-militar”, trabajando analíticamente desde las implicancias de tal categoría, y dejar de
entender a la dictadura como un bloque homogéneo
en sus objetivos, concepciones y prácticas. Dentro
de tal estado de la producción científica Católicos,
nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (1976-1983), de Laura Rodríguez, abre un
nuevo sendero temático al analizar las relaciones
entre dos espacios ideológicos convergentes, el catolicismo conservador y el de tendencia nacionalista,
los actores que los representaron y su imbricación
en el entramado procesista.
Organizado en torno a cinco capítulos precedidos de una introducción que los contextualiza y
seguidos de unas reflexiones finales que reposicionan
lo presentado en ellos, el libro parte de la hipótesis
general de que la política educativa dictatorial no
fue una totalidad coherente y homogénea, salvo
en el plan represivo hacia los actores educativos, y
que hubo al interior de los espacios analizados una
multiplicidad de proyectos no exentos de conflictos.
La historiadora se adentra tanto en las trayectorias
como en los discursos de los actores analizados,
buscando relevar qué concepciones y articulaciones políticas sustentaban sus proyectos educativos y
cómo estos intentaron ponerlos en práctica en tres
ámbitos centrales del Ministerio: el nivel primario,
el secundario y el área de Cultura.
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En el primer capítulo, “La llegada de los católicos al Ministerio y el inicio de la represión
(1976-1977)”, la autora estudia el articulado institucional de tal cartera, centrándose en la etapa en
que el pedagogo Ricardo Bruera ocupó el cargo
ministerial tras el breve interinato de cinco días del
Contralmirante César Guzzetti. Aquí Rodríguez
realiza una atenta lectura de las redes ideológicas,
institucionales y personales que unieron al ministro
y su equipo con sectores del catolicismo, sus declaraciones sobre la cuestión educativa y las relaciones
entre ésta y la represión ilegal. La autora destaca la
centralidad del plan represivo, junto a una mirada
que ligaba al catolicismo con la ética pública y el
sentido nacional.
En “Catalán: las bases ideológicas de la política educativa (1977-1978)”, segundo capítulo de la
obra, se aborda el final de la gestión de Bruera y el
período de Juan Catalán como ministro, tras casi seis
meses de acefalia en el Ministerio. Durante la etapa
de este abogado al frente de la cartera, se publicará
el documento “Subversión en el ámbito educativo.
Conozcamos a nuestro enemigo” que plasmará una
lectura católica, occidentalista y represiva. Al mismo tiempo, Rodríguez analiza casos fácticos de la
política represiva, como el del militante Alfredo
Bravo, y el avance del proceso descentralizador que
excedía el ámbito educativo y formaba parte de una
concepción dictatorial central. El capítulo se cierra
con el estudio de la renuncia de Catalán y del nuevo
proceso de vacancia del cargo.
“El más católico de los ministros: Llerena
Amadeo”, tercer capítulo del libro, parte de entroncar el proceso que los funcionarios de facto
denominaron “racionalización”, es decir, profundización de la descentralización y la articulación
con sectores católicos. En palabras del abogado y
ministro, desde un principio de subsidiaridad del
Estado se buscaba “una mayor eficacia y armonización en las acciones de las tres instituciones: Iglesia,
Estado y familia”, como componentes de una visión
global de la educación y la pedagogía. Rodríguez
analiza luego la reforma curricular, que propone
centrada en nacionalismo y elitismo, y el operativo “¡Argentinos marchemos a las fronteras!” que
categoriza como programa nacionalista. Las complejidades de la articulación entre el Estado y otras
áreas sociales acabarían también con la gestión de
Llerena Amadeo, dando lugar a la llegada de Carlos
Burundarena al cargo de ministro, una vez acabadas
las dos presidencias de facto de Jorge Videla, desnudando las profundas complejidades del área.
El capítulo cuarto, “Los nacionalistas, la pedagogía católica y el anteproyecto de ley”, parte de
estudiar el “carácter anticientífico de las asignaturas”
destacando tal cariz en un corpus de bibliografía
obligatoria y en la materia “Formación Moral y
Cívica”, que implicaba un cuasi retorno de la materia Religión a los programas. Posteriormente, se
estudia el anteproyecto de Ley de Educación, al
que Rodríguez entiende como “el intento de imponer el programa católico”. Las implicancias de esta
tentativa son abordadas desde el estudio del escrito ministerial y las encendidas defensas por parte
de la prensa católica, lo que permite comprender
nuevamente la profundidad de los vínculos entre
el ideario y las prácticas procesistas y católicas. El
último apartado del capítulo analiza, en la misma
línea, la visita al país del pedagogo del Opus Dei,
Víctor García Hoz.
“El ocaso del Proceso: Burundarena y Licciardo
(1981-1983)”, quinto capítulo, se estructura en
torno al estudio de las dos últimas gestiones ministeriales, la del ingeniero Burundarena y la del
contador Cayetano Licciardo, bajo las presidencias
de Roberto Viola y Leopoldo Galtieri. Signadas
por el deterioro interno del proyecto dictatorial y
la guerra de Malvinas emprendida en 1982, que
llevó el régimen a un abrupto y caótico final, con
Reynaldo Bignone como Presidente de facto y el
propio Licciardo aún al frente del Ministerio. En la
inestabilidad del prn, el ámbito educativo promovió
proyectos cuya implementación fue más dificultosa
que durante el ciclo de Videla y sufrió la lenta degradación de la dictadura, lo que lo expuso a críticas
del propio ámbito católico. Este sector, que había
sido una base para los proyectos educativos, señaló
crudamente que el prn, finalmente, no había logrado colocar la educación en real articulación con los
fines confesionales.
En las “Reflexiones finales”, Rodríguez retoma
dos ejes: la cuestión de la represión en el ámbito
educativo, verdadero pilar de coincidencias entre
militares y civiles, y la relación entre ideas y políticas
efectivas. Si bien puede señalarse como críticas a la
obra su brevedad y la falta de abordaje a ciertos puntos, que la propia autora señala como ejes deseables
de ser estudiados, su mérito principal está en lograr
intervenir de modo sistemático en una de las vías de
análisis sobre el prn que hoy son centrales, como
su carácter cívico-militar y su condición de régimen
no uniforme, desde un caso particular sumamente
relevante como el de la educación.
Martín Vicente
Universidad Nacional de General Sarmiento
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contemporanea
El “viejo” partido socialista y los orígenes
de la “nueva” izquierda (1955-1965).
María Cristina Tortti. Buenos Aires:
Prometeo Libros, 2009, 405 pp.
Son varios los trabajos académicos (tesis de
posgrado y publicaciones de diverso tipo) que en la
última década se han dedicado al estudio de diversos
actores del campo de la “nueva izquierda” que emergió en la Argentina de los años sesentas y setentas.
La gran mayoría de estos registran la novedad que
sería propia de tal izquierda abordándola en el momento mismo de su irrupción, aproximadamente
dentro de los límites cronológicos de la década
previa al golpe de Estado de 1976, predominando
además notoriamente los trabajos sobre las organizaciones revolucionarias que acabaron tomando
el camino de la lucha armada. El libro de Cristina
Tortti (basado en una tesis doctoral) se inscribe en
una tendencia más reciente de la historiografía argentina, que se propone rastrear los orígenes de esos
procesos en el período inmediatamente anterior,
entre los años cincuentas y mediados de los sesentas. Lo hace a través del estudio monográfico del
itinerario que durante esos años, más precisamente
entre 1957 y 1963, experimentó el más tradicional
de los partidos de la izquierda argentina, el “viejo” Partido Socialista fundado en 1894. Buscando
allí los orígenes de una de las que considera como
expresiones tempranas de la “nueva izquierda”, la
autora reconstruye detalladamente las circunstancias que derivaron en la crisis y ruptura del ps, que se
concretaría en julio 1958, y el proceso de emergencia y fugaz existencia del “socialismo de vanguardia”
entre octubre de 1961 y octubre de 1963.
La estructura del relato de ese proceso se compone en tres partes. Los dos capítulos contenidos
en la primera exponen una apretada historia del
ps desde su fundación en 1894 hasta su involucramiento en el derrocamiento de Perón en 1955 y la
instauración del régimen encabezado por Frondizi,
así como los debates y confrontaciones internas que
se desarrollaron durante 1957 y 1958, terminando
en la división del partido en dos organizaciones: por
una lado, el ps Democrático, representante de la ortodoxia partidaria y, por otro, el ps Argentino (psa),
exponente de los sectores renovadores que venían
reclamando una autocrítica del papel asumido por
el socialismo durante los episodios de 1955 y un
cambio de actitud en relación con el régimen imperante desde entonces.
Luego, los dos capítulos que integran la segunda parte se focalizan en el derrotero del psa entre
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1958 y 1961, desentendiéndose del curso seguido
por la otra rama del socialismo, salvo en lo relativo
a algunas polémicas con el primero. Los sucesos de
este cuatrienio son analizados como parte de una
transición que, partiendo de la crítica que había
derivado en la ruptura partidaria, no terminó de
consensuar una nueva alternativa y termina sucumbiendo a la irreconciliable confrontación entre los
renovadores moderados y los que con fuerte protagonismo juvenil reclamaban el abandono definitivo
del liberalismo y del reformismo y la adopción de
una orientación definidamente revolucionaria. En
esta tensión interna, así como en el fluido diálogo
crítico con otras expresiones políticas y culturales
de la izquierda de la época, que es exhaustivamente
reseñado en lo que indudablemente constituye uno
de los méritos del enfoque propuesto, son decisivas las diferentes formas en que cada sector se fue
posicionando frente a dos asuntos claves del contexto nacional y regional: la “cuestión peronista” y la
Revolución cubana.
A lo largo de los cuatro capítulos de la tercera parte se estudia la crisis y división del psa, para
luego focalizarse en el breve itinerario del psa de
Vanguardia, que expresó al sector que se había concebido a sí mismo como alternativa revolucionaria
dentro del socialismo reformista. Una vez más, la
otra corriente que emerge de la división del psa
es dejada fuera del foco central del análisis para
concentrarse en el “socialismo de vanguardia”.
Esto es así porque se trata de la vertiente del socialismo argentino que Tortti considera como la
expresión temprana de la “nueva izquierda”, la que
definiéndose como nacional y revolucionaria, y estando fuertemente conectada con e influida por la
experiencia cubana, se vio tensionada con igual intensidad por la sucesión de fracasos y desilusiones
en el persistente propósito de resolver la insoslayable “cuestión peronista”.
La autora justifica la pertinencia de este minucioso estudio en la enunciación de una hipótesis
general a la que se aludió al comenzar esta reseña:
las transformaciones operadas entre fines de los
años cincuenta y comienzos de los años sesenta habrían sido el punto de partida de los procesos de
renovación de la cultura política y de los elencos
dirigentes de la izquierda argentina que se prolongaron hasta mediados de los años setenta. De allí
se derivaría la importancia de estudiar monográficamente el origen de esos procesos en el período
comprendido aproximadamente entre 1955 y 1965,
lo que aquí se verifica para uno de los múltiples
vectores en que se fue fragmentando el socialismo
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contemporanea
argentino desde entonces. Probablemente aquí mismo esté uno de los problemas que pueden objetarse
al trabajo: el hecho de que siendo una contribución
muy importante al conocimiento específico del caso
estudiado, el lector no tiene modo de comprobar
específicamente, a través del relato que se le brinda, las vinculaciones que esgrime la autora con los
desarrollos subsiguientes, puesto que los hilos de
continuidad que evidenciarían esa conexión general
no son parte del objeto de estudio ni de la contextualización del mismo en el proceso general de la
historia argentina reciente.
De todos modos, el libro de Tortti indudablemente representa un aporte muy significativo, no
sólo por su contribución al conocimiento del caso
específico sino además por lo que significa para el
desarrollo de las nuevas tendencias en las formas de
abordar el proceso de crisis política que antecedió
a la instauración de las dictaduras de nuevo tipo en
el cono sur sudamericano entre 1973 y 1976. En
este sentido, el trabajo se inscribe en el destacable
propósito de superar la discontinuidad temporal
que la predominancia de la noción de ruptura histórica introdujo en las reconstrucciones de aquellos
procesos, reduciendo inconvenientemente las explicaciones a las coyunturas previas a los golpes de
Estado entre fines de los sesenta y comienzos de los
setenta. Para ello es que se apunta a reorientar la mirada hacia los hilos de continuidad y las conexiones
de sentido, que sólo pueden percibirse inscribiendo
las coyunturas críticas predictatoriales en procesos
históricos que se remontan a los tempranos sesentas
y tardíos cincuentas, y aún más.
Este cambio de perspectiva involucra otro que
además tiene su peso específico: al extender la mirada hacia un tiempo no tan reciente, necesariamente
se amplía el mapa de actores sociales y políticos y
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de agentes culturales involucrados en los procesos
bajo estudio. De esta forma, trabajos como el que
es objeto de esta reseña contribuyen a superar cierto
reduccionismo implícito en los estudios que, centrados en la coyuntura de crisis política que antecede
a la instauración de los regímenes autoritarios de
nuevo tipo, tienden a privilegiar el análisis de los
actores más directamente vinculados al desarrollo
de la violencia política (las organizaciones guerrilleras, los aparatos represivos del estado, los grupos
paraestatales), limitando la posibilidad de percibir
la importancia de la diversidad de actores, instituciones y escenarios en la dinámica político-social y
cultural de la época.
Por último, agréguese a ello el mérito, no siempre verificable en este tipo de trabajos monográficos,
de inscribir el itinerario del actor protagónico de la
historia narrada no sólo en el contexto general de
la evolución del sistema político nacional y de las
circunstancias internacionales que le afectan, sino
además en el contorno específico de la izquierda local, entendiéndola como una comunidad de
múltiples actores sociales, políticos y culturales
entre los que se configura una red de relaciones y
un importante intercambio de ideas, personas y
recursos materiales y simbólicos. Como bien surge
del análisis que presenta Cristina Tortti, las formas
en que cada actor interpreta y define su acción en
el macrocontexto nacional e internacional están
mediadas por su pertenencia y su ubicación en el
microcontexto de la izquierda, un enfoque que probablemente sea válido para otros actores, pero que
indudablemente lo es para aquellos que pertenecen
al campo de la izquierda, sobre todo en el período
de referencia de este trabajo.
Jaime Yaffé
Universidad de la República
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