Acercamiento a Jesús de Nazaret 1

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ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET
"Evangelios dominicales", subtítulo de esta obra en cuatro volúmenes, pretende responder y
salir al encuentro de todas las lecturas de los domingos y días festivos de los tres ciclos
litúrgicos. El autor no sigue el orden de los domingos, sino el cronológico de la vida de
Jesús. El objetivo principal será seguirlo en los evangelios de la infancia, comienzo de la vida
pública, vida pública propiamente dicha, últimas predicaciones y mensaje pascual. Para la
localización de los textos en el ciclo litúrgico, el lector deberá consultar el Indice.
Estos comentarios han surgido desde y para una comunidad cristiana concreta, en
Benavente (Zamora). Pero hemos creído que pueden servir también a otros cristianos y
comunidades de a pie para estimularles a seguir las huellas de Jesús, para el crecimiento
personal y comunitario en la fe. Por este motivo nos hemos animado a publicarlos.
Evidentemente que no han sido escritos para leerlos todos seguidos. Cada capítulo se puede
y debe leer independientemente. Incluso cada apartado es un todo completo en sí mismo.
El primer tomo trata de la infancia y el primer año de la vida pública de Jesús. El segundo, del
segundo año de su vida pública. El tercero, del tercer año de su vida pública. El cuarto, de los
últimos días de su vida, con su pasión, muerte y resurrección; además de un índice que indica el
lugar en que se encuentra cada evangelio dominical de los tres ciclos litúrgicos.
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FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A
JESUS DE NAZARET – 1
Evangelios dominicales
EDICIONES PAULINAS
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© Ediciones Paulinas 1985 (Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid)
© Francisco Bartolomé González 1985
Fotocomposición: Marasán, S. A. Juan del Risco, 9. 28039 Madrid
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid)
ISBN: 84-285-1057-1
Depósito legal: M. 26.808-1985
Impreso en España. Printed in Spain
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PRESENTACIÓN
Estos comentarios han surgido desde y para la Comunidad cristiana popular de Benavente (Zamora).
¿Servirán, lo mismo que a nosotros, a otras comunidades y cristianos de base a seguir hoy el camino
de Jesús de Nazaret? Ese es el deseo que me mueve a publicarlos.
A nuestro cristianismo le ha pasado como al juego "mensaje", que consiste en decir una frase
sencilla al oído de otro, y éste a otro... Al final no es ni parecida.
Hemos de volver al evangelio, dejando de edificar exclusivamente sobre lo anterior; porque si lo
anterior es válido, lo será por estar de acuerdo con el evangelio, jamás porque "se hizo siempre así".
Las comunidades cristianas no podemos caer en el error de edificar la comunidad sin el evangelio,
sin Jesús -un error en el que ha caído en demasiadas ocasiones la Iglesia oficial-. A la larga, acabaríamos haciendo nuestra lucha, nuestra historia..., pero no la lucha y la historia del Dios
manifestado en Jesús
Si queremos seguir el camino del Mesías, es necesario que ahondemos en el evangelio, porque es
ahí donde podemos encontrar los fundamentos de nuestro actuar.
Es impresionante el número de gente honrada que se ha ido de la Iglesia. Y esto nos debe hacer
reflexionar seriamente, para no seguir dejando a la Iglesia de Jesús en manos de instalados y conservadores.
Se puede leer cada capítulo independientemente. No es necesario leer seguido. Cada apartado es un
todo completo en sí mismo, y por ello hay repeticiones; de otra forma me parecía que no quedaban claros.
Pero todos dependen de los demás: Ningún comentario está en contra de otros.
Pretendo responder -en cuatro volúmenes- a todas las lecturas dominicales de los tres ciclos.
Pero no seguiré el orden de domingos, sino el cronológico. Seguir la vida de Jesús será el objetivo
principal. De ahí que haya que buscar las lecturas teniendo en cuenta el lugar probable que ocuparon
los hechos en la vida histórica de Jesús.
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INTRODUCCIÓN
Simplificando mucho, podríamos dividir nuestra sociedad en tres grandes grupos humanos: un
grupo de conservadores -muy instalado-, que lo único que desean es mantener sus posiciones de
privilegio al precio que sea y que todo lo interpretan desde esa situación, a pesar de que muchos de
entre ellos se profesan cristianos y abundan los que pertenecen a estamentos religiosos; otro grupo,
que podríamos llamar revolucionario, no está contento con la sociedad en que vivimos y trata de
cambiarla, y en el que muchos piensan -es ésa su experiencia- que las religiones son alienantes;
finalmente, la masa amorfa, que no acaba de saber de qué va y que es fácilmente manejada por los
que tengan el poder político-ideológico, económico o religioso.
Y si el mensaje evangélico es revolucionario, es evidente que sólo estarán en camino de
interpretarlo fielmente aquellos que deseen y estén trabajando para que termine la situación de
injusticia en que está inmerso el mundo en que vivimos. Hemos de leer el mensaje de Jesús como
pobres y oprimidos que luchan por liberarse de cualquier tipo de esclavitud -incluida la
religiosa-, y que creen que el evangelio tiene la respuesta para alcanzar esa liberación-salvación
personal y colectiva. Es necesario que profundicemos en cada pasaje, tratando de descubrir lo que
Jesús quiere decirnos hoy a cada uno de nosotros y a cada comunidad cristiana en la vida concreta
de cada día.
No podemos tomar ningún pasaje ni ninguna palabra del evangelio como si de antemano ya
supiéramos su contenido exacto. Hemos de confrontarlos siempre con nuestras vivencias actuales,
personales y comunitarias, porque es en la vida diaria donde tiene que surtir efecto el mensaje de
Jesús.
Es frecuente escuchar estas palabras: "El evangelio tiene respuestas para todos los gustos", "cada
uno encuentra en él lo que le conviene"... Y esto, que parece de una increíble inexactitud y
superficialidad, es verdad -sobre todo cuando no se lee, asidua y directamente, desprendido-.
Es muy difícil una lectura totalmente objetiva. Para evitar el subjetivismo en su interpretación,
tenemos que desprendernos de toda idea preconcebida, de todo interés personal, y tratar de hacer
una síntesis de todos sus textos, sabiendo que nunca unos pasajes podrán estar en contra de otros.
Sólo hay una forma de ir interpretando con fidelidad las enseñanzas de Jesús: intentar vivirlas y
relacionar todos sus textos, hasta tener un todo armónico, en el que cada acontecimiento y cada
palabra estén al servicio de los demás y los clarifiquen.
No nos engañemos: lo mismo que el agua adopta la forma del recipiente en que se echa, de la
misma manera, según la situación económica y social que ocupemos en la sociedad y según la co-
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rrespondiente mentalidad, fruto de esa situación, interpretaremos el mensaje de Jesús de
Nazaret.
Las comunidades cristianas tenemos que tener estas ideas claras y darnos cuenta de que la
mejor -única- forma de que los evangelios nos sirvan ahora y aquí es leerlos abiertos a lo que
nos puedan pedir; es encarnarlos en nuestra realidad concreta, en un compromiso de liberación y
de justicia con los oprimidos; es leerlos de un modo revolucionario. Sin olvidar que para ser cristiano es necesario vivir en la base, con el pueblo sencillo, donde no hay ningún tipo de privilegios;
que es necesario compartir la vida con los oprimidos, como hizo Jesús... Que es necesario ser
pueblo.
Para interpretar el mensaje de Jesús tenemos que interrogarnos personalmente qué es la vida
para nosotros, qué esperamos de ella, qué pensamos de la sociedad en que vivimos, qué nos
gustaría cambiar... Debemos buscar para ir encontrando en él las respuestas. ¿Cómo podremos
encontrar si no buscamos nada? ¿Y cómo buscar si vivimos satisfechos?
No basta con leerlo para poder interpretarlo. Sólo lo iremos entendiendo si tratamos de vivir
los ideales de Jesús: nos irá cayendo encima. Una vida comprometida con la causa de Jesús,
que es la causa del pueblo, es la clave para su interpretación. El evangelio es un espejo: nos
tenemos que ir viendo revelados en él cada uno de nosotros.
Es necesario acabar con los comentarios burgueses del mensaje del Mesías de Dios, que no
comprometen a nada. Hemos de leerlo y comentarlo desde el pueblo sencillo y para la gente sencilla, únicos interlocutores que pueden entenderlo porque lo necesitan. Además, es de donde surgió
y para los que fueron escritos los evangelios.
El conocimiento de la vida de Jesús no nos llega por generación espontánea, ni atacando
planteamientos equivocados, ni es sólo cuestión de buena voluntad. Y menos aún creyendo que es
bueno lo que hacemos porque se hizo siempre así. Nos va llegando a través de la lectura atenta,
reposada, abierta del evangelio; unida a la oración encarnada en la vida de cada día, al diálogo en
grupos y en comunidades y a una vida comprometida con la justicia y la liberación de los pueblos.
Es importante leer entre líneas, comprender lo que se insinúa, que quizá sea tanto como lo que
se dice.
Quiero adelantar que no es un comentario contra los ricos ni contra la Iglesia. Es a favor de
ambos: de los ricos, para que dejen de serlo y puedan ser personas solidarias; de la Iglesia, porque
pertenezco a ella con todo mi corazón y deseo aportar todo mi esfuerzo para que sea lo que
Jesús de Nazaret se propuso al fundarla: el mejor camino hacia el reino de Dios.
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PRÓLOGO DE JUAN
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para ser hijos de Dios
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
-Este es de quien dije: "El que viene detrás de mí
pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia:
porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
El Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.
(Jn 1,1-18)
Juan comienza su evangelio con la descripción de la Historia de la Salvación en forma de
himno, que antepone a su obra para presentarnos al protagonista de su narración. A diferencia
de los demás evangelistas, no se queda en el bautismo de Jesús y el Bautista (como hace
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Marcos) ni en su nacimiento virginal (como Mateo y Lucas). Juan llega hasta los orígenes, que se
remontan a la eternidad de Dios. Sólo así la presentación es completa.
El prólogo no describe a Dios en sí mismo, sino en sus relaciones con el hombre. Resume la
realización del proyecto creador de Dios. Jesús aparece como presencia en la historia de la
verdad y de la vida personal de Dios.
No es posible penetrar en toda su profundidad sin un conocimiento previo de la obra de Jesús
y de las reacciones que ocasionó. Ofrece claves para interpretar todo el evangelio y señala los
temas principales. Debido a la densidad y abundancia de símbolos, necesita ser explicitado por
la misma narración.
Es un texto para ser meditado lentamente. Es un poema teológico. Tiene su origen en el Antiguo
Testamento y en fuentes anteriores al evangelio e independientes de él. Juan hace el elogio de la
Palabra al estilo con que el Antiguo Testamento lo hacía de la Sabiduría (Prov 8,22-31; Sab 9,912; Eclo 24,3-9). Lo mismo que la Sabiduría, aparece la Palabra en su trascendencia e
inmanencia: en su trascendencia, porque es anterior al mundo y anima la creación y el futuro
de este mundo; en su inmanencia, porque viene a habitar en su pueblo y a traerle sus
beneficios.
Está redactado en forma parabólica, cuyo centro coincide con los versículos 12-14.
Este es el esquema:
-La Palabra junto a Dios (vv.1-2).
–El Hijo junto al Padre (v 18)
-La creación es fruto de la Palabra (v.3).
–La re-creación es propia del Hijo (v 17)
-La Palabra, vida y luz de los hombres (vv.4-5).
–El Hijo es la plenitud de los hombres (v 16)
-Testigo: Juan Bautista (vv.6-8 ).
–Testigo: Juan Bautista (v 15)
-Venida al mundo de la Palabra (vv.9-11).
–Venida del Hijo en la carne (v 14)
- Finalidad: hacernos hijos de Dios (vv 12-13)
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1. La Palabra es Dios
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios (vv.1-2).
Estos dos primeros versículos constituyen una introducción al resto del prólogo.
Juan ha querido poner una base sólida, darnos la razón última de por qué esta Palabra -que
encarnada se llama Jesús de Nazaret- puede hablarnos de Dios. Nos la presenta en la esfera
divina, preexistiendo al principio de la creación (Gén 1,l ss), en plena comunión con el Padre. La
Palabra tiene como contenido el proyecto de Dios y su ejecución.
Juan arranca de la existencia eterna de la Palabra, más allá del tiempo. Palabra que tiene
como función esencial hablar, dirigirse a alguien esperando ser acogida y respondida. Supone siempre unos destinatarios.
La Palabra es Dios. La palabra de una persona es la expresión de su intimidad, de su pensar,
de su sentir, de su querer, de su ser interior, de su misterio personal y de su vida. Es la
manifestación activa de un yo para dejarse conocer y ser aceptado o rechazado.
Lo que llamamos palabra de Dios es la expresión de su intimidad, de su pensamiento y de su
voluntad, de su ser personal, de su misterio y de su vida. Expresión total, plena, perfecta. Esta
Palabra es el Hijo; encarnada es Jesús.
Hay una prehistoria de la palabra de Dios, que preexistía a la creación, que es eterna como Dios
mismo. Hay también una historia de la palabra de Dios en dos etapas: creadora y salvadoraliberadora.
Dios crea por su Palabra, re-crea por su Palabra, se hace Palabra en Jesús. Y Jesús nos revela
la vida íntima de Dios, que es la luz de los hombres.
Nos es difícil expresarnos, y hay tantas opiniones distintas porque nuestras vidas no están
comprometidas, porque no nos colocamos en el lugar de los que sufren las injusticias, porque
nuestras vidas no están respondiendo al plan creador de Dios. De ahí tantas conversaciones
intrascendentes. Por eso es tan doloroso hablar cuando estamos algo comprometidos por el Reino.
La teoría aleja criterios; la experiencia de unas vidas comprometidas los va unificando. La
palabra quema; por esa razón la palabra de Dios acabó su vida en el patíbulo.
La palabra vacía, vana, es lo más contrario a la palabra de Dios. ¿Por qué me vendrá
ahora a la memoria la llamada "prensa del corazón"? Es la falta de una vida solidaria con nosotros
mismos y con el mundo lo que hace tan superficiales tantas cosas en nosotros y en los que nos
rodean. Ese no saber hablar y vivir más que de fútbol, quinielas, loterías, modas, programas de
televisión, música que no es más que ruido estridente..., ¿no es expresión de una vida vacía?
Los hombres debemos ajustar nuestras vidas a esa Palabra primordial, debemos escucharla
para tener vida. Palabra original, que relativiza todas las demás palabras. Todas las palabras ante-
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riores eran expresión parcial de su plenitud. Las posteriores no pueden ser más que
clarificaciones de esa misma Palabra.
Todas las maneras de concebir al hombre quedarán superadas en la medida en que se
conozca el proyecto de Dios sobre el hombre en Jesús de Nazaret.
No es una palabra ocasional, sino única y permanente, una interpelación continua,
anterior a la Ley y a los Profetas y a la creación del mundo. Frente a la Palabra todo queda
relativizado y circunscrito a una época determinada de la historia.
2. La creación es fruto de la Palabra
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho (v.3).
Todo fue hecho a imagen y semejanza de la Palabra y todo debe desarrollarse según esa
Palabra. Nada existe fuera del proyecto divino, expresado y realizado en su Palabra. No hay
criatura que no sea expresión de la Palabra ni que sea mala en sí misma. El mal no es fruto de la obra
creadora. Las montañas, el mar, las llanuras, el firmamento..., el hombre..., todo es reflejo de
Dios. El progreso material sigue un camino falso al obligar a los hombres a encerrarse en las
ciudades.
Al ser la Palabra la fuerza creadora de todo, funda el origen de todo:
Al principio creó Dios
el cielo y la tierra (Gén 1,1).
La creación es la primera revelación de Dios. Dios creó la primera materia de la nada; es
decir, sin materia ni forma preexistentes. De esa primera materia fueron surgiendo todas las
cosas. El cómo corresponde a los científicos, ya que el relato bíblico es simbólico, tiene una
finalidad religiosa.
En la Naturaleza todo nos habla de Dios, siempre que sepamos ver y escuchar (Rom 1,20): la
belleza de una noche estrellada; la inmensidad de los mares, de las llanuras y de las montañas; el
agua que, con sed de infinito, corre hacia el mar; los árboles que todos los años pierden sus
hojas y parece que mueren, para resurgir cada primavera... Toda la Naturaleza nos habla de
infinito, de plenitud. Sin olvidar las maravillas de los espacios siderales.
El contacto con la Naturaleza es vital para la vida del hombre. En ella se logran amistades
profundas y duraderas, se aprende la entrega a los demás y el compartir..., como hemos descubierto
muchos en los campamentos escultistas. En contacto con la Naturaleza se experimenta qué pocas
cosas materiales son necesarias para vivir felices; se aprende el sentido de lo esencial.
A causa del "pecado del mundo" (Jn 1,29), los hombres no comprendimos esta primera
manifestación de la Palabra, por lo que nos es necesario aprender desde niños a experimentar esta
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realidad. Sin ese pecado -mal del mundo- descubriríamos fácilmente la belleza de la creación, las
"huellas" de Dios en ella.
Las ciudades esconden la obra de Dios a causa de las obras de los hombres, empeñados muchas
veces en un progreso destructivo y en unas diversiones alienantes.
Y dijo Dios... (Gén 1,3ss).
Nuestra mentalidad occidental considera las palabras sólo en relación con el pensamiento que
expresan. Para el hebreo son una realidad viviente. En el relato bíblico de la creación, Dios "habla" y sus palabras son la luz, el firmamento, las montañas, los animales, el hombre.
La eficacia de la palabra depende de la convicción del que la pronuncia. Cuando Dios nos habla,
los hombres quedamos existencialmente envueltos. Su Palabra es creíble porque es creadora:
habla y nace el mundo, habla y sanan los enfermos, habla y los pecados son perdonados, habla
y los muertos vuelven a vivir...
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo,
penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y
tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón (Heb 4,12).
La palabra de Dios siempre es eficaz, nunca cae en el vacío. Por eso se puede decir que la
palabra de Dios es siempre sacramental: realiza lo que significa.
Nuestro mundo, inundado de palabrería, ha perdido la atención y la fe en las palabras.
Las hemos vaciado de su verdad, de su realidad, de su fuerza. Los anuncios de televisión son
una prueba de ello, y no la peor: pensemos en el mundo de los políticos...
Tenemos que liberar la Palabra dentro de cada uno de nosotros, porque es nuestra
verdadera vida. De esa forma nuestras palabras volverán a decir algo y a hacer algo. Nos tenemos
que poner bajo el influjo de la Palabra que todo lo rehace, como se pone el barro en las manos
del alfarero. Porque no nacemos plenamente nacidos ni venimos a la vida totalmente vivos. Vamos
naciendo y viviendo según vamos haciendo nuestro el proyecto que tuvo Dios al crearnos.
Y dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gén 1,26).
Dios es trino. Esta realidad no podemos explicarla: es el mayor de los misterios. Pero podemos
experimentarla, porque somos imagen y semejanza de ese Dios trino, de ese Dios que es comunidad
de amor. Esa es la razón de la incapacidad que experimentamos todos los hombres para ser felices
solos. Necesitamos de los demás para ser felices; de todos los demás para serlo en plenitud.
Solamente lo lograremos después de la muerte. El designio de Dios es que el hombre sea la
expresión de su misma realidad divina. También el hombre nos habla de infinito y de plenitud.
3.La Palabra, vida y luz de los hombres
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres (v.4).
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En la Palabra está la única vida. Sin ella la humanidad vive sumida en la muerte, en las tinieblas.
Los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas han buscado la respuesta definitiva
a sus anhelos y búsquedas. En cada uno de nosotros existe un profundo deseo de encontrar el
sentido de las cosas y de la vida, de encontrar una respuesta a nuestros interrogantes,
sufrimientos y esperanzas. ¿Cómo vivir en paz sin saber de dónde venimos, adónde vamos, por
dónde debemos ir?
Nuestro mundo nos marca un ritmo de vida en el que no es posible la reflexión y el silencio.
Vivimos atosigados por los problemas de la vida diaria: la casa, los hijos, los padres, los estudios, el
trabajo, lo que queremos comprar, las dificultades de los amigos, el hecho de que no cuentan lo
suficiente con nosotros, la situación política y económica... Todo esto es como una tela de araña
que nos impide ver por qué vivimos, y sufrimos, y luchamos. Y mientras tanto, la Iglesia preocupada
fundamentalmente por mantener una institución anquilosada, lejos de las preocupaciones
concretas de los hombres. ¿No emplea la mayor parte de sus efectivos -sacerdotes, religiososen sacramentalizar y no en evangelizar? Y cuando algunos de sus miembros intentan abrir
caminos nuevos... todo son dificultades de la institución. De ahí el bochornoso desprestigio,
ganado a pulso, entre gran parte de intelectuales, obreros y jóvenes, principalmente. Desprestigio
que no alcanza a Jesús de Nazaret, que sigue siendo considerado como un hombre excepcional.
La finalidad de Dios al crear el mundo fue la comunicación de vida. Y ésa es la misión de
Jesús: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
Jesús nos revela la vida plena que ya está en el interior del hombre. Porque la plenitud de
vida está contenida en el proyecto de Dios, según el cual el hombre ha sido creado; el anhelo
de plenitud de vida es constitutivo de su ser; anhelo que lo invita a realizarse. Los hombres
percibimos que estamos destinados a la plenitud y que tal debe ser el objetivo de nuestra
existencia y actividad.
Tenemos que entender la vida como actividad encaminada a conseguir la plenitud, la
perfección, la felicidad, la justicia, la paz, el amor para todos. Actividad que nos llevará a
descubrir que sólo la vida eterna puede contentar y saciar nuestro pobre corazón, demasiado
grande para el mundo que le rodea. El secreto de la vida y su fecundidad está en la amplitud en el
mirar y en la fuerza que ponemos en realizarlas. Una vida que no podemos alargar, pero sí
ahondar. Una vida que no podemos convertir en un juego y en un hacer cosas: la vida es
actividad creadora y entrega de sí mismos.
Una vida verdadera es siempre el resultado de luchas y desgarramientos, porque la vida es una
continua elección y elegir supone renunciar. Elección que nos fuerza a reflexionar, a pensar.
Aunque parezca un juego de palabras, es verdad que el que no vive como piensa acaba
pensando como vive.
Nada hay que los hombres deseemos conservar mejor y que tratemos peor que la propia vida.
Vivimos demasiado superficialmente.
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Sin Dios -sin todo lo que El representa- la vida no tiene sentido. Es una farsa trágica.
Está muy lejos del proyecto creador divino. No hace falta vivir mucho para descubrirlo.
Se podría objetar que existen muchos agnósticos y ateos que trabajan seriamente por hacer
este mundo más humano. Yo creo que con ese trabajo están demostrando que creen en Dios,
aunque lo llamen de otra forma. Dudo de los que hablan mucho de Dios y no mueven ni un
dedo para mejorar el mundo que les rodea.
La vida precede a la doctrina, a la verdad. La verdad nunca es teórica, sino explicación o
defensa de un hecho de vida ya existente.
Aceptar a Jesús es aceptar la vida tal y como se manifiesta en su persona y se expresa en sus
obras. Una vida que es norma de toda actividad verdaderamente humana, ofrecimiento de
plenitud y que está dentro de cada hombre esperando ser desarrollada.
Juan identifica la vida con la luz. La vida es luz porque es visible y reconocible.
La vida de Jesús de Nazaret, experimentada y aceptada, se revela como verdad. El brillo de
la verdadera vida es la verdad, que se impone por su evidencia.
Para el hombre la única luz-verdad es el resplandor de la vida. La luz es la vida en cuanto
perceptible. La verdad es la vida misma en cuanto se puede experimentar y formular.
4. La tiniebla, enemiga de la vida
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió (v.5).
La obra creadora de Dios se convierte en obra de salvación-redención-liberación al haberse
interpuesto una realidad hostil, la tiniebla, que domina a la humanidad e impide que la
creación llegue a su término.
Hemos nacido en medio de la lucha de la luz y de la tiniebla. Pero hemos caído del lado de la
tiniebla, porque vivimos superficialmente. En la superficie de nuestra vida estamos en contra de la
Palabra. Pero si la ahondamos, en la oración silenciosa y en la lucha por la justicia,
encontraremos el anhelo de esa Palabra en la intimidad de nuestro ser.
En la superficie de nuestra vida aletea "el pecado del mundo": ceguera, comodidad, egoísmo,
insensibilidad, individualismo... A ese nivel, nuestro corazón es de piedra, incapaz de latir; nuestra
mente es de dura cerviz, sin posibilidad de entender. En lo íntimo de nuestro ser late la imagen y
semejanza de Dios, el deseo de plenitud y de infinito.
Cuando comenzamos a vivir según la Palabra, comenzamos a tomar conciencia de nosotros
mismos.
La luz no ha cesado de brillar en medio de un cerco de tinieblas que intentan apagarla. La
aspiración a una vida plena ha existido siempre en la persona humana; se inserta en su mismo
ser: queremos ser "el bueno" de la película, un buen ejemplo nos cautiva, un buen profesor, un
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buen compañero, una persona que vive entregada a los demás... Aunque no sean más que
ejemplos, nos pueden servir para intuir dentro de nosotros esa aspiración a la luz.
La tiniebla no es una mera ausencia de luz, sino una enemiga de la vida. Intenta extinguir la luz,
porque ante ella no tiene nada que hacer. Basta que la luz se encienda para que desaparezcan las
tinieblas. La luz es una acusación para la tiniebla. La tiniebla no puede recibirla, porque dejaría de
existir. Por eso es tan atacado el bien en la sociedad, y fracasa normalmente el justo. La
tiniebla es una falsa ideología que, al ser aceptada, ciega al hombre, sofocando su aspiración a la
plenitud de vida. ¡Cuánta tiniebla en nuestra sociedad de consumo!
La luz no fuerza ni violenta; es evidente por sí misma, animando a la opción.
Vivimos entre dos polos antagónicos: luz-vida y tiniebla-muerte. La dialéctica vida-muerte está
presente en la historia y en cada uno de nosotros. ¿Quién puede decir que es todo luz o todo
tiniebla? Hay aspectos en nuestra vida en que amamos la tiniebla: todos aquellos que no
queremos cambiar y sabemos que están mal planteados. En otros parece que amamos la luz:
normalmente son aspectos de nuestra vida que ya realizamos porque nos son más fáciles. ¡Qué
difícil es vivir plenamente abiertos a la Palabra!
Si el anhelo de plenitud de vida pertenece al ser profundo del hombre, reprimirlo significa
obrar contra la propia naturaleza e impedir el propio desarrollo. En esto consiste "el pecado
del mundo".
El hombre puede comprender, si quiere, qué significa ser plenamente hombre. A ello ha
aspirado siempre, a pesar de su comodidad y de las dificultades del ambiente. Para ello
necesita reflexión, oración, silencio y compromiso.
Todo el que anhele de verdad vivir en plenitud, al encontrarse con la luz optará por ella.
Quien, por razones inconfesables -"porque sus obras son malas" (Jn 3,19)-, reprime esa vida
en sí mismo o en los demás, combatirá la luz y optará por la tiniebla.
Juan encarna la tiniebla en la institución judía, que había absolutizado la Ley y estaba en
contra de la vida. De ahí su rechazo de Jesús.
¿Dónde encarnar hoy la tiniebla? En todo sistema de poder y de opresión que impida al hombre
realizarse plenamente según el proyecto divino. Y en todo hombre que no se esfuerce por realizar en sí mismo ese proyecto.
La tiniebla es muerte: injusticia, mentira, odio, guerra, paro... Los dominados por ella son
muertos en vida; más los que la causan.
5. Testigo: Juan Bautista
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
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No era él la luz,
sino testigo de la luz (vv.6-8)
La mención del Bautista nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una
idea, algo abstracto, sino Alguien: la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret.
Jesús es la "luz del mundo" (Jn 8,12) y quiere iluminar a todos los hombres. Testigo de esta
luz fue Juan Bautista. Luz que puede aclarar el misterio humano.
La misión de Juan es declarar en favor de la luz, despertando la esperanza de los hombres.
Juan tenía luz, pero no era la luz porque no realizaba plenamente el proyecto divino en sí mismo ni
podía comunicar la vida plena por no poseerla.
Juan apoya su testimonio en la aspiración del hombre y anuncia, al mismo tiempo, la
posibilidad de su realización. Pretende despertar nuestros anhelos y sacarnos de la resignación y de
la mediocridad. Para responder a su invitación tenemos que darnos cuenta de la situación de
muerte en que estamos sumidos.
Juan era levita y no estaba en el templo. Se había preparado en el desierto para su misión,
profundizando en sus ideales y descubriendo cuáles eran realmente suyos. Para que lo fueran
necesitaba bastante tiempo: el tiempo de la reflexión, de la oración, de la asimilación personal, de la
maduración del propio compromiso, de la entrega de la vida a ellos.
Sólo nos es lícito creer en nuestros ideales después de pagar por ellos el precio de la
búsqueda, de la paciencia, de la esperanza, de la entrega. ¡Qué fácil les es a la mayoría de los
cristianos aceptar las "verdades de la fe"!
El verdadero testigo, el profeta, es el hombre que tiene que comunicar una palabra que le
explota dentro, y que sabe que esa palabra tiene que pudrirse en la oscuridad, en el rechazo, en la
incomprensión, en el sufrimiento... Es el proceso del grano de trigo (Jn 12,24): siempre muere
antes de nacer la espiga.
El verdadero testigo es el que tiene el coraje de las prolongadas y extenuantes esperas, como
Juan: transmitir lo que más ilusiona y preocupa, insistir años y años en los mismos temas
fundamentales, afanarse en inculcar y en vivir lo que nos puede hacer plenamente hombres... y
encontrarse siempre las mismas defensas, las mismas historias y superficialidades, los mismos
prejuicios indestructibles, los mismos equívocos... Y seguir adelante. Seguir sembrando aun
cuando se experimente el abandono casi general al llegar a cierta edad. Seguir esperando en medio
de la indiferencia casi general.
La Palabra parece inútil. Ahí están los hechos para demostrarlo. Y, sin embargo, la prueba
de la inutilidad es precisamente la decisiva para la Palabra. Cuando parece inútil, la Palabra se
hace fecunda por la vida del que la pronuncia. Cuando parece que no cambia nada, la
Palabra realiza su acción silenciosa y revolucionaria, transformadora en profundidad. Juan
murió de una forma absurda, pero sigue vivo en su misión de testigo, anunciador de la luz.
16
Las palabras carecen de efecto cuando nacen de la costumbre, cuando "se repiten", cuando
no son confirmadas por la convicción, por la autenticidad de la vida del que las pronuncia.
Las palabras, aun las verdaderas, no funcionan cuando no es "verdadera" la vida del que las
dice.
Aunque es verdad que juegan un papel importante la comodidad y la superficialidad, los
demás no aceptan nuestras palabras porque tampoco las aceptamos nosotros: las decimos sin
convencimiento. Los demás no las toman en serio porque tampoco nosotros las tomamos en serio.
Y así es inevitable que se nos oiga distraídos, adormecidos.
Un testigo se hace creíble no si aparece triunfante, sino si queda como aplastado bajo el peso
de una aventura demasiado grande para él.
Antes de hablar debemos comprobar si las palabras nos "dicen" a nosotros mismos. Deben
nacer dolorosamente, poco a poco, como si no las hubiéramos pronunciado nunca antes. Solamente eliminando de nuestras palabras toda jactancia y seguridad podremos ponerlas al servicio de
la Palabra. Entonces también nuestras palabras llegarán al corazón de los oyentes; pero no serán
ya nuestras.
Debemos creer y comunicar solamente aquellas palabras en favor de las cuales estemos
dispuestos a entregar el precio de la vida. A causa de ello, no podremos ser de muchas palabras:
su costo es espantoso.
6. Venida al mundo de la Palabra
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre (v.9).
La luz plena se manifiesta en la historia en una existencia humana: el Mesías.
Esta luz verdadera se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley.
Los hombres tenemos un criterio para distinguir las luces verdaderas de las falsas: nuestro
anhelo de vida y plenitud. Todo aquello que aliente ese anhelo será verdadero en la medida en
que lo aliente. Lo que reduzca al hombre a un ir tirando o lanzándolo por otros caminos será
falso.
Si Jesús es la luz, donde El no llega hay tinieblas. Somos libres para aceptarlo o no. Pero
solamente hay luz en nuestra vida en la medida que lo aceptamos a El, con nuestro modo de
vivir, consciente o inconscientemente.
La Palabra es luz, ilumina hasta lo más profundo y escondido del hombre. Pero tenemos que
abrir los ojos, tenemos que encontrar silencio. Es fatal acostumbrarnos a ella: pierde toda su
eficacia. Es el problema, a mi juicio, de la Iglesia institucional.
17
De la Palabra surge el hombre nuevo. La vida de Jesús es la prueba de ello. Vivió a
contrapelo de la corriente general: sus criterios, sus apreciaciones, sus puntos de vista, sus
valores... no tenían nada que ver con los de los hombres que le rodeaban; que vegetaban, pero no
vivían. ¿Tienen algo que ver con los criterios de la mayoría de los cristianos?
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció (v.10).
Ya estaba en el mundo, porque todo se había hecho según esa Palabra. En la Palabra que llega
al mundo está presente el proyecto creador de Dios, que incluye la meta que debe alcanzar la
humanidad y toda la creación.
Los hombres no hicieron caso de la Palabra, no reconocieron su interpelación a pesar de
serles connatural.
Este versículo resume la situación de la humanidad hasta la encarnación de la Palabra en Jesús.
Describe el rechazo voluntario del proyecto creador de Dios sobre el hombre, anuncia el
"pecado del mundo"
"Mundo" es todo lo que somete al hombre, quitándole hasta el deseo de la propia plenitud.
La humanidad en su conjunto se dejó meter en su engranaje de opresión y renunció a vivir.
Quedó dominada por el pecado al aceptar el sometimiento a unos "valores" que le impedían
dejarse interpelar por la Palabra.
No existe zona neutra entre luz y tiniebla. Si la humanidad está sumida en la tiniebla,
tiene que salir de ella para dejarse interpelar por la Palabra.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron (v.11).
La entrada de la Palabra en la historia humana, las reacciones que provoca y los efectos en
los que la aceptan constituyen la unidad central del prólogo.
Jesús ha sido rechazado por Israel y por el mundo, por la casi totalidad de los hombres.
Juan resalta el fracaso de la antigua Alianza, la incompatibilidad entre los dirigentes judíos y
Jesús, debido a la distinta concepción de Dios en unos y otro. El Dios de Jesús -Dios creadorcomunica vida. El Dios de los dirigentes religiosos judíos -Dios legislador- oprime al
hombre. Para los dirigentes judíos, la fidelidad a la Ley era el valor supremo, aunque matara al
hombre; y así hicieron de la Ley un instrumento de opresión y de muerte. ¡Cuántos murieron en
nombre de esa Ley!
La "idea" de Dios sobre el hombre se realiza en Jesús en toda su plenitud. Y así es el
modelo de Hombre, el Hijo de Dios, el Hombre total.
Vivimos en un mundo de consumo y de prisas, en un ritmo frenético de trabajo y de cosas
que hacer..., y no tenemos tiempo para vivir y profundizar en el encuentro y en la comunión
18
con Jesús. Así se nos vacía la vida y se nos muere la fe sin apenas darnos cuenta. Ignoramos a
Cristo. Existimos en la superficie de las cosas, sacudidos hasta por los vientos más ligeros.
En toda relación de amistad es necesario un conocimiento profundo, personal, del otro.
Porque nadie quiere de verdad al otro sin conocerle. Y nadie llega de verdad a conocer a otro
sin amarle. A más conocimiento y comunicación, más amor. A más amor, más conocimiento y
comunicación. Al amigo y al ser amado se le encuentra para seguirlo buscando, a fin de
conocerle mejor y amarle y encontrarle más a fondo. Lo mismo sucede con Jesús: hay que
buscarlo continuamente para encontrarlo, y se le encuentra para seguir buscándolo.
Tenemos que tomar muy en serio hacer un hueco importante en nuestra vida para vivir a gusto
la búsqueda personal de Jesús, para renovar el encuentro, ahondarlo, profundizar en su mensaje y
en su persona. Y todo ello jalonado de encuentros sacramentales y comunitarios en la eucaristía y en
la penitencia.
7. Finalidad: hacernos hijos de Dios
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para ser hijos de Dios
si creen en su nombre (v.12).
Dios quiere que el hombre alcance su plenitud humana y de ese modo llegue a ser su hijo.
Aunque los suyos no lo acogen, hay quienes lo aceptan, sobre todo fuera de su pueblo. Juan
habla primero de repulsa, después de aceptación. Recibirlo es sinónimo de fe. Y la consecuencia de
esta aceptación es llegar a ser hijo. Esta filiación no procede de la carne ni de la sangre.
Ser hijos de Dios es realizar en sí mismos el ideal de hombre, según el plan de Dios. Todo ideal
del hombre que esté por debajo de éste limita el proyecto divino sobre él.
El ser hijo hay que demostrarlo con una vida que se asemeja cada vez más a la del Hijo. El
verdadero hijo es el que imita a su padre y aprende de él, siempre que el padre sea digno de ello.
En el caso del Padre Dios no hay ninguna duda. Una vida que fundamentalmente debe consistir
en el amor a todos los hermanos.
El Padre Dios, como verdadero Padre que es, no da a los hijos la existencia ni el mundo
hechos; les comunica su capacidad de amor y de entrega, para que ellos mismos se realicen como
personas y construyan el mundo según los planes del Creador.
Para esa realización personal y del mundo, el hombre no está solo: colaboran con él el Padre y
Jesús, sus compañeros por el camino de la vida.
Juan no nos ofrece la adhesión a una ideología, sino a una Persona en cuanto es modelo y
dador de la vida que Dios ofrece a la humanidad. El cristiano no es seguidor de unas verdades o
de unos dogmas, aunque éstos sean muy sublimes, sino de una Persona. El cristianismo es una
Persona: Jesús de Nazaret.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
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ni de amor humano,
sino de Dios (v.13).
Opone dos tipos de nacimiento: el carnal y el de Dios. Los que lo reciben nacen de Dios.
Este nacer de nuevo es aceptar a Jesús, su modo de vivir y seguirlo. Es captar su Espíritu y
asimilarse a El. Un nacer de nuevo que Juan va a desarrollar en el encuentro de Jesús con
Nicodemo, en el capítulo tercero de su evangelio.
8. Venida del Hijo en la carne
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad (v.14).
Es la encarnación. Nuestro Dios no es un Dios mudo, ni lejano, ni amenazador. Es un Dios que
nos habla, y su Palabra encarnada se llama Jesús. Una Palabra hecha persona, que es el Hijo de
Dios, que es Dios.
Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros tiene tanta importancia el dirigirnos o no la
palabra unos a otros; si nuestra palabra de amistad y de amor puede significar tanto para
nosotros, ¿qué será esa palabra de Dios, su propio Hijo, que ha querido hacerse uno de nuestra raza
y está siempre entre nosotros?
Juan describe la llegada de la Palabra en términos de experiencia. El proyecto divino se
ha realizado en plenitud en una existencia humana, la vida es palpable, visible, accesible. Dios
habita en un hombre.
Muchos no aceptan que Jesús sea Dios. Y nos alarmamos. ¿Por qué no admitir grados en
su aceptación? Lo esencial es imitarlo en la vida. Lo demás viene por añadidura. Es normal ver
en El, primero, a un hombre extraordinario. Después puede llegar el creer que es el hombre en
plenitud y, por lo mismo, el Hijo único del Padre. Lo que es absurdo es pensar que creemos en El
sin que se note en la vida, que es lo más frecuente.
La existencia de Jesús de Nazaret nos tiene que llenar de alegría, porque nos desvela el
sentido global de la vida y del mundo, siempre dentro de la oscuridad de la fe. Jesús tiene la clave
para comprender por dónde deben ir los caminos de nuestra vida. En Jesús descubrimos hasta
dónde puede llegar un hombre cuando es dócil a la palabra de Dios, cuando vive dependiendo de
ella: se convierte él mismo en Palabra.
Dios nos dice todo lo que es -y lo es todo- por su Palabra Jesús. Otros hombres
-profetas, fundadores de otras religiones, buscadores y luchadores por un mundo de
fraternidad e igualdad...- han sido y son revelaciones parciales del Padre.
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Los hombres somos un vacío con ansias de plenitud, una nada con aspiraciones de serlo
todo, que provoca una tensión que nos lleva a una desesperación o a una esperanza. El ruido no
nos deja ser conscientes de nuestro vacío, de nuestra nada, de nuestra miseria.
Sin silencio y sin compromiso, la vida de Jesús deja de ser un misterio de contemplación. Y si
perdemos la capacidad de contemplar, perdemos uno de los valores esenciales de la vida
cristiana.
La vida de Jesús nos invita a un esfuerzo de silencio. Su lenguaje es silencio, su verdad y su
amor son silencio. Su Palabra sólo la podemos acoger en silencio y en humildad, que es como el
silencio del corazón. Nuestra capacidad de silencio y de contemplación es nuestra capacidad de
poder conectar con Jesús.
El objetivo del mal -y de la sociedad de consumo- es convertir todo el mundo en un gran
ruido, en una gran tiniebla. Un ruido organizado, que no deje oír, ni pensar, ni vivir.
La Palabra entra en la historia humana como uno más de los que hacemos esta historia. Se
hace "carne"; es decir, hombre débil, caduco, impotente, limitado, abocado a la muerte. Y, al
mismo tiempo, "lleno de gracia y de verdad".
La Palabra "acampó entre nosotros". Es la culminación de todos los ensayos de Dios para
vivir en medio de los hombres. Se ha encarnado en la historia para orientarla y hacerla
luminosa. Ya no estamos en tinieblas. Existe un sentido en la vida, un futuro, una esperanza. Si
seguimos el camino de Jesús, entraremos en comunión con la vida de Dios. Ha desaparecido la
distancia entre Dios y el hombre y la búsqueda angustiada de Dios.
"Contemplar la gloria" equivale al conocimiento personal, a la experiencia inmediata de
Dios, a contemplar la plenitud de Dios, presente en Jesús. La presencia de Jesús equivale a la
del Padre (Jn 14,9). Jesús es el "Hijo único": sólo El posee la plenitud humana y divina. Quien no
contempla la gloria no puede llegar a creer.
La entrada de la Palabra en la realidad humana sitúa al hombre ante una necesaria
decisión de aceptación o de rechazo. Esta Palabra es, esencialmente, interpelante.
Ser cristiano hoy significa ser "signo" para los hombres de hoy. Estamos obligados a buscar,
incansablemente, el modo de presentar esta Palabra de forma que sea interpelante para los
hombres que nos rodean. Somos cristianos en la medida en que lo somos para nuestros
contemporáneos, en la medida en que hacemos presente a Jesús en la sociedad actual con
nuestro modo de vivir. Esta es la ley de la encarnación.
Porque Jesús no encarnó un tipo abstracto de hombre. Se hizo hombre en un tiempo
determinado, en una familia y en un pueblo determinados, en un tiempo histórico y cultural
precisos.
No podemos responder a una pregunta de hoy con una respuesta de ayer. Hemos de ser
actuales. Ser actual es la única manera de ser fiel a la Palabra de siempre. Una Palabra que
debo transmitir con mis palabras y con mi vida. Y las palabras y la vida de un hombre son
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siempre muy limitadas. Una Palabra que choca con mis resistencias, insuficiencias y oscuridades.
Una Palabra que juzga y pone en crisis mis palabras y revela mi miseria de instrumento.
9. De nuevo Juan Bautista
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
-Este es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí,
porque existía antes que yo" (v.15).
El gusto de la Palabra lo tiene únicamente quien tiene el gusto del silencio. El hombre de la
Palabra es, ante todo, el hombre del silencio. Antes de tener el coraje de las palabras, los
verdaderos profetas tienen el coraje del silencio. En el silencio es donde se apoderan de la
Palabra, la hacen suya, carne de su carne y vida de su vida. Quizá sea mejor decirlo al
contrario: en el silencio es donde la Palabra se apodera de ellos, los hace suyos.
Es en el silencio donde la Palabra se incorpora a nosotros, se encarna en nosotros, madura en
nosotros. Y nosotros maduramos con ella. Es en el silencio donde la Palabra alcanza su propia
fuerza creadora, donde encuentra su fecundidad y nos descubre nuestra verdad. Sin silencio
decimos cosas, pero nuestras palabras se niegan a "hablar", no dicen nada.
Nuestra palabra y nuestra vida, en este mundo dominado por el ruido, llegarán a su destino si
están impregnadas de silencio. Este es el caso de Juan el Bautista -surgió del desierto y vivió en él- y
de las comunidades cristianas primitivas que nos han transmitido su testimonio. Testimonio
confirmado por su propia experiencia. Testimonio realista, humilde, en el que ha desaparecido todo
triunfalismo personal.
10. El Hijo es la plenitud de los hombres
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia (v.16).
El amor del Hijo se ha comunicado a los suyos. Amor que existe en la comunidad y en
cada uno de nosotros. Amor que es la prueba para el mundo de la credibilidad de Jesús, como
nos repitió tantas veces en el transcurso de la última cena.
Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (v.17).
Moisés era considerado por los judíos como el mediador por excelencia. Pero no pudo aportar
de parte de Dios más que la ley. Jesús, en cambio, aporta la gracia, el amor y la felicidad.
El texto presenta una clara oposición entre la ley, exterior al hombre, y el amor, realidad
interior que transforma al hombre desde dentro; entre la ley que vacía al hombre y el amor
que se hace constitutivo de su ser.
La ley era separable del legislador. El amor es el mismo Jesús, que tiende a crear una
comunidad de vida entre los hombres como la que existe entre El y el Padre (Jn 17,21).
Ante Jesús queda clausurada la antigua Alianza promulgada por Moisés. Y comienza la nueva
Alianza, fundada en el hombre nuevo, no en la ley externa. La acción de Jesús será hacer partíci-
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pes a los suyos de la vida que El posee en plenitud, para que recorran con El el camino que
marcó.
Moisés intentó transmitir en una ley el conocimiento intelectual que había adquirido, pero no
consiguió reflejar el ser de Dios. Esta ley, al ser absolutizada, "tapó" a Dios. De ahí su
fracaso. Me pregunto si este riesgo no lo han corrido las comunidades cristianas en demasiadas
ocasiones.
11. El Hijo junto al Padre
A Dios nadie lo ha visto jamás:
El Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer (v.18).
Conocer el Dios engendrado, el Hombre-Dios; conocer el proyecto divino plenamente
realizado en el Hijo único, equivaldrá a conocer a Dios y será el único medio de conocerlo como
es en sí. Solamente Jesús, el Dios engendrado, por su experiencia personal e íntima, puede expresar
lo que es Dios. Jesús es la explicación plena de Dios. Lo "explica" con su persona y sus obras; con
su enseñanza, que nunca es teórica, sino existencial.
Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios. Revela lo que es el
hombre por ser la realización plena del proyecto divino: el hombre acabado, el modelo de hombre.
Revela lo que es Dios, dedicando toda su vida a dar vida al hombre; haciendo, a través de ella,
presente el amor sin límites del Padre. Jesús es el único dato de experiencia de Dios al alcance del
hombre. En su persona va a poder conocer la humanidad, por primera y única vez, el verdadero
rostro de la misteriosa e insondable divinidad
Esto contradice la constante utilización del nombre de Dios: "Dios lo quiso... Dios os pide..."
Parece que lo sabemos todo de El, de lo que es y quiere. Como si comiéramos con El todos los días.
Y esto ha causado y causa una pérdida de fe en este Dios del que no se ha respetado su
trascendencia.
En cambio, no hemos anunciado con la suficiente firmeza que a este Dios desconocido y
trascendente -que siempre está más allá de nuestras imaginaciones y normas- le podemos
conocer a través de la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret. Jesús es la manifestación del Padre.
Quien lo ve a El, "ve" al Padre (Jn 14,9). Un ver que sólo es dado a quien oye la Palabra y la
pone en práctica.
Con frecuencia experimento como si el Dios en el que creemos unos y otros no fuera el mismo.
Me da la impresión que son muchos los dioses que circulan por el mundo, y que cada uno
tendemos a apropiarnos uno que sea dócil a nuestras conveniencias. Y así vemos cómo se
compagina la fe en Dios con todo tipo de atrocidades: opresiones, dictaduras de derechas,
torturas, asesinatos, injusticias, desigualdades económicas increíbles..., triunfalismos..., cometidos
por hombres que tienen el nombre de Dios constantemente en la boca, que no en el corazón.
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Tenemos que ser conscientes; sólo existe un Dios verdadero: el manifestado en Jesucristo. Y
saber cómo es no es fácil; no se improvisa. Nos exige una constante búsqueda y un constante
compromiso con la justicia, la libertad, la paz, la verdad, el amor... para todos.
Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas. Y han de ser
relativizadas. Todas las explicaciones posteriores que no hayan tenido en cuenta a Jesús corren la
misma suerte.
Dios no termina su proyecto creador dando existencia al hombre "modelado de arcilla y
animado por un aliento de vida", como relata simbólicamente el libro del Génesis; lo acaba al engendrar al Hijo, comunicándole su misma divinidad. La acción creadora alcanza su cumbre en
la paternidad y en el amor de Dios.
La aparición de la Palabra en la carne, por gratuita e inesperada que sea, no carece de
continuidad con otras manifestaciones: era ya audible en la creación y en la historia, por una
parte, y en la Ley y los Profetas, por otra. Quienes no sean capaces de leer su intervención en los
campos de la creación o de la revelación no podrán tampoco descubrir la Palabra hecha carne. Y
recíprocamente, creer en la Palabra hecha carne es también encontrarla en la creación a la que
anima, en la humanidad que asume y en las Escrituras que inspira.
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ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JESÚS
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando a su presencia, dijo:
-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
-No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará
Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la
casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
-¿Cómo será eso, pues no conozco varón? El ángel le contestó:
-El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu
pariente, Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya está de seis
meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Y el ángel se retiró.
(Lc 1,26-38)
Los evangelios son escritos después de la resurrección de Jesús y desde la fe en esa
resurrección. Es evidente que Lucas no hace historia como la haría un historiador moderno. Lo
que escribe no puede tomarse al pie de la letra, porque recoge los hechos como eran
interpretados por la comunidad cristiana primitiva; hechos en los que se palpaba la acción
liberadora de Dios. Por eso, y de acuerdo con aquella mentalidad, los revestían con señales
divinas. Y ahora nos es ya imposible separar lo histórico del simbolismo con el que ha sido
rodeado.
Este pasaje evangélico es muy delicado a causa de su género literario, su composición
imaginativa y la lectura historicista que se ha hecho de él. Es necesario que ahondemos en su
mensaje, superando el modo en que se nos ha comunicado.
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1. Protagonistas de la narración
El mundo seguía su curso. Los poderosos continuaban haciendo sus planes. Y, entretanto,
en un rincón despreciado, acontecían secretamente unos hechos que iban a cambiar la historia de
los hombres.
Lucas nos presenta el anuncio del nacimiento de Jesús ,como el cumplimiento de todas las
promesas hechas por Dios a los hombres en el Antiguo Testamento, como la Buena Nueva respuesta plena- a las esperanzas del pueblo.
Por su belleza literaria y por la hondura de su mensaje, este pasaje es uno de los textos
centrales del Nuevo Testamento.
Son cinco los protagonistas que en él intervienen: Dios, Jesús, el Espíritu Santo, María y la
salvación.
Dios es quien actúa desde el fondo. Un Dios que dirige los caminos de la historia de
Israel, y que ahora va a dar cumplimiento a la promesa de manera decisiva en María:
hablando a través del ángel, que es la expresión de su cercanía; actuando creadoramente
por medio del Espíritu; haciéndose presente en el Hijo que va a nacer de María.
Jesús viene a dar respuesta afirmativa y definitiva a todas las esperanzas de los hombres. Es el
Mesías, el fruto del Adviento -espera- de la historia humana, que culmina en María. La persona de Jesús, su mensaje y su vida, es fruto de un don del Padre: no había nada en el mundo de
los hombres que pudiera dar como resultado previsible la aparición de Jesús. Por esa razón, su
nacimiento sigue cauces distintos del nacimiento de los demás hombres. Sólo existía la esperanza
abierta a la intervención de Dios. Abertura de la que es ejemplo María.
El Espíritu Santo se adueña de María y la convierte en madre. Es el momento culminante de
su manifestación o epifanía.
María ocupa un lugar eminente, pero secundario, en el relato. Es la imagen de la humanidad
expectante ante el misterio de Dios. Concretiza la esperanza de Israel y el caminar de los pueblos y de los hombres que buscan su verdad y su futuro. Es la realidad del hombre enriquecido
por Dios. Más que Juan Bautista, más que todos los profetas, representa a la humanidad insatisfecha que ama y espera, a la humanidad que acepta a Dios, que admite su Palabra y se convierte
en instrumento de su obra. El saludo que le hace el ángel es probablemente el más
impresionante de toda la Biblia; todas las palabras tienen intencionalidad mesiánica; Dios está en
ella "llenándola de gracia" para la tarea que va a desempeñar. María creó dentro de sí el gran
vacío -humildad- capaz de contener a Dios. Su disponibilidad fue total. Todo lo que es, es un
don plenamente aceptado: fue totalmente transparente a Dios.
Todo el relato se orienta hacia una meta precisa: la salvación de todos los hombres. Una
salvación que ya está significada en la figura de María, que espera en silencio, que escucha la
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palabra de Dios y la pone en práctica.
2. Experiencia religiosa de María
Toda esta narración reposa sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa, de una gran
riqueza y de una histórica realidad. Su fuente serían los recuerdos de María. Se compone de tres
partes: el anuncio de la maternidad, la explicación de la virginidad y la aceptación de María.
¿Vio María en realidad a un ángel? La palabra "ángel" significa "mensajero", "heraldo",
"portador de noticias". El "ángel Gabriel" es, ante todo, como el cliché literario que simboliza
el origen divino de la Palabra dirigida a María.
Debemos reflexionar sobre el contenido del mensaje que el ángel dirige a María. Y debemos
preguntarnos qué sentido puede tener hoy para nosotros, cristianos del siglo XX, la escenografía
angélica con que se nos presenta el anuncio hecho a María.
Para respondernos de un modo adecuado debemos superar el concepto peyorativo del mito,
que lo considera como una mentira o engaño. El lenguaje mítico -parecido al poético- no tiene
el mismo tipo de verdad que el científico o el histórico, pero no por ello d eja de tener verdad. El
mito quiere hacernos descubrir dimensiones de la realidad imposibles de captar de otra
manera.
Cuando la Biblia habla de ángeles es para que nos demos cuenta de que no narra hechos
corrientes, sino acontecimientos que llevan dentro de sí un mensaje profundo para todos los hombres; acontecimientos no clasificables ni controlables por la ciencia histórica.
María recibió, como cada uno de nosotros, una vocación de Dios, una llamada a realizar una
tarea en la vida. Vocación singular, difícil de narrar a causa de los límites del lenguaje humano.
Nosotros hemos personificado el mensaje. Y como nunca vimos ni veremos un "ángel",
corremos el riesgo de creer que Dios no nos dirigirá nunca una llamada, de pensar y vivir
como si estuviéramos en la vida sin ninguna misión concreta.
El que María haya visto a un ángel o no es algo totalmente secundario. Lo que importa es
que nos preguntemos en qué lo reconoció María.
Los ángeles en la Biblia llevaban vestiduras blancas. Era la costumbre de la época. Hoy
llevan jersey o anorak... Todos nosotros nos hemos encontrado, seguramente, con algunos de ellos.
Revisemos cómo hemos llegado hasta aquí, por qué tratamos de caminar por el camino de Jesús
defendiendo la causa del pueblo, por qué estamos tan seguros de que es imposible ser cristiano
desde cualquier tipo de poder, o de dominio, o de riqueza... Descubriremos, al menos, algunos.
Es posible que no estuvieran tan "emplumados" como hubiéramos querido o que nos hayamos
quedado sin reconocerlos.
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¿En qué se puede reconocer a un "ángel"? ¿En qué reconoceremos que un pensamiento, un
encuentro, un suceso, vienen de Dios? Este es un problema vital para nosotros, y es el que María
resolvió.
¿Cómo lo consiguió María? Lucas ha escenificado en este diálogo con el ángel el proceso
natural de la fe: receptividad y reflexión, meditación y razonamiento, gozo y temor, sentido de
Dios y sentido común humano. Todo ello pasando el tiempo, porque no es posible discernir en un
instante el Espíritu de Dios. Es lógico imaginar que María intentaría siempre iluminar y
comprender su vida a la luz de las Escrituras. Dudo mucho de las comunidades de base actuales
que están tratando de ser cristianas sin ahondar sus vivencias y actividades, con asiduidad, en el
evangelio. Es esencial para un cristiano el compromiso social, sindical y político con el pueblo; pero
¿dónde fundamentarlo si no es en el evangelio? Como no estemos atentos nos lloverán las crisis y
los abandonos.
¿El mensaje era el anuncio de la concepción o la misma concepción? Ni lo sabemos ni tiene
demasiado interés saberlo. Lo que importa en nuestra vida no es nuestra vocación -elección
concreta para realizar algo-, sino nuestro consentimiento, nuestra respuesta.
Podemos pensar que María se descubrió a sí misma un día en una situación que le pareció
inexplicable y que no podía confiar a nadie. La elección de Dios cae en el hombre frecuentemente
como un mazazo. Su profunda unión con Dios, su sentido de la Escritura, su receptividad a la
gracia, la llevaría a la posibilidad de encontrar una explicación religiosa a todo lo que le pasaba;
pero tenía sentido común y era suficientemente sencilla y natural para sentirse trastornada ante
una aventura tan extraordinaria. Poco a poco su vida se iluminó con la luz de la Biblia, sobre todo
con Isaías, y la Biblia se iluminó para ella a la luz de su vida.
El Señor, por su cuenta, os dará una señal.
Mirad. la virgen está encinta y, da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que
significa "Dios-con-nosotros").
(Is 7,14)
3.Dios se encuentra a gusto entre los pobres
La anunciación de Juan tuvo lugar en el templo, en Jerusalén; su destinatario fue un
sacerdote del bajo clero. La anunciación de Jesús, en una casa humilde de una aldea perdida de un
país despreciado -Galilea-; su destinataria, una joven sencilla y pobre. Las grandes obras de
Dios se realizan en el silencio y la oscuridad de los pobres.
Dios no va nunca detrás del poder, detrás de las personas que figuran en la sociedad. No va a los
palacios de los reyes ni a las casas de los ricos, ni a las brillantes curias ni a las grandes organizaciones empresariales o políticas... No se fija en personas de categoría social. Dios se encuentra a
gusto entre los pobres. El que abarca a todo el mundo va a un pueblo pequeño y pobre, dirige su
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rostro a Nazaret y escoge a María, símbolo de la comunidad que cree, del resto de Israel que espera
la liberación, expresión de todos los humildes cuya única fuerza es Dios. De su seno, del seno de la
humanidad de buena voluntad, va a surgir el Salvador: de los pobres, de los sufridos, de los que
lloran...; de los profetas y pacifistas, de los que luchan por la libertad, de las pequeñas comunidades cristianas y de todas las comunidades o grupos que se aman, de todos los que sirven y
de los que rezan con sentido...
El tiempo mesiánico ha llegado. Sus signos son sencillez, humildad, pobreza, plenitud, alegría.
Nazaret era un pueblo desgraciado en todos los sentidos: lejos de la capital, Jerusalén; en
zona medio pagana, en una región subdesarrollada. Sus habitantes tenían fama de envidiosos
y mentirosos.
Una joven muchacha, en un pueblo así, no contaba para nada, aparte de ser mano de obra
barata o de tener hijos que lo fueran.
Es conveniente señalar que, cuando Jesús nació, existían en Galilea, en las proximidades de
Nazaret, los primeros grupos de guerrilleros zelotes, al que parece que pertenecieron algunos de
sus discípulos.
El matrimonio judío se realizaba en dos etapas: los desposorios y, un año después,
aproximadamente, la boda. Sólo a partir de la boda vivían juntos los esposos.
María estaba desposada con José, descendiente del rey David, pero pobre. Seguramente nacido
en Belén, otro pueblo sin importancia.
4. El camino de la alegría
"Alégrate". La proximidad del Mesías sólo puede despertar alegría en el corazón de los
creyentes, porque con El todos nuestros deseos de plenitud y eternidad serán un día realidad,
cuando derrote "el pecado del mundo" (Jn 1,29).
A pesar de la euforia de nuestra sociedad de los adelantos técnicos, a pesar de las
propagandas que prometen felicidad a bajo precio, a pesar de las ansias infinitas de placer de
nuestro mundo..., nos sentimos hambrientos de alegría. Nuestro mundo ha perdido el camino y
es víctima de un equívoco cruel. Nada buscamos tanto como la felicidad y la alegría, y nada
parece alejarse cada vez más. Cada día más preocupado, nuestro mundo no hace otra cosa que
hablar de crisis.
Es necesario cambiar radicalmente de dirección si queremos entender la primera palabra
que el ángel dirige a María.
La alegría que nos prometen los profetas no se parece en nada a la que nos anuncian en la
televisión o en las fiestas: acaparar cachivaches, diversión ruidosa, risa estrepitosa, alboroto superficial. La alegría que nos prometen los profetas es la alegría del compartir, no de acaparar, la
alegría de servir, no de dominar; la alegría de acoger, no de imponer; la alegría de ser libre, no de
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la evasión frívola. Es la alegría de no estar solo, de saber que alguien te ama y te ayuda, de estar
seguro que todo terminará bien. Esta alegría es activa, crea comunión, gusta de la verdad y del amor.
A esta alegría sólo se llega pasando por el riesgo del compromiso con la justicia y la libertad;
camino estrecho, difícil de encontrar y de seguir. Alegría difícil de conquistar. Alegría que es más bien
una promesa y una esperanza.
No podemos eludir la profundidad de la alegría si queremos encontrarnos con ella. El camino
hacia la alegría pasa por el sufrimiento -¡de eso sabrá mucho María a lo largo de su vida!Camino marcado por Jesús en las bienaventuranzas (Mt 5,1-12), o al decirnos que tenemos que
perder la vida por El para encontrarla (Mt 10,39).
El camino hacia la alegría es un camino de entrega y de servicio, de sufrimiento y de
sacrificio. ¿No habéis experimentado nunca una gran alegría con lágrimas en los ojos? Sólo
el que vaya caminando en esa dirección irá comprendiendo las paradojas del cristianismo y de la
vida.
El final de ese camino es la alegría. Y la alegría es más profunda que todo, porque quiere
eternidad, quiere la profunda y honda eternidad. En los momentos de alegría profunda, ¿no nos
gustaría que se pararan definitivamente los relojes?
La alegría eterna es el término de los caminos de Dios. Alegría eterna que no se alcanza
viviendo superficialmente, ni dejándose llevar por el ambiente, ni viviendo encerrado en sí mismo...
Se alcanza adentrándose en las profundidades de nosotros mismos, del mundo y de Dios.
En el momento en que alcancemos la última profundidad de nuestra vida, será el momento en
que podremos sentir la alegría que la eternidad lleva dentro de sí, porque la eternidad es Dios; y la
alegría también.
María es invitada a alegrarse. Será a lo largo de toda su vida cuando irá descubriendo y
pagando el precio de esa alegría.
5.. Donde abunda el pecado.....
"Llena de gracia". El ser humano está herido. No es una herida superficial la que tenemos,
sino una herida enraizada en lo más profundo de nuestro ser. Si miramos hacia el mundo que
nos rodea y hacia dentro de nosotros mismos, veremos que se trata de una realidad palpable.
Miramos a nuestro alrededor y vemos el mal del mundo. No sólo desgracias naturales, como
pueden ser terremotos o inundaciones, sino males como resultado de situaciones creadas por los
hombres, que acaban teniendo consecuencias que quizá nadie hubiera querido, pero que entre
todos hemos creado. Todos decimos que queremos la paz, pero las guerras de todo tipo no
cesan.
Colectivamente, a escala mundial, ¿quién no ve el pecado -el mal- y la esclavitud en las
guerras y en la forma de hacer las paces sin paz, en la opresión de las grandes potencias sobre
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todos los países, en los montajes de las multinacionales, en las dictaduras, en los gastos
absurdos en armamentos, en la violación constante de los derechos y libertades esenciales de
la persona -reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del 10 de
diciembre de 1948, y violados constantemente por las mismas naciones que la firmaron-, en la
lucha de clases, en el odio de razas, en la desviación de las diversiones, en las incalificables
desigualdades económicas y de trabajo, en la droga, en el afán de unos pocos por adueñarse de lo
que es de todos...?
Miramos hacia dentro de nosotros mismos, al pequeño mundo que somos cada uno de nosotros,
y tenemos que hacer nuestro lo que decía san Pablo:
Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mis bajos
instintos; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no.
El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago.
Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa,
sino el pecado que llevo dentro.
Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las
manos.
En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio
diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del
pecado que está en mi cuerpo.
¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte?
Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias (Rom 7,18-25).
Abramos cada uno nuestros ojos y nuestra conciencia sobre el mapa mundial, nacional, local,
familiar y personal. Y saquemos conclusiones. Y que tire la primera piedra el que esté sin mal
-sin pecado-, el que sea absolutamente libre. Y no podemos evadirnos hablando de
"superación del pecado" o que "es cosa de niños"..., como hace nuestra "adulta" sociedad. Esa
"superación" o ese "infantilismo" son modos de huir para no tener que enfrentarnos
abiertamente con nosotros mismos y no tener que reconocer las propias culpas. El mal provoca
desconcierto y nos resistimos a integrarlo. El mal es negro y no lo queremos reconocer. Pero
solamente reconociéndolo podremos recuperar la paz y la serenidad y podremos mirar a Dios y
al futuro sin miedo.
Extrañamente, hoy olvidamos e ignoramos el sentido de pecado y la conciencia de esclavitud,
refugiados en el "es bueno porque me gusta y malo porque me disgusta". Extrañamente, porque la
desarmonía hace cruel y horrible este mundo que debería ser amable. Extrañamente, pues las
cadenas pesan y suenan en cuanto queremos movernos a un ritmo distinto al que marca la sociedad.
Nos engañamos pensando que el pecado no existe y que somos libres. Y así, no tiene sentido
hablar de redención y esperar algún tipo de liberación. Liberación que es, en definitiva, librarse del
pecado siguiendo el camino marcado por Jesús; camino que es posible seguir, aun sin conocerlo a
El, si somos fieles a la propia conciencia.
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Si olvidamos nuestra condición, perdemos de vista nuestro destino. Nos incapacitamos para
la esperanza, para la gratitud y el amor.
Necesitamos abrir la razón y los ojos a la herida del mal que nos marca a todos. Es necesario
que dejemos de engañarnos. Sentir la herida es buscar su curación. Somos hijos de una larga tradición de egoísmos; nos cuesta dar un "sí" limpio a Dios y a los hombres.
La Biblia nos habla de nuestra condición y de nuestro destino. La condición y el destino
humanos fueron objeto de reflexión constante para el hombre de ayer, tanto como lo son
para el de hoy.
En el siglo x antes de Cristo, un genial teólogo-catequista-profeta definió toda la historia
humana como proyecto de salvación. Y en los once primeros capítulos del Génesis nos narra el
destino de toda la humanidad, incluida la del porvenir. Los personajes que pone en acción no
son históricos, sino símbolos de toda la humanidad, convencionalmente reducida a ellos. Son,
por tanto, más reales que si fueran históricos, pues llevan sobre sí la realidad del hombre de todos los
tiempos.
Adán es el hombre; a Caín lo podemos ver todos los días en el periódico, y tal vez viva en nuestro
corazón; los contemporáneos de Noé y los constructores de la torre de Babel somos nosotros mismos.
Los once primeros capítulos del Génesis nos descubren los cuatro elementos fundamentales
de toda vida humana: creación, elección, pecado y redención.
Dios crea y da el crecimiento, como lo proclama el poema de la creación y las grandiosas
genealogías, que no deben tomarse al pie de la letra (Gén 1 y 5).
También nos muestra que el hombre está destinado a la amistad con Dios, como lo da a
entender la historia del paraíso terrenal (Gén 2).
El pecado humano. Por amarga experiencia propia, hubo de conocer y reconocer Israel esta
constante de la historia humana. Por cuatro veces describe una caída la historia primitiva: la comida del fruto prohibido (Gén 3), el fratricidio de Caín (Gén 4), la corrupción de los
contemporáneos de Noé (Gén 6 al 8) y la construcción de la torre de Babel (Gén 11). Todos ellos
son símbolos de nuestros pecados.
Pero Dios no deja al hombre solo. A cada caída le sigue una manifestación de la gracia: al
expulsarles del paraíso, Dios da vestidos a nuestros primeros padres y les promete que la descendencia de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente; Caín recibe un signo para que nadie lo pueda
matar; en la historia de Noé, el elemento de salvación ocupa casi todo el relato; e inmediatamente
después de la torre de Babel comienza la historia de Abrahán, principio de las promesas que
culminarán en Jesús de Nazaret.
Estos relatos, con su dramatismo, nos pintan hechos universales en los que todos los hombres
somos protagonistas.
Nadie ha sabido hablar con mayor sencillez y profundidad de la experiencia de pecado que el
autor de estos relatos.
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"El pecado del mundo" (Jn 1,29) -llamado "pecado original" desde los tiempos de san Agustín
(finales del siglo IV y principios del v)- no es una mancha heredada al nacer, sino una
realidad presente en el mundo: realidad de egoísmo, de injusticia... Es algo comparable a la
contaminación que nos rodea. Todo, de algún modo, está contaminado. Es posible que todos
contribuyamos a ello; pero aunque alguno no lo hiciera, padecería y sufriría de la contaminación
existente en el mundo, le sería imposible escapar a ella. Eso es lo que significa la expresión "pecado original": no el mal que hacemos personalmente, sino el mal presente en nuestra sociedad
que nos afecta a todos, aunque pretendamos ignorarlo. La ruptura interior y la soledad, el aislamiento de unos con otros, el alejamiento de la Naturaleza, la tristeza..., son expresiones del
pecado, realidad tan vieja como el hombre, que no debemos atribuir a ningún antepasado.
El diálogo simbólico entre Adán y Eva, entre ellos y la serpiente o entre ellos y Dios nos revela
nuestras propias contradicciones, nuestras medias verdades que son medias mentiras, nuestros
"pecados originales"; es decir, pecados que nos inclinan a cometer otros mayores: para tapar una
mentira tenemos que decir otra mayor, un robo conduce a cometer otros... El pecado -el malengendra una cadena de pecados -de males-, de la que sólo podemos liberarnos si
reconocemos la culpa inicial y rehacemos, con la ayuda de Dios, el camino en sentido inverso.
¿Nos sabemos pecadores y esclavos? Lo sabremos si razonamos sobre nuestra experiencia.
Hemos de tomar conciencia de pecadores: todos somos hijos de Eva; también de la enemistad
entre nuestras ilusiones y esperanzas y el pecado que nos domina, y que el triunfo no es fruto de
nuestras fuerzas.
Sabemos que la explicación del árbol prohibido, la manzana, la serpiente..., más que una historia
es una explicación de la vida humana sobre la tierra, una manera de explicar el porqué de los
grandes problemas, las grandes limitaciones que tenemos los hombres: el mal y la muerte.
Esa tendencia que tenemos desde el principio de ir cada uno a lo suyo, de buscar el propio
interés sin pensar en nada más, de creer que somos los más importantes del mundo y que lo que
es bueno para nosotros es bueno para todos..., esa tendencia nos ha marcado y ha roto la armonía
y la paz y la felicidad que los hombres estábamos llamados a vivir y ha convertido la vida humana en tristeza, en limitación, en muerte.
Adán y Eva creyeron y escogieron y desearon ser ellos los dueños de todo, el criterio
último de todo. Quisieron tener el poder de dictaminar lo que era bueno y lo que era malo.
Quisieron ser ellos los que impusieran para siempre lo que había que hacer y lo que no, y no
quisieron prestar atención a los proyectos de Dios sobre sus personas.
Dios no quería que los hombres se consideraran propietarios particulares del bien y del mal,
no quería que este o aquel hombre llegara a decir: "Eso es bueno y eso es malo porque lo digo yo...,
porque me conviene". Ese principio ha llevado a infinidad de dictaduras y de asesinatos por
ideales políticos o religiosos.
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El camino de Dios era otro; nunca el camino de la autosuficiencia e insolidaridad. Dios
quiere los caminos del amor, de la paz, de la armonía, de la fraternidad...
Los hombres, desde el principio, rompieron este proyecto de Dios y estropearon la historia
humana. Esta ruptura ha llegado hasta nosotros: nosotros también queremos en la práctica hacer
nuestra voluntad, ir a lo fácil, no comprometernos... El mal es inseparable de nuestra vida
personal y de nuestra historia colectiva.
¿De dónde viene el mal? El plan de Dios es bueno (Gén 1,31), pero el mal se ha infiltrado en
él. El mal está en cada uno de nosotros y cristaliza en las estructuras empecatadas del mundo.
No creo que, ante esta experiencia universal de pecado, sea exagerado elevarlo a verdad
universal e indiscutible, a dogma de fe. Es lo que ha hecho la Iglesia.
6. ... Sobreabunda la gracia
Esta ruptura, Dios no la ha querido para siempre; Dios no ha querido que los hombres
estuviéramos para siempre condenados a no poder levantarnos del mal que nos ata.
Jesús, nacido de María, reconstruyó el camino: amando totalmente hasta dar la vida. Y así
ahora los hombres, si lo seguimos, podemos aprender de nuevo a amar, podemos librarnos de
las ansias de dominio que llevamos dentro, podemos caminar de nuevo hacia el reino de vida
que Dios tiene preparado. Para ello tenemos que reconocer la culpa, el pecado que hay en
nosotros. Reconocer la culpa no es aún superarla: es un simple imperativo de realismo. Es Dios
quien nos libra del mal, siempre que colaboremos.
El diálogo del paraíso anuncia, al final, la victoria del linaje de la mujer; victoria que nunca
podremos conseguir solos. La culpa, el pecado, no son la última palabra sobre la vida humana.
En esta lucha saldremos victoriosos.
El pasaje de la anunciación nos presenta el inicio de esa victoria. Dios comienza eligiendo
una madre. Redimida por gracia del peso abrumador de tantos egoísmos como a nosotros nos
marcan, la madre de Jesús puede ser "llena de gracia", pudo ser totalmente una mujer para
los demás. Su corazón no podía aferrarse a nada ni a nadie; debía ser plenamente libre.
No es nada fácil ser madre. Y menos aún ser madre de Jesús, el hombre que no se pertenecía,
que era todo para Dios y todo para los hombres. Su madre no debía ser para El, ni inconscientemente, ningún obstáculo. Por ello, Dios la preservó de toda tara. Ella debía ser totalmente verdad,
para poder participar en la victoria sobre toda mentira. Debía ser totalmente luz, para poder ser la
madre del que iba a ser "luz del mundo" (Jn 8,12).
Lo que nosotros nos esforzamos para ser ahora a medias y esperamos ser plenamente un día,
María lo es desde el principio sin ningún estorbo interior. Ama como es amada y nunca juega con
el amor. Consecuencia de nuestro pecado es nuestra tendencia a jugar con el amor.
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María es capaz, ya desde el principio, de permitir la entrada de Dios con todo su misterio y sin
condiciones en su propia vida, y es capaz también de entrar sin miedo en la vida de Dios. Así es
María: "llena de gracia", inmaculada. Pero no lo es para ella. No hay ninguna madre que sea para
ella lo que es; siempre lo es para el hijo, para los hijos.
María es única e irrepetible. Pero, al mismo tiempo, es una muchacha pobre, muy pobre;
sencilla, muy sencilla; humilde, muy humilde. Se la representa rodeada de riquezas, de ángeles... Y
esto puede alejarnos de la dura realidad que ella vivió. Una Virgen María deshumanizada no es
conforme a la Biblia; ni le da gloria a ella ni es una ayuda para nosotros.
Dios actúa desde las cosas pequeñas, desde los pobres, desde lo que el mundo olvida y
arrincona. Por eso debemos desconfiar de todos aquellos grupos religiosos que creen que van a
salvar al mundo dando la mano al poder y reforzados por el dinero. Aunque tengan todas las
bendiciones.
7. Sentido de los dogmas. La Inmaculada Concepción
Esta realidad de María la expresamos con el dogma de su Inmaculada Concepción. Con él
expresamos nuestra fe en que María vivió siempre en plena comunión con la vida de Dios, sin ese
desequilibrio o debilidad inherente a la condición humana.
Cuando los cristianos pensamos en los dogmas, creemos que son realidades estáticas,
superfluas, para aprenderlos de memoria o para torturar la fe de muchos; fórmulas mágicas para
disipar todas las dudas, verdades para "creer".
Sin embargo, el dogma es una realidad dinámica, viva, que manifiesta lo que acontece en el
mundo, intenta revelar un aspecto de la vida, siempre que sea entendido correctamente (por ejemplo: el dogma de la infalibilidad del Papa crea problemas cuando no se sabe lo que quiere decir o
se cree que es infalible todo lo que dice el Papa. Pero cuando se descubre que sólo es infalible
cuando habla como Pastor supremo y para definir una verdad de fe, que normalmente le ha sido
pedida por el pueblo, todo inconveniente a ese dogma desaparece: no habla así casi nunca). El
dogma habla a realidades más profundas que la inteligencia. Evoca aspectos de la realidad que se
nos escapan, trata de comunicar una experiencia fundamental a todo hombre. Es una verdad para
"vivir". Si los reducimos a misterios, que no podemos entender, ¿para qué nos servirán? El
dogma no existe para sí mismo, sino para la comunidad de los creyentes. Y debe cumplir la
misión para la que ha nacido.
Cada época tiene que reinterpretarlo, porque cada generación tiene un modo peculiar de
comprenderse a sí misma y, por ello, un modo propio y legítimo de entender la realidad y de
interpretarla. Nosotros debemos conectar con el mensaje que el dogma nos entrega.
Aunque el dogma sea inmutable, porque revela la realidad y es real lo que revela, sin
embargo, el modo de comprenderlo puede variar. El dogma nos revela nuestro ser en el mundo, y
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nuestra propia experiencia nos ayuda a comprenderlo de un modo determinado. Y ésta es la
fuerza y la debilidad del dogma: debe estar siempre vivo para evocar y sugerir, pero, a la vez, está
expuesto a una interpretación equivocada. Los dogmas han ido surgiendo del pueblo fiel, de su
fe y de su vida.
El dogma de la Inmaculada Concepción, tan discutido y controvertido durante varios
siglos hasta su promulgación por Pío IX el 8 de diciembre de 1854, tiene gran relación con
nuestra vida cristiana: María es signo de la meta a que Dios llama al linaje humano: vencer a la
"serpiente". Ella vivió, desde el primer instante de su vida, esa victoria que estamos llamados a
alcanzar un día todos los hombres.
8. María, "bendita entre las mujeres"
"Bendita tú entre las mujeres". Es muy interesante descubrir cómo en una cultura
machista, que despreciaba a la mujer mucho más que ahora, María -y con ella toda mujerqueda ensalzada por las palabras del ángel.
Hemos de agradecer que las comunidades cristianas de la segunda mitad del primer siglo
dieran a María una importancia tan grande, que no tenía en los comienzos de la predicación
apostólica. Hemos de agradecerles este descubrimiento de María, porque puede ser muy positivo de
cara a la necesaria liberación de la mujer, dentro de la liberación global de todos.
En un mundo radicalmente injusto con la mujer -incluido el mundo cristiano-, María se nos
presenta como la imagen ideal de la madre, de la esposa, de la religiosa, de la hija, de la mujer.
Una imagen de ternura y gracia, de vida y fecundidad. De otra forma no podría ser "llena de
gracia" ni "bendita".
Las comunidades cristianas tenemos que esforzarnos por comprender y poner en práctica la
misión de la mujer en el mundo actual. Tenemos que descubrir -y luchar contra ellas- las
incomprensiones y las injusticias que cometemos con la mujer. Ante María deberíamos
interrogarnos sobre el trato que recibe entre nosotros. Interrogarnos todos: hombres y mujeres,
chicos y chicas.
La mujer es utilizada en concursos de belleza, en el cine y en la televisión, en las revistas, en
las modas -en la actualidad también los hombres...- como "objeto". Cosa que a muchas mujeres les va bien.
La mujer es marcada desde la niñez para servir al hombre. Los padres les dan un trato
distinto al de los hijos; su trabajo en casa está desvalorizado, incluso por ella misma; está
marginada de los puestos más cualificados. En el matrimonio es el hombre el que decide
siempre, sin pensar que su mujer es persona igual que él. En muchas casas no pasa de ser la criada
de todos: lava la ropa, limpia la casa, hace la comida..., nunca tiene descanso ni vacaciones... Los
demás, el marido el primero, pueden irse con los amigos a jugar la partida..., y mientras, la
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esclava en casa. Y esto pasa en familias cuyos miembros pertenecen a comunidades cristianas, lo que
es gravísimo. En la Iglesia tiene cerradas la mayoría de las puertas. La lista de injusticias contra
ellas sería interminable.
Dios tiene otros criterios, y es a una mujer a quien dirige su Palabra cuando quiere plantar
su tienda entre nosotros. Y en esa mujer bendice a todas las mujeres.
El ejemplo de María nos exige luchar contra el mal del mundo. Nos exige ser solidarios con
cualquier esfuerzo humano, social, político, sindical...; solidarios con todo intento de mejorar la
vida de todos y de cada uno. El ejemplo de María, el sabernos hijos suyos en la fe, nos tiene que
llevar a vivir entrañablemente su presencia maternal en nuestras vidas y a compartir su lucha contra
todo lo que hay de mal en nuestra sociedad; su lucha por liberarnos de toda injusticia,
mentira, egoísmo, opresión...
9. El encuentro con Dios es siempre turbador
María "se turbó". No estaba acostumbrada a oír cosas de ésas. Su vida era muy
sencilla. El ángel continuó: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús..." Palabras
dirigidas a una mujer que vive en un pequeño pueblo y que hace lo mismo que las mujeres de
su tiempo y de su patria. En contra de lo que muchos piensan, no importa si lo que hacemos
en la vida es importante o no, sino el cómo lo hacemos. María vivía una vida corriente, pero
fiel y marcada por la esperanza. Como tanta gente de su nación, María anhelaba algo más que
la vulgaridad de cada día; vivía confiando en las promesas de los profetas que llamaban a
espabilarse, que anunciaban la posibilidad de una vida más libre, más llena de gozo; que
proclamaban que Dios quería que su pueblo superase tanto mal arrastrado desde siglos, tanto
egoísmo, tanta opresión, tanta injusticia...
María sabe que Dios actuará, y espera, porque no vive satisfecha ni instalada, porque se
siente pobre y ve que, a ella y a su pueblo, les queda aún mucho camino por andar.
Y Dios actúa de modo sorprendente: María, que esperaba en Dios, se encuentra haciendo de
protagonista de la salvación, de la vida que Dios quiere comunicar. Por medio de ella vendría
el Deseado de las naciones; porque Dios actúa a través de los que saben que les queda camino
por andar, de los que saben que no lo tienen todo, de los que no se han conformado con la
mediocridad del ir tirando.
Deberíamos preguntarnos si Dios podría actuar en nosotros como actuó en María. Es decir,
si vivimos tranquilos pensando que todo está bien, o si somos gente que espera activamente. Si
somos gente que, como María, sabemos que nos queda mucho camino por recorrer, que
tenemos a nuestro alrededor y en nuestro interior mucho mal que combatir, mucho egoísmo
que romper, mucha falta de ilusión que reanimar... Dios vendrá a nosotros.
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Sólo si esperamos como María esperó encontraremos a Dios en nuestro camino. Un Dios
que nos impulsará a vivir cada vez con más plenitud. Sólo si estamos abiertos a recibir la liberación
de todo mal tendremos esa liberación.
Se dice a María que tendrá un hijo y que deberá llamarle Jesús, que significa "Dios
libera". A este hijo se le atribuyen cualidades que en la Biblia indican la presencia del mismo Dios
en medio de su pueblo. Y se le adjudican en grado máximo.
10. Todo es posible al que cree
"¿Cómo será eso, pues no conozco varón?" Tan fuerte y decisiva nos quiere presentar Lucas la
intervención de Dios, que nos llega a decir que María será madre no por su encuentro matrimonial
con José, sino por una acción maravillosa de Dios. Y esto, lógicamente, no es comprensible para el
hombre, y menos para el actual. Nos es difícil hoy admitir que para poner de manifiesto que el que va
a nacer es "Dios libera", "Hijo del Altísimo", tenga que haber sido engendrado sin intervención
del compañero de María. ¿Es que es impropia de la presencia y acción de Dios la vida sexual y el
encuentro entre esposos? Estas preguntas nos las hacemos ahora. En tiempos de los primeros
cristianos, por distintas influencias culturales y religiosas, es posible que fuera ésta la mejor forma de
destacar la calidad excepcional del que va a nacer. Ya vimos cómo Juan nace de dos ancianos, ella
estéril hasta entonces. Ahora, Jesús nace de una joven que nunca ha conocido varón, y que parece,
por el contexto, que nunca piensa conocer.
Aunque lo importante son Juan y Jesús, no la manera como fueron engendrados, es
necesario resaltar que la salvación viene de donde menos se podía esperar: de allí donde las fuerzas
humanas parecen estar más disminuidas e incapacitadas, o han dejado de actuar, y que Dios está
con el pueblo.
María es virgen y obra en ella el Espíritu Santo: su virginidad es signo de su plena
disponibilidad y pobreza. No es ella la fuerte, sino Dios. Jesús no es el resultado de proyectos
humanos, sino de un designio divino. Para resaltarlo se presenta su concepción de forma
milagrosa. "Para Dios nada hay imposible".
¿El Espíritu de Dios la "empujó" a desear de tal manera al Mesías que éste se encarnó en
ella? ¿Lo esperó con tanto anhelo que hizo posible su encarnación? Si tenemos en cuenta el sentido
que tiene para los orientales la palabra, ésta podría ser una de las enseñanzas religiosas que se nos
quiere transmitir, para animarnos a imitar la disponibilidad de María al Espíritu. El Niño nacerá
por una intervención del Espíritu Santo.
Jesús viene a responder a los anhelos más profundos de nuestro corazón con una respuesta
que va mucho más allá de lo que el hombre se atrevía a soñar. Había que presentar su
nacimiento de una forma en la que fuera evidente la intervención directa de Dios.
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Es claro que el nacimiento del hombre por el encuentro sexual de los esposos no tiene nada de
negativo. El presentarnos Lucas el nacimiento de Jesús de forma tan extraordinaria nos
puede ayudar también a descubrir cómo la virginidad es algo muy importante para la vida
humana.
El relato -en lectura religiosa- nos presenta a María y José como dos jóvenes desposados
que piensan vivir en virginidad. Y como esto es inconcebible para los hombres de todas las
épocas, se presentaba a José como anciano, y así no había problema o quedaba muy
disminuido. Debemos tener en cuenta, además, que en aquella sociedad una mujer soltera
quedaba expuesta a muchos peligros al ser una persona indefensa.
Creo que los planes de Dios van por otro camino. El amor de José y de María -seres
privilegiados, no lo olvidemos- era un amor que había alcanzado una cierta plenitud. Y a esa
altura, la unión carnal ya no tiene razón de ser; como no tiene razón de ser en la vida de los
bienaventurados ni en el amor de la madre al hijo, que es considerado como el más perfecto
amor en este mundo.
11. Fecundidad de la virginidad, signo del reino de Dios
Este planteamiento nos debería ayudar a profundizar en el sentido que tiene la
sexualidad -en cuanto genitalidad- en el amor matrimonial.
La virginidad es signo del reino de Dios. En el cielo no habrá matrimonios (Mt 22,30). ¿José y
María son signo del amor pleno, incomprensible aquí, que supone superar todo lo genital, que
se vivirá allí -cielo-?
La virginidad es también una actitud de liberación, que debe aceptarse libremente y que no
debe unirse jamás a ninguna otra opción. Para mí es evidente que hay que separar la opción
al sacerdocio de la opción al celibato.
La virginidad es, normalmente, el estado que han elegido los hombres y mujeres más
comprometidos por el Reino. Es posponerlo todo en orden al reino de Dios. Es dar la vida a los
demás con toda la persona y desarrollar esa vida. Es des-vivirse para que los demás vivan. Es la
otra maternidad y paternidad: ayudar a que llegue a plenitud la vida dada por los esposos. Es una
maternidad y paternidad más universal: se vuelca en el amor a toda la creación, a todos los
hombres. Por eso, María es madre de la Iglesia: su virginidad, su amor pleno, la hizo madre
universal. La virginidad es pobreza, y el pobre vive en los demás. Cuanto más pobre, más vive en
los otros. El Pobre Absoluto -Dios- vive en todos los hombres absolutamente.
La virginidad es entrega a un ideal, a una obra. Pero siempre con la marca del sexo, como
cualquiera actividad creadora, ya que la sexualidad no existe en abstracto, sino encarnada en
hombres y mujeres concretos que actúan cada uno de modo peculiar.
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La virginidad es enamoramiento. Todos tenemos necesidad de enamorarnos para poder
vivir. La virginidad sin una dedicación -enamoramiento- a las personas, a un ideal, a una
tarea, al reino de Dios..., es una quimera imposible.
La virginidad requiere una alta capacidad para el amor, para el enamoramiento. Para una
persona que ame medianamente, la virginidad es algo que uno se puede imaginar como posible sin
serlo. Y un imposible es la obligatoriedad del celibato a todo sacerdote, aunque objetivamente sea
mejor. Esa obligatoriedad hace que sea tan frecuente el solterón -y la solterona- y tan difícil
la verdadera virginidad. Sin entrar en las frivolidades y escándalos que conlleva. ¿Qué libertad
puede dar la ausencia de esposa e hijos, cuando nos rodeamos de padres, hermanos, sobrinas... sin
que sea necesario, sólo para estar mejor atendidos? Por la falta de amor y de entrega de los que
hemos elegido este camino -aparte de otras causas más visibles, como la permisividad sexual-, la
virginidad no es signo para el mundo actual, que no cree en ella.
Jesús de Nazaret eligió este camino.
La vida que se da en la virginidad parte de Dios de un modo más directo. ¡Cuántos hijos son
más nuestros que de sus padres, al haberse limitado estos últimos a traerlos al mundo! Nos hemos
acostumbrado a nacer "así", y lo vemos lógico. No nos damos cuenta de que los medios que se
ponen para lograr una nueva vida son muy inferiores a lo logrado. Que es maravilloso, a poco que
lo pensemos, que de esa causa salgan tales efectos. Nos hemos acostumbrado y lo vemos normal.
Lo anormal es tener un hijo y ser virgen. A eso no nos hemos acostumbrado. El caso único,
biológico, es el de María -dentro de nuestra fe cristiana-, pero tampoco lo creemos de verdad.
¿Cómo descubrir la fecundidad de la virginidad cuando normalmente no es palpable? ¿Cómo
palpar las ilusiones, la libertad, el amor, la verdad, el sentido de la vida, la fe... contagiados a los
que nos rodean?
La acción de Dios se ve más claramente en la fecundidad de la virginidad, siempre que ésta sea
verdadera y se tenga fe. Sin fe, estas cosas no pueden aceptarse razonablemente.
Abrirnos al amor del Padre es la única condición para que el Espíritu de Dios pueda
fecundar nuestra vida, como fecundó a María.
12. María acepta sin poner condiciones
"Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra".
Si entendemos textualmente la narración de la anunciación, podemos facilitar todo demasiado
a María. Y de esa forma evadirnos de nuestra propia respuesta al plan de Dios.
La fe traslada montañas (Mc 11,23). La fe de María, su espera del Mesías fue tan intensa, tan
firme, tan abierta a los designios del Padre..., que hizo posible que se hiciera carne en ella el
Mesías, el Hijo de Dios. Fue una vocación singular, a la que María respondió con un "sí"
también singular y único.
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También Jesús -su sentido de la vida humana- puede y quiere nacer y desarrollarse en
cada cristiano, en cada hombre, que vive abierto a la libertad y a la justicia, a lo que Dios le
pida en cada momento, aunque lo llame de otra forma.
Para María no fue fácil. Cuando Dios irrumpe en la vida de una persona, trastoca todos sus
planes, la lanza a la intemperie, al futuro, al riesgo, a la inseguridad, a la búsqueda. María fue
la primera que dijo un "sí" definitivo al plan de Dios. En su "sí" pleno está el "sí" de tantos
millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, que tal vez no veían
claro, que pasaban dificultades, pero que se fiaron de El.
No debemos considerar a María como una criatura que ha abandonado nuestras filas, que
se ha separado de nuestro itinerario fatigoso, porque Dios le ha asignado un camino totalmente
distinto al nuestro. María nos precede; comparte los riesgos de nuestro caminar. Es el modelo
de la humanidad redimida.
El "sí" de la anunciación no es sólo la aceptación de una elección singular, sino también
la respuesta a una realidad oscura, dolorosa, a menudo incomprensible. El "sí" para ella es
esencialmente la aceptación del "precio" de aquella vocación.
María aceptó lo cotidiano. Su "sí" inicial se extiende a todos los acontecimientos de su vida,
tanto a los que no comprende como a los que llegan de improviso. Es pura acogida. Cuando
pronuncia su asentimiento no puede prever todas sus consecuencias. Solamente a lo largo de los días
irá comprendiendo a lo que se había comprometido con aquel "sí". Lo irá comprendiendo en la
medida que vaya pagando el precio por su compromiso incondicional con Dios: "Una espada te
traspasará el alma" (Lc 2,35).
Cuando se acepta el don de Dios no debemos pretender una explicación inicial que esclarezca
todas las situaciones en que nos podamos encontrar. Se acepta una revelación progresiva ofrecida
por los acontecimientos, y que irá clarificándose según vaya subiendo el precio que se nos vaya
reclamando. El "sí" se paga día a día, como a plazos.
En el "sí" de María hallamos el ejemplo, pleno y total, de nuestras pequeñas respuestas.
Porque lo mismo que caemos en el mal, también somos capaces de generosidades.
María deja que Dios actúe plenamente en su vida. Frente a la actitud de autosuficiencia que
preside tantas veces la actuación de los hombres, y que es la raíz profunda del pecado, María
toma como estilo de su actuar la confianza total en Dios. El que actúa es Dios. Ella le deja actuar, no
pone ningún tipo de estorbo a la acción divina.
Cuando el hombre toma esta actitud delante de Dios, cuando el hombre le deja actuar, Dios
obra maravillas (Lc 1,49).
La grandeza de María está en su docilidad a la Palabra. Ella cree en la venida del Señor, y
por eso el Señor puede venir. Su ejemplo podría cambiar toda nuestra historia personal y comunitaria.
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"Y el ángel se retiró". María se queda sola. Ninguna comunicación más. Ningún otro
mensaje que la conforte y elimine las dudas. El camino ha de hacerlo con la ayuda de su
propia fe, "conservando todo esto en su corazón" (Lc 2,51). De ahora en adelante habrá de
interrogar a los acontecimientos cotidianos para saber algo. Y cada vez que diga "sí" -antes aún
de haber comprendido- ahondará en el sentido del misterio de la propia existencia.
13. Conclusiones para nosotros
Vivimos afanados por muchas cosas, y una sola es necesaria (Lc 10,41s): realizar en nosotros la
vocación a la que el Padre nos llama. Y para ello necesitamos iluminar nuestras vidas con la luz
del evangelio, que es una profecía: revela lo que está pasando y pasará siempre. Debemos leerlo
a la luz de nuestra experiencia personal, pensando que todo lo que en él se cuenta pasa también
en nuestra vida; que todo lo que les sucedió a los primeros testigos, nos sucede igualmente a
nosotros; que los evangelios no han hecho más que traducir al lenguaje de su tiempo una
experiencia que nos es común.
Dios camina con nosotros, vive en nuestra historia, está presente dondequiera que estemos,
vive en nosotros, ama con nosotros. Toda nuestra vida está entretejida de llamadas de Dios y de
respuestas o evasivas nuestras, llena de "ángeles", de mensajeros. Todas esas llamadas divinas a lo
largo de la historia han sido "promesas" que en la mano de los hombres estuvo que se convirtieran en realidad.
Dios se nos comunica a través de las pequeñas ocupaciones de nuestra vida cotidiana. No
vayamos a buscarlo a otra parte.
Nuestra vida puede convertirse en una anunciación continuada: hoy puedo ser yo el elegido
para algo, hoy puede pedirme el Señor una respuesta, necesitar mi colaboración.
Hoy y siempre, la palabra de Dios busca entrañas maternales que la acojan, alimenten y
comuniquen. Hoy y siempre, el Señor espera escuchar el "sí" de los pequeños y obedientes, el
"sí" de los libres y solidarios, el "sí" de todos los hombres de buena voluntad. Porque
también existe el "no" de los opresores y ambiciosos, el "no" del dinero y del odio... Porque la
lucha con la "serpiente" continúa; ella y su ralea ya están vencidas, pero no rematadas. Hay
que seguir luchando para derribar a los poderosos, enaltecer a los humildes (Lc 1,52) y crear
fraternidad. Hay que decir "no" a los que se endiosan y "sí" a los que se humanizan.
El ejemplo de María -pobre y pequeña- nos está diciendo que también la esterilidad de
nuestra vida puede ser fecundada por la acción de Dios si nos abrimos a ella como supo
hacer María. Dejémonos de defender de Dios, derribemos el muro de nuestras suficiencias,
recelos y miedos. También en nosotros Dios quiere obrar maravillas (Lc 1,49).
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¿Cómo hacer para seguir el ejemplo de María? En primer lugar, hemos de abrirnos como
ella a la Palabra, a la gracia, a la venida de Dios: valorando la oración, la lectura evangélica,
la acogida a los hermanos, el silencio interior, la comunicación... En segundo lugar, ser fieles a la
lucha contra todo mal: reconocer y tratar de superar nuestros propios pecados, el mal de nuestra sociedad, sabernos llamados a un camino de progreso constante, buscar los medios comunitarios y
personales que favorezcan esta lucha y este progreso...
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Visita de María a Isabel y "Magnificat"
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un
pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo
para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te
ha dicho el Señor se cumplirá.
María dijo:
-Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo.
Y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes;
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-,
en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.
María se quedó con Isabel unos tres meses y después se volvió a su casa. (Lc
1,39-56).
La alegría de Isabel por la visita de María y el gozo desbordante de ésta por la salvación
mesiánica que ella trae forman el núcleo de este pasaje evangélico.
María, una joven de un pueblecito perdido en Galilea llamado Nazaret, pertenece a la larga
historia de los "pobres de Yavé", que esperan en silencio verse libres del sin sentido de la vida.
Todo el Antiguo Testamento había sido un largo camino de preparación de estos pobres para
recibir al Mesías. Y ahora, en esta campesina aparentemente insignificante, se ha hecho realidad la
espera. Calladamente, sin que nadie lo sepa, Dios le ha pedido permiso para que sea la madre de
su Hijo. Y ella ha aceptado con la sencillez de los pobres.
La figura de María sólo tiene sentido en el interior de la fe cristiana. Fuera de ella, aparece
como una mitificación al estilo de lo que hacen con sus personajes fundamentales otras religiones e
ideologías.
Decididamente, Dios es incomprensible y desconcertante para el hombre de todas las épocas,
especialmente para el hombre moderno, tan complacido siempre en las cosas grandes. El Mesías
esperado nacerá en una insignificante aldea de Judea -Belén-, y su madre será una sencilla
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mujer de pueblo: una muchacha desconocida, hecha para servir; una joven inexperta, que se
arriesga a creer; una mujer peregrina, que se apresura a dar su mano en un gesto de solidaridad
y comunión. Una joven de pueblo, desposada con un obrero, frente a las grandes señoras de su
tiempo... y del nuestro. Dios "miró la pequeñez de su esclava".
Los gustos de Dios son muy distintos a los nuestros: nosotros, venga a querer ser como dioses
(Gén 3,5); y El, venga a querer ser como hombre (Jn 1,14). Nosotros, empeñados en querer subir
hasta el cielo (Gén 11,4); y El, empeñado en bajar hasta el fondo de lo humano (Flp 2,5-8).
Nosotros deseosos de hacer siempre nuestra voluntad, y El, deseoso de negarla (Jn 4,34)...
Y así no nos damos cuenta de lo que realmente merece la pena. ¡Sólo tenemos ojos para
grandezas y corazón para hacernos grandes! Y a la vez que perdemos lastimosamente el tiempo
ante la televisión o similares.
1. La vocación humana, disponibilidad al proyecto de Dios
La vida del hombre únicamente se puede desarrollar confiando y trabajando por alcanzar
metas. Las llamamos ilusiones, deseos de superación... Es lo que en la Biblia se llaman promesas.
La vida de cada hombre, sobre todo en las cuestiones definitivas, es un camino sin trazar. Las
ilusiones, los deseos de superación, de plenitud y eternidad -las promesas- son como una luz que
nos va guiando. Gracias a esa luz tenemos fuerzas para seguir caminando.
Para poder llegar a nuestro desarrollo personal y comunitario tenemos necesidad de creer en
una promesa, de tener ilusiones, de creer en la plenitud humana. Eso es esperar al Mesías.
La vocación de cada uno es como una intuición de una situación nueva que nos llama, pero que
hasta que no la alcanzamos, no sabemos qué es ni cómo es. No hay empresa ni proyecto humano
que merezca realmente la pena, que se pueda llevar a cabo sin una gran fe en lo que se espera
conseguir.
Yo no sé cuándo me fue planteada la pregunta. Y no sé si respondí con palabras. Pero sé
que un día respondí "sí" a alguien o a algo... Y desde esa "hora" tengo la certeza de que la existencia humana tiene pleno sentido y de que mi vida tiene una meta. Desde esa "hora" fui sabiendo lo
importante que es no mirar hacia atrás (Lc 9,62) y no preocuparse por el mañana (Mt 6,34).
Desde esa "hora" he ido comprobando que los “juguetes ” -dinero, poder, cachivaches...- nos
atraen mientras somos "niños" que se dejan seducir por el "sonajero". Desde esa "hora" he ido
sabiendo que el camino de la vida lleva a un tiempo que es muerte y a una muerte que es la vida (Mt
10,39). Desde esa "hora" voy experimentando que todo acabará bien.
María, "llena de gracia" y templo de Dios, se abre a los demás. La alegría mesiánica que la
llena tiende, como todo don de Dios, a la comunión. Por eso, María sale de sí misma y camina.
Y se fue a una ciudad de Judá. Lleva dentro un misterio consumado en la profundidad de su
ser; un misterio consumado en el silencio de una vida entregada y en la oración.
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María ha sabido responder a las esperanzas de Dios. Y quiere responder a las esperanzas de los
hombres. Todo se ha desarrollado en el silencio y la sencillez, en la oscuridad de una casa cualquiera,
en el corazón de una muchacha de pueblo como tantas.
Ahora esta joven camina deprisa hacia arriba, por un camino de montaña. Nadie advierte su
presencia: los poderosos están demasiado ocupados en sus complicados juegos políticos y económicos,
los intelectuales en sus ideas y en sus libros, los hombres religiosos en sus prácticas y leyes, la gente
corriente en sus cosas de cada día... Como ahora.
El mundo sigue adelante. Y, sin embargo, algo muy importante ha ocurrido, aunque nadie
haya sido informado de ello. Dios se ha hecho presente entre nosotros, porque esa joven, que ahora
camina por la montaña, ha aceptado estar presente en el encuentro con El.
La vocación humana es fundamentalmente disponibilidad al proyecto de Dios sobre los hombres y
sobre el mundo. Disponibilidad que no puede exigir ver claro, hasta en los detalles, antes de
comprometerse. La vocación humana es siempre ponerse en camino; la visión completa se irá
teniendo a lo largo del recorrido. Es decir, conoceremos el camino solamente después de haberlo
recorrido hasta el final. Las explicaciones vienen siempre después. A la fe del verdadero creyente
le basta con saber que El -el Padre- va delante y sabe el camino.
La vida humana es un misterio de acogida, de disponibilidad, de libertad. Pero misterio en
marcha por los caminos de los hombres. Y es necesario caminar deprisa; tanto más deprisa
cuanto más urgente y vital sea el mensaje que llevamos. El "sí", cuando brota del corazón, es siempre
decisivo para nosotros y para los demás. Pero es necesario ponerse en camino.
La anunciación nos narra lo que le ha sucedido a María; la visitación, lo que María hace que
suceda.
El encuentro con Dios es desconcertante no sólo para quien dice "sí", para quien se deja
encontrar, sino también para todos los que se encuentran con esa persona. Dos mujeres pobres,
que esperan un hijo, se encuentran. ¿De qué van a hablar sino del futuro que llevan en las
entrañas? Son dos futuras madres que hablan "llenas del Espíritu Santo". Por esa razón el
futuro que contemplan no puede reducirse al de ellas mismas o al de los hijos que van a tener,
sino al de todo el pueblo, según el plan de Dios, del que ellas y sus hijos son instrumentos.
Los pobres se visitan. Comparten y comentan sus presentimientos y esperanzas. Va brotando
una nueva cultura liberada y liberadora. Y el pueblo la canta -Magnificat, Benedictus-. Es esto lo
que deben ser las comunidades cristianas, la Iglesia de los pobres.
Cuando nosotros planificamos nuestras vidas y las vidas de los que nos rodean llenos de
nosotros mismos, llenos de egoísmos, encontramos el vacío y la soledad. Si planificamos buscando
el bien del pueblo, su liberación, conectamos fácilmente con este pasaje evangélico.
Tenemos que decidirnos a ir, como María, a hacer presente por todas partes al mesías
-ilusiones, esperanzas, futuro de justicia y libertad para todos- que llevamos dentro.
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2. Nadie da lo que no tiene
Ser madre no es ningún título honorífico. Ser madre es ser capaz de despertar a la vida, de
engendrar unos hijos que se parezcan a ella.
La presencia de María en casa de Isabel no deja a las personas como estaban. Basta un saludo
para suscitar algo nuevo. Hay en ella una profunda realidad que sintoniza inmediatamente con la
otra realidad profunda que Isabel lleva dentro de sí. Los encuentros entre las personas sólo son
verdaderos si se realizan desde la profundidad de sus ilusiones y esperanzas, si se producen desde lo
más íntimo de ellas mismas. Pero una persona no puede encontrarse de verdad con otra sin antes
encontrarse consigo misma, sin haber penetrado antes en la profundidad de su ser y haberse
habituado a vivir, a permanecer en ese nivel de interioridad.
Para saber si de verdad nos estamos realizando como personas no nos limitemos a observar lo
que está ocurriendo dentro de nosotros; constatemos qué estamos logrando en los que nos rodean.
Debemos tener la humildad y el coraje de tratar de saber lo que provoca en los demás nuestra
presencia, nuestra vida; de esa forma podremos comprobar la resonancia del mensaje que llevamos
dentro.
Este pasaje nos narra el encuentro de María e Isabel, de Jesús y Juan. Jesús quiere siempre
encontrarse con cada uno de nosotros. ¿Cómo lo hará? Necesitamos el silencio interior -la
oración- para que Jesús se nos pueda manifestar a través de nuestras verdaderas ilusiones. ¿Qué
ilusiones tenemos en nuestra vida, qué esperamos?
Isabel interpreta los signos naturales, descubre el misterio de María y la grandeza del Niño, y se
humilla ante todos. En el seno de María estaba el esperado a lo largo de toda la historia de Israel.
"¡Dichosa tú, que has creído!" María realmente ha creído. En su vida sencilla y fiel, en la
vida corriente de una mujer de aquel pequeño pueblo de Nazaret, el Padre ha podido actuar. La
promesa se ha convertido en realidad. La anunciada madre del Mesías entra ya en escena con un
Hijo en las entrañas. Los tiempos nuevos han comenzado. La plenitud y eternidad y la paz
anunciadas, y tan deseadas, están ya al alcance de la mano. María, mujer dichosa, nos da ejemplo
de fe, de alegría, de disponibilidad, de servicio.
¡Dichosos los que hemos creído!: podemos repetir hoy y siempre, a condición de demostrar
nuestra fe en las obras de la vida.
Si hacemos así, también en nosotros se cumplirán todas las promesas del Señor.
María es proclamada por la Iglesia, desde siempre, como el máximo ejemplo de realización
humana. Una mujer que supo estar a la altura de su vocación y que no se acobardó ante las
dificultades.
Una mujer del pueblo. ¿Habría llegado María a lo mismo si hubiera sido una "señora
distinguida" de las que hay tantas en las iglesias y dirigiendo obras "de caridad"? Seguro que
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no, porque los verdaderos valores humanos no están más que en el pueblo. Las "señoras
distinguidas" -lo mismo que "los señores"- están para otros menesteres:
"Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la
ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio"
(He 13,50).
Es importante sacar las conclusiones.
3. María, ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano
El evangelio de la visitación es, también, una reflexión sobre la Iglesia.
María simboliza a la Iglesia. Isabel, al Antiguo Testamento. María, llevando en su seno al
Mesías y yendo a comunicarlo, define exactamente el comportamiento que debe ser propio de la
Iglesia universal, de cada comunidad cristiana, de cada creyente. Pero es necesario llevar
"dentro" al Mesías. De otra forma, ¿qué podríamos comunicar, ritos sin vida?
Frente a María -la Iglesia- están Isabel y Zacarías -el Antiguo Testamento-. María es
joven, ágil: representa a las comunidades cristianas que se apresuran a comunicar la Buena
Nueva que llevan dentro de sí a todas las naciones. Isabel y Zacarías son ancianos. María es quien
va a visitarlos; ellos no pueden más que acogerla; no saben más que decir quién es María y quién es
Jesús, el Niño que aún oculta. ¡Cuántas veces los no cristianos saben mucho mejor que nosotros
quién es Jesucristo!
Zacarías e Isabel formaban un matrimonio estéril desde hacía mucho tiempo; vivían de unas
ilusiones que parecían no podrían cumplirse jamás. Esclarecen la apasionada espera, próxima al fracaso, que vertebra el Antiguo Testamento. ¿Simbolizan las ilusiones presentes en lo más profundo
del corazón humano y que parece que nunca serán realidad? El deseo de estos ancianos se va a ver
cumplido: el Niño tan esperado está para llegar. También nuestras ilusiones se cumplirán si
sabemos abrirnos al Hijo de María.
4. El "Magnificat", experiencia del creyente
Frente a Isabel que grita una fórmula de alegría, junto al niño Juan que profetiza
silenciosamente "saltando de alegría en el vientre", junto a Zacarías encerrado en su mutismo,
María tiene otra actitud: canta ampliamente las maravillas de Dios; es la primera en cantar el
nuevo orden del Reino.
Por el mensaje del "ángel", por las palabras de Isabel y por la Sagrada Escritura reconoce
María que el Padre ha hecho en ella cosas grandes.
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El poema se atribuye a María, pero es, en realidad, producto de la comunidad cristiana primitiva.
Expresa cómo entendieron la fe de María los primeros cristianos. Se compuso para que la comunidad, al repetirlo en sus celebraciones litúrgicas, se acordara y contemplara la experiencia de
salvación que vivió María. Y para que, a la luz de esa experiencia, medite en la realidad de la salvación
que ella misma -cada comunidad- está viviendo y de la que debe dar testimonio. Porque lo que
canta la comunidad cristiana en el Magnificat es su propia experiencia de salvación. Y si lo refiere a
María es porque ella es el modelo de esa experiencia.
Lo que Israel percibía débilmente, la Iglesia lo conoce con mayor densidad; por eso puede
componer el Magnificat. La Iglesia contempla, iluminada por las palabras de María, su propia
misión, comprende mejor su sentido; aprende a reconocer mejor en sí misma al Dios que "hace
maravillas".
No es comprensible que María dijera todas estas ideas y que alguien las recogiera después al
pie de la letra. Es más lógico, y más interesante para nuestra vida, que el Magnificat sea el resumen
de la espiritualidad de María, la síntesis de lo que ella vivió, su interpretación del evangelio de su
Hijo. A la vez que resume la misión que la Iglesia debe realizar en el mundo si quiere ser fiel a ese
evangelio.
El Magnificat es un canto de resurrección y de liberación, porque anuncia que Dios destroza los
planes destructores de los que oprimen al pueblo y explotan a la humanidad. Es revolucionario: está
a favor del cambio radical de unas estructuras empecatadas. Es también modelo de la actitud del
hombre oprimido ante la obra de Dios: actitud de contemplación y alabanza. Canta la espiritualidad de "los pobres de Yahvé". Expresa la alegría del pueblo sencillo y pobre ante la
visita del Dios Salvador. Es la expresión más elevada del alma de Israel; alma fabricada a lo largo
de los siglos de su historia y hecha oración en los Salmos. Las lágrimas y las alegrías, las
esperanzas y las luchas de un pueblo se encierran en sus líneas.
Sólo los que viven en la indigencia, los que no tienen nada, aquellos cuya vida sólo tiene la
solución de esperarlo todo de Dios, podrán recibir el anuncio de la Buena Nueva (Is 61,1-3),
podrán conectar con las ideas del Magnificat.
Por eso en María, pobre y humilde, el Padre lleva a cabo la gran promesa prometida al
pueblo elegido. Promesa que llevará adelante la Iglesia en la medida en que sea pobre y
humilde.
María deseaba la llegada de lo contrario de lo que existe. Veía necesaria la aparición de un
mundo opuesto al suyo y al nuestro. Pero lo que era necesario era también imposible, ya que el
peso de egoísmo, de cobardía, de miedo, de mentira, de violencia, era -y es- demasiado grande.
Y porque la transformación del mundo era tan imposible como necesaria, María oraba. Oraba y
vivía tan plenamente, que dio a luz lo imposible. Desde entonces los hombres podemos buscar
esperanzados lo imposible necesario. Desde entonces luchar por la fraternidad universal no es un
absurdo.
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María ha creído, ha acogido la oferta de vida que el Padre ha hecho a todos los hombres y la
ha sugerido.
El cántico de María está, casi todo él, compuesto por ideas o frases del Antiguo Testamento,
tomadas principalmente del cántico de Ana (1 Sam 2,1-10) y de los Salmos. En este aspecto es
poco original. Pero es realmente original y creador el poner en boca de los oprimidos, que
quieren liberarse, esta selección de frases unidas, formando un solo poema, con un solo tema.
Así funciona muchas veces la cultura popular: recoge elementos de muchas partes, incluso
elementos aparecidos en la cultura burguesa, y les da un giro subversivo, hace con ellos síntesis
denunciadoras y combativas, a veces llenas de ironía. El Magnificat es un caso de ello.
Hoy en nuestro mundo el clamor por liberarse de la injusticia es universal entre las masas
necesitadas y oprimidas, mientras los más privilegiados -individuos y naciones- tratan de
ahogarlo para seguir dominando y oprimiendo. Y mientras muchos dedican su vida en él a
teorizar, pero sin hacer nada por nadie, el canto de María se convierte -ahora y siempre- en el
grito clamoroso de todos los profetas de Israel y de todos los tiempos.
El himno gira en torno a dos grandes temas: la liberación de los pobres y los humildes y el
amor de Dios para con Israel, en el que está simbolizado toda la humanidad.
Es el Israel pobre, la humanidad oprimida, que ha confiado en Dios, los que verán finalmente el
cumplimiento de las promesas que Dios había hecho desde Abrahán.
Y María -y con ella la Iglesia de los pobres-, al entonar el cántico, puede aplicarse a sí misma
el cumplimiento de la liberación y del amor que esperaban los pobres de Israel.
Empieza con el agradecimiento por la salvación que se ha realizado en ella. Ella es la
personificación de Israel, y realiza plenamente la imagen de la pobre de Yahvé. En ella, humilde y
esclava, el Poderoso lleva a cabo las obras grandes prometidas al pueblo elegido.
María encarna el mensaje cristiano. La vida humana ya es posible por la fe, la pobreza, el
amor. El hombre ya no es un esfuerzo inútil o una carrera hacia el vacío, sino que tiene en el
horizonte de su vida la plenitud y la eternidad de Dios. El hombre verdadero es el que cree y es
pobre. Fe y pobreza van siempre unidas. María cree que Dios actúa en la historia; María da gracias; María se siente pobre y desea un mundo distinto donde nadie domine y oprima a los
demás...
En María se concentra toda la humanidad; manifiesta lo que toda la humanidad y cada uno de
los hombres deseamos: que el Hijo de Dios -todo lo que El representa de plenitud y eternidad, de
felicidad y paz, de amor para todos- venga al mundo. Manifiesta que la humanidad tiene en su
interior unas esperanzas que sólo Dios es capaz de llevar plenamente a término... Son las esperanzas
que canta el Magnificat.
La palabra de Dios comunica el sentido de la historia, obra de un Padre oculto, a los hombres
que buscan y viven insatisfechos. ¿Cómo buscar alimento sin estar "hambriento"?
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La Iglesia, y con ella cada creyente, percibe el misterio de su existencia a partir de la experiencia de
María. Y ésta interpreta, a su vez, su experiencia personal a partir de la experiencia de Israel.
El Magnificat nos presenta a la comunidad cristiana iluminada por la luz que reciben algunos de
sus miembros, y a estos mismos miembros iluminados por la luz recibida de su propia comunidad.
La Iglesia se refiere a María para comprender el sentido que la fe da a su existencia, después que
María ha hecho referencia a sus antepasados para expresar el misterio que acababa de invadir su
propia vida.
María fue capaz de confiar en el Padre, de esperar por encima de todo, de vivir apoyada en las
promesas de Dios y no en sus méritos o en su riqueza. Por eso Dios la escogió y la colmó.
Porque Dios "colma de bienes a los hambrientos" y "a los ricos los despide vacíos". Porque
Dios "dispersa a los soberbios de corazón", "derriba del trono a los poderosos" y "enaltece a
los humildes". Porque Dios cumple lo que promete a los hombres. Porque Dios es fiel, y con
Jesús nos ha marcado el camino hacia la vida. Un camino de lucha, difícil, como el de Cristo.
Pero de lucha llena de esperanza, porque tenemos la certeza de la victoria.
El hombre que llenó su vida con los verdaderos valores -amor, esperanza, fe, libertad, amistad,
servicio...- comprende por experiencia la mediocridad de las cosas que con frecuencia pretenden
llenar la vida humana. Lo mismo el que, por propia experiencia, ha "gustado" la caducidad de
todo y la inhumanidad de los que buscan el dinero y el poder, puede comprender dónde están
realmente los valores que cuentan.
Dios no se deja cazar en la trampa de los poderosos, por más que éstos lo intenten. Siempre
logra escapar y volver a alentar a los de abajo para que se subleven y peleen.
No lo caza ni neutraliza la cultura burguesa que nos asedia y domina por todas partes -sin
excluir la cultura religiosa y las catequesis y clases de religión-. Siempre reaparece cargado de
las mayores exigencias justicieras, trastocando todos los planteamientos aceptables por los
instalados en el poder o en la comodidad.
El Magnificat plantea la lucha de clases sin miedo ni matizaciones: para exaltar a los humildes
será necesario derribar a los potentados de sus tronos. Unos y otros no pueden estar juntos. La
hermandad puede venir una vez hecha realidad la igualdad de oportunidades para todos en una
sociedad sin clases.
El Magnificat alaba al Dios que está en estas cosas, y no a otro. Y al alabarlo nos propone
una tarea histórica concreta. Lo que canta el Magnificat no se realizará por una simple súplica,
sino por una tarea que deberán cumplir los hombres dentro de la historia.
¿Cómo es posible que los poderosos, desde siglos atrás hasta hoy, hayan logrado quitar toda la
fuerza subversiva a este poema, dándole una interpretación individualista, privada, "espiritual",
como si hablara del encuentro del "alma" con Dios?
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5. El verdadero amor es siempre servicio
"María se quedó con Isabel unos tres meses". El tiempo que faltaba para el nacimiento de Juan.
La ayudaría en las faenas de la casa, teniendo en cuenta el estado y la edad de Isabel. Entendió, desde el
principio, que el verdadero amor se hace siempre servicio. "Después se volvió a su casa". Su presencia
ya no era necesaria...
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Las dudas de José
El nacimiento de Jesús fue de esta manera:
La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir
juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu
Santo.
José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió
repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se
le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu
mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque
él salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el
Señor por el Profeta:
"Mirad:
la virgen concebirá v dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa 'Dios-connosotros')".
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel
del Señor, y se llevó a casa a su mujer.
Y sin que él hubiera tenido relación con ella, dio a luz un
hijo: y él le puso por nombre Jesús.
(Mt 1,18-25)
Este texto evangélico es la respuesta al interrogante que surge al final de la genealogía de Jesús
(Mt 1,1-17), al privar a José de la paternidad carnal de Jesús.
¿Cuál es el origen de Jesús?
El Mesías nace por una intervención directa de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre
cualquiera. Su nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer la acción divina como
una segunda creación, que supera a la primera. En la primera, el Espíritu actuaba sobre el mundo;
ahora, en Jesús, lleva a la plenitud la creación del hombre. A esta plenitud no se llega por un mero
desarrollo o evolución del hombre: podrían ser más los que llegaran a ella y ser Hijos de Dios. A esta
plenitud únicamente puede llegarse mediante una intervención del mismo Dios. Y sólo se da en Jesús;
sólo El es el Hijo.
Jesús es mucho más que la herencia racial de un pueblo. Aunque era judío por serlo sus
padres, su verdadero padre es Dios. Con El nace una nueva raza de hombres, en la que los
vínculos de la sangre tienen poca importancia, termina el dominio de una raza sobre otra, de una
cultura o pueblo sobre los demás. A partir de Jesús, todos adquirimos la ciudadanía humana
como primera y esencial, cuyo único origen es Dios.
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Las ilusiones del hombre de fe no son una comedia o una fantasía. Las de los cristianos
parten de un hombre -Jesús de Nazaret-, que nació y vivió en Palestina, que murió y resucitó y
que llegó a la plenitud humana; que hizo realidad en su vida esas aspiraciones de plenitud y
eternidad que llevamos todos los hombres en lo más profundo de nuestro corazón. Jesús, su
Persona, es el punto de referencia de nuestra fe, de nuestro quehacer, del camino que hemos de
recorrer si queremos vivir como cristianos y hombres verdaderos.
Aunque tengamos este punto de referencia en Jesús, nuestra fe está de algún modo en el vacío:
creemos porque tiene profunda relación con nuestra vida, porque queremos creer, porque sentimos
esta fe dentro de nosotros. Pero no tenemos ninguna demostración palpable de lo que creemos.
Por eso nuestra fe es también una esperanza.
1. El desconcierto de un hombre justo
La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel. Sólo al final se nombra, como de
pasada, a Jesús.
De José sabemos muy poco, ya que incluso lo que el evangelio de Mateo nos cuenta con cierto
detalle hemos de interpretarlo como un intento de la primera comunidad cristiana por transmitir
el misterio de la irrupción de Dios en la historia humana. De hecho, lo que se nos dice es
simplemente que un hombre llamado José, de profesión artesano, aunque fuera descendiente del
rey David, con domicilio en un pequeño pueblo de Galilea, casado con una mujer tan sencilla
como él, por nombre María, era considerado como el padre de aquel joven judío, llamado Jesús,
que se presentaba con la extraña pretensión de ser el Mesías de Dios esperado.
La figura de José ha ido clarificándose con el paso de los años. Del hombre viejo, con
barbas largas, protector de María más que esposo, se va pasando a un hombre joven, de una
edad parecida a la de su esposa, como corresponde normalmente a un matrimonio.
Aunque los evangelistas nos dicen muy pocas cosas de él, sí son suficientes para comprender
la grandeza de su vocación y su fidelidad a ella en el silencio.
En José y María se vislumbra un misterio profundo: son dos jóvenes desposados que no
consuman su matrimonio. De otra forma, María no sería virgen. Ya señalé en páginas anteriores
que este matrimonio excepcional es signo del reino de Dios.
Mateo afirma el hecho de la concepción extraordinaria y misteriosa de Jesús. El misterio se
comunica, se experimenta, se cree, pero no se explica.
Maria estaba ya desposada con José, pero aún no cohabitaban: les faltaba la ceremonia de
la boda. La fidelidad que se debían los desposados era la misma de personas casadas, de modo
que la infidelidad se consideraba adulterio. La ley judía no consideraba pecado serio la relación
sexual habida entre los desposados en el tiempo intermedio hasta la boda. Más aún, en caso de
que naciese un hijo en ese tiempo intermedio, era considerado por la ley como hijo legítimo.
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El Padre de Jesús es el Espíritu Santo. Su concepción y nacimiento no son casuales; tienen
lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión
mesiánica y la novedad absoluta que supone este nacimiento en la historia humana.
La figura de José se presenta en primer plano. Todo se contempla desde la posición
que él ocupa. Su desconcierto es natural: el estado de María es incomprensible. José es
"bueno", es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que cree en los anuncios
proféticos y espera su cumplimiento. Es "justo", palabra que expresa la mayor alabanza
bíblica de una persona: justo es el que busca a Dios y adecua su vida a la voluntad divina,
el que cumple la ley con todo su corazón y con intensa alegría, el hombre prudente y
bondadoso en cuya vida se han unido de un modo singular la propia madurez humana
y la experiencia de Dios, la figura ideal en quien Dios se complace, el que acepta el plan de Dios
incluso cuando desconcierta el propio. José manifiesta su fidelidad a Dios queriendo cumplir la ley,
que lo obligaba a repudiar a María, a la que todos los indicios hacían culpable de adulterio; a la
vez, su amor y su fe en ella le impedían difamarla y creer tal cosa. De ahí su decisión de "repudiarla
en secreto" y no exponerla a la vergüenza pública. Pero estando desposado con María no podía
romper el compromiso sin un repudio legal -público-; por lo que es difícil comprender que le
fuera posible hacerlo en secreto. Situación difícil y dolorosa de la que no sale sino por intervención
de Dios, al que vive abierto.
En María ocurre algo que no entiende. Reflexionando en las profecías del Antiguo Testamento y
rezando, intuye un misterio en María y tiene miedo de entrar en él, porque ve la mano de Dios
demasiado cerca. Y eso es muy peligroso, porque Dios cuanto más próximo está pide más para
poder dar más. Es la poda a los sarmientos de la vid que están dando fruto para que den más
fruto (Jn 15,2).
No se decide a tomar a María como esposa. Instintivamente quiere volverse atrás, para bien de
María y suyo propio. También puede ser que no se encontrara digno de seguir adelante, o no
viera el papel que le correspondía a él en todo aquello. No tuvo que ser fácil encontrar solución.
¿Cómo aplicar, sin más, a María el nacimiento virginal del Mesías, por obra del Espíritu Santo,
indicado en el Antiguo Testamento?
Pienso que la duda sobre la fidelidad o no de María se desvanecería pronto. De otra forma
su amor no estaría a la altura requerida en un hombre justo. Además, es difícil pensar que María no le hubiera dicho nada.
Cuando Dios se acerca a una persona, la desconcierta. Entrar en el Misterio es dejar de tener
en nuestras manos las riendas de nuestra pequeña vida y de nuestro mundo familiar y social; es
aceptar que "el Otro" nos envuelva y nos guíe.
Dios se nos manifiesta siempre por caminos inauditos. Es indomesticable:
55
Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos.
Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los
vuestros, mis planes que vuestros planes. (Is 55, 8-9)
Dejar entrar a Dios en nuestras vidas significa exponernos a constantes sobresaltos, a tener que
renunciar a nuestras seguridades y abrirnos a la esperanza, a dejar nuestras míseras pero palpables
riquezas, a dejarnos a merced del Padre, a prescindir de nuestra voluntad personal y de nuestras
propias ideas y planes de futuro. Curiosamente, la religión se ha vivido -y se vive en gran partecomo un seguro que nos permite dominar lo imprevisto. Tendría que ser lo contrario: Dios es
aquel que rompe nuestros planes y nuestras defensas.
José había hecho sus planes, como cualquier joven. Había elegido esposa, y ve con evidencia que
sus planes de matrimonio han sido desbaratados. Se imaginaba seguir caminos de justicia y amor; sin
ambiciones mundanas -por ser hombre justo-, trabaja y ama, desea formar una familia en el temor
de Dios y en la práctica de la ley..., y de pronto...
2. Dios habla en la oración silenciosa
Interviene "un ángel del Señor" que le aclara lo que está ocurriendo y le prepara para
introducirle en el misterio, en la vocación que Dios le tiene preparada. Y José, que encarna al
"resto de Israel", es dócil a sus palabras; comprende que la espera ha llegado a su término: se va a
cumplir lo anunciado por los profetas.
El ángel se le aparece a José siempre en sueños. Es un modo de indicarnos el evangelista que
no quiere subrayar su realidad.
Las apariciones de ángeles en sueños son un modo de presentar las propias reflexiones y
decisiones sobre los acontecimientos de nuestra vida. ¿No hemos sentido miedo alguna vez ante una de
esas irrupciones de Dios en nuestra vida? ¿O es que no tenemos el silencio suficiente y la oración
necesaria para escuchar sus susurros? Porque todos tenemos, lo mismo que José, una vocación,
una llamada a realizar algo concreto en nuestra vida. Algo que si nosotros no hacemos quedará sin
hacer. Quizá en el mundo haya más problemas de la cuenta debido a la cantidad enorme de personas que se desentienden de su quehacer.
El ángel le llama "hijo de David". El derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea del rey David.
José no debe temer llevarse a su casa a María, acogerla como su mujer, porque en ella ha tenido
lugar un milagro de Dios. Con profunda delicadeza y respeto se indica el misterio. Sólo se nombra un
hecho que puede servir de explicación: la actuación del Espíritu Santo. Es el Espíritu que guía a los
profetas y a los santos, pero también es el Espíritu que actúa en el silencio y sin ruido.
Jesús "viene del Espíritu Santo"; lo envía Dios, su Padre y nuestro Padre, con una misión
muy concreta, que solamente El puede realizar: traernos toda la palabra de Dios, el punto de vista
de Dios sobre el hombre y sobre el mundo.
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Según la interpretación más tradicional, la misión del ángel no tiene como objeto principal
anunciar a José la concepción virginal, que éste ya sabría por María, y que era el motivo por el
que pensaba permanecer en la sombra, sino el de disiparle las dudas que pudiera tener y
aclararle su papel en todo aquello: imponer el nombre al Niño y asumir su paternidad legal.
Conocida su misión en aquel matrimonio, cesa su turbación o desconcierto.
3. Su misión se va aclarando
"Tú le pondrás por nombre Jesús". El nombre revela su misión: "Salvará a su pueblo de los
pecados". El nombre se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al
pueblo de la alianza.
La palabra "pecado" designa todo aquello de lo que debe ser liberado el hombre y la
humanidad: opresión, egoísmo, odio, explotación, guerra... Esta palabra expresa la total oposición a
lo que es y quiere Dios para el hombre. Significa toda forma de mal que esclaviza al género
humano de todas las épocas y lugares.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la expresión "perdón de los pecados" no
significa el perdón de una falta concreta, sino que es el resumen de toda la acción salvadora de
Dios. Quiere decir que, con la aparición de Jesús, ha sido superada la separación entre Dios y el
hombre; que, imitando a Jesús, el hombre puede ser verdaderamente hombre. Jesús es el "Dios-connosotros" para nuestra salvación. Decir Jesús o Salvador es exactamente lo mismo.
Jesús va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero -como creían los que
esperaban un mesías político-, sino "de los pecados", de un pasado de injusticia. "Salvar" significa hacer pasar de un estado de mal a otro de bien. El mal del pueblo está principalmente en "sus
pecados", en la injusticia radical de la sociedad, a la que todos contribuimos. Salvar del pecado
incluye salvar de todo lo que nos oprime e impide llegar a ser en plenitud la imagen y semejanza de
Dios, que es nuestra principal vocación y destino.
Con Jesús, Dios se acerca al hombre, le visita, le habla, le escucha No es un Dios lejano,
tremendo, aislado en su poder, como lo representan la mayoría de las religiones. Es un Dios familiar, sencillo, pobre. Es "nuestro" Dios.
La mayoría de las religiones primitivas situaban a Dios lejos de la vida humana, casi
despreocupado de los hombres, que utilizaba intermediarios para comunicarse con ellos en
determinados lugares y tiempos. Un Dios terrible al que había que aplacar frecuentemente para
evitar sus castigos.
El Dios cristiano no está lejos ni ausente: es un Dios humano, el "Dios-con-nosotros", que se ha
dado a conocer en un Niño, en un Hombre crucificado y resucitado. Un Dios para todos los
hombres, que nos invita a vivir como hermanos. No es el Dios de una religión, o de una raza, o de
una cultura, o de una Iglesia... Es el Dios de los hombres, de todos sin limitación.
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Jesús no viene a recibir honores, a triunfar. Quiere sacarnos de una vida rutinaria, torcida,
vacía, llena de sombras, sin futuro. Viene para que aprendamos a ser hombres auténticos, para que
crezcamos día a día y nos transformemos en hombres nuevos. Viene para que descubramos
que solamente seremos hombres verdaderos cuando lo sean también todos los demás.
El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (Is 7,14). Mientras
por un lado el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el
punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término "Emmanuel" da la clave
para interpretar la obra de Jesús. No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del
Antiguo Testamento. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin
modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser, y de hecho va a ser, la presencia de Dios en
la tierra, y por eso será el Salvador.
Jesús ha nacido del Espíritu, de lo alto (Jn 3,13). Viene de David, pero a través de una
línea de elección que supera la sangre.
Cuando decimos que Jesús es el Emmanuel, estamos afirmando algo muy importante: que
no estamos solos, que la fuerza del Espíritu de Dios está dentro de cada hombre y de la
historia, empujándola hacia adelante.
Jesús es la realidad, la encarnación primera y última de nuestro proyecto de hombre y de
historia. Es la respuesta a la gran pregunta: ¿qué es ser hombre y humanidad? Nuestro
proyecto humano se llama Jesús; el de la humanidad: Cristo total, místico; El y todos los hombres
viviendo sus mismos ideales.
4. Cuando el amor es verdadero
José se lleva a María como esposa. Sus planes se deshacen. Su fe se traduce en fidelidad. Realiza
lo que el "ángel" le había mandado. Acoge con confianza la llamada de Dios y empieza a seguir con
generosidad los caminos que Dios le señala. Acepta la misión que Dios le da y la cumple sin ruido.
No se pierde en discursos y palabras. Habla el lenguaje que mejor conoce, el que en definitiva
importa: el lenguaje de los hechos. Su grandeza está en esta vida anónima y entregada, de trabajo
y preocupación por la familia; una vida vivida como respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.
Aceptó a María, convencido de que lo concebido en ella no podía ser fruto de un engaño.
Amaba a María por encima de toda sospecha de infidelidad. Y llegó a creer lo increíble. Las
Escrituras se le irían aclarando poco a poco.
Llevó a la práctica lo que más tarde escribiría san Pablo a los cristianos de Corinto sobre la
hondura del verdadero amor:
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El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se
engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca. (1 Cor 13,4-8)
5. Jesús, vida humana hasta el fondo
"Dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús". Dios está con nosotros en Jesucristo.
Nunca más estaremos solos ni perdidos, lanzados a una existencia sin sentido. El aislamiento se ha
roto: la familia humana es familia de Dios.
El Niño de Belén desarrollará su personalidad, como todos nosotros, con el paso de los años. Y
el Espíritu, que está en sus orígenes, le llevará a la resurrección. Entonces el hijo de David será Hijo de
Dios en plenitud.
La venida de Jesús al mundo es una gran noticia para todo el pueblo. Por fin, los ciegos podrán
ver, los sordos oír, los mudos hablar, los inválidos andar y los pobres abrirse a la esperanza de un
futuro mejor (Lc 4,18-21).
Este Niño marcará con su vida, con su palabra, con su amor, nuestro mundo con algo que
nunca más va a borrarse. Abrirá un camino para que todo aquel que quiera seguirlo llegue a vivir en
plenitud el ser hombre.
Porque El, Jesús, vivirá la vida humana hasta el fondo, del modo más verdadero y lleno que se
puede vivir. De una profundidad como sólo la puede vivir Dios; como sólo podría enseñarnos a vivirla
el propio Dios.
Dios está con nosotros, Dios se injerta en la historia humana para salvar, para llevar a su
cumplimiento lo que el hombre anhela en lo más profundo de su corazón. Esta realidad lo transforma
todo; ya puede ser posible lo que humanamente parece irrealizable: la fraternidad universal.
Por medio de sus padres, Jesús ha recibido toda la fe acumulada por generaciones de creyentes en
Israel. Lo han llevado a la búsqueda incesante del Dios de las promesas, viviéndola ellos mismos. Todos
sabemos que, normalmente, el hijo aprende lo que la familia vive, que la paternidad es algo más
importante que un mero hecho físico: es contagiar día a día, en la convivencia cotidiana, lo que se
valora, lo que se vive. Los padres de Jesús son un buen ejemplo para todos los que tienen vocación de
fecundidad.
Todo es radicalmente nuevo cuando el Hijo de Dios toma carne humana. Puede comenzar ya
la Historia de la Salvación.
6. José, patrono de la Iglesia universal
José confió en la palabra de Dios; aceptó el riesgo que supone siempre la fe, sin verlo todo claro
de una vez, asumiendo con coraje las dificultades y las oscuridades del camino que emprendía. Su
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confianza, su disponibilidad, su actitud de dejarse guiar por Dios, lo convierte en modelo para
nosotros.
Ante Jesús, los hombres llenos de sí mismos, demasiado confiados en sus posturas, en sus
tradiciones, en su religiosidad..., se vuelven de espaldas. Los hombres de corazón sencillo, abierto,
disponible, pobre..., lo acogieron.
El ejemplo de José es una invitación para todos nosotros: ¿por qué no escuchar las llamadas
a romper las seguridades ficticias que nos rodean y abrirnos a lo desconocido? Abrirnos al otro
-inesperado, desconcertante, quizá molesto-- es abrirnos a Dios.
Dios se aproxima a nosotros y nos invita a entrar en comunión con El. Dios ha dado ya su
paso. El encuentro ya es posible, a condición de que nosotros demos también el nuestro. Sin nuestra colaboración no será posible el encuentro.
Todos estamos invitados a vivir en plenitud. Todos tenemos que cumplir en la vida una
misión irreemplazable, misión que quedará sin hacer si nos evadimos. Todos necesitamos saber
descubrir en nuestro trabajo y en nuestro ambiente familiar y comunitario las llamadas que Dios
nos dirige a asumir nuestras responsabilidades y nuestros compromisos. Para ello necesitamos
un corazón generoso que nos lance con decisión a hacer de nuestra vida una respuesta fiel y
generosa a la llamada de Dios.
En José tenemos el modelo del cristianismo -de Iglesia- que se perfila, de pasar
inadvertido, de la fidelidad a las cosas de cada día, de cada momento. Fue un hombre anónimo al
servicio de los demás. Permanece oculto y desaparece pronto de la vida de Jesús; siempre es
presentado con relación a otra persona: esposo de María o padre legal de Jesús. Su vida es un
constante servicio. Esta actitud de servicio tiene que nacer de su gran capacidad de amor.
José es un hombre que sabe amar, que se embarca en un matrimonio único, incomprensible para
los hombres. Es un creyente que se mantiene en su fe a pesar de pasarlo mal y de correr
grandes riesgos.
Caminamos hacia una Iglesia anónima. No acabamos de saber si es porque nos estamos
convirtiendo al evangelio o porque nos lo impone el estilo de nuestra sociedad, cada vez más secularizada.
Ha nacido un estilo de comunidad cristiana sin poder, sin prestigio, sin maridajes. No la
sostiene el poder de la institución eclesial -más bien le es contrario-, ni el dinero..., sino la fuerza
y la fe que engendran la comunión fraternal entre sus miembros.
Caminamos hacia un tipo de cristiano anónimo. Tenemos que superar ese cristianismo
triunfalista tan extendido. Nadie tiene derecho a "exhibir" su fe, y menos a provocar con ella, aunque
siempre debamos dar humilde testimonio de nuestras creencias a través de las obras.
Nos deben reconocer cristianos por el estilo de nuestra vida de servicio y de fidelidad. Nuestro
proyecto es ser hombres como los demás, trabajando por realizar el plan de Dios en el mundo. Tenemos que saber reconocer que llegar a ser hombres sin tocar la trompeta es deseo de Dios, y lo
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mismo cristianos. No hacen falta ni rótulos católicos, ni colegios católicos, ni partidos ni
sindicatos católicos, ni nuncios... para vivir la fe y dar testimonio. Más bien estorban, sobre todo si
tenemos en cuenta que son títulos que acapara la burguesía.
El Hijo de Dios, a quien José cuidó, no fue un Mesías fulgurante y triunfador, sino un
fracasado, reducido al anonimato y ajusticiado.
Jesús de Nazaret es hijo del pueblo, y hoy -después de casi dos mil años- es en el pueblo
donde tenemos que buscarlo. Un pueblo que sigue oprimido, perseguido, torturado, amordazado,
alienado con los medios de comunicación y de propaganda, asesinado.
Compartir la suerte de este pueblo es la misión irrenunciable de la Iglesia de Jesús, de la que
José de Nazaret es el patrono universal. Una Iglesia en la que actualmente podríamos distinguir
tres posturas:
Una parte está con el pueblo, lucha junto a él, porque es pueblo, y es perseguida. El ejemplo
más luminoso es gran parte de la Iglesia latinoamericana. Hay que callar su voz porque es la voz de la
justicia y de la libertad, la voz de la esperanza para los pobres... Una voz que hay que silenciar
como sea, porque denuncia muchas injusticias y opresiones. En esta Iglesia del pueblo deben estar
las comunidades cristianas si no quieren traicionar el evangelio.
Otra gran parte de ¿Iglesia? se siente más a gusto en la seguridad. Marchando del brazo de los
poderosos sabe que no hay problemas. Es la Iglesia pasiva ante el dolor, la del silencio
cómplice, la que en la práctica está de acuerdo y acepta la situación de explotación.
Otra parte de la Iglesia intenta "ayudar", pero en el fondo actúa como tranquilizante de las
gentes. No libera ni lucha por el desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre. En vez de
trabajar por arrancar de raíz la opresión, contribuye a tranquilizar las conciencias de los que se
enriquecen a costa de los pueblos. Ha cambiado únicamente el lenguaje, las celebraciones
litúrgicas.
Los dos últimos grupos en el fondo están muy relacionados y llevan a lo mismo. ¿Qué
adelantamos con hablar si los hechos son contrarios? Pero es -si cabe- más peligrosa la última,
porque engaña al que no ahonda en sus planteamientos. La reforma del Concilio se ha quedado
en una reforma superficial de hacer cosas, de entretener, de adormecer conciencias.
Concretar dónde se encuentran estos tipos de Iglesia no creo sea difícil. Que cada uno saque las
conclusiones. Y si duda, que se ponga a defender de verdad al pueblo y tendrá pronto la respuesta: es
muy probable que lo "jubilen" antes de tiempo si es sacerdote.
Hay que trabajar por construir la Iglesia del pueblo, de los explotados, de los que creen y
esperan en la liberación desde la pobreza del evangelio. Una Iglesia que trabaje cada vez más con el
pueblo pobre y haga tomar conciencia a todos de lo que les aplasta. Una Iglesia organizada en
comunidades del pueblo y que vivirá en conflicto en la medida que intente llevar adelante la
palabra de Dios. Una Iglesia que levante su voz de denuncia de las injusticias unánime y
públicamente. Que condene las torturas, los negocios de armas, los encarcelamientos, las
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desapariciones y todas las formas de matar al pueblo. Una Iglesia que trabaje por la justicia en la
solidaridad con todos los explotados y que colabore con todos los que persigan el mismo fin,
aunque sus puntos de partida sean distintos.
Esta tarea es aún más acuciante en Europa y en los Estados Unidos que en Latinoamérica,
porque la opresión que sufren estos últimos países se engendra en los primeros.
¿Será todo esto un sueño? Confío en que no. Es lucha diaria para llevar a lo concreto de cada
situación la palabra de Dios y confianza en que con ella podemos liberar al mundo.
Es hora de definirnos, de optar. La verdadera solidaridad no consiste sólo en estar
informado. La Iglesia no vive para sí misma, sino para el pueblo, para los hombres. La Iglesia
cerrada en sí misma no tiene sentido. La Iglesia sólo puede ser construida a partir de los que
necesitan y quieren ser liberados.
No es la Iglesia unida a los poderes la que puede salvar. Cerrada sobre sí y con la
confortable tranquilidad que le garantiza el estar al lado del poder, no arriesgará su posición
adquirida por la liberación de los explotados.
Es la Iglesia pobre, la de Jesús y la del pueblo, fundada en la comunión de todos los creyentes en
Cristo, la que, trabajando realmente y en lo concreto de la historia, podrá salvar al hombre.
Esta es la Iglesia que queremos las comunidades cristianas. Esta es la Iglesia que comenzó
a ser realidad en una casita humilde de Nazaret. Realizar esta Iglesia es misión de cada creyente,
de cada comunidad.
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Nacimiento de Jesús
En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto ordenando
hacer un censo del mundo entero.
Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y
todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa, María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le
llegó el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en
pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
-No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel apareció una legión del ejército celestial que
alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los
hombres que Dios ama".
Cuando los ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros:
-Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha
comunicado el Señor.
Fueron corriendo, y encontraron a María y a José y al niño acostado en el
pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores
se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído;
todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por
nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lc 2,121)
En el capítulo segundo del evangelio de Lucas podemos distinguir tres planos: los hechos
históricos -la marcha de José y María a Belén y el nacimiento de Jesús en la pobreza-, el ropaje
con que están contados -apariciones de ángeles...- y el esfuerzo del autor por desentrañar el
significado profundo de los acontecimientos -vocabulario pascual: el Niño ya es el Salvador,
el Mesías, el Señor-.
Este texto trata varios puntos: censo, nacimiento de Jesús, comunicación del mismo a los
pastores, ida de éstos a Belén, encuentro con Jesús y sus padres y reacciones de los oyentes.
Finalmente, la circuncisión y la imposición del nombre a Jesús.
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Lucas construye el marco geográfico-histórico del nacimiento de Jesús. El relato empieza
hablando de "un censo en el mundo entero"; luego de Siria, de Galilea y Nazaret, de Belén y
pesebre. El autor va descendiendo desde la grandeza del universo, gobernado casi en su
totalidad por el emperador Augusto, hasta la pequeñez de un Niño en un pesebre. Hace
desfilar sucesivamente ante nosotros a las diversas autoridades reconocidas por los hombres,
con la indicación del campo en el que ejercen su poder, hasta conducirnos a Aquel que posee la
verdadera autoridad, el único verdadero poder: no un César reinando sobre el mundo conocido, ni
Cirino gobernando en Siria, ni David en su ciudad de Belén, sino un Niño en un pesebre.
Solamente el que acaba de nacer podrá ser llamado, porque lo será verdaderamente, Salvador, Mesías y Señor.
Las circunstancias del censo son oscuras. La mayoría de los historiadores sitúan el censo de
Cirino el año sexto después de Cristo, pero con la única autoridad de Flavio Josefo. Lo más
probable es que este censo al que se refiere el evangelio tuviera lugar entre los años ocho y seis
antes de Cristo, y que fuera organizado en Palestina por Cirino, encargado en misión especial
para ello antes de ser gobernador de Siria. Lucas utilizaría una fuente popular, sin rigor
crítico.
1. Sólo entre pobres es posible el evangelio
A los pobres les caen todas. Los padres de Jesús supieron, por propia experiencia, qué son los
viajes en circunstancias duras, las noches sin encontrar alojamiento, el tener un hijo en un lugar
miserable... Entre los peregrinos, que tienen que cumplir lo ordenado por el decreto del emperador,
camina el que será llamado "Hijo de Dios".
"Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo
envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada". Para
narrarnos el nacimiento más importante de la historia de la humanidad, Lucas escribe
solamente tres líneas.
Jesús nació antes de la muerte de Herodes, ocurrida cuatro años antes de nuestra era. La era
cristiana, establecida por Dionisio el Exiguo (siglo VI), está fundamentada en el error de interpretar
rigurosamente el versículo: "Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años" (Lc 3,23). Y como el año
15 de Tiberio (Lc 3,1) fue el 782 de la fundación de Roma, restando veintinueve nos da el año 753
como el comienzo de nuestra era. Como Herodes murió hacia el año 749, y Jesús ya vivía, es
probable que comenzara su vida pública hacia los treinta y cuatro o treinta y seis años, con lo que
habría nacido de cuatro a seis años antes de los señalados por nuestro calendario. La indicación
"treinta años" es aproximada y quizá sólo quiere indicarnos que Jesús tenía la edad requerida
para ejercer una función pública.
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No sabemos qué día nació Jesús. La celebración del nacimiento el día 25 de diciembre se debe
a que ese día se celebraba la fiesta del Sol, el triunfo de la luz sobre las tinieblas -comenzaban a
crecer los días y a mermar las noches-, y al ser Jesús la luz para los cristianos, éstos
"cristianizaron" la fiesta pagana en el siglo IV.
Cuando Jesús nació no había sitio para El en parte alguna. La madre alumbró en una cuadra
sin techo, con olor a animales. El acontecimiento pasó inadvertido para el "mundo", siempre
ajeno a lo más verdadero y profundo de los hombres. Sólo se enteraron los más pobres del lugar:
unos pastores de ojos y oídos atentos y sencillos, que vivían "al aire libre".
Nace separado de los grandes caminos de la historia de los hombres. En un pesebre descansa
el centro de la historia humana envuelto en pañales. La única elevación que puede lograr el hombres se encuentra en los abismos de la humillación y de la pobreza.
Es difícil entender esta forma de entrar el Mesías en el mundo. Los "grandes" de su tiempo y
de todos los tiempos nunca la entendieron. Tampoco la entenderá nunca nuestra sociedad consumista y cristiana, aunque hable constantemente de ello.
El Mesías baja a lo más profundo de la incapacidad y de la debilidad humanas. Conoce lo
que es la miseria, la explotación, la persecución y la muerte ajusticiado. Este es el camino que Dios
se ve forzado a seguir para poder cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de
hermanos.
Según lo esperaban los pobres de Israel, el Mesías se hace uno de ellos. Comparte todas sus
penalidades y esperanzas para progresar juntos compartiendo. Sacar al pueblo de sus penalidades
y sufrimientos no se logra tirando desde arriba, sino empujando desde abajo, codo a codo con
todos los oprimidos.
Solamente con los pobres y desde los pobres es posible hacer avanzar al mundo. Solamente
entre pobres surge el amor fraterno. Solamente entre pobres es posible el evangelio. Solamente
con los ignorados de la humanidad se puede construir un mundo justo.
La pobreza sólo se adquiere por procedimientos de pobreza. El Mesías esperado comparte las
miserias de su pueblo para sacarlo de ellas y crear así la Nueva Humanidad. Bajar para poder
subir todos juntos: éste será en adelante el camino de la liberación de los hombres.
Jesús nació en la última miseria. Al nacer comienza a sentir en su carne el desprecio en que se
tiene a los pobres, fruto amargo del egoísmo humano.
Para sus padres no había sitio. Las puertas están cerradas y los hombres dentro
atrincherados en su egoísmo. Para Jesús no hay sitio en nuestro mundo. Tiene que ir a nacer
fuera de la "ciudad" de los hombres. Y fuera de ella morirá también. En nuestros montajes
de vida no hay sitio para El; quizá sí para su caricatura.
Interiormente nos sublevamos contra aquellos que le cerraron sus puertas. Pero ¿no será una
falsa indignación? ¿No vivimos muy cómodos dentro de la "ciudad" -sociedad de consumo-?
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En realidad, nosotros nos portamos peor. No le dejamos fuera; pero con nuestros finos
modales hemos conseguido que su presencia resulte inofensiva. Y así, los cristianos hemos inutilizado
el verdadero objetivo de su nacimiento, hemos "matado" el cristianismo.
2. Jesús nace de nuevo en nuestros gestos de ternura y amor
Jesús viene a traernos la luz. Es "la luz" (Jn 8,12): "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una
luz grande" (Is 9,1). Pero nos dimos cuenta en seguida de que su luz era molesta, indiscreta, que
descubría nuestros egoísmos y limitaciones, nuestras mezquindades. Que era una luz que no quería ser
un adorno en nuestra vida, sino que comprometía y exigía cambios dolorosos en nuestra
existencia. Y, como señal de nuestra insensatez, llenamos nuestras vidas de palabrería y ritos, para
defendernos de esa luz que llenó con su resplandor la cueva de Belén; de un Niño con una luz
dentro de sí capaz de iluminarlo todo. ¡Cómo aprenderíamos si nos decidiéramos a contemplar a
los niños!
El niño es lo más opuesto al orgullo, a la ambición, al dominio, al poder... Por esa razón
muchos judíos pensaban que el Mesías nunca sería niño, que posiblemente aparecería desde el
cielo como un hombre ya adulto y fuerte.
Cristo viene a nuestro mundo y vive, habla y actúa con la libertad de un amor pleno, que le
lleva a enfrentarse a todas las esclavitudes e injusticias que alienaban -y siguen alienando- la vida
de los hombres. Nos habla de Dios Padre, de fraternidad universal, de la dignidad humana por
encima de toda ley, de la supremacía del amor, de la paz y de la justicia sin límites, de una vida
inmortal más allá de la muerte. Se compromete en favor de los hombres más oprimidos y
despreciados, y se entrega a la lucha hasta la muerte para abrir a los hombres a una existencia
plena y para siempre.
Jesucristo es el hombre nuevo. Con su generosidad, su libertad, su crítica, su amor universal,
su total desprendimiento de los bienes de este mundo, su fidelidad sin condiciones al Padre y a
todos los hombres, su valentía, su no violencia activa, su visión de la vida y de la humanidad, su
vivencia de la muerte y su resurrección..., creó las dimensiones del hombre nuevo que sobrevivirá.
Lo que se hace visible, cuando Dios se manifiesta, es un hombre, un niño. No existe un camino
que conduzca a Dios; pero sí existe un camino que trae a Dios a los hombres: empieza en Belén y
termina en el Calvario; comienza en un pesebre y acaba sobre una cruz. Sin este camino, todos los
nuestros no desembocan en ninguna parte.
Nuestro encuentro con Dios sólo es posible porque Dios mismo ha venido a nuestro encuentro.
Dios elige descender, porque la verdadera ley del amor es el abajamiento.
El Niño de Belén expresa la ternura de Dios, su proximidad al hombre, su sencillez. Nos dice
que podemos encontrar de nuevo nuestra infancia, que el pecado no nos ha lastimado del todo, que
podemos cambiar, que lo mejor de nosotros mismos es un reflejo de Dios.
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Jesús ha nacido en un pesebre, y esto expresa la "debilidad" de Dios, su solidaridad con los
desheredados de la tierra, su proximidad con los que sufren marginación.
La vida de este Niño quedará marcada profundamente por la pobreza, por el trabajo, por la
incomprensión, por la liberación de los enfermos y pecadores, por la denuncia del afán de dominio
y de dinero, por el amor.
Jesús quiere nacer en la historia de los hombres, en nuestra vida personal, en la vida de cada
comunidad y de cada familia. Y nace de nuevo en cada niño, en cada delicadeza, en nuestros gestos
de ternura y de amor, en la solidaridad con el mundo del trabajo, en cada gesto de perdón, en
cada verdad proclamada, en cada injusticia reprimida, en cada libertad conquistada...
Jesús vuelve a nacer cada vez que reencontramos la firme ingenuidad de los pastores, su
saber vivir al día..., porque significa que estamos preparados para hallar a Jesús en cada persona
que espera de nosotros ayuda, consuelo, esperanza...
Ya no estamos solos con nuestro sufrimiento, con nuestras ilusiones y anhelos, porque Dios
está con nosotros. Dios se ha convertido en un Niño que está entre nosotros, y su presencia es la
respuesta que estábamos esperando en lo más profundo de nuestro corazón.
Hemos de prepararle sitio: quiere vivir en nosotros.
Viene para hacer posible la ternura y la esperanza, la alegría y la paz entre los hombres. Pero
viene también con una gran exigencia: la historia con El empezará de nuevo y todos quedaremos
divididos a un lado o a otro: o con El o contra El, pero a través de las obras.
Promete lo más hermoso y deseado y exige lo más difícil y absoluto. Como si lo prometiera
todo y lo exigiera todo. Hay en este Niño una liberadora y terrible radicalidad.
Muchos quieren engañarse creyendo que el Niño es tan dulce que sólo trae obsequios y
sonrisas. Y se ponen a celebrarlo con regalos y buenas comidas y cenas.
El Niño viene como el don más grande del cielo. No nos pide que hagamos grandes cosas, sino que
nos desposeamos de todo y tengamos una verdadera actitud de servicio, que tengamos alma de pobre
y corazón arrepentido y fraternal. No nos pide que nos llenemos de méritos, sino que nos vaciemos de
orgullo. No nos pide que nos esforcemos por llegar a ser como dioses, sino que nos dejemos capacitar
para recibir a Dios.
El nacimiento de Jesús llegó después de un largo adviento de la humanidad. El don era muy grande:
el mayor; la preparación debía ser larga. Cuando se ha llegado casi a la desesperanza y a la muerte,
cuando se han gustado las amarguras de la duda y del fracaso, cuando se palpa la incapacidad e
impotencia radicales -Zacarías e Isabel, por ejemplo-, entonces es cuando Dios actúa y salva. Se
trata de aceptar un don, no de un concurso de méritos.
El Niño nacerá en todos los que lo quieran, se preparen y sean capaces de la alegría más
grande y de la más grande exigencia.
Es comprensible que el que nace así, que el que no se comporta como los poderosos de este mundo,
pida un día a sus discípulos "que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que
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gobierne, como el que sirve" (Lc 22,26). No creo que el Vaticano tenga en cuenta este pasaje cuando
prepara los viajes del Papa.
3. La disponibilidad del pobre
Si antes Lucas nos ha hecho ver la pobreza, ahora nos presenta a los pobres como los primeros
en enterarse del nacimiento de Jesús.
Jesús nace en la pobreza y para los pobres. Por eso son los pastores los primeros que reciben la
noticia y los primeros en ir a verlo. Los pastores, hombres marginados de la sociedad, eran una
clase social despreciada por tener fama de analfabetos, sucios, violentos. No cumplían con la ley,
tan complicada para los pobres, pero saben estar disponibles.
"Pasaban la noche al aire libre". Es necesario pasar "la noche de la vida" a la intemperie, en la
inseguridad, en la búsqueda, en la insatisfacción, en el compromiso, para entender algo.
Los pastores, que se encontraban en "la noche" al recibir la "buena noticia", quedaron
envueltos "de claridad". Cambio total de la situación, indicio de la llegada de un mundo
verdaderamente nuevo, en el que las realidades puedan aparecer al fin como son. Creen y son
modelo de los cristianos que depositan su inseguridad en la pobreza del evangelio por tener un
corazón limpio de miras egoístas.
El anuncio de los pastores contiene varios elementos fundamentales del camino cristiano: la
comunicación de una noticia alegre para el pueblo. Sólo para el pueblo. Para todo el pueblo; hay
que hacerse pueblo para entenderlo. Los demás ya tienen cosas y bienes en que apoyarse.
Una invitación delicada. No se les obliga a ir. Pero si se deciden a emprender el camino, tendrán
una señal: un niño en un pesebre. Muy distinto a lo que podría esperar una persona razonable.
Un descubrimiento gozoso y la comunicación de una experiencia.
Todo esto fue posible por ser hombres que vivían a la intemperie. Los pastores escuchan y
responden a lo escuchado. Por eso verán y contarán lo visto. Finalmente, festejarán las maravillas de
las que han sido espectadores y protagonistas.
El anuncio gozoso del ángel a los pastores hace referencia a Isaías 9,1-6: se habla de luz, de un
pueblo oprimido que camina en tinieblas, de alegría, de un recién nacido que trae una paz sin límites.
El Emmanuel esperado está ya presente en medio del mundo. El ángel lo llama Salvador, Mesías,
Señor.
"Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo...: os ha nacido un Salvador".
¡Siempre la palabra pueblo! Aparecen los primeros evangelistas quitando temores y proclamando
alegrías.
Cristo viene para llenar de alegría y de sentido nuestras vidas. Alegría, porque sabemos que
nuestro Dios piensa en los hombres con amor, que baja hasta el hombre, ¡que se hace hombre! Un
Dios que se hace caminante para recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo
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nuestras penas y miserias, nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos a
todos la vida para siempre. Un Dios que viene a traer luz a la noche de nuestra vida. Alegría, porque los
hombres podemos ser hombres a imagen del Padre. Buena noticia que anuncia el vuelco de las
realidades terrestres que detallarán las bienaventuranzas (Mt 5,1-12).
Pero despreciamos la verdadera alegría. Cristo viene a traernos una felicidad que traspasa todos
los horizontes terrenos, y lo consideramos como un intruso, como un aguafiestas, como un enemigo de
la alegría. Como si viniera a robarnos la tierra o a quitarnos esos codiciados bienes terrenos con los
que tratamos de engañarnos. El no quita nada, pero nos hace descubrir lo que nos estorba para ser
solidarios, para ser hombres de verdad.
¿La alegría? Que nos deje saborear en paz nuestras ridículas alegrías humanas: profesión,
comodidad, diversiones, modas, programas de televisión, bienes materiales...
"Os ha nacido un Salvador". Es un mensaje dirigido a los pastores, que viven perdidos en la
tierra, alejados de las ciudades y de los intereses de los hombres.
A todos los pequeños de la tierra se dirige este mensaje, cuya "señal" ha roto los esquemas
de grandeza de los hombres: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y los pobres, sólo ellos, entienden "la señal".
Los
pastores
eran
inadaptados
sociales,
solitarios.
¿Cómo
anunciar
algo
tan
incomprensible en una sociedad instalada en la comodidad v en la seguridad? ¿Es posible que
nuestra sociedad cristiana, tan satisfecha de sí misma, haya entendido esto? Lo sabe, pero no lo
ha asimilado; intuye que no le conviene entenderlo.
"Una legión" de ángeles cantan "gloria a Dios..." Interesante yuxtaposición de dos
procesos: la palabra de evangelización y la palabra de alabanza, la que publica la "buena
noticia" y la que formula el "gloria a Dios".
No es fácil unir en la vida humana los dos procesos, aunque ambos están muy cerca: el
primero comunica a los hombres las maravillas divinas, que vuelve a ponderar el segundo para
felicitar y agradecer por ellas a su Autor. Nosotros no sabemos ser agradecidos.
"La gran alegría" es "para todo el pueblo". Tales son las preferencias de Dios y serán las
de Jesús. Y deberían ser las de la Iglesia, con algo más que palabras: pero ésta parece que
prefiere presentarse con formas extraordinarias y triunfalistas. Y por ello no podrá ser
reconocida como continuadora de la obra de Jesús hasta que no deje todo su fausto y vuelva a
su primitivo estado de pobreza. Sólo entonces será reconocida por el pueblo.
4. El hombre satisfecho está incapacitado para buscar
Comienza un nuevo acto del drama que se desarrolla en Belén. Los actores principales no
son ya los ángeles, sino unos modestos pastores.
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Los pastores reaccionaron como María: "fueron corriendo". Deprisa es como los pobres v
los proscritos reaccionaron ante la predicación de Jesús durante su vida pública: carecen de
esperanza v reciben a alguien en quien esperar.
Jesús, el Hijo de Dios, irrumpe en la tierra para dar sentido a la historia de los hombres. Una
historia trastornada por afanes de dominio y de explotación. Una historia fraguada desde el egoísmo,
construida desde las guerras y las opresiones sobre los pueblos.
Se ponen en camino. Dios lo quiere. Dios hace fiesta con ellos y en ellos, a pesar de tanta miseria.
Una fiesta en un establo, con gente que comparte.
Desde entonces es indudable que Dios está con los pobres, y que sólo estando con ellos, siendo
"ellos", se puede decir algo válido de El. El hombre que no se siente de verdad perdido en medio
de este mundo absurdo, se pierde inexorablemente buscando seguridades.
Las pastores encontraron a Jesús y lo reconocieron como Mesías y Salvador, porque sus
corazones estaban disponibles y abiertos, porque sus corazones estaban insatisfechos y necesitados de esperanza, porque se pusieron en camino. Y así sus espíritus transparentes llegaron a
comprender el mensaje de salvación que traía ese Niño. En cambio, todos los que esperaban un mesías político, que derrotaría a los romanos y restauraría el pueblo de Israel, no pudieron reconocer
el sentido del nacimiento de Jesús. Un mesías político no habría podido dar respuesta a las esperanzas e ilusiones concretas e íntimas de los hombres: se hubiera limitado a mejorar las
estructuras, desde luego necesarias, de la sociedad.
Los pastores aceptan la palabra del ángel, se dirigen a observar el signo, y encuentran al Niño
acostado en el pesebre. Hasta aquí todo parece más o menos lógico. Lo verdaderamente extraño
es que la "señal" les convenza, que crean que aquel Niño es el Salvador esperado y alaben a Dios
por todo ello. ¡Hace falta mucha atención a los acontecimientos para aceptar algo tan
incomprensible!
No hay adoración de los pastores. Encuentran al Niño y le aceptan como el Mesías
esperado, y glorifican a Dios por ello.
Los pastores actúan a la manera de los ángeles: tras comunicar la buena noticia a los pastores,
entonan un cántico de alabanza. Los pastores hacen lo mismo. Así es como Lucas imagina al
discípulo de Jesús: atento a los acontecimientos y a comunicar sus experiencias, y no menos
atento a alabar a Dios por el sentido que ha dado a la vida humana.
En la escena todos se han colocado al mismo nivel. El diálogo entre la Iglesia y el pueblo
funciona perfectamente cuando ambos están al mismo nivel. Es inútil que la Iglesia se empeñe en
predicar el evangelio teóricamente y desde el poder. Sólo podrá ser entendida y seguida si da respuesta
a las verdaderas esperanzas de los pueblos.
70
5. Decir "sí" y ponerse en camino
Ante el relato de los pastores, el texto de Lucas nos ofrece dos respuestas. Están a un lado los
curiosos, que se admiran ante lo extraño del suceso: "Todos los que lo oían". Está en el otro la
figura de María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón". María tiene una
actitud única; sólo de ella se dice que "meditaba" en los acontecimientos para ir sacando conclusiones.
Es modelo de fe. Fue la fe y no la carne la que engendró en ella a Jesús.
Es evidente que María fue madre en el sentido común y corriente de la palabra. Pero Lucas
nos invita a ir más al fondo: gestar a Jesús no es un simple proceso biológico; es también un
proceso de fe. Dice san Ambrosio: "María concibió doblemente a su hijo: por la fe en su alma y por la
maternidad en su seno". De esta forma, es un ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano, un
ejemplo de la búsqueda contemplativa que debe ser propia del cristiano que vive en medio de un
mundo que no entiende estas cosas. María es modelo y figura de la Iglesia. Es figura y modelo
porque en ella ya se realizó todo lo que la Iglesia desea y espera ser un día. Es una figura limpia,
plenamente fiel a la palabra de Dios, en comunión perfecta con la voluntad del Padre. María es la
imagen viva de su Hijo y nos ayuda a todos nosotros, con su ejemplo e intercesión, a serlo también.
La vocación cristiana no es un hecho consumado; es una realidad misteriosa que se va
descubriendo cada día. Afecta al pasado, compromete el presente y nos proyecta hacia el futuro. Y
así es una realidad dinámica y misteriosa, que se desarrolla y va desvelándose poco a poco al
ritmo de los sucesos diarios.
El cristiano no se da cuenta de una forma clara de las consecuencias y de las dimensiones de
su compromiso. Para él, el futuro es casi todo él una incertidumbre. No sabe con precisión dónde
tendrá que ir ni lo que deberá hacer o decir.
Su respuesta a los acontecimientos de la vida es siempre una respuesta de fe. Con la certeza de que
Dios, a lo largo de su camino de obediencia incondicional a la Palabra, le irá dando más amplias
informaciones y le irá pidiendo nuevos compromisos.
Para el cristiano, el acto de fe consiste en decir "sí" y ponerse en camino. El resto se irá
aclarando lentamente durante ese caminar. La revelación jamás es completa, sino progresiva. Para
un cristiano el diálogo con Dios tiene que ser ininterrumpido. (El que lea estas líneas con
mentalidad de "catequesis para la primera comunión" o "celebraciones de sacramentos como
festejos sociales" -tan corriente en nuestro cristianismo de consumo- corre el peligro de no
entender nada.)
Esto adquiere una particular evidencia en María. Entre la anunciación y la asunción, entre la
revelación inicial y el cumplimiento final, se da un largo proceso en que María ha ido descifrando
día a día el plan de Dios y ha ido descubriendo progresivamente su puesto en ese plan de Dios.
Su "sí" inicial se ha ido aclarando, pidiéndole nuevas aceptaciones. El compromiso fundamental se
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ha ido concretando en una serie de compromisos particulares en las distintas etapas de su vida.
Y las sucesivas aceptaciones no han sido otra cosa que confirmaciones de la opción inicial.
¡Cuántas "anunciaciones" después de la primera en la vida de María! Cada situación nueva era
una anunciación: Belén, Egipto, Nazaret, Jerusalén, Caná, Calvario. Y en cada anunciación, su
"sí". Su vocación se precisaba cada día. Y ella iba descubriendo su sentido y su importancia en el
sucederse de los acontecimientos. Cada anunciación, con su sí correspondiente, constituía una
revelación parcial del misterio, que se unía con la anterior y quedaba abierta a la futura.
María iba uniendo en su interior las piezas de un mosaico que se completaba lentamente. Su
postura era de atención a los acontecimientos para descifrar su significado y captar su relación con el
misterio. Atención al propio compromiso que iba renovando en cada situación, para no quedar
al margen del plan de Dios.
María cree. Y, a la luz de su fe, busca y descubre su puesto -nada confortable- en el
itinerario imprevisible de la vida de su Hijo.
Una vocación que no sea sorpresa continua, revelación progresiva, es una vocación bloqueada
en el punto de partida. Es un "sí" que no ha continuado. Es el cristianismo de consumo y de
prácticas sin vida que nos rodea: sacramentos por imposiciones sociales, que no son expresión de
una vida cristiana personal ni comunitaria. ¿Cuántos bautismos, confirmaciones, matrimonios,
funerales... se realizan entre nosotros como verdaderas "señales" de fe? Es mucho lo que tenemos
que "meditar en el corazón" para librar nuestro cristianismo de comedias y actos sociales, carentes
de compromiso cristiano y social.
María de Nazaret, modelo de fidelidad y de entrega al plan de Dios, medita la Palabra y la
hace carne y sangre de su vida. Es así como el Hijo se hace presente en el mundo de los
hombres.
La actitud de María, en relación con su Hijo y su obra, presenta tres características
importantes: está presente siempre que Jesús la necesita, nunca estorba el camino de su Hijo y vive
entrañablemente interesada en el Hijo y en todo aquello que le atañe. Su vida "es" su Hijo. Es un
modelo de totalidad: se compenetró totalmente con su Hijo, con su misterio, sin rehuir lo inédito,
lo sorprendente. De ahí su fecundidad maternal: en Cristo, en la Iglesia, en cada uno de
nosotros.
Es necesario que cada comunidad cristiana "medite en su corazón" y sea fiel al camino que Jesús
le vaya marcando día a día. Las seguridades alcanzadas de una vez para siempre ya vemos dónde
llevan: triunfalismos, alianzas con poderes, olvido del pueblo, ritos sin vida...
De esta forma, Lucas nos resume lo que debe ser la oración cristiana. Todo empieza con una
palabra que ha sido proclamada y escuchada. Esta palabra lleva a una experiencia que suscita la
alabanza. Oración ligada profundamente a la vida.
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También nosotros debemos situarnos ante el relato. ¿Lo haremos como María o como los
pastores? ¿O simplemente como curiosos? Lo peor seria que, acostumbrados a oírlo y a leerlo, no
tuviéramos reacción alguna.
6. Circuncisión e imposición del nombre
Jesús era de raza judía, inserto totalmente en la vida de su gente y en la mentalidad y religión
que caracterizaban a aquella unidad nacional. Por eso, en su nacimiento e infancia se cumplen
rigurosamente los ritos señalados por la Ley de Moisés. Años después, el amor a sus mismos
hermanos oprimidos le llevará a prescindir de esta Ley, usada con frecuencia por los dirigentes
religiosos para manejar y oprimir al pueblo en nombre del propio Dios.
La circuncisión era el rito que, junto con la imposición del nombre, marcaba la entrada del
pequeño en la comunidad sagrada de Israel. Expresaba la consagración de la propia vida a Dios,
sellaba de modo personal la alianza de amistad con Dios.
Como ceremonia de iniciación sexual o de limpieza ritual, la circuncisión era conocida en
muchos pueblos del Oriente antiguo. Con el tiempo, y sobre todo a través del contacto con
aquellos que no la practicaban, se convirtió en signo de la pertenencia al pueblo de Israel y en
garantía del cumplimiento de las promesas divinas (Gén 17). Se practicaba al octavo día del
nacimiento.
Porque ha surgido de Israel, porque ha comenzado siendo auténtico judío, Jesús fue
circuncidado al octavo día como todos los niños de su pueblo.
La referencia a la circuncisión aparece para situar los hechos en el tiempo y en el contexto de la fe
judía. Lucas se muestra más interesado en la imposición del nombre, realizado en medio de esas
circunstancias; demuestra un mayor interés por la novedad que el Niño significa que por la
fidelidad a las leyes judías que observan sus padres.
"Le pusieron por nombre Jesús". Impone el nombre el padre o aquel que tiene autoridad sobre
el recién nacido. En el Antiguo Testamento el nombre se halla estrechamente unido a la persona:
indica su misión, su destino. Por eso, cuando Dios escoge de manera especial a una persona,
asignándole una misión determinada, le impone directamente el nombre. La imposición del nombre a
Jesús significa que Dios mismo lo ha escogido para realizar una obra importante dentro de su
pueblo. Esto es lo que a Lucas le interesa resaltar.
Al señalar que el nombre dado al Niño es el mismo que había indicado el ángel, el autor reúne
en un todo los acontecimientos que van desde la anunciación hasta la circuncisión.
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7. Dios es más humano que nosotros
Lucas cuenta con gran sencillez el acontecimiento. ¿No nos parece absurdo que Dios aparezca así
en el mundo? Los hombres tenemos una enorme capacidad para acostumbrarnos y superficializar lo
más profundo y trascendente, para ridiculizar lo más sagrado y lo más humano.
Jesús nace en un establo y muere en una cruz. Es un nacimiento en absoluta pobreza. Al
morir no tiene que hacer testamento, porque nunca tuvo nada. Nace en una familia del pueblo, en
la dureza de los pobres, en el amor de los que saben quererse.
Entiendo que nos quiere decir que el "ser" hombre está en relación inversa al "tener" cosas
propias del tipo que sean; que a la carencia total de bienes le corresponde la plenitud humana.
Siempre que esta carencia sea elegida.
Los pastores, que vivían al aire libre y eran un grupo social marginado, fueron los primeros en
entender que algo nuevo había sucedido. Sigue escribiéndose el Magnificat (Lc 1,46-55).
Por el nacimiento de Jesús, Dios comienza a estar en el mundo como uno de nosotros, comienza a
compartir nuestro destino en la debilidad de un camino humano, entrando en el juego y en el riesgo de
la historia que es el riesgo del dolor y de la muerte.
Dios, desde Jesús de Nazaret, ha plantado su tienda entre nosotros, vive entre nosotros. La
señal es el Niño en el pesebre, símbolo de la fragilidad y, a la vez, del poder irresistible que tiene un
niño para el corazón de cualquier hombre. Todo niño que nace es gozo y ternura; pero es
también motivo de miedo e inquietud para los padres. Todo niño es un misterio que lleva consigo
unas responsabilidades y no permite que nos tracemos caminos demasiado fáciles.
¿Quién puede sentir miedo, desconfiar, ante un niño? ¿Quién no sentirá renacer la esperanza ante
un nuevo nacimiento?
María meditaba, buscaba el sentido de todo lo que estaba ocurriendo.
El nacimiento de aquel Niño es el comienzo de una historia que sigue viva entre nosotros.
Dios, por Jesús, se ha atado a la historia de cada hombre, de cualquier lugar y época del mundo.
Y en una vida que Dios ha hecho suya no cabe la enemistad ni la sangre derramada en tantos lugares
del mundo; no cabe la miseria de tantas familias y tantas naciones producidas por la cerrazón y el
egoísmo de los poderosos; no cabe mantener encarcelados a hombres que han luchado por la
justicia y la libertad para todos; no cabe el dolor y la angustia, que se evitarían con un poco
más de amor y de desprendimiento; no caben las clases sociales, ni el racismo, ni el dominio de unos
hombres sobre otros...
Como el mundo era inhabitable, Dios tuvo que nacer de incógnito. Como el mundo sigue
inhabitable, Dios vive entre nosotros de incógnito, disfrazado. Dios sólo puede circular en nuestro
mundo en la clandestinidad. Apenas enseña su verdadera identidad, lo mandamos a la
frontera.
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Dios es distinto de como nos lo imaginamos. Dios es todo lo contrario al poder, a la autoridad,
a la riqueza, a la fuerza. Dios es semejante a los sencillos, a los pobres, a los niños, a los que se
sienten hermanos, a los misericordiosos, a los que aman, a los que tienen hambre de justicia y
luchan por implantarla sobre la tierra.
Dios asume plenamente el camino humano. Acampa entre el egoísmo humano y surge el primer
evangelio. Dios es más humano que nosotros, porque es el Amor y nada hay más humano que el amor.
Nosotros raras veces somos humanos: ¡sabemos amar tan poco!
El evangelio responde a la total esperanza del hombre. Va más allá de las ilusiones humanas
corrientes, porque anuncia una salvación plena y para siempre.
Los pastores se volvieron alegres. La alegría es patrimonio del que busca. El que busca llega a
encontrar, aunque no encuentre precisamente lo que busca desde su mentalidad de hombre, sino
mucho más al traspasar la frontera del Padre.
Dios viene constantemente a nosotros, con tanta sencillez y humildad que sólo los que vigilan lo
comprenden.
No temamos: contamos con Alguien que ha vivido todos los pasos -grandes y pequeños- de una
vida humana verdadera. Alguien que nos recuerda que nuestra vida está llamada a renacer
constantemente.
Dios ha confiado en nosotros, hasta el punto de hacerse uno de nosotros.
8. La Navidad ilumina una difícil síntesis
¿Cómo comprender y celebrar hoy el nacimiento de Jesús, la Navidad?
Nuestro mundo sigue desgarrado, inhabitable para millones y millones de personas. ¿Qué es lo
que podremos celebrar cuando los sufrimientos superan tanto a las alegrías y las tinieblas predominan tanto sobre la luz? Es el hombre el que logra que otro hombre igual a él aborrezca la vida
y sufra y odie; es el hombre el que encarcela y tortura y asesina a otro hombre.
Nuestra historia actual se ve sacudida por luchas innecesarias y absurdas, por ilusiones colectivas
rotas, por una impresión vaga pero muy extendida de que vamos un poco a la deriva, sin norte, sin
futuro. Los medios de comunicación nos dan pruebas de ello diariamente. Detrás de las
afirmaciones sobre la necesaria renovación de la sociedad, detrás de las grandes palabras como
libertad, amor, promoción, desarrollo, paz, justicia..., descubrimos la trampa y la mentira de los
manejos, las conductas inconfesables, los egoísmos escondidos, la ambición, el rabioso
individualismo, la hipocresía, el uso de la religión para los propios intereses.
También nuestra historia personal ha llegado con frecuencia a momentos de auténtica
oscuridad, de no saber por qué vivimos, por qué actuamos... Y ello ha supuesto un velo de
tristeza en nuestro corazón. Además de comprobar que, detrás de nuestra grandes palabras
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recogidas del mensaje de Cristo, en el fondo de nosotros y en nuestras obras, se encuentran las
mismas mentiras, manejos, conductas inconfesables, los mismos egoísmos.
La Navidad puede iluminar nuestra existencia actual y la existencia de nuestro mundo, porque es
la fiesta de la luz en el corazón de nuestra noche.
La crisis que sufre el mundo es una crisis de fe, de encarnación; es nuestra resistencia a la
irrupción de Dios en la vida de cada uno de nosotros y de la humanidad, que es lo mismo que decir
nuestra resistencia a vivir como verdaderos seres humanos.
Actualmente la humanidad, cada vez más sorda a la voz de la fe auténtica por su afán -noblede independencia y de rechazo de una fe alienante, vuelve a estar entre dos opciones sobre las que
cree debe elegir: la búsqueda de Dios sin la construcción de la ciudad humana o el bienestar del
hombre en la indiferencia frente a Dios. Como si la búsqueda de Dios y el bien del hombre fueran
opuestos, cuando la realidad es que son una misma cosa.
Mientras tanto, el hambre de Dios sigue tan viva como antes en la humanidad. Las mismas
turbas que antaño seguían a Juan Bautista en el desierto, las que rompían con la sociedad y con la
religión (¡establecida por Dios!), las que buscaban a Jesús por lugares apartados..., son las que
ahora se congregan lejos de los funcionarios religiosos, fuera de las instituciones, buscando algo que
llene sus vidas.
Es el deseo de una vida en plenitud lo que ha sacado a muchos de la mentira de la sociedad de
consumo y de las religiones ritualistas y los ha impulsado a participar de lleno en el mundo de la
droga y del sexo... o, más inocentemente, en el mundo de la música o de la danza.
Más allá de sus excesos, los jóvenes están denunciando los males de nuestra civilización: la
agresividad que lanza a unas naciones contra otras, a unos individuos contra otros, en una competencia insensata en deportes, en negocios, en política, en religiones... Y, por si fuera poco, está la
sociedad de consumo que nos hace trabajar como locos para gastar y distraernos con frenesí.
Si gran parte de nuestra sociedad ha descubierto tan acertadamente dónde está la mentira, parece
que carece de la preparación, experiencia y cohesión necesarias para descubrir dónde está la
verdad. ¿Sabrán encontrar un guía lo suficientemente fraternal para compartir su búsqueda y lo
suficientemente inspirado para abrirles el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6)?
Entretanto, permanecen al margen en la irresponsabilidad y en la impotencia para construir: los
adultos, tratando de buscar un bienestar en el que vegetar tranquilos; los jóvenes, viviendo como
parásitos en la basura de la sociedad que rechazan y que les explota, o buscando en el yoga, en el zen,
en el naturismo, en el deporte... o en la droga y en la pornografía... una solución a sus problemas y una
saciedad a su hambre, decorando su indigencia con cualquier nombre de prestigio: Mao, Lenin o
"Che" Guevara...
Los jóvenes entraron en política -cuando en España se pudo- lo mismo que en otras épocas
entraban en religión; con la misma generosidad y la misma abnegación. Pero no tardaron en darse
cuenta -ésta es la experiencia de nuestra comunidad- que la política de partidos es una escuela
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despiadada que traga rápidamente a los que se entregan demasiado a ella. ¡Cuántos jóvenes se han
descubierto vacíos, profundamente alienados en la lucha contra la alienación de los demás!
El compromiso político, que está hoy tan de moda, no es, muchas veces, más que una forma de
eludir el peso de las propias responsabilidades personales. Puede convertirse en un opio como los
demás.
El verdadero peligro de nuestra época no es el materialismo, sino ese hambre de lo divino que el
hombre actual se ve obligado a saciar con cualquier cosa.
Pero Dios sigue actuando secretamente en nuestro mundo. ¿Cómo podrá reunir, reconciliar a los
que buscan verdaderamente a Dios y los que sirven de verdad al hombre? ¿Cómo va a lograr
una nueva encarnación, revelando que esas tendencias, aparentemente divergentes, se unen en lo más
profundo de ellas'? ¿De qué sirve la revolución si se sustituye un gobierno intolerante por otro
parecido'? ¿De qué sirve la religión si deja que la mayoría de los hombres sigan hambrientos y sin
trabajo? ¿Cómo hablar de Dios sin llenar antes el estómago de los oyentes? No podemos separar la fe
de la justicia social. Esta separación es el mayor pecado de nuestra sociedad mayoritariamente
cristiana, representada ante la opinión pública por políticos integristas que lo único que buscan es la
defensa de sus intereses.
La necesidad más profunda del hombre es Dios -todo lo que El representa-; y el único modo de
irla llenando de una forma auténtica es el servicio al hombre.
Los hombres más religiosos de Israel crucificaron a Jesús porque no reconocieron a Dios en un
hombre, porque se negaron a ver en sus relaciones humanas la revelación de su verdadera relación
con Dios. Pero el servicio a los hombres pierde todo su sentido si no se fundamenta en la fuente de
donde brota: el amor de Dios a todos los hombres (Jn 13,34-35). Es necesario que nuestro mundo
llegue a hacer la síntesis de la búsqueda de Dios y el servicio a los hombres, porque son una
misma cosa. Una síntesis que raras veces se ha logrado en la historia de los hombres.
Y ésa es la luz de la Navidad: el hombre es un ser infinitamente permeable a Dios, un ser que
tiene necesidad de Dios para ser verdaderamente hombre. Hemos de volver a nuestra fuente divina
si queremos alcanzar nuestra plena humanización, porque Dios es el más humano de los seres; es el
único Ser plenamente humano, porque es amor (1 Jn 4,8), y nada hay tan humano como el
amor.
Dios es plenamente hombre; Dios se complace y se goza en la humanidad; Dios se alegra de vivir
y de expresarse como hombre.
Para llevar a la humanidad a su plenitud, Jesús de Nazaret no renegó ni abandonó nada de lo
que de verdad es humano. Cristo fue al mismo tiempo, la revelación de Dios y la revelación del
hombre. Realizó la unión más íntima con su Padre, viviéndola en el servicio a sus hermanos. Vivió en
plenitud esa síntesis de que hablaba antes.
77
9. La Navidad es un camino que continúa
Nuestras celebraciones navideñas normalmente son un pretexto para representar una vez al
año el papel de buenos.
En Navidad los cristianos nos alegramos y celebramos la gran noticia: Dios se ha hecho
hombre. El misterio de Navidad nos dice que, por muy angustiados que estemos, merece la pena
ser hombres; que merece la pena vivir; que podemos renovar nuestra relación con los demás; que
podemos sentirnos en paz con nosotros mismos; que el perdón ha llegado a nuestro corazón y estamos ya disponibles para reconciliamos con los hermanos.
La Navidad nos lleva a valorar al hombre no por lo que posee ni por el cargo o influencia que
tiene, sino por el amor que hay en su corazón; nos enseña que Dios comparte, desde dentro, la
condición humana de los sencillos, que quiere convivir con nosotros. La Navidad nos muestra la
preferencia de Dios por los pobres; nos muestra que, en un mundo en el que casi todos tratan de
ir hacia arriba, Dios va hacia abajo. Y esto es decisivo para entender el mensaje cristiano.
No es sentimentalismo ni demagogia: Dios elige una clase, un amplio sector social; Dios se hace
hombre del pueblo sencillo.
Esta verdad la debería tener mucho más en cuenta la Iglesia: Jesús fue un niño, un joven, un
hombre de la clase obrera. Esto es un hecho que la Navidad nos recuerda y afirma. Con una consecuencia muy clara: la renovación de la Iglesia, la renovación de nuestra sociedad, debe surgir de las
fuerzas renovadoras presentes en las clases populares, en el pueblo. La liberación de la humanidad no
vendrá jamás de los ricos, ni de los sabios, ni de los instalados en la comodidad o en el lujo.
Olvidarlo sería traicionar el evangelio.
La Navidad nos recuerda un hecho pasado. Fue como el nacimiento de cualquier niño. Un Niño
que, para los cristianos, es la encarnación de Dios. Un Niño que responde a la total esperanza de
los hombres, más allá de la muerte, al anunciarnos la salvación plena y para siempre, una
alegría sin fronteras.
La Navidad es un camino que continúa. No habríamos comprendido la Navidad si la
redujéramos a un recuerdo enternecedor, como hacen muchos cristianos ante los "nacimientos".
El camino que se inició en Belén continúa ahora porque Jesús es nuestro camino (Jn 14,6).
Anunció la gran esperanza que es la nuestra. Nosotros creemos que vive resucitado y que es
garantía de vida para quienes -incluso sin saberlo- comulgan con su evangelio. Creemos que ha
abierto un camino y convertido nuestra pequeña vida en la vida de Dios; que ha hecho que los
pobres, los que luchan por una vida más digna para todos, los que quieren aprender a amar, los
que no piensan resolver solos sus problemas individuales, sean ahora los realizadores de su obra
en el mundo.
La Navidad es también un anuncio de futuro, de vida plena con Dios para siempre, más allá
del pecado y de las limitaciones de nuestra vida actual, más allá de la muerte. Una vida que tene-
78
mos que ir haciendo realidad aquí y ahora, aprendiendo a amar a este mundo y luchando para que
pueda ser verdaderamente la casa de todos.
Debemos preguntarnos si la luz de la Navidad ilumina nuestro camino, si intentamos amar
como El amó. No miremos sólo la cueva de Belén: miremos también nuestra vida. ¿Cómo continuamos su camino?
Para dar una verdadera respuesta a Jesús necesitamos: atención a la voz de Dios, que con
frecuencia no es más que un rumor imperceptible; que la Palabra establezca contacto con nuestras
ilusiones profundas, que no nos toque desde fuera, sino que conecte con otra palabra que existe ya
dentro de nosotros; esfuerzo constante de comprensión del plan de Dios en los acontecimientos de
cada día; disponibilidad para llevar a la práctica ese plan de Dios; oración y silencio constantes,
porque ¿cómo saber los deseos de Dios sobre nosotros si no se lo preguntamos en la oración y
guardamos silencio para que pueda respondernos?
Cristiano es aquel que ha escuchado, ha visto, ha palpado, desde lo más profundo de su
corazón, y lo comunica a los que le rodean (1 Jn 1,1-3).
El desinterés, la indiferencia, la costumbre, la monotonía, el aburrimiento..., son la descalificación
más clara del camino cristiano. Cuando no seamos capaces de sorpresas, cuando no tengamos nada
que descubrir, cuando nos sintamos desanimados, es evidente que no tendremos nada que dar ni
nada que decir. Nuestro cristianismo no será más que una máscara, una desilusión, un vacío para
nosotros y para todos los que nos rodean.
¿Cómo celebrar la Navidad sin apostar por la fraternidad universal, sin trabajar en favor de
los hombres más abandonados y dejados de la mano de todos, pero no de la de Dios?
Nuestra misión de cristianos es convertirnos en luz. Una luz que nos penetre tan íntimamente,
que nos transforme, que nos haga tan lúcidos y transparentes, que los hombres al mirarnos
queden deslumbrados y sientan todo el atractivo de la Luz que es Cristo.
Nuestra misión es convertirnos en alegría. Que todos entiendan que el mensaje de Jesús es de
salvación, no de condenación; un mensaje de liberación, no de opresión; un mensaje de alegría, no
de tristeza; un mensaje de vida, no de muerte.
Nuestra misión es convertirnos en don: hacer de nuestras vidas una entrega sin reservas al
bien de la humanidad, como Jesús.
Tengamos valor para examinar frecuentemente nuestra conducta de cristianos, para buscar
la sencillez, para desmontar nuestra navidad consumista y mecanizada, para descubrir la
auténtica Navidad y enriquecernos con su pobreza.
79
Adoración de los Magos
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos
Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó, y todo Jerusalén con él;
convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país y les preguntó dónde
tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
-En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las ciudades de Judá;
pues de ti saldrá un jefe
que será el pastor de mi pueblo, Israel'.
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos para que le precisaran el
tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
-Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo
encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la
estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse
encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa,
vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron;
después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a
Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. (Mt 2,1-12)
Los dos evangelistas que narran la infancia de Jesús -Mateo y Lucas-, lo hacen de forma muy
distinta; pero ambos coinciden en colocar un signo de contradicción, inmediatamente después de su
nacimiento, por medio de los primeros visitantes del recién nacido. Los primeros que reconocen a Jesús
no son los que parece sería lógico -los judíos respetables y piadosos, la gente religiosa-, sino
personas extrañas al mundo religioso israelita. En Lucas, los primeros visitantes -siguiendo un
criterio que marcará todo su evangelio- son unos pobres pastores marginados de la vida de Israel.
En Mateo, son unos gentiles los primeros en preocuparse por encontrar a Jesús y en reconocerlo.
Mientras, los judíos fieles a Moisés no dan ni un paso en busca del Mesías. Y es que en la vida lo
importante no es qué se es, sino cómo se es; no está en lo que hacemos -importante o sencillo-,
sino en cómo lo hacemos.
Este pasaje es una nueva llamada de atención a nuestras "seguridades" de cristianos en posesión
de la verdad.
El capítulo segundo del evangelio según Mateo se divide en dos partes: la adoración de los Magos es
la primera. Distingue dos formas muy distintas de acogida: los Magos, que buscan a Jesús, y Herodes y
Jerusalén, que lo rechazan. La segunda nos narra un itinerario, a manera de nuevo éxodo: Belén,
80
Egipto, Nazaret. La narración, en su conjunto, se desarrolla en cuatro escenas: la adoración de los
Magos, la matanza de los inocentes, la huida a Egipto y la vuelta de Egipto.
Dos personajes están presentes en las cuatro escenas: Jesús, protagonista principal, y Herodes. Son
dos reyes con planteamientos opuestos: Mateo contrapone el poder y la tiranía de Herodes a la
debilidad del Niño rey. Cada escena es comentada con una cita del Antiguo Testamento, de forma
que el enfrentamiento entre los dos reyes se construye e interpreta a la luz de las Escrituras.
Los personajes que aparecen en este capítulo son figuras representativas. Los Magos representan a
los hombres inquietos y deseosos de liberación, a los hombres capaces de reconocer la intervención
de Dios en la historia humana y dispuestos a todo para construirla según el plan de Dios; son símbolo
de los pueblos paganos que un día abrazarán la fe cristiana, pocos años después de la muerte de
Jesús; nos representan a todos los cristianos que no pertenecemos al pueblo de Israel. Herodes y
Arquelao se identifican con el poder político, siempre celoso de su hegemonía y temeroso de que
alguien se la arrebate; un poder político mentiroso e hipócrita, al que no le importa llegar hasta el
asesinato con tal de lograr sus propósitos. El pueblo aparece sometido e identificado con el que
manda. Los intelectuales lo saben todo, pero no se molestan en comprobarlo; instalados en sus
posiciones de privilegio, no desean ni esperan cambio alguno. Son todo lo contrario que José y
María, figuras del resto fiel de Israel.
Tenemos, en pocas líneas, un cuadro que resume la sociedad del tiempo de Jesús, y que podríamos
trasladar a la nuestra con sólo cambiar nombres, fechas y lugares.
1. Atentos a los signos de los tiempos
Lo mismo que Jesús expresaba muchas de sus enseñanzas en parábolas, también lo hacían los
primeros cristianos. Y así, la exégesis actual opina que la narración de los Magos no es un
relato histórico, sino una construcción teológica para presentar una idea de la primera
comunidad cristiana: una parábola que expresa el camino que todos debemos recorrer si queremos
encontrar a Jesús. En ella, los que vienen de lejos descubren la salvación con inmensa alegría,
mientras los poderosos y sabios de Jerusalén no saben hacerlo. Estamos ante una tesis que se hará
general a lo largo del evangelio de Mateo: Jesús es rechazado por el pueblo de Dios y es aceptado
por los gentiles. Es como si dijéramos: Dios es aceptado por los ateos y agnósticos y rechazado por
los creyentes.
Este episodio tiene todas las características de una leyenda, con una base sólida que le dio
consistencia. Según persuasión del antiguo Oriente, en los países donde se cultivaba la ciencia astrológica -todo el entorno de Palestina-, los movimientos de las estrellas y el destino de los
hombres están relacionados; cada hombre tiene su propia estrella. Para ellos, la aparición de
una nueva estrella, o la conjunción de dos, significaba un nuevo acontecimiento que llevaría a un
cambio en la historia humana. Y la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normali-
81
dad en la marcha del mundo. De aquí que un acontecimiento importante tenía que ser señalado
de algún modo en la marcha de las estrellas. Esto lo entenderán perfectamente los aficionados a los
horóscopos.
Como el nacimiento de Jesús era el acontecimiento más importante de la historia humana, debía
ser anunciado necesariamente por los astros. En este punto es donde se unen la leyenda y la
teología.
No sabemos qué estrella era aquélla. Lo que sí sabemos es que el año siete antes de Cristo
-coincide con lo dicho a propósito del nacimiento de Jesús unos años antes de nuestra era-, según
los astrólogos, tuvo lugar la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. El
planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del
universo. Para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria, mientras que para los
astrólogos helenos era el astro de los judíos. La constelación de Piscis estaba relacionada con el fin de
los tiempos. Ante la conjunción de Júpiter y Saturno, los astrólogos parece que pensaron en el
nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.
En Qumrán ha aparecido el horóscopo del Mesías, lo que nos indica que también los judíos
mezclaban las creencias astrológicas con las esperanzas mesiánicas y especulaban acerca de cuál
sería el astro bajo el que nacería el Mesías.
Mateo pudo haberse inspirado en todo esto, o no. Sea lo que sea, el relato bíblico pretende
llevarnos más allá, como iremos viendo.
¿Quiénes son los Magos? Son paganos, personas instruidas en cuestiones sagradas,
probablemente sacerdotes babilonios o persas, familiarizados con el curso y las apariciones de las
estrellas. Debieron ser astrólogos que hubiesen tenido contacto con el mesianismo judío. Son paganos
que buscan y encuentran al Mesías. Dejan su tierra -sus seguridades- y se ponen en camino
como Abrahán. Son sabios que no están satisfechos de sus conocimientos y aceptan humildemente la
grandeza de Dios, expresada en un recién nacido de un pueblo perdido: "Venimos a adorarlo".
Son el símbolo de todas las personas, de todas las razas y culturas que buscan la verdad y el bien.
Expresan la sencillez del camino del bien que exige dejar certezas, valorar a los demás, estar
atentos a los signos de los tiempos, como ellos supieron estar atentos a la estrella que les condujo
hasta Jesús.
Este primer encuentro de los gentiles con Jesús puede explicarse históricamente por la esperanza
de un Salvador extendida por la Mesopotamia e Irán, potenciada por los judíos allí residentes y en las
frecuentes peregrinaciones de gentiles, simpatizantes de los judíos, a Jerusalén.
Mateo ha enriquecido la narración con datos bíblicos: profecía de Miqueas (5,1-3), estrella de
Jacob (Núm 24,17).
Los nombres de los tres reyes y el simbolismo de los dones son tradiciones que tardaron
varios siglos en perfeccionarse. El número de tres se sacó de los dones ofrecidos y es del siglo VI. En
el siglo VIII reciben los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar.
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¿En qué sentido puede llamarse a Jesús "rey de los judíos"? En la genealogía hay una referencia:
Jesús desciende del rey David. Pero entre David y Jesús se interponen el destierro a Babilonia, el fin
del reino de David, la pérdida de todo el prestigio político. Jesús es rey, pero sin corona, sin
poder; es rey de un "reino que no es de este mundo" (Jn 18,36).
Los Magos preguntan en Jerusalén. Los judíos no se han percatado del nacimiento del nuevo rey;
los paganos, sí. Son éstos los que anuncian su nacimiento al pueblo elegido. Herodes "se sobresaltó"
ante el temor de un competidor. Tiene razón para sobresaltarse: Jesús es muy peligroso para lo que
él vive y representa. La pregunta estremece a la ciudad, que quizá tiembla por miedo a nuevas
medidas de terror. Ante la noticia, Jerusalén tiene la misma reacción que el rey tirano; no intuye
en el que ha nacido un posible liberador de su opresión. De hecho, el pueblo no hará esfuerzo alguno
por encontrarlo. La masa de los pueblos, alienada siempre de tantas formas, tiene pocas
posibilidades de luchar por su liberación.
A lo largo de la historia de la humanidad ha sido frecuente que hombres inquietos y ajenos a
la fe cristiana hayan propuesto caminos de liberación para los pueblos inspirados en el evangelio,
aunque no fueran conscientes de ello, y sí contrarios a la práctica de la Iglesia y de la sociedad
llamada cristiana. La primera encíclica social seria de la Iglesia -Rerum novarum, de León XIII, del
año 1891- provocó una reacción hostil en gran parte de la jerarquía y pueblo católicos. El
marxismo, por ejemplo, es una llamada de atención a los cristianos, que hemos olvidado aspectos
esenciales del mensaje de Jesús y puesto en práctica otros contrarios a ese mensaje, como el haber
divinizado la propiedad privada y privante. Y esto no es más que un ejemplo. En este sentido
podemos decir que los paganos nos evangelizan constantemente.
Herodes "convocó a los sumos sacerdotes y a los letrados". Convoca a los miembros del
Consejo, excepto a los senadores, cuyo papel era meramente político, porque el tema que se propone tratar es religioso. Convoca a los expertos en la Ley, a los teólogos y juristas, a los sacerdotes.
Sus decisiones en materia de legislación religiosa o ritual eran decisivas. Herodes identifica al "rey de
los judíos", por el que preguntan los Magos, con el Mesías esperado, el Salvador prometido. Le
responden con exactitud: "En Belén de Judá". Respuesta doctrinal, teórica, pero exacta. Una
respuesta fría, terriblemente fría.
Los entendidos de Jerusalén saben muy bien dónde tenía que nacer el Mesías, y se lo indican a
Herodes. Pero ellos no se molestan en ir a ver. Lo sabían tan bien que era como si ya no lo
supieran. Estaban instalados en sus seguridades. Se lo saben todo, - y por ello no esperan nada nuevo-.
Saben todas las respuestas y llevan una vida perfectamente incrédula.
¿No está sucediendo ahora lo mismo? ¿No está Jesús más presente en los hombres que luchan por
un mundo más justo, aunque sea de espaldas a las religiones, que en nosotros, refugiados en unos rezos
y en unas prácticas religiosas anquilosadas y sin ninguna relación con la vida?
83
Los cristianos sabemos tantas cosas sobre Jesús desde pequeños, que estamos incapacitados para
descubrirlo presente en nuestras vidas, incapacitados para entender la palabra de Dios de manera
comprometida y viva. Nos sabemos todas las respuestas, pero no nos sirven para nada.
Nuestra sociedad espera de nosotros una respuesta vital, encarnada en nuestra propia vida. No
entiende las respuestas puramente teóricas, por sabias que parezcan. Hemos de estar siempre
dispuestos a dar una respuesta que brote de una experiencia personal, única forma de dar
respuesta a las inquietudes de los demás.
¡Cosa extraña!: Dios tardó cientos de años en preparar al pueblo escogido, le colmó de atenciones,
de delicadezas; envió de vez en cuando a sus profetas para que mantuvieran la esperanza del Mesías y
no se desviaran de su camino... Y cuando llega Jesús, la primera visita se la hacen unos pastores,
marginados de la sociedad israelita, y la primera adoración solemne y oficial se la hacen unos
extranjeros.
Encuentro una gran semejanza con los jóvenes que están con nosotros desde niños y luego marchan:
mimados continuamente, rodeados de las bondades de Dios y nuestras, llenos de ideas claves para
vivir una vida plenamente humana, descubriendo y viviendo una alternativa de fe y de diversiones
sanas al aire libre con el escultismo... Y también semejanza con nosotros, adultos, acostumbrados
posiblemente a vivir en esta comunidad: quizá algún día nos llegue alguien de otros lugares, con
hambre de vida verdadera, y nos pida informes del Niño -de nuestras ilusiones y esperanzas, de
nuestros proyectos de futuro-, y no sepamos qué decirle, y descubramos que realmente nunca nos
encontramos personalmente con El, que nunca estuvimos en su presencia... Y llegará él antes que
nosotros... Y tal vez no vuelva ni siquiera para decirnos la gran sorpresa que le esperaba en el
"encuentro".
2 ¿Quién será capaz de acoger la novedad?
"Herodes llamó en secreto a los Magos". No quiere que sus planes sean conocidos. Muestra su
hipocresía engañando a los Magos, cuando lo que en realidad se propone es matarlo. Aferrado a su
poder y egoísmo, resiste a la luz y quiere ahogarla.
"Se pusieron en camino". Todas las generaciones humanas fecundas y todos los hombres
fecundos han sido inquietos, inconformistas, deseosos de superación. Han intuido que en cualquier
momento pueden descubrir una "estrella", una vocación acuciante a algo nuevo, una llamada
irresistible para buscar y realizar el porvenir.
Cada hombre y cada generación tiene "su estrella", su misión que realizar, que tiene que
descubrir y seguir si quiere hacer avanzar la historia.
Debemos ser capaces de acoger la novedad. Debemos saber contemplar como nuevas todas las
cosas de cada día. Sólo necesitamos ser pobres para reconocer sin miedo la novedad.
84
La estrella sólo es visible por el camino. En Jerusalén, donde ni el pueblo ni los dirigentes esperan
cambio alguno, no pueden verla. Los instalados en la comodidad y el conformismo nunca
descubrirán una "estrella". Se les vuelve a aparecer a los Magos cuando se alejan de 'la "ciudad"
de los hombres masificados.
Los Magos son un ejemplo que debemos imitar: salir de la prisión de nuestras preocupaciones
cotidianas para seguir la "estrella", que nos puede llevar hacia el descubrimiento de la manifestación de Dios en esta vida nuestra de cada día.
Los Magos son capaces de emprender un camino largo y difícil, y de creer que lo que
buscaban se revela en un Niño, nacido en una familia del pueblo fiel.
Todos debemos ser atrevidos para emprender el camino de la vida, guiados por la luz de la
revelación de Dios, aceptando que hallaremos a Dios en la sencilla realidad de nuestra vida diaria.
Un camino, una vida que debemos recorrer con esperanza y con ilusión. Y una luz que solamente
ilumina cuando nos ponemos en camino, cuando hacemos algo. Muchas de nuestras oscuridades
-¿todas'?- son consecuencia de nuestra pasividad, de nuestro conformismo.
Los Magos son ejemplo de búsqueda ilusionada. El camino de cada hombre hacia Dios implica
un saber salir de uno mismo para buscar. Es necesario que salgamos de nuestra vida instalada,
fácil, ya hecha, sin compromiso con nada ni con nadie, para buscar a Dios presente en cada
hombre y en cada acontecimiento. Todos necesitamos emprender un camino -oscuro, inseguroque pueda llevarnos a descubrir esa "inmensa alegría" que llenó a los Magos "al ver la estrella". La
alegría es la consecuencia de descubrir el sentido verdadero y siempre nuevo de la vida; es un regalo de
Dios a los hombres, porque Jesús vino al mundo para que alcanzáramos la auténtica y total
felicidad; es fruto del hallazgo, del anhelo cumplido.
La estrella no les fue acompañando paso a paso, solucionándoles todos los problemas, todas las
dificultades del camino. Ellos se arriesgan, afrontando con decisión todas las dudas y
circunstancias imprevisibles. Gran lección para nosotros, que exigimos respuestas exactas, seguras,
para toda clase de problemas, dificultades... sin dar un paso para encontrarlas. Queremos todo claro,
exacto, matemático, lógico. Olvidamos que el cristianismo, lo mismo que la vida, no es una clase de
matemáticas. ¿Por que no nos resignamos serenamente, ¡dolorosamente!, a caminar en tinieblas, a
iluminar a los demás, aun cuando nuestra alma esta sumergida en la más negra oscuridad? Hemos de
aceptar nuestro camino, que será siempre un camino incómodo, lleno de dificultades y de-sorpresas.
"En la casa" ven al Niño con su madre. José no aparece. En Israel, el rey y su madre formaban
la pareja real. De esta forma, la escena subraya la realeza del Niño. Manifiestan su homenaje con
una postración: "Cayendo de rodillas, lo adoraron".
Mientras Herodes se queda inmovilizado con sombríos pensamientos homicidas ante un
posible competidor, y los sumos sacerdotes y los letrados del pueblo les informan, pero no dan
ningún paso para descubrir al Mesías, estos gentiles venidos de Oriente se arrodillan delante del
85
Niño. Sabían mucho menos, pero al ver una luz incomprensible se fiaron de ella y partieron hacia
lo desconocido. Fueron capaces de superar la rutina de vida y soñar una situación nueva.
"Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra". No buscaban a
Jesús para pedirle favores, sin para ofrecerle sus dones, lo mejor de sí mismos. Fueron verdaderos
"sabios", porque supieron buscar la luz que guía a los hombres en la larga marcha de la vida. Los
regalos que le ofrecen son productos típicos que en los países orientales ofrecían a los reyes
Avisados "en sueños..." Dios vela por su Mesías, e impide que Herodes sepa dónde está el Niño.
Dentro de la humanidad, según mi parecer, hay dos tipos de hombres: los que sueñan y los que se
limitan a dormir. Los primeros "hacen" la historia. Los otros se dan cuenta, cuando despiertan, de lo
que ha sucedido, de lo que habrían podido hacer también ellos si hubieran tenido el coraje de soñar.
Quizá haya, dentro del segundo grupo, los que nunca se darán cuenta de nada porque pasan
dormidos toda su vida. El soñador es el más realista, porque lucha por empujar la historia para
ponerla al paso de sus sueños.
3.Dios sigue siendo manifestación para los hombres
Este pasaje evangélico se lee todos los años en la fiesta de la Epifanía, que es como una repetición
de la Navidad. La Navidad insiste en el nacimiento humano del Hijo de Dios, y la Epifanía subraya la
manifestación de Dios, en Jesús de Nazaret, a todos los hombres y pueblos. Manifestación universal
que debe continuar la Iglesia.
La fiesta de la Epifanía tiene un trasfondo profético: la revelación de la gran aventura humana,
la búsqueda de todas las generaciones, la actitud escrutante de esa parte de la humanidad que
tiene capacidad para acercarse a los acontecimientos de la historia y captar la profunda realidad
que en ellos se revela.
Para la inmensa mayoría del pueblo cristiano, esta fiesta se ha convertido en el "día de Reyes",
fiesta popular centrada en los niños y en los regalos. Y también en la invasión de la propaganda, el
abuso de la candidez y la ilusión, la competencia del consumismo. Una fiesta que presenta unas dosis
de engaño que va más allá de lo tolerable.
La televisión, la publicidad, todo eso que llamamos la sociedad de consumo, nos han
estropeado bastante el aspecto popular "de Reyes", y casi ha hecho desaparecer el mensaje
religioso que tiene la Epifanía para todos los hombres. ¿Cuántos cristianos "de a pie" saben que
la fiesta se llama "de la Epifanía" y no "de Reyes"? Nos han convertido el gozo sencillo de
regalar algo a los niños y a los mayores, como recuerdo de los regalos de los Magos a Jesús, en una
especie de competición para ver quién gasta más dinero, quién consigue que su hijo se sienta superior
a otros niños por tener más regalos ese día.
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Nuestra sociedad ha convertido esta fiesta en una especie de lavado de cerebro para los chicos al
presentarles que lo bueno es tener mucho, es tener más que los demás, es tenerlo todo. De esta forma
se van convenciendo, ya desde pequeños, que cuando sean mayores también será lo bueno intentar
tener mucho, poseer más que los demás. Así nuestros niños comienzan a participar –con el
consentimiento de sus padres- en el afán de dinero, de dominio y de posesión que caracteriza
esta sociedad que padecemos.
Poco podemos hacer nosotros contra los anuncios de televisión y contra los proyectos de los
que dominan nuestra sociedad. Pero, al menos, seamos conscientes del daño que se está haciendo a
los niños, y tratemos de evitarlo en lo posible a nuestro alrededor. Pensemos que una sociedad
organizada de esta manera es todo lo contrario a los planteamientos de Jesús de Nazaret.
Desde luego, es válido mantener el gozo de los niños en este día. El cómo se está haciendo es lo
que habría que replantear.
Esta fiesta popular, tan rica en aspectos y motivos, ha ido tomando cuerpo con ocasión de
la parábola evangélica de los Magos. Es urgente separar los Magos del relato evangélico de los
tres reyes que traen regalos. Leyendo el texto comprobaremos que no tienen nada que ver los
unos con los otros. No digo esto para echar cubos de agua fría sobre niños y padres ilusionados, sino
para evitar el presentar como una historieta un relato que tiene otra intención y que va mucho
más lejos.
La Epifanía es la fiesta de cada día, porque en todo acontecimiento se revela Dios.
Dios es epifanía, manifestación, revelación a los hombres. Dios viene siempre a nosotros, se
nos da a conocer poniéndose a nuestro nivel humano.
La creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26) nos está indicando la
posibilidad de comunicación entre El y nosotros y entre nosotros. El hombre ha sido creado
permeable a Dios.
Desde la narración simbólica del origen del hombre, Dios es epifanía: bajaba todos los
atardeceres a pasear familiarmente con el hombre (Gén 3,8). Dios se comunicaba, se entregaba, se
daba.
El hombre rechazó aquella revelación y se convirtió en tinieblas. Y llegó el pecado, que es el
estado en el que el hombre no puede conocer a Dios, en el que Dios no es sensible. Conocemos bien
ese estado. Caemos en él continuamente. Las tinieblas no captan a Dios; no quieren captarlo.
A través de la Historia de la Salvación, Dios no ha dejado de manifestarse a sí mismo. Jesús de
Nazaret rasgó el velo por completo. Dios decidió, en El, acercarse definitivamente a nosotros.
El estado normal, la condición ordinaria del hombre, es la de percibir a Dios en lo habitual, en lo
sensible. Pero es necesario, para ello, vivir con el corazón abierto y desprendido, sin pecado.
Ante Dios caben dos actitudes, lo mismo que cuando hablaba Jesús: los corazones duros asistían a
su predicación como espectadores indiferentes, cerrados. Al terminar El de hablar, no se habían
quedado con nada, a no ser con objeciones y críticas. Los otros, los corazones abiertos, cuando Jesús
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enseñaba, se dejaban instruir, transformar; la palabra de Dios obraba sobre ellos; descubrían el
plan de Dios, su llamada y la resistencia que ellos le hacían.
Los que eran de Dios (Jn 8,47) escuchaban embelesados la palabra de Dios. Sentían
despertarse en ellos las ilusiones más profundas de su ser. Su corazón ardía mientras les hablaba (Lc
24,32). Sé sentían transformados, atraídos hacia El, sin saber muchas veces por qué, incapaces de
explicarlo. Callaban para acordarse mejor, para volver a colocarse en el estado al que El los
había llevado. Sólo podían decir que "nadie les había hablado jamás como ese hombre" (Jn
7,46).
Actualmente, Dios se nos puede manifestar de muchas maneras: en un hombre, en un grupo, en
una reunión, en una celebración..., nos damos cuenta, de pronto, que Dios está allí, ante nosotros,
visible, palpable; que las tinieblas han desaparecido. Es verdad que estos intervalos de luz
vuelven pronto a rodearse de tinieblas. Pero si ha habido luz una vez, esto basta para saber que
la luz existe y para creer en la Epifanía de Dios, a pesar de la ceguera de nuestros corazones.
Son luz y epifanía los individuos y los grupos que nos orientan y nos marcan el camino que,
individual y colectivamente, debemos seguir. Individuos y grupos que, en uno o en muchos momentos de sus vidas, tienen una intuición feliz o un valor y un coraje inusitados que producen en
nosotros una luz nueva. Son para todos como profetas que guían los pasos del pueblo. Son
epifanía, sobre todo, los que dan su vida al servicio de la humanidad.
Cuando oímos de hombres o grupos que animan y defienden a sus vecinos, que corren los
mismos riesgos que ellos, que viven como ellos pudiendo evitarlo, que sufren la persecución de los
poderosos o dejan oír su voz contra la opresión en América Latina, España, África, Polonia..., ¿no
sentimos dentro de nosotros una esperanza, una luz nueva, una epifanía?
A veces tiene el carácter de un encuentro personal en la oración. Hay epifanía de Dios en
nuestra vida cuando alguien nos infunde confianza y esperanza y del que podemos decir que nos ha
iluminado; cuando alguien nos presta atención, se fija en nosotros y nos acepta como somos; cuando
alguien nos escucha con hondura y verdad, no para respondernos ni darnos soluciones
prefabricadas; cuando alguien nos ama y se identifica con nosotros; cuando alguien nos trata
como personas y no como instrumentos a utilizar.
También son epifanías las pruebas, las purificaciones, las oscuridades, las dificultades... y hasta
los pecados.
¿Somos epifanía la Iglesia, los cristianos, nuestra pequeña comunidad, cada uno de nosotros?
¿En qué?
Sólo asumiendo plenamente todo lo que es humano encontraremos a Dios y lo manifestaremos
al mundo.
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4. La universalidad de la salvación
El gran tema de la fiesta de la Epifanía es la universalidad de la salvación. Dios ha llamado a la
fe de Cristo a todos los hombres, de todos los colores, de todas las culturas, de todas las ideologías.
Dios, en su Hijo, llama a todos los hombres a su reino de libertad, de justicia, de amor, de
verdad y de paz. El objetivo principal de la vida de Jesús fue el anuncio del reino de Dios para
todos los hombres. Luego fundó la Iglesia como el camino mejor, no único, para ese Reino. El reino
de Dios es más que la Iglesia.
Todo hombre que practica la justicia, la libertad... y trabaja para que llegue a todos, es reino de
Dios, aunque no pertenezca a la Iglesia. Y el que cree que está dentro de la Iglesia y no es
consecuente con las exigencias del Reino, estará fuera de él y de la Iglesia.
La Epifanía es la fiesta de un Dios que se ha mostrado universal, enviando a su Hijo también
para los "otros", para los que no piensan como nosotros. Una fiesta que nos alegra, a la vez que
nos educa y nos corrige. Una fiesta que debe hacer de nosotros personas abiertas, universales;
como lo es Dios, Padre de todos.
Esta universalidad es un aspecto fundamental del mensaje cristiano, que es difícil comprender
para el hombre de hoy si no le damos una verdadera interpretación.
Hoy se han ensanchado los horizontes culturales del hombre, ha aumentado su información
sobre otras religiones y modos de vivir y entender la vida; nuestro mundo es cada vez más pluralista, las místicas orientales nos atraen, se relativiza el hecho religioso al saber que existen otras
religiones que también se presentan como la única verdad...
En estas condiciones es más urgente dar una visión realista del mensaje cristiano. ¿Cómo
presentar hoy, de una forma coherente y comprensible para el hombre actual, la universalidad del
mensaje cristiano y de la llamada a la fe? ¿Cómo dirigirnos a todo el mundo, a gentes de todas las
culturas y religiones, desde la fe cristiana? ¿Cómo unir esta universalidad con la libertad religiosa y
el pluralismo sinceramente asumidos? ¿Tendremos que presentar de modo distinto la fe a los
creyentes y a los demás? ¿Seguiremos tratando de imponer nuestra fe a todos, por seguir pensando
que fuera de la Iglesia no hay salvación?
No podemos seguir oponiendo unas religiones a otras. Todas tienen su gran parte de verdad,
todas creen en un más allá después de la muerte, todas se dirigen de una forma u otra a Dios,
todas tratan de hacer mejor al hombre.
De aquí que tenemos que ser capaces de presentar la novedad de Cristo, no negando los
valores de las demás religiones, sino tratando de presentar lo que Jesús añade a esas religiones, lo
que nos exige un mayor conocimiento de ellas. A la vez, asumiendo sus aspectos positivos, que nos
ayudarán a entender mejor el evangelio. Es lo que san Pablo nos aconseja: "Examinadlo todo,
quedándoos con lo bueno" (1 Tes 5,21). ¿Quién puede dudar de la verdad de muchas
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enseñanzas de Buda o Lao Tsé, por ejemplo? ¡Cuánto reino de Dios en todas las religiones de la
tierra!
Lo mismo se puede decir de tantos agnósticos y ateos. Es su vida lo que importa: lo que ellos
llaman justicia, libertad, paz, amor, verdad, solidaridad..., nosotros lo llamamos también Dios,
porque para nosotros Dios es todo eso. Y viceversa: lo que nosotros llamamos Dios, ellos lo
llaman de todas esas formas. Lo falso es hablar de Dios y no demostrar la fe en El trabajando por
un mundo fraternal; o negar su existencia de palabra y con la vida personal.
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y .faltos del alimento
diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago", y no
le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué le sirve?
Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras". Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las
obras, te probaré mi fe. (Sant 2,14-18)
Otro aspecto del universalismo del mensaje cristiano es el necesario diálogo entre la fe y la
ciencia, entre la fe y la cultura, tan maltrecho.
Una salvación universal sólo puede anunciarse con lenguaje y con formas culturales plurales y
diversas, buscando siempre el entendimiento entre ellos. Encerrar la fe en un lenguaje y una
tradición cultural únicos es ir en contra de la universalidad. Es urgente hoy una reinterpretación,
a la luz de los adelantos científicos y bíblicos, del relato de las Escrituras del origen del hombre y del
mundo, del pecado, del sentido de los sacramentos, de la salvación, de la fe... Reinterpretación que
ya está haciéndose en pequeños grupos, pero que está lejos de llegar a la mayoría.
La universalidad y credibilidad del mensaje cristiano está muy comprometida por falta de
verdadero diálogo con la sociedad tecnificada y secularizada actual. El lenguaje teológico
tradicional está desprovisto de interés para el hombre de hoy. ¿Conseguiremos hablar un lenguaje
verdaderamente inteligible para el hombre, a la vez que fiel a la revelación?
Hemos de realizar un verdadero esfuerzo para que Jesús pueda manifestarse a todos sin que los
cristianos lo limitemos. Debemos abrir lo que está demasiado cerrado, vitalizar lo que está
mortecino.
La fiesta de la Epifanía nos invita a mirar hacia nuestra Iglesia: este misterio de comunión
universal que reúne tantas diversidades y que, pese a todas sus imperfecciones y pecados, sigue
siendo para nosotros la señal de salvación, la señal de la presencia de Jesús.
No tenemos ningún derecho a hacernos una Iglesia a la medida de nuestros intereses. La Iglesia
tiene que ser el resultado de la fe en Jesús y "estrella" que lo manifiesta.
La Iglesia de Dios es universal. No es patrimonio de ninguna cultura, de ninguna Iglesia
particular, de ninguna comunidad, de ningún grupo, de ninguna persona, de ningún partido político
o clase social.
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¿Somos consecuentes con esta universalidad de la Iglesia? Lo somos en la medida en que no la
vivamos como una propiedad nuestra.
¿Nuestra Iglesia es "católica" -universal-? ¿No se presenta identificada con un tipo de
pueblos, de culturas, de clase social, de edades? ¿A los pueblos africanos o asiáticos, por ejemplo,
les es posible descubrir esa universalidad? ¿Los jóvenes inquietos se encuentran en ella a gusto? ¿No
está demasiado identificada con las costumbres de otras generaciones? Los hombres que trabajan
por una verdadera transformación de la sociedad -los partidos de izquierda, normalmente-,
¿descubren en ella a su aliada o es lo contrario?
No se trata de que los cristianos europeos adoptemos costumbres africanas; ni lo contrario; o
que todos seamos o nos hagamos jóvenes; o que todos nos apuntemos a partidos de izquierdas...
Se trata de no identificar a Jesús con nosotros, de descubrir en El siempre más, que hay diversos
modos de ser cristianos, que la única condición es la fidelidad al evangelio.
La fiesta de la Epifanía nos invita al gozo por ser miembros de la Iglesia de Cristo, "sacramento
universal de salvación" (Lumen gentium 48), sacramento de la comunión -común unión- de los
hombres con Dios y de los hombres entre sí. Un “sacramento" que tenemos que hacer visible con
nuestras vidas.
Temamos caer en el error de los habitantes de Jerusalén. Caminemos con la ilusión de
hacer que la Iglesia y cada uno de nosotros seamos como debemos ser.
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Presentación en el templo
Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor (de acuerdo
con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón sea
consagrado al Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del
Señor: "Un par de tórtolas o dos pichones").
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre
honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu
Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no
vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu
Santo, fue al templo.
Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo
previsto en la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
"Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz;
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel".
José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía
del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
"Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten;
será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos
corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma".
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y
llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche,
sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento,
daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo
acompañaba. (Lc 2,22-40)
Es interesante comparar los capítulos que Mateo y Lucas dedican a la infancia de Jesús.
Mientras el primero incluye en su narración a los grandes del mundo (Herodes, sacerdotes
y escribas, Magos), Lucas describe a la gente del pueblo que espera: los pastores, los
ancianos piadosos, la gente sencilla.
Mateo describe la realidad de la vida: las dudas de José, la persecución, el llanto, la
muerte de inocentes, la emigración, la indiferencia. Lucas nos transmite un ambiente de
familia, de alegría, de confianza, de poesía.
El evangelio de Lucas interpela directamente nuestra vida y nuestro mundo. Reprueba
todo fariseísmo, toda apariencia y legalismo, toda falsedad. Nos muestra cómo tiene que
ser nuestra vida, nuestras relaciones personales y comunitarias con Dios y con los demás.
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Nuestro mundo, destrozado por la injusticia y la opresión, lleno de lágrimas y
amarguras, encuentra en el evangelio de Lucas una respuesta a sus esperanzas.
Todo el capítulo segundo de Lucas presenta dos rasgos importantes. El primero es
que va ampliando progresivamente el horizonte de los que oyen la Buena Noticia: los
pastores, los ancianos Simeón y Ana; finalmente, los "doctores", sentados en el templo,
escuchan la palabra pronunciada por el mismo Jesús. Con ello el autor nos quiere expresar
su concepción de la eficacia de la Palabra: sus comienzos son modestos, pero su marcha
es irresistible, como refleja el mismo Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El
esquema del progreso evangélico, sobre el que están estructurados los dos libros de Lucas,
está ya contenido en este capítulo. El segundo rasgo es el modo de comunicar la Buena
Noticia: primero "desde arriba", por los ángeles a los pastores. Luego, mediante el
testimonio personal: es el relato que los pastores hacen de su experiencia al que quiera
oírles. Finalmente, por la palabra profética dirigida, bajo el "impulso" del Espíritu Santo,
a la comunidad reunida para la oración: Simeón y Ana representan a los profetas que
comunican a la asamblea de los creyentes cómo entienden ellos los gestos de Dios. Sus palabras
expresan lo que la comunidad cristiana piensa de Jesús. Nos muestran que la Palabra divina no
penetra en la comunidad, no alcanza a los corazones de sus miembros más que por la iluminación del Espíritu (Mt 16,17), que actúa a través de los profetas (1 Cor 12,3).
El texto de Lucas es también fruto de una doble preocupación: subraya el lazo de unión de
Jesús con el judaísmo y sugiere la novedad significada y realizada por Jesús. Hay continuidad del
Antiguo al Nuevo Testamento, cumplimiento; pero, a la vez, una cierta ruptura.
Es de notar la avanzada edad de todos los que representan al Antiguo Testamento: Zacarías
e Isabel, Simeón y Ana.
1. El templo, casa de oración
María, como hacían todas las mujeres israelitas, va a cumplir los ritos de la purificación,
obligatorios para las que acababan de dar a luz. Toda madre, al tener un hijo, quedaba legalmente
"impura", y tenía que ser declarada "pura" en el templo por un sacerdote. Además, todo
primogénito pertenecía a Dios (Ex 22,28). Los primeros nacidos de los animales eran sacrificados;
el primer hijo de cada familia era rescatado por medio de una ofrenda. Se había convertido en
un buen negocio para los que controlaban el templo.
La purificación de la madre y el rescate del primogénito, prescritos por la ley (Lev 12,1-8), se
convierte en Lucas en una presentación del Niño. El tercer evangelista da gran importancia a
esta primera entrada de Jesús en el templo de Jerusalén, centro para él del plan divino de
salvación.
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La ofrenda que presentan los padres de Jesús para rescatarle es la de los pobres: "un par de
tórtolas o dos pichones". Los ricos presentaban animales más grandes y más caros.
El templo era un lugar que avalaba todo tipo de diferencias sociales y raciales: había en él
lugares reservados para los sacerdotes y grandes personajes, los hombres y las mujeres estaban en
lugares distintos; lugares a los que no podían entrar los gentiles.
José y María, que llevaban en su sangre las inquietudes expresadas en el Magnificat, ¿no
sentirían una gran repugnancia ante aquellas diferencias sociales y aquel negocio? ¿Cómo no
rompían con todo aquello, tan indigno de Dios y que tanto atacaban los profetas del Antiguo
Testamento, lo mismo que atacan los "negocios" de la Iglesia los profetas actuales'?
Ellos aguantaron aún. Pero el Hijo que traían en brazos iba a desenmascarar todo aquello:
"Mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos" (Lc
19,46).
2. El profeta, pregonero de utopía
Cuando Jesús nació, muchos en Israel anhelaban un cambio social profundo y la expulsión de los
romanos de Palestina. Simeón y Ana veían acercarse su muerte sin haber visto nada de ello.
Morirían, como tantos, y todo seguiría en vagas promesas.
Simeón es un profeta: esto es lo que significa el don del Espíritu que posee. De ahí que pueda
hablar del futuro y en nombre de Dios. El Espíritu Santo actúa y abre los ojos de este anciano,
que descubre en el hijo de María "el consuelo de Israel". Iluminado por el Espíritu, intuye, a
través de los signos de pobreza, la gran realidad presente en Jesús: la salvación-liberación de
Israel. Por eso profetiza, aunque lo único que tiene en brazos es un recién nacido, hijo de unos
pobres habitantes de un pueblo insignificante. En aquel Niño vislumbra la revolución liberadora,
falte el tiempo que falte. Es posible cambiar las cosas. Podemos llegar a esa utopía que Jesús
llamará "reino de Dios".
Para el que sabe descubrir estos signos y seguir la lucha que ellos marcan, la muerte cambia
de sentido, deja de ser algo desesperante y absurdo.
El himno de Simeón es un bello ejemplo de oración. Es la oración de un hombre cercano a la
muerte, que da gracias por la "salvación" que se le ha concedido "ver" durante su vida y que le
ha producido una profunda alegría. Ha captado el misterio del Niño y encuentra la paz; sabe que
Dios es la plenitud humana y canta la gratuidad de la salvación.
Las palabras de Simeón corresponden a las dos etapas históricas del plan divino: una es de
alabanza a Dios porque la salvación ya ha llegado al pueblo y tiene una dimensión universal, por
mediación de Israel (Is 60); la segunda, el rechazo de la mayoría del pueblo elegido, que traerá la
crisis y la división en el interior del mismo.
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La "luz" que llega al templo tiene un destino universal. Israel, representado por el anciano
Simeón, puede "morir" como institución religiosa, pues ha llegado el tiempo nuevo de la salvación
para todas las naciones, sin distinción alguna. Salvación que no se realizará sin luchas y
oposición. Israel deberá abrir su luz a todos los pueblos de la tierra.
Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido en plenitud lo humano. Sólo existimos
verdaderamente en virtud de la comunidad de los hombres. No existe ninguna profundidad en la
vida sin la profundidad de la vida en común. Nuestra vida en la historia se mueve tan en la
superficie como nuestra vida individual.
El amor de Dios por todos y cada uno de los hombres no es un amor puramente sentimental,
no es sólo ternura y expresión de sentimiento, sino también exigencia y renuncia. El amor de Dios
no es paternalista, sino que es, sobre todo, liberador: hace personas libres.
Jesús es el "Salvador" para "todos los pueblos", "luz" de "las naciones" y "gloria de
Israel".
Es "luz". No sólo una luz que ayuda a caminar, sino una luz que salva, que guía por un
camino que conduce a la vida. Por eso se llama "Salvador".
Es "gloria". En lenguaje bíblico significa la manifestación del mismo Dios. Jesús es la "gloria
de Israel", porque es la máxima manifestación de Dios en el pueblo.
Lucas -que no era judío- nos dice que Jesús es la "gloria" -la culminación- del pueblo
judío. Pero, al mismo tiempo, insiste que es para "todos los pueblos".
Jesús está plenamente injertado en la historia de la humanidad inquieta, inconformista,
utópica. El largo caminar durante siglos del pueblo judío es una progresiva preparación
necesaria para llegar a la manifestación culminante de Dios en Jesucristo. Manifestación que ya
no queda encerrada en un pueblo, sino que es para todos. Ningún pueblo, ninguna clase, ninguna
cultura, ninguna Iglesia tendrá derecho a monopolizar esta "luz" de Dios.
La misión propia del pueblo judío fue preparar el advenimiento de esta luz que es Jesús. La
misión propia de la Iglesia es comunicar esta luz a todos los pueblos, en todas las épocas. Y si la
tentación del pueblo judío fue la de resistirse a traspasar lo que nació en él, también la tentación de
la Iglesia -de los cristianos y de las comunidades- es la de no ser transmisores para todos de la
luz de Jesús. El pueblo judío sucumbió a esa tentación. La Iglesia también, en gran parte de su
historia: ¿qué "evangelio" encarna? ¿Será capaz de abrirse y conectar con los grandes valores
del pueblo secularizado contemporáneo?
3. Necesidad de una opción dolorosa
Ser creyente es ser peregrino, caminar en la incertidumbre y en la inseguridad, caminar de
sorpresa en sorpresa. El amor de Dios es exigente, siempre está empujando para que los hombres
crezcamos y maduremos.
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Para los padres de Jesús fue difícil comprender el plan de Dios y la misión que se les
encomendaba. Porque, por muchas ideas que tengamos sobre los planes de Dios hacia nosotros
y hacia los que nos rodean, es siempre mucho más lo que se escapa a nuestra comprensión. Estaban
admirados de lo que Simeón decía del Niño. Sólo los pobres tienen capacidad de admirarse ante
otros. A los "ricos" les da vergüenza: es signo de debilidad y sencillez.
María y José, que son las personas más próximas a Jesús, también necesitan de las palabras
de los demás para ir comprendiendo mejor lo que el Padre quiere realizar en Jesús para los
hombres. Su fe les va descubriendo las profundidades del amor del Padre sobre el Niño. Poco a
poco, y con sufrimiento, comprenderán el significado de la misión de su Hijo.
Lucas, que escribe muchos años después del asesinato de Jesús, hace decir a Simeón que el Niño
será causa de contradicción, "será como una bandera discutida".
Jesús viene a renovar todas las cosas. Pedirá un sí o un no, con todas las consecuencias. Y
será discutido, será portador de una crisis. Ante El será necesaria una actitud clara de la persona.
El Niño provocará la caída de unos y la elevación de otros; unos avanzarán con El hacia la plena
liberación, otros se hundirán en egoísmos y conformismos estériles y crueles. La vida de Jesús
dará fe de ello. Y la historia, hasta hoy, también. ¿Dónde colocar a los que dicen que "creen" y
actúan en contra de esa fe; o a los que dicen que "no creen" y realizan obras de justicia? Desde
ahora, la suerte de cada uno se jugará en su decisión ante Jesús, ante lo que El representa:
búsqueda de libertad, de amor, de justicia, de paz, de solidaridad... para todos; o encerrarse en
las propias conveniencias.
El Padre destinó a Jesús para que cada hombre, todo Israel, tome ante El su decisión; decisión
que debe ser clarificada por las obras. No es posible mantenerse neutral.
En Israel, el pueblo elegido de Dios, no reciben la liberación y logran la salvación más que los
que toman una opción por el Hijo. Sólo el que opta personalmente por Jesús -antes y ahorapertenece verdaderamente al pueblo de Dios. Una opción que lleva al compromiso de tomar
únicamente desde El todas las decisiones de la propia vida.
Jesús es bandera discutida porque sitúa al hombre ante la decisión. Y decidirse es doloroso,
porque nos pide ponernos al lado de los desheredados, hacernos desheredados. La contradicción no
existe -lo saben muy bien los cristianos bien acomodados- cuando unimos una fe de palabra
con una vida sin relación con esa fe. Pero entonces no hay opción por Jesús, aunque nos empeñemos en lo contrario. Por eso existe tan poca contradicción con la sociedad que nos rodea: falta
opción por Jesús, vida comprometida con el pueblo en la mayoría de los cristianos.
La sociedad de consumo viene en ayuda del hombre moderno para impedirle pensar en el modo
de vivir la fe en Jesús, incapacitándole para que descubra la dicotomía entre las palabras y la
vida. Hay en nuestra sociedad demasiado ruido y demasiadas prisas, demasiadas comodidades y
superficialidades, demasiados egoísmos para llegar a Jesús, presente en lo más profundo del
corazón humano.
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La oposición ocasionada por El será tan brutal, que alcanzará dolorosamente a su madre.
Madre e Hijo se ven asociados en un mismo destino doloroso. María irá acompañando a Jesús
hasta el momento de su muerte en la cruz, en que "una espada le traspasará el alma". La
espada que atravesará a María designa no sólo su sufrimiento personal, sino también el
desgarramiento de la "hija de Sión" por la devastación del país, por la opresión y la
explotación de los pobres de la tierra.
Dios ha dicho su última palabra en Jesús; el hombre dará su respuesta mayoritaria con la
cruz: una minoría -los dirigentes religiosos y políticos- dirigiendo el crimen, una mayoría -el
pueblo, siempre manejado y alienado- sirviendo de comparsa. La victoria del Mesías nacerá de su
derrota. La vida llega por la muerte.
Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última consecuencia de la contradicción. Un
hombre como Jesús inquieta demasiado y hay que matarlo para poder interpretarlo después a
nuestro gusto. Es lo que se hace normalmente con los hombres de esta categoría. Las verdaderas
causas por las que murió Jesús resuenan ya en el evangelio de la infancia.
Pero, a la vez, quedan al descubierto los pensamientos y los intereses de muchos corazones, a
poco que queramos interpretarlos.
La decisión que se tome ante la señal que es Jesús y las razones que demos para seguir compaginando una fe sin una vida, descubren las profundidades ocultas de los sentimientos humanos, lo
que hay en realidad dentro de cada corazón.
4. Ana canta la alegría de una esperanza
Y otra anciana, llena de verdadera religiosidad, que esperaba que todo cambiara un día, entra
también en escena. Las palabras de Simeón hallan eco en esta mujer piadosa, profetisa y bendecida
por Dios con una larga ancianidad. Como los pastores de Belén, también ella alaba a Dios y
habla a todos de aquel Niño, que es la liberación de Israel y de todas las naciones. Caminos que
iban a acabarse en la nada, de repente, encuentran sentido. Morirán con esperanza.
La palabra de Dios, que sacia las esperanzas de su pueblo, se ha hecho Hombre. Este pueblo
está representado en esta mujer pobre y viuda, que ha gastado su vida en ayunos y oraciones
cerca de la casa de Dios.
Ana reconoce la llegada del Mesías y, llena de gozo, se convierte en apóstol. Cuando nos llena
una gran alegría, un gran ideal, no tenemos más remedio que gritarlo. Si esto no nos ocurre,
¿tendremos dentro de nosotros algo que merezca realmente la pena?
Ana no cesa de hablar de Jesús a todos los que esperaban al Mesías. Solamente se puede
hablar del Mesías a los que esperan algo en la vida, a los insatisfechos, a los pobres, a los que se
sienten oprimidos... Los que ya se creen liberados y satisfechos, ¿qué pueden entender?
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La palabra de Dios tenemos que aceptarla desde nuestras propias ilusiones y esperanzas,
buscando en ella las respuestas a los acontecimientos diarios, sean del tipo que sean. Tenemos
que aceptarla como se acoge a un íntimo amigo en casa.
María y estos dos ancianos iluminan perfectamente el misterio de Cristo Mesías, y se convierten
para nosotros en modelos de la espiritualidad basada en la esperanza de los pobres.
5. Y el Niño crecía...
Retornan a Nazaret, el pueblo de María, donde el Niño crece y se robustece. El crecimiento
abarca a toda su persona; goza en plenitud de la gracia de Dios y de su sabiduría. Gracia y
sabiduría que le iban llevando a profundizar en los acontecimientos, a descubrir el porqué de
tantas situaciones y la salvación ofrecida por Dios a todas las naciones. Si "se llenaba de sabiduría y
la gracia de Dios lo acompañaba", ¿qué le llevaría a hacer, viendo tantas injusticias y opresiones
a su alrededor, cuando fuera mayor?
José, su padre, era el "arregla todo" del pueblo. Su posición económica debía ser muy
modesta. Crecía, se hacía fuerte, rendía..., como hacen todos los niños con un mínimo de
condiciones normales para vivir. Fue de los que tuvieron suerte de poder sobrevivir, crecer y
robustecerse; porque entonces allí -igual que ahora en tantos lugares del mundo- muchos niños
de familias modestas morían por desnutrición, miseria, falta de posibilidades higiénicas...
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Comienzan las dificultades para Jesús
Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a
José y le dijo:
-Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que
yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó
hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta:
"Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto".
Al verse burlado por los Magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a
todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores, calculando el
tiempo por lo que había averiguado de los Magos.
Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías:
"Un grito se oye en Ramá:
llanto y lamentos grandes;
es Raquel, que llora por sus hijos
y rehúsa el consuelo,
porque ya no viven".
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a
José en Egipto y le dijo:
-Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los
que atentaban contra la vida del niño.
Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel.
Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre
Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció
en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se
llamaría nazareno. (Mt 2,13-23)
Mateo tiene un especial interés en resaltar el cumplimiento en Jesús de las profecías del Antiguo
Testamento. Es una forma de decirnos que en Él se cumplen todas las esperanzas.
Éste pasaje nos presenta al Mesías, al nuevo Israel, perseguido por los poderes de este
mundo y liberado por Dios. Encontramos en él varias citas del Antiguo Testamento:
"Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto" (Os 11,1). Oseas se refiere a Dios, que saca a Israel
de Egipto, y que nos narra el libro del Éxodo. Jesús, jefe del nuevo pueblo de Dios, revive la historia
de la liberación de Israel.
"Él oráculo del profeta Jeremías" (31,15), aplicado a la matanza de niños en Belén.
"Ya han muerto los que atentaban contra tu vida" (Ex 4,19). Son palabras que dirige Dios a
Moisés, refugiado en casa de su suegro Jetró por haber matado a un egipcio, para que vuelva y
cumpla su misión de caudillo. Jesús es el nuevo Moisés, el liberador del nuevo pueblo.
"Se llamaría nazareno". Ésta cita no se encuentra en las Escrituras, pero podría
relacionarse con la palabra hebrea "neser", que significa "vástago", y que se parece a nazareno (Is
11,1). También a "nazir" (Jue 13,5.7).
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El que recibe las indicaciones de Dios sobre lo que debe hacerse es José, por medio de ángeles
aparecidos en sueños. La razón de esta preferencia está en el hecho de que la línea de descendencia
davídica le llega a Jesús a través de José; además, es el cabeza de familia y el padre legal del niño.
1. Disponibilidad de José
La figura del esposo de María se asocia aquí a la del patriarca José. Ambos salvan a sus familias
llevándoselas a Egipto (Gén 45-46), para volver luego a la tierra prometida.
El texto no dice que la noticia de la partida de los Magos hubiera llegado a Herodes en seguida de
su marcha. De todas formas, la aparición del ángel a José en sueños debió ser la noche siguiente de
su partida. Él aviso que recibe es una orden.
Herodes hace planes contra el Niño. José se levanta y obra sin pérdida de tiempo. Solamente una
persona muy ejercitada en la búsqueda de la voluntad de Dios en su vida puede llevar a la
práctica una orden como la que aquí recibe José.
José está plenamente orientado hacia Dios. Por eso el Padre puede actuar fácilmente y ser
escuchado. Es lo que sucede siempre que una persona está llena de Dios. ¿Cómo expresar una relación tan íntima con nuestro pobre lenguaje? Es la razón de tanto simbolismo en la Biblia.
Pocos pasajes tan fuertes como esta huida de la Sagrada Familia. Un rey tirano y loco hace
huir a la familia que Dios ha elegido para cumplir sus promesas a los hombres.
De Belén a Egipto tenían dos caminos. Uno seguía la costa y era el más fácil y el más
ordinario. El otro se internaba por el desierto, tomando después caminos secundarios que se
adentraban en Egipto. ¿Qué ruta tomaron? Se cree que la segunda, ya que la primera era la más
peligrosa para una huida al estar más vigilada.
El ángel no le indica la duración de la estancia en Egipto. Lo deja en la incertidumbre. Tiene
que limitarse a hacer lo que se le indique en cada momento. Es así como actúa Dios.
¿Dónde se establecieron? No se sabe con certeza. Todas las tradiciones que se invocan están
desprovistas de verdadero fundamento histórico.
Egipto era el lugar idóneo de refugio político. Era provincia romana, gobernada por un prefecto
y fuera de la jurisdicción de Herodes. Eran muy abundantes en él las colonias judías, siempre
prestas a socorrer a sus conciudadanos. En los primeros años de la era cristiana calculaba Filón en un
millón los judíos que vivían en Egipto. Allí pudieron ser atendidos, hablar su lengua y vivir hasta
su regreso.
Otra gran lección para los cristianos, tentados siempre de interpretar a Dios y a Jesús según
los propios intereses, sin ahondar en los planteamientos evangélicos. Para conocer los planes de
Dios sobre el mundo son necesarios la plena disponibilidad, la oración, el estudio de las
Escrituras y el silencio. De todo ello brota la verdadera acción cristiana. Acción que nos llevará
constantemente al estudio y a la oración en el silencio interior, y viceversa. Me parece que a
100
muchos cristianos les falta oración, estudio y silencio. Tienen, quizá, buena disponibilidad y
acción, pero ¿esa acción es la que hace falta en cada momento para que avance el reino de Dios?
2. Crueldad de Herodes
Al cabo de dos o tres días de esperar a los Magos, según lo convenido, Herodes tuvo una de sus
reacciones habituales y brutales. Temió una conjura contra su trono, cuya conservación era su
máxima obsesión, y da la orden de matar a los niños de Belén y sus alrededores. El pasaje está en
relación con el libro del Éxodo (c. 1), en el que el faraón se propone destruir al pueblo hebreo
matando a los varones recién nacidos. Sobre el número de niños asesinados se han dado cifras
fantásticas. Si tenemos en cuenta el número de habitantes de Belén y sus alrededores por
aquellos tiempos (unos mil), un número igual de niños y niñas nacidos y la mortandad superior a la
actual, podemos calcular en unos veinte el número de los asesinados.
La crueldad de Herodes, particularmente al final de su vida, se conoció hasta en Roma. En
sus últimos años mandó matar al sumo sacerdote Hircano II, a tres de sus hijos (Alejandro,
Aristóbulo y Antípater), dio un decreto para que fuesen eliminados los principales de entre los
judíos, decreto que no llegó a realizarse por haber muerto el tirano... El crimen era para él una
medida política normal para mantenerse en aquel trono que, además, era usurpado.
El texto no refleja únicamente lo ocurrido en el momento del nacimiento de Jesús, sino
también la situación en que vivía la Iglesia cuando se escribió el evangelio de Mateo. Una de las
acusaciones que hacían los judíos a los cristianos era que Jesús había practicado la magia que
aprendió en Egipto. El relato lo niega claramente, ya que, aunque era verdad que Jesús había
estado en Egipto, su estancia había sido de recién nacido.
Desde el comienzo de su vida Jesús se enfrenta con el odio, el egoísmo y la avaricia, que
pretenden dominar el mundo. Fue calumniado, perseguido, torturado, asesinado. ¿Por qué? ¿No
habrá algún camino más fácil para los hombres que quieran liberarse del mal que todos llevamos
dentro de nosotros, y que ha cristalizado en la sociedad que padecemos?
Jesús sigue siendo perseguido y asesinado en millones de inocentes en todo el mundo: guerras,
exterminio de pueblos enteros, muertos por el hambre... ¿Por qué? ¿Cómo se llaman los Herodes de
hoy? ¿Cuándo cesará esta lucha del hombre contra el hombre?
Mientras Jesús huye a Egipto, sucumben los niños en Belén y toda la nación llora
desconsoladamente. Es otro símbolo: el pueblo que expulsa a Jesús de su seno es víctima de su
gran error. La matanza de Belén es un signo anticipado de la destrucción del pueblo judío en el
año 70.
Mateo se muestra optimista: la oposición de los poderes enemigos no podrá impedir la
realización de los planes de Dios.
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3. Regreso de Egipto
Al no saber el tiempo transcurrido entre la matanza de los niños de Belén y la muerte de
Herodes, no podemos precisar cuánto tiempo duró la estancia en Egipto de la Sagrada Familia.
Acaso pueda cifrarse en algo más de un año.
"Vuélvete a Israel..." De nuevo el sueño y el ángel para expresarnos la apertura de José al plan
de Dios. La muerte de Herodes es el motivo del regreso. Había muerto poco antes de la pascua del
año 750 de Roma.
Herodes nombró en su testamento a su hijo Arquelao heredero del trono de Judea con el título de
"rey", aunque el César sólo le concedió el de "etnarca". Desde el comienzo de su gobierno,
incluso antes de ser confirmado por Augusto, Arquelao mostró una gran crueldad. Pocos días
después de la muerte de su padre hizo aplastar en el mismo atrio del templo una sedición popular,
causando unos tres mil muertos. Nueve años después fue depuesto y desterrado por Augusto a
causa de sus violencias y a petición de sus súbditos, pasando Judea a ser provincia romana dirigida
por un gobernador.
Esto explica la prudente conducta de José de establecerse en Nazaret, donde ya habían vivido
anteriormente, que estaba en Galilea, gobernada por Antipas, que, a pesar de su sensualidad y
astucia, era mucho más benévolo en su gobierno que los otros dos.
Dios actúa a través de los acontecimientos, con frecuencia crueles y absurdos, de la vida de los
hombres: nace en Belén por una orden del emperador de Roma, va a Egipto por la crueldad de un
rey, vive en Nazaret por los riesgos que podría correr en Belén... Pero de esa forma se va
cumpliendo la palabra divina, contenida en las Escrituras.
Parece que Dios se deja quitar la dirección de los acontecimientos. Impresión que está presente
a lo, largo de toda la historia humana. Idea que no está de acuerdo con la que nosotros nos hemos
formado de Dios. De ahí tantas crisis de fe y tantas supersticiones.
102
En el templo a los doce años
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre,
y cuando terminó se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin
que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se
pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se
volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los
maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
-Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te
buscábamos angustiados.
El les contestó:
-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre
conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los
hombres. (Lc 2,41-52)
Dios se ha revelado en el seno de una familia.
No sabemos mucho de la familia de Jesús. Pero una cosa es segura: Dios quiso que Jesús
naciera y viviera en una familia pobre, una familia obrera. Una familia que tuvo la amarga
experiencia de la emigración y las zozobras de la persecución. Una familia con momentos
extraordinarios, como la presentación en el templo, y luego meses y años de vida sencilla, de
trabajo en Nazaret.
En los medios católicos tradicionales ha habido como una absolutización de la familia. La
familia lo era todo, y en aras de ella había que sacrificarlo todo. Jesús niega con su actuación esta
concepción: la vocación social, política, religiosa, personal... nunca pueden ser absorbidas por el
grupo familiar cerrado.
La evolución actual nos hace comprender mejor la negación del absolutismo familiar. Los jóvenes
reciben fuera de la familia tanto o más que dentro de ella. Reciben fuera, cada vez más, las ideas, la
cultura, la enseñanza, la amistad; incluso el dinero, el alimento y el techo, pues muchos trabajan y
viven fuera de ella gran parte de su tiempo. El grupo familiar queda hoy, en cierto modo,
homologado con los otros grupos humanos. Pero la familia, aunque relativizada, mantiene todo su
valor singular, inintercambiable.
103
1. El otro "nacimiento" de Jesús
"Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua".
La subida a Jerusalén, al templo, estaba prescrita por la ley para las tres grandes fiestas del
año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, y obligaba a todos los hombres, aunque estaban dispensados de acudir los que vivían lejos. Las mujeres y los niños solían acompañarles. Iban en
caravanas de familiares y vecinos.
Jesús se comporta como un muchacho normal de su edad y de su época. Si tenía doce años, le
faltaba poco para ser considerado adulto por el judaísmo, que los admitía oficialmente como tales a
los trece años.
A esta edad, Jesús, partícipe de la sabiduría y gracia de Dios e hijo de padres que vivían
profundamente la religiosidad de la Biblia -manifestada por los profetas- y en el ambiente tan
inquieto políticamente de la Palestina de entonces, se tenía que haber dado cuenta ya de muchas
cosas. La lucha de clases era evidente, lo mismo la opresión y el negocio que ejercían los dirigentes del templo sobre el pueblo.
En esta visita, Jesús comienza el proceso de su nacimiento como hombre responsable en el
mundo, comienza a afirmarse como persona distinta. Es el primer aldabonazo de quien un día
aún algo lejano, va a romper dolorosamente la propia estructura familiar para consagrarse a la
gran familia universal.
Este texto ha servido normalmente a los cristianos para profundizar en la manera de
comportarse Jesús con sus padres y con Dios, en la jerarquía de su obediencia a unos y al Otro.
Sin negar lo anterior, esta narración quizá pretenda ir más allá: Jesús, que partió con su
familia para seguir "la costumbre", no vuelve con ellos. Rompe con la costumbre. Cuando los
padres "se pusieron a buscarlo" empiezan con toda naturalidad "entre parientes y conocidos".
El clan familiar tiene un comportamiento establecido: todos los años van a Jerusalén por la
Pascua. Es "la costumbre" impuesta, reconocida y practicada por todos y en la que Jesús ha
vivido hasta entonces, sometido a ese grupo unido por lazos estrechos de familia.
Cumplidos los doce años, en el momento en que se le propone integrarse en la vida de ese
grupo, adoptando libremente sus costumbres, Jesús se aleja. El gesto es grave: próximo a ser
considerado adulto, y, por tanto, libre y responsable de sus actos, Jesús rompe con la unidad del
clan. La sorpresa es lógica; también la angustia.
Ausente del grupo familiar, Jesús está "en el templo". Su alejamiento de "la costumbre" no le
lleva a prescindir de la ley. Al contrario, manifiesta un gran interés por ella: le encuentran "sentado en medio de los maestros". Hace preguntas e indica algunas respuestas, hasta tal punto que
"todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba". Se palpa
en El un conocimiento claro y profundo de la ley.
104
Al romper con lo establecido, Jesús no ha actuado con ligereza: sabe que la Ley debe ser
interpretada de forma muy distinta.
No se dice de qué hablaba Jesús con aquellos doctores. Sólo se nos dice que los dejaba
"asombrados". Pero ¿de qué iban a hablar más que de la ley, de su interpretación?
Si, años más tarde, el templo va a ser el punto clave de la lucha entre Jesús y los rabinos, se
puede suponer que sus subidas de joven a Jerusalén eran un acumular datos. Años después todo
estallaría con fuerza profética.
"Hijo, ¿por qué nos has tratado así?..." Jesús responde con otra pregunta, en la que nos
indica la conciencia que tiene de ser el Hijo y que marca una cierta distancia de sus padres:
"¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"
¿Qué quiere decir Jesús con su respuesta? No lo sabemos bien. Lo único que está claro aquí es
que las cosas del Padre están por encima de todo lo demás, que esas cosas tienen una prioridad
total, aunque ello suponga sufrimiento a los seres más queridos.
El malentendido entre María y Jesús es total. ¿Qué es lo que tenían que saber sus padres?
¿Quién es este conocedor de la ley que rompe con la ley, este adolescente de doce años que "se sienta" en el templo, este hombre que dice que Dios es su Padre ¿Quién es Jesús?
La afirmación de la filiación divina de Jesús sobrepasa incluso la inteligencia de María,
completamente abierta a la palabra de Dios. Esta afirmación se irá desarrollando y comprendiendo
poco a poco.
Sus padres no entienden. Es lo que nos pasa a todos cuando alguien, responsablemente, rompe
los moldes sociales y religiosos y no sabemos el porqué. Pero algún día se llega a ver claro y se
comprenden muchas cosas si se vive abierto a los acontecimientos.
Hemos de reconocer que a los cristianos, casi en general, nos gusta más el Niño del pesebre: está
allí a nuestra absoluta disposición, le podemos cuidar, acariciar; no nos proporciona ninguna
molestia. Pero este Niño que crece, que camina, ¡nos mete en cada apuro! Nos crea situaciones
incómodas. Se nos puede escapar en cualquier momento. Y con ello nos pone en la obligación de
seguirle, de caminar detrás de El. ¡Con lo bien que estábamos con todo cronometrado, medido,
seguro, fijado!
El ideal para la mayoría sería que se estuviera quietecito, que se conformara con el
cumplimiento de unas normas y ritos.
Dice Lao Tsé en el apartado XXXVIII de su obra Tao Te K i n g :
Perdido el Tao (principio superior), queda la virtud.
Perdida la virtud, queda la bondad.
Perdida la bondad, queda la justicia.
Perdida la justicia, queda el rito.
El rito es sólo apariencia de fidelidad
y origen de todo desorden.
105
A ritos y normas tendemos los hombres a reducir toda relación con Dios. En cumplir ritos y
normas emplean su tiempo y sus esfuerzos la mayor parte de las "fuerzas vivas" de la Iglesia
católica y de las demás religiones.
Jesús quiere meterse en todos los caminos del hombre, tomar parte activa en sus dramas, en sus
mismas ilusiones, en sus mismas tragedias, en sus mismas lágrimas, en sus mismas esperanzas y
alegrías. No quiere ser presa de "la costumbre", de los ritos. Quiere, superando la justicia, la
bondad y la virtud, llegar al "Tao" -a Dios-.
El evangelio, si se mira bien, no es otra cosa que un largo y continuo caminar. Como la vida.
Jesús es Alguien que camina, que jamás está quieto. Los cristianos hemos decidido seguir a
Cristo, hemos hecho de su seguimiento nuestra vocación. ¿Por qué hay tantas vocaciones para no
hacer nada?
Jesús nunca se dejará aprisionar por nuestros esquemas; nunca entrará en la jaula de nuestras
técnicas, de nuestras fórmulas y de nuestros proyectos de apostolado; jamás estará a gusto con
nuestras frías celebraciones sacramentales...
2. Crecer con los hijos
"Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad".
En el oscuro Nazaret se va a ocultar Jesús durante unos veinte años. Va a llegar a la plenitud de
la madurez viviendo sometido a sus padres. Posiblemente sea ésta una de las mayores alabanzas
para ellos y para todos los padres. Si los hijos mayores están a gusto con sus padres, por algo
será.
Cuando Jesús nos habla de Dios como Padre, de la comunicación de amor, de la amistad;
cuando nos dice lo que le ilusiona..., estaría hablando de su propia familia, de la comunión que
existía en su casa de Nazaret, basada en la aceptación y valoración de cada uno.
¡Cuánta influencia de sus padres en el mensaje de Jesús! José y María son ejemplo del paso que
hay que dar de la incomprensión a la comprensión.
María no entiende. La respuesta total no la tendrá más que al final del drama de la vida de su
Hijo. Pero "conservaba todo esto en su corazón". Meditaba todos los recuerdos para encontrar su
sentido, para acoger ese sentido cuando le fuera facilitado; y los unía.
Los padres y los hijos han de esforzarse por entender. Es muy difícil que los padres
comprendan las decisiones de sus hijos cuando éstos deciden caminar con independencia.
Personalmente dudo mucho de la independencia que es individualismo. Creo en la independencia
para la libertad en el compromiso, en el compartir, en la búsqueda..., que será siempre hacia la
comunicación, hacia la comunidad, hacia la familia, hacia los otros.
María supo callar, esperar. Y supo aprender de su Hijo. Lo respetó y de esa forma facilitó la
misión de Jesús.
106
El amor de María fue un amor liberador, capaz de renunciar a los sentimientos primarios o a
los propios proyectos egoístas y posesivos. María supo crecer con su Hijo.
Preguntémonos sinceramente: ¿cómo es nuestro amor para con los hijos? ¿Y para con los
padres y esposa o esposo? ¿Sabemos valorar y respetar a los otros miembros de la familia? ¿Sabemos
callar e interpelar oportunamente? ¿Tenemos conciencia de que los hijos son distintos a los padres
y que también ellos tienen una misión que cumplir? ¿Hemos dimitido acaso de acompañarles y de
crecer con ellos, sin pretender ser como ellos? ¿Queremos que sean personas libres, capaces de
afrontar la vida y el mundo que les ha correspondido vivir, o más bien queremos hacerlos a
nuestra imagen de un modo egoísta? ¿Nos limitamos a criticarles o sabemos también reconocer
nuestras incoherencias y cobardías? Son preguntas difíciles de contestar porque llevan mucho
tiempo y exigen mucha reflexión.
Jesús maduró en familia porque lo amaron con un amor libre y liberador. Y Jesús
correspondió a este amor valorando y respetando el papel de sus padres.
3. Crecer con los padres
"Jesús iba creciendo..." Se repite la frase ya dicha en el versículo 40, y que antes se había
aplicado a Juan el Bautista (Lc 1,80).
Jesús iba descubriendo su camino, sentía necesidad de vivirlo. Pero no rompe con los suyos. El
hombre no puede romper totalmente con la generación anterior. Debe aceptarla como un puente
entre el pasado y el futuro. No podemos empezar todo de nuevo. La independencia personal y el
romper con algunas cosas no excluye el respeto y el agradecimiento al pasado.
Las relaciones interpersonales -la comunicación- siempre han sido y serán difíciles. Pero
son el camino para adquirir una verdadera personalidad, para llegar a ser la imagen y la
semejanza de la Trinidad (Gén 1,26).
La vocación de los hijos es crecer, madurar, independizarse, para poseerse y comunicarse.
Sólo el que se posee puede darse, puede comunicarse. Para ello deben ayudar los padres con su
ejemplo.
"Jesús iba creciendo". ¿A qué puede llegar un niño sin pecado?
Jesús, Hijo de Dios..., ha sido probado en todo exactamente como nosotros,
menos en el pecado. (Heb 4,15)
Al no tener pecado, el desarrollo de Jesús es superior al de todos los demás. Le sucedería lo
mismo a cualquier niño que viviera en sus mismas circunstancias.
"El pecado del mundo" (Jn 1,29) -original- nos va llegando a todos según vamos creciendo.
El ambiente -también el familiar- nos corrompe y nos hace cada día más incapaces de amar.
Sin olvidar el mal que cada uno tenemos dentro de nosotros y que va saliendo a la
107
superficie a medida que crecemos. Por eso nosotros no crecemos como Jesús. ¿Cómo es posible
que de un niño "salga" un adulto? ¿No deberíamos ser mejores según avanza el desarrollo? Y
¿no es lo contrario lo más frecuente?
Jesús crecía "en sabiduría", ahondaba en las causas profundas de todo lo que sucedía a su
alrededor. Y sacaba conclusiones. Nosotros crecemos en conocimientos sueltos que no nos ayudan
-ni queremos- a profundizar en la realidad, que no nos preparan casi nunca para la vida. No
buscamos con ilusión la voluntad del Padre sobre nosotros. Nos encontramos bien en la cultura
burguesa.
Jesús crecía "en estatura". Como nosotros. Para ello basta que pasen los años de desarrollo
dentro de unas condiciones mínimas de subsistencia. Para muchos millones de niños estas condiciones mínimas no se dan, y tienen que pagar con su muerte prematura los egoísmos
inconfesables de la humanidad; egoísmo al que todos contribuimos en mayor o menor medida.
Queremos que en el mundo haya justicia, pan para todos..., siempre que nuestros ingresos
económicos no sufran merma. ¿Es posible la justicia sin quitar a unos para que llegue a todos
los hombres el alimento suficiente y los bienes indispensables para una vida digna?
Jesús crecía "en gracia"; crecía en el amor hacia dentro, hacia el Padre, y hacia afuera, hacia
los hombres. Y se notaba. Para El eran el mismo amor. El amor del Padre era el motor de su
amor al Padre y a los que le rodeaban. Nosotros encontramos muchas dificultades para el
desarrollo del amor dentro de nosotros mismos y en el ambiente que nos rodea.
Cada una de nuestras familias debería ser un lugar de crecimiento. Lo mismo cada una de
nuestras comunidades. Nunca termina este crecimiento en el amor.
Los padres deben aceptar con alegría la mayoría de edad de sus hijos. Han de caer en la cuenta de
que sus hijos también piensan y quieren y buscan. Y deben ayudarles, aunque su camino no
coincida con el de ellos.
A veces los hijos son mudos en casa, porque el diálogo se hace imposible, a no ser que piensen
todos de la misma forma.
Los padres deben aceptar morir como tales para que el hijo tenga autonomía, iniciativa, ser
creador, pueda llegar a ser padre él también. Deben ir dejando de ser padres para convertirse en
hermanos de sus hijos, en compañeros de camino.
La misión de los padres es la de preparar a los hijos para la vida, para que ellos puedan
realizarse libremente como personas verdaderas.
Ser padre es muy difícil, y esto deben comprenderlo los hijos. Ser hijo también es difícil, y esto
deben reconocerlo los padres.
Que los niños crezcan porque hallen en la familia un ambiente de amor, porque lo respiran en
todo lo que se dice y se vive en el hogar. Que los jóvenes crezcan porque hallen comprensión, caminos abiertos, una ayuda que no pide nada a cambio. Que los mayores crezcan porque superen
toda tentación de cansancio, de rutina, de malhumor, de dogmatismo, de seguridad. ¡Ojalá que a la
108
pregunta: ¿qué es el amor?, los hijos pudieran responder: "mis padres"; y los padres: "nuestros
hijos"!
4. Sólo educa el amor que crece y madura
No podemos buscar en la familia de Nazaret un modelo que podamos ahora copiar como si
no hubieran cambiado las circunstancias. Si Jesús no hubiera nacido en Palestina, sino en una
tribu africana, o si hubiera nacido ahora y no en el siglo I, su vida concreta, personal y familiar
hubiera sido distinta. Pero siempre el principio animador hubiera sido el mismo: la fidelidad en
el amor.
No existe "la familia": sólo existen familias. Y no simplemente porque cada familia es un
mundo, sino porque las familias difieren en el tiempo y en el espacio. No podemos mitificar la
familia, como si se tratara de un modelo estático. Al ser una realidad humana, la familia es
cambiante, móvil. Y en nuestros días vive una verdadera crisis de cambio, con roturas y desgarramientos interiores.
Parece que son cambios inevitables, porque responden a una evolución de las estructuras sociales,
económicas, culturales, generacionales.
La familia une al hijo con el pasado para lanzarlo, sin rupturas, hacia el futuro, hacia la tarea de
realizar su mundo según sus propias exigencias.
Los padres tienen que amar a los hijos hasta lograr que éstos lleguen a ser capaces de amar.
Sólo entonces serán adultos. Entonces, ¿cuántos adultos? Al que ama se le pueden soltar las amarras. Puede hacer lo que quiera; siempre que su amor sea verdadero amor. Porque amor se
llama hoy a muchas cosas que no lo son.
Un cristiano ama a los demás por sí mismos, poniendo como modelo de su amor el de Dios; es
decir, trata de amar a los demás como Dios le ama. El amor al prójimo "por Dios" debemos
entenderlo: amar al prójimo como Dios le ama. Lo mismo el padre al hijo. ¿Cómo va a amar
un padre a su hijo por Dios? ¡Lo amará porque es su hijo! Lo que le pide Dios es que lo ame cada
vez más, hasta que llegue a amarlo como El lo ama, con un amor que debe crecer siempre. Hay
mucho egoísmo en el amor del padre y de la madre a sus hijos, a pesar de ser el más perfecto. Dios
les ama siempre más, y a ese amor tienen que tender.
Normalmente, el hijo aprende lo que la familia vive. No se puede dar lo que no se tiene. Ser
padre es contagiar, día a día, en la convivencia cotidiana, lo que se valora, lo que se vive. Pero
¿saben los padres lo que es el amor? ¿Son adultos? ¿Saben amar? ¿Cómo lo demuestran?
En la familia no sólo se heredan los rasgos físicos. En ella se realiza también una
configuración de la personalidad de cada uno.
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Todos los hijos, como una plastilina, hemos salido modelados o deformados en gran parte del
seno de la familia. Sin olvidar la influencia que ejercen la escuela, la sociedad, los amigos, la
televisión...
La familia es el lugar privilegiado para la educación en la justicia y en el amor, en la
libertad y en la verdad, en la paz. O en todo lo contrario.
Los padres y los hijos deben descubrir los valores y el ambiente que han creado alrededor. Lo
mismo hemos de hacer en los grupos que hemos formado y en las comunidades.
Deberíamos sentirnos convocados a romper el estrecho cerco de injusticias que se nos ha
impuesto y empezar o continuar un nuevo estilo de vida. No hablo de rebelión, que es fácil, sino
de una conversión auténtica.
Estamos todos tan radicalmente deteriorados, que sólo si nacemos de nuevo (Jn 3,3), más allá
de la familia, de la carne y de la sangre (Jn 1,13), podemos llegar a ser justos.
¿Están nuestras familias cultivando la justicia o la injusticia? Veamos algunos datos:
Muchas familias están organizadas sobre relaciones de poder y autoridad. ¿Por qué no
resplandece más en nuestras familias el valor del servicio desinteresado? ¿Por qué no hay más
respeto a la autonomía personal? ¿Por qué no se educa al diálogo? Se educa para la dependencia, no
para la libertad responsable.
Muchos padres inician a sus hijos a la posesión, a la acumulación de bienes. Los hijos van
asimilando calladamente la apasionada carrera de sus padres por acumular, por poseer, por ganar
dinero... Y así van inclinando a sus hijos a la injusticia, a la insolidaridad.
Muchos padres inculcan en sus hijos una religión de ritos sin vida, al ser la que ellos
practican.
En muchos hogares se siembra el clasismo. Van haciendo connaturales en el niño los aberrantes
criterios de la clase social; imponen los valores de casta, sus comportamientos, la insensibilidad
ante los demás. Si los padres no descubren a sus hijos la realidad en su conjunto, éstos la
percibirán deformada.
Muchos padres educan a sus hijos para que no arriesguen nada. Así, los hijos se hacen
conformistas, pasivos, sin espíritu creativo y crítico, sin iniciativa. De esta forma las nuevas generaciones se van acomodando al mundo en el que han nacido y se unen para siempre a la cadena de
injusticias.
Con frecuencia, las familias no son más que una yuxtaposición de soledades. Creen conocerse
porque están siempre juntos, mientras que, en realidad, nadie se abre verdaderamente a los demás.
Evidentemente, se quieren, pero con un amor puramente instintivo, animal, en el que las
facultades propiamente humanas -las que hacen posible el diálogo, la comprensión, el apoyo... casi no participan. No se comprenden, no sospechan siquiera que haya algo que comprender en
los padres o en los hijos, en los hermanos o hermanas. La gran mayoría de los desastres conyugales y familiares tienen su origen en la falta de comunicación de los espíritus.
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¿Cómo es posible que en una familia en que se vive el acumular los hijos sean hermanos? ¡Nos
extrañamos de las peleas entre hermanos por las herencias! ¿No nos damos cuenta de que la
familia que queremos es todo lo contrario de los criterios que propagamos y de los
comportamientos que tenemos? Se transmite lo que se es, no lo que se dice si se hace otra
cosa.
Sólo educamos en la justicia si coinciden los criterios y la vida. No es cuestión de hablar de
justicia, de amor, de paz, de verdad..., sino de ser justos, de amar, de construir la paz, de ser
veraces...
Seamos conscientes de la contradicción en que vivimos. ¿No pedimos a los otros -los hijos a
los padres y los padres a los hijos- cosas que nosotros no estamos haciendo? ¿No estáis pidiendo los hijos a vuestros padres que hagan cosas que vosotros tampoco tratáis de hacer? ¿No
estáis haciendo en todo lo que os da la gana? ¿No es igualmente cierto lo contrario? ¡A pesar de
todo esto, pretendemos que la familia sea un oasis, y nos quejamos si no lo es!
Si no somos justos de verdad, estamos en contradicción. Los hijos, lo mismo que los padres,
serán injustos e hipócritas, con capa de bondad y de justicia.
Toda paternidad es un camino de fe y de esperanza en el amor. En familia se ama más de
lo que merece cada uno. No se aman en ella unos a otros porque no se encuentren defectos, porque sean unos y otros los mejores..., sino porque son el padre, la madre, los hijos o hermanos. En
ella se valoran y se experimentan las grandes ilusiones del hombre, como el amor, la comunicación,
la solidaridad.
No basta haber engendrado al hijo. Cada padre y cada madre deben preguntarse hasta dónde
son padre o madre de sus propios hijos. ¡Cuántos padres se limitan a dar a sus hijos el comienzo
de la vida! ¡Cuántos hijos son fruto del instinto exclusivamente!
Muchas madres se contentan con llevar a sus hijos en su seno, alimentarlos, cuidarles la salud,
que vayan bien vestidos..., y se olvidan de aquello que, más que nada, es el signo de la maternidad: hacer que los hijos, pequeños e indefensos, gracias a su ternura, a su entrega, a su ejemplo,
a su fe profunda..., lleguen un día a parecerse a ella, siendo personas adultas, capaces de amar,
dignos, conscientes..., hijos de Dios.
Paternidad y filiación son palabras mucho más amplias de lo que normalmente entendemos.
¿Cómo se puede limitar la paternidad a engendrar al hijo y a trabajar para darle de comer?
Ser padre es dar vida, ser hijo es recibirla. Somos padres en la medida que damos vida a otros y la
desarrollamos. Somos hijos en la medida en que nos dan vida y nos ayudan a desarrollarla.
Por aquí va la paternidad verdadera. A ella pertenece el celibato de las personas que quieren
seguir libremente la opción de Jesús. Opción claramente de amor, de vida en plenitud.
El sacerdocio es sacramento, es signo de la paternidad de Dios en el mundo, del amor
universal del Padre, del Dios amor. Debe realizar su paternidad dentro de una comunidad
cristiana concreta -familia de familias, en la que él es el padre-.
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La familia y la comunidad cristiana son sacramento, son signo en el mundo de la Trinidad,
que es comunidad de amor, y de la que cada uno somos imagen y semejanza. Por ello, los otros
me son necesarios para ser yo mismo.
Jesús, al mandarnos amar sin condiciones, nos libra de todos los pretextos que ponemos para no
amarnos. Necesitamos un motivo absoluto para amarnos: creer unos en otros, fiarnos unos de
otros.
Las relaciones familiares -y comunitarias- tienen que vivirse por cada uno desde un amor sin
límites y con los ojos puestos en la inmortalidad. Porque aunque en la actualidad seamos incapaces de amar de verdad, en plenitud, como querríamos, habrá un día en que será posible que
nos amemos todos en plenitud y para siempre. Un día nos amaremos como desearíamos amarnos
ahora y somos incapaces.
Ese amor pleno y eterno se va construyendo en el aquí y ahora, entre luces y sombras. Si un día
viviremos el amor sin egoísmos de ninguna clase, podemos vivir ya desde ahora este amor en la
esperanza.
Las relaciones familiares y comunitarias adquieren así su profundidad, su verdad. No son ya
un padre y una madre y unos hijos que se aman, sino unos hijos de Dios que se van queriendo
con amor eterno, ilimitado, inacabable. Lo mismo podríamos decir de las comunidades cristianas
en general y de la nuestra en particular.
Cada uno tenemos que ir concretando ese amor, buscando el bien y la realización de los
demás; y realizándonos nosotros de esta forma. ¡Cuántas cosas se logran entender desde el
amor!
Debemos revisar hasta qué punto contribuimos al bien común y al bien de cada persona, hasta
qué punto nos realizamos buscando la realización de los demás. También debemos revisar
nuestra aportación a la sociedad en que vivimos y, a través de ella, en el mundo entero.
La familia y la comunidad cristianas deben abrirse a la familia que formamos todos los hombres
y deben vivir para todos los hombres. De esa forma irán saliendo de ellas las personas que la
sociedad necesita para su transformación.
5. Ayudar y formar, no penalizar
La familia vive hoy cambios profundos y resulta difícil encontrar soluciones válidas. ¡Todo ha
cambiado tanto! Y todos, de un modo u otro, sufrimos por ello: los padres, los hijos, los abuelos... A todos nos resulta difícil saber lo que tenemos que hacer.
Sabemos que no existe una solución prefabricada que se pueda aplicar a todo el mundo.
Todos debemos hacer un esfuerzo por superar las dificultades y llegar a un verdadero diálogo, a un
verdadero entendimiento. Y todos es todos.
112
Y es importante no equivocarnos de problemas y dedicar nuestras energías a cosas que no
son las más importantes. Por ejemplo: la Ley de Divorcio no es el tema más importante que
tiene planteado la familia, como si fuera la solución a los problemas del matrimonio; y es lo que
muchos creen. Mientras no exista una auténtica liberación económica de la mujer, el divorcio
seguirá siendo asunto de gente de dinero, como hasta ahora las separaciones y anulaciones que
hacía la Iglesia. ¿Cómo van a vivir de un sueldo dos casas? La solución verdadera no está en el
divorcio -que a lo máximo que puede aspirar es a ser un mal menor-, sino en un verdadero
noviazgo y en la manera de ser de las personas. Yo creo que muchos hombres y mujeres no son
para casados. Si entendiéramos que el enamoramiento no existe únicamente hacia una persona,
encontrarían muchos por ahí su camino en la vida. Hay que ser capaces de enamorarse de un
noble ideal, de una ilusión, de la vida, de la profesión o vocación personales, de los niños, de la
humanidad. Creo que muchos ideales, ilusiones, profesiones..., son para vivirlos en la soledad o
abiertos a los que nos rodean. Creo que a muchas personas el matrimonio las limita, las
empobrece; mientras que otras no llegan a reunir el mínimo de condiciones para él -los hijos
pagarán las consecuencias-. Algunos han nacido para otra cosa, para vivir en otros horizontes,
en otras dimensiones. Lo veo claro en el sacerdote dedicado a la gente, como opción personal y
libre. Lo veo de alguna manera en otras profesiones: médicos, maestros, investigadores... En la
medida en que la persona se dedique a ellas, le llenarán toda su vida y no tendrá tiempo para
nada más. No es raro, por ejemplo, que médicos dedicados de lleno a su profesión tengan
abandonada la familia.
La solución verdadera está en descubrir, ahondar en el sentido de la vida y en la manera de ser
personal, y buscar la propia realización. Hay que ser -poseerse- para poder darse. Es lo que hizo
Jesús en el seno de la familia de Nazaret. Es lo que vivieron José y María: un matrimonio dedicado
plenamente a colaborar con Dios en el camino de Jesús.
Más importante que el divorcio es que las familias tengan un lugar digno para vivir, trabajo,
escuela para los hijos..., causas de muchos conflictos familiares. Y más importante es ayudar a los
jóvenes a descubrir la importancia que tiene el noviazgo.
Nuestra sociedad tiende a poner parches en la superficie de los problemas. ¿Hay problema
demográfico, o muchos hijos en una familia, o con los hijos se pierde la "línea", o el "ligue" es
esencial a la vida humana...? Solución: aborto y píldoras. ¿Despenalización del aborto? Desde
luego que sí: es una forma de igualar a todas las mujeres. El castigo raras veces es eficaz; lo que
importa es lograr el convencimiento de la persona, que ésta descubra personalmente lo que debe
hacer. La coacción externa no ayuda al hombre a ser persona; la sociedad debía de despenalizarlo
todo y defendernos de aquellos que atacan a los demás. Y formar a las personas en profundidad.
No basta la instrucción escolar.
El hombre debe tratar de vivir a su nivel humano y, desde él, buscar las respuestas a los
problemas. Y de eso estamos muy lejos. Porque el hombre es más dar que recibir; es amor más
113
que egoísmo; es libertad, no esclavitud ni placer; es desprendimiento, no acumulación; verdad, no
mentira; comunicación, no aislamiento; tiende a la plenitud y a la eternidad, sin limitación alguna; tiende a Dios, del que es imagen y semejanza, del que es hijo.
¿Por qué una persona no descubre su camino -su vocación- fuera del matrimonio? En el
mundo absurdo en que vivimos, tan erotizado, este planteamiento se puede considerar cosa de
locos. De un mundo en que el amor es placer, ¿qué se puede esperar?
114
La predicación de Juan Bautista
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea
predicando:
-Convertíos, porque está cerca el reino de los Cielos.
Este es el anuncio del profeta Isaías diciendo:
"Una voz grita en el desierto;
preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos".
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y . miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del
Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les
dijo:
-Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira
inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones pensando: "Abrahán es nuestro padre",
pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas
piedras.
Ya toca el hacha la base de los árboles; el árbol que no da buen fruto
será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás
de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego.
El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga. (Mt 3,1-12)
Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Está escrito por el profeta Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti para
que te prepare el camino".
Una voz grita en el desierto: "Preparadle el camino al Señor, allanad sus
senderos".
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran
para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén,
confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y
se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
-Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco
agacharme para desatarle las sandalias.
Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
(Mc 1, 1-8)
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato
gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey
de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio
de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el
desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de
conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los
oráculos del profeta Isaías:
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"Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido
se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios".
Muchos iban a que Juan los bautizara; y les decía:
-¡Camada de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo
inminente? Producid el fruto que la conversión pide y no os hagáis ilusiones
pensando: "Abrahán es nuestro padre"; porque os digo que de estas piedras
Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. El hacha está tocando la base de los
árboles: y el árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.
La gente preguntaba a Juan: -Entonces, ¿qué hacemos?
El contestó:
-El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el
que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
-Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
-No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
-¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
-No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino
contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería
Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
-Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu
Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su
trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la
Buena Noticia. (Lc 3,1-18)
1. “El hecho Jesús” es evangelio para nosotros
El segundo evangelio se abre con una frase que le sirve de título: "Comienza el
evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios".
La primera palabra -"comienza"- está llena de resonancias bíblicas, aunque
siempre tengamos la tentación de pasarla por alto. No se trata únicamente del comienzo
del libro, sino del comienzo de una historia nueva: la del evangelio de Jesús, rey mesiánico,
iniciador del reino de Dios; el comienzo de la historia del Espíritu.
El evangelio tuvo un comienzo, recorrió el camino de la semilla que se convierte en
árbol. El reino de Dios no se estableció de golpe; el Mesías no se presentó como un
relámpago que de repente lo transforma todo. Hemos de hablar de un comienzo, de una
presencia humilde, de un desarrollo que sólo al final aparecerá en toda su plenitud.
Pero eso no es todo. La palabra comienzo no dice referencia solamente al futuro; dice
también referencia al pasado e indica ruptura con el mismo. Marcos sabe que comienza
algo nuevo respecto del Antiguo Testamento y respecto a la historia y esperanzas de los hombres.
La alegre noticia de Jesús no brota de la historia ni se explica sólo por ella, como si fuera el
116
resultado lógico de su desarrollo; Jesús es la irrupción en el mundo de la novedad de Dios. Es
una noticia esperada, deseada, pero al mismo tiempo inesperada y sorprendente.
La palabra "evangelio" se usaba para indicar la noticia de una victoria llevada a cabo por el
emperador. Este lo reunía todo en su persona, era algo divino y extendía su poder sobre hombres y
animales. Cuando el autor emplea esta palabra está diciendo algo muy concreto para aquellos
lectores de Roma y alrededores: está presentando a Jesús al mismo nivel que el emperador y atribuyéndole los mismos honores. Si Jesús tiene "su evangelio", quiere decir que es una
encarnación de Dios, que lleva consigo la salvación del mundo y que ofrece a los hombres la
superación de sus penas y el itinerario válido para el Reino.
Cuando Marcos escribe su obra, la palabra evangelio no indicaba sólo el anuncio del Reino
hecho por Jesús; señalaba más ampliamente el anuncio de Jesús repetido por la Iglesia, actualizado y difundido por el imperio romano a través de la predicación. El término tenía, por tanto,
una dimensión eclesial y misionera.
A través de la reflexión de las comunidades, el término evangelio se había ido concretando y
profundizando: no indicaba solamente el anuncio hecho por Jesús, sino "el hecho Jesús". Se
había comprendido que la alegre noticia era el mismo Jesús.
Por esta razón, la Iglesia no se limita a repetir su predicación: hace de su persona e historia el
objeto del propio anuncio. El evangelista sabe que, para conocer a fondo el evangelio, es necesario volver a sus fuentes, a su origen, captarlo en su momento inicial. La predicación tiene que
recurrir constantemente a la historia de Jesús de Nazaret; la Iglesia tiene que meditar siempre
sobre El para comprenderle y comprenderse a sí misma; sobre El tenemos que modelar nuestra
existencia cristiana día a día. Porque El, y sólo El, es el cristianismo.
El evangelio, la alegre noticia que nos llena de gozo y de esperanza, es Jesús, su persona, su
historia, su predicación. Podemos traducir: comienzo de la alegre noticia que consiste en el hecho de
que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Hijo de Dios, la plenitud humana.
Todo el evangelio de Marcos se va a dedicar a mostrarnos pacientemente que Jesús es el
"Hijo de Dios"; a hacernos comprender a qué precio podemos adherirnos a esta fe; a revelarnos
los cambios que hemos de introducir en nuestras vidas por el hecho de aceptar la fe en
Jesucristo, Hijo de Dios.
Jesús es el Hijo de un Dios que ama al hombre entero -cuerpo y espíritu- y que se
revela en el amor.
Marcos no se limita a presentarnos a Jesús como Hijo de Dios. Quiere demostrarnos que el
hecho de que Jesús sea Hijo de Dios es evangelio para nosotros; es una buena noticia esperada y
sorprendente a la vez. Jesús no es un Hijo de Dios para El, sino para nosotros. En el hecho de que
Jesús sea el Hijo de Dios está encerrada nuestra liberación y esperanza.
En definitiva, la alegre noticia consiste precisamente en la continuidad entre Jesús de
Nazaret y el Señor resucitado: lo sucedido en El nos sucederá a todos los hombres.
117
Si el Hijo de Dios se hubiera manifestado en las formas espléndidas del emperador, no
habría sido una alegre noticia: no habría sido ninguna novedad, ninguna liberación ni esperanza. Y
si la historia de Jesús se hubiera acabado en la cruz, tampoco habría sido una alegre noticia:
habría sido una prueba más de que el amor siempre es derrotado, que la esperanza de los humildes y de los pobres es inútil. La alegre noticia -evangelio- está en el hecho de que Jesús de
Nazaret, el crucificado, ha resucitado (Mc 16,6), es el Hijo de Dios, es el Señor.
Es necesario mantener siempre unidos estos dos aspectos de Jesús: hombre y Dios, crucificado
y resucitado, Jesús de Nazaret y Señor. En esta unión es donde está la Buena Noticia.
2. Panorama político en el que aparece Jesús
El evangelio es un mensaje histórico y relacionado con la historia de los hombres. Para
comprenderlo es necesario situarlo en el contexto político de su época, como hace Lucas (3,1-2).
Los años que transcurren durante la vida de Jesús y el desarrollo del cristianismo primitivo
son muy críticos y dramáticos para el pueblo judío. Palestina había caído en poder de los romanos
(años 65-63 antes de Cristo) y declarada provincia romana en unidad con Siria. Pero los judíos no
aceptaban esta dominación, cuyo signo era el pago del impuesto por medio de los publicanos,
originándose una sorda resistencia que degenerará en la rebelión y el desastre final de la
nación el año 70 de nuestra era.
La esperanza de un mesías político que liberara a la nación de esta dominación coincide con la
presencia de Jesús, que se verá envuelto en un proceso religioso-político, que terminará con El en la
cruz.
Hacia el año 37 antes de Cristo, Herodes el Grande, que era de Idumea (pueblo al sur de
Judea) y, por tanto, extranjero, obtiene de Roma el título de "rey" y gobierna despóticamente
hasta el año 4 antes de Cristo. (Como Jesús nació durante su mandato, tendría de cuatro a seis años
más de los "treinta" (Lc 3,23) que se le atribuyen cuando comenzó su vida pública.)
Antes de morir, Herodes reparte su reino entre sus tres hijos: Arquelao, Herodes Antipas y
Filipo. Arquelao hereda Judea, Samaria e Idumea. A causa de su crueldad, Roma lo destituye y
coloca en su lugar a un procurador romano, dependiente de Siria. Herodes Antipas hereda Galilea y
Perea. Será depuesto y deportado el año 39. Filipo gobernará la zona de mayoría pagana, por lo
que se mezclará muy poco en las cuestiones judías. Es el único que ejerce su mandato hasta su
muerte (año 34).
Los sacerdotes, conductores religiosos del pueblo, formaban una verdadera casta cerrada,
dirigidos por el sumo sacerdote, figura clave y muy mezclada con la política. El evangelio nos
recuerda dos nombres: Anás, que ejerció sus funciones de los años 6 al 15; Caifás, su yerno,
entre los años 18 y 36.
118
El Sanedrín, creado unos dos siglos antes, era el Tribunal Supremo de justicia, compuesto por
setenta miembros, sacerdotes y civiles. Estaba dirigido por el sumo sacerdote y se subdividía en tres
grupos: los sumos sacerdotes y los jefes de las familias sacerdotales; los ancianos, que constituían la
nobleza civil, y los escribas o doctores de la ley. Ejercía una especie de gobierno interno de los
judíos dentro de ciertas normas fijadas por Roma.
A nivel político, los judíos se agrupaban en cuatro partidos, con posiciones muy distintas
respecto a las relaciones con Roma.
Los fariseos -conservadores- formaban el partido más numeroso y de arraigo popular.
Con mentalidad esencialmente religioso-política, eran instruidos y devotos cumplidores de toda la
Ley, a la que habían añadido infinidad de prácticas que, muchas veces, ocultaban una profunda
hipocresía (Mt 23). Eran nacionalistas, enemigos declarados tanto de los romanos y del tributo
como de los reyes extranjeros de la dinastía herodiana. Después de la destrucción de Jerusalén,
seguirán orientando al pueblo disperso en las sinagogas.
Los saduceos -liberales- constituían el partido de los sacerdotes y seglares aristocráticos y
terratenientes. Dueños del poder, eran partidarios del pacto con los romanos. Lograron evitar las
insurrecciones hasta el año 66, en que fueron desbordados por la revuelta. Tras la destrucción de
Jerusalén perdieron definitivamente su influencia. En el aspecto religioso eran poco propensos a los
dogmas, aceptando solamente la ley escrita en el Pentateuco.
Los herodianos -monárquicos- eran un grupo minoritario, amigos y partidarios de los reyes
de la línea de Herodes y opuestos a toda sublevación contra Roma.
Los zelotes -movimiento de resistencia armada- estaban en permanente lucha contra los
romanos. Actuaban en la clandestinidad en forma de guerrillas. Tenían mucha fuerza, sobre todo en
Galilea, patria de casi todos los apóstoles. Parece que alguno de ellos procedía de este grupo.
Desataron la guerra abierta a Roma el año 66, siendo derrotados.
Es fácil comprender la delicada situación de Jesús en un panorama político tan complejo y
propenso a la guerra liberadora bajo la dirección del "mesías", cuya expectación estaba muy extendida entonces. Desde un comienzo, el cristianismo se encuentra bajo el signo de la confusión
entre la liberación político-religiosa y la liberación interior, propiciada por Jesús, que no se
inmiscuye en las opciones políticas de sus seguidores, pero que separa sin ninguna duda ambos
terrenos. Todo esto explica el que Jesús evitara el título de Mesías y prefiriera el de Hijo del Hombre, y que tardara tanto en ser comprendido por sus discípulos más íntimos.
Existían otros tres grupos relacionados con el evangelio: los esenios -monjes judíos-, que
vivían en comunidad y llevaban una intensa vida ascética; los samaritanos y los gentiles -no
judíos-.
119
3. Los protagonistas de la historia
La historia, la que está en los libros y se aprende en las escuelas y universidades, es la de los
vencedores; y la de los reyes, presidentes y papas. Con su poder logran que la historia se escriba
a su gusto. Tenemos en España un hecho reciente con el franquismo y la guerra civil. Los
vencedores y reyes figuran como protagonistas, aparecen como autores de grandes gestas. La misma historia de la Iglesia se limita, casi en general, al estudio de los sucesivos papas. Los vencidos
sólo figuran como fondo, para resaltar la "grandeza" de los vencedores, aunque tuvieran razón.
Y el gran vencido, hasta la fecha, ha sido siempre el pueblo, la clase social pobre, la base: las
guerras las preparan los poderosos para defender sus intereses y privilegios -siempre contrarios a
los del pueblo-, y en ellas los que mueren son del pueblo, la "carne de cañón".
Así, el verdadero protagonista de la historia, el autor de todos los verdaderos grandes
acontecimientos, el pueblo sencillo trabajador y luchador, aparece sólo como comparsa de los que
por la fuerza bruta -normalmente- se han apoderado del poder o han llegado a él
democráticamente.
Cuando Lucas quiere situar en la historia a Jesús, comenzando por situar a Juan Bautista,
que le sirve de entrada, lo hace de la forma usual entre los escritores de su tiempo, servidores más
o menos conscientes del poder establecido, que consiste en dar una pequeña lista de los vencedores
de entonces, de los que mandaban e imponían su parecer, de los que tenían el poder en sus
manos y deslumbraban a las miradas poco profundas. Es la manera burguesa de ver y de
escribir la historia.
Lucas sitúa dentro de la historia universal los acontecimientos que va a relatar. Situándolos en
la historia universal, nos indica que estos acontecimientos interesan a toda la humanidad, que la
Persona de Jesús de Nazaret concierne a todos los hombres, que todos debemos interesarnos en
El o que, por lo menos, todos estamos invitados a hacerlo.
Lucas incluye, en un cortejo solemne, a todos los grandes dictadores romanos y judíos del
tiempo de Jesús. Sin olvidar a Anás y Caifás, sumos sacerdotes, pertenecientes a una de las
familias más ricas de Jerusalén. Y a todos los subordina a la acción modesta y eficaz de Dios.
Realmente un cuadro sombrío. Los podemos imaginar, aunque nunca estuvieron todos juntos,
en la tribuna presidencial de algún desfile o acto oficial o religioso.
"En el año quince..." Tiberio... Herodes... A ninguno se le presentó la palabra de Dios.
Estos "grandes personajes" vivían en las ciudades y ejercían su poder desde ellas. Están muy
instalados, incapacitados para entender algo que merezca la pena. Anás y Caifás... Lo lógico sería
que a ellos viniera la Palabra... Pero no, ya lo saben todo y, por ello, no esperan nada.
Los planes de Dios son otros, su historia sigue otros caminos. No estaría mal que los cristianos,
tan dados al triunfalismo y al culto a la persona, nos convenciéramos de ello y obráramos en
consecuencia.
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Dios comunica su Palabra a quien quiere. Esta llega por caminos de encarnación y desde los
pobres de la tierra. A ninguna de las personalidades reconocidas y respetadas se dirigió Dios. ¿Por
qué va a ser distinto ahora, siendo las condiciones tan semejantes?
4. Juan predica en el desierto
La palabra de Dios nace de dentro, es un don del Padre. Para descubrirla es necesaria la
oración. En ella podemos penetrar en esas "regiones" donde habita Dios; en ella vamos
construyendo nuestra verdadera vida de paz, de alegría, de amor, de lucha..., sean cuales sean las
circunstancias en que nos hallemos. Es en esos momentos de oración, en los que aparentemente
nada sucede, donde el hombre se va construyendo interiormente. Para el creyente, orar es
penetrar en el espacio de Dios -un Dios cercano, que está en nuestro interior más íntimamente
que nosotros mismos, que está interesado en nuestra vida y en nuestros problemas-, es
sumergirnos en la fuente de la vida y de la alegría, es recuperar siempre la paz, es acceder al
lugar donde todo adquiere consistencia y sentido.
La oración no significa pasividad ni evasión de responsabilidades. Nos lo recuerda Juan
Bautista con su vida.
¿Quién es Juan Bautista? Es un hombre que busca, porque está insatisfecho de sí mismo y de la
sociedad en que vive. Un hombre íntegro que se jugó la vida por una causa, a pesar de sus dudas y
temores. Un profeta, el mayor de todos: austero, inquieto, que gritó a todos sus simples y
estridentes verdades. Un hombre al que le preocupaba la vida de su pueblo, oprimido religiosa y
políticamente, en una época en que los intereses de algunos se hacían pasar por intereses de Dios
-¿nos suena?-.
Juan es un hombre del "desierto": todo lugar árido y poco habitado.
En el desierto tenían su lugar todos los grupos que rehusaban el poder establecido en Jerusalén
y en el templo. Se esperaba que de él vendría el Mesías. Era el lugar del encuentro con el Dios
liberador, de organizarse junto a El.
Para los esenios, que querían manifestar su rechazo a todo el sistema establecido buscando
una vida comunitaria, silenciosa, dedicada a la oración y al trabajo, preparando así la venida del
Mesías justiciero, el desierto era el lugar ideal para su retiro, el lugar del combate personal y
comunitario contra todo lo que pervierte el corazón del hombre.
Para los zelotes, decididos a la lucha armada contra los romanos invasores y los judíos vendidos
a ellos, el desierto era un buen lugar de escondite, de reunión y de reflexión. Allí se llenaban del celo
de la ley, que era una ley de justicia y liberación.
A Juan Bautista, hombre del desierto, hombre solitario que vivía lejos de los centros de poder y
de las cátedras de la ciencia, que no era brillante en nada, le llega un mensaje de Dios. Y escuchó y
121
acogió ese mensaje, que fue creciendo en él hasta convertirse en el objetivo de su vida. Se pone a
hablar públicamente en nombre y por encargo de Dios. Es un profeta; por eso no murió en la
cama. El opresor le cortó la cabeza por decir la verdad, que es lo que más nos molesta a todos.
Así mueren los verdaderos profetas: bajo el hacha, en la cruz, acribillados a tiros o dejados de
lado para que se pudran en la marginación. Pero también por ser profeta sus palabras llegan
todavía a nosotros después de dos mil años. Surge del único sitio posible.
En nombre y por encargo de Dios también hablaban Anás y Caifás y todos los que les
rodeaban. Cada vez que aparece la palabra "Dios" deberíamos reflexionar: ¿de qué Dios se
habla? ¿Qué características tiene?
Juan es levita, debía estar en el templo. Pero Juan no es hombre de templos, sino de desiertos,
la región preferida de los ascetas. Juan ha orientado su vida bajo el signo de la austeridad y
convoca al pueblo al desierto. Desea la transformación radical de la sociedad. Transformación que
consistirá en "elevar" lo pequeño y en "descender" lo grande, consistirá en la necesaria desaparición de las clases sociales. Recibió el mayor elogio de Jesús por valiente (Mt 11,11).
Juan predica en el desierto. Retira a la gente de la ciudad para tomar distancia de la vida que
oprime y poder así verla mejor. Obliga a la gente a mirar su propia vida y su propia historia
desde el desierto: sin prejuicios, sin defensas, sin intereses bastardos. En el desierto el aire es
limpio, transparente, sin los humos de los egoísmos y de las violencias. En el desierto el hombre
se enfrenta consigo mismo.
"Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". ¡Qué desniveles más profundos en
nuestro mundo! ¿Quién podrá allanar estos caminos para que sean de salvación? Los fariseos -los
de ayer y los de hoy- exigen un cambio, pero siempre dentro del esquema actual, al que no tocan
para nada. Todo cambio lo transforman en un adecuarse más y mejor al sistema, cuyas leyes fijan
hasta el último detalle. Cambian lo externo: algunas fórmulas y ritos de los sacramentos, la edad de la
confirmación..., pero el corazón del "creyente" sigue ajeno al seguimiento de Jesús. ¿De qué sirve
el cumplimiento de ritos y leyes si el corazón está lejos de Dios? (Mt 15,8).
Las imágenes, poéticas, son expresiones tomadas de la realidad del desierto y del camino:
montes, colinas, valles, terreno escabroso... Son para nosotros las estructuras del mal, de la opresión, de la injusticia. Son el pecado, la ambición, el orgullo, el egoísmo... Cosas todas ellas que
tienen que cambiarse si creemos de una forma eficaz en Jesús. De lo contrario, la fe sería inútil.
Solamente en medio de las preocupaciones, las luchas y las alegrías de cada día podemos seguir
el camino de Jesús; y es únicamente valorando las cosas verdaderas de la tierra --como Jesús las
valoraba y nunca con otros criterios- como tendremos el corazón puesto en las cosas de Dios.
En el desierto se prepara Juan para su misión. Lejos de los hombres, en la proximidad de
Dios, va descubriendo su quehacer futuro.
En Israel, el sacerdocio se propaga por generación; correspondía a la tribu de Leví. Juan es
sacerdote como su padre, pero realizará este servicio de modo muy diferente que Zacarías.
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Tengo la impresión que el sacerdocio actual está demasiado cerca del sacerdocio que se
practicaba en el templo y del que también prescindió Jesús, único sacerdote según la carta a los
Hebreos.
Juan y Jesús son profetas, especie rara entre nosotros, en que es enorme el peso de las
costumbres. Es cómodo vivir rodeados de cosas, hábitos y modos de actuar que llegamos a
considerar intocables. En nuestro trato con los demás nos rodeamos de unas normas, llamadas de
educación, que nos defienden de los otros y nos permiten hacer nuestra vida; de unas ideas,
normalmente poco fundamentadas y que nunca ponemos en crisis, que son todo nuestro bagaje
intelectual. Desde esta posición lo juzgamos todo.
Este modo de vivir nos da seguridad. Y para mantenerla somos capaces de sacrificar todo
anhelo de superación personal y de deseo de verdadera comunicación con los demás. Por ejemplo:
ahora se presume de ser libres en las modas, en las diversiones, en las opciones... Pero ¡qué raro!:
todos hacemos lo mismo (todos, no; la mayoría).
Todo lo que ponga en peligro nuestra seguridad nos molesta. Nuestro mayor deseo es la
continuación tranquila de este nuestro "ir tirando".
No, ¡no queremos la transformación del mundo ni la de nosotros mismos!
Parece que el evangelio nunca se ha encarnado profundamente en alguna parte, a pesar de
llevar veinte siglos llamándonos cristianos -con excepción de los primeros siglos-. ¿Dónde y
cuándo se puede decir que las opciones humanas se han inspirado en las bienaventuranzas? Estas
van a contrapelo del hombre superficial de toda época. Pero conectan con las ilusiones humanas más
profundas. Hemos convertido el cristianismo en una religión más, preocupada por los dogmas, por la
ortodoxia, por el culto y por la autoridad, pero no por la vida concreta de los hombres que
viven a nuestro lado.
El cristianismo no es una religión más, ni una ideología, ni unos dogmas..., sino una persona:
Jesús de Nazaret, que fue asesinado y resucitó, y está en el mundo encarnado en todos los
hombres. Por ser una persona viva, no la podemos "meter" en ningún molde prefabricado.
Tenemos que irlo descubriendo y encontrando para seguir buscándolo en las personas y en los
acontecimientos de cada día. Y esto mientras nos dure el aliento, hasta que nos encontremos con El,
cara a cara, en su Reino, que es un don de Dios, pero a cuya conquista tenemos que colaborar
con nuestro esfuerzo y trabajo.
5. La difícil conversión
"Convertíos..." El hombre moderno apenas tiene conciencia de conversión a Dios, en cuanto
significa disponibilidad radical y renuncia total a sí mismo.
Observemos las estructuras laborales, educativas, familiares y sociales que nos rodean y en las
que nos movemos cada día. Mirémonos a nosotros mismos con una mirada honesta y objetiva. En
123
su necesidad de llenar la vida, el hombre actual recurre a la droga, a la violencia, a la
pornografía... Un hombre que habla más que nunca de libertad está embarrado en la mayor
de las esclavitudes: imita todos los gestos del amor, pero sin amor; imita todos los gestos de la
alegría, sin alegría; se hace masa, se llena de ruidos, de diversiones prefabricadas, para olvidarse de
su soledad y vacío. Intenta saciar en todo esto su sed de infinito, de nostalgia, de verdad y de
comunión.
¿Podemos decir que no es actual para nosotros el "convertíos" de Juan?
El tema de la conversión es central en la predicación de Juan y Jesús. La opción al reino de Dios
invita al despojamiento total de sí, a la renuncia a toda forma de orgullo, a seguir dócilmente los
impulsos del Espíritu. El hombre que quiera seguir a Jesús está llamado a hacer un vacío en sí
mismo, a perderse de alguna manera. Sólo así podremos poner en práctica el mandamiento nuevo
del amor sin fronteras, en el que se identifican el amor a Dios y al prójimo.
El término conversión supone aceptar que nos hemos equivocado de camino, reconocer nuestros
límites y encomendar a Dios el cuidado de salvarnos-liberarnos. No se trata de un simple remordimiento de conciencia, de lamentar el pasado, sino de un compromiso positivo en dirección al
camino ofrecido por Dios.
"Convertíos": cambiemos de mentalidad y la orientación de la vida, revisemos la escala de
valores que nos llevan a actuar, derribemos todo lo que nos separa de los demás. El hombre que
se convierte a Dios es restituido a la verdad de su condición humana. El centro de la conversión
es el reino de Dios, no las estructuras en las que pretendemos encerrarlo. Una conversión que la
Iglesia parece incapaz de lograr dentro de sí misma. Y sin ese cambio, la religión acaba
inexorablemente transformándose en una estructura de poder, que hace ciegos y sordos a los gritos
de los pueblos explotados, para evitar el riesgo de compartir su misma suerte. Es preferible seguir
aliados con los opresores, porque siempre se puede sacar algún provecho de ellos.
"Está cerca el reino de los cielos", que pone en crisis nuestro modo de vivir. Está cerca, tan
cerca que lo tenemos dentro de nuestro corazón (Lc 17,21).
Juan y Jesús anuncian el Reino como lo absoluto, a lo que debemos supeditar todo lo demás.
Pero ¿qué es el reino de Dios?: no es eso que nosotros queremos que sea para no tener que seguir
buscando más; no es lo que estamos viviendo tan seguros y satisfechos; no es la Iglesia con sus
esquemas y derechos canónicos; no es el "humanismo cristiano" del que tanto les gusta hablar a
los políticos de derechas... El reino de Dios es lo que está siempre más allá de lo que vivimos y a lo
que aspiramos. Exige una conversión y un caminar constantes.
Juan en su predicación sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Predica un
Mesías justiciero... y se encuentra con un "pobre y humilde de corazón" (Mt 11,29). Y queda
desconcertado. Y tiene que mandar a Jesús unos discípulos a preguntarle si es El el Mesías o
tiene que esperar a otro (Lc 7,20). Y encima es encarcelado y decapitado por el capricho de una
niña "bien". ¡Caminos de Dios! Destino de los que se atreven a seguir a Jesús de cerca.
124
¿Serán las dificultades de la vida, surgidas de la lucha, una pista para discernir de alguna
manera si seguimos o no a Jesús?
Nosotros no nos desconcertamos ante Jesús. ¡Nos conocemos desde pequeños! Y ahí está
nuestro peligro... y nuestra suerte: la cruz -consecuencia de una vida según el plan de Dios- no
nos caerá encima.
La austeridad y el contenido de la predicación de Juan nos hacen descubrir que no es
suficiente la religión formalista ni el linaje... La buena nueva se debe notar por una conversión
nacida del fondo del corazón del hombre.
El que no tenga un compromiso concreto y serio en la vida no puede ir entendiendo el
evangelio, porque a Jesús lo va encontrando el que lo busca trabajando en la transformación de
la humanidad. Esa es la clave de interpretación.
¿Qué hubiéramos opinado nosotros de Juan si viviera ahora? ¿Habríamos aprobado su
ruptura con la sociedad, con la religión establecida, con los hábitos de comida y vestido de su
época? ¿Nos habríamos unido a aquel contestatario, que ponía en crisis todo el montaje de
nuestra vida cómoda y sin compromiso, en que los valores que estamos buscando -lotería,
quinielas, buena posición económica y social...- son opuestos a los que Juan y Jesús vivieron y
predicaron? ¿No le hubiéramos preguntado por qué no podía vestirse como los demás, vivir como
los demás, ser sacerdote como los demás, hacer todo como los demás..., seguir el ritmo cansino de
los sumos sacerdotes y de las autoridades civiles?
"Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se
alimentaba de saltamontes y miel silvestre". El estilo de vida de Juan, su vestimenta y su
alimentación han impresionado a Mateo y a Marcos.
Juan intenta descubrir a los hombres -descubrirnos- la vida verdadera que ha olvidado la
sociedad.
Los profetas de ahora tratan de hacernos descubrir la vida que trajo Jesús y que ha
aplastado nuestra civilización del consumo y de la violencia y nuestra religión de rutina.
Gracias a Jesús, Juan nos aparece ahora como un gran profeta. Juan fue avalado por Jesús.
No faltan ahora los profetas, los que intentan romper con el desorden establecido,
denunciándolo con valentía. Pero ¿dónde encontrar a la persona capaz de expresar toda la riqueza
que lleva consigo ese inconformismo?
Las personas acomodadas -en nuestra sociedad suelen llamarse cristianas- se quedarían
sorprendidas al ver de nuevo surgir de ese ambiente tan poco recomendable a la mayoría de los
discípulos de Jesús. Piensan que aquello sucedió hace muchos siglos y que ahora sería distinto.
Son demasiado clasistas y tienen demasiadas cosas que defender para poder entender una palabra.
¿Nos damos cuenta de que continuamente está brotando de las páginas del evangelio de Jesús el
Magnificat de María?
125
Sólo aquel que esté dispuesto a responder desde lo profundo de su vida a la llamada de Dios, sólo
aquel que viva abierto a lo que Dios le pueda pedir, sin querer defender nada personal, sólo ése irá
entendiendo y comulgando con esta gran esperanza que trastoca todos nuestros pensamientos.
La voz del Bautista es incómoda: nos invita a un cambio de mentalidad y de vida, nos invita a una
opción. Por eso es raro el que la escucha y la pone en práctica. La dejamos escapar. Tenemos
demasiadas cosas que hacer: puestos influyentes, posesiones, asegurar nuestro futuro y el de
nuestros hijos, quedar bien... Hasta la misma "profesión" de proclamar la palabra de Dios se convierte en pretexto para no escucharla.
La salvación viene siempre de una palabra de Dios. Pero es preciso verse reducido al vacío, a la
soledad, al destierro, a la miseria más absoluta, para apoyarse sin condiciones en esa palabra de
Dios. Estamos demasiado llenos y contentos de nosotros mismos para abrirnos a la esperanza del
Padre.
La predicación de Juan nos llama a volvernos a Jesús, a convertirnos. Pero tenemos que
reconocernos ciegos, sordos, paralíticos, para poder verlo, oírlo y caminar con El.
Los sanos, los "decentes"..., se quedarán siempre insensibles; nunca entenderán nada.
El desierto, donde Juan recibió y comunicó su mensaje, es el símbolo de la pobreza que debe
tener el hombre que se acerca a Jesús. Sólo desde los pobres puede seguir viniendo la salvación de
Dios.
6. Convertirse es descubrir otras dimensiones
No se puede escuchar la buena noticia sin haber hecho antes penitencia, como no se puede ser
libre sin haber roto antes las "cadenas"; ni podemos vivir de verdad sin haber madurado en el
sufrimiento. Para llegar a la verdadera vida es necesario pasar por la conversión; y Juan Bautista lo
sabe. Una conversión que no se centra en ayunos y abstinencias. Juan, en la mejor línea profética, sólo
exige justicia y amor. No ayunar, sino compartir; no llorar, sino cambiar; no lamentarse de que todo
está mal, sino luchar para que todo esté bien...
Tenemos que escuchar la palabra de los profetas, palabra dura, y ponerla en práctica, para llegar
a la vida. El profeta habla de despojo y comunión, de respeto y justicia, de amor y de un bautismo de
"Espíritu Santo y fuego".
Pero los hombres somos seres muy extraños: discutimos, nos peleamos por conseguir lo que la
sociedad nos presenta como nuestros bienes. ¡Sin sospechar que existen innumerables bienes mucho
más verdaderos! Bastaría un poco de fantasía y de esfuerzo para comprobar que la vida no se acaba ni
se realiza en esos bienes; para descubrir que no son ni bienes. ¡Cuándo descubriremos que lo que
realmente merece la pena no se compra con dinero: el amor, la libertad, la paz, la justicia...! ¡Son
gratis!
126
Y, sin embargo, enfrentamientos alrededor de los mismos "pozos": poder, tener, valer, subir,
gozar, aparentar, dominar, recibir... Descuidando todo lo demás. ¡Así nos va!
Los hombres somos animales de costumbres, tropezamos todos en los mismos escollos, estamos
convencidos del vacío de muchas cosas que intentamos en la vida -lo vemos claro cuando
reflexionamos o esas cosas nos van mal-, y seguimos obrando lo mismo. Y así, no hacemos más que
lamentamos: "¡No sé para qué vivimos!, ¡es mejor no pensar!, ¡he perdido la alegría y la
ilusión!..."
Haber perdido la alegría y la ilusión no es un desastre irreparable. ¡Hay tanta alegría e ilusiones
inutilizadas por ahí que nadie quiere! Basta empeñarse un poco en buscarlas.
Algún día -la mayoría después de su muerte- nos daremos cuenta, con sorpresa, de que la
mayor parte de reservas de alegría y las más grandes ilusiones existentes sobre la tierra están casi
intactas. Nuestra vida sería un anticipo del paraíso si tuviéramos los ojos un poco más abiertos.
¿Dónde encontrar la ilusión, la alegría, la esperanza? ¿Dónde la hemos buscado hasta ahora?
Ahí está el problema. Nos hemos empeñado en buscarlas en "cisternas rotas", según la expresión
bíblica. Y después de largas esperas, de grandes sufrimientos y fatigas, hemos logrado algunas gotas,
absolutamente desproporcionadas a nuestra sed... Y seguimos empeñados en lo mismo.
¿Seguiremos?
Hemos de convertirnos. El cristianismo conduce a la posesión de lo que habíamos buscado en un
lugar equivocado. El cristianismo nos presenta un criterio nuevo sobre la vida, que sólo descubre el
que lo va experimentando en su vida.
Dice Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5,1-12): "Dichosos..., dichosos..., dichosos..."
¡Nueve veces seguidas! Una dicha que no es sólo para después, para cuando alcancemos el reino de
Dios. Es también para aquí, si somos pobres, limpios de corazón, mansos, misericordiosos... El
Reino empieza aquí. Es el tesoro escondido y la perla fina (Mt 13,44-46).
Pero hace falta coraje, aceptar pasar por loco en una sociedad que considera "anormal" al
que rechaza las reglas del juego por ella impuestas y aceptadas por la mayoría. Según la
mentalidad común, está loco quien no es, quien no hace como los demás; es un desequilibrado
quien no se conforma; es un alienado quien busca en otra parte. Y los que tienen esa mentalidad
quieren vivir, pero se equivocan de camino. ¡Como si vivir fuera carecer de ideales verdaderos!
¿Estamos dispuestos a buscar por otra parte?, ¿a efectuar sondeos por el camino que marcan
las bienaventuranzas? Se trata de probar.
Precisamente de allí donde todo hace suponer que es difícil, imposible, que no vale la pena,
que no se saca nada en limpio, que es demasiado arduo..., puede saltar la ilusión y la alegría de
vivir. Solamente hace falta vencer la repugnancia inicial, el miedo al esfuerzo y a las
consecuencias... y ponernos a trabajar. Esforzarnos por ser amigos, por hacer favores a los que
nos rodean, por la comunicación, por el diálogo, por la convivencia, por el olvido de sí mismo,
por la entrega, por el trabajo realizado en la fidelidad aunque nadie se dé cuenta... Veremos
127
cuánta alegría e ilusiones insospechadas, nuevas, distintas, profundas. Veremos que es muy fácil
re-encontrar la ilusión de vivir: basta con buscarla en otra parte.
Hemos de convertirnos, creer en Jesús, que significa volvernos a El, aceptar sus criterios de
vida, acoger su evangelio y su mentalidad e irlos asimilando en las actitudes fundamentales de la
vida.
La voz del Bautista es incómoda en el fondo, porque nos invita a un cambio, a una opción.
Quiere llevarnos a un Reino de libertad y de vida, de justicia y de amor.
Convertirnos significa seguir el camino de Jesús, que pasa ahora por nuestra historia, por
nuestra vida y por la vida de todos y cada uno de los hombres.
¿Qué es lo que debe cambiar en nuestra sociedad, en nuestra vida personal?
La fe en un Dios que nos ama y que nos llama al don de la comunión plena con El y a la
fraternidad entre todos los hombres no sólo no es ajena a la transformación del mundo, sino que
conduce necesariamente a la construcción de esa fraternidad y de esa comunión en la historia.
La comunión con Dios, la fe en El., significa una vida cristiana centrada en el
compromiso, concreto y creador, de servicio a la humanidad.
Reflexionar sobre la presencia y el actuar del cristiano en el mundo significa salir de las
fronteras visibles de la Iglesia, estar abierto al mundo entero, preocuparse por los problemas que
se plantean en él, estar atentos a las incidencias de su desarrollo histórico, abriéndonos al don
del reino de Dios en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo
de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva
sociedad justa y fraterna...
Tenemos que encontrar la respuesta al interrogante: ¿qué relación hay entre la salvación o
conversión y el proceso histórico de liberación del hombre? Se trata, en definitiva, de la relación
entre la fe y la existencia humana, la fe y la realidad social, la fe y la acción política. O lo que es lo
mismo: reino de Dios y construcción del mundo.
La política abarca y condiciona todo el quehacer del hombre. Nada escapa a lo político así
entendido.
La liberación de los países subdesarrollados y oprimidos, de las clases sociales y hombres
expoliados, se presenta como la gran tarea de nuestra época.
La construcción de una sociedad justa pasa por el enfrentamiento entre grupos humanos con
intereses y opiniones distintas. El eje de todo esto será opresión-liberación-salvación.
128
7. Salvación-liberación y bautismo
"Todos verán la salvación de Dios" (Is 40,5). Vuelve a aparecer la nota universalista de Lucas
con esta cita de Isaías. Y vuelve a aparecer, sobre todo, el tema de la salvación, presente varias
veces en su evangelio, mientras está ausente en los otros dos Evangelios sinópticos.
Dios ofrece la salvación a los hombres sometidos al pecado: todos. ¿Quién puede decir que
hace todo bien y que no deja de hacer nada que debería hacer?
De aquí que la primera exigencia en la aceptación de la salvación sea la conversión, salir del
pecado, esforzarnos por hacer siempre el bien y evitar el mal, vivir para los demás...
¿Cuál es esta "salvación de Dios" que todos verán? ¿Qué contenido tienen aquí la palabra
salvación y la palabra Dios?
Leyendo los capítulos 40 al 55 de Isaías, escritos para consolar y reanimar a un pueblo que
estaba en el destierro, sometido lejos de la patria, podemos darnos cuenta de que se trata de una
liberación política y social, histórica, concreta, aquí en la tierra. Es la superación de toda clase de
opresiones y limitaciones con la fuerza de Dios, que empuja al hombre hacia una felicidad propia
de él.
La religiosidad burguesa que nos envuelve ha dado a la palabra salvación un sentido de
encuentro con Dios en la otra vida, en el otro mundo; un sentido íntimo y espiritual de cada uno
con Dios, lejos de lo terreno.
Por eso, las comunidades que viven la fe en un compromiso de lucha al lado de los explotados
de la tierra y quieren llegar a una sociedad sin clases prefieren no usar la palabra "salvación" y
sustituirla por la de "liberación".
Ser cristiano es aceptar y vivir solidariamente la fe, la esperanza y el amor, el sentido genuino
de la palabra de Jesús y el encuentro con El en el devenir histórico de la humanidad, en marcha
hacia la comunión total. Es situarse en un contexto amplio, profundo, exigente, que abarque al
mundo entero.
La Iglesia es el "sacramento" -el signo visible- de esta salvación universal, el lugar donde se
hace accesible y visible a todos. Esa fue la voluntad de Jesús.
Este mensaje universalista debería llevarnos a revisar si tenemos tendencia a encerrarnos en
"nuestra" salvación-liberación individual; o si convertimos o no nuestras comunidades cristianas
en reductos cerrados, en lugar de ser proclamadoras de esta salvación universal; o si estamos
transmitiendo el mensaje de Jesús muy adulterado...
¿Anhelamos la salvación? ¿Reconocemos que en nuestra sociedad y en nuestras vidas hay
injusticias, desigualdades inaceptables? Sólo si reconocemos que estamos lejos de una vida verdaderamente humana estaremos dispuestos a mejorarlo todo, estaremos dispuestos a "allanar
senderos".
129
El resplandor de la Iglesia se ve hoy por todas partes. ¿Es realmente el signo sensible del
Niño de Belén, o de aquel Jesús que caminaba incansablemente por toda Palestina y que acabó
tan mal?
La señal de que aceptamos la conversión, con todas sus consecuencias es el bautismo.
Planteamiento bien distinto al que está haciendo la Iglesia. La entrada en ella exige la conversión; y
el progreso en la vida pide una actitud continua de conversión: a más libertad, más verdad, más
amor, más paz, más comunicación, más fe...
El bautismo de Juan no era más que un baño por inmersión en el río. Era un rito que debía
significar un cambio real de vida. E invitaba a todos. Era un gesto totalmente al margen de los
ritos oficiales y sacerdotales del templo de Jerusalén. Juan desconfía y prescinde de ellos, aunque
era sacerdote, como sabemos.
Juan va al encuentro del pueblo y busca ritos que expresen el sentir de las masas populares
para reunirlas y ponerlas en acción cara a la venida liberadora de Dios.
Su bautismo era para que la gente cambiara de mentalidad, de actitud, de manera de vivir.
Sólo así el gran día de Dios que se acerca será para ellos día de liberación, porque estarán
capacitados para entender la hondura del mensaje de Jesús.
Aparece el protagonista de la historia que faltaba: "la gente", la multitud. El pueblo, con sus
cualidades y defectos, siempre a montones. La "masa", porque el pueblo siempre son muchos,
ocupa mucho lugar.
Los gritos de castigo de los antiguos profetas, de los que Juan es continuador, iban dirigidos
normalmente a los grupos altos de la sociedad, a los dirigentes religiosos y civiles, a los gobernantes.
Porque ellos eran -son- los responsables de la injusticia, ignorancia y miseria del pueblo, que
Dios no quiere.
En el evangelio de Mateo, los gritos de Juan van contra los saduceos y los fariseos,
responsables de la explotación económica y de la manipulación ideológica que el pueblo sufría.
Lucas prefiere hablar de una liberación ofrecida a todos por igual, a todos los hombres que la
necesiten y la busquen. Por ello llama a todos a un cambio de vida, a una renovación. Con
palabras durísimas acusa a todos de no estar preparados para la nueva sociedad que se acerca.
Porque es cierto que muchos obreros, muchos de las capas populares, por influencia de la cultura
y de los valores burgueses, están cerrados en un egoísmo e indiferentismo que frena y hace muy
difícil una auténtica revolución.
El pueblo también debe saber hacer su autocrítica y crear un ambiente revolucionario,
superando el egoísmo que la burguesía le ha inculcado.
Lucas quiere dejar bien patente que la fuerza creadora de libertad que hay en el evangelio
traspasa todas las barreras nacionales y todos los prejuicios de clase o de casta. Todo hombre
puede renovarse y participar en esta sociedad nueva que debemos edificar. Y a todos les pide un
cambio en el orden de la justicia, en el que la norma de comportamiento siempre es mirar al
130
otro, mirar hacia el que está más abajo, hacia el que está peor, hacia el que queda fuera del
pequeño mundo en que todos tendemos a instalarnos.
8. La conversión se demuestra en el actuar
"Entonces, ¿qué hacemos?"
Sólo el que está dispuesto a responder desde lo hondo de su vida a la llamada de Dios, sólo el
que esté dispuesto a hacer lo que sea preciso para ser fiel a esa llamada, comulgará con la esperanza
que trae Jesús y encontrará el sentido de su vida.
Lucas insiste en que el cambio no debe ser únicamente de "mentalidad" o del "corazón",
sino que debe centrarse en el actuar.
Y no pide a la gente que vayan mucho al templo -quizá ya iban- a ofrecer sacrificios de
purificación o que hagan muchos ayunos u otras prácticas ascéticas. Les pide -nos pide- un
cambio en el orden de la justicia. Y les advierte que no confíen en el hecho de ser de sangre judía,
religiosos de toda la vida. Si algún pueblo o grupo se siente con derecho a decir que es el
"escogido de Dios", debe demostrarlo en su vivir. Esto se ve en las respuestas concretas de Juan a
las preguntas que le hacen algunos.
Y en primer lugar, algo que va para todos, aunque siempre es mucho más duro para los ricos:
"El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo
mismo".
Hemos de repartir para ser hermanos. Aquí lo concreta en el vestido y en la comida.
El compartir lo que se tiene es una actitud revolucionaria, imprescindible para hacer
realmente eficaz y humano todo cambio de estructuras. ¡Cómo cambiaría el mundo si se llevara a
la práctica aunque sólo fuera esta respuesta! La comunidad que Juan trata de reunir está
abierta a todos los que quieran caminar por este camino. La Iglesia y cada comunidad cristiana
deberíamos ser signo de este compartir. ¡Qué lejos estamos!
A los "publicanos": "No exijáis más de lo establecido". En su respuesta, por las razones que
sean, no aborda el problema de la licitud de los impuestos y de la dominación romana. Esta respuesta se podría aplicar hoy, creo, en el mundo de los negocios. Un mundo usurero en el que
sería muy prolijo entrar ahora.
A los "militares": "No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino
contentaos con la paga". Tampoco plantea la objeción de conciencia ni el ser defensores de los
"desórdenes establecidos"... No es posible responder siempre a todos los aspectos de las
preguntas.
La gente le interroga porque ven que Juan no parte de las leyes ya establecidas, sino de una
situación nueva, que pronto va a realizarse y que hay que preparar. No sigue la moral burguesa
-tenía más de seiscientos preceptos-. Anuncia un cambio radical y las actitudes sociales concretas
131
que conducen a él. Inicia una moral revolucionaria, en la que el principio básico es el pasar de una
sociedad basada en el tener a una sociedad basada en el compartir.
¿Qué es lo que la gente buscaba al ir hacia Juan? ¿Qué inquietudes las movían? ¿Detrás de qué
andaban? ¿Qué ideas tenían?
Es difícil contestar a estas preguntas. Puede ser el hambre de cualquier clase, la insatisfacción,
la curiosidad... De todas formas era gente que buscaba algo, que buscaba un cambio. ¿Qué buscamos nosotros?
La pregunta "¿qué hacemos?" es propia de un creyente que se ha abierto a la Buena Noticia y
que quiere responder a ella en su vida. La gente pregunta qué debe hacer. Y Juan describe la
conversión a una vida sencilla, sobria, de amor y de servicio, llena de respeto a los demás.
Lo que tenemos que hacer es compartir, trabajar en favor de todos los hombres. Lo
podríamos resumir en dos cosas: cumplir con el propio deber -personal, familiar y social- y
saber compartir lo que tenemos y somos.
Juan aclara su situación con respecto al Mesías. Reafirma su lugar secundario: "No merezco
ni llevarle las sandalias".
El Bautista no perdió la cabeza. El no era el Mesías ni la Palabra: era la voz, el heraldo. Todo
está ya preparado y la misión de Juan está ya cumplida.
"El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego". Un bautismo que nos unirá a El para
compartir su camino, que lleva a "abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión y de
la mazmorra a los que habitan en las tinieblas" (Is 42,7). Nos lleva a no desentendernos de
ninguna lucha contra el mal.
Cuando Juan exige un bautismo, no inventa nada nuevo. Otros pueblos antiguos tenían
también un rito de inmersión en las aguas como forma de purificación de los pecados y de abandono
de una vida antigua para ingresar en una nueva. Pero los cristianos debemos bautizarnos, además, en
el Espíritu y en el fuego. Tres elementos de la naturaleza cuyo simbolismo es importante descubrir.
El agua es símbolo de vida, de transformación interior. El agua purifica, lava y destruye;
penetra en la tierra y la hace germinar. Ser cristiano es como hundirse en el agua, para renacer
como hombres nuevos con la vida de Cristo.
El Espíritu o viento (en hebreo son lo mismo) es una fuerza misteriosa e invisible que empuja
al hombre hacia adelante. Fuerza misteriosa por ser invisible. Habla, silba, susurra. A veces se
transforma en huracán y lo revoluciona todo en pocos instantes, como sucedió el día de Pentecostés
(He 2,1-2). El reino de Dios es obra suya. Sopla, como el viento, en el desierto, donde no hay
abrigadas. ¿Cómo enterarnos de su paso si estamos atrincherados en nuestras casas y ciudades?
El fuego quema lo que no resiste su calor. Es como el juicio de Dios, que discierne entre lo
verdadero y lo falso. Fuego interior capaz de destruir las sutiles mentiras con que nos defendemos.
Lo trajo Jesús (Lc 12,49) para que arda, queme e ilumine. Lo malo es que los cristianos
parecemos bomberos...
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El fuego de Jesús da vida. Es el fuego del Espíritu que penetra cada uno de nuestros corazones y
los transforma desde dentro. Es el fuego del amor del Padre, manifestado en el amor de Jesús; es
el fuego que hace presente en nosotros al Espíritu de Dios.
No basta el agua. Hace falta Espíritu y fuego. De nada sirve el bautismo cuando falta el cambio
radical de mentalidad.
133
Bautismo de Jesús
Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
-Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿v tú acudes a mí?
Jesús le contestó:
-Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se
abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma, y se
posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía.
-Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. (Mt 3,13-17)
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara
en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo v al Espíritu bajar hacia él
como una paloma. Se ovó una voz del cielo:
-Tú eres mi Hijo amado, mi preferido. (Mc 1,9-11)
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se
abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una
voz del cielo:
-Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto. (Lc 3,21-22)
1. Solidaridad de Jesús con el pueblo
Una de las cosas que más hacen sufrir a los jóvenes de hoy es la falta de perspectivas de futuro.
Les cuesta imaginar qué van a ser, qué van a hacer, con qué ideales e ilusiones se van a identificar... Y
esto se agrava al no encontrar trabajo o salidas profesionales válidas; lo que les conduce a la desilusión
y a la desesperanza, y a buscar subterfugios para olvidar esta angustia.
También los adultos deberíamos tener más claro nuestro proyecto de vida, ya que con frecuencia
damos la impresión de haber perdido el sentido de la orientación.
Todos, jóvenes y adultos, nos deberíamos preguntar: ¿qué misión hemos de realizar en la vida? Y
darnos cuenta de que esa misión quedará sin hacer si nosotros nos evadimos.
Juan el Bautista, el profeta de la conversión, predicaba e invitaba a la gente a bautizarse como
signo del deseo de cambiar de estilo de vida, de seguir un camino de fidelidad a Dios en los
hombres. Pero no se hace ilusiones sobre el alcance de su bautismo; sabe que no forma parte de la
etapa decisiva. Y una muchedumbre de israelitas deseosos de vida nueva va a escucharle y a recibir
el bautismo de sus manos.
Este bautismo es un reconocimiento colectivo, masivo, de la situación de mal y de pecado en que
vivimos los hombres. Es una afirmación colectiva del deseo y de la posibilidad de superar ese mal y
ese pecado.
134
El rito del bautismo estaba muy extendido entre las religiones de aquel tiempo. Pero mientras esos
bautismos eran baños que uno se daba a sí mismo y que podían repetirse a lo largo de una
existencia, el bautismo de Juan es un baño que se recibe de manos de un "bautista", que no puede
recibirse más que una vez y que implica, por encima de una pureza ritual y legal, la conversión
personal.
La figura del Bautista nos es presentada con rasgos proféticos: era un hombre independiente. Su
austeridad no era debida a un cierto complejo de inferioridad con respecto al mundo, como el que
hoy muchos creen que tienen los pocos que rechazan la sociedad de consumo y siguen otros caminos.
Tampoco era la suya una espiritualidad evasiva, sino una búsqueda de pobreza y austeridad, porque
únicamente desde ahí se puede hacer la fuerte denuncia de los poderosos que él realizaba.
Nadie esperaba un Mesías procedente de una oscura aldea de Galilea. Nadie aguardaba a un
Mesías que se sometiera a un bautismo de penitencia, participando en el movimiento de conversión de su
pueblo. Sin embargo, en este pobre galileo es donde se hace presente la acción salvadora-liberadora de
Dios, la acción definitiva y para todos. Y es en una profunda actitud de solidaridad con el pueblo
pecador, y en búsqueda de un futuro mejor, como se revela esta acción.
Jesús es un joven trabajador manual de Nazaret, hijo de José y de María. Un joven que percibe
la gran esperanza del pueblo sencillo, fruto de la gran esperanza que hallaba en las Escrituras; y que
ve malparada por la traición de los poderosos y por la instalación de los clérigos, que usaban la
religión para su lucro personal, mientras el pueblo estaba abandonado a su suerte. Y siente la
llamada del Padre al ver un pueblo sin pastor (Mc 6,34). Y va a dedicar toda su vida a liberar a ese
pueblo.
Jesús de Nazaret aparece aquí como el Mesías rey, sacerdote y profeta, las tres funciones más nobles
de la sociedad antigua: rey, llamado a vivir en la libertad; sacerdote, llamado a vivir en comunión con
Dios; profeta, llamado a conocer el sentido profundo de la historia, interpretándola según Dios.
2.. Sentido del bautismo de Jesús
En medio de la muchedumbre aparece Jesús. Se acerca al Bautista y le reconoce abiertamente
sus credenciales proféticas. Se pone en la fila de los pecadores y recibe aquel bautismo de
reconocimiento del pecado y de deseo de cambio.
Juan había anunciado que el que venía detrás de él bautizaría con "Espíritu Santo y fuego".
¿Cómo se explica que Jesús venga a pedirle su bautismo, que solamente era de agua?
Recibiendo el bautismo de agua, Jesús se hace solidario de los pecados del pueblo y de todos los
hombres; y se hace solidario de todos los que luchan por un mundo mejor. Toma sobre sí el pecado del
mundo y abre, a todos los que quieran seguir el ejemplo de su vida, el camino a la salvación-liberación
de todo tipo de esclavitudes. Jesús no viene desde fuera para decirnos lo que hay que hacer, sino que
asume desde dentro, hace suyo, todo lo que es la vida de los hombres: el mal, el pecado, el dolor, la
135
limitación... Y asumiéndolo, nos posibilita para vivir una vida distinta, purificada y liberada. Nos
hace descubrir que los hombres llegamos a construirnos viviendo para los demás.
Jesús vivió, sufrió y murió para que nuestra vida y nuestra muerte se hicieran semejantes a las
suyas. Jesús no hizo como si fuera pecador -no tenía pecado (Heb 4,15)-. Vino a vivir sin más una
vida humana, para enseñarnos a amar en el sufrimiento, en la lucha contra la injusticia, en la
humillación. Para enseñarnos a amar incluso cuando nos creemos que ya sabemos hacerlo (por
ejemplo: los padres a los hijos). Para enseñarnos que ésa es la verdadera vida de los hombres.
Jesús no se juntó con los "buenos" de su época ni esperó a que fueran a El los "malos"; se fue a
buscarlos, a estar con ellos; y fue tratado como uno de ellos.
El bautismo de Jesús es la toma de conciencia del hombre Jesús de la misión que el Padre le
encomienda. Toma de conciencia en la que influye la predicación de Juan y la espera mesiánica de "los
pobres de Israel". Toma de conciencia que se manifestará progresivamente. La revelación de Dios en
Jesús es discreta: no se realiza a base de gritos ni golpes de mando o de fuerza.
El bautismo de Jesús es considerado, desde los comienzos de la predicación cristiana, como el
principio de la Buena Noticia. Junto con las tentaciones, supone para El el momento de asumir sus
responsabilidades mesiánicas.
Jesús nace, en el bautismo, como enviado de Dios. Desde él se siente llamado a dedicar su vida
entera a dar a conocer el amor del Padre a todos los hombres. Hasta este momento, Jesús, con su vida
sencilla, trabajando y rezando en medio de la gente de su pueblo, se había preparado para escuchar
la llamada del Padre.
Desde su bautismo, el Espíritu le conduce a anunciar a los hombres, a todos, con la Palabra y el
ejemplo de su vida, la llegada del reino de Dios.
Y Jesús consume toda su vida "haciendo el bien y curando a los oprimidos" (He 10,38), único
camino para ser hombre. Y lo hará desde dentro, desde la pobreza de la condición humana, sin
valerse de ningún poder más allá del amor y del esfuerzo constantes: "No gritará, no clamará, no
voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá
fielmente la justicia, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra" (Is 42,2-4).
Y asumiendo totalmente nuestra condición humana, nos manifestará el camino de Dios, nos
mostrará quién es Dios y hacia dónde quiere conducirnos. El Espíritu entró en El hasta convertirlo
en el Hombre nuevo, en el Hombre para los demás.
Jesús de Nazaret, entrando en el agua del Jordán, ha comenzado la liberación del mal y del
pecado para todos los que quieran seguirle. Abre un camino de fidelidad a todos los hombres, que
por eso mismo es fidelidad a Dios. Un camino que lo llevará hasta la cruz. Y por la resurrección nos
manifestará definitivamente que Dios se nos revela viviendo hasta el fondo la vida de los hombres,
con toda su carga de pecado y de mal. Y así nos salva, así nos llena de su Espíritu y nos hace sus
hijos.
136
Toda la vida de Jesús es un bautismo en el Espíritu. Pero su verdadero bautismo es su muerte,
momento del encuentro definitivo con el Padre y de la superación de todo mal. Los evangelistas nos
hablan de su muerte como de su bautismo en dos ocasiones: beber su cáliz (Mc 10,38-39; Lc 12,50). Lo
mismo en nosotros: sólo después de la muerte quedará vencido el pecado y todas sus secuelas.
3. Jesús posee la plenitud del Espíritu
Ante una masa de pecadores "se abrió el cielo".
El centro de este relato no es el bautismo de Jesús, sino la manifestación del Padre en El,
declarándole "el amado", "el predilecto", y la comunicación del Espíritu para que lleve a cabo su
misión: liberar a los hombres de toda esclavitud.
El protagonista de la palabra de Dios es siempre el Espíritu. Nosotros olvidamos constantemente
este Espíritu, apenas contamos con El. Por eso es explicable nuestro desinterés en seguir el camino de
Jesús.
¿Entendemos el papel del Espíritu en nuestra vida? ¿No imaginamos la vida cristiana como una
tarea nuestra, que depende sólo de nuestras fuerzas?
Con Jesús "se rasga el cielo": la esperanza más profunda y más vehemente de Israel y la
esperanza de los hombres de todos los tiempos y lugares empieza a hacerse realidad. La relación
entre Dios y la humanidad, intensamente anhelada por los hombres creyentes, es desde ahora real y
visible. Lo que la ocultaba -el "cielo cerrado"- se abre definitivamente. Ya es posible, ¡por fin!,
llegar a ser hombre de verdad; solamente hace falta imitar al Hijo, seguir al Nazareno.
Jesús es el signo de esta relación nueva entre Dios y los hombres. Relación de amor, como debe ser
toda relación entre padres e hijos. Por ser "el Hijo", Dios pone en El sus preferencias. Jesús, lleno del
Espíritu, habla y se comporta siempre como Hijo, con plena docilidad a ese Espíritu. Y así, su.
Palabra y su comportamiento son para nosotros criterio y norma.
El que es proclamado "mi Hijo, el amado" es un hombre adulto que emprende su camino. Y
en la vida, la palabra y la acción públicas de este hombre adulto, Dios se nos manifiesta. Nos vamos
salvando-liberando en la medida en que hacemos nuestro este camino y lo seguimos.
Según Lucas, el cielo se abrió y bajó el Espíritu sobre Jesús mientras éste rezaba. Detalle que este
evangelista siempre señala en los momentos más importantes de la vida del Maestro.
La promesa de Dios de estar con su pueblo se cumple en Jesús. Dios ha bajado porque en Jesús se da
la plenitud de su Espíritu, porque en El la Imagen se identificó con la Realidad.
El ser Hijo no libra a Jesús del sufrimiento; al contrario, lo compromete en una acción por los
demás, que lleva a cabo en la solidaridad y la persecución y que culminará en la cruz.
137
4. Sentido de nuestro bautismo
El bautismo de Jesús y la misión que inició después deben hacernos pensar en los sacramentos de la
iniciación cristiana: nuestros bautismo y confirmación.
El bautismo no es para quitar el pecado ‘original' mal entendido -seguimos siendo pecadoresni para hacernos hijos de Dios -lo somos todos los hombres-. Nuestro bautismo es signo de nuestro
compromiso de querer vivir según el camino que nos marcó Jesús, camino de justicia y libertad, de
amor y paz.
El bautismo traza una línea divisoria entre quienes quieren vivir una vida de servicio, sin
preocupaciones personales, pero sí preocupados por los hombres que le rodean; y entre quienes prefieren vivir una vida centrada en sí mismos, preocupados únicamente de lo que les afecta a ellos, con
olvido de los demás. Línea divisoria que pasa por todos y cada uno de nosotros: una parte de nuestro
ser quiere servir; otra, que le sirvan.
El bautismo de agua es la opción por la actitud de servicio bajo el proyecto de Jesús: amarnos
como El nos ama (Jn 13,3435); opción que se irá realizando a lo largo de la vida. El bautismo de
deseo lo tienen aquellos que sirven a los demás y no están bautizados porque no conocen los
planteamientos verdaderos de Jesús, por las razones que sean; sin olvidar a muchos que están
bautizados y han renunciado a ser cristianos por identificar el cristianismo con los errores de la
Iglesia institución, con sus infidelidades al evangelio.
El bautismo es signo de una continua conversión a una vida de servicio y amor, de justicia y
libertad; en lucha con las seducciones del poder, del tener, del dominar, de la inmoralidad, de la pereza
y de los vicios. En los que hemos sido bautizados de niños, el bautismo no conseguirá su plena realidad
hasta que, ya adultos, lo asumamos por la fe. ¿Se puede llamar cristiano al bautizado que no trata de
seguir en su vida el camino de Jesús?
El bautismo es un comienzo; no cambia uno en seguida. Se inserta en un todo, en una vida entera. Es
el signo sensible que está expresando la realización de una vida según Dios. Nos tiene que hacer
conscientes de que un cristiano tiene que montar la vida exclusivamente desde el evangelio.
No podemos realizarnos cada uno en solitario. Nos pudriríamos como el agua detenida en el
estanque. Tenemos que transformarnos, transformando a la sociedad en que vivimos.
A Jesús su vocación le llevó a solidarizarse con su pueblo, a tomar sobre sí los pecados de todos y
destruirlos, aunque esto lo llevó a morir como mueren los hombres a los que la sociedad finge no
poder tolerar por demasiado pecadores.
El camino de Jesús no acaba con El. Tenemos que continuarlo nosotros. Cada uno de nosotros,
desde la aceptación personal de nuestro bautismo -opción de adultos a favor de El, por haber sido
bautizados de niños-, tenemos que hacer como Jesús hizo: unirnos a todo movimiento de liberación
que brote en la humanidad, a todo lo que signifique defender los derechos humanos y comenzar los
que sean necesarios.
138
Todo lo que Jesús ha vivido nos revela todo lo que nosotros podemos llegar a ser, aunque sea
en menor grado.
Nosotros, por el bautismo, también somos llamados. Hacemos realidad el bautismo según vamos
respondiendo a las llamadas que nos dirige Dios cada día, en cada situación concreta. Una llamada
que no es para nosotros mismos, sino para los demás: vivir para los demás, ser para los demás.
Una llamada que es lo que, en último término, puede hacernos salir de la apatía y de la
desesperanza y nos puede situar en nuestro puesto. ¿En qué medida colaboramos con Cristo en
ayudar a los demás, en iluminar, en liberar, en construir...?
Iglesia de Cristo, ¿dónde se nos ha encallado esta barca de Pedro? ¿Por qué se empeñan tantos en
retenerla lejos de la vida real de los hombres oprimidos y explotados, a los que debe ayudar a liberar,
a promover, a salvar de tantas situaciones inadmisibles? ¿Cómo podremos devolverle la fuerza del
Espíritu de Jesús y soltarla de tantos frenos y alianzas con los poderes políticos y económicos, que la
retienen y la reducen a la impotencia en los ambientes de los hombres sencillos? No lo conseguiremos
mientras la mantengamos de espaldas a la vida real de los hombres del pueblo o mirándolos de lejos
y con muchas precauciones.
La misión que Jesús emprende es la de liberar al pueblo de todas sus esclavitudes: dar la "vista"
a los ciegos, el "oído" a los sordos, la "libertad" a los cautivos, la "buena noticia" a los pobres... (Lc
4,18). Una misión que no se reduce al plano espiritual. Entonces: Iglesia de Cristo, ¿qué dices de ti
misma?
139
Las tentaciones de Jesús
Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y
después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre.
Y el tentador se le acercó y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Pero él le contestó diciendo:
-Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios".
Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo
y le dice:
-Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
"Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en
sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le dijo:
-También está escrito: "No tentarás al Señor tu Dios".
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los
reinos del mundo y su esplendor le dijo:
-Todo esto te daré si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús:
-Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a él
sólo darás culto".
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían (Mt 4,1-11)
El Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía
entre alimañas y los ángeles le servían. (M c 1,12-13)
Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días,
el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
-Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".
Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos
los reinos del mundo, y le dijo:
-Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado
y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
-Está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto".
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito:
"Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en
sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le contestó:
-Está mandado: "No tentarás al Señor tu Dios".
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
(Lc 4,1-13)
140
1. Las tentaciones del hombre de siempre
La vida humana está llena de pruebas. La seducción asalta constantemente a las
personas y a los grupos. Todos los hombres estamos heridos por la tentación, cuando no
vencidos por ella. Dos palabras resumen toda la historia humana: vida y muerte. No hay
término medio: o vivimos o morimos. Con un agravante: la muerte se nos presenta con
rostro de vida y la vida como si fuera muerte. Los hombres, nada más nacer, sentimos en
nuestro interior la llamada a negarnos a vivir, al presentársenos la muerte con un rostro
tan seductor y atrayente que se nos hace muy difícil resistir su influjo. El mito de Adán, que
se deja seducir por la voz de la muerte, es la realidad de todo hombre que pisa esta tierra.
Porque la sociedad humana está montada sobre las tentaciones que rechaza Jesús y nos
enseña a vivir según su espíritu. Y si no nos damos cuenta y nos proponemos seriamente luchar
contra ellas, también nosotros estaremos actuando siguiendo sus dictados.
La televisión, la publicidad, el ambiente de consumo y erotismo en que vivimos, ayudan a
caer en la trampa que nos tiende la sociedad actual, y que nos incapacita para descubrir los
verdaderos valores humanos.
Estamos demasiado acostumbrados al "pecado del mundo" (Jn 1,29). Tan acostumbrados
que el hombre actual ya no cree en él.
El hombre moderno corre el riesgo de convertirse en autómata, de cambiar la conciencia por
la pasividad, de no enterarse que ha dejado de ser hombre. A los autómatas se les puede dar
todo tipo de libertad, sin peligro para el poder: no sabrán usarla.
Sólo se puede ser libre situándose en una alternativa en la que sea posible decidir por sí
mismo. La libertad del autómata no existe. Al autómata se le prepara para que compre lo que
anuncie la televisión, para que vista con las ropas que le han diseñado y que se llama moda,
para que se divierta y haga lo que le programen, para creerse todas las noticias de los
periódicos "independientes"..., sin descubrir jamás -está incapacitado para ello- que nuestra
sociedad está montada para servir a "la voz de su amo": el capital.
La libertad del mundo occidental -hablo de ella porque es la que mejor conozco- es la nueva
alienación, el nuevo opio que se da a la masa, como en épocas anteriores se les daba la religiosidad -una religiosidad institucionalizada por el sistema de poder- o los espectáculos
circenses...
La libertad es neutralizada mediante la masificación de autómatas. Es la libertad para
hacer lo que quieras, con tal que quieras lo que se te insinúe. Basta volver la vista a la historia
para ver que las masas pueden ser inducidas a hacer cualquier cosa.
La capacidad de manipulación de las masas se ha acrecentado en la actualidad y lleva
perspectivas de acrecentarse en el futuro hasta límites que aterran al convertirse la
141
manipulación de masas en una ciencia y en una técnica casi perfectas. Cuando los medios de
manipulación alcanzan un grado de eficacia tan absoluto, ¿puede existir la libertad?
¿Quiénes encarnarán en el futuro las fuerzas progresistas de la historia?: ¿las masas
automatizadas que siguen ciegamente los dictados de un poder en la sombra?; ¿las minorías de
hombres que quieran, sepan y puedan sustraerse a la alienación colectiva'?... Las preguntas
son muy serias; cuestionan la libertad, tal como es concebida en el mundo occidental. Libertad
que tampoco parece tener suerte en los países del Este.
Las tentaciones de Jesús nos plantean su lucha contra el mal y su opción radical.
Entre las muchas pruebas que nos acechan, tres sobresalen por su importancia. Buscamos
un "pan" que sacie el deseo de vivir. Nos asalta la voluntad de poder o de dominio que impide
unas estructuras en las que la igualdad humana, la libertad y la fraternidad sean posibles.
Vivir con esperanza no es fácil; tener constantemente una actitud de superación, tampoco; por
ello las personas y los grupos buscamos motivos espectaculares para mantener la fe, signos
contundentes para creer. Nos atrae encontrar una fórmula que nos haga como dioses, conocedores
y poseedores de la fuente de la vida (Gén 3,5). Son, en definitiva, las tentaciones de la riqueza,
del poder y del milagro.
Estas tres pruebas han asaltado también a Jesús. Su actitud es motivo de esperanza para
nosotros: podemos enfrentarnos a ellas y vencerlas, como hizo Jesús.
2. Las tentaciones de Jesús
Mateo, Marcos y Lucas unen la historia de las tentaciones con el acontecimiento del bautismo.
El Espíritu, que acaba de descender sobre Jesús, le "empuja" (Marcos) -palabra que denota
violencia- al desierto, hacia la soledad, lejos de los hombres y a solas con Dios.
Jesús fue al desierto y allí fue tentado. Juan ya vivía en él. Parece como si en los caminos
de Dios la salvación viniera siempre del desierto. El símbolo del desierto evoca la experiencia de
nuestra vida: soledad, llamada a lo verdadero, tierra sin caminos, silencio...
Todos estamos en el desierto, pero no lo aceptamos o no lo sabemos. Y tenemos que
descubrirlo y aceptarlo. Quien no sufre la experiencia del desierto no puede comprender el
valor del "agua"; quien no camina largamente con un sol abrasador no puede gozarse de la
"sombra". El desierto lo verifica todo: la mentira, la vanidad, la inconsistencia de la vida que
estamos edificando. En el desierto nada nos separa de Dios, descubrimos la realidad de nuestra
condición humana. Por el desierto el hombre busca, peregrina, espera, decide su vocación,
prepara el futuro, se encuentra delante de sí mismo sin posibilidad de hacer trampa. Es el lugar del
encuentro con Dios presente en la vida del hombre, el lugar de la experiencia personal de su
amor. Es la patria del evangelio, el lugar de la verdad para el hombre, de la decisión, de la
142
opción. En medio de su silencio se puede oír la llamada a la conversión. Dios llama y actúa en el
silencio y mueve al hombre y a la historia con las fuerzas que se recuperan a solas con El.
La tentación también corresponde a este tiempo de tranquilidad, de soledad, de silencio...
del desierto. ¿Cómo escuchar la tentación en medio del ruido que nos rodea por todas partes?
¿Y cómo escuchar a Dios? ¿Es el ruido ya la caída en la tentación?
Jesús en el desierto busca el silencio de la oración, el trato a solas con el Padre; se deja
guiar por el Espíritu. Nosotros construimos ciudades, civilizaciones, luchamos por jornadas de
cuarenta y ocho, cuarenta o treinta y cinco horas semanales de trabajo..., nos llenamos de ruido y
bienestar y creemos que ya hemos encontrado la tierra prometida.
La palabra de Dios nos llama constantemente a volver al desierto. A ese silencio profundo,
más allá del ruido ensordecedor que nos impide pensar.
Jesús llega al desierto. Allí está solo, porque la respuesta que tiene que dar es personal.
Nadie puede responder por otro cuando se trata de opciones fundamentales de la propia vida.
En él realiza la experiencia del vacío físico: tiene hambre; y del vacío más profundo también: el
del espíritu. Y allí el diablo -personificación de las fuerzas del mal- lo tienta, lo coloca en una
situación de guerra entre el bien y el mal que definirá toda su actuación mesiánica. El
evangelio habla de diablo en singular, para indicarnos que hay una única raíz del mal y de la
injusticia en nuestro mundo. Es el polo opuesto a Dios: Es una manera de expresar lo que es
anti-Dios.
Jesús se encuentra sorprendentemente pasivo, como si fuese juguete de fuerzas que le
arrastraran sin que El pudiera reaccionar, sólo apto para recibir órdenes: "Di que esta
piedra..., si te arrodillas..., tírate de aquí abajo..." Las tentaciones tendían a matar su
verdadero "yo": lo que debía ser y para lo que había sido enviado por el Padre. Tendían a
buscarle un dios a la medida del mundo.
Este hombre solo, "vaciado", ha de optar, debe decidir cómo entiende y cómo debe
manifestar su camino.
El diablo le invita a vivirlo según un sentido triunfalista muy extendido entre los judíos; el
Espíritu le anima a seguir el camino de los profetas. Para el diablo, ser Hijo de Dios es poseer
todo poder sobre los reinos terrestres, ser rodeado de la gloria que emana de esos poderes; para
el Espíritu, ser Hijo de Dios es, ante todo, rehusar cualquier tipo de idolatría, cualquier práctica
que no reservara a Dios el lugar absolutamente prioritario que le corresponde.
Jesús es un hombre colocado en medio de la ambigüedad humana, que tiene dificultades
para reconocer su camino -es lo que significa "ser tentado"-, que debe esforzarse duramente
por ser fiel, que en Getsemaní deberá hacer un último y decisivo esfuerzo para mantener la
fidelidad hasta la muerte. Inicia su misión no haciendo milagros ni predicando, sino luchando.
Con una lucha que durará toda su vida y le llevará a ser asesinado en una cruz.
143
Los evangelios sinópticos nos describen simbólicamente la lucha de Jesús con la fuerza del mal.
¿Cómo expresar la hondura de la tentación de otra forma?
El relato de las tentaciones es la representación dramática de todas las opciones que Jesús
tuvo que realizar en su vida: cada vez que la multitud o sus discípulos quieren imponerle su
propia idea de la función mesiánica; cada vez que pretenden desviarle de su camino para
inducirlo a un mesianismo político temporal, con éxitos halagadores, facilidades o dominio sobre
los pueblos; cada vez que se le quiere llevar a elegir un mesianismo falso, un mesianismo
triunfalista y humano. Así hubiera agradado a la inmensa mayoría del pueblo de Israel. Por
entenderlo así, agrada en la actualidad a tantos cientos de millones de cristianos. Pero ese
mesianismo no se corresponde con el plan de Dios. ¿Corresponde el de la Iglesia? Cada uno debe
descubrirlo por sí mismo, cada comunidad. ¡Es triste edificar una Iglesia sin Jesús!
Al comenzar la vida pública, Jesús pensaría muchas veces en el camino que debería seguir
para proclamar el reino de Dios. Sentiría con frecuencia las ganas de llevar su lucha mesiánica
por caminos más fáciles y menos dolorosos para El; caminos que no atacaban el mal en su raíz
o no respetaban la creatividad del pueblo y se basaban en una fe en Dios alienante. Al igual
que nosotros, tendría sus dudas sobre el camino mejor.
Esas dudas que tuvo Jesús durante el tiempo de su actividad con el pueblo, se dan en la vida
de todo hombre que lucha realmente por un mundo nuevo. Cuando se quiere trabajar eficazmente por una revolución auténtica, no es fácil determinar bien los fines que deben perseguirse,
acertar en los medios que conducen a ellos, mantenerse fuera del afán de poder o de honor, aceptar y corregir errores...
Los evangelistas resumen todo esto, que fue realidad en la vida pública de Jesús, en un solo
pasaje elaborado con imaginaciones mitológicas propias de la religiosidad de aquellos tiempos y
con frases sacadas del Antiguo Testamento.
"El Espíritu" empuja a Jesús al lugar de la tentación, al desierto, al deseo de vivir
verdaderamente como hombre. Jesús vive allí "cuarenta días", recorriéndolo.
La presencia del Espíritu, que inspira y provoca su ida al desierto, supone la necesidad de la
prueba: no es Hijo de Dios sino aquel que se muestra dispuesto a vivir como tal; lo que lleva
como consecuencia el enfrentamiento con el mal, el enfrentamiento con todo lo que trate de
impedirlo. La presencia del Espíritu nos hace prever el resultado: la victoria del candidato
mesiánico.
"Cuarenta" significa el tiempo en que los hombres aprendemos a depender enteramente de
Dios, a no contar más que con El; el tiempo del castigo, del ayuno y de la proximidad de Dios; el
tiempo de la vida.
El relato de las tentaciones del evangelio de Marcos es muy reducido; muy distinto al relato
en tres actos de Mateo y Lucas. En Marcos, la tentación no tiene lugar al final de los cuarenta
días -como en los otros dos-, sino que acompaña a Jesús a lo largo de todos ellos; nos dice
144
que fue tentado, pero no nos dice en qué. Considera más importante subrayar el vínculo entre el
bautismo y la tentación, rico en sugerencias. ¿De qué va a ser tentado el que jamás optó por
nada? El Espíritu, que se da en el bautismo, no separa a Jesús de la historia y de la
ambigüedad; al contrario, lo coloca dentro de la historia y en el interior de la lucha que en ella se
desarrolla. Por eso nos dice que Jesús, después del bautismo, fue tentado "por Satanás".
"Vivía entre alimañas y los ángeles le servían". La mención de las alimañas puede ser una
simple descripción del desierto, o puede referirse a la recuperación de la paz paradisíaca de los
tiempos mesiánicos (Is 11,1-10). Con su obediencia prolongada, a lo largo de los cuarenta días de
la tentación, Jesús habría restablecido la primitiva armonía del paraíso. A partir de este
momento, dicha armonía está a disposición de los que se adhieran a El o imiten su obediencia
confiada.
La presencia de los ángeles nos muestra la ayuda especial de Dios. Como respuesta al bautismo,
Jesús comienza una existencia en la que experimenta el enfrentamiento con Satanás y al mismo
tiempo la ayuda de Dios; una existencia en la lucha y al mismo tiempo en la paz. Es el misterio de
Cristo: Hijo de Dios, pero tentado. Y es también el misterio del cristiano que cuestione su
bautismo: la vida en la que introduce el bautismo está hecha de luchas, pero está bajo el signo
de la victoria y de la paz.
El relato de Marcos queda como incompleto. La respuesta plena nos la dará todo el
evangelio. La historia sucesiva es la que nos indicará la naturaleza de la tentación, sus
peripecias y su resultado. Toda la vida de Jesús es un enfrentamiento entre el "fuerte"
-Satanás- y el "m ás fuerte" -Jesús-. L o m ism o debe ser la nuestra.
Marcos es el que muestra más insistentemente a Jesús como aquel que pasa por Palestina
luchando contra el diablo y librando de él a los hombres.
Mateo y Lucas nos ofrecen una descripción más extensa y detallada de las tentaciones.
Cambian el orden: la segunda de Mateo es la tercera de Lucas, y al contrario. La primera en
ambos coincide. Seguiré el orden de Lucas.
¿Quién es este hombre, "lleno del Espíritu Santo", que es tentado en el desierto? Es un
hombre frágil, accesible al hambre, capaz de dejarse seducir por el poder y la gloria. Hombre
frágil que se ve en el centro de un conflicto que sostienen entre sí dos fuerzas antagónicas: el
mal, representado por el diablo, y Dios, invisible, pero presente mediante la Escritura: "Está
escrito", contesta Jesús, a las insinuaciones del adversario.
Estas dos fuerzas se enfrentan y es Jesús la apuesta del conflicto; Jesús a quien cada una
de las dos quiere apropiarse: el diablo, para esclavizarle a través de la grandeza y de la
gloria aparentes; el Espíritu, desde su interior, impulsándole a conducirse como hombre
auténtico, como Hijo de Dios.
145
3. Las tres tentaciones y el cristiano
Jesús vive durante su vida humana toda la historia profética del pueblo de Israel. Puede
hablar de cumplimiento porque en El se han cumplido todas las profecías del Antiguo
Testamento. Nosotros tenemos que irnos aplicando su camino, viviéndolo, para poder
acceder a su salvación, a su liberación.
Las tres tentaciones podrían llamarse mesiánicas -son las que impiden que el hombre
llegue a su plenitud-. Son tentaciones tipo, síntesis de las tentaciones reales que Jesús iría
superando en el transcurso de su vida. Y síntesis de las tentaciones de cada hombre que quiera
ser auténtico. Surgen de la lucha de cada día. Están muy relacionadas entre sí.
Se presenta ante Jesús el ideal de un mesianismo temporal y político, compuesto de bienestar,
poder y triunfo popular. Jesús tiene que luchar contra ellas para poder anunciar el reino de
Dios.
Son las mismas que el pueblo elegido sufrió en el desierto. Y son las mismas de la Iglesia, de
la sociedad y de cada persona, en todo tiempo y lugar. Son claramente las tentaciones de los sistemas capitalistas -tan "cristianos"- y de todas las dictaduras. Responden también a los tres
grandes planteamientos del marxismo: económico, político e ideológico.
El triunfo sobre las tentaciones está siempre por alcanzar. Todo hombre se encuentra con
la tentación del materialismo, del egoísmo, de la soberbia, de la superficialidad, del afán de
poder... El pueblo de Israel -hoy la Iglesia- cayó en la tentación de querer tener mucho -y a
muchos- sin esfuerzo, de abusar de la amistad con Dios, de arrogancia frente a los demás
pueblos... Aparecen como una confrontación del hombre ante sí mismo y como una crisis del
sentido de la vida. No las recibimos -lo mismo que Jesús- de una vez para siempre. Por eso
tenemos que estar siempre en vela, ya que vendrán cuando menos lo esperemos. La peor
tentación -la más frecuente- es no damos cuenta de vivir en ella.
Son las mismas circunstancias de la vida las que ponen a prueba a todos los hombres.
Las tentaciones no hay que ir a buscarlas, vienen solas. En la imaginación de la Biblia no son
simplemente las circunstancias, es "el diablo" o "Satanás".
Jesús las venció. Toda su vida consistió en anunciar que la vida de los hombres es algo
más: es creer en un camino de vida que conduce hacia el Padre; es salir de uno mismo y querer
vivir cada día con más amor, más justicia...; es ir descubriendo a Dios como Padre que nos ama
y querer corresponder siendo sus hijos, hasta desear depender únicamente de su voluntad...
Jesús dedicó toda su vida a superarlas, hasta morir por ello y resucitar como señal y
garantía para todos. Y así fue un hombre plenamente libre, su relación con los demás fue
liberadora y su unión con el Padre fue total.
Nosotros tenemos como un deseo imperioso que nos empuja a bastarnos a nosotros mismos, a
no creernos dependientes de nadie.
146
a) Primera tentación: el pan y la Palabra
Es la tentación del "pan", de la comodidad. Es el problema del "hambre" y de la riqueza.
La sociedad de consumo trata de dar gusto y al máximo exclusivamente al cuerpo. Me gusta
o no me gusta, se ha convertido en la única norma válida de nuestra sociedad. Es decir, la satisfacción de todo placer físico por encima de todo lo demás. Es el ir tirando, la superficialidad.
¡Bastante difícil está todo para que cada uno no tenga derecho a vivir como mejor pueda! Nos
lleva a buscar realidades transitorias, finitas, como si fueran lo básico de la vida. Nos lleva a
creer que uno puede bastarse a sí mismo, independientemente de cualquier otro y de Dios.
Pero esta forma de vivir no nos deja satisfechos. Tal vez resulte atractiva de momento, pero
nos hace insensibles, tristes, sin ilusión para vivir. Nos encierra en nosotros mismos y no nos
deja amar ni sentirnos amados.
Jesús siente la tentación de asegurarse comodidades, de no sufrir, de hacer su vida. Se
siente hombre, con deseos frecuentes de dejar una vida tan sacrificada, tan pobre, tan sin
sentido aparentemente, abocada al fracaso. ¿Qué adelantaba con ser un pobre más?, ¿para
qué pasar tantas fatigas? Hace falta tener más pan, comer mejor, vivir mejor, para poder
rendir más. Además, una vida tan pobre y sacrificada no reflejaba su dignidad de Hijo de Dios.
El compromiso con el pueblo le haría plantearse también lo que se plantea pronto todo
buen revolucionario: la revolución, ¿es sólo cuestión de pan, vestido y techo? Estas cosas son
importantes; por eso, toda verdadera revolución buscará la raíz que produce la miseria de
tantos hombres -raíz que hoy es la propiedad privada y privante de individuos y naciones-, a
la vez que hará ver que el problema del pan es algo mucho más serio y amplio.
En los días de ayuno, cuando parece que todo se oscurece, Jesús "sintió hambre",
necesidad primaria del hombre. Está en la situación mejor para ser tentado.
El "diablo" se sirve del hambre como tentación: tienes poder ilimitado..., úsalo. "Si eres
Hijo de Dios", y Dios se preocupa de los hombres, es evidente que debe alimentarlos,
preocuparse de ellos. Y son millones los hambrientos, millones los que lloran sin que nadie los
consuele, millones los que mueren solos, despojados y errantes por el mundo. Son millones los
que no encuentran el sentido de la vida...
Si Dios existe y tiene fuerza, ¿no estará obligado a resolver este problema? Si Jesús viene de
parte de Dios, tendrá que resolver la gran tragedia del hambre -de todas las hambres- de los
pueblos y de los individuos.
Según el marxismo hace falta una revolución económica que destruya la explotación
capitalista, supere la esclavitud del hambre y de la miseria y haga posible la justicia. Esto es
evidente: es necesario alimentar a los hombres porque el hambre es grande sobre la tierra. Pero...
"No sólo de pan vive el hombre". Jesús no cayó en el error de convertir la revolución
popular, que se estaba gestando entonces en Palestina -y que era expresión de la fe bíblica-, en
147
una ideología del bienestar y nada más. Sentiría el atractivo de este error. De seguirlo, hubiera
sufrido menos, habría sido mejor interpretado y más seguido, pero hubiera sido un falso
profeta.
Jesús, ante la absolutización del pan de este mundo, nos asegura que hay un pan superior,
que el hombre no sólo vive de pan -pero también-, que es necesario que se alimente "de toda
palabra que sale de la boca de Dios".
Jesús supo ver que toda aquella forma de pensar no era más que una tentación. "Si eres
Hijo de Dios", ponte a trabajar y a luchar para que se acabe la opresión de unos hombres
sobre otros, que es lo que produce hambre y miseria. Y esto es lo que hizo Jesús.
El error de la mayoría de los cristianos está en entender la religión como un recurrir al
poder de Dios para que nos solucione todos los problemas. Y así han convertido la oración en
un pedirle a Dios que actúe, rehuyendo toda responsabilidad personal en la transformación del
mundo.
La palabra de Dios no es un añadido, sino que es lo que sustenta y lo que informa todo.
Los hombres vivimos cuando nos preocupamos y ponemos en práctica toda la palabra de Dios,
que coloca toda la vida humana auténtica bajo el signo de un total desinterés.
Para Jesús el problema del hambre en el hombre no se puede resolver sólo a través del
alimento. El hombre tiene que aceptar hasta el final su condición de buscador y caminante,
tiene que conquistar su propio pan y descubrir a Dios en libertad.
El problema se plantea como una alternativa: o pan o libertad. La tentación está en pensar
que sólo construye del todo el que da de comer. Así piensan normalmente los hombres que no
ahondan en su realidad personal. Si Jesús hubiera optado por el pan, habría respondido al
sentir del hombre en general.
Según esto, el hombre sería principalmente un estómago; le bastaría con ser rico, poseer,
convertir el universo en objeto de consumo, disfrutar de la vida, olvidando la libertad y sus
problemas, olvidando, finalmente, su trascendencia.
¿No es éste, en parte, el planteamiento del marxismo ateo y de todos los que niegan o
prescinden de la existencia de Dios y de un futuro eterno para el hombre, más allá de la muerte?
Nada que tenga fin podrá saciar jamás el corazón del hombre.
Jesús ha preferido hacernos libres. Quiere que el hombre se realice por sí mismo y busque
su pan. No quiere obligarnos con ninguna evidencia. Sabe que el hombre se realiza en el plano de la
elección libre, en el riesgo, en el amor abierto hacia el misterio, hacia la plenitud y la eternidad.
Amor desinteresado, agradecido, fuerte, eterno. Un amor que convierta nuestra vida -incluido
el pan material- en un don hacia los otros. Un amor que tiende a saciar el hambre de los
otros. Este es el fondo de la respuesta de Jesús.
A partir de las necesidades de la humanidad, nuestra existencia debe convertirse en un
esfuerzo, humilde y confiado, por lograr bienes que puedan saciar el hambre de eternidad y
148
plenitud de los hombres que viven a nuestro lado. Mas ¿cómo saciar el hambre de plenitud
sin llenar antes el estómago?
No podemos limitarnos a saciarles -y a saciarnos- el hambre material, aunque también
luchemos por ello. Correríamos el riesgo de quedarnos ahí, de pensar que no hay más.
Tenemos que ayudarles a descubrir que el principio de la vida es el amor, que Dios existe y
que nos está ayudando para que nosotros mismos nos realicemos como imagen y semejanza
suyas.
La Iglesia, la sociedad capitalista, nosotros mismos, hemos caído en la gran tentación de
buscar la riqueza en sus múltiples manifestaciones. Y hemos velado el mensaje de Jesús.
Jesús nos presenta el ideal de la pobreza como camino mejor para ir venciendo esta
tentación. Una pobreza que tiene que ser amor para que sea liberadora, creadora, comunicativa;
para que sea bienaventuranza.
b) Segunda tentación: El poder no es liberador
Es la tentación del "poder" (la tercera en Mateo). Es creer que el camino de la libertad
está equivocado y que dará más resultado recurrir a medios contundentes y de poder.
El afán de poder es una tentación que viene rondando al hombre desde que vive en el mundo. El
hombre ambiciona dominar, quedar encima de los demás. Es un instinto primario y voraz en todo
hombre.
Este deseo de poder -lo mismo que el deseo de riquezas- es ciego, no se sacia nunca. Impide
que podamos entablar en la humanidad relaciones de fraternidad, de igualdad entre todos. Hace
imposible un clima de libertad, ya que es necesario reprimir y coartar los derechos de los
demás para conservar los propios privilegios, conseguidos a costa de la esclavitud de la mayoría.
Los hombres estamos estructurados en sociedades que se imponen por la fuerza. El ansia de
poder nos lleva a aprovecharnos unos de los otros. Este deseo de dominio va cristalizando en estructuras de poder, radicalmente injustas, que nos son impuestas y que nos envuelven. ¿Qué
adelantamos, por ejemplo, con chillar contra los gastos militares y las desigualdades de trabajo
que abruman a nuestro mundo? Los que mandan hacen lo que quieren, y a callar.
También son víctimas de este poder los mismos hombres que lo ejercen, ya que les impide ser
libres, porque viven esclavos de él para conservarlo. El poder exige adoración, subordinarle
todo lo demás. El que lucha por el poder admite que una preocupación inhumana llegue a
constituir lo importante y decisivo de la vida. Y así surge el ídolo, la mentira. Es un ídolo lo que,
careciendo de valor, se coloca en el centro de la vida, como si lo fuera todo, y nos pide
obediencia y sumisión.
El hombre anda loco constantemente detrás de los ídolos. Ceder a la voluntad de poder es
ceder a todo auténtico ideal, que sólo puede apoyarse en el amor; es escoger, más que la
149
lucha sencilla por mejorar cada realidad, el situarse en el pedestal que da el mandar; es el no
servir, el no amar.
Jesús, como buen judío, experimentaría en su propia carne la opresión de su pueblo
explotado y dominado por los romanos.
Y es indudable que alguna clase de poder necesitan los oprimidos para deshacerse de los
explotadores -individuos y naciones- y crear una sociedad donde sea imposible la dominación de
unos sobre otros.
Jesús quería a su nación libre de los romanos y a todo su pueblo -y a todo el mundodisfrutando en plenitud de aquella sociedad feliz, sin clases, que habían soñado y anunciado los
profetas. Para ello, hacía falta que el poder cambiara de manos, que el poder que estaba en
manos de los grandes pasara a manos del pueblo para llegar a esa sociedad en la que todos
fueran pueblo.
Pero sabía que hay tipos de poder y maneras de ejercerlo que no conducen a esa meta. Sólo
conduce a ella el poder que forma parte del rendir homenaje y prestar servicio al Dios de la
Biblia, que es lo mismo que vivir atento al grito del pobre, del oprimido, del esclavizado, y
responder concretamente a este grito con la práctica del amor liberador.
Parece que Jesús intentó realizar los cambios sociales por el camino del amor "no-violento",
aunque el evangelio nunca nos lo presenta criticando a los zelotes, que eran los guerrilleros de su
tiempo.
Para tener lo que es suyo, el pueblo no debe adorar ni someterse a nadie. El único
sometimiento válido es a Dios, que consiste en buscar la auténtica libertad de todos para el bien
de todos.
El diablo aparece como el príncipe de este mundo, el dueño. El poder total, el que los
imperialismos y sistemas opresores siempre han robado al pueblo, aparece aquí en manos del
diablo que lo ofrece a Jesús.
Jesús no cayó en la trampa del servilismo ante los poderosos. No se doblegó ante ningún
poder de este mundo. Se mantuvo totalmente fuera de las estructuras de poder de su tiempo.
Es una tentación constante de la Iglesia y de cada cristiano: tratar de llevar adelante la
obra de la salvación-liberación del hombre por medios de poder y no mediante el testimonio de
una vida de entrega y de servicio. Ceder a ella es aceptar una verdadera corrupción del mensaje,
quedando éste absorbido por la voluntad de poder.
La Iglesia ha caído de lleno en la tentación y se ha convertido en un gran poder en el
mundo. De esa forma es imposible que pueda transmitir el mensaje de Jesús. Realizar una
liberación profunda y total basándose en un poder recibido de los opresores del pueblo, por
medio de alianzas con ellos, es una contradicción que Jesús supo detectar y superar.
150
Según el marxismo hace falta una revolución sociopolítica, es decir, la construcción de una
sociedad en la que no domine un hombre sobre otro, en la que todas las decisiones vengan
desde abajo y respondan a las necesidades del pueblo. Lo difícil es el modo de conseguirlo.
Frente a todos los gobiernos de injusticias que han regido el universo, parece lógico que
Jesús hubiera debido tratar de gobernar, de dominar: El lo habría hecho mucho mejor. Sin
embargo, frente al ídolo del poder que le haría señor de las gentes, afirma que sólo ante Dios
puede inclinarse la rodilla. Evitó el error de vencer sin convencer. No quiso reducir la
liberación popular y la fe bíblica a un simple modelo político que siguiera el ritmo de los que
existían entonces. Sabía que el poder que se consigue y que se ejerce en forma de dominio sobre
el hombre siempre es alienante, nos pide adoración. Es verdad que con el poder se consigue con
rapidez acabar con abusos si se quiere, pero es a costa de otro abuso: convertir la humanidad en
una especie de colmena. Y esto es absolutamente destructor e inhumano. Dios no quiere esclavos;
quiere hijos. Garantizar así el orden para todos es conseguir un buen rebaño, pero es matar al
hombre.
Jesús lo rechaza: se le pide al precio de adorar a ese poder que pertenece al diablo.
La misión del poder en el mundo es irse convirtiendo en algo innecesario. Nada que se obtenga
con el poder o se apoye en él puede construir el reino de Dios sobre la tierra.
Jesús ofrece amor, es amor; extiende ese amor callada y humildemente. Y aquí reside su
autoridad.
El creyente tiene que superar, como Jesús, toda estructura de poder: entre padres e hijos,
entre hermanos, entre niños y mayores, entre jefes y subordinados... Nadie tiene derecho a
pedirnos que doblemos la rodilla. Sólo ante Dios debemos hacerlo. Nadie puede hablarnos de
gobierno o de política cristianos.
El mal no se vence con ningún tipo de dominio, sino desde dentro de cada uno, siendo
hombres nuevos que siguen el camino del amor de Jesús.
En la medida en que un poder se va haciendo cristiano, va desapareciendo, porque no buscará
ya su propia conveniencia, sino el bien de todos los demás.
Esta utopía del hombre nuevo parece imposible. Y es así si analizamos la realidad que nos
rodea por todas partes. Pero Jesús de Nazaret ha realizado este imposible: rechazó para siempre
el poder y demostró con su vida entera que es posible vivir totalmente para los demás, sin
mandarles, sin tener ninguna forma de poder o de dominio sobre ellos.
Sólo hay un Señor -Dios- a quien adorar y una sola ocupación fundamental -el amor-.
¿Cuál es nuestra preocupación?, ¿detrás de qué va nuestra vida?
Jesús nos presenta el ideal de la obediencia a la voluntad del Padre como camino para ir
venciendo esta tentación. Esa obediencia-dependencia que fue el alimento de su vida (Jn 4,34).
Una obediencia que irá superando ese deseo de poder que habita en el hombre por el tantas
veces señalado "pecado del mundo" (Jn 1,29).
151
c) Tercera tentación: La fe, no el milagro
Es la tentación (segunda en Mateo) del milagro, del triunfalismo, de la superficialidad.
Vivimos en la sociedad de la permisividad, de la facilidad, en la que todo carece de
importancia. Hemos pasado del tabú del pecado al liberalismo de considerarlo todo como
relativo: cada uno tiene su propia moral, que fundamenta en la ley del mínimo esfuerzo.
No se trata, naturalmente, de volver a los tabúes -con frecuencia deshumanizantes-,
pero sí de ser sinceros y de reconocer que nos pasamos: en el campo del erotismo, que reduce
al hombre y a la mujer a meros objetos de placer; en el campo del dinero, con gastos
innecesarios; en el campo del trabajo o del estudio no damos importancia al cumplimiento
del deber; en el mundo familiar cada uno hace su capricho; en el campo personal es nulo el
esfuerzo por superarnos como personas responsables...
Esta tentación nos plantea el peligro que tenemos de responder fácilmente ante el sentido
de la vida, de creer en un Dios fácil, un Dios que nos da todo hecho y que se adapta a
nuestras conveniencias.
¿Deslumbrar o convencer? Jesús pensaría a veces que por el camino de la sencillez y de
la humildad no iba a conseguir nada. Quizá fuera mejor presentarse ante el pueblo con
solemnidad, hacer ante la gente sencilla cosas maravillosas. Así todo sería más rápido... ¡y
mucho más eficaz!, porque da más resultado buscar los aplausos de la gente, de la gran
masa, que aplaude tanto más cuanto menos se le exige.
Jesús, al verse rodeado de multitudes entusiasmadas ante El, sentiría la tentación de
impresionarlas, de demostrar con evidencia que es el Hijo de Dios. Estaba convencido de la
posibilidad de una real liberación para el pueblo. Y veía un camino para lograrlo; pero
¿cómo convencer a la gente para que tomara este camino?, ¿cómo lograr que le siguieran?
El tenía cualidades de jefe, hablaba bien a las masas, interpretaba sus inquietudes y sentimientos, atraía por su libertad y creatividad personales. Se notaba en El esa "mano de
Dios" que el pueblo capta con tanta facilidad. Y sentiría la tentación de usar estas
cualidades para deslumbrar, sin preocuparse tanto de convencer y de formar; la tentación
de comprometer a Dios en un tinglado así. ¡Cuántos tinglados de éstos conocemos hoy!
Jesús está sobre "el alero del templo". Los hombres ante el milagro descubrirán que
Dios está con El y aceptarán su palabra.
Pero buscar los caminos del triunfalismo es "tentar a Dios", es presentar una imagen de Dios
muy equivocada, es abusar de su ayuda, es forzarle a intervenir, es no aceptarle sin pruebas evidentes.
Jesús quiere servir a Dios, no servirse de El; quiere obedecerle, no someterle. No quiere
presentarnos a un Dios que elimine el riesgo y las decisiones de la libertad humana. Dios debe
152
ser una exigencia que acompañe y aliente el riesgo de los hombres y de los pueblos que luchan por el
reino. Toda superficialidad y facilidad es traición al Dios de Jesucristo.
Si Dios es liberador, no lo será imponiéndose con triunfalismos y milagros, dogmas o grandes
discursos de sus representantes. Lo será si lo descubrimos junto a nosotros en la lucha revolucionaria y en el horizonte de liberación hacia el que caminamos.
Jesús vence la tentación ridícula del hombre de convertirse en ídolo. Y acepta el desierto, la
debilidad, el verse ante el fracaso, la destrucción y la muerte. Ha tratado de rastrear el sentido
de la vida, ahondarlo, pero sin intentar resolverlo todo de una forma definitiva. Ante las
dificultades de la vida, confía en Dios, acepta a Dios sin violencia y sin pedirle pruebas. La vida y
el Dios de Jesús sólo se pueden aceptar desde la fe. Del milagro que demuestra la fe y quita
las dudas nos dice que es "tentar a Dios". Rehúsa ceder al prestigio fácil de la propaganda y de
la influencia sobre las multitudes: trata de liberar al hombre, no de conquistarlo ni de seducirlo
con el éxito.
El milagro reduce la liberación y la fe a una religión triunfalista y espectacular, de santuarios
e imágenes con fama de milagrosas, de liturgias solemnísimas; a una religión que aliena al hombre sacándolo de su tarea y luchas humanas y creadoras, y que hay que aceptar sin discusión.
Según el marxismo hace falta una revolución cultural, ideológica, que nos lleve hacia una
cultura popular que logre un nuevo proyecto de civilización, en la que los hombres pierdan la
angustia de la búsqueda o las dudas para siempre. Son muchos los marxistas que creen tener
la verdad definitiva; verdad que pueden demostrar como una ciencia porque están apoyados en
la base del avance de la historia. Una vez más, la necesidad del milagro lleva al hombre a
postular seguridades absolutas, a convertirse en dios.
¿No es lógico pensar que la razón la tiene el tentador? Son los signos que una y otra vez
pedimos todos. De ello tenemos muchos ejemplos, muchas "apariciones". Los hombres queremos
seguridades, tener evidencia de lo que es verdad y mentira, disponer de Dios y de la vida sin
riesgo, creer de una vez.
Dios quiere una fe libre. No quiere lograrla con el milagro que resuelva todos los
problemas y preguntas de los hombres, aunque nunca sepamos del todo el porqué. Presentimos
que en el fondo hay un misterio impresionante de amor y libertad, ya que si una verdad se
impone, ha dejado de ser una verdad humana; si el amor se da a la fuerza, ya no puede
llamarse verdadero. Lo mismo la fe.
Hubiera sido más sencillo relacionarse con Dios a través del prodigio, de reglas científicas
demostrables. Pero Dios se nos ofrece, por Jesús, allí donde surge una respuesta a su amor en
libertad.
Esto debemos tenerlo claro la Iglesia y los cristianos: no tenemos demostraciones ni contamos
con milagros. No podemos apoyarnos exclusivamente en los efectos sacramentales con abandono
153
de la santidad personal. Nuestra razón de ser es dar testimonio de Jesús, siguiendo su camino;
el encuentro con Dios que se realiza en la hondura de la vida.
A partir de la respuesta de Jesús y por la misma constitución del hombre, los cristianos
hemos de responder que no existe el milagro, la respuesta que resuelva definitivamente los
problemas de la historia y de los hombres.
La ciencia tiene respuestas para los planos inferiores de la vida. La ciencia del marxismo
ha descubierto las leyes de la evolución de la historia en una determinada perspectiva.
Tendrán una respuesta para el planteamiento económico de la sociedad -nunca definitivo-.
Pero el misterio primordial del hombre no lo podemos resolver por medio de la ciencia.
El hombre se realiza en el plano de la libertad. Libremente entabla contacto con los
otros; y sólo en ese campo -en un encuentro interpersonal que no se puede imponer ni
resolver con ninguna fórmula- puede encontrarse con Dios, con el Absoluto.
Jesús rechaza la prueba del milagro. La Iglesia debe seguir su ejemplo. De igual forma, los
marxistas deben rechazar la prueba de la ciencia. Al final de todas las respuestas está el
hombre. El hombre, que trasciende todo lo que existe sobre el mundo. El hombre, que supera
infinitamente al hombre por ser imagen y semejanza de Dios.
Sólo al final, allí donde existe la pura libertad, podremos encontrar la verdad definitiva, sin
milagros ni verdades que deban imponerse. Sólo al final el hombre podrá encontrarse abierto
al Absoluto.
Jesús nos presenta el ideal de un amor de castidad -sublimación y dominio del yo para una
entrega plena a los otros en la sencillez de la vida diaria- como el mejor camino para ir venciendo esta tentación.
4. Reflexión final
Fiel a los hombres y fiel a Dios, Jesús apunta a una liberación que siempre está más allá; a un
tipo de hombre y de sociedad que ahora nos parecen muy lejanos y difíciles de realizar, pero
que son posibles. Son la "utopía" por la que vivimos y luchamos. Fue fiel a sí mismo, superando
la tendencia al egoísmo, al afán de poder y al lucimiento o superficialidad. Fue responsable
de la clase social oprimida, asumiendo una lucha concreta, pensada, creadora, y procuró que
todos se sumaran a ella. Le costó la vida. Su opción está clara.
"El demonio se marchó hasta otra ocasión". Hasta el momento de jugarse la vida hasta las
últimas consecuencias, cuando la represión de los poderosos ya no ofrece pactos o ceremonias
esplendorosas, sino cárcel y asesinato. Es la ocasión que acabó con Jesús en la cruz.
El ejemplo de Jesús nos debe ayudar a desenmascarar nuestros caminos torcidos. Sus
tentaciones, actualizadas, nos indican de qué tenemos que convertirnos hoy: del materialismo
consumista, del afán de poder y competir, de hacernos un dios a la medida de los propios
154
intereses, del "pasotismo" y del afán de placer, de la seguridad de creer... Son los ídolos de
hoy, contra los que tenemos que luchar y vencer con la ayuda del Espíritu que actuó en Jesús
y que actúa en nosotros si le dejamos.
¿No creemos que poseyendo más cada día seremos más felices y tratamos de llevarlo a la
práctica? ¿No queremos llegar cada vez más alto, aunque sea pasando por encima de los demás,
compitiendo con los que nos rodean? ¿No convertimos la fe, las prácticas religiosas, en una
especie de garantía de éxito humano? ¿No queremos "ganar" siempre?...
En resumen: sobre el mundo existen únicamente tres fuerzas capaces de cautivar al
hombre y dominarlo: el tener -el pan-, el poder y el milagro de una ciencia que lo resuelva y
solucione todo. Todas las demás tentaciones del hombre se pueden reducir a estas tres.
Jesús ha rechazado cada una de esas fuerzas. No ha resuelto el problema del pan, no ha
conquistado el poder universal, no ha demostrado prodigiosamente la verdad de lo divino.
Quizá ahora veamos claro lo de Jesús; pero ¿y lo nuestro?
¿Responden en realidad a cada tentación cada uno de los consejos evangélicos? Yo creo que sí.
Al menos presentan, juntos, una actitud de vida totalmente contraria a la que ofrecen las tres
tentaciones. La victoria plena sobre estas tentaciones tipo, que se va realizando a lo largo de toda
la vida, puede estar en los tres consejos evangélicos de pobreza, obediencia y amor de castidad,
entendidos en toda su plenitud. Como Jesús los vivió, como los han vivido tantos cristianos que
han seguido de cerca sus huellas.
155
De Juan a Jesús
1. Los dirigentes de los judíos envían unos representantes a Juan Bautista
Este fue el testimonio de Juan cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
-¿Tú quién eres?
El confesó sin reservas:
-Yo no soy el Mesías.
Le preguntaron:
-Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?
El dijo:
-No lo soy.
-¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
-No.
Y le dijeron:
-¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
El contestó:
-Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor"
(como dijo el profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos, y le preguntaron:
-Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?
Juan les respondió:
-Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el
que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la
correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.
(Jn 1,19-28)
Lo más importante en la vida de un hombre no es lo que hace, sino lo que es. Lo que hace
debe ser consecuencia de lo que es, fruto de sus convicciones profundas. De otra forma será un
"fariseo".
Vivimos en una sociedad pragmática, que da primacía al hacer, a la técnica. A la vez, olvida
tener una visión amplia y un plan claro para la vida, una meta que alcanzar. Nuestro mundo
se preocupa de la eficacia y descuida las motivaciones profundas que deberían determinar el
comportamiento de una persona. No se preocupa de las consecuencias que esta actitud pueda
tener para las futuras generaciones. Quizá el ejemplo más grave de lo que digo sean los riesgos
que puedan ocasionar en el futuro los residuos radiactivos. Descubrir, inventar, hacer, ganar
dinero con rapidez..., parece ser el objetivo que se ha inculcado al hombre de hoy. La técnica y la
156
eficacia -producir sin más-, ¿no son una de las causas principales del paro obrero existente en
los países capitalistas, de la contaminación, del desequilibrio actual?
Pero el hombre moderno no es feliz...
El cristianismo necesita creyentes que sepan ofrecer a los hombres grandes ideales. Ideales que
justifiquen y den sentido al servicio que la humanidad necesita. Creyentes que presenten un
modo de ser cristiano, más que unas normas de comportamiento práctico; una "visión" de la
vida cristiana -frecuentemente dura, "loca", según la lógica humana-, más que un código
moral; una invitación a una aventura arriesgada más que a un programa de seguridades.
Es el proyecto sobre la vida el que debe determinar las prácticas. Nunca al revés. Del sentido
práctico de la vida nacen inevitablemente las "recetas", que es una forma de infantilismo religioso. El pragmatismo es todo lo contrario a una auténtica formación cristiana y humana, que
consiste en estimular el desarrollo personal, el crecimiento responsable, que arranca del
interior. ¿Qué es de hecho una fe que no incluya un riesgo, una búsqueda, una decisión, una
elección personal? ¿Cómo puede darse fe sin capacidad de asumir las propias responsabilidades?
¿Qué tiene que ver con la fe el tinglado de las primeras comuniones y confirmaciones en masa?
Ante la mínima dificultad, las personas carentes de convicciones profundas no saben qué
hacer. O cuando surgen las verdaderas crisis -o la llegada a la mayoría de edad-, la fe levantada
a fuerza de prácticas religiosas se derrumba de un modo estrepitoso. Es lo que ocurre, hoy más
que nunca, con los niños y adolescentes.
No es posible perseverar si se carece de principios sólidos propios, si no hay motivaciones bien
asimiladas y constantemente alimentadas. Cuando vienen las dificultades, las prácticas religiosas
sirven para muy poco. Para seguir adelante hace falta otra cosa: la solidez interior, que
procede de la profundidad de una persona que ha encontrado el sentido de la vida.
Sólo se puede llegar a ser creyente de verdad a través de un fatigoso crecimiento en la fe.
Que es, en definitiva, crecimiento en la libertad, en la responsabilidad, en el coraje, en el
amor. Gracias a la fe se madura, se hace adulta en Cristo una persona.
Juan, en este pasaje, no nos indica lo que debemos hacer, sino lo que debemos y podemos ser.
a) La transparencia de un hombre
La gente importante del pueblo judío debía pensar que Juan Bautista estaba loco. Un
sacerdote que vivía en el desierto, mal alimentado y mal vestido, extraño, que invitaba a la
conversión. Era un personaje realmente raro.
Al poco tiempo se convirtió en un hombre peligroso, creador de un movimiento popular que
alarmó a las autoridades supremas religioso-políticas de Jerusalén, que le envían una comisión
para investigar, con ánimo de detenerle si pretende ser el Mesías, cuya inminente llegada se
157
esperaba en aquel ambiente tenso de la Palestina de mediados del siglo I, a causa principalmente de
la miseria y de la dominación romana.
El término "judíos" tiene en el evangelista Juan casi siempre un significado ideológico. Lo
emplea para designar a los adictos activos, a los dirigentes, incluyendo a los que ejercen cualquier
clase de autoridad. Se distinguen del pueblo, que los teme.
El interrogatorio comienza autoritariamente, sin fórmulas de cortesía: "¿Tú quién eres?"
Quieren que él mismo declare sus intenciones.
Juan responde a la sospecha que adivina en ellos: "Yo no soy el Mesías". Para los judíos
declararse Mesías significaba oponerse a las autoridades existentes, que se sentían inseguras ante
los movimientos populares -algo así como muchos jerarcas actuales ante las comunidades cristianas
de base-. Según una opinión muy extendida entonces, uno de los principales objetivos del Mesías
habría de ser la reforma de las instituciones y la destitución de la jerarquía, considerada
indigna. No es extraña, por ello, la alarma de los dirigentes ante la actividad de Juan, que
reconoce no ser el salvador del pueblo ni va a pretender serlo.
Quedan desorientados. Las respuestas de Juan Bautista son cada vez más breves, hasta
terminar en un escueto y seco "No", que bloquea el interrogatorio y deja desorientados a los
inquisidores. No se atribuye ninguna función que pueda centrar la atención en su persona.
El evangelista pone en boca del Bautista la triple negación, porque las tres figuras van a ser
representadas por Jesús. El Mesías, Elías y el Profeta encarnaban diversos aspectos de la salvación esperada como instrumentos del Espíritu.
"¿Quién eres?" Le piden que se defina a sí mismo. Las autoridades quieren una respuesta
clara para juzgar si Juan representa un peligro; quieren saber qué pretende con su actividad. No
ponen el mínimo interés por enterarse de su mensaje. Así son siempre los dirigentes: ya lo saben
todo; sólo tienen que vigilar para que nadie se desmande.
Se define como "la voz que grita en el desierto". Es alguien que debe ocultarse para no
hacer sombra al que viene. Es la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías.
Juan es "la voz', Jesús es "la Palabra". Quita la palabra, ¿y qué es la voz?: un ruido vacío.
La voz sin palabras llega al oído, pero no edifica el corazón. Lo que Juan Bautista está
indicando es el proverbio: "Si alguien te señala el cielo, no te quedes mirando el dedo". El sólo es
dedo que señala al que viene.
La actitud de Juan es la única válida para los cristianos, tanto como individuos aislados
como formando comunidad. Su misión -nuestra misión- es testificar o indicar la presencia de
Cristo en el mundo, procurando que nuestro testimonio sea transparente, que los hombres no
tropiecen en nosotros, sino que descubran el rostro de Jesús. Tampoco nosotros tenemos
ninguna importancia, no tenemos influencias, pero sabemos que Jesús se encuentra entre
nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo.
158
Al identificarse con la "voz" anunciada por Isaías (40,3), Juan conecta con la tradición
profética. Y exhorta a los dirigentes a quitar los obstáculos que ellos mismos han puesto:
"Allanad el camino del Señor". El Señor va a recorrer su camino y debe encontrarlo libre. Las
autoridades son las que han torcido ese camino; han impedido la liberación que el Señor quiere
hacer, manteniendo al pueblo en la esclavitud de la tiniebla.
Preparar el camino al que viene requiere una actitud activa y comprometida. Con nuestro
trabajo tenemos que adelantar el día del Señor.
Juan es un ejemplo de creyente convencido de verdad, que trata de "ser". Su acción
brotó como consecuencia de su fe adulta.
El cristiano no puede vivir fuera del mundo (Jn 17,15); vive en una sociedad en la que sabe que
está presente Jesús Resucitado, aunque no sea visible (Mt 28,20). Sabe que este mundo no es el
fin, sino camino que construye la futura plenitud.
Pero ¿cómo vivir en el mundo haciendo camino hacia el Reino? No hay exclusiones previas,
no hay normas que resuelvan a priori los problemas. Es preciso vivir en el mundo, pero sabiendo
juzgar, criticar, descubrir "lo bueno". Lo dice san Pablo: "Examinadlo todo, quedándoos con
lo bueno" (1 Tes 5,21). Y el criterio sobre lo bueno es el evangelio: será bueno todo lo que conduzca hacia el Reino, hacia más amor, más justicia, más libertad, más fraternidad... para todos.
"Allanad el camino del Señor" es quitar de nosotros todo lo que no responda a ese progreso
hacia el Reino. Cada uno verá qué. Y es abrirse a todo lo que nos conduzca a él. Es un examen
que cada uno puede y debe hacer.
¿Sabemos rechazar lo que es obstáculo al camino? ¿Qué es lo que estamos rechazando ahora?
¿Sabemos unirnos a lo que favorece este camino, venga de donde venga? ¿En qué lo demostramos?
¿Qué nos impide aceptar el Reino? ¿Qué nos "llena" en el camino hacia él de esperanza, de ilusión,
de alegría...?
No olvidemos que el evangelio es un anuncio de libertad, de esa libertad que tanta falta nos
hace al hombre y a la sociedad de hoy.
b) La presencia de Dios, realidad oculta
Aparecen los fariseos. Serán los acérrimos adversarios de Jesús a lo largo de todo el
evangelio. Es el grupo de los observantes y guardianes de la ley. Se han quedado en la letra de
ella y por eso son enemigos del Espíritu. Han absolutizado a Moisés y se opondrán ferozmente a
Jesús. Están muy dignamente representados en nuestra Iglesia de hoy.
Al no identificarse con ninguno de los personajes previsibles y pretender ser enviado por Dios,
Juan parece colocarse fuera de la tradición de Israel. La pregunta que le hacen es casi una
acusación: "¿Por qué bautizas?" Era el bautismo lo que provocaba la alarma de los
159
dirigentes, porque el hecho de bautizar estaba asociado de algún modo a las tres figuras
mencionadas.
El bautismo significaba sepultar el pasado para empezar una vida nueva. El bautismo de
Juan pedía la adhesión a la persona del Mesías, que comportaba la ruptura con las instituciones;
aparecía como símbolo de un movimiento que avivaba el descontento existente respecto a los
dirigentes. Era el signo de una liberación.
Desconcertados por sus negaciones, los representantes de los dirigentes han recibido como
respuesta a su insistencia un mensaje de denuncia: son ellos los que impiden la obra liberadora
de Dios: "Allanad el camino". Ahora les anuncia una noticia inquietante: el Mesías no es él, pero
está ya presente y va a responder a los anhelos del pueblo.
"Yo bautizo con agua". Juan es consciente de que su bautismo será seguido de otro
superior, y quita importancia al suyo. El agua pertenece al mundo físico y únicamente con lo
físico puede tener contacto. El bautismo con "Espíritu Santo" (Jn 1,33) penetra en el interior
mismo del hombre. El agua simboliza una transformación, pero es el Espíritu el único que puede
realizarla. Su bautismo no es definitivo, sino solamente preparación para recibir a un
personaje que va a llegar; sólo El dará el bautismo definitivo. Juan suscita un movimiento
popular, en espera de Otro.
"En medio de vosotros hay uno que no conocéis". El personaje al que mira su bautismo
está ya presente, pero ellos no se han dado cuenta aún de su presencia. Los fariseos están
incapacitados para reconocer el Espíritu. Lo mismo todos los que son -¿somos?- como ellos.
Tampoco nosotros lo reconocemos frecuentemente, pero está en nuestra vida. Esta frase,
central en el presente pasaje, sigue resonando en nuestros oídos. Y es que la presencia de Dios es y
será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado. ¿Cómo lo reconoceremos?
¿Queremos reconocerlo de verdad? Puede ser cualquiera, puede parecerse a cualquiera.
La verdad de la encarnación de Dios es muy difícil de ser aceptada. Llegamos a creernos a
duras penas que Dios se encarnó en Jesús de Nazaret. Pero todo se complica cuando vamos
entendiendo que Jesús está presente en cada persona que vive en el mundo (Mt 25,31-46; He
9,4-5).
Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos oprime. Si Dios vive entre nosotros,
no podemos vivir tranquilos. Dios se ha hecho solidario con todos los hombres. Lo que se le hace
a cada persona, se le hace a Dios. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del prójimo. Cada
ser humano es Dios al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón.
Pero somos demasiado "razonables" para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A
lo máximo que llegamos es a decirlo, a "creerlo" de palabra.
¿Cómo es posible que Dios se pueda presentar "así"? Es éste un tema importante de
reflexión para todos nosotros. Nuestro Dios es terriblemente "molesto". Su presencia será
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siempre desconcertante, dolorosa, comprometida, una llamada a la generosidad, a la justicia, a la
libertad, a la fe, al amor...
No esperemos al "juicio final" (Mt 25,31-46) para entenderlo. Dios ha venido a habitar entre
nosotros. Tenemos que tener mucho cuidado para descubrirlo en los acontecimientos y en las personas que nos rodean.
No solemos aceptarle tal como se nos manifiesta. Tenemos una auténtica hostilidad a la forma
que tiene Dios de manifestarse en el presente: nosotros queriendo alejarlo de nuestra vida,
encumbrarlo, adorarlo tranquilo en el cielo; y El siempre cercano, a nuestro lado, delante de
nosotros cuando nos ponemos a caminar por su camino y detrás cuando le pedimos evidencias.
Nuestro Dios no es una idea, una imaginación; es una realidad que hace daño porque nos
compromete a una acción en favor de todos los hombres.
Juan afirma su inferioridad: "No soy digno de desatar la correa de su sandalia".
"Esto pasaba en Betania". La localización de Betania es insegura, hasta el punto que puede
dudarse haya existido una localidad de tal nombre. Sin embargo, su localización, real o simbólica, es importante en el relato evangélico: será a este lugar donde Jesús se retire al final de su
vida pública (Jn 12,1).
"En la otra orilla del Jordán". No es la Betania de Lázaro y sus hermanas. Esta nos
recuerda el paso del río efectuado por Josué para entrar en la tierra prometida. Para anunciar
la liberación que va a realizar Jesús, Juan se coloca en un territorio que evoca esa tierra,
fuera de las instituciones judías.
2. Juan Bautista da testimonio de Jesús
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
-Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es
aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante
de mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a
bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
-He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma
y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con
agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él,
ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado
testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
(Jn 1,29-34)
Anteriormente, Juan Bautista ha afirmado que él no era el Mesías, que no era más
que la voz que clamaba en el desierto. Ahora nos da un testimonio positivo y concreto de
Jesús.
Cuando el evangelista Juan escribe este pasaje quedaban aún grupos reducidos de
seguidores del Bautista que consideraban a éste como Mesías. Es ésta la razón por la que el
161
apóstol subraya sin ningún género de dudas la primacía de Jesús sobre Juan Bautista,
haciendo que el Precursor pronuncie una auténtica profesión de fe cristiana: Jesús es "el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"..., "el Hijo de Dios". También por eso
es el único evangelista que omite que Jesús fuera bautizado por Juan.
Es posible que Jesús no se atribuyera a sí mismo más que el poco llamativo título de
"Hijo del hombre". Todos los demás le fueron dados por las diferentes comunidades
cristianas del siglo I, como respuesta a las preguntas: ¿Quién es Jesús?, ¿qué representa para
nuestra vida de ahora?, ¿qué nos aporta? Eran comunidades que se preguntaban y que
investigaban profundamente en la figura del Mesías a la luz de los textos proféticos y de los
acontecimientos presentes. Y que no se ataban a las palabras como a fórmulas mágicas e
inamovibles. ¿No deberíamos imitar su búsqueda, en lugar de quedarnos tranquilos repitiendo
fórmulas que nada o muy poco dicen al hombre actual? Es ésta una de las tareas más
difíciles y urgentes de los cristianos de hoy: ¿cómo presentar la figura de Jesús al hombre
moderno, sin caer en las fórmulas ya hechas y aprendidas de memoria y sin perder de vista lo
que los primeros cristianos reflexionaron y aportaron?; ¿cómo expresar hoy de un modo
comprensible e interpelante que Jesús es "el Cordero de Dios", "el Hijo de Dios"...? Es un esfuerzo que debemos realizar todas las comunidades cristianas, sin atarnos a fórmulas fijas, pero
expresando la misma verdad de entonces.
a) De qué pecado liberarse y cómo
"Al día siguiente..." Comienza la sucesión de días en el evangelio de Juan: dos series de seis
días. El día sexto de la primera serie comienza con las bodas de Caná (Jn 2,1) y llega hasta el
comienzo de la segunda serie (Jn 12,1), que culminará con la muerte de Jesús.
Con este artificio literario, Juan pretende continuar el tema de la creación anunciado en el
prólogo. La creación, en seis días, no estaba terminada, pues el hombre no había llegado aún a
su plenitud. El día séptimo, día de la plenitud del hombre, será la resurrección, principio del
hombre nuevo.
Este pasaje contiene el testimonio central de Juan Bautista sobre Jesús. Resume el sentido
de la misión de Jesús diciendo que "es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".
Palabras que repetimos en cada eucaristía, antes de comulgar, lo que demuestra el valor que
les da la Iglesia.
El misterio del mal -se llama pecado en lenguaje religioso- desborda el mundo humano.
De él surgen las fronteras que impiden una tierra de comunión, la ruptura en el interior de la
persona humana: entre mis ideas y mi vida, entre mi vida y la vida de todos los que amo;
frontera con los que piensan como yo y frontera con los que piensan distinto. De él la falta de
confianza en el otro y en mí mismo: esa desconfianza en el hombre, esa necesidad de sospecha que
162
llega a desfigurar hasta las intenciones más nobles de los demás; la absurda y brutal carrera de
armamentos y las injusticias de toda índole; la incapacidad de realizar la comunión universal.
De él esas contradicciones en una sociedad que aspira a lograr lo mismo que combate con todas
sus fuerzas: libertad, amor, justicia, verdad, paz...
La naturaleza, malicia y dimensiones del pecado se van desvelando a través de la historia
bíblica. La Historia de la Salvación es el intento de Dios por liberar al hombre de su pecado.
El pecado de los orígenes abre la historia de la humanidad: el hombre, creado a imagen y
semejanza de Dios, prefiere ponerse en el lugar de Dios, quiere ser único dueño de su destino, se
niega a depender del que le creó, cortando la relación que le une con Dios. Relación que no sólo
era de dependencia, sino también de amistad.
El pecado corrompe el espíritu del hombre antes de provocar su acción. Y como le afecta en
su misma relación con Dios, cuya imagen es, es la perversión y trastorno más radical. Por ello
acarrea consecuencias tan graves.
Por el pecado -mal- todo ha cambiado entre el hombre y Dios y entre los hombres. Lejos
de Dios no queda más que la muerte.
La ruptura vino por el hombre. La reconciliación va a venir de Dios.
Jesús "es el Cordero de Dios". Escoge un camino de servicio, de humildad, de pobreza. Así
lleva a feliz término la misión que le encomendó el Padre: descubrir a la humanidad la vida
verdadera, el camino para ser hombre auténtico, humanidad redimida y reconciliada. Es la
paradoja de la vida y de la obra de Jesús: sigue un camino de servicio, sin poder, junto a los más
pobres y marginados. Un camino que es locura y escándalo para judíos y griegos -para cristianos
y no cristianos- (1 Cor 1,17-31; Rom 8,35-39). Pero es el camino de Dios. Un camino que es lo
primero que tenemos que aprender vitalmente los cristianos, si queremos serlo de verdad.
Siempre debemos preguntamos si el camino que seguimos es el camino de Jesús, porque
espontáneamente tendemos a elegir otro camino que sea más fácil, procurando que se le parezca
para vivir tranquilos.
Jesús "es el Cordero de Dios" por ser el don total a la humanidad. Es el cordero pascual
desde el principio para los cristianos. El acontecimiento mismo de su muerte fundamenta esta
tradición: murió la víspera de los ázimos, a la hora en que se inmolaban los corderos en el
templo, según prescribía la Ley, en recuerdo del comienzo de la salida -Éxodo- del pueblo de
Israel. La sangre de los corderos liberó entonces al pueblo elegido de la muerte (décima plaga) y
su carne fue comida por los israelitas antes de emprender el camino (Ex 11-12).
Las guerras y las violencias que abundan por el mundo son muestras patentes del fracaso de
los métodos de fuerza. Jesús "es el Cordero de Dios" que va a dar la vida para que los demás la
tengamos en abundancia (Jn 10,10-11).
Jesús "quita el pecado del mundo". No se habla del pecado de cada hombre, sino del
"pecado del mundo", en singular. Un pecado único, que oprime a la humanidad entera. Un
163
pecado que ha de ser eliminado para que el hombre pueda ser realmente hombre, imagen y
semejanza de Dios. Un pecado que ya existía antes que Jesús comenzara su actividad.
Eliminarlo va a ser su misión; mejor dicho: iniciar el camino para su aniquilamiento.
El pecado es esa realidad de mal que está presente en el mundo. Es lo que queremos expresar
al hablar de "pecado original": un niño al nacer no viene a un mundo limpio, sino a un mundo
herido por el mal, que de un modo u otro le afectará. Nadie se libra de esta herida.
Jesús no quiere salvar sólo individuos aislados. Quiere liberar a toda la humanidad. Además,
es difícil vivir como personas verdaderas en un mundo empecatado; es fundamental cambiar las
estructuras para que los hombres podamos realizarnos. ¡Cuántas personas incapacitadas de ser
ellas mismas a causa de las condiciones adversas en que viven! Por eso su lucha es contra "el"
pecado del mundo, contra esa presencia poderosa del mal que hay en cada uno de nosotros y en
nuestro mundo y que ha cristalizado en estructuras inhumanas. Sólo el amor será capaz de
lograrlo.
El pecado consiste en oponerse al anhelo de vida que Dios ha comunicado en el mismo ser del
hombre, en reprimir ese anhelo de la naturaleza humana. El pecado es singular y único. Es la
aceptación del "orden" de aquí abajo.
El "mundo", en sentido peyorativo, se identifica con el orden político-religioso que se opone a
Jesús. Es la humanidad necesitada de salvación, reducida a la esclavitud de la opresión que ejerce
sobre ella todo lo de aquí "abajo" (Jn 8,23), que, además, la engaña haciéndola aceptar la
esclavitud en que vive.
La acción del Mesías va a consistir en dar al hombre la posibilidad de salir del dominio que el
mundo ejerce sobre él. Recibir de El el Espíritu significa salir del orden injusto, abandonar "el
mundo" (Jn 17,14.16). Si el pecado consiste en aceptar los valores mundanos, haciéndose
"esclavo" de ellos (Jn 8,34) y renunciando a la plenitud de la vida, la liberación del pecado
consistirá en salir de él recibiendo la plenitud de vida -el Espíritu-, aceptando los verdaderos
valores humanos. Jesús va a abrir el camino con el ejemplo de su vida; camino que va a permitir
al hombre el paso de la esclavitud a la libertad, si lo sigue. Y lo mismo que el pecado de cada
hombre ha cristalizado en estructuras injustas y opresoras, la aceptación del camino de Jesús y
su puesta en práctica irá renovando esas estructuras hasta que lleguen a ser reino de Dios.
Esta es la misión del Mesías. Para esto vivió y murió Jesús. Su salvación consiste en la
liberación del mal. Nos estamos salvando en la medida en que el mal va dejando de tener
influencia en nosotros. La plena salvación será la plena liberación del mal. La salvación
universal será la desaparición del mal en todos los hombres, en cualquiera de sus formas. Sólo será
posible después de la muerte, último mal a vencer (1 Cor 15,26). La salvación no es algo para
el futuro únicamente: se va haciendo todos los días.
Juan es consciente de la universalidad de la misión del Mesías, que desborda los límites de
Israel para extenderse a la humanidad entera: "quita el pecado del mundo".
164
b) El Espíritu liberador
"Tras de mí viene un hombre..." Juan eclipsa su figura ante el que llega. Vivía y
anunciaba la esperanza de liberación que sentía el pueblo, pero no sabía quién sería el personaje
que la llevaría adelante. No ha habido ni habrá en el relato contacto personal entre Juan y Jesús.
Son dos figuras independientes; están relacionados como anuncio y realidad. La misión de Juan
era la creación de un ambiente, de una expectativa. Esa era la finalidad de su bautismo.
"He contemplado al Espíritu..." El Espíritu equivale a la plenitud de amor. Baja sobre Jesús
y hace de El la presencia de Dios en la tierra. Por eso Jesús vive en la esfera del Espíritu y
pertenece a lo de "arriba" (Jn 8,23).
"Ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo". El bautismo con Espíritu Santo no será
una inmersión externa en agua, sino una penetración del Espíritu en el hombre. El Espíritu será
el manantial interior que da vida definitiva (Jn 4,14), que podrá beber todo el que tenga sed-fe (Jn
7,37-39); será el que vitalice al hombre (Jn 6,63).
Jesús tiene la plenitud del Espíritu. Los suyos recibirán espíritu (sin artículo), participando de su
plenitud. Recibir espíritu significa la comunicación de Dios mismo, que es Espíritu (Jn 4,24). Esta
comunicación es total en el caso de Jesús, parcial en los demás hombres, para ir creciendo hacia la
totalidad por la práctica del amor.
El Espíritu, cuando se nombra en relación con Jesús, no lleva el apelativo "Santo"; sí cuando se
refiere a los demás hombres. Y es que "Santo" designa la actividad liberadora que realiza con el
hombre, que le permite salir de la esfera sin Dios. Por eso no se utiliza al describir su bajada
sobre Jesús: éste nunca ha pertenecido a esa esfera.
El Espíritu es el que libera del pecado del mundo, comunicando al hombre la vida divina, la
capacidad de amor. Con esa fuente interna de vida el hombre puede alcanzar su pleno
desarrollo, llegar a su plenitud. Mientras el hombre no haya recibido el Espíritu, su creación no
está terminada, es solamente "carne" (Jn 3,56). El Espíritu da al hombre su nueva realidad, le
hace capaz de un amor como el de Jesús.
El Espíritu es el que da el conocimiento de Dios como Padre y el que hace ahondar en el
misterio de Jesús. La vida que comunica será un "nuevo nacimiento", un "nacer de arriba" (Jn
3,3-5).
Las dos actividades de Jesús aquí reflejadas -el que quita el pecado del mundo y bautiza
con Espíritu Santo- están relacionadas: quitará el pecado del mundo comunicando el Espíritu
de la verdad, que hace brotar en el hombre una vida nueva y definitiva, contrapuesta a la del
mundo.
La experiencia de la nueva vida será la verdad que haga al hombre libre (Jn' 8,32).
165
c) El camino de la liberación con Jesús
"Este es el Hijo de Dios". Juan completa su testimonio. Jesús es el Hijo de Dios porque el
Padre lo ha engendrado, comunicándole su misma vida, el Espíritu. Jesús es el Hijo de Dios
porque es Dios en la tierra, el proyecto divino hecho realidad humana. Jesús-Mesías es la
cumbre de la humanidad y su misión consiste en comunicar a los hombres la vida divina que El
posee en plenitud (Jn 1,16), para que todos podamos realizar en nosotros ese proyecto.
Jesús empieza lo que llamamos "vida pública" compartiendo totalmente nuestra condición
humana, viviendo totalmente nuestra vida de hombres -excepto el pecado (Heb 4,15)- y
abriendo el camino que puede renovar esta vida.
Jesús ha asumido el mal, el pecado, en el que los hombres estamos metidos, con todas sus
consecuencias. Y compartiendo nuestra vida, ha sido también totalmente fiel a Dios hasta sufrir las
consecuencias del modo más doloroso: ser ejecutado. Y así, alguien que es un hombre como
nosotros ha vivido plenamente el amor y la verdad de Dios.
Jesús ha roto la barrera y nos ha dejado el camino libre para poder participar en el amor
pleno, en la vida plena que es Dios. Los hombres podemos, por fin, ser hombres en plenitud,
imitándole a El.
Y ésta es la redención, la liberación, la salvación de Dios. Una salvación que cada uno debe
realizar en sí mismo, ayudando a realizar la de los demás.
Ahora, una vez abierto el camino, hay que apuntarse a él. En realidad, todo hombre que
quiera vivir el amor entra ya en este camino, lo sepa o no.
El testimonio de Juan Bautista es una invitación a los hombres de todas las épocas y
lugares: nos hace saber que en Jesús se encuentra la vida verdadera, que imitando su ejemplo
podemos liberarnos de toda opresión y ser libres. Sólo la verdad y el amor romperán nuestras
cadenas.
3. Los primeros discípulos de Jesús
Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos, y fijándose en Jesús
que pasaba, dijo:
-Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió, y al ver que lo seguían, les preguntó:
-¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
-Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
El les dijo:
-Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían
las cuatro de la tarde.
166
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y
siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo:
-Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
-Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).
Al día siguiente determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le
dice:
-Sígueme.
Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a
Natanael y le dice:
-Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos
encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret.
Natanael le replicó:
-¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe le contestó:
-Ven y verás.
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
-Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.
Natanael le contesta:
-¿De qué me conoces?
Jesús le responde:
-Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
Natanael respondió:
-Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
Jesús le contestó:
-¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera crees? Has de ver cosas
mayores.
Y añadió:
-Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar
sobre el Hijo del Hombre.
(Jn 1,35-51)
Descubrir el sentido de la propia vida es lo más importante que los hombres tenemos que
hacer. Es frecuente no afrontar esta cuestión, dejarse llevar por los acontecimientos, adoptar una
postura pasiva.
Quizá sean pocos los que buscan el sentido de la vida y se afanan por realizarlo, casi siempre a
costa de sacrificios y de entrega.
No debemos conformamos con ir tirando, con soportar la vida. Debemos hacer de ella una
realización personal, consciente, libre y coherente.
El verdadero creyente trata de construir su vida desde una dimensión de fe. Porque la fe en
Dios, la convicción de la existencia de una vida plena y para siempre después de la muerte no anula
la búsqueda del sentido de la vida, no invita a evadirse de las responsabilidades del presente. Cuando
la fe es verdadera su efecto es todo lo contrario: abre nuevos horizontes al camino de la vida actual
y da otras fuerzas para realizarlo. El cristiano sabe que Dios tiene un plan de amor para él y
para la humanidad.
Este pasaje y el de las bodas de Caná, que viene a continuación, son una especie de tratado
de iniciación a la fe, que vale también para el nacimiento de una vocación. Todo gira en torno a la
167
palabra "ver". Hay que "ver" los acontecimientos y a las personas que nos rodean y sacar
conclusiones. La fe verdadera arranca del análisis de los sucesos concretos y humanos. No puede
hacerse más que en diálogo con Dios, abiertos a su influencia. Es el itinerario que siguieron María, el
Bautista y, como veremos a continuación, los primeros discípulos de Jesús.
El evangelista Juan nos presenta aquí el recuerdo emocionado de su primer encuentro con
Jesús, encuentro que cambió totalmente su existencia. Es la historia de su vocación. Es natural, por
ello, que conservara todos los detalles con ternura. Este relato es como una catequesis del proceso
que debe seguir todo discípulo que quiera acercarse al Maestro: proceso que es seguimiento y
profundización constantes de la persona de Jesús.
La experiencia es impresionante. La llamada de Jesús es una amistad. Una amistad y una alegría
que sólo se entiende en la medida en que se vive.
Jesús recluta sus primeros discípulos de entre los propios seguidores de Juan Bautista. Todos
ellos estaban unidos por claros vínculos de amistad o de sangre.
El pasaje es la narración sencilla de cómo cinco hombres encuentran a Jesús. Cinco hombres que
van a construir los fundamentos de la Iglesia. Cinco hombres que se encuentran con una realidad
-Jesús de Nazaret- que transforma sus vidas: nada será ya como antes.
¿Cómo se realiza este encuentro'? No sucede nada extraordinario. Es un encuentro humano. Y
así comienza un itinerario, un irse conociendo, una convivencia, una amistad... que irá transformando la vida de aquellos cinco hombres de Galilea.
La manifestación de Jesús a sus primeros discípulos representa el paso del Antiguo al Nuevo
Testamento: de Juan a Jesús. Este encuentro marca el fin del ministerio de Juan Bautista.
Juan se encuentra en el sitio del día anterior: es una figura estática. Está acompañado de dos
discípulos, de dos hombres que han escuchado su anuncio y recibido su bautismo. Forman parte de
un grupo más numeroso, de un grupo que está abierto al que llega.
El día anterior, Juan había visto a Jesús que llegaba; ahora, estando en el mismo lugar, ve a
Jesús que pasa y se le pone delante; toma el puesto que le corresponde. Juan queda atrás. Es el
momento del cambio.
La actitud de Juan, en medio de su fama, es admirable; su desprendimiento y sencillez son
sorprendentes, desviando la atención de sus discípulos hacia Jesús; dándole el relevo y proclamándolo públicamente "Cordero de Dios", aunque no lo parezca. Y, aparentemente, no lo parece,
porque se ha hecho uno de nosotros, se ha puesto al lado de los que luchan contra el miedo, contra
las hambres que pululan por el mundo..., hasta morir. Y nosotros empeñados en creer en un
Dios sentado en lo más alto del cielo...
La palabra "cordero" alude a la hora de la crucifixión.
La actitud de Juan resume su misión y la de todo apóstol: ser simple indicador de Jesús. La
pobreza y el desprendimiento deberán ser siempre la primera cualidad del testigo de Jesús,
168
comenzando por la Iglesia jerárquica. Porque no se trata de ganar personas para nosotros, sino
de ganarlas para Jesús, que significa ayudarlas a ser más ellas mismas.
Tomada superficialmente, la escena parece simple. Pero tiene dentro de sí una tremenda
profundidad, como es normal en todo el cuarto evangelio.
No leemos la palabra "llamada". Sin embargo, hay una llamada en el sentido más profundo
de la palabra. Llamada a seguir y a habitar con Jesús.
a) ¿Qué buscamos?
El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús en presencia de dos discípulos hace que éstos se
vayan con Jesús, que lo sigan; expresión que significa mucho más que acompañar a una persona: seguir indica toda la entrega personal que Jesús exige a los discípulos; indica el deseo de
vivir con El y como El; adoptar sus objetivos y colaborar con su misión; significa caminar junto
con otro que señala el camino. Expresa la respuesta de los discípulos a la declaración de Juan:
han encontrado al que esperaban, y, sin vacilar, se van con El.
Juan y Andrés, entendiendo que el Bautista los invita a seguir a aquel hombre, se van detrás
de El, se ponen en camino de búsqueda. "Ir hacia Jesús" será uno de los términos preferidos por el
evangelista Juan para describir la fe en Cristo.
Juan Evangelista, en lugar de insistir en la iniciativa de Jesús, subraya aquí la actitud de
búsqueda por parte del hombre. Búsqueda que viene provocada por una indicación que viene de
fuera, por un testimonio de alguien que se ha encontrado ya personalmente con Jesús y ha
descubierto su personalidad íntima.
"¿Qué buscáis?" Son las primeras palabras de Jesús en este evangelio. El contacto con Jesús
empieza con una pregunta. Pregunta que es el primer interrogante que debe plantearse todo aquel
que quiera conocer y seguir a Jesús. ¿Qué buscamos en la vida?
Jesús es consciente del seguimiento, se vuelve y les pregunta, correspondiendo con su interés
al interés de los dos discípulos.
Su pregunta es válida para los hombres de todas las épocas y lugares. Jesús quiere saber el
objetivo que persiguen -perseguimos-, porque puede haber -y de hecho hay- motivos muy
diversos para seguir a Jesús. Les pregunta lo que buscan, es decir, lo que esperan de El y lo que
creen que El puede darles. Juan insinúa que existen seguimientos equivocados, adhesiones a Jesús
que no corresponden a lo que El es ni a la misión que ha de realizar.
"Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?" Contestan con otra pregunta. Le llaman
"Maestro", indicando así que lo toman por guía, que están dispuestos a seguir sus instrucciones,
que reconocen que tiene algo que enseñarles que ellos no conocen aún. Han sido discípulos de
Juan; pero aquella situación era provisional, en espera del anunciado.
169
En aquel tiempo la relación maestro-discípulo no se limitaba a la transmisión de una
doctrina: se aprendía un modo de vivir. La vida del maestro era ejemplo para la del
discípulo. Por eso quieren saber dónde y cómo vive Jesús; están dispuestos a estar cerca de El y
vivir bajo su influencia.
"¿Dónde vives?", porque donde vive Jesús deben vivir sus discípulos. Quieren pedirle que los
admita a una entrevista más detenida, en la que puedan informarse con mayor claridad de su
persona.
"¿Dónde vives?", expresa el deseo y la necesidad del hombre de estar con Dios, de buscar
una plenitud. Encuentra su respuesta en la invitación de Jesús: "Venid y lo veréis".
Jesús accede inmediatamente a su petición, invitándoles a ver por ellos mismos, a
experimentar la convivencia con El. Es en esta convivencia donde han de encontrar la
respuesta a su búsqueda. A Jesús no se le puede conocer por mera información, sino solamente por
experiencia personal.
No importa lo que se sepa sobre Jesús. Lo decisivo es el encuentro con El. Encuentro que
transforma al hombre desde dentro. Encuentro que le hace consciente del comienzo de una
nueva etapa en su vida.
Lo que convierte a una persona en testigo y discípulo de Jesús es el hecho de encontrarse, de
quedarse con El.
¿Qué puede significar, en la vida concreta del hombre de hoy, encontrarse con Jesús, escuchar
su voz? ¿No tenemos la impresión, cuando leemos o escuchamos estas expresiones, que son
simples frases hechas, sin significado alguno en la vida? ¿De qué modo podemos aún hoy día
encontrarnos con Jesús y escuchar su voz? ¿Qué busco en la vida? ¿Quién es Jesús para mí?
"Y se quedaron con El aquel día". La experiencia directa los persuade a quedarse con El.
Comienza la nueva comunidad, la del Mesías; la comunidad de aquellos que están donde está
Jesús. Es el final del antiguo pueblo y el comienzo de la nueva humanidad.
Como en los sinópticos, el primer encuentro de Jesús es con dos hombres. No va a ser un
Maestro espiritual de individuos aislados; va a formar una nueva comunidad humana.
Para los orientales, "las cuatro de la tarde" era ya una hora tardía. Andrés y Juan cenarían
con Jesús y pasarían con El la noche.
Jesús les ayuda a profundizar en aquello que andan buscando. Es lo que constituye la
experiencia del discípulo: no hay discurso ni programas iniciales. El que quiera ser discípulo de
Jesús tiene que ahondar en sus sentimientos e ilusiones, en su persona. Ser discípulo de Jesús
significa hacer la experiencia de estar con El compartiendo su vida.
Sería interesante saber lo que se dijeron los tres durante aquellas horas. Juan, que
describirá con detalle los coloquios con Nicodemo y con la samaritana, no dice nada sobre el tema
de la conversación de aquellas horas. ¿Sentido del pudor por algo que debe permanecer en la
intimidad de la persona y que hay que sustraer a la curiosidad indiscreta? O porque lo
170
importante no es lo que se dijeron, sino el hecho de estar reunidos con aquel que respondía a
todos sus interrogantes y a todas sus búsquedas. Ciertos momentos, ciertos encuentros son
"gracia", prescindiendo de las palabras que se pronuncian.
¿Simbolizan estos dos discípulos la búsqueda incesante que constituye el vivir verdadero de
cada hombre?
Comprobaron que lo que les había dicho su anterior maestro era verdad, respondía a la
realidad. Lo reconocieron como el Mesías, el que responde a todos los anhelos del hombre.
El que busca de verdad, encontrará en Jesús la plenitud de respuesta a esa búsqueda. El que
no busca nada ni necesita a nadie, no encontrará nada. ¿Es por eso por lo que estamos tan
vacíos, tan conformistas?
b) La vocación, experiencia que se comunica
"Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús".
Escuchar de verdad al Bautista llevaba necesariamente a Jesús, a no separarse de El. La
experiencia de Andrés en su contacto con Jesús le lleva inmediatamente a la necesidad de darlo a
conocer. Su hermano se encontraba por aquellos parajes, atraído por el movimiento suscitado
por Juan; también buscaba algo. Pero no ha escuchado su mensaje ni, por tanto, ha seguido a
Jesús. Los dos discípulos sí han comprendido el mesianismo del Maestro. Andrés habla en
plural: "Hemos encontrado". Y es que la experiencia del Mesías es comunitaria. Ambos han
penetrado el alcance del título que aplican a Jesús.
Una verdadera vocación se convierte siempre en la comunicación alegre de un encuentro, de
una experiencia decisiva.
Una llamada debe convertirse en una invitación a muchos. La llamada del Maestro se hace
sentir o directamente o a través de llamadas de los amigos. Los dos primeros se presentaron
por una indicación muy precisa del Bautista. Los demás van llegando como consecuencia de las
informaciones de los primeros protagonistas.
El fenómeno de la vocación sigue siendo un misterio que hay que respetar y frente al que
nuestras palabras aparecen tanto más ridículas cuanto más insistentes. La vocación es el
misterio de la llamada de Dios bajo el signo de la gratuidad y de la libertad; y el misterio de
una respuesta bajo el signo de la libertad. Siempre tiene cabida en ella la mediación humana,
manifestando la belleza de un ideal a través del testimonio de la propia experiencia.
Los dos primeros que siguieron a Jesús le han dado inicialmente un trato de cortesía:
"Rabí". Pero Andrés dice ya a su hermano que aquel Maestro es el Mesías. En pocas líneas se
ha descrito el proceso de fe que siguieron los discípulos, y que es fruto de haberse quedado con Jesús,
de haber querido entender.
171
"Hemos encontrado al Mesías". Mírame; date cuenta de lo que soy; fíjate cómo he cambiado,
cómo me he realizado, qué alegría y qué libertad encontré... La fe y la vocación de muchas
personas mueren por falta de una verdadera mediación humana que presente la alegría, la
libertad encontradas. Es inútil echar la culpa al clima de indiferencia religiosa, a la actual
incapacidad de sacrificio de los jóvenes y adultos, a las dificultades de la educación familiar, a la
influencia de un mundo fascinantemente erotizado y hedonista y de una sociedad secularizada. Son
dificultades reales. Pero frente a ellas hay que presentar la propia experiencia. Entre las muchas
dificultades que se acumulan a la hora de dar una respuesta a vivir unos ideales, una llamada a
la fe, una vocación, están los obstáculos de un atractivo que no se ve, de un contagio que no se da,
de unos ideales que no se notan, de una comunicación que parece la repetición de una historia
de otros tiempos, en vez de presentarse como noticia de verdadera actualidad.
"Hemos encontrado al Mesías". Nuestra vida es una palabra a favor o en contra de Jesús.
Nunca una palabra neutra. Nuestra postura, mentalidad, pueden ser causa de un atractivo o
de una repugnancia. Si dejan en la indiferencia, es claro que repugnan.
Debemos reflexionar: ¿nuestro modo de vivir la fe en Jesús será capaz de provocar en
alguien el deseo de ser como nosotros? ¿Presentamos algo interesante a los demás? Debemos
tener el coraje de mirar a los jóvenes y adultos que nos rodean y decirles: ¡Mira lo que somos!
¡Nos sentimos felices, realizados, libres, útiles! ¿Sabéis que hemos encontrado al Mesías? Os
ofrecemos nuestra alegría como prueba de nuestro descubrimiento.
Nunca debemos bajar la mirada más que a nuestra propia miseria y pecado. La fe o es
un virus o una vacuna; o contagia o inmuniza; o se propaga o provoca la repugnancia y la
indiferencia.
Para el desarrollo auténtico de una persona es necesario un ambiente de calor humano, de
cordialidad, de alegría, de estima, de confianza, de compromiso, de amistad... Una criatura es
fruto del amor; y puede crecer, desarrollarse y realizarse solamente en un clima de amor, de
respeto, de libertad, de sinceridad...
Sólo hay un Mesías: tiene la plenitud del Espíritu al ser el Hijo de Dios, el Cristo, el Ungido. Por
eso puede dar respuesta a todas las esperanzas de los hombres. Es la libertad, la verdad, la
justicia, el amor... Los demás tenemos libertad, verdad..., pero no somos "la" libertad, "la"
verdad...
Más que de encontrar a Jesús, se trata de dejarnos encontrar por El. La mejor
disposición -la única- es una actitud de búsqueda sincera del bien y de la verdad, de la libertad y
de la justicia, del amor... Si nos mantenemos abiertos a todos esos valores, podemos esperar que
Jesús, a través de su Espíritu, no dejará de hacerse presente en nuestra vida en forma de paz,
de gozo, de fortaleza, de capacidad para amar y perdonar. Y podemos esperar también que, en
más de una ocasión, en la fe, nos hará experimentar la certeza de su presencia, la certeza de que los
dones vienen de El. Y escuchar su voz significará discernir en cada situación, siempre bajo la
172
acción del Espíritu, lo que es más conforme al evangelio; que será, en definitiva, lo que nos
hará más verdaderos.
El primer efecto del encuentro con Jesús es un cambio profundo de la existencia, como el
que tuvo lugar en los apóstoles a raíz de su encuentro con el resucitado. El que realmente se ha
encontrado con Jesús se transforma en un hombre nuevo a imagen suya. El que le escucha de
verdad, le sigue y se queda con El, se va convenciendo plenamente que Jesús posee todo lo que deseamos en lo más profundo de nuestro corazón y que nos mostrará todo lo que necesitamos
realmente, porque sus palabras son palabras de vida eterna y de vida en plenitud.
Y como vemos en el pasaje que estamos profundizando y es una constante en la Historia de
la Salvación, el que se encuentra con Jesús y comprende lo que significa en su vida se siente irresistiblemente empujado a comunicarlo a los demás.
¿Existe otro modo de comunicar la fe que el de comunicar las propias experiencias? Sólo el
que ha "visto" a Dios tiene derecho a hablar de El.
Este pasaje nos invita a nosotros a dos cosas: a hacernos discípulos de Jesús de verdad y a
comunicarlo a los demás.
¿Cómo se puede encontrar hoy a Jesucristo? La respuesta está en cómo se encuentra uno con la
gente que nos rodea: ¿cómo nace el amor, la amistad... entre las personas? No leyendo libros
sobre psicología..., sino tratándose, relacionándose.
Con Jesús sucede lo mismo, tratándole: "Venid y lo veréis". Es simplemente hacer eso que
está hoy tan de moda hablar: las relaciones humanas.
Hay muchas crisis de fe, mucho vacío, mucha decepción... Es lógico: falta trato. ¿Qué le ocurre a
un matrimonio que deja pasar meses sin hablarse? Lo mismo entre padres e hijos, entre amigos:
llegan a considerarse extraños. Algo semejante ocurre con Jesús: si no lo tratamos es imposible
que lo conozcamos.
Si no trato a los conocidos, a los padres, a los hijos..., ¿cómo podré encontrar a Jesús en ellos?
Si el paro actual no me preocupa, ¿cómo podré ver el paso de Jesús en los millares de familias
que sufren sus consecuencias...? Y si no le trato en los sacramentos, en la palabra, en la oración,
¿cómo podré encontrarle?
"¿Dónde vives?" Este pasaje nos anima a tener más relaciones personales con Jesús: en el
silencio, en la oración, en las personas que nos rodean, en la eucaristía semanal... "Venid y lo
veréis". Si no vamos, nada veremos. Los que van, "ven". No se trata de admirar algo, sino de
hacer la experiencia de una persona viva, de entrar en la intimidad de Jesús ahora y aquí.
Cuando la llamada se ha interiorizado, se ha hecho propia, puede pasar a otro. Y pasa con
gozo, con plenitud, porque se comunica un tesoro que se ha encontrado (Mt 13,44).
Quien ha visto dónde vive Jesús, lo que hace es encontrar por la calle a su hermano y
comunicarle su descubrimiento. Así vemos cómo Andrés se encuentra con su hermano Simón y
173
le comunica que "han encontrado al Mesías'. Y encontrarse con el Mesías era encontrar "todo"
para un buen israelita. Una fe que no se comunica, se muere. No puede ser verdadera.
Simón se deja llevar pasivamente a Jesús. No comenta la frase de Andrés ni muestra
entusiasmo alguno por Jesús. No pronuncia ni una palabra.
"Jesús se le quedó mirando". Le miró como persona concreta, con una mirada que
comprende y ama, que espera y transforma, que comunica una tarea a realizar. Una mirada que
cambiará para siempre el sentido de su vida. Una mirada que significa todo lo que Jesús esperaba
de aquel sencillo pescador.
Jesús no cambia el nombre a Simón. Le anuncia que será conocido por un sobrenombre o
apodo: Pedro o piedra. Con ello le muestra que es consciente desde el principio de la actitud
que va a tener Pedro en el futuro.
La primera entrevista de Jesús y Pedro es muy singular. No hay llamada ni invitación por
parte de Jesús a que le siga; Pedro tampoco se ofrece.
Hasta aquí el pasaje nos ha presentado dos tipos de hombres que han sido discípulos del
Bautista. Los del primer grupo, representados por Andrés y Juan, esperan al Mesías y siguen
espontáneamente a Jesús. Representan al sector de las comunidades cristianas que han
comprendido a Jesús y su mensaje y han roto definitivamente con las estructuras caducas de
la antigua alianza. El segundo grupo, representado por Pedro, se deja llevar pasivamente a Jesús,
no ha escuchado su mensaje ni le ha seguido. Representa a los que han roto con las
instituciones, pero no conocen la calidad de la vida que propone Jesús ni su misión; no saben
la alternativa que propone.
Entre los cristianos sucede hoy algo parecido: están los que van comprendiendo toda la
hondura del mensaje del Mesías y han roto con todo lo que impida su realización; están los que
han descubierto la falsedad de muchas de las cosas tenidas por sagradas desde hace siglos, pero
no han llegado aún a descubrir las exigencias y la vida que encierra el evangelio. Y está el grupo
mayoritario, que no ha descubierto nada por las razones que sea, siguiendo cansinamente las
normas de la institución, que a nada o casi nada comprometen. Van a ser representados por
Felipe y Natanael: no han roto con las instituciones, son fieles a la tradición; muestran una
preparación insuficiente al mensaje de Jesús por no haber salido de la antigua mentalidad.
La irrupción de Dios en nuestra vida no se reduce a aceptar una doctrina que podemos
hallar en un libro; es siempre un encuentro personal, un amor, una esperanza, un camino que
es preciso recorrer día tras día.
El cristianismo -vocación de servicio a los hombres- es como un camino con señales de
pista: cada señal lleva a la siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del
futuro, es una respuesta a cada acontecimiento de la vida; es una amistad.
174
Demasiados cristianos tienen -¿tenemos?- miedo a Dios. Algunos, los que le aman, se
fían de El. No saben lo que les espera, pero confían. Son cristianos que no piden definiciones
ni seguridades: se lanzan.
Los cristianos no tenemos que prepararnos principalmente para ser esto o aquello, sino para
ser capaces de rezar entero el padrenuestro.
La llamada que Jesús hará más adelante a Pedro y demás apóstoles, sin señales
extraordinarias, exige un clima de intimidad, una entrega generosa a los demás. Todo lo demás,
¡todo!, es accidental, puede faltar. Pero si falta la amistad, la entrega a Dios en los hombres,
¿para qué sirve todo lo demás?
Dios llama a los hombres. Dios llama, con frecuencia, a través de las necesidades de las
personas que nos rodean. Cada persona, cada ignorancia, cada vacío, cada sufrimiento, cada necesidad de las personas que están a nuestro derredor o cuya existencia nos golpea de alguna
manera, son gritos de Dios, llamadas de Dios, vocaciones. No sentirse aludidos por ellas es
traicionarlas.
Si alguien nos llama, el que sea, si alguien nos necesita, ése es Dios al alcance de nuestra mano.
Acudir a su llamada es seguir al Mesías. Es fácil encontrar razones, disculpas, para no comprometerse.
c) Jesús, nuestro camino hacia la plenitud humana
"Al día siguiente" Jesús decide salir para Galilea para comenzar la liberación anunciada, Allí,
lejos del poder central judío, podrá gozar de mayor libertad de movimientos.
Se encuentra con Felipe. Y Felipe se lo comunica a Natanael. Siempre el mismo proceso.
Parece que ninguno de los dos pertenece al grupo del Bautista.
Ambos se mueven en el marco de las antiguas instituciones. No han percibido la ruptura que
Juan Bautista preconizaba como preparación a la llegada del Mesías. Encerrados en su
tradición, conciben a Jesús como el cumplidor exacto de la ley y el continuador de Moisés.
A Natanael le parece inverosímil la conexión entre Mesías y Nazaret. Ante su escepticismo, Felipe
le remite a la experiencia: "Ven y verás". Para conocer a Jesús es necesario estar con El. Este
contacto nos irá haciendo comprender su Persona. Nunca debemos rechazar nada antes de
habernos asegurado. Dios puede presentársenos de la forma y en los lugares más insospechados.
Natanael es un hombre inquieto, acepta comprobar personalmente la afirmación de Felipe.
¡Qué falta nos hace a todos esta actitud!
Jesús toma la iniciativa y describe a Natanael como un modelo de israelita. En él "no hay
engaño", no hay falsedad. Representa a los israelitas fieles que no han traicionado a su Dios,
y han sido escogidos por Jesús para formar parte de su comunidad.
175
"Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". El título "Hijo de Dios" tenía dos
interpretaciones. Para la primera, en la línea del Bautista, "Hijo de Dios" es el que posee la
plenitud del Espíritu y realiza la presencia de Dios en el mundo. Para la segunda, la de
Natanael, "Hijo de Dios" es lo mismo que "Rey mesiánico", según el Antiguo Testamento, el
que efectuará una salvación sociológica. Natanael es nacionalista, Jesús es para él el rey
esperado, que va a restaurar la grandeza del pueblo, implantando el régimen justo prometido
por los profetas.
Jesús calma el entusiasmo de Natanael y le declara que sus esperanzas son muy pequeñas,
en comparación con lo que significa su misión de Mesías.
Jesús pronuncia la primera declaración solemne referente a su persona. Está dirigida a
Natanael, pero pasa inmediatamente al plural, considerándolo representante de los israelitas
fieles, cuya idea del Mesías quiere corregir.
"El cielo abierto", significa que Dios ya es accesible al hombre. El lugar permanente de
comunicación con El será Jesús.
A los títulos de "Hijo de Dios" y "Rey de Israel" dados por Natanael responde Jesús con
el de "Hijo del Hombre". El no será rey de Israel dominando a los pueblos, como los reyes de
la historia, sino alcanzando la plenitud humana, la máxima realización del hombre, y llevando a
toda la humanidad a esa plenitud.
Jesús quedará para siempre como manifestación definitiva de Dios en la historia y como
medio de comunicación entre Dios y el hombre. La salvación de Dios se irá realizando en el
hombre en la medida en que siga la vida de Jesús. En esto se resume el proyecto salvador de Dios
sobre cada hombre y sobre la humanidad. Los cristianos no nos reunimos alrededor de Jesús
solamente para aprender o para seguir un camino, sino, ante todo, para vivir en el espacio de
Dios, que es el de la vida.
Con la creación de la comunidad de Jesús, compuesta por grupos de mentalidad muy
diversa, termina la sección introductoria del cuarto evangelio. En ella se nos ha expuesto el
verdadero concepto del Mesías y se nos han descrito las diferentes actitudes de los discípulos, que
encarnan grupos cristianos.
Dios sigue manifestándose hoy. Tenemos que encontrarlo presente en nuestra existencia, en
nuestro camino de cada día. Tenemos que convivir con El para que vaya transformando
nuestra vida.
Debemos "ir" y debemos "ver". Jesús no es una respuesta contundente; es un hombre que
se acopla a nuestro paso, que con frecuencia es lento y pesado. Y se vale de muchas formas
para llamarnos. Si buscamos en los orígenes de nuestra decisión personal de seguir a Jesús,
veremos respuestas distintas. Pudo ser alguien que nos impresionó profundamente por la
transparencia de su fe. También pudo ser fruto de una iluminación interior surgida de la propia
176
reflexión sobre los acontecimientos que nos rodean... Jesús nos llama a todos, nos necesita a
todos, para que seamos portadores de su mensaje a los hombres de hoy.
No esperemos hechos extraordinarios. Busquemos a Jesús en los sucesos sencillos cotidianos.
Si tenemos interés, si tenemos en nosotros el anhelo que tenían aquellos cinco hombres de Galilea,
también nosotros encontraremos. Pero es preciso desear y buscar.
En nuestro encuentro con Jesús hay dos aspectos: un esfuerzo personal de búsqueda -el hombre
instalado no puede encontrar nada: no lo necesita- y una constante relación personal con El, que
lleva a una conversión continua, a una transformación personal. Para ello necesitamos tiempo y
silencio.
La Iglesia es el lugar privilegiado del encuentro con Jesús. Es lo que significa que sea
"sacramento universal de salvación" (Constitución Lumen gentium 48). Ella es la encargada de
hacer presente a Jesús entre los hombres. Es en ella, cuando ha conservado viva la memoria de
Jesús en la vida concreta de sus comunidades, donde los hombres de hoy podrán reconocer a Jesús y todo lo que El significa para nosotros. Pero esto sólo será posible en la medida en que
escuche su palabra, se deje penetrar por su Espíritu y viva de su presencia.
La Iglesia debería poder decir como Jesús: "Venid y lo veréis". Su palabra debería
limitarse a dar razón de lo que la hace vivir, del fundamento de su esperanza, de la profundidad
de su amor a toda la humanidad.
177
Las bodas de Caná de Galilea
Tres días después había una boda en Caná de Galilea, y la madre de
Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la
boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
-No les queda vino.
Jesús le contestó:
-Mujer, déjame; todavía no ha llegado mi hora.
Su madre dijo a los sirvientes:
-Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo:
-Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
-Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de
dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el
agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
-Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya
están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino
bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos,
manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.
Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y
sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. (Jn 2,1-12)
1. El cristianismo es fiesta y lucha
Ante Jesús se han sorprendido siempre dos clases de personas: los fariseos, los beatos; los que
pretenden que la religión debe ser negativa, dura, repulsiva, los que piensan que no se puede
ser cristiano sin ser una persona aburrida y que aburra a los demás. Estos se rasgan las
vestiduras, no cuando Jesús asiste a banquetes, porque eso está en los evangelios, sino cuando se
traducen fielmente esas mismas actitudes suyas a la época actual; y así, condenan a los que no
ayunan, a los que no machacan el pecado y el infierno todo el día, a los que no están
constantemente con las leyes eclesiásticas a cuestas... para que las cumplan los demás (Mt 23, 1-5).
También se han sorprendido ante Jesús los que viven como si la vida no fuera más que divertirse
y distraerse, los que sueñan constantemente en diversiones y pasatiempos, los que olvidan en la
práctica que no viven solos en este mundo y que las personas no son para usarlas a capricho, los
que ponen su empeño en tener más cada día.
178
Todos coinciden en creer que la alegría, el gozo, la fiesta... son incompatibles con la vida
cristiana. La única diferencia está en el camino diverso que han escogido: unos tratan de servir a
un Dios sin alegría, sin fiesta, sin gozo..., y los otros se han ido detrás de una alegría sin Dios. Otros
han fabricado un dios a su medida, con lo que han perdido la capacidad de la sorpresa.
Jesús desenmascara con su actuar esta separación absurda, sacrílega. A nuestro Dios se le
ama no sólo rezando, sino también comiendo y bebiendo todo cuanto ha creado, con espíritu de
acción de gracias y de reconocimiento. A Dios se le ama fundamentalmente compartiendo la vida
con los que nos rodean. Dios ha creado las cosas para que podamos gozamos y disfrutar con ellas.
Sin olvidar que son para todos los hombres.
El cristiano tiene que unir en su vida la fiesta y la lucha; tiene que hacer una síntesis de ambas
si quiere imitar la conducta de Jesús.
La fiesta es como un pequeño campo que cultiva uno en sí mismo, cuando vive la libertad
y la espontaneidad, cuando va intuyendo el sentido que ha dado Dios a la vida. Ese campo tiene
unos límites: no puedo violentar la conciencia de los demás y hacerles cautivos de mí mismo.
La fiesta brota desde dentro de nosotros mismos. En todo hombre existe una parte de
soledad que ninguna intimidad humana puede llenar. Ahí sale Dios a nuestro encuentro; y ahí,
en esas profundidades, se sitúa la fiesta íntima con Dios a la que nos da acceso Cristo resucitado.
Porque Cristo resucitado es nuestra fiesta. Una fiesta que se va ahondando en la medida que vivamos
su proyecto de existencia; una existencia que no conocerá ocaso.
Los dramas actuales, las guerras, el paro, las injusticias de toda índole..., son intolerables.
Es intolerable cualquier miseria del hombre, ese hombre que para un cristiano es sagrado.
¿Cómo podremos cruzarnos de brazos ante el hombre víctima del hombre? Pero en nuestra sed de
participar en la lucha por la justicia, ¿renunciaremos a la fiesta íntima ofrecida por Cristo a los
hombres cristianos? ¿Acaso el hecho de vivir la fiesta nos cierra el acceso al combate y a la lucha
por la justicia? Al contrario: la fiesta no es una euforia pasajera; está animada por Cristo en
unos hombres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los
acontecimientos más graves. La fiesta es posible incluso en medio del polvorín en que han
convertido a la América Latina.
Los cristianos sabemos que el combate lo debemos iniciar en nuestras propias personas, para
no sumarnos, advertida o inadvertidamente, al número de opresores. La propia lucha se convierte así en fiesta: fiesta en el combate contra nosotros mismos para que Cristo sea nuestro
primer amor, y fiesta en la lucha en favor del hombre aplastado.
2. Jesús comparte nuestra vida diaria
Las bodas de Caná de Galilea -pueblo de la montaña, a unos quince kilómetros de
Nazaret- son el comienzo, según Juan, del camino de Jesús y de sus discípulos. Resalta la
179
manifestación de Jesús en el corazón de la vida humana. Manifestación del Mesías a Israel, que
será progresiva y culminará con el episodio de Lázaro (Jn 11,1-45); y provocará su condena a
muerte por parte de la máxima autoridad religiosa judía (Jn 11,46-54). El amor será vencido,
aparentemente, por el odio. Es lo que ocurre y ocurrirá siempre en este mundo. Esta manifestación
plenificará la realidad humana, nos hará ir descubriendo qué es realmente ser hombre.
Tomando parte de un hecho, una boda en un pueblo, construye Juan la narración. La boda
era símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta boda anónima, en la que ni el esposo ni la
esposa tienen nombre ni voz, es figura de la antigua alianza, desde la que va a arrancar el
camino de Jesús.
Jesús aparece en medio de la vida, sensible a los problemas cotidianos, haciéndose cargo de
ellos. Dios se ha comprometido, en su encarnación, a compartir nuestra vida, a hacer suyos nuestros
dolores y nuestras alegrías, nuestros problemas y nuestras victorias.
¿Quién se hubiera atrevido a aconsejar a Jesús que hiciese su primer milagro en unas bodas
aldeanas, en medio de una escena de taberna, en donde nadie esperaría ver a un profeta? Dios nos
contradice sin cesar. Es imposible saber de antemano lo que va a hacer. ¿No ha hecho, en
nosotros y en los demás -en el mundo-, las cosas al revés de como las habríamos hecho nosotros? ¿Quién se iba a imaginar que llevaría adelante el Reino en medio del fracaso y la cerrazón
de los que nos llamamos cristianos, lo mismo que le había sucedido antes con el pueblo de
Israel?
Dios ha creado las cosas para que nos podamos gozar en ellas. La primera lección que van a
recibir los discípulos (varios, al proceder de Juan Bautista, habían sido instruidos en el desierto,
en medio de una vida muy austera), será la de aprender a captar las virtudes más primarias
y sencillas: sinceridad ante la vida, ante el gozo y la amistad de la gente. Pensamos que para
acercarnos a Jesús tenemos que hacernos más celestiales, más angélicos. Y Jesús tiene interés en
demostrarnos que el verdadero camino para parecernos cada vez más a El es el que nos hagamos
cada vez más humanos. Si fuéramos más humanos, más generosos, más cariñosos, más atentos los
unos con los otros, más compasivos y más delicados, tendríamos en común con Jesús un gran
número de sentimientos que nos convertirían en personas cercanas a El. Dejaría de ser para
nosotros un personaje extraño y lejano, sin relación con lo que nos sucede en la vida diaria.
Cada vez que sentimos en nosotros un anhelo de verdadera alegría, de gratitud, de amor, de
pureza, de justicia..., podemos pensar que sentimos algo que también sintió Jesús. Si somos sensibles a la vida, a la alegría de un niño que juega; si amamos la franqueza y detestamos la
hipocresía, si nos compadecemos ante el sufrimiento de los hombres, si nos ponemos
espontáneamente de parte del débil y del oprimido, si sabemos gustar la belleza de una flor, la
grandeza de las montañas y del mar, la paz y el silencio de la noche en el campo bajo un cielo
inundado de estrellas..., simpatizaremos con Jesús al sentir las emociones que El conoció alguna
vez, al compartir la intimidad que siempre quiso que hubiera entre El y nosotros.
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La fidelidad en nuestra vida ordinaria nos conduce a Jesús. La palabra de Dios, al encarnarse,
nos ha propuesto unos valores humanos, unos gestos, unos sentimientos, que eran de hecho
auténticos valores divinos: el amor, la paciencia, la alegría, la gratitud, la fidelidad, la delicadeza, la
fraternidad, la comunicación, la lucha, la fiesta...
Jesús comparte el gozo y la alegría de los hombres. Lo hace porque sabe que la alegría de
los hombres crece cuando los demás se identifican con ella. Que la alegría crece cuando la persona se siente amada de verdad, como ella es y no por su utilidad, por los favores que pueda
hacer.
La urgencia de anunciar el reino de Dios y de hacerlo presente entre los hombres no ha
impedido a Jesús asistir a la boda. Sabe lo importante que es participar en la vida real y
concreta de los hombres; sabe que es en ella donde hay que aportar la novedad del Reino: la
alegría, el servicio... vividos como frutos del amor.
Es necesario que vivamos como Jesús, abiertos a los problemas e ilusiones de los hombres
que nos rodean, incluidos los problemas materiales.
3. Cuando falta el vino...
"La madre de Jesús estaba allí". Pertenece a la boda, a la antigua alianza. Representa a
los israelitas que han permanecido fieles a las promesas de Dios.
Aparece Jesús -el Mesías- por primera vez a la cabeza de un grupo de discípulos. No
pertenecen a la boda, a la antigua alianza. Llegan como invitados.
"Faltó el vino", elemento indispensable en una boda. Es símbolo del amor entre el esposo
-Dios- y la esposa -Israel-. En la antigua alianza ya no existe relación de amor entre Dios y su
pueblo.
En esta situación, de falta de vino-amor, interviene su madre para informarle, para exponerle
la difícil situación. Espera que el ponga remedio. Aunque no puede saber lo que podrá hacer Jesús, sí sabe lo que le falta al pueblo.
"Todavía no ha llegado mi hora". Jesús quiere hacer comprender a su madre que aquella
alianza ha caducado. Su obra no se apoyará en las antiguas instituciones; representa una total novedad. El Mesías no intervendrá en una alianza sin vida.
"Haced lo que él diga". María no conoce los planes de Jesús, pero afirma que hay que aceptar
su programa sin condiciones y estar preparados para seguir cualquier indicación suya. Palabras
lúcidas y llenas de sentido para todo cristiano que quiera serlo de verdad.
Las seis tinajas vacías representan la ley de Moisés. Una ley que creaba una relación difícil y
frágil con Dios, basada en ritos. Ritos que se habían convertido en obstáculo -y no en mediación- para llegar a Dios. Es la ley la que hace faltar el vino en esta boda, o el amor en esta
alianza. ¿No pasa ahora lo mismo!: los cristianos estamos empeñados en ser fieles a unas normas
181
concretas -misa de los domingos, ayunos y abstinencias, esquemas de misas que parecen de
laboratorio y matan la espontaneidad, sacramentos por rutina o conveniencias sociales...-,
cuando lo que tendríamos que hacer es seguir a una persona viva: Jesús resucitado.
El número seis simboliza lo incompleto -el siete es la plenitud-, la incapacidad de la ley
para unir al hombre con Dios. Cada tinaja hacía "unos cien litros" -¿cien preceptos?-.
Como tenían más de seiscientos...
"Llenad las tinajas de agua". Jesús sabe que las tinajas están vacías y hace tomar
conciencia de ello a los sirvientes, que las llenan de agua. ¿Por qué no nos damos cuenta del
vacío desolador que hay en la mayoría de los ritos y de las estructuras eclesiásticas actuales?
¿O pensamos que los obreros, intelectuales y jóvenes han abandonado en masa la Iglesia por
casualidad o por maldad, o simplemente por comodidad? ¿Qué respuestas estamos dando a sus
vidas concretas para ahora?
Las tinajas nunca van a contener el vino-amor que ofrece Jesús. Los sirvientes "habían sacado
el agua". El agua se convertirá en vino fuera de ellas. La ley se interponía y se interpondrá siempre entre el hombre y Dios. Falta de espíritu, mata. Con el Mesías no habrá intermediarios: el
vino, que es el amor, establecerá una relación personal e inmediata entre Dios y el hombre. No
basta con reformas, es necesario cambiar los fundamentos en que se asienta la institución. Es lo de
los pellejos viejos y vino nuevo (Mt 9,17). Las leyes jamás podrán purificar: son externas. Jesús sí:
con un vino-amor que penetra dentro del corazón del hombre y le convierte en criatura nueva.
"Llevádselo al mayordomo". Representa a la clase dirigente religiosa. No sabía que faltaba el
vino. Los jefes -los obispos y los sacerdotes-, cuando sólo piensan en sí mismos, están incapacitados para entender las necesidades del pueblo. Dirigen una institución religiosa, de la que viven.
Sólo el pueblo comprometido siente que la situación es insostenible. No caigamos en el error de
creer que esto sucedió hace dos mil años y que, por tanto, todos aquellos malos dirigentes ya se
han muerto.
Jesús también ofrece su vino-amor a los dirigentes, representados aquí por el mayordomo; pero
ellos no quieren reconocerlo. Creen que la situación en que viven es la definitiva, la perfecta, y que
no tienen nada que esperar ni que cambiar. Creen que su institución no necesita mejora,
cuando la realidad es que hace agua por todas partes.
El mayordomo constata que el vino que le ofrecen es de mejor calidad, y no se lo explica.
Tampoco intenta ahondar mucho en el asunto. Para él las cosas están claras, no duda ni por un
momento que lo antiguo pueda superarse. Está incapacitado para entender la novedad del Mesías.
Esta boda-alianza anuncia la formación de una nueva comunidad, donde la experiencia del
amor del Padre producirá la plenitud de vida. En ella queda superado el obstáculo de la ley, que
deformaba la imagen de Dios e impedía al hombre su plena realización por el camino único del
amor.
182
Después de trazado su programa en Caná, Jesús va a comenzar su actividad pública. Para ello
baja a Cafarnaún, desde donde irá a Jerusalén.
Con El bajan "su madre y sus hermanos y sus discípulos".
"Pero no se quedaron allí muchos días". Jesús coexiste pacíficamente con su sociedad -tan
"religiosa"- muy poco tiempo: no apreciarán su obra y le serán hostiles, por estar apegados a
los valores del mundo y del sistema religioso en que viven. ¡Qué difícil es que se convierta -que nos
convirtamos- un cristiano "de toda la vida"! La posibilidad de conversión de un obispo o un
sacerdote debe ser mucho más complicada: ¡ya lo sabemos todo! El obispo Oscar Romero decía que
se había convertido al evangelio al hacerse cargo de la diócesis de San Salvador (capital de El
Salvador); y llevaba ya muchos años de sacerdote y varios de obispo. Pero qué pocos ejemplos de
éstos; ¡es tan alto el precio que hay que pagar!...
4.. Necesidad de comunidades cristianas
Las relaciones entre Cristo y la Iglesia son relaciones de amor, de entrega mutua, de gozosa
salvación-liberación.
Las bodas de Caná las celebramos los cristianos en cada eucaristía, donde Jesús renueva la
entrega de sí mismo en el "vino" de su sangre. En la eucaristía celebramos y realizamos las
palabras últimas de este pasaje evangélico: Jesús realiza su "signo" fundamental: entrega de sí
mismo a los hombres, con lo que crece "la fe de sus discípulos en El". Una fe que tiene que estar
necesariamente unida al compromiso, a la entrega de nuestras vidas al reino de Dios. De otra
forma no sería verdadera.
Para un discípulo de Jesús, evangelizar es formar comunidad. La Iglesia, para el concilio
Vaticano II, no es únicamente escuela de verdad y de contemplación, sino pueblo de Dios,
comunidad. De aquí que optar por la comunidad es estar en plena coherencia con la renovación
conciliar.
Optar por la comunidad no es viable, ni posible ni creíble si no es por una comunidad de
dimensiones humanas, donde cada uno es llamado por su nombre, donde cada miembro
mantiene una relación real de fraternidad con los demás. Todo lo demás resulta demasiado
vago, abstracto, equívoco.
Sin comunidad de fe, la identidad misma de la Iglesia pierde fuerza, concreción y
credibilidad.
La opción por la comunidad es una opción libre. A nadie se le puede obligar, lo mismo que a
nadie se le puede obligar a ser cristiano, aunque nos empeñemos en bautizar, confirmar... a destajo y a distribuir a los cristianos -y no cristianos- en parroquias prefabricadas, muchas
veces muertas.
183
La comunidad es para todos los que hayan decidido personalmente ser cristianos. La
comunidad no es un lujo ni una moda, sino una necesidad. En ella se juega la imagen de la Iglesia,
significativa para el mundo de hoy, y también la imagen del ministerio sacerdotal y de la misión
de cada cristiano.
La alternativa de Iglesia que quieren ser muchas comunidades cristianas no consiste en un
cambio superficial, sino profundo. No es una opción reformista. Se trata de crear una Iglesia en la
que no se dé un cristiano que no tenga su propia comunidad, elegida libremente por él y sea
parte activa en ella y en la sociedad.
184
Expulsión de los mercaderes del templo
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el
templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y
haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los
cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían
palomas les dijo:
-Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "El celo de tu casa me
devora".
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
-¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
-Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
-Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a
levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los
muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la
Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su
nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque
los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque
él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
(Jn 2,13-25; cf Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46)
1. Un panorama que debe clarificarse
Nos escandalizamos frecuentemente porque no acabamos de comprender la muerte de un
hombre joven colgado de una cruz. Sería mejor decir que creemos comprender la muerte del Cristo
de hace dos mil años, pero no entendemos tantas muertes violentas o lentas del momento actual por
fidelidad a un ideal o porque estorban a los intereses de las personas y países poderosos. Pensamos
que son procesos distintos: la muerte de Jesús y las muertes de los que luchan hoy por un
mundo justo. ¡Como nos han dicho que Cristo murió para redimirnos...!
Dice el Documento de Puebla (Méjico), número 49: "Desde el seno de los diversos países que
componen América Latina está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e
impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los
derechos fundamentales del hombre y de los pueblos".
Es un dato de lo que pasa en el mundo.
Mientras tanto, en nuestra sociedad del progreso y del bienestar, unos pocos -y entre ellos
nosotros, los cristianos- vivimos aburguesados en medio de nuestras comodidades y de espaldas al
sufrimiento de cientos de millones de niños, adultos y ancianos; seres humanos como nosotros, que
mueren sin fuerzas para gritar la injusticia que padecen.
185
No todos los cristianos viven alienados y ajenos a los sufrimientos de los hombres. Van
surgiendo, cada día con mayor claridad, dos "tipos" de cristianos, enfrentados radicalmente:
unos luchando por mantener sus privilegios de clase al precio que sea, y tranquilizando sus
conciencias con algunas prácticas religiosas y ayudas a la Iglesia oficial, o perteneciendo a alguna
organización de carácter religioso..., y otros que, junto con el pueblo explotado, luchan por
liberarlo hasta dar la vida, y que en muchos casos han tenido que salir del montaje de la Iglesia
porque creen que desde él es imposible luchar junto al pueblo oprimido.
De esta forma, ser cristiano comprometido con los más pobres y marginados se está
convirtiendo, también en los países llamados cristianos, en algo más peligroso que ser delincuente:
por una parte, los obispos marginan -casi en general- al sacerdote o al laico que lo único que
quieren es un mundo más justo y una Iglesia fiel al evangelio; y por otra, ser cristiano nos
aparta de todos los movimientos de liberación del pueblo, porque no se fían de nosotros al ver las
actuaciones de nuestros dirigentes. Parece como si hubiéramos de ir por el mundo diciendo: "Soy
cristiano, usted perdone".
Proclamar la paz y la justicia con todas sus consecuencias, trabajar por la libertad de todos
y contra la explotación del hombre por el hombre, equivale a condenarse a la marginación, que es
una forma de morir lentamente. Y que conste que no hablo de memoria.
La todopoderosa doctrina del "orden establecido" -ese soterrado terrorismo de los
poderosos para defender sus intereses económicos y de casta- garantiza celosamente un
cristianismo domesticado. Y a los que manejan los hilos de este poder demoníaco no se les cae la
cara de vergüenza al declararse, muchos de ellos, cristianos.
2.. Hace dos mil años las cosas no eran mejores
En las bodas de Caná de Galilea, Jesús anunció el fin de la antigua alianza y comienza su
actividad. Y lo hace, según Juan, denunciando las instituciones que pertenecían a aquella alianza.
La primera institución con la que se declara incompatible es el templo, centro religioso y
símbolo nacional de Israel, cuya corrupción denuncia en este pasaje.
Al principio, el templo era el lugar de la presencia de Dios y donde se celebraban el culto y
las fiestas. Al mismo tiempo, en él se reunía el Sanedrín, órgano supremo de poder en la
sociedad judía. Las grandes polémicas de Jesús con los dirigentes judíos se van a desarrollar en
el templo (Jn 7,14 - 8,59; 10,22-39) y es en él donde Jesús hará sus grandes denuncias.
Los hombres tenemos muchos recursos para escaparnos de los verdaderos problemas de la
vida. Los mecanismos de defensa nos hacen detenernos en cuestiones superficiales, enzarzarnos
en cosas sin importancia. Las cuestiones fundamentales no las afrontamos, normalmente.
La religión, el culto y las fiestas han sido usados por los hombres para encubrir su falta de
compromiso ante la vida. El culto ha santificado el egoísmo, la opresión, el abuso de las
186
personas, la explotación del obrero, la falta de responsabilidad social... Muchos creyentes relegan
los verdaderos problemas y ponen todo su interés en discutir las formas del culto, lo que se
puede y no se puede hacer, por ejemplo. A la vez que se despreocupan de la justicia.
En tiempos de Jesús, el culto desplegaba todo su esplendor en las fiestas. Juan menciona seis, y
cada una provoca un conflicto entre Jesús y los dirigentes de los judíos o partidarios del régimen.
El culto verdadero no está en las formas, sino en la vida. El culto y la religión que no se
refleja en las actitudes ante la vida y en las situaciones humanas es un culto falso.
3. Ya en tiempos de los profetas
"Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén".
En su origen, la Pascua era continuación o celebración de la instituida en Egipto como signo
de la liberación del pueblo hebreo (Ex 12,1-28). Para Juan, esta Pascua "de los judíos" no era ya
heredera de aquélla, sino una fiesta manipulada por los dirigentes para, con el pretexto del
culto a Dios, explotar al pueblo. Por eso menciona a continuación el comercio del templo.
Es la primera de las tres Pascuas "de los judíos" que se mencionan en este evangelio (las
otras dos en 6,4 y 11,55). A partir del capítulo 12 omitirá "de los judíos" (12,1; 13,1; 18,2839; 19,14). Será ya la Pascua de Jesús, del Mesías, cuya persona va a sustituir a todas las
instituciones del antiguo Israel.
Las antiguas fiestas israelitas celebradas en honor de Dios, en las que el pueblo era protagonista,
han pasado a ser fiestas oficiales, impuestas, en las que el pueblo no tiene nada que celebrar,
dada la opresión en que se encuentra. Su sentido genuino se ha desvirtuado: sólo queda la
fachada de la fiesta, porque el pueblo ha vuelto a la esclavitud. De esto saben mucho los
dictadores.
Jesús escoge una ocasión muy propicia para comenzar su vida pública: al estar Jerusalén
llena de peregrinos, su actuación tendría rápidamente repercusión en toda la nación.
"Encontró en el templo a los vendedores..." En el atrio de los gentiles, los administradores
del templo permitían recaudar la contribución del mismo y colocar puestos para vender lo que
se necesitaba en los sacrificios. Naturalmente, cobraban unos impuestos. De esta forma surgió un
comercio con el ruido y ostentación propios de los orientales en sus compras y ventas. Y son los
dirigentes del templo los que están detrás de todo este negocio.
Jesús va al templo y no encuentra en él gente que busque a Dios, sino comercio. La fiesta
convertida en un medio de lucro para los dirigentes, en un gran mercado que comenzaba tres
semanas antes de la Pascua. Había tiendas que pertenecían a la familia del sumo sacerdote.
Pero el templo es la casa de Dios. Ante todo debe ser lugar de silencio y oración para los
visitantes de Israel y para los pueblos del futuro:
187
A los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo, para amar el nombre
del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en
mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré
sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración, y
así la llamarán todos los pueblos. (Is 56,6-7)
Aquel ruido y regateo no podía atraer a los gentiles a adorar al Dios verdadero.
"Haciendo un azote de cordeles..." Jesús los expulsa empleando palabras muy duras. El
lugar de la presencia de Dios lo han convertido en un "mercado", en una "cueva de ladrones"
(Mt 21,13).
La casa de Dios se convierte en un "refugio de ladrones"' (Mc 11,17) cuando no coinciden en la
persona su vida y su fe:
Palabra del Señor que recibió Jeremías:
-Ponte a la puerta del templo y grita allí esta palabra: ¡Escucha, Judá, la
palabra del Señor, los que entráis por estas puertas para adorar al Señor!
Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel:
-Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este
lugar.
No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo:
"Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor".
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones; si juzgáis rectamente entre un
hombre y su prójimo; si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda; si no seguís a
dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en
la tierra que di a vuestros padres desde hace tanto y para siempre.
Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada.
¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis
incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis
a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís:
Estamos salvos, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es
una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?
Atención, que yo lo he visto -oráculo del Señor. (Jer 7,1-11)
Jesús no sólo acusa como Jeremías, sino que actúa. El gesto de Jesús se inserta en la
denuncia que los profetas habían hecho del culto expresado en los sacrificios; un culto
hipócrita que iba de la mano con la injusticia y la opresión del pobre:
¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor.
Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones;
la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada.
¿Por qué entráis a visitarme?
¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios?
No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable.
Novilunios, sábados, asambleas, no las aguanto.
Vuestras solemnidades y fiestas las detesto;
se me han vuelto una carga que no soporto más.
188
Cuando extendéis las manos, cierro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé.
Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones:
cesad de obrar mal,
aprended a obrar bien,
buscad la justicia
defended al oprimido;
sed abogados del huérfano,
defensores de la viuda. (Is 1,11-17)
4. Jesús va más lejos que los profetas
Al expulsar del templo a los animales, material de los sacrificios, declara la invalidez del
culto entero. No denuncia sólo el culto que encubre la injusticia, sino el culto que es en sí
mismo una injusticia, por ser un medio de explotación del pueblo. No propone, como los
profetas, la reforma, sino la abolición.
"Los cambistas" ofrecían la oportunidad de cambiar moneda para pagar el tributo del
templo, prescrito en moneda legítima. Jesús, "volcando sus mesas", denuncia como un
abuso el tributo al templo, una de sus principales fuentes de ingresos.
El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad, sostenía a la nobleza sacerdotal, al
clero y a los empleados del templo. El gesto de Jesús le iba a costar muy caro al enfrentarse
con el sistema económico del templo.
El "dios" del templo es el dinero. El culto se ha convertido en un pretexto para el lucro.
Al llamar a Dios "Padre" nos indica que, siendo el templo casa de familia, todo
pertenece a todos.
El comercio y la oración no pueden estar juntos en la casa de Dios.
Jesús "limpia" la casa del Padre de ídolos. Su objetivo es terminar con aquella liturgia
blasfema.
Nuestra mediocridad, nuestro reducir el cristianismo a dimensiones "razonables", o sea
a las dimensiones de nuestra cobardía y comodidad; nuestro continuo recortar los
horizontes infinitos de Cristo, nuestras vidas que van desmintiendo cada uno de los
artículos del credo, nuestro andar cansino y vacilante, nuestra falta de auténtico sentido
escatológico, nuestra negativa a mancharnos las manos con las realidades terrenas, nuestras
fáciles condenas, nuestra alergia a la cruz, nuestra incapacidad para vivir el evangelio hoy...,
son armas que apuntamos contra el templo, contra la Iglesia de Jesús.
Es mucho mejor sentir en la propia carne los reproches de Cristo que seguir llevando
sobre nosotros un título comprometedor junto a un alma ruin y un corazón cobarde.
189
Jesús de Nazaret aboga por la destrucción de toda liturgia farisaica, y establece un culto
que sea la celebración de las ilusiones del hombre ante la vida; un culto que lleve a establecer unas
condiciones de vida justas en las que sea posible la fraternidad, la libertad y la justicia para
todos, la opción por los más débiles, el desarrollo de todas las posibilidades humanas...
El cristianismo no es para esclavizar, sino para liberar. Eso fue en tiempos de Jesús y eso
debe ser ahora. Sólo si entendemos el camino cristiano como un camino hacia la libertad
seremos fieles a la voluntad de Dios, escrita en lo más profundo del corazón humano. Si lo
entendemos como un camino de normas y leyes -de esclavitud, en definitiva-, no hemos
comprendido nada.
Este camino de liberación que Dios quiere para nosotros no es fácil. De ahí la necesidad de
una lucha personal. Porque para ser libres debemos luchar contra todos los "dioses", contra todos
los "ídolos", contra todos los "señores" que nos esclavizan. Todo lo que se encierra bajo el
nombre de "dinero", de "placer", de "poder"... y, sobre todo, nosotros mismos si nos
constituimos en centro del mundo -en "dios" (Gén 3,5)-, nos está esclavizando.
Y esta lucha es difícil. Es una tarea de cada día, que nunca debe darse por terminada. Todos
somos pecadores, es decir, "esclavos" de algo o de alguien. Cada uno debemos descubrir nuestras
propias esclavitudes y luchar por liberarnos de ellas. Pero debemos tener presente que no es
fácil tampoco descubrir las propias esclavitudes, a causa de los mecanismos de defensa que todos
tenemos.
Aunque veamos a Jesús actuando con violencia, no podemos deducir que fuera partidario de
ella; pero sí que ante ciertos hechos no transigía ni se limitaba a hablar, sino que actuaba con
fuerza.
Jesús protesta contra cualquier utilización del nombre de Dios, de su palabra o de su
Iglesia en provecho propio.
Convertir el templo en lugar de negocios es lo mismo que utilizar la eucaristía para
tranquilizar conciencias, o para celebrar actos oficiales convirtiendo una comida fraternal en un
acto
diplomático,
o
para
celebrar
sacramentos
-bautismos,
matrimonios,
primeras
comuniones...- como tapaderas de actos de sociedad, o utilizar la palabra de Jesús para
defender privilegios personales o de casta... En definitiva, siempre que tratemos de poner a
Dios al servicio de nuestras conveniencias.
Contra esto Jesús es radical. No tolera que la relación de amor entre Dios y el hombre y
entre los hombres se convierta en un negocio interesado.
Necesitamos una Iglesia, unas comunidades y unos cristianos pobres, sin oro, sin plata (He 3,6),
sin cuentas corrientes, sin ornamentos fastuosos, sin objetos de culto costosos. Una Iglesia que
reparta todo lo que reciba. Una Iglesia más cercana a todos los desgraciados del mundo,
enfermos no sólo de miseria, sino también de confianza, de soledad, de tristeza... ¡Cuántos
190
volverían a Dios ante el ejemplo de una Iglesia, de unas comunidades y de unos cristianos pobres,
sin términos medíos, en lugar de dar la impresión de todo lo contrario!
La señal más evidente de que la Iglesia ha dejado de ser un "mercado" es que los pobres se
encuentren en ella como en su casa, y que los ricos desaparecieran. La presencia de los pobres
anunciaría el cese del mercado.
5. Jesús, nuevo templo
Los discípulos interpretan mal el gesto de Jesús: ven en él la afirmación del ideal
nacionalista y en su persona al sucesor de David. Pero Jesús no se presenta como un
reformista, no pretende apoderarse del templo ni destituir a sus dirigentes. Denuncia la
situación para hacer comprender al pueblo el verdadero carácter del culto oficial. Pero El
viene a sustituirlo; no va a devolver las instituciones a su pureza original, sino que éstas han de
desaparecer ante la nueva realidad que El representa.
Los dirigentes no hacen caso de sus palabras y se identifican con los vendedores. Le piden
signos para actuar así. Ni por un momento dudan de la legitimidad de su posición. Su
seguridad les pierde. No admiten que la crítica de Jesús es evidente por sí misma.
Le han pedido una señal y Jesús les da la de su muerte. Los desafía a suprimir el templo
que es El mismo. Lo matarán, pero no lograrán destruirlo. Volverá a levantarlo en "tres días".
Por su cruz, Jesús nos ofrece el mayor signo y nos revela el sentido supremo de la vida. La
verdadera realidad de la cruz, la verdadera razón de la muerte de Jesús en ella, sólo la
comprenden los dóciles a la llamada, los que viven disponibles para los demás, porque también a
ellos les estará cayendo encima. La táctica aparentemente necia de Dios de triunfar en el
fracaso supone una infinita sabiduría; la aparente debilidad de Dios contiene la máxima
fortaleza. Lo van experimentando los que siguen de cerca el camino de Jesús.
Los dirigentes no pueden entender este lenguaje; se fijan solo en el templo como edificio. Jesús
se refiere al "templo de su cuerpo". Jesús "es templo" porque contiene la plenitud del Espíritu
(Jn 1,32). Anuncia que ya no será un templo de piedra el lugar de encuentro del hombre con
Dios. El templo será el mismo hombre:
¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios
es santo: ese templo sois vosotros. (1 Cor 3,16-17)
Dentro de sí mismo será donde el hombre podrá encontrarse con su Dios. Oprimir,
despreciar, maltratar a un hombre, es un sacrilegio, porque cada hombre es templo de Dios.
Jesús suprime el templo, sustituyéndolo por el "templo de su cuerpo". Esta sustitución es
una de las causas más importantes que provocan su muerte: acababa con el negocio del
Sanedrín.
191
La persona de Jesús, y por extensión cada comunidad y cada persona, serán el único
camino de acercamiento al Padre (Mt 25,31-46).
Todo lo demás -sacramentos, actos religiosos, leyes, Iglesia- son ayudas para ir
descubriendo a Jesús en la vida de cada día, puesto que Jesús resucitado ya no es visible.
Jesús es el único que ha vivido plenamente según el espíritu de la ley, que consideraba a Dios
como único absoluto. Y por haber vivido así, fundamentándose sólo en Dios y no en exhibiciones
de poder o de sabiduría, ha chocado con este mundo, que se fundamenta en otro tipo de
valores, y ha muerto. Pero Dios, resucitándolo, nos ha mostrado que el suyo era el único
camino válido.
6. "Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron..."
Comprenden lo erróneo de su primera interpretación. Los hechos iluminan las palabras. Si
falta la experiencia personal, el conocimiento no es completo.
"Muchos creyeron en su nombre". La actuación de Jesús en el templo se extendió con
rapidez. Además, su actividad continuó durante las fiestas, lo que hace que muchos crean en El.
Juan no nos dice en qué consiste esta actividad. La intervención en el templo nos da la clave para
interpretar el resto de su actuación durante las fiestas.
Esta adhesión será equivocada: aceptan un Mesías poderoso que desafía al poder; no
pueden imaginar que el poder de Jesús sea un amor hasta la muerte. Han interpretado su
gesto como un enfrentamiento con los dirigentes como enemigos.
"Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos..." No acepta el papel que le
atribuyen ni se deja instrumentalizar. No estima válidos los motivos por los que creen en El.
Seguirlo no significa adherirse a un triunfador humano, sino aceptar al que va a dar su vida
para salvar al hombre y estar dispuesto a unirse a El hasta la entrega de la propia vida.
"Sabía lo que hay dentro de cada hombre". Su conocimiento no procedía de información,
sino de su penetración en las aspiraciones y tendencias del hombre. Sabe que se le interpreta -y se
le sigue interpretando- a partir de ideologías que deforman la realidad, que lo identifican con
sus intereses nacionalistas y discriminatorios, desde categorías de poder y dominio.
Pero Jesús no viene a condenar ni a excluir, sino a ofrecer a todos una posibilidad de
salvación (Jn 3,17). El Dios de Jesús no es el Dios del templo o de la nación, sino el Dios del
hombre.
Los evangelios sinópticos colocan este pasaje hacia el final de la vida pública de Jesús,
mientras Juan lo sitúa al principio. ¿Cuándo tuvo lugar realmente? No lo podemos afirmar con
certeza. Lo que sí es claro es que los sinópticos no lo pudieron poner al principio porque Jesús,
según ellos, no fue a Jerusalén más que una vez durante su vida pública -que narran valiéndose
del símil de un largo viaje de Jesús a la ciudad, durante el cual suceden gran parte de sus
192
episodios-, y ésta fue al final de ella. En Juan, por el contrario, viajó varias veces a Jerusalén y
fue en su templo donde tuvo los enfrentamientos más graves con los dirigentes. Parece más
lógico que Jesús fuera a Jerusalén varias veces.
193
Entrevista con Nicodemo
Había un fariseo llamado Nicodemo, magistrado judío. Este fue a ver a
Jesús de noche y le dijo:
-Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro;
porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él.
Jesús le contestó:
-Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de
Dios.
Nicodemo le pregunta:
-¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por
segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?
Jesús le contestó:
-Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace
del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que
nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no
sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del
Espíritu.
Nicodemo le respondió:
-¿Cómo puede ser eso?
Jesús le contestó:
-Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes esto?
Te lo aseguro: de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto
damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os
hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque
nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para
que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él
El que cree en él no será condenado; el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente, detesta la luz y no se acerca a la
luz para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz para que se vea
que sus obras están hechas según Dios. (Jn 3,1-21)
El evangelio de Juan no es una biografía de Jesús ni el resumen de su vida; es una
interpretación de su persona y de su obra, hecha por una comunidad cristiana primitiva
partiendo de su experiencia de fe en El. Está cargado de simbolismos.
Es posiblemente el peor comprendido de los cuatro evangelios, dentro de la escasa
comprensión que de todos ellos tenemos los cristianos. Su mayor proximidad a nuestra
194
forma de hablar hace que demos a sus palabras el mismo sentido que tienen entre
nosotros; con lo que corremos el riesgo de expresar nuestro pensamiento con el lenguaje
del evangelio, lo que es muy distinto a interpretar correctamente los textos.
1. Es preciso nacer de nuevo
Entra en escena Nicodemo. Es un fariseo. Sabemos poco de él; pero sí lo suficiente
para poder asegurar que era un dirigente judío muy representativo y miembro del
Sanedrín. Es un descontento con la actuación de los máximos dirigentes, y ve en Jesús
un Mesías reformador. Es un hombre de buena voluntad, que está dispuesto a aceptar
los puntos de vista de Jesús... siempre que entren dentro de sus propios criterios. Un
hombre con inquietudes, que conoce la ley y a los profetas.
La actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua había provocado un movimiento de simpatía,
incluso entre algunos dirigentes. La entrevista va a describir un diálogo de Jesús con representantes
de la ley.
Nicodemo quiere manifestarle que él, y otros como él, están de su parte. "Fue a ver a Jesús
de noche". La noche simboliza la "tiniebla" (Jn 1,5), la resistencia a dejarse iluminar por Jesús
a causa de la ideología en que están encerrados.
Habla en plural, en nombre de un grupo, y expone la conclusión a que han llegado. Ven en
Jesús a un maestro excepcional y están dispuestos a aprender de El y seguir sus enseñanzas.
Reconocen en las señales que realiza las credenciales de un enviado de Dios. De otra forma no
podría hacer las obras que hace. Reconoce que su denuncia es válida, y que un hombre, sin estar
apoyado por Dios, no se atrevería a tanto.
Existen también grupos selectos que están con Jesús y en contra de las autoridades del
templo. Pero al interpretar las señales cometen el mismo error que los discípulos y la gente que le
seguían: las leen también como denuncia de la corrupción institucional y promesa de
renovación -como vimos en el apartado anterior-; no comprenden el cambio de alianza;
esperan la continuidad con el pasado.
Lo que le pasa a Nicodemo y a los que representa es corriente entre nosotros: queremos
entender las palabras de Jesús desde nuestras seguridades, desde nuestros conocimientos, desde
nuestra propia situación. No estamos dispuestos a cambiar tan fácilmente nuestra mentalidad y
nuestro modo de vivir.
La entrevista comienza con un diálogo, pero pronto se convierte en un discurso de Jesús.
"Ver el reino de Dios" es lo mismo que vivirlo, es tener la experiencia personal de él, es
comprender porque "eso" le está pasando personalmente, ya que "el reino de Dios está dentro
de nosotros" (Lc 17,21).
195
Jesús dice que para ello tenemos que "nacer de nuevo", tenemos que ser otra persona: con
otras ilusiones, otros proyectos, otras metas, otra vida. Tenemos que posponerlo todo ante las
exigencias del amor, de la justicia social, de la paz... Tenemos que poner constantemente en
entredicho hasta los criterios que creemos más seguros, más intocables, más verdaderos.
Tenemos, en una palabra, que estar abiertos siempre al Espíritu que sopla donde quiere y
cuando quiere.
La ley, el cumplimiento fiel de unas normas o ritos, no puede llevar al hombre al nivel
requerido por el reino de Dios. Este está ligado al cambio personal, al amor.
"Nacer de nuevo" significa independizarse de un pasado, comenzar una experiencia y una vida.
Cada uno somos el resultado de una historia personal, familiar y social; de un ambiente: somos
cristianos porque nacimos en España..., pero esta base no nos prepara para el reino de Dios. Para
llegar a la meta que Dios ofrece a la humanidad, y a cada uno de nosotros, tenemos que renunciar a
nuestras seguridades y replanteamos nuestras convicciones y nuestra fe.
El reino de Dios presupone un cambio de actitudes; consiste en llevar a su acabamiento el
ser mismo del hombre, comenzar vivir en plenitud, dar a las cosas y a las personas y a la vida el
valor que tienen para Dios, que es el que tienen en realidad. Presupone vivir en el amor sin
fronteras.
Nicodemo es escéptico ante este planteamiento. La exigencia de Jesús es utópica: cada uno es
fruto del propio pasado, de una tradición y de una experiencia; sobre ella puede realizarse, pero es
ilusorio pretender comenzar de nuevo. Detrás de esta escena entre Jesús y Nicodemo se
vislumbra el enfrentamiento de la sinagoga con la comunidad cristiana del tiempo de Juan.
Nicodemo, como todo hombre colocado ante el misterio, no comprende lo que oye. La
realidad cristiana es incomprensible cuando se la juzga con categorías humanas.
El nuevo nacimiento sólo puede venir de Dios, es un don suyo. El hombre está incapacitado
para conseguirlo, porque está por encima de sus posibilidades. De aquí la necesidad de la pobreza, de la sencillez, en todo aquel que quiera hacer la experiencia del reino de Dios: es pobre el
que tiene conciencia de su incapacidad y se deja ayudar. Y de aquí la imposibilidad de todos los
tipos de riqueza -cultural, económica...- para descubrirlo. La riqueza hace autosuficiente,
engreído... Dios no nos pide que nos quitemos la cabeza para conectar con El, no nos pide que
no pensemos. Únicamente desea que nos quitemos el sombrero de nuestra suficiencia, única
forma de ir llegando al conocimiento de su Reino. ¡Qué distinta sería una cultura que arrancara
de la vida de los hombres y le fuera dando respuesta! Lo mismo la fe, la formación religiosa.
¡Qué distinta sería la riqueza puesta al servicio de todos los pueblos y personas!
Ante la incomprensión de Nicodemo, Jesús le repite lo mismo con otras palabras: sustituye el
"nacer de nuevo" por "nacer del agua y del Espíritu".
Es necesario nacer de nuevo. Hemos nacido del hombre, envueltos en el pecado, pero tenemos
que nacer de Dios. Los hombres no nacemos del todo ni venimos a la vida plenamente vivos.
196
Hemos nacido en medio de una lucha. La imagen deformada del hombre y del mundo la
llevamos marcada en nuestro interior como un tatuaje de muerte.
Nacer de nuevo es seguir la luz que se enciende de vez en cuando en nuestro ser más
profundo, es ser capaces de rasgar la tupida tela de araña que nos envuelve y que nos hace
creer que estamos viviendo en un mundo real y auténtico. Cristo, manifestando a Dios en sí
mismo, manifiesta toda la profundidad del hombre. Cuantos le reciben, nacen de Dios.
El nacimiento provocado por el Espíritu implica una nueva existencia, cuyo origen está en
Dios, arriba. Se trata de una existencia teocéntrica, no antropocéntrica (la primera tiene como
centro a Dios; la segunda, al hombre). Existen hombres engendrados del Espíritu cuya existencia
es incomprensible para la sola razón.
Nicodemo pensaba que el hombre podría realizarse en plenitud por su fidelidad a la ley.
Jesús afirma que el hombre necesita la ayuda de Dios: sólo se realiza en el amor. Y el amor es
Dios.
Hay dos principios de vida: la carne y el Espíritu. Cada uno transmite la vida que posee. La
carne simboliza la débil condición humana; el Espíritu, la fuerza de Dios, del amor. Las
aspiraciones de Nicodemo -y de la mayoría de los hombres- están fundadas en la carne:
prestigio personal, bienes económicos... y, en ocasiones, fidelidad a unos principios. Con ello
nunca se conseguirá realizar el proyecto de Dios.
El hombre, nacido de la carne, tiene que renacer del Espíritu, que es el que dará sentido y
plenitud a todo lo que realice.
Existen para el hombre dos posibilidades: o renacer del Espíritu y ser espíritu-amor, o no
responder a la invitación de Dios y quedarse en la debilidad e impotencia de la carne.
Jesús veía con claridad el vacío de los ideales mesiánicos de Nicodemo. El Espíritu no conoce
fronteras. El reino del Espíritu no está limitado a Israel. Es libre, no está ligado a nada ni por
nadie. Los que nacen del Espíritu no se sienten encerrados en los límites de un pueblo o
tradición, ni limitados por unas leyes, ni siquiera por unos sacramentos.
Nicodemo creía poder encasillar a Jesús; pero se había equivocado, porque "no sabía de
dónde venía ni adónde iba". Ha querido interpretarle según su origen judío, partiendo de lo
ya conocido. Pero el Espíritu no admite tales marcos de referencia. Las comunidades cristianas
estaban surgiendo por todas partes, sin responder a criterios de raza o pueblo, pero se las
reconocía por tener una misma voz y dar un mismo testimonio: el de Jesús.
Nicodemo se da cuenta, por fin, de que Jesús no habla de un segundo nacimiento corporal,
pero no alcanza a comprender cómo puede ser posible lo que dice. Jesús le hace ver su extrañeza
de que él, "maestro de Israel", no entienda estas cosas. Porque El habla de cosas que ya están en
el Antiguo Testamento. Si cuando les ha hablado de cosas "de la tierra", que no ofrecen
grandes dificultades, no ha sido entendido, ¿cómo va a serlo cuando les hable del Padre y del
Espíritu?
197
El fariseo muestra su desorientación y su escepticismo. El legalista no cree posible esa clase
de vida, lo mismo que el materialista no puede entender las realidades espirituales. El diálogo es
tenso. Nicodemo se mantiene a la defensiva y sólo hace preguntas. Para él, como para todo el
magisterio fariseo, Moisés es el único legislador y maestro. Además, han mutilado el Antiguo
Testamento, reduciéndolo a unas leyes y normas, excluyendo toda novedad. Y así se han
cerrado al Espíritu y a la acción de Dios. Habían sustituido el Espíritu por la letra.
Nicodemo no sabe, porque funda su saber en cosas aprendidas de memoria. Jesús sabe por
experiencia, por haberlo vivido. La vida del Espíritu se hace experiencia en el interior del
hombre.
"Lo de la tierra" responde a lo anunciado por los profetas de la antigua alianza. Jesús ha
comenzado hablando de lo que les une para introducirlo después en la novedad del Reino.
Pero si no están de acuerdo ni en lo escrito por los profetas -en su interpretación-, ¿cómo
entenderán "lo del cielo"? Por eso al hablar de "lo del cielo" desaparece la figura de
Nicodemo, incapaz de entender la nueva realidad.
2. Jesús, don del amor de Dios a la humanidad
Jesús presenta a continuación al verdadero Mesías, aunque no pronuncia esa palabra. Las
dos funciones que los fariseos atribuían a la ley -ser fuente de vida y norma de conducta-,
serán sustituidas por la persona de Jesús, lo mismo que había sustituido antes el templo por
su cuerpo (Jn 2,19-21).
Cuando el evangelista habla del "cielo" no le da un sentido espacial. Quiere significar la
esfera divina, invisible, aunque no inaccesible a la experiencia del hombre. El lenguaje es figurado.
Cuando Jesús dice de sí mismo "que bajó del cielo" nos está diciendo que su origen y su vida
no son simplemente humanos, sino que proceden también de Dios. "Haber bajado del cielo"
equivale a haber recibido la plenitud del Espíritu: el Mesías es aquel que, por ser "el Hombre",
es capaz de amar hasta el don de sí mismo.
"El Hijo del Hombre" elevado en alto indica su triunfo en la cruz. Está alzado para que el
mundo entero pueda verlo y seguirlo.
"Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Este texto es la afirmación clara y
terminante del amor de Dios como la causa verdadera y última de la presencia de su Hijo en el
mundo. Nos ofrece la explicación definitiva de la realidad del Mesías: Jesús es el don del amor de
Dios a la humanidad.
"Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él". Doble formulación: negativa y positiva. El amor de Dios fue la razón del
envío del Hijo, y su finalidad única era salvar a todos los hombres. Con lo que queda excluida
198
toda intención negativa. El privilegio del pueblo judío ha terminado: la salvación está destinada
a toda la humanidad. Una salvación que consiste en pasar de la muerte -de cualquiera de
ellas- a la vida definitiva; que es posible a través de Jesús, imitando su vida.
Toda responsabilidad negativa recae sobre el hombre, no sobre Dios. En el hombre son
posibles dos actitudes: o se está a favor de Jesús o en contra; no existe la neutralidad. Ante el
ofrecimiento del amor únicamente podemos responder a él o negándonos o aceptándolo con la
propia actitud práctica. Dios no actúa como juez, sino como don de vida. Al dar a su Hijo,
ofrece a la humanidad la plenitud de vida que está en El, dando a los hombres la posibilidad
de hacerse hijos por una vida de amor como la suya.
Dar la adhesión a Jesús como a "Hijo único de Dios" es creer en las posibilidades del
hombre.
3. Las malas obras, causa de la incredulidad
"Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la
tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas".
La fe verdadera en Jesús lleva siempre unidas las buenas obras. Si las obras son malas,
la fe es imposible. Este texto deja claro que son las malas obras la causa principal de la
incredulidad.
El pecado -el mal- es algo que, en el fondo, el hombre normal no quiere. Por ello,
cuando pecamos, nos rodeamos de todo tipo de oscuridades, empezando por la oscuridad
mental. Ninguno queremos identificamos, ni mentalmente, con lo que está mal. (El problema
actual quizá sea distinguir qué es malo y qué es bueno. Parece que todo es relativo y
subjetivo.)
Los hombres que obran mal, odian la luz y huyen de ella para evitar que sus obras queden
al descubierto al ser iluminadas. Y así, el texto identifica la incredulidad con una opción de mala
fe. La tiniebla representa toda ideología opresora que sofoca la vida de los hombres.
Todos tendemos a encubrir la parte negativa de nuestra vida, aquella que no queremos
cambiar. Por eso nos defendemos y no dialogamos. Los que obran la verdad no tienen por qué
huir de la luz, ya que ella no hará otra cosa que poner de manifiesto sus buenas obras.
Tampoco nosotros ponemos dificultades en que salgan a la luz nuestras buenas obras. De las
malas nos preocupa más que se sepan que el hacerlas. Esa es la causa de que seamos tan subjetivos
en nuestras opiniones y en nuestras actuaciones. Es la propia conveniencia lo que buscamos
normalmente en la vida.
199
Cristo nos coloca ante una alternativa: aceptar su luz en toda nuestra vida y con todas sus
consecuencias -a El le llevó a la muerte en cruz, y no es el discípulo más que el maestro (Mt
10,24-25)- o trampear aceptando o rechazando según nos convenga.
Unos creen, aceptan que la salvación-liberación viene de los otros, del Otro, y lo demuestran
con el estilo de su vida compartida. Otros no creen, no tienen interés por ser libres, se bastan a sí
mismos. La causa es clara: en el mundo está la luz, y por ella son atraídos todos los que por su
manera de vivir, compartiendo lo que son y lo que tienen, se están encaminando hacia el
Padre, aunque no lo sepan; y están los que llevan una vida cerrada en sí mismos, sin posibilidad
de descubrir lo pequeño y egoísta que es su felicidad. Sólo los primeros están siendo capaces del
nuevo nacimiento: nacimiento en medio de dificultades, de "dolores de parto" (Jn 16,21; Rom
8,22-23; Gál 4,19).
Cristo es la luz (Jn 8,12). La luz no es la doctrina que expone, sino El mismo. El que cree en
El -en todo lo que representa, aunque de El no haya oído ni hablar o sí le hayan hablado
pero equivocadamente (muchos que han dejado la Iglesia)-, está en la luz, siempre que lo
demuestre con sus obras, a pesar de sus pecados y limitaciones. El que lo sigue en su vivir no
camina en tinieblas. También a éstos les llegará el rechazo de los que viven de espaldas a los demás,
lo mismo que fue -y es- rechazado Jesús (Jn 15,20). Y es que la luz expone y denuncia la maldad
oculta.
La luz lo ilumina todo. Es ella la única norma y la que descubre la bondad o la maldad de las
acciones. En una sociedad en la que todos obraran egoístamente, no habría problemas; hasta se
llegaría a creer que así había que hacer. El problema surgiría cuando llegara alguien que
obrara con desprendimiento. Esa sociedad, ante ese problema, tendría dos posibilidades o
respuestas: o imitar la conducta del desinteresado o tratar de eliminarlo. La segunda es la más
sencilla y la que se hace normalmente: no pide cambiar nada del propio modo de vivir. Un
planteamiento parecido a éste es el que originó el asesinato de Jesús.
Jesús nos invita a convertirnos en hijos de la luz. Lo seremos en la medida que vivamos el
estilo de su vida. ¿Somos testigos del sentido de su vida? ¿O estamos dejando que cada hombre a
nuestro alrededor viva en su noche y muera en su noche?
Es doloroso que nosotros mismos, cristianos, vivamos sin saber salir de nuestra noche,
vivamos sin dejamos iluminar por Cristo, vivamos sin acabar de decidirnos a seguirlo.
Dios no quiere que el hombre perezca. ¡Quiere que viva! La muerte, todo lo que significa la
muerte, no lo ha hecho Dios: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había creado..., día sexto"
(Gén 1,31).
Jesús lucha contra todas las muertes y las vence con la fuerza de su amor. Antes de su venida
la humanidad estaba en tinieblas. Después, la mayoría de los hombres prefieren continuar en
la muerte, renunciando a la plenitud de vida. Este es "el pecado del mundo" (Jn 1,29; Gén 3). La
opción tiene un motivo: el modo de obrar perverso. Los opresores del hombre, a cualquier nivel,
200
no aceptan la luz-vida. Los causantes de muerte rechazan el ofrecimiento del amor de Dios. La
opción por la tiniebla no se hace por el valor que tenga en sí misma, sino por el odio a la luz,
que nace del miedo a ser desenmascarado. No se opta imparcialmente: existe una repulsa a la
vida en aquel que es cómplice de la muerte. Se odia la bondad de la luz. La maldad no puede
soportar el bien y pretende sofocarlo. Los causantes de injusticia y muerte no pueden
soportar su denuncia.
Muerte -tiniebla- es la injusticia, la mentira, el egoísmo, el odio, el aislamiento, el
individualismo, la violencia, el vacío... y la muerte.
Vida -luz- es la justicia, la fraternidad, la igualdad entre todos los hombres y todas las
naciones, la verdad, la libertad, el amor, la amistad, la comunicación, la paz... y Dios, que quiere que
el hombre tenga vida abundante, eterna, que participe de su misma vida. Y Dios es la vida en
plenitud y para siempre.
Este escoger entre vida y muerte, entre luz y tiniebla, lo vamos haciendo realidad en cada
instante de nuestra vida. Vida que no es evasión, diversión, "escurrir el bulto", despreocuparse
de la sociedad y de los demás, refugiarse en las religiones, aislarse, amasar riquezas para
asegurar el futuro, cerrarse en la propia familia, negocios, trabajo... Vida que es amor,
comunicación, don de sí, amistad, luz en medio de tanta tiniebla, esperarlo todo del Padre
luchando por la igualdad de todos los hermanos: esperar en el Padre como si todo dependiera
de El, y trabajar por el mundo nuevo como si todo dependiera de nosotros.
Si el hombre se decide por la fe en Jesús, da comienzo a una nueva vida; pero si toma la
decisión contraria, permanece en la tiniebla y en el pecado.
La palabra de Dios, que es Jesús, se distingue de cualquier otra palabra humana en que
únicamente El puede decir palabras cuya aceptación o rechazo son decisivos para dar la vida
-luz- o la muerte -tiniebla-. El que acoge el mensaje de Jesús, rinde testimonio a la veracidad
de Dios. Quien lo rechaza con las obras de su vida, sobre todo si dice que cree en Dios, hace de
El un impostor.
Entre Jesús y los demás profetas hay una diferencia radical: sólo El es la palabra de Dios. Si
a los profetas se les debe prestar fe, ¡cuánto más a Jesús, que nos trae toda la verdad sugerida
por el Espíritu!
Todo lo que es Jesús se explica por el amor pleno y eterno que el Padre tiene al Hijo. Si en
el Hijo habla y obra el Padre, es lógico pensar que el destino del hombre se decide de acuerdo con
la actitud que adopte frente al Hijo.
Está creyendo en Jesús el que está poniendo en práctica los valores del Reino, aunque
personalmente crea que estos valores no están en la Iglesia, a causa del tremendo velo con que
tapamos los cristianos a Jesús.
¿Nuestro conocimiento de Jesús es vivencial, experimental? ¿Se traduce en obras? ¿Cuáles?
201
Tenemos que renacer constantemente, porque la persona humana es una conquista. Nos vamos
haciendo día a día en la fidelidad a los acontecimientos de cada momento. Nuestro mayor
peligro es el de acostumbrarnos a las cosas, a las ideas, hasta el punto de poder llegar a no
saber "ni de qué va". ¡Y hace tantos años que somos cristianos! Decía León Felipe que
"cualquiera es capaz de enterrar a un muerto, menos un sepulturero".
Sólo una opción personal y definitiva por todo el evangelio nos irá descubriendo el misterio
de Cristo, el amor del Padre; irá haciendo en nosotros el hombre nuevo. El hombre que toma
conciencia de su persona es el que puede empezar el camino hacia Dios y ayudar a otros a
emprender ese camino.
No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas; porque Dios no ofrece
doctrinas, sino vida. Acercarse a la luz significa dar la propia adhesión a la vida que nos ofrece
Dios en Jesús.
Quien con su modo de obrar daña al hombre, odia a Jesús y le niega su adhesión, porque
teme que se ponga de manifiesto su vileza. No se puede ser opresor del hombre ni de sí mismo y
prestar asentimiento a Jesús; lo mismo que no se podía estar con el sistema judío y con Jesús.
El hombre se define por sus obras. No existe amor si no se traduce en obras. Lo mismo la
fe. Sólo con hombres dispuestos a amar hasta la muerte puede construirse la verdadera
sociedad humana.
4. Conocemos a Dios a través de Jesús
Algunos de los versículos finales de este pasaje se leen en la fiesta de la Santísima Trinidad, del
ciclo A. Por eso trataré de ahondar en esta verdad fundamental de nuestra fe.
La palabra "misterio" ha sido muy utilizada desde el principio por el cristianismo y
también se emplea mucho ahora. Pero con sentidos muy distintos: cuando la decimos ahora,
pensamos en un problema que no podemos entender; cuando la decían los primeros cristianos,
querían expresar una realidad llena de vida.
La Trinidad no es ningún rompecabezas, aunque con frecuencia nos dejamos atrapar por un
problema de matemáticas, tan de moda en nuestra sociedad: uno igual a tres, que es imposible.
No es con las matemáticas como podemos abordar este misterio. Hemos de afrontarlo desde un
punto de vista existencial.
El dogma no es un enunciado, sino un medio para ayudarnos a conocer la realidad.
Cuando hablamos de la vida íntima de Dios estamos expresando, a la vez, la clave o la raíz de
ser hombres en el mundo. Desde la experiencia del mundo en profundidad y de nosotros
mismos, podemos llegar a rastrear a Dios (Rom 1,19-23).
La Trinidad es para nosotros un misterio de salvación, de vida en plenitud. Dios es
indefinible, impensable, respuesta total y auténtica a las aspiraciones de los hombres. Dios es lo
202
primero y lo último, lo profundo, el fundamento de todo lo que existe. No tenemos palabras para
expresarlo. Es tan claro, que no hay pruebas. Es tan hondo, que no se ve con los ojos
corporales. Es una llamada, una experiencia más seria que todas las demás. Es un acto de fe,
una sugerencia aclaradora, una aventura y, a la vez, base de todo.
A Dios lo vamos conociendo a través del Hijo. Y creemos que la comunidad de vida que es
Dios es posible en nosotros, es una realidad en nosotros gracias al Espíritu. La Trinidad tiene
que estar presente en cada momento de nuestra vida, porque es la vida del hombre. Sólo
desde la Trinidad se nos aclaran todos los interrogantes que nos van surgiendo a través de
nuestra vida: qué es vivir, por qué no podemos ser felices solos, por qué nos gustan muchas cosas
pero ninguna nos llena, la sed de infinito y plenitud...
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios
y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
(1 Jn 4,7-8)
¿Quién de nosotros puede afirmar de verdad que ama? ¿No somos egoístas incluso cuando
amamos? ¿Quién puede decir que ha puesto en común todo lo que es y todo lo que tiene?
Entonces, ¿cómo "ver" a Dios? (Mt 5,8).
Vivimos apoyados en la miseria de los pobres, edificamos sobre los que pasan hambre, nuestra
comodidad es fruto de los que trabajan como esclavos, perdemos el tiempo de un modo lamentable, mientras tantos de nuestros hermanos necesitarían que les dedicáramos ese tiempo
nuestro desperdiciado...
¿No estamos sordos ante el gemido de los que sufren, impasibles ante el silencio de los que se
tienen que callar a la fuerza, insensibles ante los encarcelamientos por causa de la insoportable
corrupción de nuestra sociedad, indiferentes ante los que nos niegan los derechos humanos más
elementales?
Nuestra vida no manifiesta amor. Estamos llenos de fariseísmo, de cultos, de palabras de
Dios, mientras los que nos ven tienen que exclamar: ¡el Dios de los cristianos ya ha muerto!
Jesús nos trajo la vida eterna. ¿Cómo pretendemos poseer la vida, si la hemos matado?
Llegamos a llamar a la tiniebla luz y luz a la tiniebla. Escribimos un evangelio de burgueses
satisfechos y nos creamos nuestro Dios, que es una grotesca caricatura del verdadero.
Vivimos solos, desterrados, incapaces de aceptar a los otros, incapaces de hacer la igualdad,
incapaces de crear un ámbito de libertad y de justicia. Los cristianos hemos arrasado
demasiados valores para que podamos ver el futuro con optimismo. El mundo llamado
cristiano es el principal culpable de la injusticia a escala mundial. Y del hambre.
El mensaje cristiano que nos hemos fabricado está al margen del mundo; tenemos miedo al
mundo de hoy y al futuro, a la novedad y al riesgo; dudamos de la fuerza transformadora del
evangelio. Tenemos miedo porque carecemos de la fe en el Dios de Jesús. Nos dedicamos a
transmitir normas y ritos en lugar de ser transmisores del amor universal. Buscamos en
203
ideologías o políticas -"cisternas rotas"- lo que hemos sido incapaces de encontrar en el
evangelio.
A pesar de todo, el amor de Dios está en el mundo, ofrecido. Dios sigue empeñado en
salvarnos. Podemos volver del aislamiento y del destierro. ¿Seremos capaces de aceptar que el
amor salve nuestras vidas?
5. Ser padre, hijo y espíritu a la vez es nuestra vocación
Lo más importante para un cristiano es vivir en comunión con la vida de Dios, que es el
misterio de la Trinidad.
La relación de Dios con el mundo no puede ser más que de amor. Cuando el mundo se
construye sobre el egoísmo, no puede invocar en su favor al Dios amor. Dios está en contra de la
cerrazón, del repliegue sobre uno mismo, del aprovecharse de los otros, del deseo de
apropiación, de la voluntad de poder, de la división, de los sistemas económicos que provocan
hambre y marginación, de las opresiones, represiones y explotaciones humanas.
Afirmar que Dios es amor nos obliga a aceptar al amor como el único móvil, único
proyecto y única meta del mundo, de la sociedad y de uno mismo. El Dios del amor nos libera
de la soledad al sentirnos habitados por el Padre, el Hijo y el Espíritu, cuando nos
entregamos a la comunicación en la amistad fraterna.
Para el cristiano, vivir es con-vivir, es amar. El encuentro del hombre con Dios es imposible
si está separado del encuentro del hombre con el hombre. Sólo vivimos si convivimos, porque
somos imagen de Dios trino, comunidad de amor. Sólo en comunidad somos signo en el mundo
de nuestro Dios trinitario, y sólo en comunidad nos realizamos como personas verdaderas.
El hombre auténtico, verdadero y completo, ese que es imagen y semejanza de Dios (Gén
1,26), vive en tres dimensiones: vertical, horizontal y profunda. Es decir, vive con ideales o personas que están sobre él, a su alrededor y dentro de él.
Por la dimensión vertical se pone en relación con lo que está sobre él: el padre, la madre...
Reconoce los valores que están encarnados en ellos. De ahí brota la obediencia, el amor, la
dependencia responsable... Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hijo. Si la rechaza
radicalmente, se queda en adolescente, en una estéril rebeldía contra el padre y la madre, se
debate en una protesta confusa y absurda, sin saber lo que realmente quiere.
Por la dimensión horizontal se pone en relación con lo que está a su alrededor: hermanos,
amigos, compañeros, todos sus semejantes... Los valores esenciales en esta dimensión son los de
fraternidad e igualdad. Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hermano. Si la rechaza, se
queda en un niño egoísta, cerrado en su pequeño mundo individual y caprichoso, únicamente
preocupado de su propio bienestar, extraño a las exigencias del mundo que lo rodea, insensible
a los problemas de la justicia.
204
Por la dimensión profunda, interior, entra en relación con lo que está dentro de sí mismo,
entra en comunión con su propio ser. Es el mundo del alma, del espíritu, de la intuición, de
la oración, de la creatividad... El hombre a este nivel descubre los valores de la reflexión, del
silencio, de la libertad, de la contemplación, de la poesía, llega a las propias fuentes del ser, a
las propias raíces... Se convierte en un ser espiritual. El ser espiritual no es una criatura que
vive en las nubes, desencarnada; es el hombre verdaderamente profundo, auténtico. Las
personas privadas de esta dimensión interior se condenan a la superficialidad, a la vanidad, a la
agitación exterior, al ruido... Se quedan en la superficie de todo.
El hombre completo debe vivir en relación con estas tres dimensiones, que debe aceptar y
desarrollar simultáneamente. El que vive una sola dimensión será un hombre incompleto. Lo
mismo el que vive dos.
Así, el que es solamente "hijo" se inclina a asumir actitudes conservadoras, preocupado
exclusivamente por mantener el orden o el desorden constituidos. No participará en las luchas
por la justicia; no amará la novedad; no sabrá mirar hacia adelante. Tampoco dará
importancia a los valores del espíritu.
El que es solamente "hermano" -camarada se dice ahora; también compañero- se opondrá a
los valores de disciplina, autoridad... y a los valores espirituales.
El que se limita al ser "espiritual", considerará el propio mundo interior como una cómoda
evasión de los compromisos concretos para la transformación del mundo. Será un
"emboscado".
El mundo actual parece que pretende presentar estas "dimensiones" como opuestas, en
lugar de verlas como son en realidad: complementarias.
¿Qué tiene que ver todo esto con la Trinidad de Dios?
El creyente se encuentra con Dios en tres dimensiones fundamentales. Vemos en el evangelio
a un Dios que está sobre nosotros. Es el padre nuestro. Un padre lleno de amor, respetuoso con
la libertad de sus hijos -no es paternalista, no da todo hecho-, siempre dispuesto a
perdonar. También encontramos a un Dios que, en Jesús, ha tomado un rostro humano,
fraterno. Un Dios que está a nuestro alrededor. Un Dios hermano nuestro: "Tuve hambre..."
(Mt 25,31-46). Dios se encuentra también en la dimensión interior, en las profundidades de
nuestro ser. Dios está "dentro" de nosotros. Decía san Agustín: "Dios es más íntimo a mí que
yo mismo". Y así, Dios es nuestro padre, nuestro hermano, nuestro espíritu. Lo vamos
descubriendo en la medida que seamos hijos, hermanos y verdaderamente espirituales.
En lugar de abordar el misterio de la Trinidad utilizando imágenes y comparaciones
insuficientes y gastadas -como el famoso triángulo-, será más útil para nuestra vida reflexionar
sobre la Trinidad en una perspectiva de comunión.
Dios es una familia, una comunidad. Resultan así iluminadas nuestras relaciones humanas:
seremos imagen de Dios siendo familia, siendo comunidad. Nunca solos, porque Dios es
205
comunión de personas. Son tres que comparten todo lo que son -y lo son todo-, realizando
aquello que, para las personas que se aman, siempre será un sueño: sin dejar su ser personal,
formar una comunidad en la que todos sean una misma cosa.
Dios es Padre, Hijo y Espíritu.
Es Padre y sólo Padre. Es la vida, es el amor. "No sabe", "ni quiere", "ni puede" ser otra
cosa. Por eso es Padre en plenitud: es el Padre.
Y como consecuencia de su amor pleno, da todo al Hijo. Así el Hijo es igual al Padre. El
Padre sólo se queda con el ser Padre. El resto es compartido con el Hijo.
El Hijo es Hijo y sólo Hijo. Tampoco quiere ser otra cosa. Se entrega al Padre totalmente. Y
así es Hijo en plenitud: es el Hijo.
El amor compartido del Padre y del Hijo, esa comunicación total, esa amistad eterna, es el
Espíritu, amor en plenitud.
Dios es comunidad de amor y ha creado al hombre a su imagen y semejanza. También la
creación entera es reflejo de este Dios amor.
Cada uno de nosotros y cada familia, grupo y comunidad, tenemos que ser reflejo de este
Dios trino.
Cada uno de nosotros tenemos que ser padres y sólo padres. Lo somos cuando damos vida,
cuando vivimos para los otros y en la medida en que lo hacemos. Cuando colaboramos en la
realización personal de los que nos rodean. Y esto aunque se sea muy joven.
Pero somos tantas cosas, que para ser padres no nos queda tiempo: la profesión, alcanzar
una posición, ser más que los otros... La preocupación por el mañana, que impide vivir el presente con intensidad. Los pájaros, los lirios, toda la creación... trabaja duramente y vive al día,
no se inquieta por el mañana (Mt 6,25-34).
A la mayoría de los hombres y mujeres no les queda tiempo para lo fundamental: ser
padres o madres. Limitan su paternidad a traer hijos al mundo y alimentarlos, olvidando la
otra paternidad, de la que son signo los célibes y las vírgenes. Muchas personas son más hijos de
otros que de sus padres, porque han recibido más de ellos: amor, ideales, apoyo, comunicación,
amistad, libertad, paz...
¿Por qué son tan distintos los hijos de lo que los padres desean? Muchos padres es
imposible que hagan de sus hijos personas de bien, porque no lo son ellos. Y nadie da lo que no
tiene. Dicen que es la felicidad lo único que se puede comunicar aunque no se posea.
Los padres pueden decir que con ser padres no se come, que tienen que trabajar duro,
descansar de ese trabajo en la taberna o donde sea... Y es verdad, hay que trabajar. Pero como
medio, como necesidad y consecuencia de ser padres y siempre desde la perspectiva de la
paternidad. Nunca para acumular, para subir, para darse importancia, o como refugio por no
saber qué hacer con las horas libres.
206
Cada uno de nosotros tenemos que ser hijos y sólo hijos. Aunque seamos muy mayores.
Cuando dejamos de ser hijos nos destruimos. Somos hijos cuando aceptamos la vida que nos
viene de los otros y del Otro, cuando nuestra comida es hacer la voluntad del Padre, como
Jesús (Jn 4,34).
Pero con frecuencia somos todo menos hijos: autosuficientes, individualistas... De ahí nuestra
insatisfacción.
¿Por qué los hijos saben tan pocas cosas de sus padres y les demuestran tan poco el amor?
Viven, normalmente, demasiado dentro de sí mismos, dándose gusto, temiendo perder una personalidad imposible de lograr solos. Esa es la razón de ese descarado egoísmo que manifiestan tantas
veces en las relaciones con los padres y con los demás.
Dirán los hijos que tienen amigos, proyectos, cosas que hacer. Y es verdad. Pero todo lo que
hagamos, todas nuestras ilusiones, tenemos que realizarlas desde la óptica de sentirnos hijos y
sólo hijos, porque sólo dentro de esa filiación es posible llegar a sentirse hijos del único Padre
verdadero. ¿Cómo sentirnos hijos de Dios, a quien no vemos, sino a través de sentirnos hijos
de los hombres? A Jesús -¿por esto?- le gustaba llamarse "Hijo del Hombre".
Cada uno de nosotros tenemos que ser espíritu y sólo espíritu. Lo somos cuando damos
"calor", amor a todo lo que nos rodea, cuando tratamos de unir a todas las personas que viven a
nuestro alrededor.
Pero en lugar de ser acogedores, en lugar de dar, solemos exigir una respuesta a los
demás antes de dar nosotros.
¿Cómo dar amor, unión, acogida... a personas tan difíciles en la familia, grupo o
comunidad? Pues dándolo sin pedir nada a cambio, a fondo perdido, como hace un padre de
verdad; como hace el Padre. Recibiéndolo sin poner trabas, como hace un hijo; como hizo el Hijo.
Nuestra misión es sembrar. El fruto no depende de nosotros. Todos los que nos rodean son
Dios trino al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón. Si creemos en ellos, si los amamos,
creemos y amamos a Dios. Lo demás son disculpas, ganas de complicar las cosas para no
comprometernos.
Cada familia tiene que vivir todo esto para llegar a la plenitud. Lo mismo cada grupo y
cada comunidad. Es más, nadie puede ser padre, hijo y espíritu si no es dentro de un grupo,
familia o comunidad. De otra forma, ¿cómo y a quién podría dar vida el padre?, ¿cómo y de
quién podría recibir vida el hijo?, ¿cómo y dónde puede ser centro de unión, de amor, de calor,
de acogida, el espíritu?
Cuando en un grupo se está a gusto, se siente amor, acogida, es fruto del espíritu que está
en sus miembros. Cuando en un grupo se recibe algo, se crece personalmente, es fruto de la
paternidad, de ese dar vida que está en sus miembros. Cuando en un grupo se nota interés por
recibir, deseo de más, necesidad de los otros, es fruto de la filiación, de la dependencia, de la
"niñez" -"infancia espiritual"- que existe entre sus miembros.
207
Ser padre y sólo padre, ser hijo y sólo hijo, ser espíritu y sólo espíritu, es el camino del hombre.
Y se puede ser a la vez: el padre verdadero es a la vez hijo y espíritu; da vida y la recibe porque ama.
Lo mismo el hijo. El espíritu, el amor, está siempre abierto de par en par a todo lo verdadero
que le rodea.
Ser padre, ser hijo, ser espíritu a la vez, es nuestra vocación de hombres. No tenemos otra cosa
que aprender porque es la perfección.
Este es el camino del hombre, es el camino de las comunidades cristianas.
De esta forma, el misterio más grande se convierte en el misterio más fecundo, que se experimenta
en la vida de cada persona que va profundizando, que va viviendo; y en cada comunidad que lo va
siendo de verdad y en la medida en que lo vaya siendo.
208
Encuentro con la samaritana
Tenía que pasar por Samaria.
Llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio
Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.
- Era alrededor del mediodía.
Llegó una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
-Dame de beber.
(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) La samaritana le
dice:
-¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
(porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó:
-Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías
tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
-Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?;
¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus
hijos y sus ganados?
Jesús le contesta:
-El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que bebe del agua que
yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de
él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
-Señor, dame esa agua: así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a
sacarla.
El le dice:
-Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
-No tengo marido.
Jesús le dice:
-Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es
tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
-Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este
monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
-Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros
adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así.
Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
-Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
-Soy yo: el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con
una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?"
La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
-V e n id a v e r a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el
Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
Mientras tanto, sus discípulos le insistían:
209
-Maestro, come.
El les dijo:
-Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
-¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dijo:
-Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su
obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os
digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para
la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida
eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador.
Con todo, tiene razón el proverbio: "Uno siembra y otro siega”. Yo os envié
a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de
sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había
dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho".
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos le rogaban que se quedara con
ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y
decían a la mujer:
-Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y
sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
(Jn 4,4-42)
El episodio de la samaritana, junto con el del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41) y la
resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45), sirvieron de base a la Iglesia durante siglos para su
catequesis más importante: la preparación de los catecúmenos para su bautismo en la
vigilia pascual. Se leen, en el ciclo A, los domingos anteriores a la Pascua (tercero, cuarto y
quinto de Cuaresma, respectivamente). En los tres tenemos un mismo itinerario: del agua del
pozo de Jacob al agua viva para la eternidad; de la luz para los ojos a la luz de la fe; de la
muerte a la vida que surge del sepulcro.
También hoy deberían ser los textos básicos para la preparación de los cristianos a la
celebración de la Pascua.
Estos pasajes parten de hechos de vida, de la realidad humana más honda. Hay siempre
en ellos un diálogo y una interpelación personal. Un diálogo que se basa en "signos" que es
preciso saber "leer" para descubrir todo el contenido significado en ellos. Un diálogo que
siempre desemboca en el descubrimiento de Jesús como respuesta a las más hondas
aspiraciones humanas.
1. Situación religiosa de Samaria
La envidia de los fariseos ha obligado a Jesús a suspender sus actividades en Judea. Y
regresa a Galilea. Este texto describe la buena acogida hecha a Jesús en Samaria -región heterodoxa y despreciada-, en contraste con el rechazo de los dirigentes de Judea. Es una
constante en toda la vida de Jesús: rechazado por los "buenos" y aceptado por los "pecadores".
210
Unos setecientos años antes de Jesús, los asirios habían invadido Samaria y deportado a
parte de la población. Poblaron la región con habitantes de Asiria. Los samaritanos eran los
descendientes del cruce de las razas asiria y hebrea. Además, hacía unos cuatro siglos que la
comunidad samaritana se había separado definitivamente de la comunidad judía y construido
su propio templo sobre el monte Garizín -monte santo de los samaritanos-, rival del de
Jerusalén. Un sacerdote, expulsado por Esdras, se había refugiado en Siquén e instituido un
culto y un sacerdocio en ese templo. Al hacerse la ruptura definitiva, los samaritanos fueron
tenidos por cismáticos. Aunque el templo estaba destruido en tiempos de Jesús (lo había destruido
el año 129 antes de Cristo el rey judío Juan Hircano), su cima seguía siendo lugar de culto y allí
subían los samaritanos a rezar y a hacer sus sacrificios. Aun hoy los samaritanos celebran en
dicha cima todos los años la fiesta pascual, siguiendo al pie de la letra las normas bíblicas.
Enfrente del Garizín está el monte Ebal, el monte de las maldiciones. En medio de ambos,
Sicar y el pozo de Jacob.
El tema central es el del Espíritu, simbolizado en el "agua viva". El Espíritu, que
establece con Dios una relación de amor. Los antiguos cultos y templos ya no serán necesarios.
2. Conocer el don de Dios es apuntarse al camino de Jesús
"Tenía que pasar por Samaria". Aunque era el camino más corto, podía haberlo evitado
pasando por la Transjordania, por el valle del Jordán arriba. Esta ruta era la más incómoda,
sobre todo por el calor sofocante de este valle. Por eso, la mayoría de los que hacían el
recorrido se decidían por la montaña, a pesar de las hostilidades existentes entre los judíos y los
samaritanos. Elige, pues, la ruta más corriente para pasar de Judea, situada al sur, a Galilea,
región del norte.
Pasa por Samaria porque era necesario para su misión mesiánica. La nueva Alianza se
dirige a toda la humanidad.
Llega a este país enfrentado con los judíos, que consideraban a los samaritanos como una
raza inferior. Cuando más adelante quieran insultarlo, lo llamarán "samaritano" (Jn 8,48).
El proceso de la mujer samaritana es un camino típico hacia la fe: la mujer se siente
conocida, pero intenta desviar el encuentro hacia temas secundarios, huyendo del planteamiento
personal. Todos tememos los planteamientos personales, porque llevan necesariamente a compromisos imprevisibles y costosos. Sin embargo, el camino de la fe pasa necesariamente por el
planteamiento y la aceptación de los problemas personales, porque existe una profunda relación
entre conocernos personalmente y amarnos, entre ser conocidos y sentirnos amados. De este
sentirnos amados nace la posibilidad de abrirnos al don que Dios nos ofrece por Jesús. Don
ofrecido sin otra condición previa que el reconocer que tenemos necesidad de El, que lo
anhelamos.
211
Conocemos perfectamente el lugar del encuentro de Jesús con la samaritana. No hay otro
"pozo hondo" en toda la región. Los patriarcas eran nómadas que iban de un lugar a otro
con sus familias y ganados. Algunos de ellos habían cavado pozos para servirse de ellos en sus
idas y venidas. Así lo hicieron Abrahán (Gén 26,15-22) y Jacob, según este texto. Aquel pozo, según
datos arqueológicos estuvo en uso desde el año 1000 antes de Cristo hasta el 500 de nuestra era.
Juan nos va a describir el encuentro con abundancia de detalles. Todo es normal: mediodía,
la hora de la sed; después de un largo viaje, Jesús está cansado y tiene sed; llega una mujer a
buscar agua. Si hubiéramos vivido algún verano en Palestina y caminado con temperaturas
superiores a los cuarenta grados sin encontrar agua durante muchos kilómetros, no
necesitaríamos ninguna imaginación para comprender esta narración. Para lo que sí
necesitaremos imaginación es para comprender el doble significado del agua y el simbolismo que
encarna la mujer.
Está "cansado del camino". Es el resultado de la siembra que está haciendo. Su vida es un
continuo caminar hacia adelante. Lo mismo debe ser la nuestra.
El "manantial", símbolo de las instituciones judías, va a ser sustituido definitivamente por
la persona de Jesús "sentado junto al manantial".
La mujer samaritana, representante de Samaria, se encuentra con el Mesías. Jesús comienza la
conversación: "Dame de beber". Un buen medio para captar la benevolencia del enemigo es acercarse a él en actitud de petición. La humillación que supone pedir elimina las barreras y
predispone para un posible diálogo. Es lo que hace Jesús en esta ocasión: pide agua, tiene
necesidad de los demás; todos podemos darle algo. Por ser hombre, tiene sed y es, así, solidario
con las necesidades de todos los hombres. Pide una muestra de solidaridad humana; esa
solidaridad que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y
religiosas. Dar agua era señal de acogida y hospitalidad.
Jesús ha derribado la barrera que los separaba. Se presenta como un hombre necesitado, en
situación de dependencia, reconociendo que ella puede ofrecerle algo indispensable. Con ello
dignifica a la mujer, tan menospreciada en aquella época.
La mujer saborea una venganza en nombre de todos sus paisanos. Un judío tiene necesidad
de algo, y ella, samaritana, se aprovecha humillando a aquel peregrino sediento: "¿Cómo tú,
siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Desaparecen el hombre y la mujer
para dar paso al judío y a la samaritana, para dar paso a los prejuicios de razas, causantes de
gran parte de los conflictos que han ensangrentado la historia de la humanidad. Mientras su
sed corporal la saciaba con el agua del pozo su sed del espíritu pretendía acallarla con el odio y
el resentimiento. Simboliza a los que buscan saciarse con posturas egoístas y en una religión
cerrada y polémica.
Jesús no se fija en la provocación, no acepta el diálogo en el plano del enfrentamiento ni de
las puyas. Escucha el desahogo de la mujer. Sabe que, con frecuencia, es una careta que esconde
212
un profundo sufrimiento. Y se limita a responder con cierto tono misterioso: "Si conocieras el
don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". Le ha
pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mayor que el suyo. El está libre
de todo prejuicio.
El agua viva no brota de la tierra; es, en Jesús, un don del Padre, una vida eterna. La
mujer no conoce más agua que la del pozo y piensa que el agua ha de extraerse con el esfuerzo
humano. No conoce, ni se imagina, un don gratuito de Dios. No está preparada para este giro
en la conversación.
Jesús se convierte en donante. La mujer se da cuenta de lo difícil que es sostener su juego
con aquel desconocido. Ha entendido tres cosas: éste se cree alguien, y le llama "señor"; tiene
que poseer algún secreto importante; presume de poder sacar agua del pozo. Y le responde en los
tres puntos: "¿eres tú más importante que nuestro padre Jacob?", "¿de dónde sacas el agua
viva?", ¿con qué vas a sacar el agua?
Jesús la ayuda a dar un paso más hacia la verdad: "El que bebe de esta agua vuelve a
tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed". Sin afirmar
explícitamente su superioridad sobre Jacob, la da a entender. No quita valor al agua del pozo;
se limita a declarar su insuficiencia. El agua del pozo de Jacob podía apagar la sed física. Jesús
le ofrece un agua de otra naturaleza, un agua que puede satisfacer las exigencias más profundas
del corazón humano. El lenguaje, simbólico, es claramente existencial. Sólo quien haya
experimentado la sed del desierto puede entender que el agua sea el don más preciado, el símbolo
de lo único que al hombre puede satisfacer plenamente.
La insaciable sed humana no tiene pozos suficientes para saciarse. En cada pozo de agua nos
llevamos a la boca un ardiente desierto, aunque estemos convencidos que tenemos suficiente
frescura y humedad para vivir.
Jesús nos plantea la desproporción entre la sed del hombre y las posibilidades que ofrecen las
criaturas y la sociedad para apagarla. El corazón del hombre ha sido creado demasiado grande, y
todas las posibilidades que nos ofrece la sociedad nos dejan un enorme vacío, que está
necesitando de algo infinito para llenarlo. El agua que nos ofrecen todos los pozos que se encuentran
por los caminos del mundo solamente nos pueden calmar de momento la sed. Pero la sed de infinito
aparece cada vez con más insistencia y nos exige un agua superior para acallarla.
Frente a las propuestas humanas, Jesús nos presenta también las suyas. Al agua del pozo
propone el agua que brota para la vida eterna. Un agua que bastará beber una vez para que la
sed se calme para siempre, porque el Espíritu quedará interiorizado en el hombre. Es el "nuevo
nacimiento", desarrollado en la entrevista con Nicodemo (Jn 3,1-21).
Jesús no condena nuestras pobres alegrías; lo que hace es proponernos algo mejor, más
definitivo. Y este algo tiene que brotar de dentro, porque las ilusiones, el deseo de infinito, lo
tenemos dentro de nosotros y dentro tenemos que descubrirlo.
213
Nos quedaríamos lejos de lo que es la fe si nos limitáramos a un encuentro con Jesús como
con Alguien que está fuera de nosotros. Es fundamental su afirmación: "El agua que yo le daré
se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". El Espíritu
que El comunica se convierte dentro de cada hombre en un manantial que brota continuamente
y que continuamente da vida y fecundidad, un manantial que va desarrollando a cada uno en
su verdadera dimensión humana.
La vida verdadera, la que sacia el corazón humano, no está fuera del hombre: brota de sí
mismo. Jesús no nos proporciona el agua viva desde el exterior: nos descubre a cada uno el
misterio de nuestra personalidad, nos revela a nosotros mismos. Este descubrimiento es el que se
va dibujando en sus palabras, con las que progresivamente va desvelando a la samaritana quién
es ella. Por eso no habla del agua viva más que a una persona que busca agua y a la que antes le
ha pedido que dé de beber a un enemigo. La personalidad de Jesús, su agua viva, no la captan
más que los hombres que buscan, para sí y para los demás, "agua" que sacie sus vidas. Es
inútil discutir sobre Jesús con gente que no busca nada, que no se ha comprometido con lo
profano. Porque Jesús no está por encima ni al margen de lo profano; está dentro y más allá.
Deberíamos leer lenta y contemplativamente este pasaje evangélico. También nosotros hemos
encontrado a Jesús en nuestro camino, cuando estábamos muy ocupados en las tareas cotidianas, como la samaritana que iba a sacar agua. Y, como ella, tampoco nosotros nos
habríamos dado cuenta de su presencia junto al manantial que todos tenemos dentro, si El no
nos hubiera llamado y sorprendido al decirnos que quería algo de nosotros.
Lo que nos hace creer no es ningún gran esfuerzo nuestro, ni nuestra sensatez, ni nuestra
inteligencia, ni nuestra bondad. Creemos porque hay Alguien dentro de nosotros que nos
impulsa a ello, creemos aunque no lo sepamos explicar y a veces pensemos que estamos perdiendo
el tiempo. Creemos, en definitiva, porque Jesús se ha cruzado en nuestro camino y ha querido
entrar en contacto con nosotros.
Con su promesa de vida, Jesús ha despertado el anhelo de la mujer, que se declara dispuesta
a abandonar para siempre el pozo de la ley y de la tradición que no ha conseguido calmar sus
deseos. Su reacción es opuesta a la de Nicodemo. Ella, rompiendo con el pasado, quiere nacer de
nuevo: "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla".
En lo más emocionante de la comedia en que hemos convertido la vida, damos una nota
fuera de tono, quizá la única nota verdadera, la que encierra más autenticidad. Nuestro yo más
profundo, más verdadero, cansado de soportar la farsa que recita a gusto del público, lanza
un grito de dolor... La mujer ha pedido el "agua viva" y Jesús no la dejará escapar.
Se han cambiado las tornas: ella le pide a El. Al principio expuso Jesús su necesidad física,
común a todo hombre, y se ofrece ahora para calmar la sed de la vida plena. La fe en Jesús no llega
a ser verdadera si cada uno, personal y libremente, no entra en relación con El. Es en ese
encuentro personal donde podemos intuir la vida plena que encarna.
214
También la mujer tenía sed y está cansada de ir a un pozo que no se la calma. Su
pensamiento se dirige a la fatiga de cada día para ir a buscar agua. El agua que le ofrece Jesús
es una bicoca. Dámela y me ahorrarás todo este trabajo de venir al pozo.
No acaba de entender lo referente al Espíritu. Lo interpreta de la misma manera que
nosotros. También nosotros le pedimos a Jesús esa "agua viva", esa agua que es vida y hace vivir.
También nosotros nos hemos apuntado a su camino, queremos llenarnos de su amor, hemos
creído que merecía la pena seguirle, le hemos pedido que nos enseñe a vivir como El vivió, que
nos dé su fuerza, su amor, su paz, su libertad, su vida. Animados por su "agua viva",
intentamos vivir como hombres nuevos. Como la samaritana, también nosotros nos hemos
encontrado con Jesús y hemos experimentado que su presencia nos daba felicidad, nos hacía crecer, daba sentido a nuestra vida y a nuestra muerte... Y creemos que durará siempre. Es la
tentación del "milagro" (Mt 4,5-7; Lc 4,9-12).
Pero hay momentos en los que, de repente, volvemos a tener sed. Quizá lo disimulamos
durante algún tiempo, usando esas caretas del disimulo a las que somos tan aficionados los
hombres. Pero, con careta o sin ella, aparece nuestro rostro verdadero surcado de
insatisfacciones. Todos sabemos lo difícil que resulta mantener la ilusión en las tareas que
piden un esfuerzo constante; todos sabemos que en ciertos momentos es difícil no echarse
atrás, no abandonar la lucha. A veces lo abandonaríamos todo, nos sentaríamos al borde del
camino, sobre todo cuando los que tienen la obligación de apoyarnos nos vuelven la espalda.
La fuente que tenemos dentro de nosotros puede secarse. En nuestros desalientos, en nuestras
dudas necesitamos recurrir una y otra vez a Jesús, fuente inagotable de nuestra vida.
La samaritana pide ayuda, pide de esa agua. Y Jesús le da su ayuda inmediatamente:
"Anda, llama a tu marido y vuelve". Jesús ha ofrecido el "agua viva"; sólo después de haber
despertado el anhelo denuncia el mal. Primero expone la calidad de su don, luego señala los
obstáculos para recibirlo. Comienza con lo positivo; su denuncia no deja a nadie desamparado.
No pide una ruptura que deje en el vacío.
La samaritana y Jesús están situados en dos planos, en dos mundos distintos. Poco a poco
la mujer se irá acercando a Jesús, comenzando a creer, a vivir de esa novedad que Jesús le
insinúa. Jesús ha tocado su problema, su pena. Después que sienta su problema, podrá
acoger el evangelio.
La mujer comienza su confesión: "No tengo marido". Jesús la ayuda: "Tienes razón, que no
tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad".
Su vida ni es ejemplar ni feliz: ligereza, inestabilidad, desilusiones dadas y recibidas... Todos
los del pueblo conocen su historia.
Pero este desconocido ha venido ahora a dejar al descubierto su corazón y su vida de
miseria.
215
El primer paso para acceder al agua viva es la sinceridad con nosotros mismos. Es el paso
más difícil: esa sutil y alta barrera que nos impide ver más allá de lo que queremos ver. Para
alimentar esta barrera nos permitimos todo: cerrar los ojos, no escuchar, ponernos la
máscara que oculte nuestra insatisfacción, aferrarnos a ritos... Todos tenemos nuestra forma
de mentirnos a nosotros mismos. Todos tenemos miedo a nuestra verdad desnuda.
La samaritana es símbolo de Samaria. Los cinco maridos y el actual, pueden describir el
pasado y el presente irregulares de aquella mujer; y pueden ser también símbolo de los
samaritanos, que tuvieron cinco dioses, y el que actualmente tienen -Yahvé-, lo tienen de
forma ilegítima (ver 2 Re 17,30-33).
El marido representa la búsqueda de seguridades opuestas al designio de Dios, toda alianza
contraria a la suya, la pretensión engañosa de encontrar solución fuera de El, todo aquello a lo
que nos atamos como un refugio a nuestra debilidad y mediocridad. Esta mujer buscaba en el
marido lo que no encontraba dentro de sí misma. Pero el marido no le podía dar lo que buscaba
su corazón; por eso reconoció que no tenía marido, que su felicidad era totalmente artificial.
Samaria había traicionado a Dios, el Esposo del pueblo, buscando otros apoyos. Pero no había
apagado su sed, traducida en esa búsqueda incesante de maridos, que no la habían llevado al
encuentro del único Dios. El agua que le dé Jesús satisfará su sed, será el encuentro definitivo
con el Dios verdadero.
Ante la petición de agua por parte de la mujer, Jesús la invita a tomar conciencia de su vida
y culto prostituidos. Esto explica que ella pase a continuación al tema de los templos.
3. Dios quiere adoradores "en espíritu y verdad"
"Señor, veo que tú eres un profeta". La presencia de este desconocido que ha leído en su
corazón se le hace cada vez más inquietante. Y procura desviar la conversación hacia controversias religiosas.
Sus esquemas religiosos están anticuados. Le plantea a Jesús la gran cuestión que dividía a
los dos pueblos: ¿Dónde se debe adorar a Dios? Cuestión que sigue dividiendo a los creyentes de
todas las religiones y que Jesús zanjó con su respuesta.
Siempre buscamos una escapatoria para evitar una decisión personal, una decisión
revolucionaria y radical. Ciertas dificultades intelectuales, ciertas teorías, no son más que una
coartada para no rendirnos ante Dios o ante una evidencia. Muchas veces charlamos o
discutimos porque no queremos o no sabemos decidirnos a vivir. Es muy difícil convertirse. Es muy
difícil comprometerse. Es muy difícil dar un salto en el vacío. Por eso inventamos tantas pegas,
nos sacamos de la manga tantas leyes. Las tentaciones de Dios resultan mucho más peligrosas y
comprometidas que las del "diablo".
216
¿Hay que adorar a Dios en el Garizín o en Jerusalén? Jesús se sitúa por encima, resuelve el
problema colocándose en otro plano, abriendo unos horizontes insospechados. Los hombres
pensamos con frecuencia que resolvemos las controversias eliminando motivos superficiales, sin
tener en cuenta que es necesario afrontar las causas profundas que están en su origen si
queremos arreglar algo.
Si Dios estuviera fuera del hombre, en una montaña o en un templo, en un río o en una
gruta..., ese Dios estaría muerto. Y lo mismo el culto y los ritos que se le ofrecieran y los
adoradores que los celebraran. Los hombres no podemos estar al servicio de las piedras ni de
los ritos. Dejémonos de lugares sagrados y de discutir si Dios está en nuestra religión más que
en las otras... Dios busca la verdad del corazón humano, y todo culto o fe que no nace de ese
corazón verdadero es un culto y una fe muertos. Dios se manifiesta en el hombre que vive el
amor universal. Si Dios tiene su casa y su altar en el corazón del hombre sincero, ¿quién le
pondrá límites? ¿Podremos decir que adoramos a Dios sólo porque nuestros labios pronuncien
su nombre o nuestras manos hagan gestos religiosos? ¿Valdrán de algo nuestras ofrendas si
nuestro corazón es ajeno a ellas? El templo, los ritos..., no tienen valor en sí mismos; lo
adquieren cuando expresan la sinceridad del corazón humano. Si no hay "cuerpo" entregado,
si no hay "sangre" derramada, no hay culto de vida.
La desviación de la conversación hacia los lugares de culto sirve a Jesús para abrir
caminos hacia el Dios verdadero; y lo hace con las palabras más revolucionarias de todo el
Nuevo Testamento sobre el culto. Ahonda en las exigencias de la antigua controversia: "... los
que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea
que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad".
No se trata de elegir entre el culto samaritano o el culto judío, porque ambos están
prostituidos. Ha terminado la época de los templos. Denuncia la idolatría de los samaritanos: el
único Dios verdadero es Aquel a quien está dedicado el templo de Jerusalén. Por eso le dice que
la salvación sale de la comunidad judía.
El verdadero culto a Dios suprimirá el culto samaritano y el judío, para sustituirlo por un
culto nuevo: el culto en espíritu y verdad, que es el culto del amor. El Padre busca esos
adoradores porque busca el bien del hombre, y el amor es el bien supremo. Un culto a Dios que
dejará de ser vertical, porque El está presente dentro del hombre por el Espíritu. El Padre y
Jesús son compañeros de vida del que practica el amor. El culto antiguo exigía del hombre una
renuncia a bienes exteriores; era una humillación del hombre ante un Dios soberano. El nuevo
culto, lejos de humillarlo, lo eleva, haciéndolo cada vez más semejante al Padre. Consiste en
testimoniar que Dios es Padre con una vida de verdaderos hijos suyos y hermanos de todos los
hombres. ¿Cómo ser verdaderos hijos sin ser, a la vez, hermanos? Dios no espera dones; busca
amor.
217
Con frecuencia estamos inquietos por los lugares de culto: que si en la iglesia, que si fuera de
ella. Buscamos lugares, sitios en los que recuperar fuerzas, evadirnos, encontrar otra realidad...
Nuestra sociedad moderna está llena de discotecas, de lugares de diversión y de evasión... Pero
¿dan la felicidad?
Jesús nos dice que el Padre quiere adoradores "en espíritu y verdad". Y a esos adoradores
les promete el "agua viva", les promete saciar la sed de infinito que vive dentro del corazón
humano. Al llamar "Padre" a Dios, lo hace pasar de la esfera de lo sagrado a la de la familia.
Se propone formar la familia humana.
Jesús derrumba los templos, los sacrificios, las fiestas establecidas, los espacios y los tiempos
sagrados. La existencia misma, dedicada al bien de los demás, es el culto al Padre, que vive con el
hombre. Entre Jesús y la samaritana, en medio de la naturaleza, nace un culto verdadero. Para
reconocerlo tenemos que tener una nueva sensibilidad. El Espíritu de Dios, que fecunda y da
vida, que es fuente de verdad, de amor, de justicia, de libertad, de esperanza, de paz..., está
dentro de nosotros como "un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna".
Para nosotros, creyentes, la fe es una opción hecha. Vivimos creyendo que el Espíritu es un
"surtidor de vida dentro de nosotros". Actuar en consecuencia es obrar "en espíritu y verdad",
es obrar en cristiano.
El templo, las religiones, dividen a los hombres. Y Jesús nos hace descubrir a Alguien por
encima del templo y de los montes sagrados y de las religiones: al Padre. A la religión exterior, a
la teología superficial que le presenta la samaritana, responde con la religión interior del amor. No
es que quiera excluir lo exterior, sino que quiere fundamentarlo en lo interior. No se trata de una
religión desencarnada, sino de una religión cuyo centro no está ya en Jerusalén ni en su templo,
sino en el corazón de cada hombre.
Los verdaderos adoradores tienen que adorar: en espíritu, con esa parte de nosotros mismos
que nos acerca más a Dios, que es el Espíritu; en verdad, porque Dios es la verdad.
De esta forma quedan excluidas todas las hipocresías religiosas, que son muchas. Y quedan
unidas la fe y la vida. Se pasa del templo de piedras al templo de piedras vivas. Los hombres nos
hacemos lugar de Dios. Y nos hacemos también sacerdotes, sacrificadores de nosotros mismos, a
través de nuestra adhesión al plan de amor del Padre sobre toda la creación. No sólo de nuestras cosas externas, sino de nuestra misma vida, dirigida plenamente a Dios por la fe y el amor.
Lo único que Dios quiere de nosotros, que no lo tendrá si nosotros no se lo damos porque
no quiere tomarlo sin nuestro consentimiento, es nuestro corazón, a nosotros mismos, personas
vivas, creadas a su imagen y semejanza.
Dios es "celoso" de su propia imagen, esculpida en cada uno de nosotros. Nos quiere a
través de una decisión espontánea y libre. De esta forma empieza el culto "en espíritu y
verdad”:
218
El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos morada en él. (Jn 14,23)
Es inútil toda reforma litúrgica en la Iglesia si no partimos de estas palabras de Jesús. La
gran reforma litúrgica del culto es la que se dirige al interior del hombre y no a las formas
externas.
Quizá la mujer no entendió, o quizá buscaba ganar tiempo dejando para más adelante los
compromisos a que le llevaría esta entrevista, y deja para la llegada del Mesías el paso decisivo.
Se muestra dispuesta a aceptarlo cuando llegue. Ante su apertura al futuro y su esperanza,
Jesús se le revela: "Soy yo: el que habla contigo". Jesús ha ido siguiendo a la mujer, que
saltaba de un pensamiento a otro, de una argumentación a otra. A cada una de sus ideas ha
respondido con una imagen superior. Ahora llega a la conclusión. La revelación ha sido
completa. Su modo de actuar es muy extraño: a una mujer repudiada por cinco maridos y que
ahora es concubina de un sexto, le hace Jesús su gran revelación. Con la "esposa" Israel no ha
podido hacerlo. Y eso que El es el esposo.
4. "La mujer dejó el cántaro y se fue al pueblo..."
"Llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer". La
conversación de un rabino con una mujer era considerada como no recomendable. No debía
perder el tiempo hablando con ellas, pero no había ninguna ley que lo prohibiera. Los rabinos
creían que era tiempo perdido enseñar a las mujeres y decían que era mejor "quemar las
palabras de la ley que perder el tiempo enseñándolas a una mujer". Pero Jesús no fue a la
escuela de los rabinos, e hizo bien en perder así el tiempo. Los apóstoles se extrañan porque no
han superado la discriminación de la mujer en aquella sociedad.
Al llegar los discípulos con la comida, la mujer aprovecha y se va. Su respuesta de fe al Mesías
es romper con la ley: "Dejó su cántaro", imagen de la ley y que era su conexión con el pozo;
dejó su forma vieja de entender la fe. Al contrario que Nicodemo, ha entendido perfectamente.
Corre a la ciudad a comunicar a todos sus paisanos su descubrimiento. No lo describe como
un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación de razas y de sexos. Es "un
hombre que me ha dicho todo lo que he hecho". Jesús le ha descubierto su pasado y ella ha
reconocido su adulterio. No publica los temas de su conversación; se limita a sacudir la
indiferencia, a suscitar el interés. Propone su mensaje en forma interrogativa: "¿Será éste el
Mesías?" Quiere que cada uno, como ella, llegue a su conclusión personal; cada uno debe verlo
con sus propios ojos. El encuentro tiene que ser personal.
El comportamiento de la mujer es parecido al de los discípulos cuando encontraron a Jesús:
Andrés fue a buscar a su hermano Simón; Felipe, a Natanael (Jn 1,41-45). Ella va al pueblo y
anuncia.
219
La respuesta de los habitantes es unánime e inmediata. Todos estaban sedientos y van en
busca del "agua viva". Ante un futuro de esperanza, todos responden. Lo mismo que la mujer,
son conscientes de que les falta algo esencial.
Jesús, al verla volver acompañada de sus paisanos, tuvo que experimentar una gran
emoción. Los apóstoles, que habían ido también al pueblo, no supieron plantear el interrogante
que logró aquella mujer. ¿Habían perdido el primer entusiasmo y se habían acostumbrado al
maestro?
Nuestro gozo no puede quedar dentro de nosotros. A través de todo cuanto hacemos y
decimos debemos comunicarlo a las personas que nos rodean, porque realmente merece la pena.
Pero debemos tener claro que esa comunicación no es una empresa que nos montamos por
nuestra cuenta. Incluso una mujer como la samaritana es considerada idónea para
transmitirlo. Todo cuanto hacemos debe estar marcado por la presencia de Jesús.
La mujer no juega a hacer de Mesías. Se limita a conducir a Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles
su propio y doloroso testimonio. Jesús hará lo demás. Después de haber provocado el encuentro
de sus paisanos con Jesús, ella puede retirarse. Cuando nos empeñamos en estar en el
candelero, acabamos por servir de pantalla, tapando al personaje principal.
Los discípulos invitan a Jesús a comer, pero El no acepta su comida. Jesús les va a exponer
dónde encuentra el hombre la vida verdadera. Los discípulos no entienden nada; les falta
sensibilidad. No entienden que el pan material no recupera las fuerzas verdaderas: las del
espíritu. A veces embota al hombre. Ellos sólo conocen el alimento que perece.
El alimento de Jesús "es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra".
Consiste en trabajar en favor del hombre, haciendo el mundo nuevo. ¿No hemos experimentado
cómo las ilusiones, los ideales, las "creaciones"... nos impiden dormir de alegría y nos quitan
el apetito por lo mismo? Las cosas del espíritu, cuando se viven con intensidad, absorben
totalmente a la persona. Ya sé que somos más conscientes, porque es más frecuente, de perder el
apetito y el sueño a causa de los problemas y de los disgustos.
Jesús compara dos cosechas: la del campo, todavía lejana, y la de la fe de Samaria, a punto de
ser recogida. Invita a sus discípulos a que se den cuenta de la nueva realidad. Sus palabras son
un canto de triunfo: el rechazo de Jerusalén y de Judea se ha cambiado en la fecundidad de
Samaria. La cosecha ya presente invita a la siega y es un estímulo para los discípulos.
La hora de la siega estará precedida de la hora de su muerte. El fruto, que es el hombre
nuevo, no es transitorio: tiene "vida eterna". En la construcción de la nueva creación deben
colaborar sus discípulos. El fruto es colectivo: la palabra "cosecha" indica la unidad de los que
han recibido el "agua viva" del Espíritu y poseen esa vida.
El segador cobra ya su salario, que es el mismo fruto que recoge y que alegra lo mismo al
que hizo la siembra. El trabajo de uno y otro distaban en el tiempo, pero la alegría es simultánea.
220
Ambos han trabajado mirando a la cosecha: la nueva humanidad. La finalidad era la misma;
por eso la alegría es común. Alegría que está en relación con el fruto.
Jesús afirma otro hecho: otros no van a gozar del triunfo de su fatiga. El pasado de Israel
queda frustrado y el fruto de las promesas lo cosechará la nueva comunidad de Jesús. Por eso
les dice: "Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores". Los discípulos gozan de
bienes que no les han costado fatiga.
Todo esto se va viendo cuando se profundiza en el desarrollo de una persona y de una
comunidad; al analizar los cambios que experimenta el niño hasta llegar a adulto, o la
comunidad desde que empieza hasta que se va consolidando. Es frecuente creer que perdemos el
tiempo con los niños y adolescentes al ver sus profundos cambios al llegar a joven. Por otra
parte, nos alegramos con personas a nuestro alrededor en las que fueron otros los que
sembraron en ellas. Sin olvidar a los que sembraron en nosotros la fe y que quizá no han
tenido tiempo de comprobar su obra.
El pueblo israelita tenía como virtud nacional la hospitalidad. Pero esto no se cumplía entre
los judíos y los samaritanos, que se negaban el saludo y se cerraban las puertas de sus casas,
como signo de rechazo total. A Jesús "le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos
días". Juan nos lo dice para indicarnos la ruptura de Jesús con los nacionalismos y las
discriminaciones racistas. Su mensaje es para todos.
Estaba allí a gusto. La fe de los samaritanos ya no se funda en la experiencia de la mujer, sino
en la experiencia personal de cada uno de ellos: "Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que
él es de verdad el Salvador del mundo".
Los samaritanos, heterodoxos, han comprendido el mensaje de Jesús, mientras los judíos
ortodoxos, como Nicodemo y los dirigentes del pueblo, no han sido capaces de captarlo. La fe
aparece como el resultado del contacto personal con Jesús. Es el pueblo marginado el que
responde a Jesús. Mientras los instalados en el régimen judío no lo han comprendido e incluso
lo han forzado a abandonar Judea, los despreciados lo acogen.
Jesús ha ido descubriendo su múltiple significado en aquella mujer: un peatón judío, un
señor, un profeta, el Mesías, el Salvador del mundo. Todo un programa. Hoy sigue
acompañando nuestro camino, sigue saliéndonos al encuentro constantemente. ¿Lo aceptamos?
Tenemos que estar atentos: nuestra vida es un continuo saltar de una cosa a otra, un continuo
defendernos de toda exigencia, porque en último término lo que tenemos que hacer es dar o
dejar aquello a lo que estamos tan aferrados. Y es precisamente "eso" lo que nos está impidiendo
seguir avanzando. Y Dios siempre nos pide aquello que nos guardamos para nosotros, aquello
que no queremos darle, porque es lo que está impidiendo que podamos seguir recibiendo sus
dones.
Jesús no les pidió a la samaritana ni a sus paisanos que se hicieran judíos. Les rogó que
fueran sinceros con lo que estaban haciendo... ¿Aprenderemos la lección?
221
Primera predicación en Nazaret
Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda
la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su
costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro
del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
"El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos la vista.
Para dar la libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor".
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la
sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
-Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
(Lc 4,1421)
Hemos construido entre todos una sociedad absurda y pretendemos identificarla con la
sociedad querida por Dios. En ella los cristianos nos encontramos a gusto. ¿Cómo explicar,
de otra forma, el fuerte conservadurismo que se observa en casi todo lo que se llama
cristiano hoy?
Si nos dejáramos iluminar por la palabra de Dios, quedaríamos abrumados. El mayor
peligro para nuestra vida cristiana -ambiental y rutinaria- es el habernos convencido de
que todo irá bien mientras siga como está: siempre hubo ricos y pobres, "negociantes" con
cuello duro y ladrones desarrapados, anulaciones de matrimonios y parejas amontonadas..., gente
de "bien" y gente de "mal". Los que tienen que cambiar son siempre "los otros", sin que sepamos
en realidad quiénes son esos "otros". En nuestras personas y estructuras todo debe seguir igual,
porque por algo creemos en Dios. Nosotros debemos volver a lo de antes... Los pobres, los
oprimidos..., deben confiar en Dios y aguantarse.
Y esta vida nuestra instalada, cómoda, burguesa, injusta, la hacemos coincidir con las exigencias
del evangelio. Ese es nuestro engaño: vemos la vida desde nuestros intereses y no desde el
evangelio. Me tiene perplejo el hecho de ver manejado el evangelio, en todo tipo de reuniones o
escritos, a trozos, para defender esta o aquella postura. Y así, en lugar de descubrir lo que realmente quiere decirnos, lo empleamos para corroborar nuestras conveniencias.
Es necesario hacer la síntesis, aclarar unos textos uniéndolos a otros, relacionándolos. Es
necesario que terminemos con la lectura burguesa del evangelio. Es necesario que lo leamos en
comunión con los cristianos de los primeros siglos, para los que leerlo no era un simple ejercicio
intelectual, sino un contacto con la persona de Jesús resucitado.
La Biblia nos dice que todo ha surgido por el poder de la palabra de Dios. A semejanza de la
palabra humana, esta palabra de Dios ha iniciado el diálogo con el mundo, se ha convertido en
222
revelación. Es palabra inicial, que tiende necesariamente a ser proclamada siempre y en todo
lugar; y es palabra terminal, que cumple y realiza lo que anuncia.
No creo que del evangelio se puedan sacar conclusiones tan dispares, y sobre todo
actuaciones tan contrarias a la mente de Jesús. Los ejemplos que los ponga cada uno: los hay en
abundancia. Además, lo iremos viendo al comentar los textos evangélicos.
1. La "buena noticia", palabra clara
Los habitantes de Nazaret esperaban al Mesías, un Mesías a su medida. Y el Mesías se pasó
más de treinta años entre ellos, inadvertido, compartiendo su vida. Sólo después de haber compartido su vida con ellos como obrero se les presentó como Mesías.
Un sábado se encuentra en Nazaret, les lee en la sinagoga un fragmento de Isaías (61,1-2) y
lo comenta brevemente: "Hoy se cumple esta Escritura".
Hay palabras desgastadas, que se han reducido a meros sonidos fonéticos, incapaces de
presentar y transmitir una realidad viva. Y hay palabras que nunca pasarán, pues conservan un perenne sentido actual cargado de novedad. También hay palabras tan manoseadas y manipuladas
que han dejado de decir algo al hombre de hoy, o que significan para él algo totalmente distinto:
amor, libertad, popular... (la palabra amor se identifica con "hacer el amor"; la libertad, para
tapar la opresión económica que ejerce la sociedad capitalista, llamada "mundo libre"; lo
popular, para significar partidos de derechas... ¿Cómo calificar la "democracia orgánica" del
franquismo -sin recurrir a los chistes- o la "democracia" de la República Democrática
Alemana?).
La palabra de Dios es clara si queremos entenderla, y es siempre "buena noticia" para
nosotros los hombres: nos convoca a reunirnos, nos incorpora a la Iglesia, nos juzga y nos exige
una continua conversión, nos libera de oscuridades y desorientaciones, nos ayuda a encontrar el
sentido de la vida y abre nuestros corazones a la esperanza.
Proclamar la "buena noticia" exige evitar las palabras dulces, diplomáticas, que prolongan
situaciones engañosas por intereses económicos, políticos o religiosos; y hablar con claridad
comprometida, despertando la conciencia de los oprimidos y marginados, promoviendo la
legítima libertad y el necesario diálogo.
¿Es para nosotros el evangelio la palabra siempre nueva, la palabra liberadora que cura,
nos convierte y nos libera?
2.. La "buena noticia" es para los pobres
Lucas nos presenta en la sinagoga de Nazaret el discurso programático de Jesús: "Me ha
enviado para dar la buena noticia a los pobres..."
223
Jesús nos quiere explicar los pasos que tenemos que dar para construir el hombre nuevo y la
nueva humanidad, los pasos que tenemos que dar para poder llegar a vivir como hermanos de
verdad.
¿Quién es pobre, cautivo, ciego, oprimido?
La palabra "pobre" puede ser mal interpretada. Están los pobres "de espíritu": son los que
necesitan de los demás para ser ellos mismos, los que viven pendientes de los otros y olvidados de
sí mismos, son los "dichosos" de la primera bienaventuranza de Mateo (5,3). Y están los pobres
"materiales": los que viven en la miseria, privados hasta de lo más elemental para vivir. Y así
como los primeros son "dichosos" por la opción personal que han hecho en sus vidas, estos
segundos necesitan librarse de su miseria.
Los pobres "materiales" no podrán realizarse como personas sin la esperanza de poder salir
de su miseria, de su opresión, de su esclavitud. ¿Cómo luchar por algo que se cree imposible de
conseguir? Tienen que escuchar, hablar y planear sobre la forma de romper sus cadenas;
tienen que abrir sus ojos y sus oídos, y ver con claridad, apoyados en las palabras de Jesús, el
camino que se debe seguir. El evangelio tiene que ser para ellos un mensaje de alegría y de
fiesta. Lo mismo para todos los que nos llamamos cristianos, porque tenemos la obligación de
luchar con su lucha. ¿Lo es?
Esta feliz "noticia" para los pobres fue el primer comunicado que se anunció después del
nacimiento de Jesús:
Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la
ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
(Lc 2,10-12)
La pobreza personal es la señal para reconocer al verdadero libertador de los pobres.
Cuando algunos discípulos de Juan Bautista dudaban -junto con su maestro- sobre si
Jesús sería el verdadero Mesías o no, van a preguntarle y Jesús les da la misma respuesta que
en Nazaret, pero con hechos concretos:
Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos
andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia la buena noticia. (Lc 7,22)
La "buena noticia" de la liberación de los pobres es la marca del Mesías. La señal que El
mostraba para probar que era el verdadero enviado de Dios. Y debe ser también la marca de la
Iglesia. Marca que nos costará sangre y lágrimas, porque el evangelio está secuestrado en nuestra
sociedad occidental por los tres poderes del mundo -religioso, político-ideológico y económicoen constante alianza.
Cautivo es el que está en la cárcel. Pero también son cautivos todos los hombres que no se
poseen, que están llenos de egoísmo, de vicios, de pasiones... Es el cautiverio de las modas que
"nos gustan", sin pararnos a pensar si ese gustarnos no es un manejo de la sociedad de
consumo, un fruto de la propaganda; cautiverio de un trabajo y estudio alienantes, preparados
224
para defender el montaje de la sociedad capitalista -o marxista- que nos impide una visión real
de la vida; cautiverio de los anuncios y programas de la televisión; cautiverio del cine y revistas...,
montados en gran parte para el lucro, aunque sea al precio de la destrucción de las personas;
cautiverio de la prensa, manejada por agencias; cautiverio de los "ídolos", a que es tan propensa
nuestra juventud, falta de verdaderos líderes que les indiquen la dirección de la vida que
realmente desean; cautiverio de unas prácticas religiosas que no llevan a ninguna parte;
cautiverio de los propios pecados, que nos impiden ser plenamente hombres; cautiverio de
tantas ideas y costumbres que hemos canonizado porque siempre fue así... Todos somos en
gran medida cautivos, y a todos nos quiere liberar Jesús. Lo que hace falta es que lo
reconozcamos y queramos liberarnos.
Ciego es el que no ve. Y son también ciegos los que no ven el mundo como Dios lo ve, los que
no lo ven como una gran hermandad a conseguir. Y es ciego, además, el pobre que es víctima de
la injusticia y que no sabe o no quiere salir de esa situación; el que llega a cegarse tanto que
piensa que siempre será lo mismo, y se conforma, se adapta.
Oprimidos son los que sufren las injusticias de los demás. ¿Nos sentimos oprimidos? En
una sociedad en la que, por lo menos aparentemente, se nos ofrecen tantas cosas con todas las
facilidades, comodidades y rebajas que hagan falta, no nos gusta vivir con el sentimiento de
estar oprimidos. Y, sin embargo, lo estamos en gran medida.
Jesús de Nazaret quiere liberarnos a todos los hombres de todas las esclavitudes a que nos
tiene sujetos "el pecado del mundo": la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión. Quiere
liberarnos de todo tipo de cadenas, de cualquier clase de ceguera, de todas las prisiones. Del
egoísmo personal de cada uno y del egoísmo organizado de las estructuras opresoras. De las
cadenas de unos estudios, trabajos, diversiones, religiosidades, relaciones humanas... deshumanizantes, alienantes, que nos incapacitan para descubrir la realidad que padecemos.
Jesús se cuidó mucho de no dejarse usar. Con una visión muy realista, se daba cuenta de que
eran los escribas y fariseos los que oprimían diariamente al pueblo. Por eso no les hacía el juego
de atacar a los romanos.
Jesús luchó por un cambio radical de las estructuras religioso-políticas que oprimían al
pueblo judío. Buscó directamente el cambio de esas estructuras de dominación y explotación del
pueblo. Nosotros, después de veinte siglos, seguimos sin querer enterarnos.
Por esta razón, aquellos dirigentes religiosos miraron a Jesús como a un revolucionario
peligroso y lo asesinaron, no sin antes inventarse unos motivos políticos. Nosotros, con decir que
murió para redimirnos y no como consecuencia de su lucha, nos lavamos las manos de
cualquier compromiso de liberación del pueblo.
Es fundamental ahondar en cómo Jesús realizó esta lucha contra las estructuras opresoras
de su época. El espíritu con que realizó esta lucha debe ser el espíritu de sus seguidores sinceros. Y
sus esfuerzos por adaptarse a la realidad de su tiempo deben ser la pauta para nuestro
225
esfuerzo por adaptarnos al nuestro. Ser cristiano es luchar para que del mundo desaparezcan
todo tipo de opresiones.
3. "El año de gracia del Señor"
Se refiere al año jubilar, al año de la remisión de todas las deudas, entendido en un
sentido universalista, para todos. Cada semana de años terminaba para los judíos con un año
sabático, en el que se debía dejar en libertad a los esclavos y a los deudores y hacer descansar la
tierra (Ex 21,2; 23,10-11; Dt 15,1ss; Lev 25,3-7). Al cabo de siete semanas de años estaba previsto
el año jubilar:
El Señor habló a Moisés en el monte Sinaí:
-Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea cuarenta y nueve
años...
Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus
moradores.
Celebraréis júbilo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.
El año cincuenta es para vosotros jubilar; no sembraréis ni segaréis el grano de ricio
ni cortaréis las uvas de cepas bordes.
Porque es jubileo: lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros
campos.
En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad.
Cuando realices operaciones de compra y venta con alguien de tu pueblo, no lo
perjudiques.
Lo que compres a uno de tu pueblo se tasará según el número de años
transcurridos después del jubileo.
El, a su vez, te lo cobrará según el número de cosechas anuales:
Cuantos más años falten, más alto será el precio; cuanto menos, menor será
el precio. Porque él te cobra según el número de cosechas.
Nadie perjudicará a uno de su pueblo. Teme a tu Dios.
Yo soy el Señor vuestro Dios.
(Lev 25,1.8-17)
Dios no quiere que acaparemos; quiere que se reparta mejor. Jamás la propiedad
privada y privante fue de derecho divino.
Jesús anuncia el "año de gracia" definitivo, en el que habrá justicia y libertad para
siempre en la tierra. Luchó para lograrlo.
El reino de Dios comienza cuando en el corazón del hombre se abre paso la certeza de
que todos somos iguales, de que las diferencias entre los seres humanos son contrarias a la
voluntad de Dios. Y, a partir de esta convicción, encuentra fuerzas para luchar por un
mundo justo y libre.
226
4. Liberación evangélica
Antes de pasar a cualquier acción liberadora, el cristiano tiene que tomar conciencia de algo
esencial al mensaje evangélico: no hay acción liberadora sin una previa
concientización
liberadora, sin descubrir antes su necesidad.
No podemos permanecer "sordos" y menos aún "muertos" (Lc 7,22) a la liberación
proclamada por Jesús. "Sordo" es el que no oye; pero lo es más aún el pobre que no oye
las voces que le hablan de liberación, porque su dolor le ha hecho perder las esperanzas de
que todo puede cambiar, y termina siendo fatalista y pasivo. "Muertos" están los que
nunca han vivido una vida humana; sólo han trabajado y sudado como burros, oprimidos
por otros hombres que viven a costa de ellos. Cuando estos "ciegos" ven, estos "sordos"
oyen y estos "muertos" resucitan de sus tumbas de miseria, el reino de Dios está llegando.
Porque el evangelio es una "buena noticia" de liberación integral, que llegará más allá de este
mundo, liberándonos para siempre de la misma muerte, pero que comienza ya en esta tierra.
En el lenguaje bíblico, la liberación no es algo que el hombre conquista para sí mismo, sino
algo que está en función de los demás. No es una posesión o un objeto, sino una relación entre
dos o más personas. Ser libre significa ser libre para el otro, para los otros, para todos los otros,
para el Otro. Sólo en relación con todos los demás y con Dios somos libres. Esta libertad supone
la salida de uno mismo, la muerte de nuestro egoísmo y de toda estructura que nos mantenga
en él. La libertad -camino para descubrir lo mejor- se basa en la apertura a los demás. La
plenitud de la liberación es la comunión con Dios y con todos los hombres. No podemos ser
libres mientras otros sean cautivos. La liberación debe ser colectiva o no existirá jamás. La
libertad es el camino para conseguir una sociedad justa.
La acción liberadora de Jesús, acción que debe ser la de los cristianos, no es un tópico de los
cristianos "politizados", sino un elemento esencial del camino cristiano. Dios quiere la libertad
para todos, porque la libertad es El mismo.
La libertad sólo perjudica a los poderosos y opresores. Es pavorosa la falta de libertad que
padecemos. Una muestra es la "información" que recibimos y que nosotros no podemos ofrecer
ni desmentir. Es la información una de las mayores opresiones que pesan sobre las sociedades
actuales, al estar controlada y manipulada para defender los sistemas y poderes establecidos.
Quienes quieran mantener las cadenas, la opresión, no son de Jesús. Quienes tengan miedo
de la libertad, quienes la quieran diluir hasta reducirla a una pura comedia, no son de Jesús.
La temen por lo que ocultan.
La libertad no es algo que debamos tolerar. Quizá nos hayamos tranquilizado con la
excusa de que en nombre de ella se cometen muchos errores. Tratar al pueblo como un
ignorante que necesita que le impongan lo que debe hacer y que le prohíban expresarse
libremente, se parece mucho al comportamiento de aquellos que mandaban en tiempo de
227
Jesús. Nunca deberíamos olvidar que fue crucificado porque -decían los poderosos- "revoluciona al pueblo" (Lc 23,14).
No confiar en la libertad es negar el espíritu que está en nosotros actuando. Solamente
seremos libres -y lo mismo la Iglesia- si sabemos acoger y valorar las voces proféticas que,
siempre incómodamente, nos llaman a seguir el camino de búsqueda del reino de Dios,
anunciando "la buena noticia a los pobres, a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, la
libertad a los oprimidos", el oído a los sordos y la vida a los muertos.
El evangelio es clarísimo en decirlo. El no quererlo entender y, sobre todo, el no quererlo
vivir quizá sea la raíz de tanta ambigüedad en la misión de la Iglesia y en cada uno de nosotros.
Misión que debe ser la misma que la de Jesús.
5. La "buena noticia" es Jesús mismo
Jesús posee una visión penetrante de la realidad. Por ello el evangelio no es ningún juego:
quema. Es la interpelación global y definitiva lanzada por Dios al mundo. Capta todo como es;
va a la raíz.
Todos vemos cómo el desarrollo, y el progreso, y el aumento de la renta, al final siempre es
en beneficio de los mismos, individuos o naciones. De ahí que haya necesidad de cambiarlo
todo, que no sea suficiente con hacer arreglos.
Este es el reto que tenemos planteado, ahora y aquí, los creyentes: sin confundir el evangelio
con ningún sistema ni ideología ni partido político, tenemos que demostrar con hechos que no es
inútil, que no es opio.
El evangelio valora el pasado y lo integra, abre una puerta de esperanza hacia el futuro, pero
se refiere principalmente al presente. En él no lo encontramos todo con una claridad meridiana.
Es una semilla que vale para todo tiempo, que en situaciones nuevas tiene una nueva luz.
¿Estamos nosotros, como los oyentes de Jesús en la sinagoga, ávidos, expectantes y
esperanzados?
Los cristianos tenemos que irnos haciendo a la medida de la Palabra y nunca reducirla a
nuestros intereses. A Jesús no nos lo podemos inventar.
Si pensamos un poco, veremos claramente que todo lo que le importa al hombre le tiene que
importar a Dios, porque para eso es Padre. Y si le importa a Dios, ¿cómo no le va a importar a la
Iglesia? Quizá el ser cristiano nos pida, ahora más que nunca, luchar por la promoción
humana de los hombres que no tienen el mínimo de condiciones para una vida digna. Es
necesario, además, que nos sintamos pobres, cautivos, ciegos, oprimidos, sordos, muertos, para
poder comprender el mensaje de Jesús. De otra forma, ¿para qué lo querríamos?
En Jesús se cumplen las esperanzas de los profetas y de los pobres de Israel. Lo que el
Antiguo Testamento decía por escrito se hace realidad en la persona de Jesús de Nazaret. Dios se
228
hace transparente en El. Habla y actúa por El, como no lo había hecho ni lo hará nunca en
nadie más. Encontrarse con Jesús es encontrarse con Dios. En El está la vida en toda su
plenitud. Por eso puede decir: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Con El, el
tiempo de gracia ha llegado para los pobres, los cautivos, los oprimidos, los ciegos... Su gran
presente es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la miseria
y de la esclavitud, liberación del pecado. Liberación que siempre es actual para nosotros.
Las palabras del profeta Isaías estaban hechas a la medida de Jesús. El evangelio es una
"buena noticia" para todos nosotros: Jesús nos trae coraje, libertad, esperanza, luz, justicia... a
los pobres, a los cautivos... Y como todos tenemos algo -o mucho- de todo ello, podemos
concluir que esta noticia es para nosotros verdaderamente buena. No lo es, naturalmente, para
todos aquellos que se están oponiendo a esta liberación-salvación del pueblo.
Pero, por nuestro modo de ser, por nuestra comodidad, no acabamos de creernos estas
"buenas noticias", nos cuesta reaccionar; preferimos "ir tirando".
Nos gusta la libertad que Jesús nos trae, cuando la entendemos; pero nos da miedo el
"precio" que tenemos que pagar por ella. Inmediatamente nos damos cuenta de que tras la
libertad cristiana está la cruz, el cáliz... Pero, y es una experiencia de muchos, cuando se procura
vivir el evangelio se va descubriendo la auténtica libertad, la verdadera alegría. El estilo de vida
que Jesús nos propone nos permite poder ser personas, poder ser lo que somos. El evangelio nos
libera, nos permite ser y actuar de acuerdo con el sentido de la vida que todos queremos y
deseamos en lo más profundo de nosotros mismos. Si la cruz y el cáliz siguen presentes en este
enfoque, es debido a que, en todo progreso de maduración y crecimiento, las dificultades y el
dolor son elementos tan indispensables como la satisfacción y el gozo por lo que vamos alcanzando.
¿Cómo tener lo segundo si rechazamos lo primero?
6. Rechazo de Jesús por sus paisanos
Como es natural, sus paisanos no le creyeron. ¿Cómo un compañero suyo, un trabajador
como ellos, iba a tener una misión tan alta? Además, lo que planteaba era muy difícil de
aceptar; ellos no eran ciegos, ni cautivos..., ¿qué les importaba aquel anuncio? Todos sabían muy
bien que no era más que el hijo de José y María.
Así pasa también entre nosotros. Si viene alguien importante de fuera a hablarnos, vamos a
escucharlo. Pero si es un compañero el que quiere hablarnos, no le hacemos caso, no le escuchamos. ¿Qué le va a enseñar un pobre a otro pobre, un hijo a su padre, la mujer al marido, el
padre al hijo, el amigo al amigo..., ese cura que todos conocemos y que deja tanto que desear'?
Tenemos que usar el evangelio constantemente, como espejo con el que comparar nuestro
vivir. Estamos saturados de leyes, de cánones, de normas, de ritos, que nada o casi nada tienen
que ver con el Espíritu de Jesús.
229
El evangelio nos interpela a través de la vida, a través de la dignidad y de los derechos de
los hombres más abandonados y oprimidos. No podemos desentendernos de la realidad, tenemos
que enfrentarnos con ella para mejorarla, aunque nos cueste y nos comprometa.
Todos somos invitados a esta misión de liberación de toda opresión, interna a nosotros y
del ambiente que nos rodea, opresión en nosotros y en los demás. Liberación del vacío, de la
soledad, de la incomunicación, del amor y de la amistad, tan mezclados con el egoísmo, del
dolor de la demasiada ternura, de la comodidad, de la falta de compromiso, de los buenos
propósitos que se quedan en eso, de los enfrentamientos en el interior de los grupos y de las
familias, de la ausencia de Dios en nuestras pobres vidas, de la falta de futuro... De esa lista
interminable que todos experimentamos en nosotros mismos.
¿Es práctica frecuente en la Iglesia el "discurso programático" de Jesús en Nazaret? ¿Y en
nosotros y en nuestros grupos?
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Vocación de cuatro discípulos
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando
Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y
Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
"País de Zabulón y país de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte
una luz les brilló".
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
-Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.
Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que
llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran
pescadores.
Les dijo:
-Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y
a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre.
Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
(Mt 4,12-22)
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
evangelio de Dios. Decía:
-Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: Convertíos y
creed la buena noticia.
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés,
que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo.
-Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano
Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su
padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros y se marcharon con El.
(Mc 1,14-20)
Cuando se pierde el sentido religioso de la vida, la oscuridad se apodera de la mente de
los hombres. Digo sentido religioso de la vida, no dogmatismos intransigentes ni normas
o ritos rutinarios.
Deberíamos ser conscientes los hombres de hoy de la falta de luz que sufrimos en
nuestras vidas. Quizá sea éste uno de los aspectos más destacables de la civilización
actual, al borde del desastre por la absurda carrera de armamentos y por la crisis de las
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ideologías. Líderes políticos, pensadores, gente sencilla... que en realidad no sabe cómo
encaminar su vida ni la vida de los demás. Nos es difícil encontrar un apoyo para seguir
caminando cuando prescindimos de Dios o de los valores que El representa. ¿A qué dejamos
reducida la vida sin Dios?
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
(Sal 90,10)
1. Actividad de Jesús
En este pasaje evangélico podemos distinguir tres partes: la actividad de Jesús, su
mensaje de conversión y el seguimiento de cuatro discípulos.
Jesús se establece en Cafarnaún, y hace de ella el centro de su actividad. Una ciudad en la
que la situación religiosa del pueblo era muy precaria. Los destinatarios de Jesús van a ser de
nuevo los que, según nuestra mentalidad, menos van a entender, los que aún viven en el
paganismo. Y será a través de estos paganos como la predicación de Jesús se dirigirá a todas
las naciones.
Y siempre la misma paradoja: los paganos le escuchan, los "creyentes" le rechazan.
El mensaje de Jesús es el mismo del Bautista en las palabras, no en el contenido. Jesús no
vincula la conversión a un bautismo ni se pone a predicar en el desierto. Su mensaje se puede
resumir en "está cerca el reino de Dios". Un Reino que se contrapone a todos los demás reinos
o poderes humanos que pretenden un dominio sobre los pueblos. Un Reino que expresa el deseo
de que Dios reine en el corazón de todos los hombres. Un Reino que comenzó con Jesús y nos
pide la conversión.
Jesús llama personalmente a unos hombres a que le sigan. Y éstos le dan una respuesta
inmediata. Estos hombres serán, como Jesús, testigos del reino de Dios con sus vidas. Ser discípulo
significa olvidarse de sí mismo, cargar la propia cruz de cada día y seguirle (Mt 16,24). El
discípulo pertenece únicamente a Cristo. Sólo Jesús puede ser la norma de su actuar. Lo mismo
las comunidades cristianas: pertenecen únicamente a Cristo. El testigo, el apóstol, no debe
buscar nada para sí, debe conducir a Jesús. No llevar a Jesús o no llegar a El es desfigurar el
cristianismo.
A los hombres, incluso a los inevitables responsables de la propia comunidad cristiana o de
la Iglesia, no se les "sigue": son ellos los que tienen que atender y ser camino hacia Jesús para
las comunidades.
Jesús se acerca a unos pescadores y les dice que se vayan con El. Y ellos lo dejan todo y le
siguen. Debía inspirar confianza y dar la sensación de que en su modo de actuar y de hablar
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había algo que merecía la pena. Su anuncio satisfacía los anhelos tanto tiempo frustrados de
aquel pueblo "que habitaba en tinieblas".
2. Galilea, cuna del evangelio
Juan Bautista es detenido y encarcelado. Se cumple en él el destino de los grandes profetas.
Según Mateo y Marcos, la detención de Juan Bautista es la señal para que Jesús comience su
actividad; se hará rabí itinerante, recogiendo la antorcha que Juan se ha visto obligado a
abandonar. Se hará predicador ambulante para poder encontrar a todos los hombres y en todas
las situaciones en que se puedan encontrar.
Ambos señalan que Jesús comienza su predicación en Galilea, que es la región que ahora
llamaríamos más descristianizada.
Judea, con su capital Jerusalén, era la región de los que se creían más fieles. En Galilea
será donde Jesús permanecerá más tiempo, de allí saldrán la mayoría de sus discípulos, de
profesiones e ideas poco "religiosas". Sólo uno de los doce era de Judea: Judas el traidor. ¡Qué
coincidencia!
¿Tiene esto algo que decirnos a nosotros, "cristianos de toda la vida"? Jesús es luz, es
liberación para los que buscan. ¿Buscamos algo nosotros? Es anuncio de alegría y de justicia para
cuantos viven en el dolor y en la opresión. Para los satisfechos y para los que quieren que se les
diga siempre las mismas cosas que no comprometen a nada y que les permitan vivir en su
aburguesamiento, la Palabra de Jesús carece de sentido.
Lo lógico era esperar que el anuncio mesiánico partiera de Jerusalén, corazón del
judaísmo. Pero Jerusalén no necesitaba a Jesús; ya tenía su templo, su sanedrín, sus cultos, sus
seguridades... ¿Necesitamos a Jesús los cristianos de hoy? ¿En qué? ¿No estamos muy satisfechos
y seguros con nuestro evangelio rebajado?
Muchos bautizados se creen cristianos porque han oído hablar de Jesús. Pero se es
cristiano porque se ha oído hablar a Jesús, porque la palabra de Jesús le ha hablado como
nadie ha hablado en este mundo, porque reconoce al oírlo la voz que llena todas las aspiraciones,
porque Jesús le empuja a vivir como nunca había vivido hasta entonces.
Hay ciertos encuentros, ciertos acontecimientos en la vida de los hombres que hacen cambiar
nuestro comportamiento, nuestro estilo de vida: un enamoramiento, una nueva amistad, el
nacimiento de un hijo... y el encuentro con una persona que, de pronto, ha dado respuesta a
nuestras mayores ilusiones, aun a costa de desbaratar todos nuestros planes.
Los adultos tenemos nuestra vida y nuestras ideas bien organizadas, y un lugar para Dios;
los jóvenes siguen no sabiendo, muchos de ellos, lo que quieren, pero "queriéndolo con todas sus
fuerzas". Unos y otros estamos tratando de integrar a Dios y su llamada en nuestra síntesis
personal, cuando lo que tendríamos que hacer es todo lo contrario: integrarnos en su proyecto.
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Dios nos invita constantemente a dar el paso del proyecto de nuestra vida centrado en nosotros
mismos, a una disponibilidad a los proyectos imprevisibles de Dios, que se hacen visibles a
través de la Iglesia de Jesús y de las necesidades de los hombres.
El cristianismo, más que una doctrina o una moral o una comunidad, es una persona, una
fe en Jesús fruto de un encuentro de cada uno con El, que cambia para siempre la dirección de
la propia vida.
"El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande". Desde Cafarnaún -capital
judía de Galilea- empezará a brillar la luz del Mesías para todo el pueblo.
Cafarnaún era cruce de caravanas y punto de encuentro de muchos pueblos. Su situación
a orillas del lago le abría la puerta a los países paganos de la orilla opuesta, a los que también
quiere comunicar Jesús su "buena noticia".
Mateo señala la situación de Cafarnaún en relación con el antiguo reparto de la tierra
(Zabulón y Neftalí) para preparar la cita de Isaías que sigue (Is 9,1). En ella, el profeta promete
la liberación a estas dos tribus sometidas al yugo extranjero. La opresión llegará a su fin por
el nacimiento de un niño que ocupará el trono de David (Is 9,5-6). "El camino del mar" era el
que unía Egipto con Mesopotamia. "Galilea de los gentiles", por ser un país de población
mezclada. "La tiniebla" es símbolo del caos e imagen de la muerte. "La luz" lo es de la
vida.
El hecho de que Dios comience a establecer su Reino entre los hombres, núcleo del mensaje de
Jesús, se manifestará en la expulsión de demonios, en la curación de enfermos, en la creación del
grupo de los discípulos. "Buena noticia" que pide ser creída y exige "conversión".
3. Conversión y reino de Dios
"Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos". Jesús interpreta su misión, antes que
nada, como la llegada del Dios que salva. En El otras preocupaciones, tan típicas de los
hombres que hacen de la religión una profesión, quedan relegadas. No le preocupan las
estructuras de la institución religiosa, siempre secundarias y relativas, sino la esencia de la
actitud religiosa: descubrir en el mundo las epifanías de un Dios que está en medio de nosotros
guiando la historia, aunque de forma tan imperceptible que su presencia pasa totalmente
inadvertida. ¿No estamos haciendo lo contrario? Es increíble el tiempo que dedicamos a cosas de
"sacristía": posturas en la misa, hábitos, horarios... ¿Se justifican ante la urgencia del anuncio
del evangelio al mundo entero? ¿Lo que hacemos pastoralmente está en función del anuncio del
evangelio del Reino? ¿No está, más bien, en función de la defensa de la Iglesia como institución, en
preocupaciones jurídicas, normativas, rituales, burocráticas?
La conversión nace como respuesta a un acontecimiento, a un encuentro con Alguien que
cambia nuestro modo de vivir. Supone la fe. Es una transformación total, un paso -sin calcular
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las consecuencias- del egoísmo al amor, de la defensa de los propios privilegios a la solidaridad
más radical. Un cambio imposible de contener en las viejas estructuras personales, mentales, sociales: las rompe (Mt 9,16-17; Mc 2,21-22; Lc 5,37-39). Las viejas estructuras fueron creadas para
servir a otro tipo de dios y para otra visión del hombre. La esencia de la conversión no es sólo
apartarse del mal, sino aceptar enteramente la voluntad de Dios, confiar en El, esperarlo todo
de El, como niños.
La conversión arranca del descubrimiento del amor increíble y sorprendente de Dios al
hombre, a cada uno de los hombres, manifestado en Jesús de Nazaret. Este es el acontecimiento
que tenemos que aceptar, del que tenemos que fiarnos y por el que tenemos que dejamos
modelar.
La conversión es como un segundo nacimiento (Jn 3,3-8). Existe un nacimiento común a
todos. Algunos tienen un segundo nacimiento: el nacimiento a un mundo de valores nuevos, al que
libremente se abren y se entregan. Un nacimiento que no se logra, sin más, con el bautismo de
agua ni con la consagración religiosa o sacerdotal. La conversión afecta a lo más íntimo de la
persona.
La conversión que nos pide la venida del Reino no es ayunar, vestirse de sayal y cubrirse de
ceniza como los ninivitas (Jon 3,110). Estas cosas pueden ser expresión de la verdadera conversión.
La conversión que nos pide Jesús es el abandono de nuestras mediocridades y mezquindades,
de nuestras cerrazones y servidumbres, de nuestro individualismo y despreocupación por los
demás... Y abrirnos a la salvación de Dios, plenitud de vida y libertad. Los profetas de todos
los tiempos han criticado duramente el culto que tiene su única expresión en prácticas, en signos
externos de arrepentimiento. Por eso han sido siempre tan mal vistos por sus contemporáneos,
aunque después se les levanten monumentos (Mt 23,29-32). Para ellos no existe verdadera conversión si no se traduce en un cambio de las actitudes internas. No puede darse una verdadera
conversión sin un cambio profundo en las relaciones con todo el prójimo.
La conversión al Reino nos exige amar hasta ser capaces de perdonar siempre, ser libres
hasta hacernos servidores de todos, ensanchar nuestro espíritu hasta hacer nuestras las alegrías
y esperanzas, las tristezas y angustias de los demás (comienzo de la constitución Gaudium el spes,
del concilio Vaticano II); saber complicarnos la vida para aliviar la vida de los demás...
La conversión nos pide cambiar de mentalidad. Nos invita a pensar de una manera
completamente nueva; a no pensar gregariamente, a la voz de mando; a adoptar una postura
crítica y constructiva ante los acontecimientos; a pensar en el pasado y encontrarlo
insuficiente para el reino de Dios; a demoler esa indiferencia desde la que no se piensa; a
declarar la guerra a la vanidad, que siempre se siente satisfecha de sí misma. Después debemos
preparar los caminos del Señor, pensar en el futuro, plantearnos la pregunta: ¿qué debo hacer
en la vida? Es necesario que construyamos nuestras vidas de forma que podamos decir algo a
las generaciones que vienen detrás.
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La conversión en el Nuevo Testamento incluye siempre dos aspectos, que no podemos
separar: el arrepentimiento, que implica reconocer que somos pecadores -no en abstracto, sino
con unos pecados muy concretos que nos están impidiendo ser lo que debemos ser- y que
queremos caminar hacia una vida de más amor, y el abrirnos al amor de Dios, volvernos hacia
El, no como un ser lejano, sino como un Dios presente en nuestra vida.
Convertirse exige abandonar todo lo que nos esclavice, lo que hacemos a la fuerza, y encontrar
la verdadera libertad. Nos pide dejarlo todo, relativizarlo todo. Se hace realidad siguiendo a Jesús, conociéndolo, escuchándolo, fiándose de El.
Durante toda nuestra vida tendremos que luchar contra el mal que nos aprisiona, las
pasiones que nos frenan, los ídolos que nos seducen, el materialismo que nos come la vida.
Estamos sumergidos en una sociedad de consumo -comidas, ropas, diversiones, cine,
televisión, drogas, bebidas, tabaco...- y de prisas, en una economía competitiva en la que no
importa hundir al otro con tal de aumentar los propios beneficios, en un mundo dominado
por un paganismo acaparador, en un ambiente en que los valores del espíritu son claramente
rechazados. Y nosotros, aunque parece que queremos ser portadores del espíritu, aunque
parece que queremos ser seguidores de Jesús, nos sentimos atraídos por todo este ambiente.
Existen en nuestro tiempo muchos jóvenes y adultos que ya están de vuelta de todo y
buscan un nuevo estilo de vida, una nueva concepción del mundo. Y nos miran a los
cristianos. Y quedan decepcionados al constatar que, aunque lo que decimos sea interesante,
nuestra manera de vivir no es consecuente.
No podemos escuchar la palabra de Dios como una instrucción ni solamente como una
revelación de la verdad, sino que tenemos que dejarnos sacudir por ella.
La conversión cristiana es una actitud ante la vida. Mucho antes del encuentro con Jesús,
hay una opción, una búsqueda sincera de la verdad y de la justicia..., que ya es un escuchar a
Dios. Al encontrarse con Jesús, estas personas adquieren la interpretación de lo que habían hecho
hasta entonces en la oscuridad, y se abren a la luz hacia la que se dirigían a tientas. La vida empieza
a brotar tan fuertemente de ellas, que transparentan, a través de sus obras, a Cristo como vida.
Ya nadie las puede arrancar de las manos del Padre. Su fe es una convicción personal, que
puede encontrar pruebas y objeciones; y que posiblemente no puedan triunfar de las unas ni
responder a las otras, pero no podrán renegar en las tinieblas de lo que han visto en la luz, no
podrán dudar en los momentos difíciles, en los que todo se nubla, de lo que han descubierto en
los momentos de lucidez. Porque en las noches nubladas no veamos las estrellas, no dudamos de
su existencia. Algo parecido pasa con la fe.
Los cristianos hemos sido educados en el cristianismo a base de doctrinas aprendidas de
memoria, de normas y de preceptos. No nos han enseñado a contemplar "las estrellas". Y así
hemos crecido sin ilusión, sin iniciativa. Nos han dado las respuestas antes de haber formulado
las preguntas, y, naturalmente, no las hemos asimilado. La Iglesia nos ha conservado en su
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"casa cuna", pero no nos ha llevado al encuentro con la persona de Jesús, al que predica. De
esta forma admitimos lo que nos dice de Jesús la Iglesia, pero no le escuchamos a El. Por eso no hacemos más que repetir su catecismo, sin haberlo experimentado ni entendido. En estas condiciones,
la conversión se nos hace muy difícil por las ideas preconcebidas y por los muchos intereses
creados. Y los que de adultos abandonan la Iglesia, difícilmente llegarán a descubrir un día que
los anhelos e ilusiones de plenitud que llevan en sus corazones tienen respuesta en el evangelio de
Jesús.
Hay una presencia, un misterio, un tesoro oculto en este mundo y en cada persona. Nuestra
vida cambiará por completo cuando empecemos a descubrirlo.
El contenido del pregón inicial de Jesús es el mismo que el de Juan Bautista. En Juan, el
acento recaía en la palabra "conversión", como corresponde a su función de precursor. Jesús
insiste en "está cerca el reino de Dios", que es una frase de alegría, de felicidad, porque Dios
nos ama, porque la esperanza del mundo está cerca, está dentro de todos y de cada uno de los
hombres.
El "reino de Dios" viene y no puede ser detenido. Pero aún no llega en toda su plenitud.
Está delante, a la puerta, ante las murallas del mundo de los hombres, en las fronteras de
todo acontecer. Su cercanía es amenazadora y agradable al mismo tiempo: amenazadora,
porque nos compromete a una vida entregada a los demás; agradable, porque sólo esa vida
puede hacer feliz al hombre.
El "reino de Dios" no dominará ni forzará a los hombres ni a los pueblos. Dios llega
cuando es esperado -buscado- y aceptado. A la palabra de Dios tiene que responder el
hombre. Tenemos que cambiar toda la vida. Sólo cuando esto suceda habrá llegado "el
Reino".
"Reino de Dios" es la expresión que había llegado a condensar la esperanza del judaísmo:
la esperanza en la llegada del momento en que Dios mismo tomaría en sus manos la dirección
del pueblo y de toda la historia, sin intermediarios, única forma de asegurar que ningún mal
podría dañar en adelante a los hombres y a los pueblos.
Deberíamos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a convertirnos? ¿Nos sentimos disponibles
para esta transformación dolorosa, que afecta a todos los planos de nuestra existencia? ¿Obligaremos a una larga espera a ese "hombre nuevo" (Ef 4,24) que quiere nacer en nosotros?
4. Seguimiento de cuatro discípulos
Hablar del reino de Dios significa también hablar de la comunidad donde es aceptado y
vivido. De ahí que Mateo y Marcos presenten en este momento la llamada y seguimiento
inmediato de los primeros discípulos. Porque aunque Jesús se dirige en su evangelización a
todos los hombres sin distinción, llama a unos pocos para una colaboración más estrecha con
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El. A éstos los reunirá aparte, les dará instrucciones especiales y les asignará una misión que no
parece corresponder a los demás cristianos.
La conversión, llevada a sus últimas consecuencias, termina en el seguimiento total de Jesús.
Es decir, induce a dejarlo todo, incluso las ocupaciones habituales, para ser enviado a la evangelización, como ocurre con estos primeros discípulos. Jesús los llama, les pide que lo abandonen
todo y lo sigan. De otra forma, ¿cómo podría extenderse el Reino?
Los discípulos deben dejarlo todo, para poder recuperarlo después desde la perspectiva del
Reino; deben ofrecer un estilo original de gozar de las cosas de este mundo, con un gesto de
desprendimiento, como quien lo tiene todo y no posee nada.
"Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres". Jesús, para proclamar su mensaje, reúne
un grupo de personas que quieran ir con El y empaparse de su doctrina. No discute con los
discípulos, como haría un rabino. Así Mateo y Marcos nos hacen ver con naturalidad la condición
divina de Jesús: solamente se "sigue" ciegamente a Dios.
En estas palabras aparecen las características de la vocación de los seguidores de Jesús: es El el
que llama; seguirle es para compartir su vida; para dedicarse a servir a los hombres, lo que
exige dejar todo lo demás.
Podemos sintetizar en cuatro los rasgos que definen al discípulo de Jesús. Primero: Jesús
es el centro. El discípulo no es llamado para asimilar una doctrina ni para vivir un proyecto de
existencia, sino para seguir a una persona, para solidarizarse con ella. Este discípulo permanecerá
siempre discípulo, porque el Maestro siempre será Jesús. Segundo: el seguimiento exige un
profundo desprendimiento. Hay que ir dejando todo lo demás, ir viendo todo en función de
Jesús. El desprendimiento es progresivo: los primeros dejaron "las redes"; los segundos, "la
barca y a su padre". Tercero: el seguimiento es un camino cuya meta está siempre más allá. Un
camino que se expresa en dos direcciones: dejar y seguir, que indican un progresivo
desplazamiento del centro de la vida. Cuarto: el seguimiento es misión hacia el mundo, siempre
en comunión con Jesús.
Esta llamada nos puede parecer de muerte. Pero es de vida: es "el ciento por uno" (Mc 10,2830). Nos puede parecer un proyecto imposible, pero "todo es posible para Dios" (Mc 10,27). Nos
puede parecer un proyecto para pocos, para gente selecta, pero es para todo el mundo (1 Jn
4,14): Jesús no se encuentra con el hombre, para dirigirle su invitación, en una esfera
privilegiada, sino en la orilla del lago, en la vida cotidiana. Lo único que no es para todos es la
llamada al ministerio, o a la vida religiosa.
Lo que caracteriza al discípulo -y a todos los cristianos- no es el término "aprender", sino
el término "seguir". No está la doctrina en primer plano, sino una persona y un proyecto de
existencia. En los demás líderes y fundadores de religiones lo que principalmente importa es la
doctrina, ya que el "maestro" nunca se puede poner como modelo indiscutible y único; y así
eran ellos mismos los que escribían sus enseñanzas. Jesús sí se puede presentar como modelo
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indiscutible y único; por eso no escribió nada, sino que algunos de sus seguidores escribieron lo
que El vivió, más que lo que dijo.
Aquí se narra la llamada a los cuatro primeros discípulos, según la versión de Mateo y
Marcos: dos parejas de hermanos.
"Pasando junto al lago..." El hecho de "pasar" no indica algo meramente casual: es el
paso de Dios por la vida de los hombres. Los "llamados" no están preparados en absoluto.
Jesús no busca a los discípulos en una esfera particularmente religiosa, sino allá donde viven la
vida de cada día. Ante este pasaje se me ocurre poner en duda la tan repetida idea de la
necesidad de que de las familias cristianas salgan las vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa.
¿Qué tipo de sacerdote o de religioso presentan? Las vocaciones tienen que surgir de ambientes
de insatisfacción, de búsqueda..., nunca de ambientes satisfechos de sí mismos..., aunque para
Dios todo sea posible.
Parece que estos cuatro discípulos ya eran conocidos de Jesús desde el tiempo en que
acompañaban a Juan Bautista. Los llama en la monotonía de los hechos cotidianos. La llamada es
categórica, poderosa, penetrante. Llamada a entrar en comunión de vida, de bienes y de acción
con el Maestro. Jesús quiere predicar el Reino en grupo, en comunidad. Vida cotidiana y
comunidad son dos aspectos importantes que tenemos que profundizar, ya que son clave en
toda la vida de Jesús.
¿Qué ocurre en este encuentro? No se saludan ni conversan; solamente se hace un
llamamiento a unos pescadores, que suena como una orden: "Seguidme". Una llamada que
transformará y llenará de sentido sus vidas para siempre. Una llamada que les exigirá una
adhesión incondicional a Jesús. Y añade el objetivo de esta orden: "Os haré pescadores de
hombres".
Ellos siguen al instante el llamamiento. "Lo siguieron": no dice que lo acompañaron. En
estas relaciones de seguimiento, Jesús va delante, ellos detrás; Jesús dirige, ellos son dirigidos;
Jesús es el primero, ellos van después. Van a vivir estas relaciones cada vez con más profundidad
y entrega, hasta imitar a Jesús en el servicio, en la humillación, en las persecuciones y en la
muerte. Y en la resurrección... después.
Aquí empieza "el reino de Dios", que no lo debemos confundir con la Iglesia. Existe una clara
diferencia entre tratar de convertir a todos los hombres en cristianos y entre llamarlos a sentirse
partícipes del reino de Dios. En el primer caso, la Iglesia trabaja para sacramentalizar, para
ensanchar sus fronteras y su poder; en el segundo, busca servir a los hombres, evangelizándolos,
para que el Reino de la justicia y del amor aflore desde dentro de ellos mismos, porque el Reino
está dentro de cada uno como una pequeña semilla con fuerza para transformarse en árbol
frondoso (Mt 13,31-32). Que ambas tareas se han confundido es evidente. También lo es la
necesidad de deslindarlas y centrarnos en la segunda.
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Los llamados son hombres muy sencillos. No pertenecen a la clase social de los intelectuales o
influyentes del país. Tampoco a los piadosos. Y son pocos. Con ellos empieza Jesús. Serán el fundamento de todo.
Hermanos:
Fijaos en vuestra asamblea: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni
muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo
ha escogido Dios para humillar a lo fuerte.
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta,
para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
(1 Cor 1,26-29)
Los discípulos realizarán su misión a partir de una profunda comunión con Jesús.
5. Jesús sigue llamando hoy
El discípulo de Jesús debe estar preparado para asumir todas las consecuencias de este
seguimiento. Seguir a Jesús no es una decisión ética autónoma ni una adhesión intelectual o una
doctrina; es una acción y un pensamiento nuevos que nacen del acontecimiento de la gracia.
La llamada de Jesús exige una separación radical: dejar las riquezas (Mc 10,21), abandonar
el camino de dominio y de poder, desmantelar la idea que nos hemos fabricado de Dios para
defender nuestros privilegios (Mc 8,34). Y debe quedar claro que "seguir" significa "servir",
dar la vida como Jesús: jamás quitársela a los demás, como, por desgracia, ha sucedido en
demasiadas épocas de la historia del cristianismo.
Seguir a Jesús, creer en El, va unido a anunciarlo. Somos llamados a anunciar a Jesús. Un
anuncio que pasa por la comunicación de lo que se vive. Es comunicación de experiencias:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la palabra de la vida (pues
la vida se hizo visible); nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos
la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.
Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros
en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto
para que nuestra alegría sea completa. (1 Jn 1,1-4)
Para comunicar a Jesús es necesario que cambiemos de manera de pensar y de vivir.
Tenemos que tener ganas de ser liberados y de vivir de acuerdo con esa liberación.
También a nosotros nos dirige las palabras "venid y seguidme". Y del mismo modo que
los cuatro pescadores dejaron inmediatamente las redes, el padre, los compañeros y la
barca, también nosotros tenemos que dejar muchas cosas si queremos estar en la línea de
"conversión" que Jesús pide; de muchas cosas que siempre serán aquellas que no queremos
dejar y que son las que nos impiden entenderle y seguirle.
240
La palabra de Jesús es inasequible si no existe una transformación interior en nosotros,
una apertura de fe a todo lo humanamente imposible. Esta palabra se va interpretando desde
la propia experiencia de una vida comprometida con la justicia y la libertad.
Lo único importante en la vida es seguir a Jesús, seguir su camino de vida, seguir los
ideales y los valores por los que El vivió y murió... y resucitó.
Seguir a Jesús implica dejar lo que se es, para reencontrarlo en una nueva dimensión.
Es no ser ya "pescadores" en busca de lucro y comida, sino "pescadores para los hombres".
Debemos descubrir los planes de Dios sobre nosotros. El es el único que sabe dónde
seremos más útiles a la sociedad y, como consecuencia, dónde lograremos realizarnos con más
plenitud. Esto supone abandono en sus manos, oración, trabajar por mejorar las
condiciones de vida de las personas que nos rodean.
Es lo que hacía Jesús: el día lo pasaba dando respuesta a los que buscaban algo en la
vida, a los insatisfechos, vacíos, pobres... Y muchas noches se retiraba al monte a orar. Para
El, como tiene que ser para nosotros, el contacto con el Padre era una necesidad.
La humanidad necesita hombres reflexivos, silenciosos, contemplativos, que ahonden en
el sentido de la vida y abran caminos nuevos a los hombres. El seguidor de Jesús tiene que
sembrar eternidad en el tiempo, porque es signo del Reino, es mensajero de Alguien vivo y
que hace vivir. Los hombres tienen derecho a que los cristianos seamos auténticos.
Debemos preguntarnos: este Dios que, en Jesús, sale a nuestro encuentro en los acontecimientos diarios y que se acerca a nosotros tal como somos, ¿ha dado un vuelco a mi vida?
¿Ha hecho cambiar mis proyectos? ¿Se nota en algo? ¿En qué?
Si nuestra vida personal y comunitaria no va cambiando; si junto a nosotros continúan las
injusticias y no hacemos nada por combatirlas, si no pensamos más que en nosotros mismos,
en nuestros proyectos y en nuestros sueldos..., es señal de no haber llegado a nosotros la
"buena noticia" de Jesús.
241
El endemoniado de Cafarnaún
Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la
sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no
enseñaba como los letrados, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu
inmundo, y se puso a gritar:
-¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar
con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios.
Jesús le increpó:
-Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
Todos se preguntaron estupefactos:
-¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los
espíritus inmundos les manda y le obedecen.
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la
comarca entera de Galilea.
(Mc 1,21-28; ef Lc 4,31-37)
1. El evangelio de Marcos
El evangelio de Marcos es un libro profundo, muy esquemático y sublime, del que no es
posible sacar conclusiones fáciles. Parece que ha tratado de responder a una sola
pregunta que nos sigue interesando a todos: ¿Quién es Jesucristo? ¿Cómo podemos llegar a
su conocimiento?
Su respuesta no es fácil; en cada pasaje nos presenta una parte de su persona. Cada uno
tenemos que irlos interpretando, como elementos de un rompecabezas.
Marcos habla muy poco de los discursos y de las palabras concretas que dirigía Jesús
a sus oyentes. Quiere mostrarnos quién es y qué representa. Nos irá revelando de una forma progresiva su personalidad. Su evangelio es un diálogo entre la realidad que tiene Jesús frente a sí y
su reacción ante esa realidad. Haciendo que hablen más los hechos que las palabras, nos quiere
hacer ver cómo, a través de la actuación de Jesús, el reino de Dios se abre paso en forma de
curación, de liberación y de perdón.
El hecho de seguir a Jesús es fundamental en este relato, que al principio narra la explosión
popular de admiración y de alegría del pueblo. Admiración y alegría momentáneas de quienes
asisten a algo nuevo. Después, las sucesivas reticencias y ataques de los "defensores" de la ley.
Jesús despierta, de momento, gran entusiasmo en las multitudes; pero no le comprenden, se
quedan en lo externo, no profundizan en el porqué de su actuar. Por eso se dirige cada vez más a
un círculo reducido de oyentes y a los discípulos, que de hecho tampoco lo comprenderán
242
adecuadamente hasta después de la resurrección. ¡Qué difícil es querer entender a las personas
que nos piden un compromiso serio en la vida!
Después de la presentación programática de su mensaje y de la formación del grupo de los
discípulos, comienza Jesús de lleno su actuación. Y es en Cafarnaún donde comienza esa
actividad.
Esta lectura nos evoca dos elementos claves en la actuación de Jesús: Cafarnaún y la
sinagoga. Cafarnaún -la casa de Pedro- será el centro de sus actividades en Galilea. La
sinagoga ofrecía buenas ocasiones para anunciar el mensaje. Los judíos se reunían en ella los
sábados y leían fragmentos de la Escritura y los comentaban, como hacemos ahora nosotros.
Para hacer el comentario, tenían la costumbre de invitar a que participaran todos los que
pudieran y quisieran aportar algo útil para todos. Cada día es más necesario que los cristianos
practiquemos esta costumbre de las sinagogas, porque todos podemos ayudarnos, con nuestros
comentarios sobre la Palabra, a caminar hacia el Padre.
2. Enseñaba "con autoridad"
¿De dónde le venía esa autoridad? ¿En qué captaban los oyentes la verdad de sus palabras?
La gente se admira no de que Jesús intervenga en la reunión, sino del modo de hacerlo: "con
autoridad". Es decir, con convicción, con fuerza, con firmeza, con profunda fe, con alegría. Marcos
da más importancia al modo de hablar de Jesús que al contenido de su enseñanza.
Nos quejamos de la crisis de autoridad actual. Los padres, los profesores, los gobernantes...
son contestados todos los días. Parece que nadie tiene autoridad para hacer acatar su palabra.
Nuestra generación, como la del tiempo de Jesús, está harta de tanto oír hablar. Miles de
palabras resuenan en nuestros oídos, pronunciadas con calor, con técnicas de persuasión,
tratando de convencernos de su verdad. Pero, a veces, nos damos cuenta de que nos mienten, de
que son mera palabrería. Otras no nos enteramos a causa de las "técnicas".
No es frecuente escuchar palabras con el peso suficiente para calarnos hasta dentro. La
comercialización de la palabra tiene su mejor exponente en las técnicas de la propaganda,
llevadas hasta el absurdo en los anuncios televisivos y durante las campañas electorales.
Nuestra sociedad ha convertido en ciencia la manipulación de las masas: la informática -otra
palabra que se nos "cuela" en el diccionario, cuya finalidad es todo lo contrario a lo que
significa-.
La Iglesia, la comunicación de la palabra de Dios, no escapa a esta "enfermedad": montajes
audiovisuales, técnicas pedagógicas, murales... La palabra entre nosotros es percibida como una
propaganda alienante más, como tantas que caracterizan a nuestra época.
Además, las mismas palabras significan cosas distintas para cada persona o grupo, según
quien las diga o las escuche.
243
En un ambiente así, la tentación de la dictadura familiar y social es grande.
¿Cómo comunicar con autoridad la Palabra? ¿Cómo llegar a una verdadera comunicación
con los demás? ¿Podemos adquirir, para anunciar el evangelio, un modo de hablar, una técnica
apropiada, a los que se les pueda dar fe?
Parece que la eficacia de la Palabra tenemos que encontrarla en las actitudes del que habla, en
el mundo interior que manifiesta, en la vida que se percibe detrás de esas palabras. Siempre que
hablamos en nombre de Dios y tratamos de ser fieles a su palabra, hablamos con autoridad.
No con la nuestra: es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras.
Siempre que proclamamos la Palabra, siempre que reproducimos fielmente el mensaje evangélico,
siempre que con nuestra vida transparente damos testimonio de nuestra fe, Dios habla a través
nuestro, y nuestras palabras participan de aquella autoridad con que hablaba Jesús.
La autoridad de Jesús está -además de en ser el "enviado" de Dios- en que su Palabra y
su vida forman una unidad plena, porque no dice nada que no esté haciendo ya, porque sus
palabras brotaban de una experiencia profunda que confirmaba con su vida. Impresionaba el
hecho de constatar que en El no existía división entre lo que decía y lo que vivía. Probaba con
sus obras sus palabras, vivía lo que enseñaba. Algo muy importante en esta época hipotecada por
la "moda" de las crisis, de las dudas, del abstencionismo, del "pasotismo".
Jesús es el profeta que educa para la vida: acepta la realidad, la reconoce -enfermedades,
contratiempos... que conducen a la muerte-, y nos da a entender que se puede seguir adelante,
que se puede amar y vivir a pesar de todo.
Los doctores de la ley se limitaban a repetir lo aprendido, quizá sin mucha convicción
personal, y no trataban de ponerlo en práctica (Mt 23,1-4). Reducían todo a unas normas de
cumplimiento externo. ¿Creemos nosotros de verdad lo que decimos u oímos? ¿No decimos y
oímos las mayores verdades como si fueran mentiras?
En Jesús late un misterio, el presentimiento de lo que es distinto, el convencimiento de la
cercanía de Dios. No busca el poder, ni el prestigio, ni el éxito. Al mismo tiempo, tiene la inaudita
pretensión de enseñar con autoridad, de ser "la verdad, el camino, la vida" (Jn 14,6).
¿Paradoja?
Jesús no enseña nada verbalmente: se muestra a sí mismo.
La autoridad en el que habla nace de su fidelidad a la Palabra. Depende de sus obras.
Comunicaremos fe si somos creyentes; descubriremos la salvación a los demás si nos sentimos
salvados; anunciaremos la liberación si estamos trabajando por ella.
En la nueva ley tienen que ir siempre unidos el mensaje y la vida. ¿Está nuestra vida a la altura
de nuestras palabras? ¿Tratamos de que esté? ¿La crisis de autoridad no estará fundamentada
en la falta de compromiso, en el pedir a los demás lo que nosotros no tratamos de hacer en
absoluto?
244
La Palabra que es Jesús no es una Palabra que nosotros juzgamos, criticamos, oímos con
reservas..., sino una Palabra que es la norma, la base del camino para nosotros.
El pueblo sencillo veía en Jesús coherencia entre lo que decía y su modo de vivir. Veía en El
originalidad cuando hablaba de las cosas del Padre y del Reino; esa originalidad que brota de
la experiencia personal. Veía en El libertad e independencia con relación a cualquier estamento
social -sacerdotes y escribas, fariseos y saduceos, nacionalistas zelotes-. Era también muy original en el modo de relacionarse con las personas: publicanos, gente de mala vida, leprosos,
endemoniados, mujeres y niños. Era una novedad que comprometía tanto la propia seguridad...
que era mejor dejarla pasar.
Jesús rompía moldes religiosos, perdonaba los pecados y demostraba que tenía poder para
hacerlo; añadía nuevos matices a la ley del Sinaí para superar el legalismo y dejar claro el
principio iluminador del amor fraterno.
La sinagoga reconoce la novedad, pero se queda en la extrañeza, en la admiración a Jesús.
¿No nos quedamos nosotros casi siempre en el "saber"? Ahora no basta con leer el evangelio,
con escucharlo cada semana en nuestras reuniones. Tenemos que concretarlo en nuestras vidas,
en este mundo que cambia y en el que es tan difícil tener criterios claros.
El cristianismo, desde sus inicios, no es una visión teórica de las cosas, sino fuerza de Dios
en el mundo, manifestada en la superación del mal, que todo hombre encerramos en lo más
íntimo de nuestro ser.
Jesús no nos dejó un código que, de antemano, diera respuesta a todas las situaciones. Nos
dejó unos principios para que, en el transcurso de cada tiempo histórico, encontráramos
soluciones nuevas y concretas para ir dando respuesta a cada realidad cambiante. Tenemos en
nuestras manos un verdadero trabajo de creación de cara a los nuevos tiempos que nos
corresponde vivir. Estamos llamados hoy, en el umbral de una cultura nueva, a reinventar
desde las raíces muchas cosas, a crear juntos un mundo distinto y más humano. Tenemos que
superar el integrismo y las rutinas; y tenemos que dar respuestas válidas a las graves interpelaciones que el mundo de hoy nos formula. Si somos coherentes con el evangelio, si
nuestra vida no está dividida, su Palabra volverá a ser escuchada, porque no será nuestra
opinión personal, sino que llevará en su entraña la fuerza renovadora de la acción de Dios.
Jesús se enfrenta con la mentira, con el egoísmo, con el mal, con el pecado. Nosotros
tenemos que situarnos claramente en su bando. Tenemos que luchar contra el mal, esté donde
esté: en nosotros mismos, en la sociedad, en la Iglesia.
245
3. "El espíritu inmundo"
El auténtico sentido de los milagros está en que son signos de salvación, de liberación del
mal, de una toma de contacto de Jesús con el mundo y con su miseria, para arrojar fuera todo
lo que esclaviza al hombre.
La palabra de Jesús tenía fuerza para liberar de todo mal, de todo pecado. Habla "con
autoridad" sobre "el espíritu inmundo", y el enfermo queda restablecido. En El está presente una
realidad nueva, inaudita y con todos los indicios de venir de Dios. Realidad que se manifiesta en
su manera de tratar al "espíritu inmundo".
Hoy no es corriente creer en el demonio. Pero no creo que pueda negarse la realidad del
mal en el mundo. Que se personifique esta realidad de mal en el diablo o no es secundario. Lo
que es grave es que nuestra sociedad actual niega en la práctica la existencia del mal, niega la
existencia de la línea que divide lo bueno de lo malo. Esta sociedad consumista, permisiva, escéptica..., tiende a esconder la realidad cruel de mal y de muerte presente en la vida humana. Y sin mal
no hay salvación; porque ¿de qué tenemos que salvarnos?
Los cristianos tenemos que decir sin miedo que el mal, el pecado, existe en todos nosotros.
Que nos supera, porque nunca lo venceremos del todo. Sólo reconociendo esta realidad de mal
en nuestras vidas podremos luchar contra él, sabremos abrirnos a Jesús, que venció en El para
siempre ese mal.
Los antiguos personificaban el mal. Esta personificación del mal o de las fuerzas del mal
parece que es de origen persa y da principio a las religiones dualistas: un principio del bien y
otro del mal. De esta forma quieren encontrar la respuesta a una experiencia profundamente
humana: no acabamos de estar de acuerdo con el mal que hacemos: nos supera, nos desborda
(Rom 7,14-25). Es lógico concebirlo como originado por un principio externo y superior.
A este principio del mal se le atribuían diversas enfermedades, sobre todo aquellas más
desconocidas y misteriosas que desfiguran o alienan al hombre, que afectan al centro de su
persona. Entre ellas, y principalmente, las enfermedades mentales y la epilepsia. Estas
enfermedades suscitaban en el hombre primitivo un horror más fuerte que cualquiera otra: el
comportamiento del enfermo mental y del epiléptico dan a entender que en él ha entrado otra
persona, que está "poseído". El causante de esta "posesión" es considerado como un espíritu del
mal, un diablo o demonio. Y así, el horror aumenta, creando un comportamiento de defensa y de
hostilidad, que lleva a ver en el enfermo un ser execrable que hay que "alejar" como sea.
¿Qué postura adopta Jesús ante la creencia popular de los demonios? El vive y crece
inmerso en esta mentalidad y participaría de ella en gran medida. Pero, tanto si existe el
demonio como ser personal como si no existe -parece claro que no existe-, el sentido
profundo y siempre válido de estos textos es que, ante la fuerza de Dios que actúa en Jesús, las
fuerzas del mal retroceden. Dios quiere el bienestar total del hombre. ¿Cómo podría su enviado
246
contentarse con el solo anuncio del reino de Dios, sin "realizar" obras de liberación del
hombre? ¿Y cómo expresar esa liberación?
El contenido "religioso" de este pasaje no es la existencia de los demonios, sino la
necesidad de luchar contra todo lo que oprime y "posee" al hombre, sea cual sea la
interpretación cultural que de este hecho vaya dando cada generación.
"Espíritu inmundo" significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios;
representa lo que hay de opuesto a Dios en la realidad del mundo; es el símbolo de la
incomunicabilidad con Dios; el signo de todo aquello que en el hombre, en todos y en cada uno
de nosotros, está en radical oposición con el Padre.
¿Cuáles serán ahora los demonios? La ambición de poder y de dinero, la manipulación
política y las desigualdades económicas, las opresiones de unos hombres y de unos pueblos por
otros, la violencia institucional y subversiva, la carrera de armamentos (se gasta más de un
millón de dólares por minuto en el mundo), la degradación ecológica, la idealización y
banalización del sexo, las envidias, los rencores e incomprensiones a todos los niveles, las
drogas... Los que nosotros deberíamos combatir con más esfuerzo podrían ser: la desesperación,
que nos lleva a creer que la vida no tiene sentido, que todo es malo, que no hay nada que hacer; el
triunfalismo, que es el extremo contrario: creer que el mundo es un paraíso, que se puede
recoger sin sembrar, que la vida cristiana puede existir al margen de la cruz; la evasión, que es
dejar el trabajo para los demás, que para eso están; la rutina, que nos hace esclavos del
propio pasado y de las propias costumbres.
Jesús nos invita a liberarnos de los falsos valores que la sociedad nos presenta y de los ídolos
de nuestro corazón, que nos poseen y nos dañan, que nos impiden hacer la voluntad del Padre. Esta invitación no va a quitarnos los problemas, pero sí nos va a ayudar a afrontarlos de
un modo nuevo.
Lo que Jesús dice se realiza. La fuerza de este "espíritu inmundo" es grande; lo indican la
voz y, sobre todo, la violenta agitación a que somete al hombre del que "salió". Es el esfuerzo y
la violencia que lleva consigo la lucha contra el mal.
Esta fuerza del "espíritu" impresiona a la multitud, que se sobrecoge lo mismo que
nosotros ante el poder irresistible de un mal que nos aplasta.
Jesús, lejos de impresionarse o de asustarse, habla con autoridad y su voz amenazadora se
impone al griterío del "espíritu".
Ante el excepcional poder demostrado por Jesús, la multitud reacciona impresionada por su
manera de enseñar y de actuar.
Todos están sorprendidos, y nadie sabe decir quién es aquel personaje que trae revuelta a la
región. Bueno: nadie, no. Hay uno que sí sabe: "el espíritu inmundo". El sí percibe con claridad,
imperceptible para los demás, y sabe definir a Jesús: "Sé quién eres: el santo de Dios".
247
Hace pensar que sea el endemoniado el que reconoce a Jesús. ¿Es el enemigo el primero en
darse cuenta del peligro? ¿Pasa lo mismo hoy?
"Su fama se extendió en seguida por todas partes". Fama que estriba menos en un
conocimiento claro sobre Jesús que en las preguntas que se hacen sobre El. Y es que para
conocer a Jesús necesitamos seguirle con nuestro compromiso personal a todo lo largo de la vida.
Nuestras palabras sólo tendrán algo de la fuerza de convicción que tenían las de Jesús si
nacen de una verdadera experiencia, si hablamos de lo que realmente vivimos, si la hemos interiorizado de modo que vivamos de ella. Nuestras palabras, para que puedan creerse, deberán ir
acompañadas por el testimonio de las obras.
Jesús, con la autoridad de su Palabra, cambia al hombre, lo transforma y le da una fuerza
como jamás la había tenido antes. Da un vuelco a todas las cosas, aunque se llamen
enfermedades, miseria, malicia o muerte. No es que dé una respuesta a todos y a cada uno de los
problemas, pero sí nos da la orientación y la fuerza para afrontarlos. No nos libra de las
tentaciones ni de las dificultades, pero nos da un camino de interpretación y de lucha contra
ellas.
248
Predica y cura por toda Galilea
Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la
cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos.
La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos
males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les
permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
-Todo el mundo te busca.
El les respondió:
-Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que
para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los
demonios.
(Mc 1,29-39; cf Mt 8,14-17; 4,23; Lc 4,38-44)
1. Los gestos de Jesús
Después de hablar en la sinagoga de Cafarnaún y de curar al endemoniado, Jesús
completa su jornada en casa de Pedro. Allí, en presencia de los cuatro discípulos, en un ambiente de
mayor intimidad, cura a la suegra de Pedro.
Los gestos de la curación parecen simbólicos: Jesús se acerca a los hombres, nos da la
mano y nos levanta.
"Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó". Son gestos nuevos, originales: un
rabino nunca se habría dignado acercarse a una mujer y cogerla de la mano para devolverle la
salud. Al levantarla, la capacita para que emprenda el camino del servicio, característica poco
frecuente en el hombre.
"Se puso a servirles". Esta reacción de la suegra es significativa de la actitud que deben tener
los hombres que han sido salvados, que han llegado a la fe. Si estamos en este camino de salvación, lo estaremos demostrando con la entrega de nuestra vida a los demás.
Jesús vivió para los demás, y quiere que imitemos su ejemplo. Quiere que pasemos de la
pasividad de estar encerrados en los propios problemas, que nos inmovilizan "en cama", a estar
abiertos para servir, para hacer camino con los demás; de no ser capaces de valernos por
nosotros mismos, a asumir el riesgo de la propia vida.
Jesús conecta con la situación real en que se encuentra cada persona -servidumbre,
desorientación..., muerte- y nos muestra el camino para superarlas o para afrontarlas con
dignidad y valentía.
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2. Dios no quiere el sufrimiento
"Al anochecer..." La curación de la suegra de Pedro se hizo en sábado. Las que se narran a
continuación no pertenecen ya a este día, que terminaba con la puesta del sol. Ahora ya
estaba permitido transportar camillas y, por eso, pueden traer a Jesús a los enfermos y poseídos.
Llega mucha gente. La acción de Jesús va siendo conocida. La gente va descubriendo en El a
alguien al que merece la pena ir, aunque los únicos que realmente le conocían eran los demonios.
Dios no quiere el sufrimiento. Jesús toma una actitud activa de lucha contra el mal del hombre
y nos invita a sus seguidores a hacer lo mismo.
Hemos de tener conciencia del mal y del sufrimiento de nuestro mundo y adoptar ante ellos
una postura responsable. Enfermedades, vejez, sufrimientos morales, deficiencias físicas y psíquicas, paro, hambre, ignorancia... de tanta gente que espera de nosotros ayuda y consuelo.
¿Habrá suficiente amor en el mundo para redimir tanto sufrimiento y tanta miseria? ¿No
deberíamos los cristianos dedicar nuestra vida a ello?
3. Toda la actividad de Jesús está penetrada por la oración
"Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar".
Todo acontecimiento externo permanece en la penumbra mientras no lo reflexionemos en
profundidad. Se necesita la oración para intuir los pensamientos de Dios. La fe domina los significados de la historia, porque Dios está detrás de ella, alentando lo bueno y apoyando la lucha
contra todo lo malo.
Frente al éxito que va obteniendo ante las muchedumbres, Jesús quiere poner en claro
constantemente la misión recibida del Padre, y por ello busca la soledad para orar.
En su vida, tan llena de ocupaciones, le resultaba difícil encontrar el tiempo necesario.
Entonces "se levantaba de madrugada", o se retiraba al atardecer (Mt 14,23), o velaba
durante la noche (Lc 6,12). Toda su actividad está penetrada por la oración. También le era
necesario encontrar el lugar adecuado para entrar en diálogo con el Padre.
Abandonaba con frecuencia a las turbas, cansado de su incredulidad y obstinación, apenado
por la dureza de sus cabezas para comprender. Necesitaba calmarse, apaciguarse, encontrarse en
la intimidad con el Padre. Necesitaba clarificar con El el sentido verdadero de su misión.
Porque no tuvo siempre la misma claridad de conciencia. Fue vulnerable a las impresiones y
sensible a las influencias. Por eso tenía que rezar para pensar mejor lo que pensaba y para
saber mejor lo que sabía.
En la oración veía las cosas desde más lejos, partía hacia nuevas metas, robustecía la unión
con el Padre e iba encontrando el camino adecuado de su misión con una seguridad íntima.
250
Gracias a la oración iba ahondando, reflexionando, encontrando. Gracias a la oración
volvía a sentirse Hijo. Y una vez unido así con su Padre, ya no tenía más que una sola
oración: "¡Padre, que se haga tu voluntad!" (Mc 14,36).
Luego volvía a los suyos renovado, luminoso, sereno.
Jesús es hombre de oración. Ha vivido una vida de oración perfecta en medio de las
ocupaciones agobiantes de toda su vida pública. No rezaba para damos ejemplo. Si su oración
tiene un sentido para nosotros, si es ejemplar, es porque ante todo tenía sentido para El. No
disponía de esa claridad de ciencia y de fuerza divinas capaces de ahorrarle la oscuridad, el
balbuceo, las dudas naturales en el hombre; necesitaba orar para encontrar la luz y poder
seguir su camino. ¡Dichoso el que logre entrar en el secreto de su oración!
La única oración verdadera para un cristiano es la que se asemeja a la de Jesús: no una oración
de pedigüeños ni de criados, sino una oración de hijos, una oración llena de confianza y de
entrega. Rezar es volver a tomar conciencia del don de Dios, acordarnos de que tenemos un
Padre, recordar que lo que le hemos pedido ya nos lo ha dado. Rezar es hacernos conscientes de
la realidad del mundo y tomar una opción ante ella. No rezamos para vencer la resistencia de Dios
para darnos, sino para vencer nuestra resistencia a abrirnos a su don.
¿Cuánto tiempo necesitaremos para rezar así? Sólo en la oración encontraremos la acción
que cada uno de nosotros puede y debe hacer para colaborar en la transformación del mundo.
¿Cómo vamos a saber qué debemos hacer, a qué debemos dedicar nuestra vida, cuál es nuestra
vocación, sin preguntárselo al Padre en la oración? El es el único que lo sabe, y quiere que
realizando nuestra misión en el mundo nos construyamos a nosotros mismos. En la oración nos
ayudará para que venzamos nuestras resistencias para ponerla en práctica. Y no llevaremos
nada a la práctica sin que estemos convencidos antes de su necesidad.
Jesús es nuestro maestro de oración. Sólo El puede hacer que en nosotros brote una oración
verdadera. No sabremos rezar mientras Jesús no nos lo haya enseñado en lo más profundo del
corazón.
Cada vez que Jesús quiso llevar a algunos de los suyos a orar con El, el evangelio nos dice que
se durmieron (Mt 26,40). En la oración tenemos que hacer un esfuerzo de perseverancia, suceda lo
que suceda y pese a todas las apariencias desfavorables. Y, sobre todo, esperar, porque Dios
vendrá a nuestro encuentro cuando y como El quiera. Esperar, aunque sea a lo largo de toda
nuestra vida, teniendo en cuenta que Dios no puede venir a nuestro encuentro más que en la
medida de nuestro amor.
A la oración tenemos que ir para perdernos, para entregarnos, nunca para buscarnos.
Nuestra vida de oración debe tener dos modalidades: momentos de oración pura, momentos
de retiro, de silencio, de "estar", momentos en los que cesen totalmente otras actividades -en
ellos es fundamental la hora, el lugar, la postura-; y una permanencia del estado de oración a
lo largo de todas nuestras actividades.
251
Es lo que hacía Jesús: vivía en este estado permanente de oración, y dedicaba largas horas de
su tiempo, en medio de jornadas abrumadoras de trabajo, a la oración, retirado en la soledad de
la montaña, de la naturaleza.
La experiencia de la oración nos hará comprender cada vez mejor hasta qué punto la
oración supone un desasimiento de todo lo creado, supone una especie de muerte a todo lo que
no es Dios. ¿Será por esta falta de desasimiento por lo que rezamos tan poco o nada? ¿Y será
porque rezamos poco o nada por lo que estamos tan apegados a los "valores" de este
mundo?
La oración debe impulsar y dar sentido a nuestra lucha. Debe ayudarnos a sintonizar con los
designios de Dios, a confiar en El; pero al mismo tiempo a asumir nuestras responsabilidades.
La oración de Jesús era más intensa en los momentos más decisivos. En ellos adoptaba
resoluciones definitivas, volvía a conectar con su misión, con su vocación, con el designio de
Dios sobre El.
Saber quién es Jesús es lo esencial para la vida de un cristiano. Y esto no puede lograrse
sin grandes momentos de oración solitaria.
4. Jesús despierta esperanzas
Los discípulos tenían que ir a buscarlo con frecuencia a sus lugares de retiro.
"Todo el mundo te busca". Aquí, pensando humanamente, que es como decir sin pensar,
van a buscarlo para que vuelva porque todos le buscan.
Y Jesús tiene una firme resolución: marchar a predicar a toda Galilea.
La gente sigue a Jesús porque despierta esperanzas, pero aún son demasiado interesadas.
Jesús no sólo habla. Lucha contra el dolor y el mal y la tristeza que encuentra en su camino.
Y todo esto arrastra a la gente, crea ilusión.
"Simón y sus compañeros" quieren que se quede para aprovechar el éxito obtenido con sus
palabras y con sus curaciones. Pero Jesús opta por marcharse. Huye de la gente que busca
milagros, no quiere desvirtuar su misión: para eso ya estarán sus sucesores. Los milagros están
al servicio de la fe, de Dios; no al contrario.
"Recorría toda Galilea... curando las enfermedades y dolencias del pueblo".
El hombre de fe cree que las cuentas sobre el mundo y sobre la historia no salen bien si
sumamos solamente las fuerzas de la naturaleza, las del hombre y las de Dios; está, además, la
fuerza del mal.
El aburrimiento, el hastío, la superficialidad, la injusticia, la opresión, la pasividad, el
confort... son las características de nuestra sociedad de consumo, a la que, sin rubor, llamamos
cristiana. En ella, cuanto más deseamos pasarlo bien y ser felices, la vida se nos aleja más.
252
Ese clima irreal en el que ni se piensa ni se vive y en el que todo se toma con una superficialidad
alarmante. Esa juventud que corre tras la vida, sin encontrarla por falta de esfuerzo, de
compromiso... y de ejemplo de los adultos. Ese vacío que se masca en las fiestas y en las diversiones.
Ese campo de batalla del trabajo, en el que siempre gana el más fuerte -el que tiene dinero-,
apropiándose del sudor del que carece de medios para defenderse; ese trabajo en el que gana
siempre el más sagaz, que es lo mismo que decir el más sinvergüenza. Ese mundo de los políticos,
en el que es frecuente la búsqueda del éxito personal, por encima del bien común. Esos estudios
que no capacitan para hacer un mundo justo al estar pensados para que todo siga igual, para
que la gente no piense -por eso abarcan muchas materias, llenan de conocimientos que no se
pueden asimilar y que están al margen de la vida concreta del hombre y que muchas veces no
sirven para nada-, y en los que se pierden muchos años de la vida, con el agravante de que
incapacitan para hacer algo después, como lo demuestran tantas huelgas y reivindicaciones de
universitarios de primeros cursos, que cuando terminan sus estudios y se sitúan engrosan el
número de los instalados. Ese pueblo, engañado sin cesar, sin esperanzas de ninguna clase, que
se aliena con la televisión, con el fútbol, las quinielas, la lotería, los toros, las modas y
adquiriendo todo tipo de cachivaches que le permita la sociedad de consumo. ¡Qué alienación
más total! Y así perdemos los años de la vida, en todas las edades.
5. Es necesario mejorar la condición humana
Habló Job diciendo:
El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio,
sus días son los de un jornalero.
Como el esclavo, suspira por la sombra,
como el jornalero, aguarda el salario.
Mi herencia son meses baldíos,
me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré?
Se alarga la noche
y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera
y se consumen sin esperanza.
Recuerdo que mi vida es un soplo,
y que mis ojos no verán más la dicha.
(Job 7,1-4.6-7)
Job nos hace una dolorosa exposición de la vida humana. Las penalidades del trabajo, el
sufrimiento en las enfermedades, cierta sensación de inutilidad de la existencia y la brevedad
de la vida humana... son experiencias por las que pasamos más de lo que quisiéramos.
En nuestro mundo existe el hombre que sufre, que se consume sin esperanza, víctima de
la opresión. Existen también los hombres que se creen conocedores de la voluntad de Dios, que se
escandalizan ante la protesta del hombre que sufre, y le aconsejan paciencia y resignación,
253
como si ése fuera el deseo de Dios. Nos hacen creer que es deseo de Dios el que haya ricos a
los que sobre y pobres que pasen necesidad; poderosos que nos imponen eso que llaman
"orden" y una multitud de gente que siempre depende de su voluntad para tener trabajo, para
encontrar piso, para poder hablar; unos, que si están enfermos, o si quieren dar estudios a
sus hijos, o si quieren descansar, hallan todos los caminos abiertos para escoger médicos, o
colegios y universidades o viajes de placer; mientras que otros, con las mismas necesidades,
encuentran todas las puertas cerradas o tienen que aceptar lo que les den y como se lo den.
Nuestra vida, como la de Job, símbolo de la existencia humana en el mundo, no es
agradable, ni mucho menos. Vivimos de ilusiones que, cuando las alcanzamos, despiertan
en nosotros deseos más grandes e inalcanzables.
La poca vida que tenemos se nos escapa. Reconocernos así es condición indispensable
para poder abrirnos al diálogo con Dios, para poder esperar la salvación, la vida
verdadera, luchando por conseguirla ahora y aquí, aunque la plenitud esté siempre "más
allá".
Los pueblos viven desterrados, a oscuras, llenos de tinieblas. Los poderes y las
estructuras crecen sobre ellos, como hormas de hierro, para que nadie se salga de lo
establecido.
Para que un pueblo sea capaz de moverse, de despertar, es necesario que llegue a creer en la
utopía. De lo contrario es muy difícil que supere los yugos de los tiranos.
Esta es la labor de los profetas. Es la labor del profeta Jesús.
Todos los poderes pretenden hacernos creer que sirven al pueblo. Se habla del poder del
pueblo, del pueblo soberano..., y éste llega hasta a creérselo.
Y aunque las revoluciones, los grandes avances de la historia, los ha hecho el pueblo, es al
que menos se le agradecen sus esfuerzos.
Al pueblo se le engaña con palabras bonitas, con promesas que nadie piensa cumplir; se le
teme como a una fiera sin domesticar; se le controla; se le pretende llenar la cabeza y, a veces, el
estómago, para que no tenga tiempo para pensar ni para hablar: ¡ya piensan y hablan por él
"los padres de la patria"!
Los pueblos sufren grandes opresiones a causa de los intereses de los sistemas económicos y
políticos.
Muchos pueblos agonizan, viven sin pensar, sin conciencia propia. Por eso en las elecciones
votan -aunque cada vez menos- en contra de sí mismos, a los partidos burgueses, que se
presentan como sus salvadores.
Jesús muestra un gran amor al pueblo. Un amor que le llevó a dedicar su vida a su salvación
y liberación, a su maduración.
El cristiano tiene que colaborar para despertar, a la vez que su propia conciencia, las
conciencias de los pueblos para que luchen por conseguir sus legítimas libertades y derechos.
254
Tiene que ayudarle a que madure, desde dentro, siendo pueblo también, por medio de la
transformación de la cultura alienante actual, el respeto y la igualdad de todos los hombres, la
capacidad de diálogo, la convivencia con todas las opciones que no impidan la justicia, su
preocupación activa por las cosas públicas.
El amor al pueblo exige el esfuerzo por su promoción. Pero una promoción en la línea más
profunda de la persona y las colectividades. Una promoción que no puede quedar reducida a
darle de comer y poco más -actualmente no llega ni a eso-. Tiene que ser una promoción para que
cada hombre llegue a poder usar su propia cabeza.
La conciencia del hombre y su realidad social son tan importantes, que ninguna persona
podrá desarrollarse de verdad ni podrá ser libre y responsable sin desarrollar en sí mismo
estas dos condiciones.
Cada generación envejece nada más nacer. El amor al pueblo nos pide emprender una
acción de curación, de detectar los males, de sanear las situaciones.
No es posible realmente comprender el significado de Jesucristo sin profundizar en la
verdad de la condición humana, la estrechez de sus límites y su lastre abrumador. Jesús sólo
puede aparecer como Salvador a los que, uno u otro día, sintieron violentamente lo imposible
que le es al hombre asegurar por sí solo su propio destino. Descubrimiento que no implica
ninguna negativa a asumir las propias responsabilidades. La aceptación de la salvación, sentido
de la vida traído por Jesús, estimula a cada creyente a actuar de una forma confiada y eficaz, ya
que, si nada es posible sin Jesús, con El todo se hace posible (Jn 15,1-7).
Jesús es capaz de dar sentido a la vida de los hombres. En El, muerto y resucitado, tiene plena
respuesta nuestra vida. En El, la muerte, con la que poco a poco nos morimos, acaba en la vida.
En el horizonte de nuestra vida aparece el Dios de la esperanza, que nos promete cambiar
la tristeza en gozo. El olvido de Dios, de todo lo que representa, es la causa principal de
nuestro hastío. Quien cree en El encuentra, en su propia realización, en la vida entregada al
prójimo, en la lucha por un mundo justo, en la oración, en el fiel cumplimiento del deber
profesional -siempre como servicio a la comunidad de los hombres, nunca como lucro o éxito
personal-, razones para vivir que ahuyentan todo vacío.
Jesús es el libertador al servicio del hombre, que combate contra todo tipo de esclavitud.
Toda su vida encuentra eco en el corazón del hombre que entra dentro de sí mismo.
Los "demonios" que tenemos que expulsar están en todos los niveles de la existencia
humana; en las estructuras opresoras y en el hombre que ha perdido la esperanza.
Jesús quiere transformar el mundo. No se limita al espíritu: actúa en todo el hombre. Y éste
es el ejemplo y el camino que nos deja: hablar, anunciar la buena noticia de la liberación de todo
el hombre y de todos los hombres.
¿Es eficaz hablar para cambiar el mundo? Jesús cree en sí. Por eso su Palabra tiene fuerza:
la fuerza de su convicción y de su entrega total.
255
Jesús nos quiere contagiar la fe en su lucha, quiere convencernos para que sigamos su
camino.
Pero los cristianos hemos cambiado el sentido a las palabras de Jesús, de forma que el
"evangelio" que comunicamos al mundo no tiene garra. ¿No está manipulado y defendiendo
intereses opuestos al pueblo sencillo?
Las curaciones son signo de la salvación integral que Dios quiere para los hombres. Jesús
no se limita a "salvar almas": cura también los cuerpos. Y los "cuerpos" que hoy necesitan
curación son los de los marginados, hambrientos, explotados, parados, torturados, desaparecidos, analfabetos...
Es verdad que las curaciones tienen el riesgo de que los hombres nos quedemos sólo en lo
externo y aspiremos únicamente a vernos libres de nuestras necesidades terrenas, sin ahondar
en el sentido profundo de ellas, como le sucedió a Jesús y como ha sucedido tantas veces en la
historia -santuarios de apariciones celestiales...-, y puede suceder en las luchas revolucionarias
de los pueblos latinoamericanos. Pero es mucho peor no hacer nada.
Jesús no comulga con quienes pretenden lavarse las manos mientras hablan de paciencia y
resignación. El "explica" el mal combatiéndolo con todas sus energías, que es el camino para vencerlo, hasta dejar la vida en el empeño.
Jesús, porque ama de verdad, libera del mal físico y moral. No quiere dejar el mundo
igual: quiere transformarlo. No es un predicador de paciencia y resignación. Si lo hubiera sido,
no habría terminado asesinado en una cruz.
No se queda en la sinagoga. Actúa y habla en el corazón de la vida humana. Y para ello no es
suficiente la sinagoga. Tampoco es suficiente que la Iglesia se quede dentro de las iglesias, que los
cristianos nos quedemos limitados a nuestras comunidades. Es preciso compartir la vida,
trabajar en todas las realidades humanas, hablar y actuar en el corazón de la vida de los
hombres.
256
La pesca milagrosa
La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando
él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la
orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un
poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
-Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido
nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que
reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran
a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se
hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él
al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y
Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
(Lc 5,1-11)
1. Predicación de Jesús
Es la versión de Lucas sobre la llamada de los primeros discípulos.
Este episodio lo podemos dividir en tres partes: la predicación de Jesús, la pesca milagrosa y la
vocación de varios discípulos.
"La gente se agolpaba alrededor" para oír sus enseñanzas. Junto a Jesús hay siempre una
multitud de personas ávidas de "palabra de Dios". Lo seguían porque hablaba con convencimiento, porque vivía lo que decía, porque respondía a los grandes interrogantes de los hombres
inquietos de todos los tiempos, porque no buscaba nada para sí mismo.
Lo seguía el pueblo porque no era un teórico, porque trataba de cambiar la sociedad. Las
teorías hay que dejarlas para aquellos que se dedican a prometer sin dejar sus privilegios.
Para transformar la realidad hace falta tener un conocimiento verdadero de ella, una
interpretación correcta de todo lo que sucede y del porqué sucede, una idea clara de adónde
queremos ir y no buscar ganancias personales de ningún tipo.
En las largas horas de oración y de silencio que le vemos tener, Jesús analizaba la realidad
y descubría los caminos para transformarla. Vería que el opresor, que no quiere dejar de serlo,
no puede querer los cambios necesarios para la transformación de la sociedad, no puede aceptar
las ideas y acciones que salen de los oprimidos, porque sería al precio de perder ellos sus privile-
257
gios. Esa es la causa de su descalificación de los ricos para seguirle y para entenderle (Lc 18,2425). El rico no puede captar su mensaje; no le conviene. Lo descalifica sin más, porque le delata,
porque lo muestra como lo que es: injusto, explotador. Y se dedica a sacar ideas sublimes,
elevadísimas, "divinas", con apariencia de fundamentales e intocables -como la propiedad
privada-, que oculten la realidad y le hagan aparecer como lo que no es: justo, humano,
religioso. Para elaborar estas ideas, estas ideologías encubridoras, usa intelectuales y clérigos. Y
así salen tantas leyes y normas para sangrar al pueblo, presentadas como venidas de Dios.
La realidad es que no se puede ser revolucionario, no se puede ser seguidor de Jesús y no se
puede trabajar honradamente para cambiar la sociedad teniendo muchos bienes.
Jesús quiere liberar al pueblo, quiere que la justicia, con todas sus consecuencias, se
implante en la sociedad. Su actividad es claramente liberadora.
La fe de Lucas y su manera de escribir sintetizando lo que seguramente fueron procesos
largos y complejos podría hacernos creer que la actividad de Jesús en Galilea se desarrolló de
forma simple y clara, como si todo estuviera previsto de antemano. Sin embargo, la realidad
fue muy distinta.
2.. Pesca milagrosa
Una mañana, "a orillas del lago", Jesús le pidió prestada la barca a Pedro, porque los
oyentes se apretaban contra El, deseosos de oírle.
Pedro le escuchaba con interés, con aprobación. Jesús hablaba claro y bien, mucho mejor
que todos a los que había oído en la sinagoga o en otros lugares. Tenía "algo" distinto... Pero
los sermones no eran asunto de Pedro. Lo suyo era pescar. Y pescaba bien.
Cuando Jesús dejó de hablar, se acercó a Pedro y le dijo: "Rema mar adentro y echad
las redes para pescar". Parece la misma escena descrita por Juan (21,4-8) en su evangelio.
Después de una noche sin pescar, Simón, para complacerle, lo hace, a la vez que le expresa la
inutilidad de la pesca de la noche. Parece que Jesús lo quiere llevar, junto con sus compañeros,
"mar adentro" para hacerles vivir una experiencia decisiva. Porque es de una experiencia de
lo que se trata.
El Pedro que es invitado aquí a "echar las redes" no es simplemente el pescador que está
junto al lago -como en Mateo y Marcos-, sino el Pedro encargado de dirigir la Iglesia. Es un
Pedro consciente de sus limitaciones, pero decidido a hacer lo que el Señor le indique. Pedro es
la imagen del seguidor de Jesús, acompañado por los demás pescadores.
El resultado es grande; se palpa el milagro, el signo.
Pedro se quedó sorprendido. En su terreno, en un asunto de su competencia como era
pescar, Jesús le demostró que tenía necesidad de El, que ni en su propio oficio se bastaba a sí
mismo.
258
No es el trabajo de los hombres -de los pescadores- lo que consigue la pesca abundante,
sino la fidelidad a la palabra de Jesús. Pero ellos tienen que echar las redes, tienen que
trabajar, realizar su parte.
No por muchas técnicas que empleemos en el apostolado lograremos algo verdadero. Es
nuestro convencimiento y fidelidad a lo que decimos lo que contagiará a nuestros oyentes: "Lo
dejaron todo".
Pero, aunque el convencimiento y la fidelidad sean muy grandes, la eficacia de la acción viene
siempre de Jesús; no de los discípulos, que "habían pasado la noche bregando" para pescar, sin
resultado.
La abundancia de peces es signo de la abundancia escatológica, propia del fin de los tiempos,
más que de lo que sucederá en el correr de los siglos. Cristo será reconocido por la humanidad plenamente al final de la historia. Hasta entonces, en el ahora, la vida de la Iglesia será una difícil
noche de pesca, en la oscuridad de un mar amenazante. De ahí que tengamos con tanta frecuencia
la sensación de fracaso.
3. Vocación de varios discípulos
Lucas, como es propio de su estilo, ha querido dar un soporte racional, de comprensión y
persuasión, a la llamada o vocación de los discípulos. Así lo hace aquí, aprovechando el impacto
producido por el milagro de la pesca. Nos hace ver también la indignidad del hombre para esa
misión. Pedro ya no le llama "Maestro" como antes, sino "Señor", palabra que indica mayor
respeto y distancia. "Señor" significa aceptarle como única norma, única ley; significa que de El
no puede discrepar, aunque le cueste; significa tener la certeza de que El siempre tiene razón;
significa decir "amén" a todo lo que haga o diga, aun antes de haber entendido; significa
darle el mismo asentimiento que a Dios.
Jesús lo alienta y, partiendo de su mismo oficio, dice a Pedro que será "pescador de
hombres". Y con él, los demás compañeros suyos. Y "lo dejan todo para seguirle".
Tenemos en esta narración los elementos esenciales de una vocación: un impacto religioso,
una constatación de la propia indignidad, una llamada y un seguimiento.
a) Impacto religioso y constatación de la propia indignidad
"Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús..." Pedro capta la proximidad de
un misterio aplastante. "El asombro se había apoderado de él". Es el asombro del hombre
que entrevé un gesto de Dios, una presencia divina, y que se descubre indigno de esa maravilla:
"Soy un pecador".
259
Sólo las personas que se aproximan realmente a Dios experimentan las propias limitaciones.
El sentido del pecado solamente se tiene -en la fe- cuando se posee el sentido de Dios.
Dios es un problema esencialmente humano. Se le experimenta como cercano y lejano. Es más
íntimo a nosotros que nosotros mismos, y está más allá que todas las cosas pensadas, más allá de
la historia y de los acontecimientos. Es lo que queremos expresar cuando hablamos de su
inmanencia y trascendencia.
Por medio de la inmanencia y trascendencia de Dios tratamos de explicar la realidad del
mundo: que las cosas no tienen consistencia en sí mismas, que hay Alguien distinto del hombre
que lo sostiene todo, que hay Alguien que da fundamento a lo que somos y a todo lo que nos
rodea.
A Dios lo percibimos, desde nosotros mismos, presente en la historia, en los acontecimientos
cotidianos, pero lo afirmamos como el totalmente Otro.
Dios es causa y origen de todo palpitar. Y está comprometido con el hombre y con la
historia.
Solamente podemos conocer a Dios desde el acontecimiento, desde la vida misma. El
hombre no crea un Dios trascendente, sino que cree en El porque se ha encontrado con El. La
encarnación de Jesús es la manifestación más plena de Dios.
A Dios hay que aceptarlo, hay que creer en El cuando se nos "aparece", no se le puede
definir, sólo podemos narrar la experiencia que tengamos de El.
No se puede descubrir a Dios y seguir viviendo como uno ha vivido hasta entonces. El
encuentro con Dios revela el verdadero sentido del hombre y del mundo; lleva consigo una
revisión, un juicio, una llamada, un esfuerzo. De ahí nuestra reacción espontánea a huir de El,
a apartarnos de su compromiso, a creer que ese encuentro nos va a destruir.
Dios no puede entrar en nuestra existencia sin transformarla por completo. Parece que Pedro
lo supo desde su primer encuentro con Jesús. Antes de este encuentro, Pedro podía tener una
buena opinión de sí mismo, podía confiar en sus recursos... Pero el paso de Jesús por su vida le
fue arrebatando su amor propio. Según iba conociendo a Jesús, se iba conociendo a sí mismo e
iba sabiendo que era nada. Por ello suplica a Jesús que se aparte de él. Se reconoce indigno, se
vacía de su suficiencia. Le harán falta otras experiencias dolorosas, otros fracasos y caídas,
antes de aprender a fondo aquella lección. La cercanía de Dios no puede compaginarse con el
orgullo.
A Pedro no le convenció un sermón, lo convirtió una pesca, una persona. Jesús lo vació de la
última satisfacción de sí mismo.
Así empieza toda verdadera vocación cristiana. De pronto, la religión deja de ser un
artículo de lujo, una prueba de nuestra buena educación, una costumbre, un signo de nuestra
cultura y de nuestro dinero y respetabilidad. Nos damos cuenta, de repente, que para vivir,
para amar, para trabajar, para vivir un solo día de nuestra existencia tenemos que ceder en
260
nosotros el lugar a Dios; tenemos que rezar, tenemos que recibir ayuda, necesitamos que se nos
eche una mano. Lo mismo que Pedro experimentó que necesitaba la presencia de Cristo en su
barca, incluso para pescar, nosotros tenemos que llegar a saber que es por una gracia incomprensible y desconcertante por la que queremos ser fieles, honrados y que merece la pena serlo.
b) Llamada
"Desde ahora serás pescador de hombres".
Jesús llama a hombres que se sienten pecadores. Frente a la acción y las palabras de Jesús,
los hombres de corazón sencillo y bueno se reconocen pecadores, porque pecado es todo lo que frena o impide la construcción del reino de Dios y de uno mismo.
El llamamiento que Jesús hace aquí a Pedro supone una enseñanza previa y una convivencia
anterior con El.
Jesús pronto se daría cuenta que su acción sería mucho más eficaz si actuaba en equipo, con
algunos colaboradores cercanos. ¿Cómo los fue conociendo hasta proponerles hacer un equipo
ambulante y comunidad de vida? ¿Cómo fueron descubriendo ellos en Jesús a un hombre que
merecía la pena seguir de cerca? Es difícil saberlo, aunque es seguro que por trato personal.
Seguro que su vida y su palabra les entusiasmó, seguro que todos eran gentes sencillas de Galilea.
Para hacer el equipo de colaboradores suyos, Jesús llama a los que quiere. Tiene El
siempre la iniciativa.
Todos los cristianos recibimos la llamada para ser "pescadores de hombres", aunque sean
pocos los que dediquen su vida a ello.
¿Qué significa ser "pescador de hombres"? La Iglesia y los cristianos hemos confundido
demasiadas veces el apostolado con el proselitismo. Proselitismo quiere decir coacción, violencia,
propaganda; algo que todo hombre sano acaba detestando. Con ello, desvirtuamos el Evangelio
para, bajo pretexto de cumplir la voluntad de Dios, dominar a los demás.
Ser "pescador de hombres" significa, ante todo, vivir en medio del mar; del mar como
símbolo de la existencia dura y difícil, siempre fluctuante como las olas, las mareas, las
corrientes de fondo o de superficie; pero existencia estimulante, creadora. Del mar como
símbolo de la humanidad entera, con toda su pluralidad de grupos, tendencias, opiniones...
"Pescar hombres" significa dar testimonio de la verdad, de Jesús, del amor, de la vida, del
Padre, del Reino, de la transformación total de la sociedad. No se trata de una conquista, sino
de un contagio.
A Jesús muchos le escucharon, pero pocos le siguieron. Este será siempre el destino de la Iglesia:
echa la red, pero no consigue "peces". Son muchas las exigencias que implica seguir a Jesús.
261
Las comunidades cristianas deben vivir en medio de todas. las corrientes, de todas las
tendencias, en el cruce de todos los caminos, aunque su existencia se vea amenazada y parezca
que no consiguen nada.
c) Seguimiento
Los discípulos de Jesús, "dejándolo todo, lo siguieron". El verdadero "pescador de
hombres" lo deja todo para irse con Jesús. La respuesta que es necesario dar, cuando se
descubre la exigencia de participar en la construcción del reino de Dios, debe ser rápida, tajante,
positiva, total. ¿Cómo podrá realizar esta labor el que tiene muchos bienes? (Lc 18,22-23).
El que pretenda de verdad transformar la sociedad, liberando a los oprimidos, es necesario
que no tenga nada que defender personalmente para que pueda ser libre.
Pedro, que ha confesado su pecado, no será rechazado. Más allá de los peces, las redes y la
barca, Lucas quiere que nos demos cuenta de cómo se va tejiendo la fe de Pedro.
Todos los evangelistas nos hablan de este hombre tan importante en el proyecto de Jesús y
en la consolidación de la Iglesia. Una y otra vez nos lo presentan con una fe oscilante:
entusiasta, temeroso, impetuoso, fiel, de gran corazón.
A pesar de los contrastes de su personalidad, Pedro se va adentrando en el conocimiento de
Jesús, va creciendo en la experiencia de su persona. Encontramos en él todos los aspectos de la fe.
Para él, creer es fiarse, es amar, es comprometerse.
Pedro no llega a la fe de repente. El camino que lleva a ella no es único, y cada uno tenemos
que seguir el nuestro. Pero el ejemplo del pescador galileo puede darnos confianza, porque está
a nuestro alcance. Es un hombre como nosotros: con dudas, miedos, tentaciones; su
temperamento le era con frecuencia motivo de tropiezos. Pero su nobleza y buena voluntad le
permitieron seguir adelante.
Es posible crecer en la fe; es un don que se nos ofrece a todos. Lo que no podemos hacer es poner
condiciones. Nosotros hemos de aportar el querer, el pedir y el procurar vivir fiándonos totalmente de Jesús.
Aunque hablemos de la fe y del camino que conduce a ella, la fe, como el amor, no se puede
explicar. La fe se "demuestra" viviéndola a nivel personal y comunitario.
La fe es totalizante: abarca todos los aspectos de la vida. Pedro y sus compañeros son
conscientes de ello: "Dejándolo todo, lo siguieron".
Nosotros, ¿preferimos ir tirando, trampeando..., o hacemos como Pedro? Es fácil encontrar
personas en las que la fe sigue un camino, y su vida de familia, sus diversiones, sus negocios...,
otro.
El aferrarnos a las seguridades desvitaliza la fe. No es posible que la fe vaya junto a la
búsqueda de seguridades. La fe es una realidad fundamental, que exige pobreza y despren-
262
dimiento. Si podemos ser creyentes sin privarnos de nada, o andamos equivocados o no somos
creyentes.
Al final, es Pedro el que decide lo que debe hacer. Es un ejemplo de gran actualidad: la fe, hoy
más que nunca, implica la opción personal. Nadie puede decidir por otro. La herencia familiar o
ambiental no basta -el ambiente social actual es más bien adverso: está de moda no creer-. En
la fe uno se encuentra solo ante Dios y ante sí mismo.
La experiencia del relato, experiencia de Pedro ante todo, es ahora experiencia de la Iglesia,
de cada comunidad y de cada cristiano. Es nuestra propia historia lo que percibimos las comunidades y los cristianos en la aventura de Pedro.
A partir de tal o cual fracaso, inevitable en la historia de los hombres -aquí no han
pescado nada-, Jesús nos muestra que con El es posible otra cosa: es posible ser eficaces en lo
mismo en que, antes y solos, habíamos fracasado.
Es cristiano el que conoce vivencialmente lo que transmite, el que da testimonio de la verdad
de Jesús de Nazaret ante los demás. El que continúa, con su vida y sus palabras, la realización
del Reino iniciada por Jesús y que no ha llegado a su plenitud.
La Iglesia debe ser continuadora de Jesús. Y, como El, ir siempre al núcleo de los problemas
de los hombres, pase lo que pase.
Al transmitir nuestra fe a los demás, los cristianos no vamos a llevar a nuestros hermanos no
cristianos el mensaje de algo que ignoran o de lo que carecen completamente. Todo hombre y
toda actividad humana tienen, en su fondo último, una presencia del Espíritu de Cristo. Nuestra
misión no es descubrir lo que el hombre ya es, sino ayudarle a que llegue a ser lo que es
inicialmente. Nuestra misión no es destruir, sino revelar; tratar de interpretar la realidad,
trabajar en su transformación colaborando con todos los hombres de buena voluntad.
Jesús fundamenta todo en el amor, porque sabe que el amor no es un capricho personal, sino
lo más esencial a la vida de todo hombre. Jesús conoce a Dios y sabe cómo ha sido creado el hombre; por eso responde a lo esencial. Y hace que el hombre, trabajando en ello, vaya encontrando
soluciones a su vida, vaya resolviendo sus problemas.
Dios no nos da todo hecho. Jesús hace echar las redes a los apóstoles. Este es el estilo del
Mesías en quien los cristianos tenemos puesta nuestra esperanza, del Mesías que nos ha llamado
a vivir en la libertad que se fundamenta en la verdad (Jn 8,32).
Los cristianos somos libres en la esperanza, porque hemos sido liberados por Cristo de todo
lo que nos encadena: opresión, egoísmo, odio, injusticia, mentira..., aunque no sea todavía realidad en nuestro "hoy". Nuestra misión consiste en ayudar a todo el hombre -cuerpo y espírituy a todos los hombres a salir del mar de cualquier mal que trata de ahogarnos a todos; y
colaborar en todo lo que sea comunicar vida abundante (Jn 10,10), la vida que es Dios.
No podemos callar ni evadirnos si, coma Jesús, hemos optado por estar al servicio de los
hombres. Esto es continuar la misión de Jesús. Para esto es su llamada.
263
La opción a favor de la convivencia de todos los hombres, cuando se lleva a la práctica,
repugna a todas las demás opciones. Por eso, los cristianos, si seguimos a Jesús de verdad,
seremos motivo de contradicción y piedra de tropiezo para los hombres (Lc 2,34), incluso -¿y
principalmente?- cristianos.
264
La curación del leproso
Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
-Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. El lo despidió,
encargándole severamente:
-No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote
y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero cuando se fue empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones,
de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se
quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
(Mc 1,40-45; cf Mt 8,2-4; Lc 5,12-16)
1. La lepra, signo del pecado
La enfermedad y los sufrimientos que la acompañan provocan en el hombre una gran
inseguridad, consecuencia de la debilidad y fragilidad de la naturaleza humana. La
enfermedad contradice los deseos de absoluto y plenitud que todos los hombres tenemos en
lo más profundo de nuestros corazones.
La Biblia nos presenta la enfermedad como consecuencia del pecado individual y
colectivo de los hombres. Nos presenta el dolor como un mal que, al igual que el pecado,
no existirá en el reino de Dios.
Las curaciones de Jesús son señales del Reino que va llegando a nosotros.
Para el hombre moderno, la curación de las enfermedades es un triunfo exclusivo de la
medicina. No aborda ya la enfermedad con el significado religioso que veían en ella los antiguos. La
primera y única reacción del enfermo hoy es llamar al médico. Por eso el hombre actual no se
inmuta ante las numerosas curaciones atribuidas a Jesús por los evangelistas; ni se inmuta ante
la resurrección de muertos. Se limita a negarlas o a prescindir de ellas. Pocos son los que tratan
de profundizar en la enseñanza que los evangelistas nos han querido transmitir. Ahondar en su
significado es lo que debemos hacer los cristianos si queremos fundamentar nuestra fe en Jesús.
Entre todas las enfermedades, la lepra ocupa en la Biblia un puesto muy importante. Los
capítulos 13 y 14 del Levítico nos transmiten las leyes sobre las enfermedades de la piel y la
lepra, con las medidas preventivas para evitar lo que se creía que era contagioso. Y el
complicado ritual que había que realizar, en caso de curación, para reintegrar a la vida normal
al que se curaba.
La lepra era el signo del pecado, de la impureza ante Dios. Por eso era el sacerdote el que
debía diagnosticarla y separar de la comunidad al enfermo, y verificar la curación para
reintegrarlo a ella.
265
El pecado, el mal que hay en todos los hombres, también es contagioso. Pero no podemos
separar al pecador: tendríamos que vivir todos separados, porque todos somos pecadores:
Si decimos que no hemos pecado,
nos engañamos y no somos sinceros...
Si decimos que no hemos pecado,
lo hacemos mentiroso
y no poseemos su palabra.
(1 Jn 1,8.10)
2. El mal existe
Tenemos que hacer un esfuerzo de lucidez para llamar al pecado pecado; al mal, mal. Hay
realidades de mal, de pecado, en las que este esfuerzo de claridad no es difícil. Pero cada época,
cada grupo social, cada edad, cada persona, tendemos, casi inconscientemente, a excluir de la
lista de pecados un sector de nuestra vida: aquel que más nos compromete y deberíamos cambiar
principalmente. Es, por ello, especialmente necesario ser claros, valientes, sinceros, dar a cada
acción su nombre.
Es urgente en nuestra sociedad esta exigencia de juego limpio. Si una conducta es injusta, no
vale decir que es inevitable o que todos lo hacen. Si un silencio, una verdad a medias, es
cobardía, no es jugar limpio calificarlo de prudencia. Si es difícil vivir una sexualidad adulta, no
es jugar limpio hablar de superación de tabúes sexuales para hacer lo que nos venga en
gana...
Todos tenemos necesidad de vivir en la verdad, de buscarla con todas nuestras fuerzas, de
dar a lo que hacemos su verdadero nombre. ¿Cuánto silencio, reflexión y oración necesitaremos
para ello?
Es mucho más cómodo seguir así, dejarnos llevar por la comodidad y los "valores" de turno.
Es más fácil atacar a los otros. Pero no nos quejemos: así no podemos avanzar ni los individuos ni
las colectividades.
Dejemos que Jesús nos toque, como hizo con el leproso, y nuestra vida personal y comunitaria
quedará transformada.
Si leemos este pasaje a través del simbolismo de lepra igual a pecado, nos ayudará a
comprender algo fundamental para nosotros.
Jesús no se aleja del leproso, no lo condena. Pero tampoco disimula que tenga lepra. Lo ve
y lo ama como es. Si el leproso hubiera escondido su lepra -lo mismo que si nosotros escondemos nuestro pecado-, no se hubiera curado porque no habría pedido que le liberaran de su
mal.
El leproso creyó en Jesús y quedó curado. Tenemos que reconocer nuestro pecado, el mal que
hay en nosotros. Sea cual sea. Sobre todo el mal que más nos cuesta aceptar: el mal que no
creemos posible quitarnos de encima; la conducta injusta que no sabemos o no queremos
266
modificar; la cobardía que nos domina; el egoísmo que renace siempre en nosotros; la dureza
para con las personas que conviven a nuestro alrededor; la falta de esperanza y de amor; el vivir
aprisionados por el dinero, el placer, la indiferencia, la vagancia, la comodidad, el
"pasotismo"...
Tenemos que sentirnos solidarios con todos los pecadores. Sin el reconocimiento de lepra
colectiva, la sociedad no tiene posibilidad de seguir adelante. Podemos caer en dos tentaciones:
la del fariseísmo de la sociedad hipócrita en que vivimos, del cristiano puritano, de dividir a los
hombres en buenos y malos -que siempre son los otros- y excluirlos de la convivencia con los
buenos -que siempre somos nosotros-; y la de la permisividad que todo lo considera igual,
que es la tentación de la sociedad consumista, escéptica, "desarrollada", que no cree en la lucha
contra el mal, que niega en la práctica la línea divisoria entre el bien y el mal; línea que pasa
por cada uno de nosotros.
Ninguna de ellas es la conducta de Jesús: no excluye a nadie, y no deja el mundo igual. Ama
a cada hombre, a cada pecador, a cada leproso. No se desentiende de nuestro mal, de nuestra
lepra: nos cura si queremos y nos dejamos. Lucha contra el mal, contra el pecado, porque ama al
hombre, a cada hombre. Y porque nos ama, quiere liberarnos, salvarnos, curarnos.
3. La lepra actual
El aspecto más terrible de la lepra era la marginación. El leproso se convertía en basura. Más
grave aún que la enfermedad -terriblemente repugnante- era la incomunicación que la acompañaba. ¡Cuántas veces nos hacemos leprosos voluntarios al cerramos a la comunicación!
La vida humana es relación, que sólo es verdadera si se fundamenta en la comunicación. Nada
hay en el hombre más verdadero que la comunicación. ¿No es una exigencia del amor? La
comunicación es la utopía de toda persona bien nacida. Comunicación que tiende a la comunión
de bienes, de vida y de acción. Se da entre personas que están en ciertas condiciones de
igualdad. Para llegar a ella, cada uno tenemos que tratar de ser verdaderos, de ser nosotros
mismos. De esa forma estará patente la imagen de Dios que somos y todos nos asemejaremos;
hasta llegar al "no tengo nada: soy yo mismo". Sólo seremos en plenitud cuando no tengamos
nada, cuando no nos posea nada.
¿Quiénes son los leprosos, los marginados actuales? Además de los "voluntarios" que viven
encerrados en sus míseras vidas, pueden considerarse como tales todos aquellos que, dentro de su
desgracia, inspiran horror a nuestra sociedad, o repugnancia del orden que sea; por lo que
tendemos a orillarlos, a apartarlos de nosotros, a marginarlos. Entre ellos están también los
propios leprosos, a pesar de decirnos la ciencia médica que esa enfermedad no es contagiosa. Están
las largas listas de marginados sociales: deficientes mentales, delincuentes comunes, drogadictos,
267
alcohólicos, prostitutas, gitanos, ancianos, minusválidos... Todos ellos demasiado olvidados de
nuestra sociedad.
No debemos contentamos con la enumeración de listas generales. Cada uno debemos procurar
mirar a nuestro alrededor para descubrir, de un modo concreto, a las personas que viven como
verdaderos marginados, o que cada uno mantenemos como tales en la familia, en la vecindad, en
los grupos, en la comunidad...
4. La curación
El leproso va a Jesús. Se le acerca dando muestras de una plena confianza en El, de una
verdadera fe: "Si quieres, puedes limpiarme". En sus palabras está implícita su confesión en el
poder divino de Jesús, al pedirle algo que sólo Dios puede hacer.
Al acercarse a Jesús, el leproso rompe todas las normas vigentes en Israel. A la trasgresión del
leproso de las prescripciones que le obligaban a vivir apartado, Jesús corresponde con el signo máximo de acercamiento a una persona, también prohibido por la ley y que debería hacer de Jesús un
excluido más de aquella sociedad: "lo tocó". Esta posibilidad de ser excluido parece que no le
importa en absoluto. Y es que para Jesús sólo existe una ley importante: la del amor.
Jesús cura al leproso, símbolo del alejamiento humano. ¿Por qué es un mal la incomunicación? Porque pudiendo tener un corazón abierto al infinito, nos encerramos en nuestro mundo
raquítico: mis hijos, mi trabajo, mis problemas, mis ilusiones, mis neurosis... Nos encerramos en
una jaula, pudiendo volar hacia las alturas infinitas del amor. Estos son los leprosos
"voluntarios" a que me refería más arriba.
Jesús indica al ex leproso que no haga publicidad de su curación, ya que su finalidad no era
hacer ruido y atraerse a la gente, sino reintegrar a la sociedad a un marginado.
Para desembocar de verdad en la fe en Jesús y en su evangelio es necesario que recorramos un
determinado camino: oír la Palabra; reflexionar en ella personalmente; aceptarla, convirtiéndonos a ella; bautizarnos y seguir a Jesús, imitándole con nuestra vida.
Existen etapas que es imposible escamotear. Por eso, Jesús no quiere una publicidad que
pudiera tergiversar su verdadera misión. No quiere masas alienadas a la búsqueda de éxitos y
milagros espectaculares. Prefiere el anonimato. Sabe que el bien verdadero no hace ruido, ni el
ruido hace bien.
El evangelio es una luz invenciblemente eficaz, y la evangelización un camino que no puede
ignorar los plazos, las etapas, en el recorrido personal de la fe del niño al adulto. Lo recordó Jesús
y lo repiten los evangelistas. ¿Cómo puede olvidarlo la Iglesia en sus planteamientos catequéticos
y sacramentales?
Aunque el sentido más profundo de estas curaciones se nos escape, forman parte de unas
realidades esenciales del cristianismo. El milagro, que proclama la actuación de Dios en Jesús, es
268
un arma de doble filo: su finalidad es manifestar que Dios está presente en Jesús, que está a favor
del hombre, y nos pide fe y entrega a El; nos ayuda a decidimos a seguirle. Tiene el riesgo de, ante
el bienestar producido, quedarnos en ese bienestar renunciando al compromiso del seguimiento
de Jesús. La mayoría de los hombres, de antes y de ahora, al no calar en el sentido profundo de
los acontecimientos, acuden a Jesús o a la religión en busca de milagros o apariciones. Sus
auténticos discípulos van a El para seguirlo, en la "noche" de la fe.
Jesús despide al ex leproso y le hace presentarse al sacerdote, único que podía certificar que ya
estaba curado, para que le examine, paso necesario para que pudiera reintegrarse de nuevo al
pueblo y al culto. Así, aquel hombre tendrá de nuevo acceso a la convivencia social.
El ex leproso, al que Jesús recomendó que no dijera nada, empezó a comunicarlo a todos,
provocando la afluencia de las masas, el triunfo según la mentalidad humana e impidiendo a
Jesús entrar en los pueblos. Se quedaba en los lugares solitarios fuera de los pueblos y
ciudades.
La ciudad es el lugar en el que acampa la masa, la muchedumbre. Y la masa quiere prodigios, folklore, novedades..., pero es incapaz de ahondar en los significados, en los compromisos que encierran.
Jesús quiere evitar un éxito demasiado patente con respecto a la muchedumbre: no desea
verse encerrado en su círculo. Por eso había mandado callar al ex leproso. Quiere que los
hombres lleguemos personalmente a sus profundos planteamientos, a las razones de su vivir y
actuar, única forma de poder conectar con El.
Jesús quería evitar la contradicción de confesarnos cristianos y, a la vez, impedir su acción
íntima y transformadora. Tomarlo como un buen médico que nos conserva en la vida sin problemas, y no como Alguien que nos pide perderla para ganarla (Mt 16,25). Llevar escapulario, ir
a procesiones, frecuentar la iglesia... y tener el pie pronto a zancadillear (Mt 7,21).
Jesús hace el bien; no puede dejar de hacerlo. Por eso quiere que el leproso quede limpio,
aunque su curación no le lleva a seguirle, como hubiera sido lo lógico.
El despiste del leproso curado que no es seguidor de Jesús puede servirnos de punto de
referencia para revisar nuestro seguimiento, para ver lo que tenemos que rectificar en nuestra
vida. El leproso tiene un conocimiento muy claro de Jesús y sabe que, si quiere, puede
curarlo; pero ese conocimiento no le lleva a irse con El.
La salvación-liberación está en el seguimiento de Jesús. Nos vamos curando en la medida en
que lo vamos siguiendo. Así es como vamos superando el pecado en nuestra vida; superación que
será total en cada uno de nosotros después de la muerte.
269
El paralítico de Cafarnaún
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la palabra.
Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío,
levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
-Hijo, tus pecados quedan perdonados.
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
"¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de
Dios?"
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
-¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados
quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para
perdonar pecados..., entonces le dijo al paralítico:
-Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se
quedaron atónitos, y daban gloria a Dios diciendo:
-Nunca hemos visto una cosa igual.
(Mc 2,1-12; cf Mt 9,2-8; Lc 5,17-26)
1.Nuestra sociedad paralítica
Es evidente que vivimos en una sociedad injusta: unos pocos tienen mucho y otros muchos,
poco o nada; el lujo de unas naciones lo pagan otras con el hambre y el subdesarrollo; una
minoría acumula en sus manos la posibilidad de imponer sus decisiones a la mayoría y de privarla
de los derechos más elementales -por ejemplo, el problema de la contaminación: como unos pocos
tienen sus piscinas para bañarse y sus zonas residenciales para poder respirar, ¡qué les importa la
limpieza de los ríos y de las zonas industriales, si ellos ganan así más dinero!-; muchas personas
viven atrapadas por interminables jornadas de trabajo y pluriempleos, mientras otras pasan
dificultades económicas por el paro y el salario insuficiente; con el armamento existente se puede
destruir el mundo varias veces, y se siguen construyendo a gran escala para defendernos: ¿de qué?,
¿no es suficiente con destruir el mundo una vez?... En nuestra sociedad, por unas u otras causas,
la mayoría de los hombres y de los pueblos se encuentran imposibilitados para realizarse como
personas.
Todo esto es fácil reconocerlo. Pero ¿qué hacemos para cambiarlo?, ¿no estamos
paralizados?, ¿no somos unos dóciles borregos que vamos a donde nos quieran llevar los que
mandan? ¡Hasta puede que nos pongan alguna medallita si seguimos por este camino!
270
¿Y en la Iglesia? Mucho hablar de concilio, de cambios, de los jóvenes que pierden la fe y de los
adultos que no la vivimos; mucho hablar de los obispos y de los sacerdotes y de lo mal que está
todo..., pero ¿qué hacemos en concreto, además de lamentarnos?
¿Y en nuestra vida personal? ¿Qué hacemos para que la familia sea más cordial, los estudios
no alienen y preparen de verdad para la vida, los grupos sean más fraternales?...
Acusamos a la vez que buscamos excusas para no hacer nada. Nos paraliza la comodidad y la
superficialidad de la sociedad de consumo; el limitarnos -en el mejor de los casos- a denunciar lo
que creemos está mal sin esforzarnos en profundizar en lo que debería ser; el individualismo, el
pecado que todos llevamos dentro y del que no salimos porque no queremos o porque queremos salir
solos; el silencio por la falta de compromiso; la pasividad ante todo lo que ocurre delante de
nosotros; la soledad y el vacío por no ahondar en la gran cantidad de ideas e ilusiones que
pasan a nuestro lado; la cobardía que supone no decir de verdad lo que pensamos y no buscar
la ayuda de otros para caminar por la vida... Nos paraliza la falta de fe en Jesús, al que tenemos
miedo, porque sabemos que nos lo quiere pedir todo, porque sólo ese "todo" nos puede liberar y
dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. Nos paraliza la falta de oración encarnada en
nosotros y en los acontecimientos y personas que nos rodean. Nos paraliza el no querer
compartir la vida con la familia, los amigos, los grupos, la comunidad.
¿No deberíamos identificarnos todos nosotros, individual y colectivamente, con este paralítico
de Cafarnaún? ¿No somos todos pecadores? ¿No vivimos paralizados? ¿Cómo avanzar solos por
un camino que hemos de hacer juntos?
2. La "salvación" empieza en el ahora
La curación del paralítico nos la cuentan los tres evangelios sinópticos. El relato de Marcos
sirve de base a los otros dos. Mateo reduce la escena a lo esencial, prescindiendo de los detalles
anecdóticos y plásticos de Marcos y Lucas.
El relato comienza con una concentración popular en torno a Jesús, en la que "El les
proponía la Palabra". La multitud sigue a Jesús, pero los maestros de la ley, los dirigentes, están
al acecho. El ambiente de acogida de los sencillos empieza a romperse al entrar en escena los
escribas y los fariseos.
Jesús vive lo que dice, y contagia a los que le escuchan. Y esto no se lo perdonan los dirigentes:
con su vida deja al descubierto la hipocresía de los que se llaman representantes de Dios. Parece
que es la fidelidad de su vida a la Palabra lo que inspira la confianza de los oyentes y lo que les
mueve a formularle sus más íntimos deseos.
Para Jesús, su mensaje no es un modo de teorizar o de ganarse la vida, sino su misma vida.
Diferencia abismal con los que nos llamamos seguidores suyos. Esto le acarreará resistencias, que
irán aumentando con el paso de los días: sus parientes le querrán disuadir de su misión, los
271
discípulos no acabarán de entenderle, los enfermos irán a El únicamente para quedar sanos
de su mal físico...
¿Por qué las resistencias a Jesús? Es muy difícil aceptar a una persona que puede poner en
peligro nuestra seguridad, nuestra comodidad y nuestro futuro si la seguimos. Es más cómodo y
más rentable, si lo miramos con ojos mundanos -como es lo normal-, seguir a aquellos que
lo máximo que nos piden son unos ritos externos al margen de los intereses verdaderos de
nuestra vida: posición social, negocios...
En el caso de Jesús no estaban dispuestos -ni lo estamos ahora- a aceptar que El fuera
la medida de todo lo humano. Aceptamos al Jesús de los prodigios, al Jesús que apoya las
propias situaciones y privilegios, aunque con las palabras sigamos hablando del Jesús que está
a favor de los pobres, de los marginados... Rechazamos al Jesús que establece una nueva escala
de valores, que destruye los formulismos religiosos sin espíritu, que compromete seriamente a
sus seguidores con la justicia y la libertad, que está a favor de los que margina la sociedad, que
contradice los intereses de los poderosos civiles y religiosos... Esto nos da miedo.
La multitud de los sencillos cree en Jesús con una fe muy primaria. Tienen el corazón
abierto al no tener nada que defender. Con mucha frecuencia, para creer tendrán que superar
las estructuras que tienen "encadenado" al Dios de Jesús y al mismo Jesús.
La búsqueda de Dios es un don suyo que siempre pide una respuesta libre del hombre: de
apertura, de conversión, de fe. El Dios de Jesús, el que nos presenta la Biblia, nunca es alienante;
el que presentamos nosotros, muchas veces sí lo es. Al Dios de Jesús no le preocupan sólo las
"almas" ni sólo la mejora del mundo en lo material: le importa liberar, salvar a todo el
hombre para siempre, y en lo posible, ya en la historia. La salvación-liberación definitiva es
escatológica -para después de la muerte-, pero ha comenzado ya en la historia.
3. Jesús perdona los pecados...
La palabra que transmite Jesús no consiste solamente en hablar: es eficaz, realiza lo que
significa, es sacramento. Así se explica que el texto, después de decirnos que Jesús "les
proponía la Palabra", nos ofrezca un ejemplo plástico de esta Palabra eficaz: sus curaciones
son "Palabra".
"Llegaron cuatro llevando un paralítico..." La fe del paralítico y de los que lo llevan
conmueve a Jesús y le impulsa a actuar. Lo que cuenta es siempre y sólo la fe. Una fe que no es
creer todos los dogmas de la Iglesia -eso quizá venga después-, sino creer que Dios actúa en
nuestra vida y nos puede liberar de todo mal para siempre. Para "levantar unas tejas encima
de donde estaba Jesús, abrir un boquete y descolgar la camilla con el paralítico", ¿no es
necesario tener una gran fe en el poder curativo de Jesús? Una fe tan grande que venció todos
los obstáculos y dificultades; una fe que es confianza ilimitada en el poder de Jesús,
272
los obstáculos y dificultades; una fe que es confianza ilimitada en el poder de Jesús, puesto a
disposición del hombre. La fe condiciona los signos de Jesús. Cada uno los capta según sea su
actitud de apertura hacia El, según los intereses que quiera defender.
Este relato nos va a presentar la curación como signo externo de la realidad del perdón de los
pecados, núcleo del texto.
"Tus pecados quedan perdonados". Con este perdón Jesús quiere llevar hasta el fondo la
liberación del hombre; porque el pecado está en la raíz del desorden del mundo, manifestado
externamente en la enfermedad, el dolor y, sobre todo, en la muerte.
El paralítico -como cada uno de nosotros y todos los hombres- padece dos
enfermedades. La enfermedad del pecado es la más grave, porque ningún médico humano puede
enfrentarse a ella. Sólo Dios puede curarla.
Lo sucedido al paralítico y a los que le acompañaban le puede suceder a todo el que se
ponga en camino de búsqueda. Aquí unos hombres acuden a confiar a Jesús el problema que
les agobia; Jesús acoge su petición, pero, al mismo tiempo que la acoge, la eleva. Del hombre ante
su suerte se pasa al hombre ante Dios. Paso decisivo, que algunos rehúsan y se recluyen en el
cerrado mundo de sus limitaciones; y que otros aceptan capacitándose para su encuentro con
Dios.
La respuesta de Jesús a la fe de aquellos hombres parece equívoca a primera vista: le perdona
los pecados, cuando lo que ellos querían era la curación de la parálisis. Con ello, Jesús no
quiere decir que aquel paralítico fuera particularmente pecador. Para El, el mal físico
-enfermedad, muerte- no pertenece al proyecto inicial de Dios, sino que es un añadido debido
a la maldad de los hombres. En la Biblia el "pecado" no es solamente la culpa de un individuo
consciente, sino principalmente un estado de cosas, una estructura que los hombres podemos
vencer a condición de no olvidar la casi identidad entre mal y pecado. No podemos combatir el
pecado humano sin, al mismo tiempo, luchar eficazmente contra el mal que asedia al hombre por
todas partes. Como tampoco podemos transformar el mundo sin curar el pecado que anida en
los corazones humanos. Por eso, como signo de la posibilidad de curación que hay en las
parálisis de los individuos y colectividades, comienza curando los pecados, causa y raíz de todos
los males. ¿Cómo hacer una sociedad en la que reine la justicia si somos nosotros injustos?:
"Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu
hermano" (Mt 7,5).
Jesús llega al nudo del drama humano: "el pecado del mundo" (Jn 1,29), el pecado del
hombre.
Los compañeros del paralítico y el propio enfermo no deseaban otra cosa que obtener la
curación: no sufrir, ser felices... Jesús no prescinde del drama humano, causa del grupo que se
formó a su alrededor, pero orienta la búsqueda de la gente hacia lo que es la raíz del
273
sufrimiento y del dolor, el pecado, cuyo perdón es necesario para que pueda realizarse la
curación que se pide.
Sin curar antes el pecado no se puede curar la parálisis. Todos somos pecadores y paralíticos.
Vivimos reducidos a pensar y actuar de un modo raquítico: "el hombre no es más que..., no soy
capaz..., me gustaría, pero..." Algunos ejemplos que nos afectan en mayor o menor grado:
enamorarse... y llegar a reducir al otro a objeto de placer y así degradar el amor, o encerrarse
en ese enamoramiento como si no hubiera más gente alrededor; casarse con toda la ilusión del
mundo y dejar de alimentar ese amor, llegando hasta la total incomunicación; niños
encantadores que, paso a paso, se van convirtiendo en adultos que no saben otra cosa más que
matar el porvenir... Esto se llama pecado en lenguaje religioso y explica el drama humano.
Es pecado vivir manejado, no tener un criterio personal de las cosas y de los acontecimientos;
repetir como un loro los eslóganes que sufrimos, incapaces de pensar y actuar en ella con independencia... Es pecado todo lo que impide nuestra plenitud personal y la plenitud de toda la
humanidad, una humanidad que ha perdido el sentido del pecado, y eso que el pecado ocupa el
centro tenebroso de esta vida y explica el sufrimiento del hombre.
Jesús cura el pecado, la causa de todas las limitaciones humanas, nos abre el camino para
ser hombres de verdad. Para ello hemos de imitar su vida: dar más que recibir, vivir para los
demás con olvido de uno mismo, amar hasta dar la vida, ser pobres, trabajar por la libertad
de todos para ser libres nosotros mismos -no lo seremos nunca solos-... Iremos superando el
pecado siguiendo los planteamientos de la vida de Jesús. Y así nos vamos salvando, nos vamos
realizando como personas.
Jesús perdona con facilidad los pecados de unos, a la vez que ataca duramente los pecados
de otros. Y no lo hace por la clase de pecado, sino por la actitud del hombre ante su pecado.
Perdona los pecados de los "malos", de los pecadores -de los que se reconocen como tales-,
nunca los pecados de los "buenos" -no los tienen-. Sólo se interesa por los enfermos. Lo
somos todos, pero sólo podrá buscar curación el que lo reconozca y no esté a gusto en esa
situación.
Para que un pecado sea perdonado es necesario reconocerlo. Y, a la vez, creer que hay Alguien
más fuerte que nuestro pecado: Dios. Sin esta fe no hay nada que hacer. Con fe, todo es posible: incluso que un paralítico, nosotros, comencemos a caminar. Fe no en nosotros, sino en la
fuerza de Dios presente en nuestra vida.
Los escribas y los fariseos, razonando lógicamente, creen que Jesús blasfema contra Dios.
¿Cómo puede perdonar pecados si eso es algo que compete únicamente a Dios? Los evangelistas
no los desmienten: Jesús se comporta como si estuviera en el lugar de Dios.
Los escribas y los fariseos son los defensores de los "derechos de Dios". Y hay algunas cosas,
exclusivas de Dios, que no pueden ser tocadas en absoluto por los hombres. Tal es el perdón de
los pecados. Que los hombres nos perdonemos unos a otros, de acuerdo; pero el perdón de los
274
pecados es algo que viene directamente de Dios, y los canales de ese perdón están
rigurosamente establecidos, fuera de la vida cotidiana de los hombres.
Con sus palabras, Jesús nos declara que Dios no es la pureza ritual, ni el juez de los hombres,
ni el Señor que prepara el castigo de los malos: es el amigo que ofrece a todos su amistad. Por
eso perdona sin pedir nada a cambio.
4. ...Y cura las parálisis de los hombres
"Para que veáis... Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa".
Por ser el pecado la causa del sufrimiento, la curación es la señal del perdón. Perdón que
está fuera del alcance de los hombres, lo mismo que la curación de un paralítico. Jesús hace lo
que ningún hombre puede hacer: perdona el pecado como paso previo para poder anular los
efectos de ese pecado: el sufrimiento del hombre.
Nada podemos hacer sin El (Jn 15,6). ¿Cómo curamos la parálisis de la comodidad, de no
querer ver, de ir tirando... si Jesús no nos anima a levantarnos, ayudándonos a quitamos las
defensas en las que nos hemos refugiado?
La curación del paralítico, con el perdón previo de sus pecados, es síntesis de la palabra
predicada por Jesús. No podemos reducir el anuncio del reino de Dios a la zona de lo espiritual o
de lo corporal exclusivamente. Todo el que pretenda limitar el anuncio del evangelio de Jesús al
perdón de los pecados, sin incluir el problema de la liberación humana integral -corporal,
social, política-, será un traidor a la palabra tan claramente anunciada por Jesús. Lo mismo
que toda tentativa de liberar a la humanidad de sus alienaciones que no tenga en cuenta la
estructura de pecado que envuelve la existencia y la historia de cada uno y de la sociedad, tiene el
peligro de desembocar en un completo fracaso. El evangelio es la buena noticia que anuncia la
liberación total y plena del hombre: cuerpo y espíritu.
La salvación-liberación que trae Jesús es total. Ha recibido, privilegio único, "potestad en la
tierra para perdonar los pecados" y para curar las enfermedades. Por ello es comprensible la
admiración que brota de la multitud, "sobrecogida" por la evidencia: allí estaba presente Dios.
Pero esta multitud no sabe decir nada más; sigue ignorándolo todo acerca de Jesús; se limita a
constatar que "nunca hemos visto una cosa igual".
La multitud ha visto, pero no sigue a Jesús. Es un modo de afirmar la lentitud del proceso
de la fe que lleva a El y de indicarnos que no basta con saber para actuar. Quizá esta multitud
no era consciente de estar enferma y necesitada de curación, al no haber sido liberada de su
pecado. Una multitud que nos debería hacer reflexionar a nosotros sobre cómo estamos
llevando a la vida los conocimientos que vamos teniendo de Jesús.
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Jesús siempre se nos aparece preocupado por sanar al hombre, por animarle a que sea
realmente él mismo, llegando hasta lo más profundo de su mal. Los milagros le son arrancados
por la fe y por el sufrimiento de los hombres.
En Mateo la maravilla de la muchedumbre no está suscitada, a diferencia que en Marcos y
Lucas, por el prodigio realizado, sino porque Dios "da a los hombres tal potestad".
5. El sacramento de la penitencia
El poder de Jesús de perdonar los pecados fue comunicado a la Iglesia. Y, dentro de ella, a
los hombres elegidos por El para realizar directamente esta misión de perdón. Un perdón que
es inseparable de la persona de Jesús y de su comunidad de creyentes.
El sacramento de la penitencia es el signo del perdón que el Padre nos concede. Un perdón
que nos es concedido directamente por Dios al arrepentirnos y que los cristianos debemos
celebrar individual y comunitariamente en el sacramento. De otra forma no sabríamos cómo
hacerlo.
En este sacramento hay muchas cosas que clarificar, partiendo de la historia y del concilio
Vaticano II. Limitarnos a criticar la forma en que se realiza no lleva a ninguna parte. Es necesario
que las comunidades cristianas reflexionemos sobre cómo deberíamos celebrarlo, sobre cómo
sería signo para nosotros del perdón del Padre y de los hermanos y del que nosotros mismos
otorgamos a los demás.
Es el sacramento que ha sufrido más variaciones en la historia, en la forma de su
celebración. Cambios que no han terminado ni podrán terminar nunca, que deberán renovarse
constantemente, para que los signos sean más asequibles a la comprensión de los hombres de
cada época y lugar. Siempre quedará en el proceso penitencial, como lo más fundamental y
necesario, la conversión interior del hombre pecador. Sin ella, todo lo demás es inútil, como lo
demuestran tantas confesiones frecuentes, durante años y años, sin ninguna repercusión en la
vida.
Dios busca, ante todo, la sinceridad del corazón, no la "magia" tan extendida de unos
gestos externos. En el perdón que los hombres nos damos y recibimos y en la vida entregada al
bien de los demás está presente el reino de Dios y el perdón de los pecados, y no en otra parte.
Y eso es lo que debemos celebrar en el sacramento.
Sólo cuando los cristianos nos amemos y amemos al mundo, sólo cuando formemos
comunidades auténticas, seremos signos ante los hombres del perdón de los pecados que el
Padre nos ha concedido.
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La vocación de Mateo
Cuando salía de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo
sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
-Sígueme.
El se levantó y lo siguió.
Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores
que habían acudido se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
-¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
Jesús lo oyó y dijo:
-No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad,
aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
(Mt 9,9-13; cf Mc 2,13-17; Lc 5, 27-32)
1. La conversión de Mateo
El texto nos presenta la llamada de Jesús a un publicano, recaudador de impuestos, a
seguirle y formar parte del grupo de discípulos; y una comida en casa de este hombre con
marginados de aquella sociedad.
Mateo coloca su conversión entre las narraciones de milagros, porque sabe que el mayor
milagro es siempre una conversión, porque ha experimentado hasta qué punto la llamada
inesperada, desconcertante, transformadora de Jesús ha sido para él camino de vida
verdadera.
Mateo, que pertenece a una clase social despreciada por los judíos por colaborar con la
dictadura romana y obtener así ventajas económicas, es incluido por Jesús en el grupo de los
Doce. A los pescadores se les une ahora uno a quien se le niega el saludo. Se ve de nuevo la
predilección del maestro por los despreciados de la sociedad.
El clasismo religioso y social del tiempo de Jesús era tan nefasto y absurdo como ahora.
Las disputas a causa de él eran frecuentes. Pero Jesús se mantuvo por encima de ellas; habló
de amor y libertad y transmitió el mensaje del Reino a todos, sin fijarse en la situación social o
procedencia de los hombres. Con el paso del tiempo iría constatando que eran los marginados los
que le seguían, mientras los "piadosos" le atacaban, y no pararon hasta acabar con El en la
cruz. Quizá algún día nos convenzamos de que ahora está pasando lo mismo: juzgamos a las
personas según vayan o no a misa, cuando lo importante es que estén o no trabajando por el
Reino de la justicia, que es el reino de Dios y de Jesús; pensamos que cree en Dios todo el que lo
afirma así, sin darnos cuenta de que la fe en El se tiene que demostrar en las obras. ¡Cuántos
ateos y agnósticos están demostrando hoy con sus obras de justicia su fe en el Dios de
277
Jesús!
En momentos como el nuestro, en que los hombres vivimos enfrentados por divisiones
políticas, económicas o religiosas, el gesto de Jesús es luminoso. Es necesario que creemos una
comunidad nueva, en la que desaparezcan todos los privilegios, todas las opresiones y odios,
todas las clasificaciones, una comunidad en la que todos tengamos los mismos derechos y
obligaciones y en la que todos participemos libremente como hermanos.
El cobrador de impuestos, además de ser despreciado por los judíos por colaborar con los
romanos, era "pecador" porque se contaminaba constantemente con su trato frecuente con los
paganos.
Marcos y Lucas llaman a este cobrador de impuestos Leví. El primer evangelio lo llama
Mateo. Era corriente que un judío tuviera dos nombres, uno hebreo y otro griego; aunque a
veces los dos nombres eran hebreos. Es posible que Jesús le cambiara el nombre de Leví por el
de Mateo, que significa "don de Dios", lo mismo que había hecho con otros de sus íntimos (Mc
3,16-17).
Jesús llama a Mateo a seguirle. Su respuesta es inmediata y total, como debe ser la
respuesta de todo auténtico seguidor de Jesús. Se entrega sin reservas: "dejándolo todo, se
levantó y lo siguió".
El proceso personal real de la conversión de Mateo lo desconocemos. Pero sí sabemos que
por pasarse al bando de Jesús, que es el bando del pueblo de los pobres, dejó el empleo, su modo
de vida, por ser incompatible con el seguimiento de Jesús. Era un ciego y un paralítico, ya que
su horizonte se limitaba al dinero, atado a su mesa, a su oficio, a su ambiente. De todo se vio libre
y pudo empezar una nueva vida. Sigue a Jesús, acoge su Palabra, dejando sus propias
seguridades.
Creen en Jesús los que siguen sus pasos, los que ponen en práctica sus ideales, porque sólo
siguiéndole se le puede ir entendiendo y comulgando con su vida.
Ser cristiano es tener la experiencia personal de sentirse llamado a seguir el camino de vida
de Jesús.
2. Jesús come con pecadores
Mateo invita a comer a Jesús y a sus seguidores. Esta comida atrae a toda clase de gente de
mala reputación.
En el mundo oriental antiguo, comer con otro era tenido por un gran honor y expresión de
confianza e intimidad. Entre los judíos era el signo más valioso de amistad y comunión, no sólo
a un nivel humano, sino en el mismo plano religioso: indicaba de alguna manera comunidad
ante Dios. Por eso los judíos evitaban comer con los miembros pecadores del pueblo. Comer con
ellos era entrar en profunda convivencia con los pecadores, era como asumir y aceptar su modo
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de vivir. Los fariseos únicamente comían en las casas donde era seguro que se cumplían todas
las complicadas normas rituales de abluciones, rezos..., cosa poco probable en casa de un
publicano. Comer con los publicanos, que se aprovechaban de sus paisanos al cobrar los
impuestos y no cumplían con los ritos religiosos, era un gran escándalo.
Jesús se comporta de forma distinta, no se avergüenza de convivir en esta sociedad equívoca.
Se encuentra bien en ella; no teme quedar impuro según la ley. Con su actitud da un gran paso
hacia la liberación de las estructuras, de las clases sociales..., que impedían relacionarse a unos
con otros al clasificar a cada uno de antemano por su actuación externa. Tiene su propia escala
de valores: ha hecho la opción por los marginados y pecadores y les da la mano para reintegrarlos
a la sociedad de los hombres y a la amistad con Dios. Se rodea de una sociedad "selecta".
Nosotros hacemos como los fariseos: vamos haciendo exclusiones a nuestra medida,
clasificamos a las personas según nos interesa o según sea el volumen de su cartera. Pocas veces
tratamos de comprender en profundidad a una persona antes de emitir nuestro juicio sobre ella.
Jesús habla con frecuencia del reino de Dios comparándolo con un banquete. Estas comidas
con los pecadores son un signo y anticipación de la fiesta del banquete del Reino. Banquete abierto
a todos, que instaura un nuevo tipo de relaciones con Dios y con el prójimo, en el que los últimos
serán los primeros (Mt 20,16). Los judíos que han llevado a la cruz a Jesús, acusándole de blasfemo por romper el orden "querido por Dios" sobre la tierra, le han comprendido mucho
mejor que los millones y millones de cristianos que han reducido su mensaje a "salvar almas" y
a ritos sin vida.
Para los fariseos lo que está pasando es escandaloso y condenable. Dios no puede querer
eso. Preguntan a los discípulos. ¿Qué pretensiones podía tener un "maestro" que frecuentaba
aquellas compañías peligrosas?
La atención que Jesús dispensa a la gente que no observaba la ley, según la interpretación
farisaica, es motivo de choque.
La respuesta de Jesús puede parecer desconcertante a primera vista. El no se refiere a que
sea mejor ser pecador que justo, enfermo que sano. Lo que hace es ayudarlos a que se
reintegren a la sociedad de los hombres y a la amistad de Dios, en lugar de excomulgarlos
despectivamente como hacían los escribas y fariseos. Jesús se dirige a los pecadores, no porque
desprecie o aprecie menos a los justos, sino porque aquéllos tienen más necesidad de El. Además,
en una sociedad en la que todos somos pecadores y enfermos, solamente podrán ser perdonados
y curados los que se reconozcan como tales y pongan los medios para ello. De hecho, fueron los
que se consideraban justos los que le rechazaron, los que no reconocieron la necesidad que,
también ellos, tenían de conversión, los enfermos inconscientes que creían no tener necesidad de
médico.
La respuesta de Jesús no es tampoco una justificación de los pecadores. No niega que lo sean:
eran reconocidos como tales y no pretendían ocultar sus defectos. Pero son los escribas y los
279
fariseos los verdaderos pecadores, porque se consideraban justos y no lo eran. Con su conducta
se cierran totalmente al perdón de Dios. Los que se creen sanos, los que la ley de los fariseos
consideraba sanos, no necesitan médico.
Jesús emplea la ironía, única forma a veces de descalificar a los "buenos". No dice que los
fariseos sean sanos, sólo afirma que El ha sido enviado a los enfermos. Los que se consideren
sanos nunca acudirán a un médico, que, según ellos, no les hace falta.
¿No es evidente que todos somos pecadores, enfermos? Lo que necesitamos es reconocerlo.
Sólo entonces podrá Jesús entrar en nuestra vida. El "sano" cree que se basta solo para hacer
frente a sus dificultades. Se identifica con el "listo". Los hay de muchas clases: el "listocientífico", el "listo-religioso", el "listo-político", el "listo-economista"... Lo saben todo y lo
hacen todo bien. Niegan todo aquello que no saben, o no entienden, o no les conviene; son ellos
la medida de todas las cosas.
El creernos sanos es una tentación que nos acecha a todos. Los que se creen sanos se
cierran a caminos nuevos y se pudren en su cerrazón. Los marginados tienen más tendencias a
abrirse y a admitir cambios: los necesitan. Con éstos se puede hacer el reino de Dios; con los
otros, no.
Todo el texto está formulado en una perspectiva eclesial: los judíos acusan a los discípulos de
Jesús, a los cristianos, de comer con los publicanos y pecadores. Esto significa que la actitud de
Jesús continuó en su Iglesia.
Nosotros deberíamos preguntarnos: ¿se puede dirigir esta acusación a los cristianos de hoy?
¿Nos caracterizamos por el hecho de romper todas las barreras de raza, de religión, de sexo,
de clase social, de ideas políticas...? ¿Creamos fraternidad y comunión, "comiendo" con los
hombres perdidos de la tierra? ¿Se nos podría lanzar esa "acusación" a cada uno de
nosotros?
Quizá Jesús no tenga necesidad de defendernos, como defendía a sus primeros discípulos,
porque nosotros hayamos preferido abandonar su senda...
280
El ayuno y la nueva ley
Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno, vinieron
unos y le preguntaron a Jesús:
-Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué
los tuyos no?
Jesús les contestó:
-¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con
ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar.
Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán.
Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado;
porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres, y se
pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos.
(Mc 2,18-22; cf Mt 9,14-17; Lc 5,33-39)
Jesús manifestó ampliamente su sentido de Dios -Padre y Amor- y su proyecto de
existencia humana, como respuesta a ese Dios. Fue fervorosamente acogido por gran
número de personas -desheredados de la tierra, buscadores de sentido para la vida,
insatisfechos...-; pero también encontró adversarios -los que ante su programa tenían
algo que perder-. Estos últimos han manifestado su repulsa por el sentido que daba
Jesús al sábado, por su pretensión de perdonar pecados y le han criticado por sus
relaciones amistosas con publicanos y pecadores. Ahora se opondrán a la actitud de
libertad que presenta ante el ayuno; una libertad a la que la mayoría no están
acostumbrados.
Este pasaje evangélico entra de lleno en la polémica y el contraste entre la buena nueva de
Jesús y las prácticas religiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan Bautista. Está construido
de pequeños fragmentos con un sentido único: lo que Jesús trae al mundo es algo totalmente
nuevo, que no se puede entender como continuidad de las prácticas de la ley antigua. Es un
nuevo proyecto de existencia y de salvación para los hombres.
1. El ayuno en Jesús
El ayuno, rito tradicional, tenía un significado muy preciso en el Antiguo Testamento: era un
gesto de humillación que acompañaba a la oración, a la que añadía un profundo sentido de
la dependencia del hombre respecto de Dios.
Así como algunas "huelgas de hambre" quieren significar que, si la sociedad no cambia en
el aspecto determinado que se reclama, no es posible que puedan seguir viviendo los que las
281
practican, el ayuno de alimentos quería proclamar que la suerte de los hombres está por entero
y exclusivamente en las manos de Dios y que fuera de El la existencia humana se hace imposible.
En tiempos de Jesús, en que la espera del Mesías era particularmente intensa, la práctica del
ayuno estaba unida a esta gran esperanza.
Todos los grupos religiosos de aquella época se reconocían fácilmente por la práctica de ciertos
tipos ascéticos, de los que el más conocido era el ayuno. El ayuno practicado por "los discípulos
de Juan y los discípulos de los fariseos" era expresión de unos creyentes deseosos de la
llegada del Mesías; con él pretendían apresurar su venida y disponerse a acogerlo.
"¿Por qué los tuyos no?" La pregunta nace del comportamiento de los discípulos y se
dirige a Jesús. El discutido es siempre Jesús; es a El al que ponemos en evidencia con nuestro comportamiento cristiano, y desde El tenemos que dar razones de nuestro actuar.
Juan y sus discípulos, al igual que los fariseos, llevaban una vida de severa penitencia, de
ayunos. Además de lo mandado con carácter general, ellos se imponían otros sacrificios. No
tenían motivos para acusar a Jesús de incumplimiento de sus obligaciones religiosas, pero tenían la
duda de si Jesús hacía lo que enseñaba. Porque si Jesús, al igual que ellos, enseñaba una
doctrina superior a la que estaba prescrita para la masa, ¿por qué no guardaba un ayuno más
severo con sus discípulos?
Parece que Jesús no tenía, ni para El ni para sus discípulos, normas o ritos religiosos
especiales. Aparecían, por esa razón, como poco religiosos respecto a la vida de piedad habitual
entonces. Aparecían demasiado sueltos y libres, poco aficionados a las devociones oficiales o
populares.
Jesús rechaza todo ritualismo que pretenda sustituir la auténtica actitud religiosa del hombre,
planificándole y asegurándole sus relaciones con Dios. Para El, Dios tiene siempre la iniciativa, y
el hombre debe vivir abierto a sus exigencias.
Jesús responde hablando de sí mismo. Sus discípulos tienen con ellos al Mesías, son los "amigos
del novio", no deben ayunar "mientras el novio está con ellos". Es tiempo de fiesta, no de
ayuno. Cuando "se lleven al novio" -cuando lo detengan y asesinen- será el momento del
desprendimiento y de la lucha. "Aquel día sí que ayunarán", pero será un ayuno que tendrá otro
sentido.
Jesús está con ellos. El ayuno, que tendía a provocar la intervención de Dios con la llegada del
Mesías, en lo sucesivo ya no tiene razón de ser. La práctica de abstinencia de alimentos por la
ausencia del enviado de Dios, debe suplirse por la comida fraternal, que significa la nueva
comunidad que el Mesías viene a formar con todos los hombres. Si lo que Jesús anuncia es que
ha empezado ya la fiesta escatológica de la alianza plena entre Dios y los hombres, lo que hay que
hacer es proclamarlo y celebrarlo. No tiene sentido la práctica de duelo y penitencia del ayuno.
282
Jesús es el "novio" esperado por la tradición bíblica, nombre que reservaba para Dios. Los días
del Mesías eran descritos en la literatura rabínica con festejos propios de las bodas. La comunidad
nupcial está establecida; desde este momento debe comenzar el banquete.
La imagen del matrimonio, muy usada en la Biblia, era un símbolo para expresar la
relación de amor entre Dios y el pueblo elegido. Lo nuevo es que Jesús se presente en lugar de
Dios.
Sus discípulos no practican el ayuno por una circunstancia gozosa: se encuentran en un
momento de plenitud interior, viven un instante de gozo como en el momento de las bodas.
Pero "se llevarán al novio", morirá Jesús. Destaca la otra vertiente de la fiesta
escatológica en este mundo: la situación de interinidad hasta que la fiesta no sea plena en la
parusía. Lo definitivo aún no ha llegado. El ayuno, proscrito por la presencia del "novio", se
volverá necesario por la ausencia. Refleja la situación compleja del cristiano, que posee sin
disfrutar plenamente, y que debe seguir buscando al que ya ha encontrado.
La adhesión a Cristo nos llevará fatalmente a momentos difíciles, en los que no hará falta
ayunar para hacer penitencia. Sus palabras no exigen ninguna ascesis concreta, pero implican
un compromiso total. El ayuno que Jesús pide a sus seguidores va por otro camino. Porque, ¿qué
sentido humano y religioso pueden tener los ayunos si lo que fundamentalmente importa es luchar para hacer realidad la justicia que reclaman los explotados, única forma auténtica de realizar
aquí y ahora el reino de Dios? ¿Se trata de convencer a Dios con nuestros ayunos para que nos
ayude, o se trata de luchar para que se cumpla el programa anunciado en la sinagoga de Nazaret
(Lc 4,18-19)? Para Jesús el ayuno verdadero es la lucha contra toda explotación del hombre por
el hombre. Bastante sudor y lágrimas lleva consigo una vida cristiana tomada en serio.
Refugiarse en unos ayunos y no luchar para transformar el mundo, además de muy cómodo,
es una hipocresía.
En pocas palabras Jesús nos ha presentado dos realidades inseparables para un cristiano: la
fiesta y la lucha. Y nos ha dado las razones para ambas. El camino cristiano es principalmente un
camino de fiesta, porque Dios está con nosotros por Cristo y por su Espíritu (Jn 14,16.23). Nos
cuesta entender la relación con Dios como una amistad con un Padre que nos ama y se
compromete a amarnos siempre, con un Padre que quiere que vivamos como hermanos,
porque todos somos sus hijos. Ninguna lucha puede ahogar esta suprema realidad del
cristianismo: creemos en una alianza nueva y definitiva entre el Padre y los hombres. Por ello
vivimos la fiesta, el banquete de bodas, en la esperanza. Una fiesta que será plena después de la
muerte.
Mientras tanto, nuestro camino es también lucha contra el mal, el egoísmo, el orgullo, la
dureza, la mentira, la injusticia... en cada uno de nosotros y en la sociedad.
Para comprender y vivir la novedad de Jesús es necesario que seamos muy exigentes en la
lucha. La oración debe ser "para no caer en la tentación" (Mt 6,13) de pensar que la lucha no
283
va con nosotros, para reflexionar atentamente sobre lo que sucede a nuestro alrededor y en
el mundo y tomar postura a la luz de la experiencia de los profetas y de Jesús en la
intimidad con el Padre.
Jesús libera de la ley, del ayuno y reacciona contra el falso ascetismo. No se sometió al ayuno
ni quiso ni buscó la cruz. Amó y obedeció a la voluntad del Padre, vivió lo que decía, y la cruz le
cayó encima como consecuencia. Su pasión no fue una obra de ascesis, sino de fidelidad al amor
de Dios en los hombres. No perdió el tiempo buscando la forma de sufrir: se entregó totalmente al
bien de los hombres y esto le llevó a la cruz.
Y ésta es la cruz que Jesús nos invita a llevar: la que resulta de la lucha por implantar el reino
de Dios entre los hombres.
Nuestro mundo cristiano ha dado mucha importancia al ayuno, pero no ha ahondado en su
significado. Hemos inventado muchas cosas para evitarnos el trabajo de amar con hechos, de
compartir con los demás, de luchar por la justicia. Ayunar es estar disponible a lo que Dios
nos pida en los demás.
Jesús nos ha demostrado su gran sentido religioso. Nosotros pocas veces hemos seguido su
ejemplo.
2. El evangelio es novedad plena
Jesús no se contenta con responder al tema del ayuno. Sigue denunciando los verdaderos
motivos por los que los fariseos se muestran perplejos y escandalizados frente a su manera de comportarse. El modo de vivir la religión en los tiempos de Jesús no podía ponerse al día con un
remiendo que le pusiera el joven rabino galileo. Con El habían llegado los tiempos
mesiánicos, tiempos nuevos, por lo que no se le podía valorar con la medida de los viejos
esquemas mentales, religiosos o sociales. Era necesario interpretarlo con mentalidad y ojos
nuevos, dispuestos a cambiar hasta lo tenido por más sagrado, si fuera necesario.
No es que su mensaje sea enteramente nuevo dentro del campo de la historia de los hombres:
su verdad empalma de algún modo con las verdades y esperanzas de las religiones de la tierra.
Pero, a la vez, lleva esas verdades y esperanzas a plenitud. El es "el primero y el último" (Ap
1,17). El primero: es la Palabra por la que el Padre creó el mundo (Jn 1,1-3). El último: Dios lo
ha colocado por encima de todos los seres del cielo y de la tierra (Flp 2,10).
No es posible remendar el manto viejo del judaísmo añadiéndole pequeños trozos de
evangelio. Es necesario confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los
gestos de Jesús.
Los hombres, al estar muy apegados a nuestras costumbres, tradiciones y comodidades,
solemos cerramos a la novedad, nos negamos a renovarnos. Por eso no tiene lugar en nosotros
el milagro de la conversión, a pesar de escuchar con frecuencia la palabra de Dios; no ofrecemos
284
ninguna zona de sincera disponibilidad para el cambio, para la fe, para la inseguridad, para la
acción de Dios en nosotros. Rechazamos a Jesús constantemente por ser siempre nuevo. ¿No
tenemos la impresión de que a nuestro cristianismo le falta Cristo?
El cristianismo no es una componenda ni una reforma religiosa como tantas que sufrió el
judaísmo y tenemos tendencia a hacer los cristianos. Confiesa que Dios no está allá arriba, sentado en su cielo, sino que vive entre los hombres no para ser adorado, sino para ser seguido. El
cristianismo es un estilo de vida que rompe los moldes de cualquier religión.
La realidad Jesús es el valor máximo que lo transforma todo y da base a todo. No niega
las demás realidades humanas -ideologías, partidos políticos, filosofías, luchas, trabajo, familia...- en lo que tengan de verdadero, ni las demás religiones; pero les da su sentido profundo,
trascendente, nuevo. No es un remiendo. Quiere una sociedad fraternal, en la que los poderosos
ya no estén en sus tronos (Lc 1,52), donde todos los hombres podamos realizarnos como
personas. Y esto no se puede lograr con pequeñas o grandes reformas a la injusticia estructural que
hoy existe, o con cambios sólo en la buena voluntad de las personas, o cambiando unos ritos por
otros, o celebrándolos de modo distinto... Debe ser una transformación revolucionaria de las estructuras, de las mentalidades humanas, del enfoque religioso... de todo. De otra forma, pronto
viene el retroceso a formas de sociedad tan injustas o más que aquellas que se quería cambiar.
La historia es maestra en darnos ejemplo de ello. No valen los remiendos, que es lo que queremos
hacer normalmente.
Creer y anunciar a un Dios que quiere la fraternidad e igualdad entre todos y, al mismo
tiempo, querer domesticarlo y tenerlo a nuestra disposición con ritos, sin luchar contra la
injusticia radical que nos rodea, es una contradicción que vivimos en la Iglesia.
Jesús quiere el cambio a todos los niveles. Los que viven apegados al pasado porque les va
bien, difícilmente comprenderán la vitalidad de lo verdaderamente nuevo. Y lucharán contra
ello, incluso en nombre de Jesús y de Dios. Muchos lo están haciendo.
La novedad del Reino rompe los moldes tradicionales de la religiosidad judía, exige
encontrar una manera enteramente nueva de existencia. Es el sentido de la parábola de los odres y
el vino. La fe en Jesús es incompatible con la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales.
Para aceptar el mensaje cristiano es necesario "nacer del agua y del Espíritu" (Jn 3,5), libres de
prejuicios, despegados de sectarismos peligrosos e infructuosos. La adhesión fanática a los moldes
viejos tuvo entonces como consecuencia la ruptura entre la Iglesia y la sinagoga. Ahora puede ser
causa de rompimientos entre la Iglesia burocrática y la Iglesia de los pobres. Los "odres viejos"
están hoy demasiado gastados y no pueden aguantar sin reventar la fuerza de transformación
que el mundo necesita para ser verdaderamente fraternal y humano.
El evangelio es novedad plena. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse como si nada de lo
antiguo valiera. Y no es ésa la intención de Jesús. Por eso añade Mateo al final: "Y así las dos
285
cosas se conservan". Echar el "vino nuevo" del evangelio en los "odres viejos" de las instituciones
judías perjudicaría tanto a los odres como al vino.
Lucas termina el pasaje identificando el evangelio con el "vino añejo". ¿Lo llama "añejo"
porque es anterior al mismo judaísmo, al estar "impreso" en el corazón humano? Nadie que
cate los verdaderos valores del mensaje de Jesús querrá algo de lo demás, porque habrá
encontrado "todo".
La novedad de Jesús pide ser acogida por unos corazones bien dispuestos. Hoy, en los
momentos de transformación que vivimos, tenemos el peligro de siempre: aferrarnos a la letra que
mata y perder el Espíritu, limitarnos a remiendos, parches y retoques superficiales que nada
renuevan en profundidad, poner lo nuevo en odres y vestidos viejos. O fabricar moldes, paños,
odres nuevos, organizaciones, estructuras y planificaciones nuevas, que sean sólo letra que mata:
montajes audiovisuales, libros de religión muy amenos, celebraciones litúrgicas "bonitas"... Sin el
Espíritu de Jesús en nosotros, se nos gastan las palabras nuevas y los métodos nuevos por usarlos
vacíos.
Tenemos que vivir abiertos a la Palabra, aceptando modificarlo todo si es necesario para que
nuestra vida se ajuste a ella. Y esto constantemente. De otra forma pronto nos convertiríamos en
odres y vestidos viejos, viviendo la tragedia de "querer" recibir el "vino nuevo" y tratando de
parchear nuestra vida insatisfecha. ¿Descubriremos algún día la novedad absoluta, creadora y
transformante del mensaje de Jesús en nuestras vidas?
286
Enfrentamiento de Jesús con los fariseos sobre el sábado
Un sábado atravesaba Jesús un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban
arrancando espigas. Los fariseos le dijeron:
-Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?
El les respondió:
-¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron
faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote
Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y
les dio también a sus compañeros.
Y añadió:
-El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el
Hijo del Hombre es señor también del sábado.
Entró otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo.
Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo.
Jesús le dijo al que tenía la parálisis:
-Levántate y ponte ahí en medio.
Y a ellos les preguntó:
-¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la
vida a un hombre o dejarlo morir?
Se quedaron callados.
Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación, le dijo al
hombre:
-Extiende el brazo.
Lo extendió, y quedó restablecido.
En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los
herodianos el modo de acabar con él.
(Mc 2,23 - 3,6; cf Mt 12,1-14; Lc 6,1-11)
La vida y la predicación de Jesús estuvieron dominadas por un conflicto fundamental: el que
le enfrentó a los hombres de la ley, que reducían su religiosidad a una serie de ritos y normas. De
esa forma, la religión era un poderoso instrumento de dominación del hombre por el hombre;
porque una religión que hace al hombre esclavo de sus leyes, hace siempre al hombre esclavo del
hombre que las interpreta.
Cuando las leyes, sean civiles o religiosas, se convierten en algo rígido, dejan de cumplir su
finalidad, que es la de ayudar al crecimiento auténtico de la sociedad por el ejercicio en ella de
la justicia. Las leyes, suponiendo que sean imprescindibles -y es mucho suponer cuando
proliferan tanto-, deben ser elásticas, móviles, para que puedan ir promoviendo el avance
social que el pueblo necesita.
287
1. El descanso sabático
La discusión entre Jesús y los fariseos sobre el descanso sabático -quicio del sistema
religioso judío- es uno de los grandes temas de su enfrentamiento con los dirigentes del
judaísmo. Aquí la fricción es doble: la violación del sábado por los discípulos al arrancar
espigas y por El mismo al curar a un enfermo que no se encontraba en grave peligro de muerte.
La práctica del descanso sabático aparece en los documentos más antiguos de la ley. Estaba
ligado al ritmo sagrado de la semana, que se cerraba con un día de reposo, de regocijo y de
reunión cultual. Este descanso permitía, además, que los esclavos se recuperasen.
Al resaltar tanto estos conflictos, los evangelistas nos están indicando que se trataba de algo
muy importante para los cristianos de entonces. En efecto, las comunidades cristianas comenzaban a celebrar el domingo como día de descanso, en lugar del sábado, lo que les estaba
creando muchos problemas. Además, era necesario entender el verdadero sentido del
descanso y de cualquier ley o norma.
El domingo es para nosotros un signo del reino de Dios, que intenta expresar el sentido de
nuestra existencia. El reino de Dios es el domingo definitivo, en el que los hombres descansaremos
para siempre de todas las fatigas y sufrimientos. Lo mismo que por nuestro trabajo imitamos la
actividad creadora de Dios en los seis días -simbólicos- de la creación, el descanso es signo del
"día séptimo", en el que "cesó Dios de toda la tarea creadora que había realizado" (Gén 2,2). Los
seis días de la creación simbolizan toda nuestra vida; el día séptimo, el descanso definitivo en el
reino de Dios.
A todas las personas y sistemas opresores les va bien que las creencias religiosas se
transformen en leyes o normas que, como reveladas por Dios, deben cumplirse incondicionalmente
bajo pena de quedar excluidos de la salvación.
Los que controlan una sociedad injusta y clasista, como la del tiempo de Jesús y la nuestra,
necesitan unas normas o leyes rigurosas para tener adormecido al pueblo. Si no las tienen,
tratan de inventarlas o hacen que las inventen los hombres "religiosos". Por ello se profesan
muy creyentes -muy católicos- y se alían con los dirigentes religiosos, a los que también les van
bien esta clase de leyes. Estos, quizá de buena fe, pero sin analizar a fondo lo que pasa en la
realidad, las imponen como principios eternos queridos por Dios. Y así ocultan la injusticia
establecida en la sociedad.
La religión verdadera es siempre liberadora del hombre. Aquellos jefes la habían hecho
esclavizadora. Jesús, que quería la libertad y la vida del hombre, tenía que enfrentarse
necesariamente con los que lo esclavizaban, con el agravante de hacerlo en nombre de Dios y
de su ley.
El descanso del sábado (Dt 5,12-15) era uno de los preceptos divinos más claros e
indiscutibles, un día particular para Dios. El israelita, al vivirlo amoldándose a los deseos divinos,
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proclamaba la autoridad de Dios sobre su vida entera. Recordaba también la liberación de
Egipto, acontecimiento que permitió al pueblo hebreo existir como nación.
El Deuteronomio ve en el trabajo, máxime si es a sueldo, una servidumbre. Al liberarle
Dios de Egipto, el pueblo israelita se había liberado del trabajo forzoso. Israel debe recordarlo
marcando cada semana con un día en el que todo trabajador sea liberado de su trabajo, de
su servidumbre.
El descanso sabático fue en sus orígenes una ley humanitaria, al servicio del hombre, una ley
verdaderamente profética. Proclamaba la secundariedad del trabajo productivo, para impedir que
éste dominara la vida del hombre y lo aplastara, convirtiéndolo en una máquina de trabajar. Todo
hombre es más que el trabajo productivo y necesita tiempos de ocio, de contemplación, de descanso sosegado, de reflexión...
En tiempos de Jesús se había convertido en institución sagrada, la más sagrada de todas; una
institución que ya no estaba al servicio del hombre. Su observancia estaba rígidamente regulada y
controlada. Se admitían excepciones por motivos de particular gravedad, y sobre ellas discutían las
diversas escuelas teológicas. Se trataba siempre de excepciones a una regla: la supremacía del
sábado sobre el hombre.
Guardar el sábado se había ido convirtiendo en algo superior al hombre, algo que le
dominaba y limitaba, algo divinizado e intocable, que debía cumplir rigurosamente todo judío
piadoso si no quería verse alejado de Dios y perseguido por los dirigentes del pueblo. La ley del
sábado era una forma de controlar al pueblo, de esclavizarlo, de engañarlo, de distraerlo de
cosas más fundamentales y urgentes, y así apagar su fuerza. La gente sencilla, obligada por un
precepto tan absoluto y complicado, quedaba absorbida y limitada, llena de temores, sin
capacidad de acción y reflexión.
El trabajo y el descanso son medios de realización de la persona; nunca deben emplearse para
esclavizarla y alienarla.
Nuestra sociedad capitalista trata de esclavizar al pueblo haciéndole trabajar duramente
-y crea el paro para asustarlo y manejarlo-, a la vez que quiere convencerlo que es eso lo
único que tiene que hacer, que ha nacido para trabajar. Y de esa forma enriquecer cada vez
más a los opresores de turno. En ella, el hombre vale lo que produce en el trabajo, el
estudiante según las notas y la situación económica de sus padres...
La Iglesia, con la distinción entre trabajos serviles y liberales mal interpretada, ha cambiado
el espíritu del descanso dominical: una ley favorable al trabajador manual -esclavo en épocas
anteriores- se ha transformado en una injusta discriminación en su contra.
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2. Los discípulos quebrantan el sábado
Los pobres podían comer los productos de la tierra si tenían hambre (Dt 23,25-26). Es lo
que hacen los discípulos de Jesús. Pero el frotar las espigas (Lucas) para comerse los granos se
contaba expresamente entre las actividades prohibidas en día de sábado, por ser considerado
como un trabajo de recolección.
Los fariseos, que vieron esto, acusan a los discípulos no de arrancar las espigas y comerse
los granos, sino de realizarlo en día de sábado.
Al que quebrantaba el sábado inadvertidamente -lo que era fácil por la cantidad de
"detallitos" que había que cumplir-, había que llamarle la atención, y el trasgresor debía
ofrecer un sacrificio de expiación. Pero si trabajaba ante testigos y después de ser avisado, podía
ser lapidado.
Los fariseos no sólo habían incurrido en una casuística minuciosa y absurda en su aplicación,
sino que además su error era más profundo: no entendían qué era una ley, y menos una ley de
Dios. No podían encender fuego los sábados, ni recoger leña, ni preparar los alimentos, estaban
contados los pasos que se podían dar... Jesús tratará de ir aclarando su concepto del descanso
sabático.
Jesús no va contra la ley ni es indiferente al descanso del sábado, tan importante para los
judíos. En su respuesta quiere ayudarnos a descubrir el sentido auténtico del sábado y de todas
las leyes. Responde con una contrapregunta, método dialéctico que usaban las escuelas judías en
sus disputas. Se remite primero a las Escrituras (1 Sam 21,2-7), autoridad reconocida y suprema
para los judíos. Los panes "de la proposición" eran doce y permanecían durante una semana
sobre una mesa en el santuario del templo como ofrenda presentada a Dios. Nadie podía comerlos
fuera de los sacerdotes, una vez terminada la semana. Sin embargo, David y sus compañeros los
comieron una vez que tenían hambre y no había otro pan a su alcance. Nadie reprochó esto a
David ni al sacerdote que se los dio. Por tanto, la necesidad excusa la trasgresión de la ley. Los
discípulos no violan la ley al frotar y desgranar espigas el sábado porque tienen hambre. ¿No
podían haberse aguantado el hambre? Creo que sí, pero aquí importaba más que Jesús nos
enseñara que Dios no dio las leyes para afligir al hombre. El libro de Samuel no nos dice que la
acción de David fuera en sábado; Jesús toma el ejemplo para indicar que quebrantó una ley
cultual. Luego la ley del sábado no es algo absoluto, al ser también una ley cultual; admite
excepciones impuestas por diversas causas, entre ellas la necesidad humana.
También "los sacerdotes -dice Mateo- pueden violar el sábado en el templo sin incurrir
en culpa".
Para los fariseos, cumplir con el precepto del sábado en todos sus detalles era aceptar a Dios
como autoridad absoluta, a la que el hombre debe obedecer y someterse incondicionalmente.
Concebían la religión como un orden establecido intocable. Los preceptos estaban por encima de
290
todo lo demás. Algo parecido a lo que ahora ocurre en la Iglesia con la misa dominical y su
precepto: es la medida de la conducta de un cristiano. Conciben la religión como un intocable
orden establecido.
Para Jesús, el bien del hombre es la medida de todas las leyes y mandamientos. Dice Marcos:
"El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado". La ley básica de entonces
estaba al servicio del hombre. Esta afirmación tuvo que sonar como una blasfemia. Primero el
amor y la justicia, luego el cumplimiento de las prescripciones del culto. Jesús proclama el valor
absoluto del amor. Nadie había tenido la osadía de hacer una afirmación tan escandalosa.
"El Hijo del Hombre es señor del sábado". El es el profeta autorizado para decirnos lo
que Dios quiere y lo que no quiere. Posee una autoridad en función siempre del hombre, al que
viene a liberar de todas sus cadenas; en primer lugar, de la cadena de las leyes.
Los cristianos, al profundizar en la actuación de Cristo, tenemos que relativizarlo todo, incluso
el orden legal, por muy legítimo que parezca y a pesar de los peligros evidentes que esta actitud
pueda tener. Todas las leyes tienen que estar al servicio del hombre, de todos los hombres.
Jesús es "señor del sábado", es decir, está por encima de todo orden legal, de todo sistema
establecido. "Es más que el templo" (Mateo). Y los cristianos es a El al que tenemos que obedecer
y seguir. Jesús es más que la Iglesia.
La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía, que muchos dirigentes civiles
pretenden abortar o, al menos, silenciar con concesiones a la institución eclesial.
El cristiano no puede jamás entender los mandamientos, las leyes, las normas, como algo que
es preciso observar ciegamente, como si tuvieran valor en sí mismas. Cualquier ley cristiana tiene
que ser un camino de liberación para el hombre, un servicio al hombre, un camino de
crecimiento humano. Si se convierten en normas que esclavizan en lugar de liberar, o cierran
el camino a los que no piensan como nosotros, es evidente que hemos perdido su sentido.
Toda ley que esclaviza al hombre es antievangélica, porque el evangelio de Jesús es salvaciónliberación para el hombre. Una ley que no esté a favor de todos los hombres, en especial de los
marginados, no puede ser obedecida por los cristianos.
Es fácil multiplicar las prohibiciones y reducir las normas y leyes fundamentales a minucias;
es fácil "colar el mosquito y tragarse el camello" (Mt 23,24). Y así es fácil condenar a los que no
viven como nosotros, a los que tienen otro modo de entender la vida y la convivencia.
La ley del descanso sabático era una ley en favor del hombre, de todos los hombres, una ley
de libertad. Y éste es el sentido que reivindica Jesús.
3. Jesús también con su curación
La interpretación farisea de la ley sólo permitía curar en sábado cuando había peligro
inminente de muerte. Un brazo o una mano paralizados no presentaban ese peligro. Con sus
291
complicadas interpretaciones sobre el sábado, los fariseos habían llegado a impedir hacer el bien
al hombre con el pretexto de agradar a Dios. ¿Cómo agradar a un Dios que es Amor al
margen del bien del hombre? Esta rigidez legal debía ser cambiada por una manera humana de
pensar. No hacer el bien cuando se puede es hacer el mal. Lo que decide no es la ley, sino el
hombre afectado por la ley. El centro es siempre el hombre.
"Estaban al acecho", espiándole para ver si lo podían coger en alguna infracción y poder
acusarlo a los tribunales.
Si se puede sacar de un pozo a una oveja en sábado (Mateo), ¿cómo no se va a poder curar
a "un hombre", que "vale mucho más que la oveja"?
"Se quedaron callados". No querían reconocer su error y su sinrazón. Tampoco podían
argumentar a la sabiduría de Jesús. Y es muy peligroso dejar al descubierto y en ridículo a los
que tienen el poder; responderán con la única "razón" que tienen: la de la fuerza.
Jesús, "dolido de su obstinación", curó al hombre. Su modo de actuar era coherente con
sus ideas. Restablece el verdadero sentido del sábado, que debe ser un día en el que se disfrute
y se proporcione alegría a los demás, un día en el que se haga el bien a las personas que sufren.
El hombre que está "en medio" quiere vivir. ¿Es esto posible a un hombre que tiene paralizado
un brazo, que no puede trabajar y tiene que vivir de la ayuda ajena?
Los fariseos tenían tantas contradicciones en sus prácticas que siempre terminaban
"furiosos" y encolerizados. La actitud de Jesús les irrita tanto que planean "el modo de acabar
con él". No encuentran otro camino que la fuerza bruta que aplasta al débil. El odio les impide
pensar y reflexionar con lucidez. Rechazan a un Dios que los ama y los libera. Prefieren, por lo
visto, a un Dios que mande sobre ellos y los oprima.
En nuestra Iglesia tenemos una grave desviación: hemos consagrado las formas, lo externo,
que tenemos por intocable -vestiduras del sacerdote para la celebración de la eucaristía,
palabras fijas de las plegarias eucarísticas, despachos parroquiales en los que todo está
anotado...-. El apego a lo externo, a lo burocrático, es muy explicable y comprensible: da
mucha seguridad, llena el tiempo y nos justifica. Pero Jesús no lo acepta.
El amor es el valor fundamental de la ley cristiana. Toda norma concreta tiene que ser
interpretada, aplicada o derogada únicamente a la luz del amor al hombre.
¿Las normas de la Iglesia nos liberan o nos esclavizan?, ¿las vivimos en libertad o a la
fuerza? En la medida en que seamos libres en su cumplimiento y estemos rechazando las que
opriman o alienen al hombre, estaremos entendiendo la actuación de Jesús.
292
Índice
Presentación
Introducción
Prólogo de Juan (1, 1-18)
1.
La Palabra de Dios
2.
La creación es fruto de la Palabra
3.
La Palabra, vida y luz de los hombres
4.
La tiniebla, enemiga de la vida
5.
Testigo: Juan Bautista
6.
Venida al mundo de la Palabra
7.
Finalidad: hacernos hijos de Dios
8.
Venida del Hijo en la carne
9.
De nuevo Juan Bautista
10.
El Hijo es la plenitud de los hombres
11.
El Hijo junto al Padre
Día de Navidad
Segundo domingo después de Navidad
5
6
8
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11
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17
19
20
22
22
23
Anuncio del nacimiento de Jesús (Lc 1, 26-38)
1.
Protagonistas de la narración
2.
Experiencia religiosa de María
3.
Dios se encuentra a gusto entre los pobres
4.
El camino de la alegría
5.
Donde abunda el pecado...
6.
... Sobreabunda la gracia
7.
Sentido de los dogmas: La Inmaculada Concepción
8.
María, “bendita entre las mujeres”
9.
El encuentro con Dios es siempre turbador
10.
Todo es posible al que cree
11.
Fecundidad de la virginidad, signo del reino de Dios
12.
María acepta sin poner condiciones
13.
Conclusiones para nosotros
Cuarto domingo de Adviento. Ciclo B
Fiesta de la Inmaculada Concepción
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42
Visita de María a Isabel y “Magníficat” (Lc 1, 39-56)
1.
La vocación humana, disponibilidad al proyecto de Dios
2.
Nadie da lo que no tiene
3.
María, ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano
4.
El “Magníficat”, experiencia del creyente
5.
El verdadero amor es siempre servicio
Cuarto domingo de Adviento. Ciclo C
Fiesta de la Asunción de María
44
45
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48
48
52
Las dudas de José (Mt 1, 18-25)
1.
El desconcierto de un hombre justo
2.
Dios habla en la oración silenciosa
3.
Su misión se va aclarando
53
54
56
57
293
4.
5.
6.
Cuando el amor es verdadero
Jesús, vida humana hasta el fondo
José, patrono de la Iglesia universal
Cuarto domingo de Adviento. Ciclo A
Vigilia de Navidad
Fiesta de San José
58
59
59
Nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-21)
1.
Sólo entre pobres es posible el evangelio
2.
Jesús nace de nuevo en nuestros gestos de ternura y amor
3.
La disponibilidad del pobre
4.
El hombre satisfecho está incapacitado para buscar
5.
Decir “sí” y ponerse en camino
6.
Circuncisión e imposición del nombre
7.
Dios es más humano que nosotros
8.
La Navidad ilumina una difícil síntesis
9.
La Navidad es un camino que continúa
Noche de Navidad
Aurora de Navidad
Fiesta de Santa María, Madre de Dios
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64
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75
78
Adoración de los Magos (Mt 2, 1-12)
1.
Atentos a los signos de los tiempos
2.
¿Quién será capaz de acoger la novedad?
3.
Dios sigue siendo manifestación para los hombres
4.
La universalidad de la salvación
Fiesta de la Epifanía
80
81
84
86
89
Presentación en el templo (Lc 2, 22-40)
1.
El templo, casa de oración
2.
El profeta, pregonero de utopía
3.
Necesidad de una opción dolorosa
4.
Ana canta la alegría de una esperanza
5.
Y el Niño crecía
Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo B
92
93
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98
Comienzan las dificultades para Jesús (Mt 2, 13-23)
1.
Disponibilidad de José
2.
Crueldad de Herodes
3.
Regreso de Egipto
Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo A
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100
101
102
En el templo a los doce años (Lc 2, 41-52)
1.
El otro “nacimiento” de Jesús
2.
Crecer con los hijos
3.
Crecer con los padres
4.
Sólo educa el amor que crece y madura
5.
Ayudar y formar, no penalizar
Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo C
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107
109
112
La predicación de Juan Bautista (Mt 3, 1-12; Mc 1, 1-8; Lc 3, 1-18)
1.
“El hecho Jesús” es evangelio para nosotros
2.
Panorama político en el que aparece Jesús
3.
Los protagonistas de la historia
4.
Juan predica en el desierto
115
116
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121
294
5.
6.
7.
8.
La difícil conversión
Convertirse es descubrir otras dimensiones
Salvación-liberación y bautismo
La conversión se demuestra en el actuar
Segundo domingo de Adviento. Ciclo A
Segundo domingo de Adviento. Ciclo B
Segundo domingo de Adviento. Ciclo C
Tercer domingo de Adviento. Ciclo C
123
126
129
131
Bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22)
1.
Solidaridad de Jesús con el pueblo
2.
Sentido del bautismo de Jesús
3.
Jesús posee la plenitud del Espíritu
4.
Sentido de nuestro bautismo
Fiesta del Bautismo de Jesús. Ciclo A
Fiesta del Bautismo de Jesús. Ciclo B
Fiesta del Bautismo de Jesús. Ciclo C
134
134
135
137
138
Las tentaciones de Jesús (Mt 4. 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13)
1.
Las tentaciones del hombre de siempre
2.
Las tentaciones de Jesús
3.
Las tres tentaciones y el cristiano
a) Primera tentación: El pan y la Palabra
b) Segunda tentación: El poder no es liberador
c) Tercera tentación: La fe, no el milagro
4.
Reflexión final
Primer domingo de Cuaresma. Ciclo A
Primer domingo de Cuaresma. Ciclo B
Primer domingo de Cuaresma. Ciclo C
140
141
142
146
147
149
152
154
De Juan a Jesús
1.
Los dirigentes judíos envían unos representantes a Juan
Bautista (Jn 1, 19-28)
a) La transparencia de un hombre
b) La presencia de Dios, realidad oculta
Tercer domingo de Adviento. Ciclo B
156
2.
161
162
165
166
3.
Juan Bautista da testimonio de Jesús (Jn 1, 29-34)
a) De qué pecado liberarse y cómo
b) El Espíritu liberador
c) El camino de la liberación con Jesús
Segundo domingo ordinario. Ciclo A
Los primeros discípulos de Jesús (Jn 1, 35-51)
a) ¿Qué buscamos?
b) La vocación, experiencia que se comunica
c) Jesús, nuestro camino hacia la plenitud humana
Segundo domingo ordinario. Ciclo B
Las bodas de Caná de Galilea (Jn 2, 1-12)
1.
El cristianismo es fiesta y lucha
2.
Jesús comparte nuestra vida diaria
3.
Cuando falta el vino
4.
Necesidad de comunidades cristianas
Segundo domingo ordinario. Ciclo C
156
157
159
166
169
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175
178
178
179
181
183
295
Expulsión de los mercaderes del templo (Jn 2, 13-25; cf Mt 21, 12-13;
Mc 11, 15-17; Lc 19, 45-46)
1.
Un panorama que debe clarificarse
2.
Hace dos mil años las cosas no eran mejores
3.
Ya en tiempos de los profetas
4.
Jesús va más lejos que los profetas
5.
Jesús, nuevo templo
6.
“Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos
se acordaron”
Tercer domingo de Cuaresma. Ciclo B
185
185
186
187
189
191
192
Entrevista con Nicodemo (Jn 3, 1-21)
1.
Es preciso nacer de nuevo
2.
Jesús, don del amor de Dios a la humanidad
3.
Las malas obras, causa de la incredulidad
4.
Conocemos a Dios a través de Jesús
5.
Ser padre, hijo y espíritu a la vez es nuestra vocación
Cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo B
Domingo de la Santísima Trinidad. Ciclo A
194
195
198
199
202
204
Encuentro con la samaritana (Jn 4, 4-42)
1.
Situación religiosa de Samaria
2.
Conocer el don de Dios es apuntarse al camino de Jesús
3.
Dios quiere adoradores “en espíritu y verdad”
4.
“La mujer dejó el cántaro y se fue al pueblo...”
Tercer domingo de Cuaresma. Ciclo A
209
210
211
216
219
Primera predicación en Nazaret (Lc 4, 14-21)
1.
La “buena noticia”, palabra clara
2.
La “buena noticia” es para los pobres
3.
“El año de gracia del Señor”
4.
Liberación evangélica
5.
La “buena noticia” es Jesús mismo
6.
Rechazo de Jesús por sus paisanos
Tercer domingo ordinario. Ciclo C
222
223
223
226
227
228
229
Vocación de cuatro discípulos (Mt 4, 12-22; Mc 1, 14-20)
1.
Actividad de Jesús
2.
Galilea, cuna del evangelio
3.
Conversión y reino de Dios
4.
Seguimiento de cuatro discípulos
5.
Jesús sigue llamando hoy
Tercer domingo ordinario. Ciclo A
Tercer domingo ordinario. Ciclo B
231
232
233
234
237
240
El endemoniado de Cafarnaún (Mc 1, 21-28; cf Lc 4, 31-37)
1.
El evangelio de Marcos
2.
Enseñaba “con autoridad”
3.
“El espíritu inmundo”
Cuarto domingo ordinario. Ciclo B
242
242
243
246
Predica y cura por toda Galilea (Mc 1, 29-39; cf Mt 8, 14-17; 4, 23;
Lc 4, 38-44)
1.
Los gestos de Jesús
2.
Dios no quiere el sufrimiento
249
249
250
296
3.
4.
5.
Toda la actividad de Jesús está penetrada por la oración
Jesús despierta esperanzas
Es necesario mejorar la condición humana
Quinto domingo ordinario. Ciclo B
La pesca milagrosa (Lc 5, 1-11)
1.
Predicación de Jesús
2.
Pesca milagrosa
3.
Vocación de varios discípulos
a) Impacto religioso y constatación de la propia indignidad
b) Llamada
c) Seguimiento
Quinto domingo ordinario. Ciclo C
250
252
253
La curación del leproso (Mc 1, 40-45; cf Mt 8, 2-4; Lc 5, 12-16)
1.
La lepra, signo del pecado
2.
El mal existe
3.
La lepra actual
4.
La curación
Sexto domingo ordinario. Ciclo B
265
265
266
267
268
El paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12; cf Mt 9, 2-8; Lc 5, 17-26)
1.
Nuestra sociedad paralítica
2.
La “salvación” empieza en el ahora
3.
Jesús perdona los pecados...
4.
... Y cura las parálisis de los hombres
5.
El sacramento de la penitencia
Séptimo domingo ordinario. Ciclo B
270
270
271
272
275
276
La vocación de Mateo (Mt 9, 9-13; cf Mc 2, 13-17; Lc 5, 27-32)
1.
La conversión de Mateo
2.
Jesús come con pecadores
Décimo domingo ordinario. Ciclo A
277
277
278
El ayuno y la nueva ley (Mc 2, 18-22; cf Mt 9, 14-17; Lc 5, 33-39)
1.
El ayuno de Jesús
2.
El evangelio es novedad plena
Octavo domingo ordinario. Ciclo B
281
281
284
257
257
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259
259
261
262
Enfrentamiento de Jesús con los fariseos sobre el sábado (Mc 2, 23-3, 6;
Cf Mt 12, 1-14; Lc 6, 1-11)
1.
El descanso sabático
2.
Los discípulos quebrantan el sábado
3.
Jesús también con su curación
Noveno domingo ordinario. Ciclo B
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291
Índice
293
297