Hoja litúrgica - Parroquia Padre Nuestro

PARROQUIA
PADRE
NUESTRO
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Núm. 969 SANTA MARÍA MADRE DE DIOS 2017.01.01
ANTE UN NUEVO AÑO
Dice el teólogo Ladislao Boros en alguno de sus escritos
que uno de los principios cardinales de la vida cristiana
consiste en que “Dios comienza siempre de nuevo”. Con él
nada hay definitivamente perdido. En él todo es comienzo
y renovación.
Por decirlo de manera sencilla, Dios no se deja
desalentar por nuestra mediocridad. La fuerza renovadora
de su perdón y de su gracia es más vigorosa que nuestros
errores y nuestro pecado. Con él, todo puede comenzar de
nuevo. Por eso, es bueno comenzar el año con voluntad
de renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un
tiempo abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se
nos invita a vivir de manera nueva. Por ello, es importante escuchar las preguntas que
pueden brotar de nuestro interior.
¿Qué espero yo del nuevo año? ¿Será un año dedicado a “hacer cosas”, resolver
asuntos, acumular tensión, nerviosismo y mal humor, o será un año en que aprenderé a
vivir de manera más humana?
¿Qué es lo que realmente quiero yo este año? ¿A qué dedicaré el tiempo más precioso
e importante? ¿Será, una vez más, un año vacío, superficial y rutinario, o un año en que
amaré la vida con gozo y gratitud?
¿Qué tiempo reservaré para el descanso, el silencio, la música, la oración, el encuentro
con Dios?¿Alimentaré mi vida interior, o viviré de manera agitada, en permanente
actividad, corriendo de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero ni para
qué vivo? ¿Qué tiempo dedicaré al disfrute íntimo con mi pareja y a la convivencia
gozosa con los hijos? ¿Viviré fuera de mi hogar organizándome la vida a mi aire, o sabré
amar con más dedicación y ternura a los míos?
¿Con quiénes me encontraré este año? ¿A qué personas me acercaré? ¿Pondré en
ellas alegría, vida, esperanza, o contagiaré desaliento, tristeza y muerte? Por donde yo
pase, ¿será la vida más gozosa y llevadera o más dura y penosa?
¿Viviré este año preocupado sólo por mi pequeño bienestar o me interesaré también
por hacer felices a los demás? ¿Me encerraré en mi viejo
egoísmo de siempre o viviré de manera creativa, tratando de
hacer a mi alrededor un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré viviendo de espaldas a Dios o me atreveré a creer
que es mi mejor Amigo? ¿Permaneceré mudo ante él, sin abrir
mis labios ni mi corazón, o brotará por fin desde mi interior una
invocación humilde pero sincera?
Lecturas: Núm 6, 22-27/ Sal 66/ Gál 4, 4-7/ Lc 2, 16-21
Lc 2, 16-21
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron
a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les
contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que
lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los
pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse
los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por
nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su
concepción.
LECTIO DIVINA
Ambientación. Hemos tenido ocasión, en la homilía, de contemplar donde
fundamenta el Espíritu Santo la identidad más honda de María: en escuchar y amar.
Da la impresión de que la paz se consigue a base de componendas, de una especie de
sintonía equilibrada, en acuerdos de mínimos, incluso a base de no afrontar los
conflictos que toda convivencia entre personas vivas conlleva necesariamente.
Nos preguntamos. En el ambiente en el que me muevo, ¿me preocupo de escuchar a
los demás o me repliego en las redes sociales para evitar el «cara a cara» con los otros?
Amar obliga a estar pendientes de los demás para poder ayudarlos a ser cada vez más
ellos mismos. Ahí está la síntesis entre amor y libertad. ¿Me ocupo de los demás o
permanezco indiferente para que «no me compliquen la vida»?
Nos dejamos iluminar. ¿Qué ecos resuenan en mí al escuchar este relato? Sugerimos ir
colocándonos en el lugar de los pastores
(son evangelizadores); en el lugar de María
(que escucha y ama en silencio meditativo);
en el lugar de José (de quien no tenemos ni
una palabra).
Seguimos a Jesucristo hoy. Pidamos a Dios
que nos transforme el corazón para que,
ocupándonos de los demás, más que de
nosotros mismos, podamos amar al estilo de
María que, seguramente, es un estilo que
enseñó a su Hijo Jesús: amor discreto,
servicial, entregado libremente.
Proclamamos la Palabra: Lc2, 16-21