Prodavinci

1
Prodavinci
Preso político; por Fernando Mires
Fernando Mires · Thursday, November 10th, 2016
Fotografía de Roberto Mata
La frase del ex presidente de Costa Rica, Oscar Arias, ya es famosa. “En democracia
no hay presos políticos”. De todas maneras vale la pena preguntarse: ¿por qué en
democracia no hay presos políticos?
En democracia suele no haber presos políticos aunque ha habido excepciones. Una
hizo historia. Fue la prisión de los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti en los EE.
UU. (1927). Ambos, sin haber sido agotados los procedimientos legales, fueron
encarcelados y después ajusticiados por razones políticas. Sin embargo, el hecho de
que haya sido un escándalo, de que hasta hoy la novela Sacco y Vanzetti de Howard
Fast sea leída, de que la canción cantada por Joan Báez continúe siendo escuchada,
demuestra que ese caso fue una excepción extrema. En cambio, lo que fue una terrible
anormalidad en los EE.UU. era, durante ese mismo tiempo, la cosa más normal del
mundo en la URSS.
Prodavinci
-1/5-
13.11.2016
2
Digamos mejor: en un orden democrático suele no haber presos políticos. La razón es
la siguiente: una democracia comienza a existir cuando la vida social y política se
encuentra reglada por la Constitución. En consecuencia, los que en democracia alegan
haber sido condenados por razones políticas (los terroristas del ETA, por ejemplo) no
han sido llevados a prisión por razones políticas sino por haber faltado a la
Constitución de la misma manera que si un millonario va a la cárcel por evasión de
impuestos, no es un preso económico; es simplemente un preso legal.
En democracia no existen tribunales políticos. Luego, no puede haber presos políticos.
¿Cuándo es político un tribunal? La respuesta es obvia: cuando el poder judicial al
perder su independencia ha sido convertido en apéndice del poder político. Sin
independencia judicial un tribunal no actúa en nombre de una constitución sino en el
de determinadas personas. En las palabras de Michel Foucault, en nombre de cuerpos
biológicos.
Foucault fue el pensador que más insistió en la tesis de que todo poder ejercido es
corporal. Para el filósofo francés el poder era un bío-poder. En su conocido libro
Vigilar y Castigar intentó incluso construir una arqueología de la opresión la que
siempre, de una manera u otra, termina siendo biológica o corporal.
Pero como Foucault no era un filósofo político, nunca logró establecer la diferencia
entre un poder constitucionalmente mediatizado y un poder directamente personal.
Diferencia importante. Mientras en una democracia el cuerpo del ciudadano en vías
de convertirse en un prisionero ha desobedecido a la Constitución, en una dictadura
ha desobedecido a los cuerpos de las personas que detentan el poder.
Cuando el poder no es constitucional es personal. Por lo mismo, el dictador, al haber
suprimido al poder judicial, ha impuesto a quienes no acatan su justicia un dilema
personal. O el cuerpo del perseguido se somete al del dictador o será castigado. En
ese dilema reside el germen totalitario de toda dictadura.
No toda dictadura es por cierto totalitaria. El totalitarismo es la radicalización hasta
sus últimas consecuencias de una dictadura. Comienza, según Hannah Arendt, cuando
ha desaparecido la línea que separa al mundo de la intimidad con el del espacio
público. El dictador totalitario —así también lo entendió Orwell en su estremecedor
1984— no solo exige obediencia. Su objetivo es obtener la rendición corporal y por lo
mismo, la espiritual de los ciudadanos. Por eso, agregaba Arendt, toda dictadura
totalitaria conduce al reino del terror.
Un magnífico film alemán, ya un clásico, La Vida de los Otros (Su director es Florian
Henckel), tuvo el mérito de llevar a la pantalla la lógica del totalitarismo. En ese film
vemos como los espías se enteran del último resquicio de la intimidad: el de los
orgasmos de la pareja de amantes espiados. El jerarca comunista que en ese mismo
film exige poseer el cuerpo de la mujer espiada solo llevó la lógica totalitaria hasta sus
últimas consecuencias.
Eso fue lo que no entendió Foucault. En una democracia, si bien el poder es ejercido
por personas, es despersonalizado por el poder de la Constitución. En una democracia
nos enfrentamos a la ley. En una dictadura la lucha es cuerpo a cuerpo.
Prodavinci
-2/5-
13.11.2016
3
Bajo una dictadura prima la corporeidad en su más directa expresión. En muchas de
ellas, sobre todo cuando ha sido alcanzado la fase totalitaria, la propia libertad de
movimiento es socavada. Los ciudadanos son divididos entre los que pueden viajar al
exterior y los que deben ser recluidos dentro del país. O a la inversa, entre quienes
deben irse y quienes pueden vivir en territorio nacional. Y, por supuesto, entre los que
pueden caminar por la calle y los que deben ser declarado presos de acuerdo a los
dispositivos del poder.
Las cámaras de tortura, propias a cada dictadura, son lugares en donde son
ejercitados los pasos que llevan a la expropiación del cuerpo opositor. Así se explica
por qué la mayoría de las personas que han sido torturadas coinciden en señalar que,
pese a que los torturadores saben que el torturado no puede decir más de lo que sabe,
lo continúan torturando. ¿Sadismo? Claro que sí. Pero se trata de un sadismo
funcional.
La función del torturador es comunicar al torturado que él ya no ejerce soberanía
sobre su propio cuerpo. Hay relatos que de modo aterrador lo confirman. Hace
muchos años, mi amiga X, recién llegada al exilio después de haber pasado por las
siniestras cámaras de tortura en la calle Londres, en Santiago de Chile, me confesó en
voz muy baja. “Durante las noches los torturadores entraban a mi celda y me violaban.
Una vez, dos de ellos, después de haberse saciado conmigo, mearon sobre mi cuerpo.
Nunca me lo voy a poder explicar. ¿Por qué tenían que hacerme eso?”
El falo en su doble función, eyaculatoria y urinaria, era usado, en el relato de mi amiga
X, como arma de guerra. Cumplía órdenes que provenían del estado mayor, órdenes
destinadas a hacer saber a los prisioneros que ellos, al no obedecer a la dictadura, no
eran dignos de habitar su cuerpo. A muchos los mataron. A otros —fue el caso de mi
amiga X— le quitaron para siempre el deseo de vivir.
Experiencias similares pueden ser conocidas en los informes de Amnesty International
sobre los sucesos en Kosovo. Hay, además, testimonios literarios y cinematográficos.
La novela El Pintor de Batallas de Arturo Pérez Reverte relata solo una parte de los
horrores que el escritor vio en su condición de corresponsal de guerra. El film de
Isabel Coixet, la vida secreta de las palabras, nos muestra, de modo desgarrador,
como las heridas no cicatrizan después de haber pasado por el infierno de las cárceles
de Milosevic. Allí las víctimas solo tenían dos opciones: o morir en muerte o morir en
vida.
A propósito de muerte: escuché recién las noticias en la radio: Erdogan, hasta hace
poco presidente de una Turquía democrática, convertido hoy en implacable dictador,
ha vuelto a insistir en su proyecto de reimplantar la pena de muerte. ¿Por qué quiere
matar Erdogan?
Si lo pensamos bien, lo que interesa a Erdogan no es matar. En su proyecto político la
pena de muerte cumple otra función: la de hacer saber a los ciudadanos turcos que él,
Erdogan, puede decidir cuales de “sus” presos políticos merecen vivir y cuales deben
morir en su país. Otra “bío-dictadura” más.
Matar no es el objetivo primero de las dictaduras. El objetivo primero es ejercer
Prodavinci
-3/5-
13.11.2016
4
vigilancia sobre cada cuerpo, practicar la dominación corporal hasta tocar los puntos
más íntimos de cada ser. ¿Y hay algo más íntimo que la sexualidad? Ese al menos fue
el gran descubrimiento de la Santa Iglesia en sus tiempos teocráticos. Controlando la
intimidad sexual controlan todo el cuerpo social.
La lección de la Iglesia premoderna ha sido aprendida muy bien por dictaduras y
autocracias del siglo XXl. Solo así se explica la homofobia que hacen gala algunos
dictadores. Putin, por ejemplo, ha desatado una feroz campaña en contra de la
homosexualidad. Cada homosexual es, o ha llegado a ser en Rusia, un potencial preso
político.
Por supuesto, homosexuales y lesbianas no constituyen ningún peligro para la
seguridad interior del Estado. Eso lo sabe Putin. Pero también sabe que al dictar
normas acerca de como y donde se debe amar, puede ejercer control sobre los
espacios más íntimos de la sociedad: los cuerpos humanos. Frente al poder de Putin,
todos los ciudadanos están desnudos.
En Venezuela también obligan a Lilian Tintori a desnudarse antes de visitar a su
esposo Leopoldo, en las mazmorras de Ramo Verde. El desnudo de Lilian, al igual que
en Rusia o Turquía, cumple para el régimen una función política: dar a conocer que el
poder es dueño y señor de la intimidad de cada opositor. La misma suerte corren
seguramente las esposas de los cientos de presos políticos de Venezuela. Sobre
Leopoldo al menos están puestos los ojos de la opinión pública internacional. Con los
otros presos políticos el régimen puede actuar con toda impunidad. Hay que imaginar
lo peor.
Maduro, al igual que Erdogan y Putin, intenta presentarse como amo de los destinos
de los cuerpos ciudadanos. Así se explica por qué usa a los presos políticos como
rehenes. Como si el Estado fuera una selva y él un jefe guerrillero de las FARC, libera
de vez en cuando a algunos presos políticos a cambio de concesiones destinadas a
asegurar la continuidad de su mandato. Para Maduro, los presos políticos —y por
ende, sus familiares— son simples objetos de canje.
Durante Chávez —quién dictaba sentencias judiciales por televisión— un ministro dijo:
“aquí no hay presos políticos; aquí solo hay políticos presos”. Quería decir que los
políticos presos estaban detrás de las rejas por razones no políticas. Pero ingenioso no
fue el ministro. Para cada dictadura, los presos políticos solo son políticos presos.
Tuvo entonces razón Foucault al dejar claramente establecido que el poder no es una
noción abstracta. Los derechos humanos son, efectivamente, derechos del
cuerpo humano. No tuvo razón al no haber sentado la diferencia entre un régimen
dictatorial y uno democrático. En este último, si bien las leyes son dictadas por
cuerpos humanos, después de haber sido inscritas en un libro se convierten en una
valla destinada a protegernos de los deseos de poder de los gobernantes. En palabras
de Aristóteles: “La ley es la inteligencia sin las ciegas pasiones” (La Política)
Bajo el dictado de la Constitución no somos ni mejores ni peores. Pero al menos
ajustamos nuestros deseos de poder dentro de un marco que nos evita regresar a una
condición natural donde reinan los seres más brutales, aquellos que al ponerse a sí
Prodavinci
-4/5-
13.11.2016
5
mismos por sobre la ley, terminan situados fuera de ella. No sin razón algunos juristas
denominan a la Constitución como el cuerpo legal.
“En una democracia no puede haber presos políticos”. La sentencia de Oscar Arias
continúa siendo inapelable. En una democracia solo pueden ir a prisión quienes han
violado a la Constitución.
This entry was posted
on Thursday, November 10th, 2016 at 8:55 am and is filed under
You can follow any responses to this entry through the Comments (RSS) feed. You can
skip to the end and leave a response. Pinging is currently not allowed.
Prodavinci
-5/5-
13.11.2016