Los feminicidios no pertenecen a las víctimas - s3.amazonaws.com

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LAS PROMESAS DEL MMA EN MÉXICO, DENTRO Y FUERA DE LA JAULA
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AUGUSTO “DODGER” MONTAÑO
JUAN “FÉNIX” PUIG
ALEXA GRASSO
IRENE ADANA
TODO CON MEDIDA
8 VICE
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EN LA PORTADA: Antropófago, un cuadro de
Nicolas Claux, quien cumplió una condena de siete
años y cuatro meses en una cárcel de Francia por
los delitos de asesinato y robo a mano armada
contenido | Volumen 7 Número 9
Sin título (U.S.
Marshals, LAX,
#001), tomado
de la serie Jefes
de policía de
Estados Unidos.
Foto, cortesía
de Brian Finke
y ClampArt, NY.
La Monografía
completa de los
jefes de policía
de Estados
Unidos saldrá
bajo el sello de
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noviembre
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12 VICE
Azul y negro
¿Por qué las comunidades minoritarias
de Nueva York no confían en los policías?
Los ataques con ácido
preocupan a Colombia
Retuitear para matar
Todo es muy divertido hasta que alguien
tuitea una amenaza de muerte
El extraño caso del ex mejor amigo de
Leonardo DiCaprio, sus dos cacatúas
y millones de dólares desaparecidos
Sacrificio sobrenatural
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Post mortem
78
Es un secreto
88
México feminicida
98
Buenaventura desmembrada
Sudáfrica le declara la guerra al diablo
Dos fotografías de la serie ‘El trabajo
de un policía’ de Leonard Freed
El rostro de Camden
De noche por San Pedro Sula con
cámara, micrófono y pistola en mano
Olin Castro lleva ocho años cubriendo los crímenes
que suceden en la ciudad más violenta del mundo
104
La vida y las muertes de
un médico legal y forense
El tiempo que pasé con Charles
Sobhraj, el asesino del bikini
Los feminicidios no pertenecen a las víctimas
(lo suyo es humillación, tortura y asesinato),
estos crímenes pertenecen a la sociedad
El puerto comercial más importante del Pacífico
colombiano vive una nueva guerra. Esta vez con
un criminal y macabro modus operandi
Persecución en la Zona
Dorada de Mazatlán
contenido | Volumen 7 Número 9
Sin título (U.S.
Marshals, NY,
#061), tomado
de la serie Jefes
de policía de
Estados Unidos.
Foto, cortesía
de Brian Finke
y ClampArt, NY
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Directorio
Empleados del mes
Frente de la revista
Víctimas de tortura policial, hackers rusos,
el Museo del Asesinos Seriales de México,
mafias jordanas de robacoches y subastas
de vírgenes en Medellín
Infográfico:
El arte de secuestrar
y exigir rescate
Cualquier idiota puede secuestrar
a alguien, el arte verdadero reside
en obtener un jugoso rescate
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Minucias:
Chingaderas de nota roja
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Moda:
Calor encerrado
Fotos por Curtis Buchanan
Moda:
Retratos hablados
Composiciones por Annette
Lamothe-Ramos
La página de johnny ryan
True Crime
FUNDADORES Suroosh Alvi, Shane Smith
director creativo INTERNACIONAL
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Presidente
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PUBLISHER Eduardo Valenzuela ([email protected])
PUBLISHER INTERNACIONAL John Martin
EDITORA
Xitlalitl Rodríguez ([email protected])
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ASISTENTE DE PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN
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EDITOR EN JEFE Rocco Castoro
DIRECTOR COMERCIAL Juan José Jiménez ([email protected])
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EDITOR INTERNACIONAL
Andy Capper
PUBLICIDAD Y VENTAS
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GERENTE DE FINANZAS
Alberto Figueroa ([email protected])
ADMINISTRACIÓN Y FINANZAS Yessica Rosas ([email protected])
CREATIVA Y EJECUTIVA DE CUENTAS
María José Báez ([email protected])
TEXTOS Andy Capper, Rafael Castillo, Luis Chaparro,
Andre Dubus III, Alison Elkin, Alison Flowers,
Gary Indiana, Gideon Jacobs, Bernardo Loyola,
Camilo Maldonado Tovar, Derek Mead, Alejandro Mendoza,
Brian Merchant, Sebastián Ospina López, Scott Pierce,
Skyler Reid, Johnny Ryan, Joseph Scott Morgan,
Matt Taylor, Juanjo Villalba, Marisol Wences Mina,
Elizabeth Withman, Grace Wyler
FOTOS Curtis Buchanan, Carlos Alberto Carbajal,
Rose Marie Cromwell, Alison Flowers, Leonard Freed,
Bruce Gilden, Francisco Gómez, Edu Ponces (Ruido Photo),
Joseph Scott Morgan, Carlos Villalón
ASISTENTE EDITORIAL
José Luis Martínez ([email protected])
TRADUCCIÓN
Daniela George ([email protected])
Diseño Editorial inkubator.ca
DIRECTOR DE ARTE
Francisco Gómez ([email protected])
Diseño Gráfico Julio Derbez ([email protected])
TRAFFICKER
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COMUNICACIÓN Y SERVICIOS ONLINE
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COORDINADORA DIGITAL Karina Ramírez ([email protected])
ILUSTRACIONES
Nick Gazin, Annette Lamothe-Ramos, Johnny Ryan
RELACIONES PÚBLICAS
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TRADUCCIONES
Gerardo Piña, Daniela George, José Luis Martínez Limón
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VICE es una publicación mensual. Volumen 7, número 9, octubre 2014. Domicilio de la publicación y del distribuidor: Colima 235-233, Col. Roma, Del. Cuauhtémoc, CP. 06700, México,
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título y de contenido, en trámite. Imprenta: Preprensa Digital. Caravaggio 30, Col. Mixcoac, Del. Benito Juárez, México, CP. 03910, D.F. Tel.: (55) 56 11 96 53. Distribución gratuita. Distribuidor:
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16 VICE
PERMISO EN TRÁMITE
EMPLEADOS DEL MES
(Ve PERSECUCIÓN EN
La zona dorada DE
MAZATLÁN, página 104)
Gary Indiana
(Ve Es un secreto,
página 78)
Marisol
Wences Mina
(Ve México feminicida,
página 88)
18 VICE
Joseph Scott Morgan comenzó su carrera
como perito forense en la Oficina del Juez
de Distrito de Nueva Orleáns. Durante
los últimos treinta años ha participado en
más de siete mil autopsias y realizó más de
dos mil notificaciones para los familiares
de los difuntos hasta que se jubiló en 2005
tras haber sido diagnosticado con trastorno
por estrés postraumático. Actualmente es un
distinguido académico de medicina forense
aplicada en la Universidad de Jacksonville y
autor del libro Blood Beneath My Feet: The
Journey of a Southern Death Investigator (La
sangre bajo mis pies: el viaje de un investigador forense del sur) publicado en 2012, una
autobiografía de la trayectoria que lo llevó
a obtener el reconocimiento como autor del
año del estado de Georgia en 2013.
La primera vez que hablamos con Gary
Indiana fue en 2011 cuando llamó por
error a nuestras oficinas en lugar del hospital en donde un amigo suyo convalecía
tras una cirugía de pulmón. Desde entonces
comenzamos una extraña amistad (en el
sentido de que aún no podemos creer que
hayamos podido beber vodka con uno de
nuestros escritores favoritos). Seguramente
conoces alguna de sus hazañas artísticas,
pues Gary es novelista, actor, cineasta,
artista plástico, fotógrafo, dramaturgo,
ensayista político y crítico de arte, aunque
lo que llamó nuestra atención hace años fue
su obra de ficción que revela amargura y
coraje. La autobiografía de Gary, Te puedo
dar todo menos amor será publicada por
Rizzoli en 2015.
Rose Marie Cromwell es una de nuestras fotógrafas favoritas del momento.
No sólo porque sus fotografías multicolores revelan una parte del espectro del
color demasiado hermosa para percibirla
a simple vista. Más que eso, Rose Marie
Cromwell está verdaderamente interesada en el efecto que la globalización tiene
en la intimidad y fue precisamente por
ese interés que fundó y sigue dirigiendo
Cambio Creativo, un centro de enseñanza
de artes, sin fines de lucro, ubicado a unos
pasos de la ruta comercial más grande
del mundo: el Canal de Panamá. No hay
muchos fotógrafos en la actualidad que
se encuentren haciendo cosas buenas por
otros seres humanos; lo que ella hace es
un auténtico sello distintivo.
Marisol es una periodista y escritora de 34
años que vive en Acapulco, Guerrero. Ha
colaborado con las ediciones regionales de
Milenio Diario y La Jornada. Actualmente
estudia la maestría en Ciencia Política en
la Universidad Autónoma de Guerrero, y
trabaja en una tesis sobre políticas públicas
y salud mental, a partir de la violencia por
el crimen organizado que ha azotado al
estado. Para este número narra la matanza
de la familia de Franceri, un caso que la
llenó de coraje, impotencia y asco. Ella cree
en el compromiso social del periodismo,
y en narrar las historias que otros no cuentan o que las cuentan de forma superficial,
y busca hacer visibles a quienes han sido
invisibilizados. Es madre de dos hijos. Le
encanta dormir y ama a los gatos.
Rafael Castillo tiene 27 años y nació en
Chetumal, Quintana Roo. Estudió periodismo en el Tec de Monterrey, y antes de
unirse a VICE NEWS trabajó para Reuters
en México como productor, y colaboró en
la BBC y El Universal. Las historias que
más le gusta investigar son las que ni sus
editores saben que existen, pero las que más
le gusta contar son las que le dan chance
airearse fuera de la oficina, y que con un
poco de suerte le permitan ser testigo de la
primera línea de la historia. Rafita, como
le decimos de cariño en la oficina, se unió a
nuestro equipo hace unos meses e hizo una
entrada triunfal con el video sobre unos
punks bien padres que rondan en el Metro
de la Ciudad de México, el cual se viralizó
en tres segundos: Team Destructo.
Joseph Scott
Morgan
(Ve POST MORTEM,
página 68)
Rose Marie
Cromwell
(Ve Persecución en
la Zona Dorada de
Mazatlán, página 104)
Rafael
Castillo
(Ve México feminicida,
página 88)
Illustrations por Geffen Refaeli y Katia Tort
ANDRE
DUBUS III
Andre Dubus III es autor de seis libros, entre los cuales se encuentran los best-sellers
La casa de arena y niebla y El jardín de los
últimos días, así como Townie, una autobiografía. Su libro más reciente, Amor sucio,
estuvo en la lista de “libros distinguidos”
del New York Times, en la lista de “obras
de narrativa distinguidas” del Washington
Post y fue uno de los mejores libros de 2013
de acuerdo con la revista Kirkus. Dubus ha
sido finalista del National Book Award, ha
obtenido la beca Guggenheim, el National
Magazine Award en la categoría de narrativa
y dos premios Pushcart, así como un premio
otorgado por la Academia de Artes y Letras
de Estados Unidos. Vive en Massachusetts
con Fontaine, su esposa, quien es bailarina
de danza contemporánea y sus tres hijos.
F�ENTE DE LA �EVISTA
Víctimas de tortura por parte de la
policía de Chicago quieren justicia
Ladrones
de autos
siembran
el terror
en Jordania
20 VICE
no han recibido nada. Por su parte Burge,
quien cumple una condena por perjurio y
obstrucción de la justicia, sigue recibiendo
una pensión anual de 54 mil dólares.
Ahora, después de más de tres décadas, los
defensores de esta causa han logrado obtener
una ordenanza del Consejo de la Ciudad de
Chicago que habría de proporcionar veinte
millones de dólares para reparar, compensar,
cuidar y conmemorar a los sobrevivientes de
las torturas.
Esta ordenanza haría las veces de una
disculpa formal para los sobrevivientes y
les otorgaría una suma económica a las
víctimas y a sus familiares. Esta medida fue
apoyada por un grupo de defensores de las
víctimas y miembros de organizaciones protectoras de derechos humanos (incluyendo
Amnistía Internacional).
A pesar de la notoriedad que el caso ha
tomado, la ordenanza permanece detenida en
el Comité de Finanzas del Consejo y requiere
de una audiencia para llevarse a cabo. Edward
Burke, concejal de Chicago y presidente del
Comité de Finanzas, no respondió a las peticiones de que hiciera algún comentario acerca
de sus planes al respecto. Alison Flowers
Fue aproximadamente en 2010 cuando los reportes
de noticias desde Amán, Jordania, comenzaron a
notar un aumento en la cantidad de autos robados en la
ciudad. Entonces los robos fueron considerados como meros
incidentes aislados, pero la realidad indicaba otra cosa: grupos
del crimen organizado se robaban los autos en Jordania y
luego pedían rescate por ellos; en algunos casos, estos robos
parecían pasar voluntariamente inadvertidos por la policía.
Aun cuando no lo hayan vivido personalmente, la mayoría
de las personas en Amán con las que me entrevisté afirmaron
Fuertes medidas
en contra de la
corrupción en China
El presidente de China, Xi Jinping, ha
declarado la guerra a la corrupción
dentro del Partido Comunista, el partido en el
poder; ha prometido perseguir a “tigres y moscas” en lo que parece un flagrante intento por
tranquilizar a la creciente clase media del país.
El verano pasado, la purga alcanzó a los
rangos más altos del partido como a Zhou
Yongkang, jefe de seguridad; el tipo de luminaria
que se consideraba intocable bajo regímenes
previos. Las agencias oficiales informan que
Zhou ha sido acusado de haber cometido “violaciones disciplinarias graves”. Sin embargo,
según el Financial Times, miembros de alto
rango del partido sospechan que Zhou ha conspirado con Bo Xilai, otro vástago del partido que
cayó en desgracia. Aun así, no es fácil saber si
se trata de una movida inteligente del departamento de relaciones públicas o si realmente
Xi quiere reformar el sistema político.
Xi enfrenta resistencia por parte de algunos
jefes del partido, quienes no se resignan a
perder todo el botín. “Los dos ejércitos —el de
corrupción y el de anticorrupción— están en un
punto muerto”, comentó Xi en junio. Parece que
Xi está decidido a romper este punto muerto,
pero afirmar que algunos encabezados llamativos convencerán a la enorme población de que
su gobierno no está lleno de idiotas ávidos de
dinero es otro asunto. Matt Taylor
haber conocido a alguien a quien le han robado su auto o
camión. Un comerciante me explicó que estos grupos operan
robando un auto de lujo y luego piden rescate por él. “Si
perciben cierta hostilidad de tu parte, simplemente incendian
tu auto”, dijo. La policía negó que el robo de autos fuera uno
de los problemas más importantes del país. En una entrevista
reciente, el jefe nacional de la policía afirmó que alrededor
de 98 por ciento de los autos robados han sido recuperados
y que cualquier policía que se ha coludido con los ladrones
de autos ha sido despedido. Elizabeth Whitman
Foto de China por Jason Lee/Reuters/Corbis; foto de Chicago por Alison Flowers
Desde 1971 más de cien personas, la
mayoría hombres afroamericanos,
fueron obligadas a confesar haber cometido
crímenes de gravedad, en el cuartel de policía del Ala Sur de Chicago, lo que formó
parte de una campaña de tortura permitida
que se mantuvo por casi veinte años bajo
la autoridad de Jon Burge, el jefe de policía
de entonces.
“Torturarme era como un baile para ellos”,
dijo Darrell Cannon, una víctima de tortura
que pasó dos décadas en la cárcel después de
haber confesado en falsedad los cargos de asesinato que se le imputaban en 1983. Los agentes
asfixiaban a Cannon, le hacían creer que iban
a matarlo metiéndole una pistola en la boca,
lo golpeaban con una manguera de plástico
y le daban toques en los testículos con una
picana. “Les gustaba hacerme eso”, añadió.
La brutalidad de la policía en la época
de Burge —y en los años de encubrimiento
que le siguieron— alimentó una profunda
desconfianza entre las minorías y el ejercicio de la ley en Chicago, al grado de que
se ha mantenido así por décadas. Mientras
que algunas víctimas han recibido millones
en indemnizaciones; otros, como Cannon,
F�ENTE DE LA �EVISTA
España tiene un problema
de esteroides
Hackers
rusos han
estado
robando
bancos de
Estados
Unidos
desde hace
mucho
tiempo
22 VICE
En julio de 1994, agentes de Citibank notificaron
al FBI sobre lo que entonces era un nuevo tipo
de crimen: cientos de miles de dólares habían desaparecido de algunas cuentas bancarias corporativas. Para
octubre de ese año, el total había aumentado hasta
alcanzar diez millones de dólares. De acuerdo con el
FBI, era la primera vez que se había cometido el robo
de un banco por computadora.
Fue hasta finales de 1994 que se estrenó Netscape
Navigator, el primer navegador en alcanzar un gran
éxito comercial. La industria financiera adoptó internet
desde sus inicios, pero le faltaba seguridad; los miembros de seguridad de Citibank afirmaron que el equipo
de hackers, liderado por el programador ruso Vladimir
Levin, había utilizado cuentas válidas para acceder al
sistema de manejo del dinero del banco (aún sin codificar) y para robar contraseñas y datos de las cuentas.
Tras haber sido alertados por un par de transacciones
sospechosas que sumaban un total de casi 522 mil
dólares, el FBI rastreó las transferencias hasta un par de
ciudadanos rusos: Yevgeny y Yekaterina Korlokova en
San Francisco. De acuerdo con las declaraciones de unos
agentes del FBI que formaron parte de la unidad anticrímenes de cuello blanco en San Francisco, Yekaterina
se dirigió a su casa a toda prisa después de descubrir
que sus fraudulentas cuentas bancarias habían sido congeladas. Según cuentan, fue arrestada con las maletas
ya hechas y un boleto sencillo para Rusia en mano.
Después de ser arrestados, los Korlokova le dijeron al FBI que Levin orquestaba los robos desde San
Petersburgo y aceptaron colaborar con la policía para
localizarlo. En la primavera de 1995 convencieron a
Levin de que viajara a Londres, donde fue arrestado.
En 1998, tras haber sido extraditado a EU, se declaró
culpable de haber cometido crímenes federales relacionados con el banco y fraude por computadora. Fue
sentenciado a tres años de prisión y a pagar una multa
de 240 mil dólares de indemnización.
Ese robo fue el punto de partida de dos décadas
del ya conocido juego del gato y el ratón entre hackers
cada vez más sofisticados y los bancos. Y aunque diez
millones de dólares parecía una cantidad inmensa
en 1994, el impacto de los crímenes cibernéticos ha
aumentado de magnitud en las décadas pasadas. De
acuerdo con un informe de la compañía de seguridad
McAfee, el costo económico global de los crímenes
cibernéticos es, hoy día, de aproximadamente cuatrocientos mil millones de dólares anuales; mucha de esa
cantidad ha sido resultado de golpes directos contra
bancos y minoristas. En agosto se descubrió que algunos criminales rusos se hicieron de 1,200 millones de
dólares en nombres de usuario y contraseñas de 420
mil páginas electrónicas; el mayor robo de credenciales
en línea de la historia. Derek Mead
Foto de España por Darryl Estrine/Getty Images; ilustración por Nick Gazin
Hace aproximadamente una década hubo en España una fiebre entre la
juventud por ponerse en forma. Desde entonces, los jóvenes españoles
se han metido a los gimnasios en manadas, ejercitándose y haciendo pesas para
hacer sus músculos tan grandes como les sea posible. Si bien no hay nada de
malo en que la juventud se ponga en forma, esta moda ha venido acompañada
de una nueva imagen corporal y algunos problemas de salud.
Esteroides anabólicos, agilizadores circulatorios y hormonas para el crecimiento (productos en su mayoría traídos de China) han traspasado las fronteras de
España. Los efectos culturales en centrar la atención en el tamaño de los músculos han sido muy dañinos: expertos calculan que entre veinte mil y cincuenta
mil españoles, la mayoría jóvenes, sufren de dismorfia muscular o “vigorexia”,
un tipo de anorexia invertida en el que una persona se obsesiona con la idea
de que sus músculos son muy pequeños, sin importar qué tan musculoso esté.
La policía española está tomando fuertes medidas para rastrear esteroides ilegales
y otros productos de dopaje. En los últimos cinco años ha habido 35 operaciones
policíacas en contra del tráfico de anabólicos esteroides, la mitad de los cuales
ocurrieron en Valencia. Este mismo año las autoridades han desmantelado un
plan de distribución masiva de productos de dopaje que involucraba a estudiantes,
cadeneros, ciclistas profesionales y un médico acusado dar unas seiscientas recetas
de anabólicos esteroides en tan solo unos meses. Juanjo Villalba
F�ENTE DE LA �EVISTA
El aumento de suicidios
entre los policías de
emergencia canadienses
se ha vuelto alarmante
dijo Vince Savoia, fundador de la Tema Conter
Memorial Trust, una organización dedicada a
concientizar a las personas acerca del TEPT en
policías y militares encargados de atender emergencias; es una causa que le toca muy de cerca,
pues en 1988 Savoia, entonces paramédico,
atendió un llamado de emergencia de un terrible
asesinato en el que una mujer de 25 años de edad
(quien según él mismo afirma se parecía mucho
a su prometida) había sido atada a una cama,
amordazada, violada y apuñalada once veces.
Como muchos de quienes han trabajado
en emergencias, Savoia no había recibido una
preparación acerca de cómo manejar el TEPT;
ni siquiera sabía lo que era. Dijo que el sistema debería mostrar más compasión y ser más
eficiente, pues históricamente les ha fallado a
aquéllos que sufren. “La mayoría de los niveles
de gobierno se olvida de brindar el apoyo necesario para quienes atienden emergencias. Hay muy
poco financiamiento para el apoyo psicológico
de estas personas”, añadió. Allison Elkin
Asesinos seriales
En el Centro Histórico de la Ciudad
de México, hay un edificio que
alberga cosas horribles: niños asesinados;
cuerpos desmembrados y muchísima sangre. Es la exposición Asesinos Seriales 2
y sí, como si no fuera suficiente con una,
la segunda parte promete “ocho nuevos
casos”. En la entrada te recibe un Hitler
con el clásico saludo nazi, acompañado
por un Hannibal Lecter con camisa de
fuerza y bozal. Obvio hay estampas de la
Mataviejitas, llaveros en forma de dedos
mutilados y máscaras monstruosas, ¿qué
más quieres? Alejandro Mendoza
En Medellín se
subastan vírgenes
En los barrios bajos de Medellín,
Colombia, las bandas callejeras
están reclutando a niñas y adolescentes
(algunas de sólo diez años de edad) y subastan su virginidad ante turistas adinerados, en
el cada vez mayor mercado negro sexual
de esta ciudad.
Las chicas son atraídas por los líderes de
estas bandas, quienes se acercan a ellas
prometiéndoles ropa de diseñador, comidas en restaurantes caros y otros lujos, de
acuerdo con las investigaciones que dirigió
un grupo de defensores de estas chicas.
También es común que los líderes de las
bandas les ofrezcan dinero a los familiares,
para que éstos contribuyan a asegurarse
de que las jóvenes permanezcan vírgenes
hasta cerrar el trato de la venta. En una
subasta común, a los clientes se les muestra
un catálogo de aproximadamente sesenta
mujeres con precios que alcanzan los 2,600
dólares. Entonces los clientes reciben un
código secreto que les permite el acceso
a un sitio de internet. Cuando termina la
subasta descargan el sitio y destruyen los
folletos. Una vez vendidas, casi todas las
chicas permanecen en el tráfico sexual.
Se trata de un efecto colateral en la
transformación de lo que era la fortaleza
de Pablo Escobar a una metrópolis urbana.
De acuerdo con un informe de la ONU, el
reciente incremento en el número de turistas
extranjeros en Medellín ha constituido un
repunte en la economía ilegal de la ciudad
y ha convertido este destino en una atracción para el turismo de sexo y drogas. Las
redes de tráfico sexual han proliferado con
el apoyo de operadores extranjeros del
turismo sexual. Grace Wyler
EL CHOFER PRIVADO DE TODOS
USA EL CÓDIGO PROMO
VICEMEX
Foto por Francisco Gómez; ilustración por Kyle Stewart
En julio pasado, Ken Barker, miembro
de la Policía Montada de Canadá, se
quitó la vida. Barker había sufrido de trastorno
por estrés postraumático (TEPT) después de
atender un llamado de emergencia de un espeluznante asesinato en un autobús Greyhound
en Manitoba, en el cual Vince Li apuñaló, mutiló y decapitó a Tim McLean, otro pasajero,
para después comerse algunos de los restos de
su víctima. Desde el pasado mes de abril, 16
policías canadienses que atienden emergencias
se han suicidado; 13 de ellos en un periodo de
diez semanas hasta el 17 de julio, alcanzando
una cifra propia de una epidemia.
Un estudio publicado por investigadores
de la Universidad Eastern Michigan afirma
que hasta el 31 por ciento de los policías que
atienden emergencias experimentan TEPT, un
aumento importante en comparación con estudios previos que hablan de 19 por ciento.
Norteamérica no es la única región luchando
contra este problema. En 2006, un estudio
a 262 policías holandeses encontró que 41
por ciento de ellos manifestaban síntomas de
TEPT tras haber sido expuestos a algún evento
traumático: conflictos armados, un choque de
autos o una muerte violenta.
“La gente no debería molestar ni burlarse
de los oficiales que se atreven a hablar de sus
experiencias traumáticas, como a veces ocurre”,
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ocurridos en el mundo en 2013, gracias al aumento en la
inconformidad social y a la proliferación de grupos radicales.
Mientras que una célula terrorista, una pandilla callejera o
de piratas puede lograr un secuestro, el verdadero arte radica
en conseguir una fuerte suma por el rescate. A continuación
les compartimos una breve lista de los rescates más notables
de la historia:
1532: Atahualpa, rey de los incas
1973: John Paul Getty III
Al pagar su propio rescate al
conquistador Francisco Pizarro,
el último emperador de los incas
le entregó un salón lleno de oro
y plata con un valor equivalente
a mil quinientos millones de
dólares actuales: la mayor
cantidad de dinero jamás pagada
por un rescate.
Cuando el magnate petrolero J.
Paul Getty se negó a pagar 17
millones de dólares por el rescate
de su nieto, los secuestradores le
cortaron una oreja al chico y se
la enviaron a las oficinas de un
periódico italiano. Getty aceptó
pagar tres millones de dólares,
pero en realidad pagó 2.2 millones,
la mayor suma deducible de
impuestos hasta ahora, y le prestó
los otros 800 mil a su hijo con un
interés del cuatro por ciento.
1996: Victor Li
1874: La primera nota
pidiendo un rescate
Unas personas secuestran a
Charley Ross, un niño de cuatro
años de edad, cerca de su casa
en Pensilvania y dejan una nota
(que parece ser la primera de
este tipo en Estados Unidos)
pidiendo veinte mil dólares por
el regreso del niño. Ross nunca
fue encontrado.
70s: Montoneros
Un grupo de extrema izquierda de
la guerrilla siembra el terror
en Argentina secuestrando a
empresarios y extorsionándolos
para obtener grandes sumas de
dinero. Su chef d’oeuvre fue el
secuestro de Juan y Jorge Born
en 1974, magnates de la industria
del grano. Meses después los
hermanos son devueltos por más de
sesenta millones, el equivalente
a 293 millones de dólares en
2014, lo que constituye el mayor
rescate de la historia moderna.
26 VICE
1974: Patty Hearst
Una heredera de 19 años
de edad es plagiada de su
departamento en Berkeley
por el Ejército Simbionés de
Liberación, un grupo terrorista
de izquierda que exige a la
familia Hearst que distribuya
setenta millones de dólares
en comida entre la gente pobre
de California. El padre de
Patty dona inmediatamente seis
millones de dólares en comida,
pero el ESL decide no entregar
a su rehén porque la comida era
de pésima calidad. Tres meses
después, Patty Hearst anuncia
que se ha unido al ESL y que se
ha cambiado el nombre a Tania.
El hijo del magnate más rico
del mundo de los negocios de
Hong Kong es secuestrado por
el gángster chino Cheung Tzekeung (alias el Derrochador)
quien devuelve al joven por
133 millones de dólares.
Un año después, el Derrochador
pide una suma similar por
Walter Kwok, otro descendiente
del mundo de los negocios de
Hong Kong. Al cabo de un
tiempo Kwok es liberado a
cambio de 77 millones.
Una iniciativa de
El negocio del secuestro va en aumento en estos días. Lo que
alguna vez fue la especialidad de las guerrillas y los cárteles
de drogas en América del Sur, el plagio y el intercambio se
han vuelto una industria global para los seres humanos en la
década pasada. De acuerdo con la información proporcionada
por la firma de seguridad Control Risks, los secuestros en
Asia y África constituyeron más de la mitad de los incidentes
Azul y negro
¿Por qué las comunidades
minoritarias de Nueva York no
confían en los policías?
Por Matt Taylor
El cuerpo de
Eric Garner
yace en el
ataúd durante
su funeral en la
iglesia bautista
de Bethel
en Brooklyn,
Nueva York,
el miércoles
23 de julio de
2014. Foto AP /
New York Daily
News, Julia
Xanthos, Pool
28 VICE
E
l pasado 17 de julio, oficiales de
policía de la Ciudad de Nueva York
rodearon a Eric Garner, un hombre
afroamericano con sobrepeso y asmático,
cerca de su casa en Staten Island. De acuerdo
con su amigo y vecino Ramsey Orta, los
policías estaban molestando a Garner, de 43
años de edad y padre de seis niños, porque
creían que estaba involucrado en una riña
callejera. La versión de la policía es que
se acercaron a Garner porque estaba vendiendo cigarrillos sueltos, lo cual es ilegal.
Tal como aparece en el video tomado
por Orta, Garner se quejaba de un acoso
rutinario por parte de la Policía de Nueva
York (NYPD, por sus siglas en inglés) cuando
Daniel Pantaleo, un policía vestido de civil,
comienza a sofocar a Garner; mientras los
policías le estrellan la cabeza contra el piso
y lo sujetan, Garner alcanza a gritarles: “¡No
puedo respirar!” nueve veces (puedes ver el
video en YouTube) sin lograr que lo dejen.
Una hora después murió en un hospital. El
video tiene un terrible parecido al momento climático en el que se muestra a Radio
Raheem cuando es asesinado por la NYPD
en la película Haz lo correcto, de Spike Lee.
Lee creó su propia edición, mezcla de ambas
escenas, después de la muerte de Garner.
Casi de inmediato se empezó a decir que
Garner había sido una baja en un operativo
de “Ventanas rotas”, una teoría que dice que
si la policía se va en contra de delitos menores
como grafitear, pedir limosna en el metro
o la venta ilegal de cigarros, se desalienta
a quienes podrían cometer crímenes más
serios como violaciones o asesinatos. Esta
teoría es creación del criminólogo George
Kelling, coautor de un artículo publicado en
1982 en el Atlantic y que sigue siendo una
especie de manual para la policía en Estados
Unidos. “Ventanas rotas” fue una idea muy
extendida gracias a William Bratton, comisionado de la NYPD en la década de los 90s
bajo el gobierno del alcalde Rudy Giuliani,
quien ha retomado su antiguo puesto bajo
las órdenes del nuevo alcalde Bill de Blasio.
Aunque es obvio que la policía hubiera
preferido evitar la muerte accidental de
Garner, su arresto fue el resultado de una
estrategia deliberada: el pasado 7 de agosto,
en el New York Daily News, Philip Banks
III, jefe de la NYPD, hizo un llamado a
perseguir las ventas ilegales en menudeo
en Staten Island a principios de julio, días
antes de la muerte de Garner. Cuando los
policías comenzaron a acosarlo, simplemente estaban siguiendo órdenes.
Lo peor de todo esto es que se supone que
la NYPD estaba dando mejores resultados al
momento de relacionarse con las comunidades minoritarias. Uno de los elementos en la
campaña de De Blasio contra Ray Kelly, el
comisionado anterior, había sido la recurrente
práctica del departamento de Kelly de detener
y catear a jóvenes afroamericanos y latinos
con la esperanza de detener la violencia cometida con armas de fuego, una política pública
que se había reducido mucho antes de que el
nuevo alcalde tomara el timón en enero. Sin
embargo, un número absurdo de afroamericanos y latinos siguen siendo esposados por
delitos menores vinculados a la mariguana,
y los policías han mostrado cómo sacan su
enojo al arrestar a los adolescentes por bailar
brake dance en el metro a cambio de unas
monedas. “Kelly y Bratton siguen siendo
los mismos”, me dijo David Dinkins, quien
fue el primer alcalde negro, electo en 1989.
“Y así están las cosas realmente, como el
comisionado de la policía”. El programa
“Ventanas rotas” está de regreso (Kelling
está trabajando como consultor para el
departamento) y está dirigido, una vez más,
hacia los jóvenes pobres de comunidades
minoritarias. “No hay manera de darle la
vuelta al hecho de que una buena parte de
las minorías en NY sienten que están siendo,
indebidamente, el objetivo de la NYPD”,
me dijo Bratton en una entrevista. Pero el
comisionado defendió su manera tradicional
de enfocarse en comunidades minoritarias,
a las cuales señala con frecuencia como las
fuentes de los crímenes más violentos.
Kelling lo apoya. “Si alguien piensa que
Bratton está interesado en criminalizar a los
jóvenes o a los afroamericanos, está completamente equivocado”, me dijo. “Hubo un
tiempo en el que la historia nos decía que
los irlandeses estaban cometiendo muchos
crímenes. En otra generación fueron los italianos… actualmente tenemos un problema
terrible con afroamericanos matándose entre sí, al igual que con los latinos. Si quieres
detener estos crímenes, tendrás que lidiar
con esta población y eso no significa establecer un perfil racial inadecuado”.
El problema es cómo la policía ha decidido “lidiar con esa población”. Al asesinato
de Garner han seguido montones de fotos
y videos, la mayoría obtenidos por el Daily
News, que muestran a policías cometiendo
actos de maltrato a minorías como sacar
a rastras de su departamento a una mujer
negra desnuda y dejarla en el pasillo, o
detener a una mujer negra embarazada
sujetándola del cuello por estar haciendo
una carne asada en la banqueta. Bratton
aceptó, después de la muerte de Garner,
que los policías deberían estar mejor entrenados para contener a los sujetos. Eso
podría servir de ayuda, pero no ataca el
problema de fondo.
“Este es el tipo de cosas que los países
que están en una lista de observación le
hacen a sus ciudadanos. Hacen una redada
en un vecindario y encierran a las personas
por heroína”, dijo Eugene O’Donnell, un
abogado y policía veterano de Nueva York
que trabajó en el comité de transición de seguridad pública de De Blasio y actualmente
trabaja al lado de Ken Thompson, fiscal de
distrito de Brooklyn. “Lo escandaloso es
¿por qué se hizo este arresto y quiénes fueron los creadores de estas políticas públicas
que permitieron que esto ocurriera?”
Los ataques con ácido preocupan a Colombia
L
Patricia Espitia,
víctima de un
ataque con ácido en Colombia,
afirma: “Todos
dependemos de
nuestro rostro,
de nuestra imagen, y en esta
sociedad que
no tiene cierta
educación para
darse cuenta
de lo que pasa,
acaban encajonándonos”
30 VICE
a violencia en Colombia es un tema
ampliamente comentado, y en un país
con un conflicto armado que cumplió
medio siglo, pocos actos de violencia tienden a convertirse en motivo de polémica
nacional. Sin embargo, en los últimos meses,
mientras que el gobierno nacional negocia la
paz con las guerrillas en La Habana, Cuba,
los colombianos se están enfocando en resolver un fenómeno criminal que amenaza con
desbordarse: los ataques a personas con
agentes químicos, corrosivos y ácidos de
fácil acceso en el mercado.
El fenómeno, registrado por las autoridades forenses desde hace una década, se ha
convertido en una de las mayores preocupaciones de la ciudadanía, en especial desde
marzo de 2014, cuando Natalia Ponce de
León, una joven bogotana de clase alta, fue
atacada con ácido por un extraño, resultando en graves lesiones de su cara y cuerpo.
El caso de Ponce de León obligó a las
autoridades a reconocer que el fenómeno
está fuera de control y se ha convertido
en una práctica peligrosamente usual. Un
reporte del Instituto Nacional de Medicina
Legal y Ciencias Forenses reveló 926 casos
registrados durante la última década, de
los cuales 471 han sido ataques a mujeres
y 455 a hombres.
Según Jaf Shah, director ejecutivo de la
Acid Souvivors Trust International (ASTI)
en Londres, Colombia lidera la lista negra
de países con mayor número de ataques con
químicos en el mundo. Con una población
de 47 millones, en el país ocurre un promedio de cien ataques por año. India, con
1,200 millones de habitantes, registra mil;
y Pakistán, con 180 millones, 250. “Los
números de Colombia son alarmantes”,
me dijo en entrevista el inglés, quien pasó
en agosto por Colombia para analizar las
medidas que se están tomando para acabar
con el problema.
Este tipo de agresiones son interpersonales, casi siempre motivadas por celos,
envidia o, en casos muy extraños, obsesiones
sexuales. El mismo reporte de Medicina
Legal registra que de los 926 casos de agresión, 413 fueron al rostro. Según varios
expertos, esto refleja el deseo del agresor
por acabar con el estado físico y anímico
de la persona.
Además las víctimas deben lidiar con la
impotencia que genera el hecho de que sus
agresores sigan libres. En 2011, de los 42
casos de ataques con ácido registrados, sólo
dos terminaron en sentencias judiciales. El
año pasado, el Congreso Nacional aprobó
la ley 1639, que fortaleció las medidas
de atención y protección a las víctimas.
Sin embargo, aunque la ley establece un
aumento en las penas a los perpetradores,
para muchos es necesario avanzar en la
generación de mecanismos de prevención
como el control a la venta de estas sustancias en tiendas y farmacias.
“A pesar de que hay una ley, ésta se queda
corta, le falta muchísimo”, me dijo Patricia
Espitia, una víctima de estos ataques cuya
cara quedó desfigurada. “No cubre las necesidades que tenemos, nuestras cirugías,
la salud, la justicia. Las penas de cinco a
ocho años no sirven para nada. Yo me he
hecho 28 cirugías de reconstrucción en dos
años, y he tenido que sacar de mi dinero
para costearlas”.
El pasado 3 de septiembre estuve en
el foro de construcción de lineamientos
para la atención integral a mujeres víctimas
de estos ataques. Gina Potes, líder de la
Fundación Reconstruyendo Rostros, se acercó y me comentó, entre giros de cabeza, la
decepción que sentía por el evento. “Hay mucho desgaste institucional que no garantiza el
respeto de los derechos de las sobrevivientes;
necesitamos menos shows mediáticos y más
que buenas intenciones”.
Foto, cortesía de la Fundación Reconstruyendo Rostros, del archivo de Nubia Patricia Espitia
Por Sebastián Ospina López
�etuitear
para matar
Todo es muy divertido hasta
que alguien tuitea una
amenaza de muerte
Por Brian Merchant
Se suponía
que la broma
se descubriría
después de
una serie de
tres fotografías
tuiteadas.
La primera
mostraba un
arma borrosa.
La segunda
mostraba a
una víctima
ensangrentada.
En la tercera,
un joven yacía
en el suelo al
lado de una
patrulla
32 VICE
L
a noche del pasado 11 de marzo, un
usuario de Twitter, @StillDMC, se paró
frente a una ventana en Los Ángeles
y le tomó una foto a su rifle, que parecía
apuntar a una pareja de peatones ubicados
en una esquina a cierta distancia de ahí. A
las 12:09 am comenzó a tuitear.
Al lado de la fotografía escribió: “A los
100 RT le voy a disparar a alguien que pase
caminando”. Su tuit alcanzó rápidamente
los cien retuits. Una hora después tuiteó:
“Hombre muerto. Misión cumplida”.
Esta vez la fotografía mostraba a un joven
que yacía en el piso sujetándose el torso; parecía tener una herida en el pecho, a juzgar
por la mancha oscura borrosa.
Al día siguiente, la policía de Los
Ángeles arrestó a Dakkari McAnuff,
de veinte años de edad. El informe de
la policía dice que los agentes habían
“descubierto varias imágenes que mostraban un tipo de rifle desconocido que
apuntaba en dirección de varias de las
calles de la ciudad de Los Ángeles” [sic] y
habían determinado que McAnuff era @
StillDMC, y confirmaron su ubicación. Al
mediodía, un grupo de oficiales de policía
llegó al alto edificio de departamentos de
Zain Abbasi, de 22 años de edad, donde
McAnuff se encontraba hospedado.
Según lo declarado por Abbasi, el administrador del edificio lo mandó llamar a su
oficina, donde los policías lo esposaron a
él y a otro amigo suyo. Unos helicópteros
rodearon el edificio, varios francotiradores
tomaron sus posiciones desde las azoteas de
un complejo al otro lado de la calle y varias
patrullas bloquearon el estacionamiento
del condominio.
Los detectives le dijeron a Abassi que
llamara a McAnuff y le dijera que bajara
para reunirse con ellos. Tan pronto salió
del condominio, McAnuff fue arrestado
por diez agentes que estaban a la espera
con sus respectivas armas desenfundadas.
Los oficiales registraron el departamento y
encontraron el arma fotografiada en el tuit:
un rifle de aire comprimido.
Esposaron y detuvieron a todo el grupo.
McAnuff fue “encerrado bajo sospecha
de haber hecho amenazas criminales” y
su fianza se fijó en cincuenta mil dólares.
Por supuesto, todo se trataba de una
broma. McAnuff y Abbasi, junto con sus
amigos Moe y RJ, son miembros de un grupo
llamado los MAD Pranksters (bromistas
locos). Son chicos que vienen de Houston,
Texas —todos tienen entre 19 y 22 años de
edad— y que se mudaron a L.A. para probar
suerte en el mundo del entretenimiento. Esta
fue su primera proeza: un intento de hacer
lo que Abbasi llama “una broma social”.
Se suponía que la broma se descubriría
después de una serie de tres fotografías
tuiteadas. La primera mostraba un arma
borrosa y una violenta súplica; la segunda, una víctima ensangrentada y la tercera,
publicada casi once horas después de la
segunda, mostraba a McAnuff, en el piso,
con las manos en la espalda junto a una
patrulla. Un oficial de la policía de Los
Ángeles (LAPD, por sus siglas en inglés)
estaría de pie en el cuadro. El texto decía:
“Anoche, antes de ser arrestado. Soy un
idiota. Que chingue a su madre el soplón.
Y que chingue a su madre LAPD”.
Obviamente los MAD Pranksters esperaban que esta saga construida por ellos
fuera todo un éxito. En ese sentido, “100
RT y voy a disparar” lo fue. La broma fue
retuiteada mil veces (Twitter suspendió la
cuenta de McAnuff) y las noticias sobre
la supuesta amenaza aparecieron en las
primeras planas de todo el mundo.
Los medios de comunicación mostraron
a McAnuff como un asesino latente, en potencia o como un idiota imprudente y la
mayoría de las publicaciones no le dieron
importancia al hecho de que el rifle fuera
un juguete. No es difícil darse cuenta de por
qué ocurrió esto. El tuit parecía presentarnos una oportunidad para asomarnos a un
futuro perturbador. O hacer del asesinato
una suerte de videojuego.
Sin embargo, los MAD Pranksters afirman que su hazaña era evidentemente una
broma, y que la policía lo sabía incluso antes
de que arrestaran a McAnuff. Y en caso de
que la policía no lo supiera, debería haberlo
sabido, sostienen los acusados: había pistas
en los tuits, mismos que la policía afirma
haber monitoreado muy de cerca, que revelaban que todo era una broma.
En un correo electrónico, Abbasi escribió:
“La policía reaccionó de forma desmedida,
pusieron mi vida y la de mis amigos en peligro para intimidarnos y no poder tuitear:
‘¡Que chingue a su madre LAPD!’” Y añadió
que el departamento de policía “había gastado innumerables horas, recursos y dinero
de los contribuyentes para llevar a cabo
esta operación y así poder intimidar a los
MAD Pranksters para que no ejercieran un
derecho irrevocable”.
Intenté contactar a los agentes de LAPD
para que confirmaran o negaran los detalles
de la cuenta de los MAD Pranksters, pero
sólo la oficina de prensa se mostró dispuesta
a discutir el caso. “La fotografía tuiteada
fue considerada como una amenaza creíble.
Por eso enviamos a un grupo de detectives
a investigar”, me dijo una vocera de LAPD.
“Tenemos agentes que monitorean las redes
sociales. Mientras realizaban su trabajo de
rutina se toparon con el tuit”.
La historia de Abbasi y McAnuff despierta algunas preguntas acerca de la manera
en que los departamentos de policía deben
manejar las investigaciones de amenazas
por internet. ¿Qué están obligadas a conocer las autoridades antes de desenfundar
sus armas, dado que el panorama de las
redes sociales es ruidoso, poco confiable
y cambia rápidamente?
“No estamos violando la ley. Sólo estamos bromeando”, me dijo McAnuff.
Eso, por supuesto, es tema para un largo
debate. El cómo y cuándo se debe considerar como un acto criminal una amenaza
hecha por internet —y cuándo deben ser
consideradas como parte de la libertad de
expresión de la Primera Enmienda— está
en camino de ser discutido en la Suprema
Corte de Justicia de Estados Unidos por el
caso de Anthony Elonis, un residente de
Pensilvania. Elonis describió en Facebook
una serie de letras ultraviolentas para rapear
en las que describía, con gran detalle, el
asesinato de su esposa (separada de él) y
de sus ex colegas. Por esas publicaciones,
Elonis pasó casi cuatro años en la cárcel.
Mientras tanto, trucos en las redes sociales como las de los MAD Pranksters se
están haciendo cada vez más populares y
amenazas en línea dudosas todavía conforman una frontera relativamente nueva para
el cumplimiento de la ley. Hasta ahora, las
autoridades han luchado por mantener un
equilibrio entre una conducta inocua e inevitablemente estúpida y perseguir situaciones
de peligro verificable.
“Hay una categoría dentro de la libertad
de expresión llamada amenazas reales”, me
dijo Clay Calvert, profesor de la Universidad
de Florida, quien es especializa en temas de
medios de comunicación. “Se trata de un
discurso que, normalmente, una persona
razonable encontraría como una amenaza
de peligro”. Suena un poco ambiguo porque
lo es. “Desafortunadamente, la definición de
‘amenaza real’ no es muy clara”, dijo Calvert.
Los MAD Pranksters afirman que tuvieron contacto directo con un oficial de
policía, el mismo que les permitió usar su
vehículo como un accesorio en el último
tuit, y que le dijeron exactamente qué era
lo que estaban haciendo. Ellos sostienen
que resulta obvio que el arma era falsa, al
igual que la escena con el tipo muerto. En
otras palabras, los oficiales de LAPD debían
saber que no se trataba de una amenaza real.
Los MAD Pranksters dicen que pasaron
más de 16 horas entre el primer tuit y el
arresto —tiempo suficiente, podríamos decir,
para que contactaran al policía del tercer
tuit y para preguntarle a un experto en
armas de fuego si el arma fotografiada era
real—. Según la declaración de los agentes
de LAPD, los agentes descubrieron el tuit a
las 9:30 am, aunque tenía marcada la hora
de la noche anterior. Aun así, el arresto se
llevó a cabo tres horas y media después,
según afirma Abbasi, por lo que parece que
el departamento no estaba tratando el caso
como una emergencia.
Sin embargo, los oficiales de LAPD se
sintieron obligados a enviar suficientes policías para aprehender a un pequeño cártel
—incluyendo, según Abbasi, helicópteros y
francotiradores—. De hecho, lo más terrible
de todo eso fue que los agentes de LAPD
tuvieron a los MAD Pranksters en la mira
de los francotiradores. Dice Abbasi que en
la comisaría, una agente de policía le dijo:
“Hace un rato te tenía en la mira. Si te hubieras asomado por el balcón con tu rifle de
juguete, te hubiera volado la cabeza”. Y así
es como un muchacho podría haber muerto
por tuiteado una foto con un rifle de juguete.
Broma o no, el montaje involucra una
visión perturbadora de cómo los asesinatos
pueden comenzar a conectarse con las redes
sociales. Twitter, Facebook y YouTube ya
ofrecen una audiencia global omnipresente
y el incentivo para los usuarios de difundir
actos extraños o que lindan la frontera de lo
imposible en una subasta por ganar likes en
las publicaciones y más seguidores. Debido
a las huellas medibles en las redes sociales
que dejan verdaderos asesinos esto fácilmente podría haberse tratado de un delito grave.
También se ha demostrado que los jóvenes son particularmente sensibles a la presión
social a través de las redes.
Dadas las circunstancias, McAnuff y su
equipo tuvieron suerte. Días después de ser
liberado le informaron que la Oficina de
la Fiscalía del Distrito del Condado de Los
Ángeles había decidido retirar los cargos
en su contra. Además, los francotiradores
de LAPD no le dispararon a nadie, pero
es probable que algo así vuelva a ocurrir.
“Sin duda habrá más casos de amenazas
reales que involucran las redes sociales, ya
sea Facebook, Twitter o YouTube, en los
que las personas suben videos de ellas mismas amenazando a alguien”, dijo Calvert,
“se trata de un caso más en el que la ley tiene
que ponerse al corriente con la tecnología”.
Lleva tiempo aprender a distinguir los
hechos de la ficción, un tiempo con el que
nuevos consumidores y miembros de los departamentos de policía no siempre cuentan.
Tal vez la broma de @StillDMC haya sido
imprudente, tonta y peligrosa, pero debemos
esperar que haya más bromas así saltando
en nuestro navegador.
VICE 33
El extraño caso del ex mejor amigo de
Leonardo DiCaprio, sus dos cacatúas y
millones de dólares desaparecidos
Por Andy Capper y Scott Pierce, Fotos cortesía de Dana Giacchetto
Leonardo
DiCaprio y Dana
Giacchetto
hacen gestos
para la cámara
en una cabina,
tal vez durante
uno de sus varios
viajes de lujo
34 VICE
A
mediados de 1990, Leonardo
DiCaprio era el rey del mundo; la
estrella de cine con carita de bebé
estaba a punto de interpretar el papel principal en Titanic y le gustaba pasar parte de
su tiempo libre con Dana Giacchetto, un
ex inversionista bancario y miembro del
nuevo grupo de música new wave Breakfast
in Bed, en su penthouse de Broadway y
Cortlandt, en Manhattan. Los dos amigos
tenían sendas cacatúas que combinaban
muy bien llamadas Ángel y César, y organizaban fiestas espléndidas para las personas
más poderosas de las industrias del cine, la
moda y las finanzas de la década de 1990
como Michael Stipe, Andrew Cuomo, Kate
Moss, Winona Ryder, Harmony Korine,
Alanis Morissette y otras celebridades.
Entre las cosas que suelen hacerse en
fiestas que terminan tarde (regar excelente champaña por todos lados incluido),
algunos invitados hacían tratos de un
millón de dólares ya avanzada la noche;
al menos eso es lo que cuenta Giacchetto.
Su vida de lujo se acabó en el año 2000,
cuando fue arrestado y declarado culpable
por haber cometido fraude bajo el Acta
de Asesores de Inversión. Después de eso,
la mayoría de sus clientes lo abandonaron
y la corte lo sentenció a una condena de 57
meses como máximo en la cárcel por apropiarse indebidamente de aproximadamente
nueve millones de dólares. Gracias a su buen
comportamiento, el tiempo ya cumplido
en prisión y su voluntad por entrar en un
programa de rehabilitación, fue puesto en
libertad antes de tiempo, pero su vida no
ha vuelto a ser la misma.
La caída de Giacchetto comenzó en 1988,
cuando su madre, Alma, le prestó casi doscientos mil dólares para que pudiera fundar
el grupo Cassandra. Entonces Giacchetto
trabajaba como contador ejecutivo en la
compañía Boston Safe Deposit & Trust y
utilizó sus credenciales para convencer a sus
amigos de bandas de new wave y punk de
que invirtieran en un grupo para gente del
medio artístico y buena onda.
Gracias a sus habilidades para los negocios y su trayectoria en el rock, Giacchetto
comenzó a trabajar en Sub Pop Records, el
sello más representativo de música indie que
fue famoso y que quebró simultáneamente
al haber sacado el primer disco de Nirvana,
Bleach. Poco después, Giacchetto trabajó
como gerente comercial de todos los actos
de Sub Pop, así como para los Smashing
Pumpkins, Alanis Morissette, Phish, Victoria
Williams, Q-Tip, R.E.M., y varios de sus
agentes y representantes. Giacchetto fue a la
cárcel por haber robado un total de nueve
millones de dólares a varios de estos clientes,
incluyendo a Phish, quienes perdieron cerca
de un millón según el New York Times. La
Comisión de Seguridades e Intercambio había
encontrado irregularidades en el libro contable de Cassandra desde septiembre de 1997.
(Giacchetto había utilizado una variante del
conocido ardid de crear activos fraudulentos
en el cual un activo se toma para cubrir otro
que ha desaparecido).
El fiscal declaró que el plan utilizado por
Giacchetto consistía en explotar indebidamente las cuentas de los clientes del grupo
Cassandra, así como girar cheques de la
firma de servicios financieros Brown & Co.
Fue capaz de cobrar estos cheques a pesar
de que algunos fueron hechos a nombre de
celebridades como Ben Stiller.
“Yo fui una persona extraordinariamente
exitosa, más allá de lo que hubiera soñado, volé muy cerca del sol y, ya lo sabes,
me quemé muy fuerte”, nos dijo cuando
lo conocimos en Nueva York este verano.
Después de decirnos que no tenía mucho
tiempo para hablar con nosotros por una
junta con su abogado y con el FBI, insistió
en que era inocente y sostuvo que había
sido acusado y condenado por culpa de
perso­­nas dentro de Hollywood que estaban
tratando de mantenerlo fuera de la vida
elitista, poderosa y llena de celebridades
del cine, que para él era como el Olimpo.
“Creo que hay algo de cierto en la idea de
que Hollywood es como una imagen vacía
y superficial; pero a veces la gente lo dice
porque es un negocio construido sobre el
artificio y la fantasía”, nos dijo. “Esto no
quiere decir que no sea legítimo. Solamente
significa que, contextualmente, tienes que
ponerlo en perspectiva y creo que a la gente
eso le da envidia”.
Conseguir las entrevistas con Giacchetto
fue tan absurdo y complicado como un
set de filmación de Hollywood. Un día se
negó a hablar con nosotros en su loft en
SoHo porque había personas “rompiendo
y reparando el piso”. En otra ocasión no
nos permitió entrevistarlo en su casa porque
pensaba que después de leer este artículo, el
FBI conocería su artístico plan multimillonario: los Basquiats, los Schnabels. Cuando
por fin lo conocimos en persona, llegó con
sus padres. Nos pidió que entrevistáramos
a su padre, Cosmo, y que promoviéramos
su novela autopublicada, escrita en los 60s.
Al día siguiente llegó con Bruce Pavitt, el
fundador de Sub Pop Records y nos enjaretó
una “nueva app que va a revolucionar esa
industria de la música”.
En cada reunión, Giacchetto prometía que nos iba a traer fotografías de sus
años con DiCaprio. No le creímos, pero
en nuestra última entrevista llegó con una
mochila de viaje expandible llena de cientos
de fotos como éstas, en las que aparece
DiCaprio en plena fiesta. El modo en que
Giacchetto pasaba las fotos nos recordó
a un padre que muestra las fotos de sus
hijos, y no porque a Giacchetto le gustara
presumir sobre su vida disipada en los 90s,
sino porque estas celebridades alguna vez
fueron sus amigos. Cuando fue a prisión,
la mayoría lo abandonó.
Desde luego, esto no ha detenido a
Giacchetto para hacer negocios con los ricos y famosos. Además de la presentación
de su app para el celular con Pavitt, está
representando una nueva línea de artículos
de comida de lujo que te permitirá comer langosta termidor con sólo abrir una lata.
Busca nuestro nuevo documental sobre Dana, muy
pronto en VICE.com como parte de nuestra nueva
serie ¿El verdadero…?
De izquierda
a derecha:
DiCaprio hace
revolotear su
cacatúa en el
penthouse de
Giacchetto
Giacchetto en
una fiesta con
DiCaprio, Naomi
Campbell y otras
personas
DiCaprio y
Giacchetto con
(supuestamente)
Q-Tip relajándose
DiCaprio baila
Shmoney
Dance años
antes de que se
inventara en el
departamento de
Giacchetto
VICE 35
Sacrificio sobrenatural
Sudáfrica le declara la guerra al diablo
POR Skyler Reid
E
La escena de
un crimen en
Dobsonville,
un pueblo en
Soweto, a las
afueras de
Johannesburgo.
Todas las
fotografías
fueron tomadas
por el autor
36 VICE
s muy probable que el diablo no esté
preparando un ataque con todo en
contra de la población de Sudáfrica,
pero si ojeas un tabloide, hablas con los
habitantes de la zona o le preguntas a la
policía, todos te lo dirán: el crimen satánico es un problema que va en aumento.
La mañana del 19 de febrero de este año,
un hombre estaba caminando por un largo y polvoriento barranco en Dobsonville,
un pueblo de Soweto, en las afueras de
Johannesburgo, cuando encontró los
cuerpos de dos chicas adolescentes. Vio
a Chwayita Rathazayo, de 16 años, y a
Thandeka Moganetsi, de 15, en un llano
con el pasto muy crecido, entre pedazos de
cerámica y varios tipos de basura. Según las
noticias, las chicas vestían sus uniformes escolares y yacían a unos cuantos centímetros
la una de la otra; ambas presentaban cortes
y heridas abiertas en la espalda, cuello y brazos, y estaban muy cerca de la sólida hilera
de casas de ladrillo que rodea el llano. A un
lado de las chicas había tres velas negras y
dos navajas de rasurar nuevas.
Las estrechas zanjas del llano, a manera
de senderos, mantienen a distancia a los
residentes que tienen miedo de ser atacados.
Pero esa mañana, al correrse la voz sobre
los cuerpos, los compañeros de clase de las
víctimas llegaron poco a poco al lugar de
los hechos. “Los otros jóvenes lloraban y
decían que sabían exactamente quién había
hecho eso y también que sabían que eso iba a
suceder”, me dijo Malungelo Booi, un reportero de televisión que cubrió la noticia. “Les
habían dicho que ellos eran los siguientes”.
Una semana después del asesinato de
las adolescentes, el Servicio de Policía
de Sudáfrica, anunció que estaban aumentando los crímenes relacionados con
el ocultismo: entre diciembre de 2013 y
febrero de 2014 se habían reportado 78
crímenes de ese tipo en Gauteng, la provincia de Sudáfrica más poblada. Se abrieron
casos formales para 48 de esos reportes.
Para el 26 de febrero, ya se habían cerrado cuatro de esos casos, con condenas
que iban de 15 años en prisión a cadena
perpetua. No todos estos crímenes de tipo
vudú se habían cometido en nombre de
Satán: cubrían un gran espectro de rituales
jodidos efectuados en el nombre de prácticas religiosas dementes. La declaración
oficial de la policía menciona varias veces
el robo de partes de los cuerpos, pero eso
es común en Sudáfrica, donde las acusaciones de brujería y de falsos curanderos
tradicionales todavía alcanzan las primeras
planas cada semana.
Tan pronto se anunció el caso, varios
grupos religiosos bajaron a combatir la amenaza. Sudáfrica se encuentra actualmente
en una “guerra espiritual”, de acuerdo con
la pastora Mamorwa Gololo, quien tiene
una iglesia en Soweto donde predica las
enseñanzas del ministerio de la liberación.
En pocas palabras: hace exorcismos. Cuando
me entrevisté con ella, me describió cómo había ayudado a salvar a un hombre nigeriano
de las manos de Satán el pasado diciembre.
Ésta no es la primera vez que los sudafricanos se han visto frente a un aparente
brote de satanismo. En la década de 1980
comenzaron a aparecer reportes de cultos
satánicos y de adolescentes a los que les
habían lavado el cerebro, que coincidieron
con el lento desmantelamiento del Apartheid.
“Se decía que la violencia en la década de
1980 se debía al aumento de divorcios, al feminismo, a los chicos que consumían drogas
o que no querían entrar al ejército”, me dijo
entre risas Nicky Falkof, una profesora de
estudios en comunicación en la Universidad
de Witwatersrand en Johannesburgo.
Falkof había conversado con otros tres
reporteros la misma semana que nos entrevistamos, ya que es una de los pocos
profesores con doctorado en Sudáfrica que
ha escrito artículos académicos sobre el
tema. Ella se centró en cómo los medios
de comunicación perpetuaban estas creencias marginales de una emergencia súbita
y terrible de adolescentes adoradores del
diablo, creando lo que comúnmente se ve
como un pánico moral (o satánico en este
caso). “Y en cierto momento simplemente
se detuvo; los satanistas desaparecieron y
nadie volvió a hablar de ellos nunca más”,
dijo. “Me parecía que había algo importante
en el hecho de que eso ocurriera como una
consecuencia del tipo de rarezas propias
del final del Apartheid entre los blancos”.
Sin embargo, en esta ocasión el aumento
de los crímenes está ocurriendo casi exclusivamente en las comunidades negras;
las colonias con falta de servicios y los
asentamientos informales que, a pesar de
la radiante promesa de 1994, permanecen
en una pobreza dolorosa. En la actualidad,
un chico negro que se cría en uno de los
pueblos de Sudáfrica está rodeado de un
desempleo endémico (más de una cuarta
parte de la comunidad no tiene trabajo), de condiciones patéticas de vivienda
(cerca del 13 por ciento viven en chozas de
metal corrugado) y prácticamente no hay
ninguna posibilidad de escapar.
Al día siguiente de que encontraron los
cuerpos, la policía arrestó a dos chicos negros de 16 años de edad, compañeros de
clases de las niñas asesinadas. Ese mismo día
la policía desenterró huesos de animales, un
hacha, y una daga del patio de una casa cercana. Se dijo en un reporte que esto formaba
parte de una investigación anterior, todavía
en curso, pero resultó que también involucraba acusaciones de prácticas satánicas.
Al día siguiente, el periódico Daily Sun
publicó en su portada una fotografía de un
hacha dentro de una bolsa de evidencias y
un encabezado en mayúsculas que decía:
“¡Toman la casa de Satán!”
Me reuní con el reverendo Gift Moerane,
quien ayuda a coordinar los asuntos de la
iglesia y del personal de Gauteng, en su oficina
de Johannesburgo. Tres días después de que
las chicas fueran halladas muertas, Moerane
y otros pastores locales, incluyendo a Gololo,
visitaron Dobsonville para tener unos momentos de oración en la escuela preparatoria.
Moerane ha desempeñado un papel muy
importante en construir un vínculo con
el Departamento de Educación para que
les permita mayor acceso a las escuelas
a grupos religiosos, a pesar del gobierno
secular de Sudáfrica. “Difundir la palabra
de Dios nos ayudó a ser mejores personas”,
dijo enmarcando cuidadosamente su preferencia por una política pública de la era
del Apartheid. “Pero ahora, debido a que
la secularización del estado ha obligado a la
religión a ser removida de la educación, se
ha abierto una brecha, un vacío. Y debido
a que la naturaleza no permite vacíos, algo
ha llegado a tapar esta nada”.
Moerane ve esto como un caso en el que
literalmente Satán ha venido a robarse a los
niños de Sudáfrica, pero aceptó que estas
cosas no ocurren en, bueno, un vacío. “La
gente que difunde estas prácticas promete
todo tipo de cosas”, me dijo. “Si te unes
a este movimiento obtendrás todo lo que
quieras”. También están incluidos el sexo,
las drogas y el rock and roll.
El grupo religioso cree que se trata del
diablo, y el grupo secular opina que es
resultado de la disparidad económica,
pero ambos coinciden en que son crímenes motivados por la desesperación. “Si
escuchas los testimonios de los jóvenes que
están haciendo estas cosas, hablan mucho
acerca de obtener poder”, dijo Falkof al
hablar de otros casos recientes vinculados
con el ocultismo. “El satanismo nos permite hablar de estos asesinatos sin tener
que preguntarnos por qué en este país está
creciendo una generación de chicos capaces
de cometer actos de violencia tan extremos”.
Para la ley es esencialmente lo mismo:
es poco probable que un breve exorcismo
retire los cargos en contra de unos muchachos acusados de homicidio. “Si dicen: ‘El
demonio dentro de mí me dijo que tenía
que hacer esto y aquello’, la mayoría de las
veces se trata de cosas sin sentido”, me dijo
Kobus Jonker, quien es un testigo experto
en juicios relacionados con el ocultismo.
Él es el director de la Unidad de Crímenes
Relacionados con el Ocultismo, fundada
en 1992, durante el último brote de fiebre
satánica. También es probable que él sea la
persona más despreciada en los círculos paganos y ocultistas del país, tras haber redactado
una guía policíaca para identificar prácticas
religiosas peligrosas y objetos ocultos, misma
que a menudo es considerada como caduca,
tendenciosa o inexacta.
“A mí no me importa si eres wiccano,
pagano, el anticristo o un vampiro. No
me importa. Nuestro trabajo es investigar los crímenes que se han cometido”,
me dijo Jonker. Mientras pasaba las hojas
con ilustraciones de su primer caso de un
crimen satánico, también me dijo que no
tiene pesadillas: se ve la fotografía de una
mujer desnuda con las palabras “Jesús” y
“Cristo” grabadas en las plantas de los pies
y un “666” grabado en el brazo.
Dado que es un consultor de la policía,
Jonker está muy consciente de los reportes
que señalan un incremento de estos crímenes, y de hecho ha recibido llamadas de
padres de familia preocupados; sobre todo
en estos últimos meses. “Creo que algunos
de los chicos están aburridos; están abandonados a su suerte. No sienten que tengan
un lugar en la sociedad. Luego leen algo y
dicen: ‘¡Vaya! Hacer esto me puede poner
en un lugar donde voy a poder dominar a
las personas’”, añadió.
Los dos jóvenes de Dobsonville aún esperan su juicio, ya que se ha pospuesto por una
serie de pruebas psicológicas. Sean declarados inocentes o culpables, es poco probable
que el caso dependa de si el diablo tuvo o
no que ver en el asunto. Del mismo modo,
tampoco girará en torno a si los chicos estaban perdidos en la desesperación a causa del
abandono económico en el que viven. El caso
será de tipo criminal y Sudáfrica continuará
combatiendo sus demonios.
Mamorwa
Gololo,
pastora
Nicky Falkof,
doctora en
medios de
comunicación
Kobus
Jonker,
experto
en juicios
sobre
ocultismo
VICE 37
© Leonard Freed/Magnum Photos. Ciudad de Nueva York, 1979
Dos fotografías de la serie ‘El trabajo de
un policía’ de Leonard Freed
38 VICE
Minucias |
Chingaderas de nota roja
Todos los objetos pertenecen al Museo de la
Muerte en Hollywood. MuseumOfDeath.net
La patente del torpedo-ataúd
En el siglo 19, el robo de tumbas era un
problema serio. Para combatirlo, varias
compañías comenzaron a manufacturar
mecanismos diseñados para chingarse a
cualquiera que intentara acceder a un ataúd
en el que no tuviera nada que estar haciendo. Esta patente de 1878 fue otorgada a un
invento llamado “torpedo-ataúd”, que era
un artefacto similar a una pistola, ya que
le disparaba unas bolas metálicas a quien
intentara abrir el ataúd al que estaba fijo.
Se sabe que al menos tres hombres murieron
a causa de este artefacto.
La cabeza de
Henri Désiré Landru
Henri Désiré Landru fue un francés que pasó
la década de 1910 poniendo anuncios en la
sección de corazones solitarios para atraer a
viudas a su casa para luego desmembrarlas
y quemar los cuerpos en su horno. Murió
guillotinado en 1922. Su cabeza se encuentra exhibida en el Museo de la Muerte, en
Hollywood. Cuando les preguntamos cómo
la habían adquirido, lo único que nos dijeron
fue que les costó “muchas llamadas telefónicas y muchas millas aéreas”.
Los calzones
de Aileen Wuornos
Aileen Wuornos fue una asesina serial que
mató a siete hombres mientras trabajaba
como prostituta. Tú ya sabías eso porque
Charlize Theron se ganó un Óscar interpretándola en una película. Estos son los
calzones que Wornos llevaba puestos mientras esperaba a ser ejecutada en Florida.
La mancha roja que se ve a la altura de la
entrepierna es probablemente sangre de su
periodo menstrual. Así, al menos sabemos
que es clonable.
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Artesanía varia de la prisión
Una cadena de condena perpetua puede convertirse en algo bien pinche aburrido. Por suerte para los genocidas, la mayoría de las cárceles
les permiten el acceso a artículos de arte. Las figuras de animales de origami que ves aquí las hizo Charles Ng, quien actualmente se encuentra
en el bloque de los condenados a muerte por su participación en la violación y asesinato de, al menos, 11 mujeres. La tarjeta desplegable
de felicitaciones (en la que se lee: “La familia que reza unida”) la hizo Lawrence Bittaker, quien junto con un compañero violó, mutiló y
mató a 67 niños y jóvenes.
Las estampitas de O.J. Simpson
Los asesinos son algunas de las personas
más famosas del mundo. Por ello no sorprende que haya surgido toda una industria
para crear mercancía no oficial relacionada
con ellos. En una parte del Museo de la
Muerte verás un tarro de Charles Manson,
una playera conmemorativa de la ejecución
de Timothy McVeigh, un muñeco de peluche de Richard Ramírez y un paquete de
muérdago con la marca de Jeffrey Dahmer.
La bala fría
Algunas veces las personas en la cárcel realmente quieren matar a alguien, pero no
tienen acceso a armas verdaderas porque
están en prisión. Ésta es una selección de
armas improvisadas que fueron confiscadas dentro del sistema penal del estado de
Oklahoma. De acuerdo con el museo, todos
fueron usados para matar a alguien.
VICE 41
DOs
DON’Ts
Todo pelirrojo tiene en su pasado a un macho alfa que le rompió el corazón, lo reconstruyó y que ahora tiene el privilegio de cogérselo en el baño
de las fiestas. Lo siento, Kevin, pero yo no pongo las reglas.
Todos necesitan a un amigo que haya tocado fondo y que se vista como un extra del Fantasma
de la Ópera. Puede que se rían de él, pero cuando
las cosas se pongan feas, él es quien va a salir
al quite con ese cuchillo gigante que nadie sabía
que traía.
42 VICE
Peinado por Clonazepam;
maquillaje por El Señor
de las Moscas; rostro por
Me Comí Toda la Comida
de tu Departamento y Te
Enamoré Así Que Ahora
Estamos Casados.
La primera regla del Club de las
Camisetas de Tigres: Cuéntale a todos
sobre el Club de las Camisetas de Tigres.
Nadie le presta suficiente atención a los
vagos peleoneros. Tal vez en algún punto
de su vida quisieron ser artesanos pero
cuando el negocio de las patinetas hechas
a mano se estancó, se vieron obligados a
llevar una vida de crimen.
Los adultos polacos pueden ser divertidos. Los puedes encontrar en el parque de tu vecindario contando la misma historia de cuando estuvieron en el ejército una y otra vez.
Pero cuando te invitan a su “casa del lago”, puede no ser lo que esperabas.
La vida de bloguero no es para todos. Catorce
horas al día buscando contenido para compartir
en Reddit o Tumblr, ampollando tus manos en la
computadora caliente, tecleando con tus adoloridos
dedos llenos de Cheetos, y aún así no puedes pagar
las mejores cosas de la vida, como una piyama o tu
propia cama.
¿Esta bodega? Esta bodega está llena
de chalecos y speedos. Puede que otras
personas usen sus bodegas para guardar
llantas o madera, pero yo no. Esta es
mi bodega, la llené de speedos y chalecos hasta en el último rincón.
Ugh, estos ñoños raperos posmodernos… Van por ahí cantando lo
más blanco y pegajoso del dizque
rap sentimental de secundaria.
Una manera fregona de
mostrarle a la chica que
acosas que la amas es tatuarte su nombre en el pie
junto a una caricatura de su
primera mascota muerta.
VICE 43
DOs
DON’Ts
A este estilo de barba lo llamo Rasura solamente los pelos de mi
novio que se manchan cuando se baja por los chescos.
Cambiar de género no es fácil.
Especialmente cuando vives con
tu padrastro y nunca has salido
más allá de tu cuadra y toda tu
ropa te la heredó tu mamá.
44 VICE
Llega un momento especial en la vida de todo
padre cuando su hijo menor se va de la casa.
Sin hijos que cuidar, finalmente puedes perseguir tus sueños, como poner un bar en la casa,
hacer fiestas sexuales con desconocidos que
encontraste en Tinder, y comerte las nuevas
chichis de tu esposa todo el día.
El look de me vale madres ya pasó de
moda. Pero si de verdad vas a aparentar
que no te importa la vida, tienes que
superar a este tipo que tuvo un ataque
narcoléptico junto a una mujer desnuda.
De verdad no sé si darle a esta mujer
unas monedas o si vender todas mis
pertenencias, comprar una cabaña en el
campo con ella y fumar resina, juntos
hasta el fin.
Así se ven la manifestaciones para quienes no están involucradas en ellas.
Así me imagino hoy a los tipos que
estaban en el equipo de natación de
la escuela. Se les acabaron los chistes
semihomofóbicos, descubrieron las
drogas e inventaron un juego de pelota
nocturno llamado Guerra de Vigilantes.
Olvida las clases, te deberían dar
tu diploma de arte cuando tu cara
tenga una expresión de que estás a
una pregunta pendeja de cometer
un acto de terrorismo estilo Carrie.
¿Ves esas sillas que se ven tan
bonitas y parecen incómodas?
Así es la cultura de los clubes:
tratar de verte tan buena, que
terminas siendo incogible.
Los perros son la onda, pero luego
tienes que sacarlos a pasear, ponerles
botitas y escucharlos hablar de cómo
todos somos sacos de sangre y huesos, y ahora tus hijos ya no contestan
tus mensajes y tus conocidos se cambian de baqueta cuando te ven venir.
VICE 45
46 VICE
VICE 47
Fotos por
Curtis Buchanan
Estilismo:
Miyako Bellizzi
Directora creativa:
Annette Lamothe-Ramos
Maquillaje: William Lemon
Peinado: Darine Sengseevong
Asistentes de fotografía:
Robert Crozier, Viktor Saldana
Asistente de estilismo:
Synmia Nicholas
Asistente de rodaje:
Bobby Viteri
Modelos: Alex P., Brittany P.,
Fabianne T., Javeonna G.,
y Silke L. en Wilhelmina,
Anjelina A., Page R., y
Talea L. en Next
En las páginas
anteriores: uniformes
de prisión Red Kap, botas
Timberland
En esta página: playera y
pantalones Dickies, camiseta y
calcetines Uniqlo, tenis Nike
En la página opuesta,
arriba: anillo Bijules, anillo
Lady Grey, anillo Maria Black
Abajo: suéter HUF, brasier
deportivo Champion, pants
Dickies, aretes vintage, collar
Bing Bang; top Lonely Hearts,
pants de Champion, calcetines
HUF, collar Maria Black; top
y pants Carhartt WIP, playera
Calvin Klein, aretes vintage;
suéter Mango, playera y
boxers Calvin Klein, calcetines
Stance, tenis Adidas
48 VICE
VICE 49
Esta página, arriba: top
HUF, camiseta Ruhi, pantalones
Dickies, tenis Vans, aretes Lucy
Folk; top Cheap Monday, suéter
6397, pantalones Dickies,
tenis Nike, aretes y collar Bing
Bang; top y pantalones Dickies,
camiseta American Apparel,
tenis Reebok
Abajo: top y pantalones
Dickies, aretes vintage, collar
Maria Black; chamarra Base
Range, pantalones Dickies,
tenis Nike; playera Calvin
Klein, pantalones Dickies,
tenis Reebok; top y pantalones
Dickies, camiseta Calvin
Klein, aretes Bing Bang; top y
pantalones Dickies
, camiseta Rebecca Vallance;
top y pantalones Dickies
, calcetines HUF, tenis
Nike, anillo Maria Black; top y
pantalones Dickies, camiseta
American Apparel, sombrero
HUF, collar Pamela Love
Página opuesta: top Calvin
Klein, pantalones HUF, aretes
vintage, collar Bing Bang;
top Calvin Klein, pantalones
Lightning
Bolt, aretes y collar Bing Bang;
top Calvin Klein, pantalones
Goodlife, aretes vintage,
collar Maria Black; top y
pantalones Dickies, camiseta
American Apparel, tenis
Adidas, sombrero HUF; top y
pantalones Dickies, camiseta
American Apparel, tenis Nike,
aretes vintage
50 VICE
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�et�atos hablados
Cómo divertirte con un programa
para identificar maleantes
COMPOSICIÓN por Annette Lamothe-Ramos
Tenemos que aclarar que las marcas no supieron que estaban involucradas en esto;
todas las imágenes de ropa las sacamos de internet
S
i necesitas más pruebas de que las
máquinas se están adueñando del
mundo, basta con que eches un ojo
a la industria de los retratos hablados con
que trabaja la policía. Al igual que un gran
número de fabricantes y empleados administrativos antes que ellos, los dibujantes de
bosquejos están siendo reemplazados por
programas que crean retratos hablados
exactos y, a diferencia de los humanos rapaces, no te piden salarios ni seguro médico a
52 VICE
cambio. Tenemos en las manos el programa
Faces (rostros) de IQ Biometrix, uno de los
programas de computadora que está a punto
de quitarle el trabajo a tu dibujante forense
local; estuvimos explorándolo por unos
días. Es fácil de usar: todo lo que tienes que
hacer es arrastrar, soltar y modificar rasgos
faciales para crear tus propios criminales;
y si eres como nosotros, les pondrás ropa y
accesorios. Lo sentimos, dibujantes, pero su
deceso ha llegado.
DE IZQUIERDA A DERECHA: camiseta Levi’s, lentes oscuros Von Zipper, sudadera y gorra Nike
EN EL SENTIDO DE LAS MANECILLAS DEL RELOJ: chamarra Brooks Brothers, lentes oscuros Spy Optic; chamarra MA1; chamarra Adidas Originals; collar Diesel
VICE 53
EN EL SENTIDO DE LAS MANECILLAS DEL RELOJ: playera Timberland; playera John Galliano, camiseta Gap; Bar III sweater, lentes oscuros UNIF; pasamontañas Coal
EN EL SENTIDO DE LAS MANECILLAS DEL RELOJ: brasier Victoria’s Secret, aretes y collar H&M; chamarra Stussy, sombrero Bailey;
chamarra y playera Banana Republic; playera Supreme, lentes oscuros Von Zipper
VICE 55
EN EL SENTIDO DE LAS MANECILLAS DEL RELOJ: chaleco Ralph Lauren, sudadera Champion; chamarra Gap; abrigo Topshop; abrigo North Face, casco American Apparel
EN EL SENTIDO DE LAS MANECILLAS DEL RELOJ: chamarra APC; playera Motel; chamarra Schott; Playera Old Navy
VICE 57
El �ost�o de Camden
Por Bruce Gilden, introducción por Gideon Jacobs
A
lgo le ha pasado a Bruce Gilden. El fotógrafo de Magnum siempre
ha preferido tomar fotos de “cerca”, no trabajar con la clásica
metodología documentalista fiel, sino metiéndose tanto en la
acción que prácticamente no se pierda nada en la distancia entre el punto
A (sujeto) y el punto B (lente). Pero recientemente se está acercando aún
más, ya que colecciona obsesivamente las imágenes de rostros tomadas
tan cerca como el cuadro puede permitírselo. Y la cosa es que él mismo
no sabe qué chingados se le ha metido para hacer eso y se limita a repetir
su aforismo favorito: “Mientras más viejo, más cercano”.
Pocos fotógrafos están tan familiarizados con los bajos fondos
urbanos como Gilden, quien ha pasado buena parte de su carrera
documentando las fronteras sociales en todo el mundo y a los “chicos
rudos” que nacen en circunstancias aún más rudas. Así que para este
número, VICE lo mandó a Camden, Nueva Jersey, la ciudad que fue
declarada como la más peligrosa de Estados Unidos después de rebasar
el índice de criminalidad de Flint, Michigan, en 2012. Gilden pasó
un rato con algunos hombres de Camden, quienes tenían dos cosas
en común: todos habían pasado una temporada en la cárcel y todos
querían ver renovada su destruida ciudad. Tipos como Anthony Dillard
quieren traer de nuevo “algo de la industria a Camden”. Tipos como
Niger Ali organizan “programas para los jóvenes”. Tipos como Gary
(el buena voz) Frazier Jr. se están postulando para cargos públicos y
Jermaine Wilson simplemente quiere incorporar más personas a la
fuerza de trabajo. Estos son los rostros de un pasado accidentado, de
un presente rehabilitado y de las delicadas sombras grises entre ambos.
Verás, en Camden, tu relación con el crimen, cualquiera que sea, es
una parte inextricable de tu identidad. Posar para una foto se convierte
en un ejercicio no de presentar una versión de quien eres, sino de quien
no eres; o, a veces, de quien ya no eres.
Una casa vacía por ambos lados cerca de Broadway, que
alguna vez fue una próspera arteria comercial en el área de
Camden-Filadelfia
Casas programadas para su demolición en el vecindario de Camden Parkside, cerca de las oficinas de la compañía de sopas Campbell
58 VICE
Niger Ali Sr., 37, estuvo en prisión 15 años, ahora es un organizador de la comunidad que trabaja con la juventud en peligro
VICE 59
Anthony Dillard, 40, estuvo en prisión 17 años, ahora hace playeras que dicen “Hecho en Camden” y las vende a los residentes
60 VICE
Jermaine Wilson, 39, estuvo en prisión 11 años, ahora trabaja en una agencia de empleos temporales que le da empleo a ex convictos
VICE 61
Gary Frazier Jr., 38, estuvo en prisión tres años y tres meses, ahora es un organizador de acciones políticas y busca postularse para un cargo público en noviembre de 2014
62 VICE
Diamond Thomas, 43, estuvo en prisión diez años, ahora organiza un festival de música anual a orillas de un lago en Camden
VICE 63
De noche po�
San Ped�o Sula
con cáma�a,
mic�ófono y
pistola en mano
64 VICE
Orlin Castro
lleva ocho años
cubriendo los
crímenes que
suceden en la
ciudad más
violenta del mundo
Por Bernardo Loyola
Fotos por Edu Ponces / Ruido Photo
D
os Romeo Bravo en la salida vial a La Lima, Boulevard
del Este”, “Dos Romeo Bravo”, suena en el walie-talkie. Orlin Castro revisa su Blackberry, empieza a hacer
llamadas y a manejar a toda velocidad por las calles
de San Pedro Sula, Honduras, hacia la primera escena
de crimen del día. Son las 4:20 de la tarde y su turno como
reportero del Canal 6 apenas va comenzando. “Acribillaron a
una pareja, saliendo de un establecimiento de ropa, y vamos a
ir a ver”, dice Orlin mientras pisa el acelerador. “En el radio,
un muerto es un Romeo Bravo, o un pingüino. De esta hora
en adelante es cuando se dan más muertos, de las cuatro de la
tarde a las diez de la noche”.
Estacionamos el auto frente a un Pizza Hut en una de las
avenidas más grandes de la ciudad. En medio de la calle, una
pick up Toyota plateada es revisada por elementos de la policía.
La camioneta parece una coladera, con decenas de impactos de
bala por todos lados. En el interior, según nos dice un policía,
se encontraban un hombre y una menor de edad, posiblemente
estudiante de secundaria. Orlin rápidamente recabó información
que apuntaba a que el hombre asesinado tenía antecedentes
penales y que la chica era su amante. “Por droga y por sicariato.
Por eso matan”, dijo Orlin. Las víctimas habían sido emboscadas, atacadas con armas de alto calibre por dos pistoleros, uno
de cada lado. Era claramente una ejecución. Según los forenses,
habían encontrado 84 casquillos de bala, lo cual fue evidente
una vez que bajaron los cuerpos de la camioneta. El cuerpo
del conductor estaba completamente destazado. Alrededor de
la escena del crimen había por lo menos trescientas personas
mirando; niños y adolescentes sacaban sus teléfonos para tomar
fotos de la escena mientras los forenses y la policía movían sus
camionetas para tratar de obstruir la vista a los mirones. “¿Es
normal que pase esto en una avenida tan transitada, a esta
hora?”, le pregunto, “Sí, es normal”, contesta mientras toma
su micrófono y empieza a grabar su reporte.
“Tengo 26 años, pero desde la edad de 13, con el permiso del Ministerio de Trabajo, estudiaba medio día y medio
tiempo trabajaba de camarógrafo”, nos contó Orlin mientras
comíamos baleadas (una especie de taco, el platillo típico de
Honduras), en el restaurante de una gasolinera. “El estudio
me llevó a los 18 años a convertirme en uno de los reporteros
policiales”. Orlin ahora trabaja frente a la cámara, cubriendo
el turno nocturno, desde las cuatro de la tarde, hasta las ocho
de la mañana. La cámara la lleva Javier, quien es aún mas
joven que Orlin. Las noticias que cubren, se presentan en los
diferentes noticieros del canal durante todo el día.
San Pedro Sula, la segunda ciudad más grande en Honduras,
es por tercer año consecutivo la más violenta del mundo (fuera
de una zona de guerra), con una tasa de 187 homicidios por cada
cien mil habitantes durante 2013, según el Consejo Ciudadano
para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, una organización
no gubernamental mexicana. En segundo lugar está Caracas,
Venezuela, y en tercero, Acapulco, México, con tasas de 134 y
113 homicidios por cada cien mil habitantes, respectivamente.
En 2013, se registraron 1,411 homicidios, en esta ciudad de
ochocientos mil habitantes. “Un muerto por hora en San Pedro
Sula, es lo que nosotros esperamos. Eso es lo que siempre sucede”,
nos dijo Orlin mientras nos dirigíamos a cubrir otro crimen. “Lo
mínimo que me toca durante mi turno son de cuatro a cinco.
Cuando muy bajo, son tres homicidios en el horario de la noche.
Lo que más se incrementa es durante los fines de semana”.
La violencia en San Pedro Sula y en general en todo el país
es, en principio, consecuencia de los mismos problemas que
se viven en buena parte de Latinoamérica: pobreza, impunidad y corrupción, tanto en el gobierno como en las fuerzas
policiales. En Honduras, el 67.8 por ciento de la población
vive bajo el índice de pobreza mientras una pequeña minoría
acumula la riqueza. Se estima que menos del veinte por ciento
de los crímenes se investigan en el país, lo cual prácticamente
permite que los criminales puedan matar sin miedo a ir a prisión. Aunado a lo anterior, en 2009 la violencia se intensificó
cuando las clases altas y el ejército se unieron para orquestar
un golpe militar contra el entonces presidente Manuel Zelaya;
meses de protestas siguieron y los homicidios aumentaron
hasta llegar a un máximo histórico en 2011.
Buena parte de los asesinatos en el país son perpetrados
por las pandillas Mara Salvatrucha y sus eternos rivales:
Barrio 18. Las maras se formaron en Los Ángeles, California
en la década de 1980 por salvadoreños que habían migrado
a Estados Unidos durante la guerra civil que se vivió en ese
país. Hondureños y guatemaltecos se sumaron a las pandillas,
formando clicas o unidades semiautónomas, pero relacionadas
entre sí. Muchos de sus miembros fueron capturados y encarcelados, y más tarde deportados a sus países de origen, básicamente
exportando las pandillas hacia Centroamérica. Este ciclo de
migración, encarcelación y deportación continúa hasta ahora. En
Honduras, Guatemala y El Salvador, las pandillas tienen mucho
poder, con la mayoría de sus líderes operando desde las cárceles.
“Por lo que más se dan muertes violentas es por el conflicto
entre la 18 con la MS y gente que se dedica al narcomenudeo”, nos dijo Orlin. “El segundo lugar serían los asaltos a
las unidades de bus, de eso hay mucho. Matan al conductor
y al ayudante, o por el impuesto de guerra”.
En octubre de 2012, la Mara Salvatrucha fue la primera pandilla en ser declarada una Organización Criminal
Transnacional por el Departamento del Tesoro en Estados
Unidos, por estar involucrada en tráfico de drogas, prostitución y trata de personas. Pero a nivel de calle, lo que más
afecta a la población promedio en Honduras es la extorsión o
“impuesto de guerra”. “El impuesto de guerra es que si usted
tiene un negocio, es empresario, les paga un porcentaje a las
maras por no hacerle daño. Y si usted no paga, le matan a
un trabajador o lo van a matar a su negocio”, nos dijo Orlin.
Paramos a cenar en un Denny’s. Cuando nos sentamos,
Orlin bajó el volumen de su radio, el cual transmitía intermitentemente la frecuencia de la policía. ¿Es legal tener un radio
como ése? Le pregunté. “Ah, este radio es la frecuencia de la
Página opuesta:
Peritos y
forenses
trabajan en
una escena de
crimen en San
Pedro Sula,
donde una
persona fue
ejecutada por
más de treinta
balazos
En esta página:
Orlin Castro
es reportero
de la fuemte
policiaca desde
los 18 años
VICE 65
“ Lo mínimo que me toca durante mi turno son de cuatro a
cinco [muertos]. Cuando muy bajo son tres homicidios en el
horario de la noche.”
policía. Todos los periodistas que la sacamos es con un permiso
especial. Yo lo obtuve hace nueve años. Nosotros lo utilizamos
para trabajar, hay personas —delincuentes comunes— que se
infiltran en la policía que lo usan para delinquir”. ¿Qué otras
claves usan? “Por ejemplo, los rangos de los oficiales. Un jefe
policial es un Sierra Azteca; el que le sigue, que es un comisario,
es un Bravo Primero; un Whiskey Yankee es un policía normal
que no tiene rango”. ¿Y las pandillas? “Un octavo es la 18.
Y un Metro Sierra es un MS. A veces las pandillas también
utilizan radios y también utilizan claves. Por ejemplo, a los
militares les dicen ranitas y a los policías que vienen en las
camionetas Hailux les dicen pokemones”.
Mientras terminábamos nuestras hamburguesas, pasadas
las diez de la noche, en el radio escuchamos de otro crimen,
esta vez en un barrio llamado Rivera Hernández, uno de los
más peligrosos y conflictivos en la ciudad. Pagamos y salimos
inmediatamente. Según nos explicó Orlin, el barrio es peligroso
porque ahí operan no sólo la Mara Salvatrucha y Barrio 18,
sino seis bandas más, todas con conflictos entre ellas. Acababa
de llover, había poco alumbrado y la mayoría de las calles de
tierra estaban encharcadas. Apagamos la luz del auto, y de
pronto Orlin sacó una escuadra que traía bajo el asiento y le
puso el cargador. “¿La has tenido que utilizar alguna vez?”, le
pregunté. “Sí que sí, pero no tengo valor de matar a otro. Ni
quiera Dios”. ¿Entonces para qué la traes? “Por prevención. Pero
tampoco la exhibimos porque somos comunicadores sociales.
Cuando me bajo, no la bajo conmigo. Una vez me siguieron y
me empezaron a disparar, choqué el carro. Me tocó correr por
una noticia de una banda, por eso me querían matar. No estaba
armado, pero si hubiera tenido un pistola, por lo menos, le pego
un tiro por ahí para que se me aleje un poquito”. Estacionamos
el coche, nos bajamos y empezamos a caminar por un callejón
de tierra, hasta que encontramos a dos policías en la oscuridad
total. Aquí no había más prensa, ni mirones. Según nos dijeron
los mismos policías, los vecinos temen salir, porque las pandillas
pueden tomar represalias contra ellos. Nadie se acerca para que
nadie les pregunte nada. Tampoco había más periodistas, como
en otras escenas de crimen a las que fuimos. “Aquí la prensa
a distintos sectores no entra”, nos dijo Orlin. “Varios medios
de comunicación han tomado la decisión de que periodistas no
trabajen en horas de la noche y madrugada por el riesgo que se
sufre”. En Honduras, el periodismo se ha convertido en una de
las profesiones más peligrosas; desde 2003 han sido asesinados
37 periodistas en el país.
Javier, el camarógrafo que acompaña a Orlin, enciende su
lámpara y vemos el cuerpo de un joven tirado boca abajo, en
el lodo, con las manos y los pies amarrados. Según los policías,
era probable que los culpables fueran los Tercereños, una de
las ocho bandas que operan en ese barrio.
Al día siguiente visitamos al doctor Héctor Hernández,
director de la morgue en San Pedro Sula. Sobre la escena que
vimos en la Rivera Hernández, nos dijo: “Frecuentemente
encontramos personas en bolsas plásticas, generalmente con
un lazo alrededor del cuello, las manos y los pies atados hacia
atrás. Es el famoso garrobo”.
66 VICE
El doctor nos explicó que justo como el cuerpo que vimos,
muchas veces se quedan tirados en las escenas del crimen por
horas, custodiados por la policía, porque de las tres camionetas
que tienen para levantar a los muertos, sólo una funciona:
“Hay cuerpos que tienen que esperar más de seis horas para
ser recogidos. La camioneta no es refrigerada y San Pedro Sula
es una ciudad muy caliente. Si andamos mucho tiempo con el
cuerpo en la camioneta éste se descompone”.
¿Cómo es el cadáver violento común? ¿Qué nivel de crueldad
se ve? “Generalmente cuando es un homicidio que llamamos
dedicado, o en el que participa el sicariato o que esta persona
andaba en algún tipo de delito, generalmente tiene más de
cinco disparos, cinco orificios de entrada, cinco de salida,
pero hemos llegado a contar hasta 74 heridas por arma de
fuego en un solo cuerpo”. Los retos de los médicos forenses
en San Pedro Sula parecen ser enormes, no sólo en cuanto a
equipo, sino por el personal con el cuentan. Según nos explicó,
las normas internacionales establecen que un médico puede
realizar dos autopsias en 24 horas. En San Pedro Sula, llegan
a hacer hasta cuatro, por médico, en seis horas.
Algo similar sucede con los heridos. El Hospital Mario
Catarino Rivas, es el único hospital público en la ciudad,
y cada noche, los médicos y los jóvenes practicantes se ven
rebasados para poder atender a las decenas de heridos, tanto
por accidentes, como por crímenes que llegan todas las noches.
Los pacientes o sus familiares tienen que comprar su propia
anestesia y a veces hasta el hilo para suturar las heridas. A
pesar de los enormes esfuerzos de los doctores y practicantes,
muchos heridos no llegan a salir vivos.
Al día siguiente, nos volvimos a encontrar con Orlin en la
plaza central de San Pedro. Antes de subirnos a su auto, se
dio cuenta de que yo traía puestos unos tenis Nike Cortez y
sugirió que me los quitara. Según nos explicó, ese modelo de
zapatos lo usan exclusivamente los miembros de la pandilla 18.
Ya con tenis diferentes, empezamos a manejar y no pasó
mucho tiempo antes de que a través del radio nos enteráramos
de un asesinato más. Cerca de las nueve de la noche llegamos a
la Colonia Universidad, un barrio de clase media-alta, en donde
una camioneta de lujo, Toyota FJ Cruiser gris, estaba estrellada
contra un poste en una esquina. El conductor había sido acribillado, por lo menos con veinte tiros de arma larga mientras
manejaba, según la policía, interceptado por un auto Mazda,
también de lujo. Una van de Canal 6 llegó a la escena para
transmitir el reporte de Orlin en vivo. Tomó el micrófono y empezó a hablar hacia la cámara. Cuando terminó nos dijo: “La
mayoría de los conflictos se dan por peleas entre las pandillas,
porque aquí ya operan con el tráfico de drogas. Entonces ya
hay un pleito por el territorio, pero más la 13 con los narcotraficantes como los de Sinaloa y Michoacán aquí en San
Pedro Sula”. El crimen que acababa de suceder no era una
ejecución típica entre pandilleros, las cuales suceden normalmente en los barrios más populares de la ciudad como otras
que habíamos visto en días pasados. Las características de
este asesinato apuntaban al crimen organizado, a un ajuste
de cuentas entre narcotraficantes, posiblemente hondureños
trabajando para alguno de los cárteles mexicanos. Según
Orlin, este tipo de crímenes han aumentado en la ciudad
en meses recientes y él estaba particularmente intrigado
por el personaje de Servando Gómez La Tuta, líder de los
Caballeros Templarios en Michoacán, por quien me preguntó
más de una vez.
Honduras está ubicado en una posición estratégica en la ruta
del narcotráfico de la cocaína hacia Estados Unidos, a medio
camino entre Colombia y México, y los cárteles mexicanos parecen empezar a disputarse la plaza, con consecuencias similares
a las que ya hemos visto en ciudades como Juárez, Chihuahua.
“Hay gente que ya se acostumbró pero también muchas
que viven con un trauma”, me dice Orlin cuando le pregunto
cómo se siente al ver todos los días una espiral de violencia que
no parece tener fin. “Imagínese que en cada hecho violento,
por lo general, hay niños viendo la escena. A veces 11 de la
noche, un cadáver tirado pazconeado a balazos o tiroteado.
Ya cuando llega a 13 años ya no le hace y entonces les parece
fácil hacerlo también. ¿Por qué a veces los niños andan en la
calle? Porque no tienen un padre porque se lo mataron, porque
se fue para Estados Unidos. Y no puede ir a la escuela o no
puede ir a un colegio en la áreas más vulnerables”.
Ésta es precisamente la situación que ha generando el aumento de menores buscando migrar hacia Estados Unidos.
La migración ilegal de hondureños ha crecido quinientos por
ciento desde 2010 y San Pedro Sula y sus alrededores es la
que más expulsa migrantes.
Para explicar la situación a la que se enfrentan estos niños,
Orlin me contó sobre un escalofriante caso que le tocó cubrir en
mayo, cuando en una sola colonia murieron ocho niños en seis
días. “Unos niños emigraron de un sector que era controlado
por la MS a un territorio 18. Se convirtieron en paisitas de un
niño de nueve años y lo metieron a la mara, pero cuando se dio
cuenta de cómo se manejaba la situación, decidió salirse. Un
día, el paisita andaba con dos más, los agarraron, los metieron
a una pick up y los fueron a meter a una cañera. Ahí son tres
muertes de niños. Al siguiente día, el hermanito del muerto
fue a buscarlo junto con otro niño. Los de la 18 los agarraron
y los metieron a un cuarto. Los mataron, los envolvieron en
una sábana y los fueron a tirar casi al mismo lugar. Son cinco
niños. Otros dos niños que vieron el hecho, amanecieron
ultimados a los tres días, casi en la misma colonia. Ahí son
siete niños. La pandilla 18, por querer justificar que ellos no
habían matado niños, agarraron a otro más, lo ultimaron y le
pusieron un rótulo diciendo que ese niño había matado a los
otros siete”. En este caso en particular sí se hizo justicia, y la
investigación arrojó que los de la pandilla 18 habían sido los
responsables de la muerte de estos ocho menores.
“Por ese tipo de situación, porque ahora se dedican a reclutar
niños para meterlos a cualquier banda organizada, los padres
deciden —si tienen un familiar— mandarlo con un coyote o
con un pollero para Estados Unidos”, continuó Orlin. “Porque
aquí no hay un futuro aceptable, y esto es lo que a veces el
gobierno de Honduras quiere ocultar”.
Empieza a amanecer y regresamos hacia nuestro hotel en la
plaza central de San Pedro Sula. Antes de despedirnos de Orlin,
le pregunto si cree que la violencia en su país tiene solución.
“Aquí solamente Dios. Dios será el único que pondrá la mano”
contesta. “Primeramente Dios y después el trabajo y el esfuerzo
que hacen las personas encargadas de la seguridad”.
Busca muy pronto nuestro documental sobre las noches que pasamos
visitando escenas del crimen en San Pedro Sula en vice.com y vicenews.com
Javier, el
camarógrafo,
graba el cuerpo
de un joven
asesinado en la
colonia Rivera
Hernández,
una de las más
conflictivas de
la ciudad
VICE 67
POST MO�TEM
La vida y las muertes de un
médico legal y forense
Por Joseph Scott Morgan
Sangre, agua y
vino: un suicidio
en el balcón. Todas
las fotos han sido
tomadas por el autor
68 VICE
VICE 69
A
ún recuerdo la primera vez que olí un cerebro. Fue por
mi abuelo, al abrir los cráneos de unas ardillas que había
matado. Bajaban corriendo por los nogales y los robles
entre los árboles de Luisiana, donde me crié, luego se
detenían bajo la mira de mi abuelo y eso era todo.
Yo era muy pequeño, por eso nunca me pareció extraño que
los sesos de las ardillas fueran incorporados a los huevos
revueltos que mi abuela cocinaba para el abuelo. Cuando estaba
con ellos, también comía ese platillo. La materia gris de los
roedores de árboles le añade una cierta dulzura, ausente por lo
general, a la dieta sosa de los que viven en bosques remotos.
C
uando crecí y trabajaba en la morgue, el olor se me
quedaba en la nariz por días. Tal vez era la ácida combinación de la sangre y el fluido cerebral de la espina.
El olor de las almas.
Recuerdo vívidamente la última vez que olí un cerebro.
Era julio de 2004 y estaba mirando con atención el interior
de un coche Camry. Estaba acostado de espaldas observando
las capas de suciedad acumulada por los caminos, las manchas de brea, y el aceite que cubría los baleros de las ruedas,
las llantas y el eje del frente. Bien metidos entre el tapiz que
tenía manchas oscuras había unos puntos brillantes rosas y
grises; se habían acumulado en pequeños pegotes que brillaban
orgánicamente entre la maquinaria. Algunos colgaban desde
arriba como estalactitas cuyos extremos apuntaban hacia
mi nariz. Otros estaban esparcidos por aquí y por allá; eran
la evidencia de algo brutal y violento.
Estos pedazos de cerebro esparcidos pertenecían a un niño
de 23 meses de edad. Horas antes, ese mismo día, su madre
lo había llevado a casa de la abuela. Mientras ella avanzaba
en el carro, el pequeño volvió corriendo, quizás para decirle
adiós a su mamá una última vez. Más tarde recordaría el ligero
golpe que sintió cuando dio vuelta y salió a la calle principal.
Obviamente no tenía idea de que ese golpe era el cráneo de
su hijo que era aplastado entre una llanta y las raíces salidas
de un pino. Siguió su camino, sin saber que estaba regando
los sesos de su hijo en el chasis del carro.
Cuando llegué a la escena del crimen, los paramédicos ya le
habían inyectado Activan. Había estado dando vueltas de un
lado a otro, se había estrellado la cabeza contra el pavimento,
gritando y tironeando su blusa. En el contexto del morbo,
uno podría decir que de algún modo eso tenía un propósito;
la bilis le quemaba la garganta. Tal vez por primera vez en
mucho tiempo estaba consciente de su propia carne, tenía el
hormigueo que el miedo provoca, la náusea le hacía sentir
el vómito que ascendía desde el estómago.
Puedo decirte, después de más de treinta años de experiencia,
que éste es el tipo de despertar a la muerte que los investigadores
presencian todos los días. Parte de nuestro trabajo consiste en
mirar a los seres humanos mientras despiertan de la ilusión
de la felicidad, arrancados de su mundana existencia, por la
ferocidad de la muerte. Cuando esta inevitable realidad finalmente les golpea en la cara, lleva a muchas de estas personas
a sumirse en la locura.
En mi segunda cita con mi esposa, ella me dijo en broma:
“Nunca había pensado en la muerte hasta que te conocí”. En mi
opinión, la muerte es como el pedo que se echa una persona mayor
y que ignoramos por cortesía; es algo a lo que la mayoría de las
personas no piensan dedicarse. Para mí y mis colegas, la muerte
es el canto de las sirenas; una que tiene crescendos de sangre,
gusanos, traumas y gritos que, por la razón que sea, nos atrae.
H
e trabajado la mayor parte de mi vida como investigador
médico legal y forense. Mi carrera comenzó en la oficina
de un juez de instrucción de Nueva Orleáns y terminó,
poco más de tres décadas después, con mi titularidad como
investigador en la Oficina de Examinadores Médicos del
Condado de Fulton, en Atlanta. En ese tiempo participé en siete
mil autopsias forenses y realicé más de dos mil notificaciones
de decesos a familiares cercanos de las víctimas. Al cabo de
un tiempo, el estrés fue demasiado y en 2005 fui obligado a
retirarme tras padecer una terrible ansiedad y trastorno de
estrés postraumático (TEPT).
He investigado todos los tipos de muerte: homicidios, suicidios y accidentes; naturales e inexplicables. Mi trabajo consistía
70 VICE
en entender los diversos mecanismos que terminan con la vida
de las personas. No me interesaba en las condenas o en los que
eran arrestados o quién se salía con la suya en un asesinato.
Ése era el problema de los policías; yo sólo era el obseso entrometido que indagaba en las escenas de los crímenes. Aunque
obscenas la mayoría de las veces, las respuestas que buscaba
eran mucho más complejas que la investigación de un tiroteo
de un traficante de drogas.
Tenía tres principales herramientas para llegar a mis respuestas: la autopsia, la toxicología y el análisis microscópico
de tejidos. Cuando éstos se combinan con un investigador
que entiende las aplicaciones forenses, que se hace las preguntas correctas, y que sabe cómo integrar la información
recogida en el campo con resultados físicos obtenidos en el
laboratorio, se convierten en métodos muy efectivos para
resolver cuestiones complejas.
Cuando las personas escuchan por primera vez a qué me
dedico, normalmente reaccionan contándome sobre sus temores más profundos de la muerte: “¡No quiero que tú me
veas desnuda en la morgue!” Te aseguro que después de que
exhalas el último aliento, el que no tengas un abdomen marcado, el tamaño de tu pene o de tus senos es lo último que
Página
opuesta:
El autor les
enseña a sus
alumnos que
todos nos
convertiremos
en mobiliario
después de
morir, sujetos
a los mismos
cambios
ambientales
de una vieja
cama o una
silla
Esta página:
Un suicidio
atípico: la
víctima utilizó
un cable
eléctrico
debería importarte. Tu muerte es un “boleto dorado” para
varios tipos de voyeuristas y sociópatas que portan una placa.
Tenemos pases para entrar tras bambalinas a cosas que nunca
quisiste que alguien más supiera y que ya no puedes defender.
Nos paramos sobre tus restos, movemos la cabeza en burla o
desaprobación por patéticas notas de suicidio, nos reímos de
tu gusto de películas porno o del medicamento que se te olvidó
tomar antes de que te convirtieras en el muerto. Te juzgamos
porque te moriste bajo nuestra vigilancia. Es nuestro trabajo
y te apuesto a que tú también te burlas y friegas bastante a
otras personas en tu lugar de trabajo.
Muchos investigadores forenses desprecian la muerte. Las
historias que cuentan los muertos son siempre diferentes, pero
VICE 71
En esta página:
Las uñas
pintadas de
los pies de
un cuerpo en
descomposición
Página opuesta:
La víctima fue
persuadida de
subirse a un
carro donde fue
apuñalada más
de veinte veces
todas terminan igual, y a menudo los investigadores son los
únicos que se molestan en leerlas. Muy pronto me di cuenta
de que no ganaría nada si le daba importancia a los muertos,
porque ellos no están conscientes; son carne que antes tenía
un pulso.
No me importaban en absoluto las familias cuyas vidas yo
destruía con malas noticias sobre la muerte de sus seres queridos, porque en la cabeza ya no tenía cupo para más gritos y
más histeria. Y de alguna manera no me volví loco.
Lo que me mantuvo con los pies en la tierra fue la ciencia
que hay detrás de todo esto. El “cómo” nunca te acusaba
de haberle fallado a los muertos; nunca se retorcía de dolor
por enfrentar la realidad de la muerte. Era simplemente un
mecanismo. La mayoría de las personas, a causa de su propia
vanidad, nunca se dan cuenta de que quiénes son, qué les
pasa o dónde están nunca le va a importar a un investigador
forense experimentado como yo. Si nos concentráramos en
eso, no duraríamos ni un año en nuestro trabajo. Concentrarse
en los detalles de una manera fría y calculadora nos dota
del estímulo intelectual que nos permite seguir adelante. La
ironía es que un investigador forense acepta el hecho de que,
para la mayoría de nosotros, el “cómo” es el mecanismo que
utilizamos para sobrevivir. Cualquier cosa mayor hará que te
metas una pistola por la boca en muy poco tiempo.
la vida diaria. La mayoría de nosotros vivimos como sabuesos
hambrientos, babeando en la puerta trasera de la vida, esperando a que nuestro amo nos arroje algunos restos.
Yo me considero tan pecador como el que más. En mis años
como investigador, la muerte me poseía. Era todo en lo que
pensaba. Vivía con el temor de morirme en cualquier momento
y me distraía con masturbación crónica y comida. Para mí
no era raro salirme de un lugar apestando por los cuerpos en
descomposición y salir corriendo hacia el Burger King y pedir
dos hamburguesas triples con queso para llevar; luego llegar
a casa y ponerles más mayonesa antes de atragantarme con
las manos aún llenas del talco que usamos para los guantes
al examinar los cuerpos. La tranquilidad provocada por la
comida, el alcohol y la masturbación me duraba hasta el
siguiente trabajo o hasta que la siguiente imagen de humanos
destruidos se me metiera en el ojo de la mente.
Cuando comencé mi carrera, trabajando en la oficina del
juez de instrucción en Jefferson Parish, Luisiana, los investigadores forenses debían ayudar en las autopsias. “Ayudar” es
un término que disfraza un poco el asunto. El proceso exige
muy poco o ningún entrenamiento formal; se trata de aplicar
el “frío acero” donde el patólogo forense te diga. Al cabo
de un tiempo hacer autopsias se parece a hacer galletas:
prendes las luces, sacas la masa del refrigerador, la trabajas
un poco y la cortas. De hecho es más parecido a trabajar en
una carnicería. Para cortar un cadáver se utilizan sólo los
instrumentos más filosos, “de la lengua hasta los huevos”,
como les llamábamos.
Yo era bueno en mi trabajo. Mi velocidad récord era de
menos de cuatro minutos. Es algo curioso cortar la carne del
pecho de una persona, usar tijeras de podar para remover las
costillas y el esternón. Al principio todos los cuerpos parecen
iguales, pero entre más huesos destrozaba, mejor interpretaba
lo que veía: balas que habían atravesado las vísceras, fragmentos de acero que habían entrado por un ojo y se habían
alojado en el cerebro, corazones del tamaño de un jamón de
navidad, mujeres con pechos falsos acentuados por tener la
panza llenas de pastillas.
Las escenas de los crímenes no son muy diferentes. Todos
piensan que son el angelito de mamá, pero en la muerte no
eres nada. Los cuerpos yacen frente al investigador como
cucarachas aplastadas o venados atropellados.
Como investigador, buscas evidencia; te mantienes derecho
aunque te marees. Algunas veces te tomas el trabajo muy en
serio; otras, apenas cubres lo mínimo. La mayoría de la gente
ve a los investigadores forenses como héroes que buscan la
justicia, que se preocupan por los muertos como si fueran sus
familiares. Ya despierten. Es igual que la Iglesia o Hollywood:
una fachada nada más. Cada cierto tiempo hay algo que se
agita dentro de ti, pero la mayor parte del tiempo es pura masturbación mental sin un final feliz. Siempre hay más cuerpos
que requieren ser examinados.
D
H
esde luego que investigar la muerte despierta preguntas
existenciales de moralidad y mortalidad. Y hay siempre
una cuestión que prevalece más que otras: de los siete
pecados capitales, ¿cuál es el que mejor sintetiza los males y
las locuras de la humanidad?
Si expertos reunieran a un grupo de investigadores criminólogos, investigadores médicos, detectives de homicidios
y otros practicantes de la ciencia forense y les hicieran esta
sencilla pregunta, creo que la mayoría votaría por la gula. No
en el sentido de Falstaff ahogándose en un barril de cerveza o
de empacharse comiendo piernas de cordero, sino la gula de
72 VICE
Tu muerte es un “boleto dorado” para varios tipos
de voyeuristas y sociópatas que portan una placa.
Tenemos pases para entrar tras bambalinas a cosas
que nunca quisiste que alguien más supiera y que ya
no puedes defender. Nos paramos sobre tus restos,
movemos la cabeza en burla o desaprobación por
patéticas notas de suicidio, nos reímos de tu gusto de
películas porno o del medicamento que se te olvidó
tomar antes de que te convirtieras en el muerto.
acía calor y había mucha humedad cuando llegué al
motel Texas Inn ubicado en Airline Highway en Nueva
Orleáns. Algún tiempo esta área tuvo mala fama por la
afluencia de miembros de la mafia, pero siempre ha sido el
hogar de padrotes, putas y drogadictos, que todo el tiempo
se están rascando, incapaces de responder a mis preguntas.
Mientras fui profesor titular en Nueva Orleáns, cualquier
cantidad de homicidios, sobredosis y suicidios ocurrían en
los moteles de paso de la avenida Airline. Los cuartos siempre
estaban sucios, con una sustancia negra desconocida pegada en
la alfombra, como si un mono con disentería hubiera cagado
VICE 73
Para cuando llegue adonde estés, habrás muerto
en uno de tres lugares: en el lugar de los hechos, de
camino a la sala de emergencias o en el hospital. La
probabilidad de que las últimas palabras que escuches
sean “te amo” es infinitesimalmente baja. La mayoría
de la gente muere con el ruido apagado del equipo del
hospital en los oídos, si no con los gritos de las sirenas,
las descargas de los disparos, el metal aplastándose o
el crujir de los radios.
74 VICE
boligoma. Estas manchas se te pegaban a los pies como una
versión asquerosa de arena movediza.
Cuando entré al cuarto del motel, un hombre de cincuenta
y tantos, medio calvo, yacía desnudo en el piso, morado desde
el pecho hasta la cabeza. Tenía la lengua salida, apretada entre
los dientes y parecía que se le iban a botar los ojos. Tenía un
condón en el pene, ahora flácido, rodeado de vello púbico
seco, y su cuerpo estaba sobre un charco de heces líquidas. Los
testigos y el encargado del lugar me dijeron que habían visto
salir corriendo del cuarto a una mujer que acostumbraba vender
su cuerpo por un poco de crack, con una diminuta minifalda
y el torso desnudo, gritando. Este tipo de situación es común.
A menudo las prostitutas tienen desacuerdos con sus clientes.
Interrogué a la prostituta en la oficina del encargado mientras
ella temblaba y fumaba un Virginia Slim tras otro; llevaba una
sábana que le colgaba de los hombros a su diminuta minifalda
y unas chanclas negras, que alguna vez fueron rosas. Nos
contó que el hombre la había levantado al menos un par de
veces por semana durante el último mes, y que una de esas
ocasiones le había pagado por todo el día, algo de lo que ella
se sentía particularmente orgullosa. Aun así me pedía que no
la volviera a meter a la cárcel. “Escucha, si no hiciste nada
malo, no irás a la cárcel”, le dije.
Ese día, el calvo la había levantado en la calle detrás del
motel Texas Inn y le había dicho que no tenía mucho tiempo.
Ella pagó por el cuarto y cuando les dieron la llave y abrieron
la puerta, él comenzó a acariciarla por todas partes. Yo estaba
sentado ahí, como tantas otras veces, escuchando algo que a
muchas personas les parece lascivo. Para ese momento de mi
carrera yo estaba muy lejos de interesarme en lo que ocurría
en estos moteles, me parecía que todo daba vueltas sobre lo
mismo y me esforzaba por concentrarme en los detalles.
Me contó cómo le había puesto el condón con una técnica
especial que, según ella, involucraba su nariz y los dientes.
Cuando ella se subió encima de él, notó que el hombre estaba
rojo y estaba sudando. La tomó de los hombros y la hizo a un
lado, tosiendo fuertemente y escupiéndole en la cara. Luego
se le salió la lengua y comenzó a moverse y a echarse pedos.
Resultó que el hombre había tenido un paro cardiaco. Es
común que los hombres sufran de un paro cardiaco durante
un encuentro sexual o cuando están matando a alguien (nada
de qué sorprenderse). Pero como era costumbre, me tocaba
a mí entregarle las malas noticias al pariente más cercano del
difunto, así que mi compañero y yo nos dirigimos a la dirección
que venía en licencia de conducir.
El lugar se encontraba en un pequeño y limpio vecindario
suburbano de Nueva Orleáns. Como en muchos de los hogares
en esta ciudad particularmente católica, había una iconografía
religiosa en el patio; un altar para la Virgen María del lado
izquierdo y otro a la derecha, para el Sagrado Corazón. Mi
colega, quien usualmente andaba crudo o aún estaba ebrio,
subía los escalones detrás de mí. Mientras llamaba a la puerta
y sacaba mi placa de investigador escuché los pasos que se
acercaban a nosotros. La esposa del hombre calvo estaba ahí.
Me presenté. Mi compañero no dijo nada. Sentí que el estómago se me contraía como siempre en estas ocasiones. Las
noticias de la muerte de alguien suelen estar llenas de horror
y pueden ser potencialmente peligrosas para los parientes más
cercanos. Nos dejó entrar sin decir nada y justo cuando estaba
a punto de decirle que su esposo había muerto, ella me dijo:
“¿Está muerto, verdad?” El papa Juan Pablo II me miraba desde
su sitio en la pared. Me quedé sin decir nada por un momento,
perplejo, sin saber qué pensar de ella. Varias personas decían
cosas similares cuando veían mi placa, pero el tono de ella
me desconcertó. “Señora, le pido que se siente”, le dije. No
se sentó. “¿Estaba con una puta, verdad?”
Me dejó con la boca abierta. “Señora, por favor le pido
que se siente”, repetí. Se sentó sobre su sillón cubierto de
plástico, con las rodillas ligeramente separadas, las manos a los
lados con los puños cerrados, estaba ligeramente hacia delante,
apoyada en los dedos de los pies. “Su esposo está muerto”.
Se puso a gritar mirando hacia arriba: “¿Ha venido a decirme
que me he librado de la cruz que me tocó cargar en esta vida?
¡Debe estar ardiendo en el infierno! ¡Aleluya! Dios ha escuchado mis plegarias y me ha concedido lo que le pedí. ¿Sabe
usted cuántos años había esperado este momento? ¡Bendito
sea Dios! ¡No podía divorciarme de él, pero Dios ha escuchado
mis ruegos y me ha liberado!”
Volvió a preguntarme si estaba con una puta cuando murió
y le dije que estaba con una dama en un motel de la avenida
Airline. “¡Una puta! ¡Lo sabía!” Se puso a bailar por toda la
sala alabando al Señor de los Cielos. Antes de irme, le dije en
dónde estaba el cuerpo y que debía organizar los preparativos
con una funeraria local. Le di mi tarjeta y salí de la casa hacia
el carro. Se detuvo en la puerta sonriendo y despidiéndose de
mí con la mano.
Eso me marcó como investigador. Fue la única vez que le
llevé a alguien pura alegría, no consuelo, palabra que detesto.
Página
opuesta:
Esto es lo que
sucede cuando
tú y tres de
tus amigos son
abandonados
en una
camioneta por
dos meses
después de
haber sido
ejecutados
En esta
página:
El autor se
toma una
selfie de
reflexión
mientras
investiga
un caso de
violación,
tortura y
homicidio
Cuatro semanas después mi secretaria me entregó un sobre con
un grabado dorado. Es común que los investigadores forenses
reciban tarjetas de agradecimiento, pero ésta era diferente. Era
una invitación a una fiesta llamada “Una celebración de la
muerte”. La viuda ya había dejado atrás su duelo y quería que
todo el mundo supiera que se había librado de su cruz. No fui
a la fiesta, pero no puedo evitar sonreír cuando me acuerdo.
P
ara cuando llegue adonde estés, habrás muerto en uno
de tres lugares: en el lugar de los hechos, de camino a
la sala de emergencias o en el hospital. La probabilidad
de que las últimas palabras que escuches sean “te amo” es
infinitesimalmente baja. La mayoría de la gente muere con el
VICE 75
Resolver misterios se vuelve monótono después
de un tiempo, al menos así fue para mí. Nada de lo
que hice como investigador evitó que las personas
se siguieran matando unas a otras o se suicidaran;
me la pasé respondiendo a las mismas preguntas.
Los seres humanos rara vez aprenden, si acaso
aprenden algo, de las decisiones de otros. Todo
lo que queda es el registro de hombres y mujeres
hinchados y olvidados, niños torturados y gritos.
ruido apagado del equipo del hospital en los oídos, si no con
los gritos de las sirenas, las descargas de los disparos, el metal
aplastándose o el crujir de los radios.
Si mueres en el lugar de los hechos o en la ambulancia,
tu espíritu saldrá de ti en alguna carretera federal o local. Si
sobrevives el viaje al hospital, tus últimos pensamientos serán
que has pasado por unas puertas dobles.
Después de que se apaguen las máquinas, te quitarán los
tubos intravenosos, vaciarán tus bolsillos y serás metido en una
bolsa negra de plástico “paquete para la morgue”, para que un
muchacho que intenta ganarse un dinero mientras estudia la
universidad se lleve lo que quede de ti hasta el fondo de un pasillo.
Te va a golpear contra las paredes en el camino, va a saludar a
la enfermera a la que se quiere coger y le preguntará si ya es la
hora de la comida. Te llevará en una camilla rodante hasta la
morgue, forcejeando con la puerta, pues nadie más estará ahí
para ayudarle. Para ese momento nadie estará interesado en ti, ni
siquiera la encargada de limpiar la sangre que dejas en el piso de
la sala de emergencias. ¿Para qué?, pensará mientras exprime tu
sangre en una cubeta. Esos tipos van a volver a hacer todo mal.
El joven estudiante te tomará de los pies y te arrojará a la
plancha fría de acero. Después de forcejear contigo lo suficiente
para poner tu cuerpo en la plancha, se pellizcará al dejar atorado
el dedo entre tu hombro y la plancha y las últimas palabras
que serán dirigidas a tus oídos serán un apagado “pedazo de
mierda”, antes de que te arrojen al compartimento. A pesar
del frío, tu descomposición comienza.
Si es muy necesario, el médico pedirá tus restos para echarle un último vistazo. Un patólogo que alguna vez conocí le
llamaba a este proceso “hacer canoas humanas”. Tu cuerpo
será medido, pesado, abierto y dividido. Algunos fragmentos
de tus órganos serán conservados en unas cosas que parecen
contenedores de crema batida, y el resto se pondrán en bolsas
de basura para después meterlos a fuerza en la cavidad de tu
pecho. Después cerrarán tu torso cosiéndolo con puntadas que
parecen las de una pelota de béisbol.
Si a tu familia le importas, tal vez pidan tu cuerpo. Al cabo de
un tiempo serás removido a un “hogar” elegantemente decorado
y construido con las ganancias que dejan los muertos. Tus seres
queridos más cercanos se sentarán sobre unos sofás y sillas
con tapices muy costosos; estarán llorando. Mientras mandan
llamar al sacerdote y hacen los pagos necesarios, tú estarás en
el cuarto de atrás. Te drenarán la sangre y la reemplazarán
con unos fluidos que tienen un olor tan dulce que marea.
Nuestros muertos son preparados y transportados para la
eternidad por quienes nunca la han conocido; años después
las familias dicen que aún están buscando “consuelo”. En
última instancia hemos institucionalizado nuestro comienzo al
igual que nuestro fin. Mientras los muertos ofrecen un último
adiós, son honrados con presentaciones en Power Point, con
música de fondo que creemos que les gustaba. Todo resulta
tan barato y absurdo como cuentas de abalorio.
vez aprenden, si acaso aprenden algo, de las decisiones de
otros. Todo lo que queda es el registro de hombres y mujeres
hinchados y olvidados, niños torturados y gritos.
Hace algunos años me tocó estar a cargo de una alumna
que había sido elegida para una pasantía de verano en Atlanta.
Su licenciatura era antropología física y, a juzgar por nuestra
conversación telefónica, conocía muy bien su materia forense.
Pensamos que sería una buena candidata.
El verano es la época más alta en la descomposición de
los cuerpos y junto con el calor viene una serie de cadáveres
hinchados, cada vez más cada semana. Si un estudiante va a
ejercer, ésta es una verdadera prueba. Estas pasantías son muy
competitivas y teníamos que ser muy selectivos.
La estudiante llegó a las 6:30 am, la hora en que comienza el primer turno. Cuando entró al área de investigación,
nosotros tres, que estábamos tomando café, no pudimos
evitar mirarla con sorpresa. De su cuello colgaban dos o
tres collares de cráneos. En las muñecas tenía brazaletes con
picos. Llevaba una ombliguera de Misfits que descubría un
estómago y un ombligo más blancos que el papel, adornado
con piercings que brillaban. Llevaba una minifalda gris con
negro, con un cinturón de piel color negro, cuya hebilla
tenía la forma de un revólver. Se presentó y nos preguntó si
había alguna autopsia que pudiera presenciar ese día.
H
Desde luego, dado que éramos investigadores brutalmente
honestos, todos le dijimos: “No vestida de ese modo”. Todo
en lo que pensábamos era en la muerte; todo el día, todos
los días. Pero evitábamos las connotaciones de morbo, no
nos gustaba que los parientes a los que debíamos notificar
de algún deceso nos vieran como los Ángeles de la Muerte.
Ahora doy clases en la universidad y de vez en cuando veo
a algún estudiante caminando por el campus con las uñas
pintadas de negro, el cabello teñido de negro, la piel blanca
como el mármol, rogando experimentar la muerte. Yo sonrío
y pienso: Qué bueno que no soy yo el que tendrá que darles
la noticia a los padres.
ay un viejo dicho entre investigadores forenses:
“Hablamos por aquéllos que ya no pueden hablar por
ellos mismos”. ¿Realmente los muertos quieren que
alguien hable por ellos?
Esta última idea conecta todo muy bien y nos hace más fácil
como pueblo el ignorar la muerte y las grandes preguntas que
podamos tener acerca de la vida. Resolver misterios se vuelve
monótono después de un tiempo, al menos así fue para mí.
Nada de lo que hice como investigador evitó que las personas
se siguieran matando unas a otras o se suicidaran; me la pasé
respondiendo a las mismas preguntas. Los seres humanos rara
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En esta página:
Otra selfie en
la escena del
crimen, tomada
por el autor, en
el lugar donde
hubo un tiroteo
Página opuesta:
Dálmata feliz,
hombre infeliz.
Se mató en el
cuarto de juegos
del niño
VICE 77
Es un sec�eto
El tiempo que pasé con Charles
Sobhraj, el Asesino del Bikini
Collage por Matthew Leifheit
Por Gary Indiana
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VICE 79
U
Charles
Sobhraj y
Marie-Andrée
Leclerc en
1986. Foto
por REX USA
80 VICE
na noche del verano de 1983, poco después
de que viajara a Bangkok para trabajar en
una película, un amigo me contó sobre un
asesino serial conocido como el Asesino
del Bikini. Me dijo que era guapo, carismático, ladrón de joyas ocasional y que
se llamaba Charles Sobhraj, que había
operado en las afueras de Tailandia a
principios de la década de 1970. Mi amigo había conocido a una pareja de Formentera, quienes se relevaban para
contrabandear heroína del sur de Asia, quienes habían sido
atraídos, de manera separada, a sus respectivas muertes.
Eran dos de los muchos turistas occidentales cuyas vidas
habían sido truncadas por Sobhraj en el llamado Sendero
Hippie. Este camino se extendía de Europa al sur de Asia, y
era recorrido por occidentales marginados, mientras fumaban mariguana y establecían conexiones con los locales.
Sobhraj desplumaba a estos sedientos viajeros de todo el
dinero que tenían, pues desdeñaba esa laxa moral que veía
en ellos.
Algunos retrasos en la producción en Bangkok me
dejaron con mis propios recursos durante varias semanas.
Era una ciudad que te desorientaba, olía mal y el tráfico
estaba enloquecido; daba miedo con sus monjes mendigos,
las bandas de adolescentes, motocicletas, templos, padrotes asesinos, prostitutas espeluznantes, bares sórdidos,
antros de strippers, vendedores callejeros, colonias de
gente que vivía en la calle y una pobreza que te dejaba
helado. Después de descubrir que en el mostrador vendían
Captagon, una anfetamina bastante fuerte, me sentaba
frente a mi máquina de escribir rentada y me ponía a
escribir poemas, entradas para mi diario, cuentos y cartas
para mis amigos en rachas de 12 a 14 horas seguidas. La
droga me ayudaba a escribir. Después de ese ritmo tan
acelerado, para noquearme me tomaba unos cuantos tragos de Mekhong, un whisky virulento que supuestamente
contenía diez por ciento de formaldehído y se decía que
causaba daño cerebral.
En fiestas y reuniones con expatriados franceses y británicos que habían vivido en Tailandia desde la ofensiva Tet,
escuché más rumores sobre Sobhraj. Hablaba siete idiomas.
Había escapado de la cárcel en cinco países. Se había hecho
pasar por un académico israelí, un comerciante de telas
libanés y mil personajes más mientras recorría el sur de
Asia tirándole el anzuelo a sus víctimas como el hombre
de las drogas y el ladrón que era. La gente con la que hacía
amistad mientras se tomaban unos tragos amanecía horas
después en cuartos de hotel, trenes en movimiento, sin sus
pasaportes, dinero, cámaras y otras pertenencias.
En Bangkok las cosas habían tomado un giro sombrío.
Sobhraj se había convertido en el objeto de pasión de una
secretaria médica canadiense que había conocido en Rodas,
Grecia; una mujer llamada Marie-Andrée Leclerc, quien
estaba de vacaciones con su prometido. Leclerc renunció
a su trabajo, botó a su prometido y tomó un avión hasta
Bangkok para estar con Sobhraj. En cuanto ella llegó, él le
pidió que se presentara como su esposa o como su secretaria,
según la ocasión lo requiriera. Tristemente para Leclerc,
Sobhraj rara vez se la cogía, sólo cuando el sentido común
de la chica amenazaba con sobreponerse a sus fantasías
románticas y floridas.
Viajaban de un lado a otro por todo el país, drogando
turistas y llevándoselos en un estado semicomatoso a un
departamento que Sobhraj rentaba. Los convencía de que
los médicos locales eran charlatanes peligrosos y de que su
esposa, una enfermera con licencia, muy pronto les devolvería la salud. Algunas veces los mantenía enfermos por
semanas, mientras Leclerc les administraba una “medicina”
hecha a base de laxantes, ipecacuana y metacualona, que
los dejaba incontinentes, con náusea, en letargo y confundidos, mientras Sobhraj se ocupaba de sus pasaportes y los
usaba para cruzar fronteras, gastarse su dinero y reducir
sus pertenencias.
En 1975 conoció a un muchacho indio llamado Ajay
Chowdhury en un parque, quien se mudó con Sobhraj y
Leclerc, y los dos hombres se dedicaron a asesinar a ciertos
“invitados”. Los “asesinatos del bikini” eran particularmente terribles, distintos a los crímenes previos que Sobhraj
había cometido. Drogaban a las víctimas, las llevaban a
zonas lejanas, las golpeaban con tablas, las rociaban con
gasolina y las quemaban vivas, las apuñalaban varias veces
antes de degollarlas o las semiestrangulaban para luego
arrojarlas al mar, aún respirando.
Sobhraj había matado a personas anteriormente, con
sobredosis accidentales. Pero los asesinatos del bikini eran
diferentes; eran cuidadosamente planeados y extrañamente burdos. Se llevaron a cabo durante un periodo muy
estrecho, entre 1975 y 1976, como un ataque de ira que
hubiera durado varios meses y después se hubiera detenido misteriosamente. Sobhraj y Chowdhury asesinaron a
personas en Tailandia, India, Nepal y Malasia. No se sabe
a cuántas: al menos ocho asesinatos, incluyendo dos homicidios por incineración en Katmandú y un ahogamiento
en una tina en Calcuta.
Sobhraj fue arrestado en 1976 en Nueva Delhi, después
de haber drogado a un grupo de estudiantes de ingeniería
franceses en un banquete en el hotel Vikram. Los engañó
para que tomaran cápsulas “antidisentería”, que varios se
tomaron en el momento, enfermándose de gravedad veinte
minutos después. El encargado del hotel, alarmado por
tener a más de veinte personas vomitando en el comedor,
llamó a la policía. Por suerte, el oficial que se presentó al
hotel Vikram era el único en India que podía identificar
confiablemente a Sobhraj, por una cicatriz que había resultado de una apendicectomía realizada años antes en el
hospital de una prisión.
En un juicio llevado en Nueva Delhi por una larga lista
de crímenes, entre los que se incluía asesinato, Sobhraj fue
condenado sólo por crímenes menores, lo suficiente para
removerlo de la sociedad por varios años.
En Bangkok, sin poder dormir a causa de las drogas,
comencé a pensar que Sobhraj no estaba realmente encarcelado en la India, como afirmaban los periódicos. Estaba
muy paranoico y creía que como yo estaba pensando en
él, él estaría pensando en mí. Soñaba con él en las pocas
horas en que dormía. Me imaginaba su figura ágil y letal
vestida de negro, arrastrándose por los ductos del aire y
la ventilación de mi edificio, como Irma Vep.
E
n 1986, después de pasar diez años en la cárcel,
Sobhraj se escapó de la Prisión Tihar de Nueva Delhi
con la ayuda de otros internos y una banda que había
armado con personas afuera. Escapó después de drogar a
todo un cuartel con un festín de regalo: fruta, galletas y
un pastel de cumpleaños adulterados. India, que entonces
no tenía un tratado de extradición con Tailandia cuando
Sobhraj fue arrestado en 1976, había aceptado crear una
orden especial de extradición después de que hubiera cumplido su condena correspondiente en la India, una orden
no renovable, válida por veinte años.
Tailandia tenía evidencia de seis asesinatos en primer
grado. Los asesinatos del bikini habían arruinado el turismo
por varias temporadas y Sobhraj había hecho parecer unos
tontos a los miembros de la policía de Bangkok. Se pensaba
que si era extraditado, lo matarían tan pronto bajara del
avión. Huyó de Delhi a Goa. Estuvo merodeando en Goa
a bordo de una motocicleta rosa utilizando disfraces
absurdos. Al cabo de un tiempo lo aprehendieron en un
restaurante llamado O’Coqueiro, mientras hablaba por
teléfono. El propósito del escape era que lo volvieran a
arrestar y pasara más tiempo en prisión por haber escapado; justo lo suficiente para que expirara la orden de
extradición a Tailandia.
Después de años de interesarme por temporadas en
Sobhraj quise conocerlo. Así que en 1996 le propuse
a Spin escribir un artículo sobre él. No es que quisiera
escribir un artículo, y menos para una versión glorificada
de Tiger Beat, pero estaban dispuestos a pagar, así que
hice el viaje.
Primero contacté a Richard Neville, quien había pasado
mucho tiempo con Sobhraj cuando estaba en pleno juicio
en Nueva Delhi. Neville había escrito un libro, The Life
and Crimes of Charles Sobhraj (La vida y los crímenes
de Charles Sobhraj) y ahora vivía en Australia. Aún tenía
pesadillas acerca de Sobhraj. “Deberías ir y satisfacer tu
obscena curiosidad”, me dijo, “y luego alejarte de esa
persona lo más que puedas, y nunca, nunca más volver a
tener trato con él”.
Cuando llegué a Nueva Delhi, la condena de diez años de
Sobhraj por haber escapado estaba a punto de expirar, junto
con la orden de extradición. Me alojé en un hotel barato
cuyo dueño era amigo de un amigo. Iba a menudo al Club de
Prensa de la India en Connaught Place, un lugar frecuentado
por periodistas de todo el país. El club se parecía mucho al
vestíbulo de un albergue para vagabundos Bowery en 1960.
Drogaban a las víctimas,
las llevaban a zonas lejanas,
las golpeaban con tablas,
las rociaban con gasolina
y las quemaban vivas, las
apuñalaban varias veces
antes de degollarlas o las
semiestrangulaban para
luego arrojarlas al mar,
aún respirando.
VICE 81
muy animadas llegó de pronto. Todas rodeaban a una
pequeña figura con pantalones bombachos color blanco,
con un corte de cabello muy masculino y una cara que
parecía un puño cerrado. Era Bedi. Siguiendo el consejo de
algunos amigos del club de periodistas, le dije que quería
escribir un perfil suyo para una revista de Nueva York.
Me bastaron sólo unos momentos para darme cuenta de
lo grande que eran su ego y su astucia.
Me autorizaría pasar un tiempo en la prisión, me dijo.
Pero si tenía planeado hablar con Sobhraj, ya me podía
olvidar del asunto. Ella pondría en riesgo su trabajo si le
permitiera a la prensa hablar con él. Fuera o no verdad, me
quedó claro que ella pretendía ser la única celebridad en el
recinto. Le pregunté cómo estaba Sobhraj.
“¡Charles ha cambiado!”, me dijo en ese acento golpeado
del inglés de la India. “¡Gracias a la meditación! ¡Irá a trabajar con la Madre Teresa cuando salga! ¡Nadie puede verlo
ahora, está rehabilitado!” Cuando volvió a tomar aire me
sugirió que me quedara en la India por varios meses. Podría
vivir muy cómodamente ahí, me dijo, si aceptaba escribir
su autobiografía anónimamente. Me pareció muy extraño.
Después, Bedi anunció que al día siguiente partiría a
Europa a dar una conferencia y que estaría fuera varias
semanas. Lo bueno para mí, su nuevo biógrafo, fue que
obtuve el efecto total del ashram de Tihar, pues ella escribió
en un pedazo de papel un pase que me permitía entrar a las
cuatro cárceles de Tihar. Estaba dentro. O algo así.
C
Yo pensaba que Sobhraj y
Chwdhury debían tomar
muchas drogas, y que
los asesinatos del bikini
eran un ritual torcido y
homoerótico disparado
por la psicosis que
producen las anfetaminas.
Quería contarle eso a la
policía de Bombay.
82 VICE
L
a nueva encargada era Kiran Bedi, una leyenda del
cumplimiento de la ley en India. Después de haber sido
campeona de tenis se convirtió en la primera mujer
policía en India. Era una conocida feminista y, paradójicamente, una seguidora ferviente del partido de derecha
Bharatiya Janata. Increíblemente incorruptible en una
fuerza policíaca corrupta había recibido varios “mensajes de castigo”, pero ella se concentraba en cumplir con
su trabajo con tanta determinación —por ejemplo, giraba
órdenes para que la grúa se llevara los carros mal estacionados de los ministros de Estado— que se convirtió en una
heroína nacional de la que sus jefes no podían deshacerse.
Antes de la llegada de Bedi, Tihar era conocida como la
peor cárcel de la India. Bedi la convirtió en un ashram
de rehabilitación, introduciendo un régimen inflexible de
meditación, preparación vocacional y clases de yoga.
Pasé una mañana sentado durante horas en el salón
de la administración de la cárcel, cerca de una ventana de
armas confiscadas. Varios soldados apáticos pasaban
bostezando y rascándose las pelotas. Un grupo de mujeres
ada mañana durante tres semanas me dirigí muy
lentamente hacia la cárcel de Tihar a bordo de un
taxi que intentaba abrirse paso a través de multitudes
inamovibles y un tráfico confuso, esquivando elefantes y
vacas hambrientas y lívidas. Mi pase era inspeccionado
cada mañana —con el mismo escrutinio dudoso— en una
barrera de seguridad cavernosa entre dos puertas inmensas de hierro. Cada día, el oficial de rango me asignaba
un guardaespaldas para el día y yo trataba de favorecer a
los guardias más jóvenes, quienes eran los más relajados
y permisivos.
Me mostraban todo lo que yo quería ver en Tihar. Ahí
conocí a nigerianos acusados de tráfico de drogas, cachemires acusados de lanzar bombas en ataques terroristas,
australianos acusados de homicidio sin premeditación, gente
acusada que había pasado largas temporadas en prisión,
aún esperando una fecha para su juicio.
Vi todo menos a Sobhraj. Nadie podía decirme dónde
estaba. Pero una tarde, después de tres semanas de visitas
diarias tuve suerte. Me dio un dolor de muelas. Mi guardaespaldas me llevó con el dentista de la prisión, en una pequeña
casa de madera, afuera de la cual esperaban cerca de treinta
hombres haciendo cola para que les pusieran las vacunas de
la tifoidea. Mi guardaespaldas se distrajo hablando con una
enfermera en la veranda mientras ella inyectaba a varios
hombres con la misma aguja. Les pregunté a los hombres
que estaban formados si alguno podía entregarle un mensaje
a Sobhraj, y un nigeriano que llevaba un collar de cuentas
brillantes tomó mi cuaderno y salió corriendo, volviendo
después de mi cita con el dentista. Tenía la cara dormida
por la novocaína cuando el hombre metió en uno de los
bolsillos de mi kurti anaranjado una hoja de papel doblada.
Lo abrí horas después, cuando el joven guardia de la
Prisión 3 me llevó de vuelta a mi hotel en su motocicleta.
Sobhraj había escrito el nombre y número de teléfono de su
abogado con instrucciones de que lo llamara esa misma noche. Una vez hecha la llamada me dijeron que me encontrara
con el abogado al día siguiente a las nueve de la mañana en
su oficina dentro del juzgado Tis Hazari.
El juzgado Tis Hazari era un lugar rarísimo, salido de la
imaginación de William S. Burroughs. Una suerte de Leviatán
en estuco color café con un océano de litigantes, mendigos,
vendedores de agua y varias formas extrañas de la humanidad surgiendo afuera. Al fondo del edificio, un autobús
volteado, completamente chamuscado, era el hogar de
una familia de monos salvajes; estaban felices arrancando
el relleno de los asientos, gritando, embistiendo y arrojándoles heces a los transeúntes. Una especie de barranco no
muy profundo dividía las instalaciones del juzgado de una
laberíntica explanada de bunkers de cemento achaparrados
que fungían de oficinas de los abogados.
El abogado era un hombre que parecía no tener huesos,
de edad indeterminada, piel oscura y rasgos arios. Me dijo
que dejara la cámara. Caminamos hacia la corte.
Reconocí a Sobhraj en una fila de demandantes, uno
a uno acercándose al lugar de un juez sij repugnante que
llevaba un refulgente turbante amarillo y que daba tragos,
pensativo, a una Coca-Cola. El abogado nos presentó.
Sobhraj
siendo
llevado a
la prisión
de Tihar en
Nueva Delhi,
en abril de
1977. Foto
por REX USA
S
obhraj era más bajo de lo que esperaba. Llevaba
una boina deportiva sobre un cabello entrecano.
Una camisa blanca con rayas azules, pantalones azul
marino, tenis Nike. Se veía ligero, aunque era obvio que
si engordaba, lo hacía de las nalgas. Usaba unos lentes sin
armazón que hacía ver sus ojos enormes y apagados, los
ojos de algún mamífero marino fofo. Su rostro era como el
de un actor de boulevard desmoronándose, que antes fuera
famoso por su atractivo. Pasaba por toda una morfología
de expresiones “amigables”.
Trataba de no mirarlo a los ojos y me concentré en su
boca. Detrás de sus labios carnosos tenía los dientes de
abajo muy chuecos, con un vago parecido a las fauces de
algún anfibio depredador. Me pareció que estaba leyendo
demasiado su boca y me focalicé en su nariz, que estaba
mucho mejor formada.
Estaba esperando a declararse sobre algún litigio trivial
de ésos que siempre estaba iniciando; sobre todo para salir de
la cárcel por un día y tener cierta presencia en los periódicos
locales. “Tienes que esperar afuera”, fueron sus primeras
palabras. “El abogado te mostrará dónde”. Me acompañó
a un lugar debajo de una ventana alta y rectangular de la
fachada del juzgado.
VICE 83
Sobhraj
leyendo una
nota de sí
mismo en
un periódico
francés, a
su llegada
a París, en
abril de
1997. Foto
po REX USA
84 VICE
Media hora después, el rostro de Sobhraj apareció en
la ventana; estaba en una celda de detención con la luz
apagada. Antes de que pudiera decirle algo comenzó a
hacerme preguntas sobre mí.
“¿Dónde te hospedas en Nueva Delhi?”, me preguntó, y
yo respondí algo acerca del Hotel Oberoi. “¡Ajá!”, exclamó
Sobhraj. “El abogado que me dijo que lo llamaste desde un
hotel en Channa Market”. “Es cierto, pero me estoy cambiando al Oberoi. Esta misma noche”, dije enfáticamente.
De pronto pensé en uno de los subalternos de Sobhraj, de
los que siempre había varios afuera de prisión, el cual me
visitaría de sorpresa y me propondría participar en cierto
plan de apariencia inocente que me permitiría entrar a la
prisión sin necesidad de ningún pase.
Así de la nada me dijo: “Tal vez podrías trabajar conmigo escribiendo la historia de mi vida para hacer una
película”. De pronto se me hizo un nudo en la garganta
del tamaño de un durazno y le dije que sólo estaría en
India por unas semanas. “Quiero decir después. Cuando
salga. Podrías regresar”.
Me sentí aliviado cuando un molesto periodista desgarbado comenzó a tocar en la ventana y nos interrumpió, a
pesar de que sobornaba cada quince minutos al guardia
de Sobhraj para poder tener el privilegio de hablar con él.
Poco después, Sobhraj salió de la celda, encadenado de
las muñecas y tobillos a otro soldado que caminaba un poco
detrás suyo. Tenía otros asuntos que atender en el juzgado.
Se me permitió caminar a su lado o, mejor dicho, él me
dijo que lo hiciera, sin que encontrara ninguna objeción
por parte de sus guardias. Otros prisioneros que tenían
asuntos en el juzgado simplemente caminaban al lado de
un escolta desarmado, pero Sobhraj era especial entre
los locales; era un asesino serial y una gran celebridad.
La gente se abalanzaba para obtener un autógrafo suyo.
Mientras caminábamos le pregunté: “Antes de que Kiran
Bedi fuera la encargada de la prisión, la gente dice que tú
estabas realmente a cargo”. “¿Te dijo que estoy escribiendo
un libro?”, me preguntó de súbito, “un libro sobre ella”.
“Algo me dijo, pero no recuerdo exactamente”. “Soy
escritor. Igual que tú. En la cárcel no hay mucho qué hacer.
Leer, escribir. Me gusta mucho Friedrich Nietzsche”, me dijo.
“Sí. El súper hombre. Zaratustra”.
“Sí, exacto. Tengo la filosofía del súper hombre; es como
yo: no le sirve la moral burguesa”. Sobhraj se agachó,
haciendo sonar sus cadenas, para doblarse el pantalón.
“Te contaré cómo dirigía la prisión. ¿Conoces las pequeñas
micrograbadoras? Me las ponía aquí y debajo de las mangas. Hacía que los guardias hablaran de cómo aceptaban
sobornos, de cómo traían prostitutas a la cárcel”.
Me mostró unos papeles arrugados que traía en una
cartera de plástico que llevaba en el bolsillo de la camisa.
“Estos son los papeles de un Mercedes que voy a traer
ahí”, me dijo señalando la puerta abierta de una oficina.
“Lo tomarán en cuenta para mi fianza. Cuando salga de
Tihar les tengo que dar dinero”.
“¿Quieres decir cuando te permitan salir?”
“Sí, cuando me vaya a trabajar con la Madre Teresa”,
me dijo haciendo un gesto de asco.
“Quiero preguntarte algo, Charles”, le dije con tanta
firmeza como pude. Durante nuestra conversación noté que
Sobhraj había hecho una especie de collage mental de todo.
Le había contado cosas de mí mismo horas antes y estaba
trayendo a cuento algunas partes de esa información con
varias modificaciones posibles, como revelaciones de mí
mismo. Es una técnica común de los sociópatas.
“¿Tú también quieres un autógrafo?”
“No. Me gustaría saber por qué asesinaste a esas personas
en Tailandia?”
Lejos del terrible efecto que yo había esperado, Sobhraj
sonrió y se puso a limpiar sus lentes.
“Nunca maté a nadie”.
“¿Y qué hay de Stephanie Parry, Vitali Hakim y los muchachos de Nepal?” Un día de vacaciones, Sobhraj y Chowdhury,
con Leclerc a la zaga, se habían tomado el tiempo para
incinerar a dos viajeros de mochila en Katmandú.
“Estás hablando de drogadictos”.
“¿Y no los mataste?”
“Probablemente habrían sido…”, aquí buscó la palabra
adecuada, “liquidados por alguna agrupación a causa de
traficar con heroína”.
“¿Y tú eres esa agrupación?”
“Yo soy una sola persona. Una agrupación tiene varias”.
“Pero le dijiste a Richard Neville que mataste a esas
personas. Quiero saber por qué lo hiciste”.
“Te lo acabo de decir”. Sentí que el tiempo se me iba de las
manos. No me parecía prudente volver a ver a esta persona,
y en cuanto concluyera su asunto del juzgado, alguien me
llevaría de regreso a Tihar.
“Bueno, puedo decirte sobre uno”, dijo después de un
silencio reflexivo. Se inclinó hacia mí para confiarme algo.
Uno de los guardias tosió, recordándonos su presencia. “La
chica de California. Estaba borracha y Ajay la trajo a Kanit
House. Nosotros ya teníamos información sobre ella; sabíamos que consumía heroína”. Entonces me contó cómo mató
a Teresa Knowlton, una joven que definitivamente no tenía
ninguna relación con la heroína y que quería convertirse
en una monja budista, más o menos de la misma manera
en que se lo había contado a Richard Neville quince años
antes. Su cuerpo fue el que descubrieron primero, con un
bikini puesto, flotando en la playa de Pattaya. De ahí que
lo nombraran el Asesino del Bikini.
Cuando terminó de contarme esa larga y horrible historia
y todos esos detalles que yo no le había pedido, le dije: “No
me interesa saber cómo la mataste. Lo que quiero saber es
por qué lo hiciste. Aun si estabas trabajando para alguna
agrupación de Hong Kong debe haber alguna razón de por
qué tú hiciste algo así y no otra persona”. Un guardia nos
dijo que Sobhraj ya podía entrar en la oficina. Se puso de
pie haciendo un fuerte ruido con las cadenas. Dio algunos
pasos al azar y luego miró por encima del hombro.
“Es un secreto”, me dijo con el rostro muy serio de pronto.
Luego desapareció agitando los papeles del Mercedes, como
un Yago hasta el final.
Y
o pensaba que Sobhraj y Chowdhury debían tomar
muchas drogas. A menudo pensaba que los asesinatos del bikini eran un ritual torcido y homoerótico
disparado por la psicosis que producen las anfetaminas.
Quería decirle esto a la policía de Bombay, pero dado que
yo mismo tomaba anfetaminas, tenía la paranoia de que si
me acercaba a hablar, me harían una prueba de antidoping
ahí mismo, en la oficina.
Me entrevisté con Madhukar Zende, un comisionado
de policía impresionantemente fuerte, con algo de felino,
quien me mostró un bonche de deposiciones escritas a
mano por los seguidores de Sobhraj, garabateadas a lápiz
o con pluma, confesando múltiples robos en Peshwar,
Karachi y Cachemira, cometidos en un frenesí durante un
tránsito sorprendentemente rápido. Zende había arrestado
a Sobhraj dos veces: una en 1971, cuando Zende había
cumplido 42 años de edad, después del robo de una joya
Me contó cómo mató
a Teresa Knowlton,
una joven que quería
convertirse en una
monja budista. Su cuerpo
fue el que descubrieron
primero, con un bikini
puesto, flotando en la
playa de Pattaya. De ahí
que lo nombraran el
Asesino del Bikini.
VICE 85
“No me interesa
saber cómo
la mataste.
Lo que quiero
saber es por
qué lo hiciste.
Aun si estabas
trabajando
para alguna
agrupación de
Hong Kong debe
haber alguna
razón de por
qué tú hiciste
algo así y no
otra persona.”
86 VICE
en el hotel Ashoka de Nueva Delhi; y otra vez en 1986,
después de que se escapara de la cárcel de Tahir. Hablaba
de Sobhraj con un irónico afecto, mientras recordaba la
década de 1970, cuando Sobhraj vivía en un departamento
en Malabar Hill y se había hecho popular en películas de
Bollywood ofreciendo Pontiacs y Alfa Romeos robados a
precios muy económicos. Para operaciones más peligrosas
reclutaba asistentes en bares de quinta y hostales pulgosos
en la avenida Ormiston, donde cometía su conocida práctica
de drogar y robar a los turistas en el Taj o en el Oberoi
cerca de India Gate para no perder la práctica.
“Le interesaban las mujeres y el dinero”, dijo Zende
suspirando. “Dejaba una estela de corazones rotos por dondequiera que pasaba”. En 1971, Sobhraj estaba esperando
una llamada de larga distancia en el restaurante O’Coqueiro
en Goa cuando Zende, disfrazado de turista, lo atrapó.
Madhukar Zende ya está muerto. Charles Sobhraj está vivo.
Los nuevos dueños del O’Coqueiro han puesto una estatua de
Sobhraj en la mesa donde cenó la noche que lo aprehendieron.
En cuanto a Kiran Bedi, perdió su trabajo: una víctima de un
orgullo desmedido y, sin que sea sorpresa, del propio Sobhraj.
Creyó tanto en su rehabilitación que le permitió a un grupo de
documentalistas franceses que entraran a filmarlo, dándoles a
sus superiores una excusa para despedirla.
N
o sé por qué ocurrieron los asesinatos del bikini, pero
en esa parte del mundo, este tipo de crímenes solían
ser llamados “enajenamientos”, una “locura provocada”, observados por antropólogos por primera vez en
Malaya al final del siglo 19. Cada vez ocurren con más
frecuencia en Estados Unidos. Eric Harris y Dylan Klebold
arrasaron con todo en Columbine. Adam Lanza arrasó con
todo en Newtown, Connecticut. El evento que provocó
lo ocurrido en Bangkok (y estoy seguro de esto) fue Ajay
Chowdhury. Los asesinatos conformaron un breve capítulo en la estupenda y variada vida criminal de Sobhraj: una
explosión prolongada de “matar en exceso” por un artista
prisionero, sofisticado e incontrolable, que se preciaba del
autocontrol. Los asesinatos comenzaron cuando Chowdhury
entró en el cuadro y se detuvieron cuando él salió.
Para tristeza de la gente que intentó impedirlo, Sobhraj
salió de la prisión un año después de que lo entrevisté. Como
ciudadano francés con un registro criminal fue expulsado de
inmediato de India. Se asentó en París, donde supuestamente
le pagaron cinco millones de dólares por los derechos de la
historia de su vida y comenzó a dar entrevistas por seis mil
dólares, en su café favorito de Champs-Élysées.
En 2003 apareció en Nepal, el único país en el mundo en
donde todavía era un hombre buscado. (Tailandia tiene un
estatuto de limitaciones en todos los crímenes, incluyendo el
asesinato). Él creía (o eso se dice) que la evidencia en su contra
ya se había derrumbado desde hace mucho. Yo no estoy tan
seguro de que él lo creyera. Anduvo paseando en una moto
por Katmandú como antes lo hiciera en Goa, levantando
sospechas. En Nepal habían guardado cuidadosamente
antiguos recibos para la renta de un carro, así como evidencia
de sangre encontrada en la cajuela y procedieron a arrestarlo,
muy ad hoc, en un casino.
Mientras escribía este artículo vi un video en YouTube en
el que Sobhraj aparecía perdiendo su apelación final por una
condena por asesinato en Katmandú. Ha pasado tanto tiempo
desde los asesinatos del bikini que la manera en que él va a
terminar ya no representa la tendencia de ciertos individuos a
repetir sus patologías hasta llegar al punto de la autoinmolación. Lo que ilustra es la futilidad de todo a la luz del proceso
de envejecimiento. Sobhraj ha envejecido; si no está cansado
de sí mismo, seguramente se habrá vuelto estúpido. Si miraras
su historia por tanto tiempo como yo lo he hecho, un infinito
camino de engaños y caos que sólo conduce al mismo punto de
partida, una celda en una prisión, el dinero robado y perdido
casi al instante en un casino, el perpetuo andar sin sentido por
distintos países y continentes, verías que Sobhraj siempre ha
sido ridículo. La primera impresión que tuve con él cara a cara
fue la de una ridiculez agresiva e implacable.
Sus víctimas fueron personas que entonces tenían mi edad;
sin duda también recorrían el mundo en la misma neblina
mental que yo cargaba cuando andaba en mis veintes. Sin
duda la historia me atrajo desde hace mucho porque me
pregunté si, en el lugar de ellos, yo también habría podido
ser sentenciado a muerte por Sobhraj: en las fotografías de
entonces él se veía como alguien con quien yo me hubiera
acostado en los 70s. De hecho, igual que a muchas personas
distintas con las que me acosté en los 70s. No había manera
de resolver esta cuestión conociéndolo. Ya no se veía como
a nadie con quien me acostaría y yo ya sabía lo que había
hecho. Un criminal como Sobhraj sería imposible ahora. La
Interpol está computarizada; una persona no se puede subir
y bajar de los aviones y cruzar fronteras con un buen verbo,
sonrisas sexys y un bonche de pasaportes mal falsificados;
cada joyería del mundo tiene cámaras de vigilancia y pronto
cada calle del mundo también las tendrán.
Pero tal vez lo entendí mal desde el principio. Durante años
me imaginé a Sobhraj atrayendo a drogadictos incrédulos
y no muy listos hacia su red mortal a través de un encanto
sexy y de una mayor astucia que la de ellos. Pero, ¿qué tal
si la gente que mató no le creía nada al igual que yo, sin
importar qué tan atractivo fuera en ese entonces y sin saber
nada acerca de él? ¿Qué tal si en lugar de una imagen de
perfección veían a alguien asiático, a un perdedor ridículo
y de mala pinta, como un padrote vestido de traje, pretendiendo ser un cliente más frente a un téibol, haciéndose pasar
por francés, holandés o algo que parezca europeo, “como
ellos”? ¿Qué tal si lo consideraban patético y divertido,
pero también posiblemente útil? La mayoría no habían sido
atraídos por su sensualidad ni por su pico de oro, sino por la
idea de conseguir joyas caras a precios muy baratos. Es muy
posible que sus víctimas creyeran que lo estaban estafando y
lo veían tan ridículos como yo lo veía. Y tal vez creían con
condescendencia, con una complacencia iluminadora y liberal
que una persona ridícula también es inofensiva.
Sobhraj
siendo
escoltado
por la policía
nepalesa
después de
asistir a la
corte, en
Bhaktapur,
12 de junio
de 2014.
Foto by AFP/
Prakash
Mathema/
Getty Images
VICE 87
MÉXICO
FEMINICIDA
Los feminicidios no pertenecen a las víctimas
(lo suyo es humillación, tortura y asesinato),
estos crímenes pertenecen a la sociedad
Fotos por Carlos Alberto Carbajal
E
n el segundo informe de gobierno del presidente
de México Enrique Peña Nieto, el 2 de septiembre de este año, no se mencionó la pandemia de
feminicidios del país. Ni en el informe ni fuera de él
se toman en cuenta cifras. No hay números globales
de este tipo de crimen en 2013 ni 2014, y en muchos
casos ni siquiera hay cuerpos. Simplemente desaparecen mujeres. Ni siquiera todos los estados tienen
tipificado el feminicidio como delito.
La representante de la ONU-Mujeres en México,
Ana Güezmes, advirtió en 2013 al semanario Proceso
que, de 1985 a 2010, se han registrado 36 mil 606
asesinatos a mujeres y afirmó que según datos de
2010, al día en México se ejecutan 6.4 feminicidios,
la mayoría de los cuales suceden en Chihuahua, Baja
California, Sinaloa y el Estado de México. “La relevancia estratégica de la politización de todos los
homicidios de mujeres es indudable, pues resultan
de un sistema en el cual poder y masculinidad son
sinónimos e impregnan el ambiente social de misoginia: odio y desprecio por el cuerpo femenino y por
los atributos asociados a la feminidad”, afirma la
antropóloga Rita Laura Segato en ¿Qué es feminicidio? Notas para un debate emergente.
En este número no podíamos darle la espalda a
uno de los crímenes más graves y menos atendidos de
México. Así que traemos testimonios de familiares
de víctimas de feminicidio en tres estados del país:
Guerrero, Estado de México y Chihuahua. Estos no
son los únicos casos, pero nos ayudan a atisbar las
lagunas legales, culturales y judiciales que permiten
este acto de brutalidad en el país.
88 VICE
Guerrero Por Marisol Wences Mina
Franceri baja del cerro con la cara inflamada, en
partes morada, verde y azul, llena de sangre. Tiene
que cuidar sus pasos para no caer porque lleva prisa,
sortea piedras pequeñas y usa las grandes como escalones. Arriba, en su casa construida casi en la punta de
un cerro, yacen cuatro cuerpos baleados y ensangrentados en el piso de tierra, resguardados por las paredes
de cartón y plástico. Muchos vecinos escucharon los
balazos pero nadie se asomó, nadie acudió en auxilio;
por eso ella baja casi corriendo con las manos embarradas de sangre. Se detiene en la primera casa y grita:
“¡Auxilio, tía!, ¡ayúdenme! Mataron a mi mamá, a
mi abuelita, a Omayra, a Rosita”. La tranquilidad en
la colonia Paso Limonero, en el puerto de Acapulco,
quedó trastocada. Franceri Solís Nava es una niña
de nueve años y mataron a todas las mujeres de su
familia; las mató la ex pareja de su madre.
No es Chihuahua, pero también son las muertas de
Juárez, las de Acapulco de Juárez, Guerrero. Pienso
eso mientras escucho el testimonio de una de las tías
de la niña que narra cómo salió corriendo al escuchar
los gritos de la pequeña y reconstruye el camino de
Franceri hasta su casa. Según la asociación civil mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública
y la Justicia Penal, los tres últimos años el puerto se
ha colocado entre las tres ciudades más violentas del
mundo, con una tasa de 113 homicidios por cada cien
mil habitantes en 2013, por ejemplo.
De enero a junio de este año el Observatorio
Hannah Arendt del Instituto Internacional de Estudios
Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano lleva
El abuelo de la niña Rosa
Aidé, de siete años, carga una
cruz durante su sepelio
VICE 89
Para la coordinadora del Observatorio Hannah Arendt
y asesora en México de ONU-Mujeres, Rosa Icela Ojeda
Rivera, es más que lamentable que Guerrero siga ubicándose
siempre en los primeros lugares en asesinatos de mujeres.
La académica no escatima en reconocer los avances que en
legislación y políticas hay en la entidad —el estado fue el
primero en contemplar el feminicidio como delito y el primero
en crear una Secretaría de la Mujer—, pero sí cuestiona que
persiste el machismo, la marginación, la dominación y “una
violencia exacerbada”.
A
En esta
página:
Vecinos y
familiares en
el sepelio de
Zahira Yasmín
Nava Blanco,
Osmayra
Patricia
Gutiérrez
Nava, Martha
Patricia Nava
Blanco y
Rosa Aidé
asesinadas
en la colonia
Paso Limonero
de Acapulco,
Guerrero
Página
opuesta:
Rosa Icela
Ojeda Rivera,
investigadora
especialista
en feminismo
y políticas de
igualdad en
entrevista
contabilizados 46 feminicidios en todo Guerrero, pero se calcula que el número se elevará a más de sesenta en ese periodo
al contrastar datos de varios medios impresos, indicó Marisol
Alcocer Perulero, investigadora del Observatorio y perita de
equidad de género y feminicidio en el Tribunal Superior de
Justicia estatal. Si la tendencia continua así, se podría hablar
de más de 120 feminicidios al terminar 2014.
Si hablamos de asesinatos de mujeres, entre 1985 y 2009
el estado de Guerrero ha estado cinco veces en primer lugar
por encima del paradigmático estado de Chihuahua (1987,
1998, 1999, 2006 y 2007) y salvo en tres ocasiones, no ha
salido de los primeros cinco lugares, según datos de ONUMujeres e Inmujeres.
A partir de 2010 se registró en Guerrero un aumento sostenido en la violencia feminicida. Información del
Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la
Equidad de Género de la cámara de diputados consigna que,
a su vez, en Chihuahua las tasas han bajado en ese mismo
lapso de tiempo, lo cual significó que para 2012 la tasa de
asesinatos de mujeres en ambos estados fuera de bastante
similar: Chihuahua 14.8 y Guerrero 13.2 por cada cien mil
habitantes. Cifras alarmantes si se considera que 4.6 es el
promedio nacional.
E
l 24 de marzo de 2014 asesinaron a la madre, la abuela,
la tía y la hermana de Franceri: Zahira Yasmín Nava
Blanco, de 25 años; Martha Patricia Nava Blanco,
de 42 años; Osmayra Gutiérrez Nava, de 19 años, y Rosa
Isela Solís Nava, de siete años, respectivamente. El día que
fui junto con mi compañero fotógrafo a Paso Limonero a
90 VICE
averiguar qué había ocurrido estaba lloviendo. La colonia
está casi a la orilla de la ciudad. Para llegar hasta la casita
donde vivían las mujeres tuvimos que trepar entre piedras; la
lluvia se soltó con más fuerza. Ese camino tortuoso lo recorrían varias veces al día las mujeres asesinadas.
Queríamos entrevistar a la pareja de la abuela de Franceri
y cuando llegamos a la casita de plástico y cartón vimos un
foco encendido. Pero no había nadie, la casa fue abandonada y nadie apagó la luz. En el piso de tierra aún se veían las
manchas de sangre, las veladoras tiradas.
Carlos, mi compañero fotógrafo, señala hacia un punto y
me dice: “Allí quedó tirado un cuerpo”. Veo también frascos de perfume, lápices labiales, cepillos, zapatos de niña.
En una de las paredes de madera hay un par de zapatillas
colgadas. La lluvia sigue y se siente una profunda tristeza
impregnada en el aire, en el patio el esqueleto de un pato
es prueba del abandono de semanas.
Franceri ha vivido a su corta edad varias tragedias: su
padre está preso como presunto culpable del delito de
violación en agravio del hermano de su esposa. Su madre,
Zahira Yasmín, encontró otra pareja con quien tuvo dos
hijos. Este hombre —según el testimonio de una hermana
del padre de Franceri, que pidió el anonimato— abusaba
sexualmente de la niña y de su hermana ahora muerta: “Yo
la grabé, la niña me lo contó, pero su mamá me dijo que cómo
le iba a creer a una niña”, nos dijo.
Entre los habitantes de la colonia se murmura que Zahira
y su hermana Osmayra eran meseras en un bar y que venían
cada tercer día a Acapulco, pues trabajaban en pueblos de la
Costa Grande. El estigma y el prejuicio campean.
cadémicas y feministas como Marcela Lagarde diferencian el asesinato de mujeres del feminicidio. Y
así lo reconoce el código guerrerense; según el artículo 135 del recién aprobado Código Penal que entra en
vigor el 30 de septiembre, comete el delito de feminicidio
“quien, por razones de género, prive de la vida a una mujer.
Existen razones de género cuando ocurra cualquiera de los
supuestos siguientes: la víctima presente señales de violencia
sexual de cualquier tipo; a la víctima se le hayan ocasionado lesiones o mutilaciones denigrantes o degradantes,
previas o posteriores a la privación de la vida, así como
actos de necrofilia; existan antecedentes o datos de cualquier tipo de violencia, cometido en el ámbito familiar,
laboral o escolar, cometido por el sujeto activo en contra
de la víctima; existan datos o referencias que establezcan
que hubo amenazas relacionadas con el hecho delictuoso,
acoso o lesiones del sujeto activo en contra de la víctima;
haya existido entre el sujeto activo y la víctima una relación
de familia, sentimental, afectiva o de confianza; el cuerpo
de la víctima sea expuesto, arrojado o exhibido en un lugar
público, con el objeto de denigrarla, debido a su calidad de
mujer; la víctima haya sido incomunicada, cualquiera que
sea el tiempo, previo a la privación de la vida”. A quien
cometa el delito de feminicidio se le impondrán de veinte a
sesenta años de prisión. El código anterior establecía penas
de treinta a cincuenta años; si bien la pena máxima subió,
el mínimo disminuyó.
Sin embargo, Ojeda comentó en entrevista para VICE
que habría que verificar caso por caso los asesinatos de
mujeres para ver cuáles serían feminicidios como lo establece el código.
Las estadísticas muestran que es más frecuente el asesinato de hombres que el de mujeres, sin embargo la gravedad
radica no sólo en el número sino en la forma en la que las
mujeres son asesinadas: “En las mujeres es más frecuente el
uso de medios más brutales para asesinarlas: ahorcamiento,
estrangulamiento, sofocación, ahogamiento e inmersión en
18 por ciento de los casos, tres veces más que en los hombres;
objetos cortantes en 14.2 por ciento; objetos romos o sin
filo 1.4 por ciento. La proporción de mujeres envenenadas
o quemadas triplica a la de los varones (2.7 por ciento y 0.9
por ciento respectivamente). Cabe destacar que en casi 17
por ciento de los casos no hay información sobre el medio
utilizado para el asesinato”, se puntualiza en el informe de
ONU-Mujeres e Inmujeres.
Un dato más: los hombres asesinan a los hombres y son quienes asesinan también a las mujeres en la mayoría de los casos.
Franceri, dice una de sus tías paternas, tiene miedo de que
el asesino regrese. Al momento de realizar la entrevista la niña
estaba bajo custodia del DIF en Acapulco. La familia de su
padre preso vive al pie del cerro donde se encuentra la casita
donde mataron a las cuatro mujeres. Ellos pidieron dinero a
los vecinos para poder comprar las cajas para sepultarlas y
reprochan que ni el marido de la abuela fallecida, ni el joven
tío pregunten por la niña que sobrevivió.
—La niña no está aquí, está en el DIF —dice una de las
tías—, lo que queremos es que se haga justicia porque dicen
que ella no tiene familia. ¡Cómo carajo no! Tiene aquí a su
abuela, a nosotros; el papá, pues está en la cárcel.
—¿Las conocías bien? —le pregunto.
—Con Martha, la abuelita de la niña, trabajamos juntas,
pero luego dejó de trabajar porque Zahira se dejó con su otra
pareja, la que la mató. Ella metió a la cárcel a mi hermano.
Ella hizo muchas cosas.
—¿En qué trabajaba?
—Ella era mesera, trabajaba en varios lugares y no estaba
establecida. Se iba fuera de Acapulco, a Atoyac, otros lugares.
Venía por ejemplo los lunes y se iba el miércoles en la noche.
—Me decían que el día del asesinato Osmayra y Zahira
venían de la playa…
Las estadísticas muestran
que es más frecuente el
asesinato de hombres que
el de mujeres, sin embargo
la gravedad radica no sólo
en el número sino en la
forma en la que las mujeres
son asesinadas.
VICE 91
—Ella me mandó un mensaje en Facebook que me decía:
“Mira, mana, cómo me veo”. Estaba con su traje de baño. Yo
lo único que le comenté fue: “Mira, mana, te verías bien con
tus hijos a tu lado, dos y dos”. Luego, como a las cuatro, me
quedé dormida, y ya luego como a las seis escuché los plomazos.
Mi esposo me dijo: “No te preocupes, aquí estamos bien con
los niños”. Luego una muchacha de allá arriba, cerca de la
casa de ellas, le habló a su esposo que subieran por ella. Una
perra empezó a ladrar, como que quería hablar esa perra. Le
dije a mi marido: “Algo pasó”.
Días antes el asesino —nadie se acordó o quiso dar su
nombre— fue a la casa de su ex mujer y se llevó a los dos
hijos varones que procrearon. Dice la testigo que quizá fue
un lunes. A la siguiente semana regresó a matar a las mujeres:
“Aseguró primero a sus hijos, se los llevó y luego vino a matar
a los hijos de mi hermano”.
—¿Tú platicabas regularmente con tu ex cuñada Zahira,
qué te decía? —insisto.’
—Que él quería regresar con ella, pero Zahira me decía
que no lo iba a perdonar. Yo le preguntaba por qué, le decía:
“Perdónalo, es papá de tus hijos, ya que no fuiste feliz con mi
“En casi 17 por ciento
de los casos no hay
información sobre el
medio utilizado para el
asesinato”, se puntualiza
en el informe de ONUMujeres e Inmujeres.
92 VICE
hermano aunque sea con él”. Pero me comentaba: “Es que
no trabaja, me pega, cuando tenemos hambre no nos da de
comer, también a mis hijas les hace el feo”. Tenían unos tres
o cuatro meses separados.
—¿Cómo eran esas agresiones a las niñas?
—Me decían las niñas muchas cosas. Es feo y triste recordar.
—¿Les pegaba?
—[Asiente] pero las agredía no nada más de pegarles,
sino físicamente.
—¿Abusaba de ellas?
—Sí, yo le dije a Osmayra, y ella le dijo a la mamá de las
niñas. Yo la grabé [a Franceri] con mi celular y se lo enseñé
a una licenciada.
—¿Y Zahira qué dijo?
—Ella decía que no se le puede creer a una niña de seis
años, fue cuando iba en primero de primaria, eso dijo su
mamá. Yo estaba haciendo un juicio para quitarle a las niñas,
pero ya no se dio.
En el DIF a la familia paterna de la niña se le ha dicho que
no pueden cederle la custodia en tanto no termine el proceso
abierto por el asesinato de la madre. Sin embargo, el tío de
la pequeña afirmó que la investigación no ha avanzado: “No
han venido más a preguntar, al contrario, nos investigaron a
nosotros. También nos dijeron que por seguridad no podíamos
tener a la niña aquí”.
L
a proyección que hacen las investigadoras del
Observatorio es más que creíble, los casos van escalando no sólo en número sino en saña: hace unos meses
en Zihuatanejo fue secuestrada Eleyda Yuritzi Carmona
Márquez, una niña de diez años a quien asfixiaron después
de agredirla sexualmente. El caso llevó a la movilización de
padres de familia, ciudadanos, organizaciones sociales y grupos feministas.
Los registros del Observatorio dicen a que a partir de 2005
hubo un repunte en la violencia feminicida, informó Ojeda
Rivera y no descartó que entre las causas de ese aumento está
la violencia por crimen organizado.
—¿Cuál es la situación para las mujeres en Guerrero?
—En 2005 hubo alternancia, una persona postulada por el
PRD llegó al poder y es a partir de este año que en los registros
que tenemos hay un incremento numérico en los asesinatos de
mujeres. ¿Qué pasa con este gobierno de izquierda? Tenemos
el dato pero no la explicación; seguramente con la alternancia
empieza la actuación de bandas y grupos organizados que tiene
que ver con la delincuencia, esto hace que se incremente el pico
de la violencia: no sólo aumenta en número sino en términos de
crueldad. Muchas mujeres pasan a ser víctimas de estos grupos
y en muchos casos que hemos podido constatar el esposo se
involucra en actividades delictivas y cuando ve el riesgo se va,
se queda la mujer y ella es secuestrada, desaparecida. A veces
aparecen pero en muchos casos no regresan. Se sospecha que
ellas son asesinadas después de ser torturadas.
Una de las causas de mayor peso está en la ruptura del estado
de derecho, subrayó la también catedrática del Instituto de
Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano, y es
que con la alternancia en el poder ejecutivo en el año 2000 “llegó
al poder un partido de ideología conservadora; esto coincide
con la actuación de bandas de delincuencia organizada. Hubo
una ruptura del estado de derecho en México. No me atrevería
a decir que hay estado fallido pero sí hoyos y boquetes donde
el estado de derecho no impera”.
La actuación de estas bandas —abundó la investigadora—, incide en la existencia de la “violencia iniciática”, con
la cual “estos grupos van actuando e iniciando a los nuevos
miembros y las mujeres pueden ser parte de esa prueba como
trofeos —como dice la investigadora Celia Amorós— parte
de esos pactos de sangre”.
Sin embargo, en muchos casos también se ha detectado el fenómeno de imitación, aunque hace falta documentarlo: “Me da la
impresión de que las parejas o asesinos de estas víctimas también
han querido encubrir el delito e imitar como si fueran bandas
organizadas y eso ha hecho que se incremente la crueldad”.
La ruptura del estado de derecho —sentenció Rosa Icela
Ojeda— además fomenta la impunidad porque “si no la
hubiera se haría una investigación y castigo. Tenemos un
gran índice de impunidad: un máximo de treinta por ciento
de los casos [de feminicidios en Guerrero] son medio investigados y diez por ciento llegan a sentencia. Tenemos de
setenta a ochenta por ciento de impunidad en el caso de los
asesinatos de mujeres”.
M
ás allá de las cifras, hay todo un sistema cultural que
legitima la violencia feminicida, según Ojeda: “Las
mujeres en la cultura guerrerense estamos concebidas
como propiedad de los varones, padres, hermanos, primos,
novio, esposo, amante, concubino. Hay actividades que no
podemos realizar porque si las realizamos parecen como una
trasgresión, hay una parte de la cultura que legitima que
exista un castigo para quien se sale de los parámetros”.
Ése fue el caso de Patricia, una mujer que después de separarse de su esposo logró independencia financiera. Ganar su
independencia le costó la muerte. Patricia se atrevió a romper
con la inercia de su pasado como ama de casa y comenzó
a trabajar, se arregló el cabello, se hizo un permanente y
en el salón de belleza le hicieron manicura y le colocaron
uñas postizas.
En la mente de su asesino al parecer se gestó una idea: había
que escarmentarla por haber transgredido, por haber dejado
a su marido y ser una mujer independiente. El mensaje fue
claro: a Patricia le cortaron la cabeza y las manos. La cabeza
la tiraron por un lado, las manos por otro y el resto del cuerpo
lo encontraron aparte. El nivel de crueldad a veces escapa a
la imaginación.
M
arisol Alcocer ponderó el caso de una niña de 13 años,
asesinada por su ex pareja en Chilpancingo el año
pasado. La joven decidió cortar su relación con el
padre de su hija y éste la mató porque expresó que “Si no
era de él entonces de nadie más”. El hombre la mató frente a
la madre de ella y luego se suicidó. La hija de ambos, de un
año, quedó huérfana.
Aunque los casos se dan en todos los estratos socioeconómicos, y basta como ejemplo el feminicidio de una doctora en
el fraccionamiento Hornos Insurgentes, de Acapulco, a manos
de su esposo (también médico), Alcocer, maestra especialista en
temas de género por el Colegio de la Frontera Norte, subraya
que la mayor parte de las víctimas son mujeres precarias, es
decir, mujeres en situación de pobreza, amas de casa o con
ocupaciones estigmatizantes como meseras, bailarinas, sexoservidoras, o con otras circunstancias que las ponen en una
situación de vulnerabilidad.
En esta página:
El interior de la
humilde casa
en Acapulco,
Guerrero,
donde fueron
asesinadas
Zahira Yasmín
Nava Blanco,
de 25 años;
Osmayra
Patricia
Gutiérrez Nava,
de 20; Martha
Patricia Nava
Blanco, de 40,
y Rosa Aidé, de
siete años; la
niña Franceri,
de nueve años,
quedó herida
Página
opuesta:
Un cuerpo
de una mujer
asesinada es
encontrado
enterrado el
17 de abril
en una fosa
clandestina
en la colonia
Ampliación
Jacarandas en
la zona rural
de Acapulco,
Guerrero
VICE 93
Las mujeres víctimas de violencia feminicida son revictimizadas con estos prejuicios y estigmas y los medios de comunicación
tienen mucho que ver en ello, sentencian las especialistas:
“Los medios han jugado un papel dual: por una parte nos
informan de los números de asesinatos, nos ponen frente a la
realidad; pero por otro lado, sobre todo la prensa escrita, legitiman la violencia contra las mujeres. Muchas veces la cabeza
de la nota va a decir ‘crimen pasional’ o usará un término que
no mueve solidaridad sino una especie de acusación de que la
mujer pudo hacer una actividad por la que fue castigada. Ya
no es una persona o ser humano que por razón de necesidad
o economía o falta de oportunidad trabaja en lo que puede
trabajar, sino gente que se le denigra o estigmatiza”, acusa
Ojeda Rivera.
Una consecuencia grave, añadió, es que la autoridad puede
dejarse influenciar por eso y sentir menos presión social para
que se haga la investigación. “Esto contribuye a que se genere
una especie de naturalización de la violencia, lo que no podemos aceptar. Está roto el estado de derecho y el tejido social.
El tejido social está lastimado, temeroso y nadie quiere decir
nada: ni las hijas o la madre. Te lo cuentan pero en privado,
pero no desean hacerlo público. Creo que esta información
que recibimos en privado, si la recibiera la autoridad sería
un caso menos de impunidad. Los familiares o amigas dan
pistas, tienen un pulso, nos dicen: ‘Lo veíamos venir’”.
Otro factor que no abona de forma positiva a la justicia para
las víctimas es la falta de cooperación de las autoridades al
momento de dar información acerca del feminicidio. “En 2006
tuvimos puertas abiertas pero de pronto hubo años donde era
difícil hacer la labor de investigación”, expresó la investigadora
y señaló que “lo viable será ampararnos ante el Instituto Federal
de Acceso a la Información (IFAI). El Instituto Nacional de
Geografía y Estadística (INEGI) sugiere acercamiento con las
procuradurías para la obtención de datos porque ellos no los
tienen, pero la relación [con la Procuraduría] ha sido un estira
y afloja, a veces hay trabas burocráticas”, sentenció por su
parte Marisol Alcocer.
A
EN PÁGINA
OPUESTA: Unas
zapatillas
cuelgan de
una de las
paredes de
la humilde
casa en
donde fueron
asesinadas
Zahira Yasmín
Nava Blanco,
Osmayra
Patricia
Gutiérrez
Nava, Martha
Patricia Nava
Blanco y
Rosa Aidé,
y que ahora
se encuentra
abandonada
94 VICE
nte este panorama desolador es inevitable preguntarse
¿qué se puede hacer?
—¿Cuándo va a parar? —le pregunto a Rosa Icela Ojeda.
—Va a parar cuando no haya impunidad, cuando la investigación sea sin prejuicios, cuando no se minimice por las
preferencias de la mujer, por su origen, por cuestiones culturales, religiosas, laborales, por presuntos nexos con grupos
delictivos. Nada justifica el asesinato de nadie, menos el de
una mujer y de una niña.
Y entonces también es inevitable hablar del recurso de la
alerta de género, esa herramienta temida por los gobernadores
como Eruviel Ávila, del Estado de México, que dice que no
es necesaria.
En 2006 y luego en 2012, ya con Ángel Aguirre Rivero
como gobernador de Guerrero, se pidió que se decretara la
alerta de género, pero al momento no ha sido posible. Entonces
Amalia Tornez Talavera, presidenta de la Red de Mujeres
por la Defensa de las Instituciones, señaló que el gobierno
temía que se decretara la alerta porque “eso es encender un
foco rojo y decir que no hay gobernabilidad”, según el diario
Novedades de Acapulco.
“En Guerrero ha habido unos momentos álgidos y la planteamos [la alerta de género]” —aseguró en entrevista Ojeda— y
ponderó que Guerrero es un lugar que recibe una cantidad
importante de recursos para turismo y que no hablar de la alerta
era para proteger la actividad. Pero la alerta es una medida
que ayuda a los gobernadores porque provee recursos para la
protección, para la investigación. Es una medida preventiva,
no sancionadora ni estigmatizante.
—¿Es necesaria la alerta? —le pregunto.
—Es absolutamente necesaria. Inmediatamente habría que
integrar y documentar la alerta, tenemos suficientes elementos. No es un capricho, no es que alguien quiera perjudicar
al gobierno o señalar al gobierno, sino obtener estos recursos
que ayudarán a que se sienta un mayor clima de garantía de
seguridad a las mujeres. Hay que crear un clima de garantía,
que no se sienta que somos un objeto y que no le importa a
nadie. No es cierto que sólo las mujeres que supuestamente se
vincularon a actividades raras o que cometieron algún error
pueden padecer esto, sino que en este ambiente cualquier
mujer puede ser víctima de ejercicio de la violencia, tanto en
el medio urbano o rural.
E
l 23 de marzo de 2014 Zahira Yasmín posteó en su
perfil de Facebook “Vámonos de fiesta a celebrar el
dolor”. El 24 al medio día colgó allí mismo unas fotos
que se tomó en la playa y por la tarde su ex pareja la asesinó. Vuelvo a repasar mentalmente esa historia y quisiera
imaginar un final feliz para Franceri, que quizás las terapias
le ayuden a superar el trauma de perder a su familia, que se
borraran las marcas dolorosas de su cuerpo, mente, alma;
que creciera en un ambiente amoroso como deberían crecer
todos los niños, que se convirtiera en una mujer libre. Es
inevitable sentir la tristeza y el sentimiento de rabia e impotencia, todo revuelto.
Lo que es cierto es que no hay claridad en su futuro. Al
momento de escribir estas últimas líneas Franceri sigue bajo
custodia del DIF, pero la institución no ofrece más detalles
por seguridad de la niña. El Ministerio Público sigue con la
averiguación, pero al tratar de conocer más detalles a través
de la familia paterna la respuesta del tío es simplemente: “Con
todo respeto le digo que no sé nada, y pos la verdad eso sigue
sin solución”. Maldita, maldita impunidad.
Estado de México Por Rafael Castillo
El 14 de junio de 2011, el cadáver de una mujer fue hallado
atado a una tapa de alcantarilla en el fondo del Río de los
Remedios, en el municipio de Tonanintla, Estado de México.
Los Servicios Forenses del Estado de México lo caracterizaron como el de una mujer de cuarenta años. Sin un rostro
reconocible o alguien a quien entregarlo, fue enterrado en
la fosa común. Ahí pasó dos años hasta que le fue asignada la
identidad que supuestamente perdió durante su estancia en
el río: tendría 15 años cuando murió, su nombre sería Abril
y se convertiría en la hija desaparecida de Isela Rodríguez.
Isela recibió estos restos el 25 de mayo de 2013 convencida de que esto era un abuso más en el caso de la desaparición
de su hija.
Abril desapareció el 16 de mayo de 2011 en Ojo de Agua,
municipio de Tonanintla, Estado de México. Había salido
a sacar copias. Los padres la buscaron durante horas hasta
que anocheció. Volvieron al fraccionamiento en el que vivían.
Ahí, el vigilante les dijo que no se preocuparan, que su hija
había regresado en el interior de un Pointer negro sin placas.
Pero ella no estaba en casa. El vigilante, testigo, se ofreció a
declarar ante las autoridades y señaló la dirección a la que
pertenecía el vehículo.
Entonces Isela hizo una denuncia y entregó la dirección sospechosa a la Procuraduría para que investigaran. Ella sostiene que
la policía siempre negó que la dirección existiera, y el vigilante,
en su declaración, dijo que jamás fue testigo de que Abril llegara
en un Pointer negro sin placas. Que no, que nunca dijo nada.
“Yo me di cuenta que la dirección sí existía. Fui a la casa
[del dueño del Pointer], su mamá, y su esposa también me
dijo que [él] era un policía estatal”, explicó Isela, convencida
de que esta persona es el responsable de la desaparición de
Abril. “Yo digo que no, que el vigilante sí vio a mi hija en ese
Pointer negro. Cuando yo le volví a preguntar al vigilante, él
estaba golpeado. Lo habían golpeado, me imagino para que
no dijera la verdad”.
Pasaron dos años en instancias judiciales del Estado de
México sin respuestas y sin una investigación que convenciera a Isela. Luego vinieron la PGR y su Fiscalía Especial
para Delitos de Violencia contra la Trata de Mujeres y de
Personas (Fevimtra).
Fue por estas fechas en que le entregaron el cadáver de
quien —Isela afirma— no es su hija.
“Dijeron que era una persona de cuarenta años, y que el
ADN correspondía en 99 por ciento, ¡pero si se equivocan en
la edad!”, dijo la señora Isela. “Nunca vi pruebas”.
¿Por qué cree que eligieron este cuerpo para hacer pruebas?, le pregunté. “Desconozco. Es un lugar cercano al de la
desaparición de Abril”.
Después de un año de quejas constantes ante la PGR para
obtener un documento que avale la prueba genética, los restos fueron exhumados nuevamente en junio de 2014 para
ser analizados y esperar un dictamen con el que se intenten
satisfacer las dudas de Isela y de su esposo.
Hace tres meses que pedí entrevistar a cualquier funcionario
del Servicio Médico Forense o de la Procuraduría del Estado de
México para conocer la eficiencia del programa de búsqueda de
personas desaparecidas entre los cuerpos olvidados del servicio
forense. Este programa se llama Odisea, (nombre que resulta
por demás desesperanzador tomando en cuenta que una de las
acepciones del término se refiere a: “Sucesión de peripecias,
por lo general desagradables, que le ocurren a alguien”).
Odisea dejará de existir al inicio de 2015, para entonces unificar los procedimientos y bases de datos con los estados vecinos
de Puebla, Tlaxcala, Veracruz y DF, con ayuda de la PGR, según
informó la Procuraduría en Toluca. Fue ahí también donde me
dijeron que no podía entrevistar a nadie sobre el funcionamiento
de Odisea, “por seguridad”, y porque “¿quién hablaría de un
programa que de todos modos van a cambiar?” Mientras tanto
en el informe preparado sobre el buen funcionamiento del sistema, explicaron que ya habían identificado trescientos cuerpos
(hombres y mujeres), entre enero y julio de 2014 a través de
este sistema. El sistema de cruces de información entre los 38
servicios forenses del Estado de México y Odisea, sin embargo,
es incapaz de relacionar género, causa del deceso, hallazgo por
colonia o municipio. Así lo demostró la respuesta de la misma
Procuraduría cuando le pedí estos datos.
“La información relativa a los cadáveres que ingresan al
Servicio Médico Forense registra en el libro de gobierno de cada
unidad administrativa del Servicio Médico Forense, por lo que
nos veríamos obligados a procesar la información requerida en
cada una de ellas para dar contestación a su requerimiento”,
respondió la Unidad de Información de la PGJ del Estado.
La ley respalda esta respuesta, pero el sistema no existe.
En agosto pasado, la Comisión de Derechos Humanos del
Estado de México emitió una recomendación a la Procuraduría
por dejar que el cuerpo de un menor pasara 180 días en
el servicio forense de Tenancingo sin ser identificado. La
Procuraduría no relacionó el secuestro de un adolescente con
el hallazgo de un cuerpo en días consecutivos sino hasta que
los homicidas confesaron.
El Observatorio Nacional del Feminicidio (ONCF), una
red de organizaciones locales en México agrupadas bajo la
coordinación de Católicas por el Derecho a Decidir, cree que la
esperanza para tener certeza es menor si se trata del cuerpo de
una mujer. Su postura es que el gobierno del Estado de México
ha ocultado sistemáticamente las cifras reales de los feminicidios.
“Hay un problema de identificación de mujeres. No se sabe
ni cómo está funcionando [la identificación de cuerpos]”, me
dijo en entrevista la directora del Observatorio, María de la
El Observatorio Nacional
del Feminicidio cree que
la esperanza de tener
certeza es menor si se trata
de una mujer. Su postura es
que el gobierno del Estado
de México ha ocultado
sistemáticamente las cifras
reales de los feminicidios.
VICE 95
En esta
página:
Interior de
la casa
de Franceri
Página
opuesta:
Las mujeres
víctimas de
violencia
feminicida son
revictimizadas
con estos
prejuicios y
estigmas y
los medios de
comunicación
tienen mucho
que ver en ello
96 VICE
Luz Estrada, quien sostiene que el problema con los registros
es en realidad un problema de transparencia. “El año pasado se asesinaron a 1,932 personas en el Estado de México.
Hoy no sabemos cuántos de esos son mujeres y cuántos son
hombres”, continuó.
Por lo menos sabemos que quienes conforman estas cifras están muertos. En los años más recientes sobre los que
hay estadísticas claras, 2011 y 2012, desaparecieron 1,258
mujeres en el Estado de México. En sólo dos años, los
números representan la mitad de las mujeres muertas por
agresiones en la década de 2001-2011 en el mismo estado.
En ese periodo fueron asesinadas 3,583 mujeres, según las
cifras expuestas en Las muertas del Estado, del periodista
Humberto Padgett.
Lo terrible de las primeras cifras de las mujeres desaparecidas, como en el caso de Abril, es que no se sabe si ya están
muertas o si son esclavas sexuales de alguno de tantos circuitos
existentes en México y el mundo.
“Yo creo que está viva”, dijo Isela. No quise preguntarle
qué cree que le sucedió. Con los años que pasan se han añadido condiciones con las que se le dificulta seguir de cerca el
caso de su hija. No le es posible hacer visible su caso porque
mantenerse cerca de las organizaciones le requiere tiempo y
dinero de los cuales no dispone.
“Ya sentíamos que nos vigilaban”, explicó Isela. “A mi esposo lo asaltaron a los 15 días de desaparecida mi hija. Luego
en 2013 le robaron la camioneta ahí en el fraccionamiento.
Le salieron dos tipos con pistola y le quitaron la camioneta”.
Y así, decidieron que era mejor escapar de ese lugar mientras
las autoridades dan una respuesta sobre el cuerpo encontrado
en junio de 2011. Este cuerpo se suma a una lista de por lo
menos otra decena de cadáveres de mujeres encontrados en
mayo pasado, en el cauce del Río de los Remedios durante
un dragado general. Las autoridades aún no han ofrecido
información sobre el tema. Hasta ahora esta información la
han confirmado tres personas: el activista y también partidario
del PRD David Mancera, el reportero gráfico Iván Montaño
y Carolina (me pidió no publicar su nombre real por temor a
represalias), madre de una niña desaparecida.
Carolina me dijo que no podía ofrecer pruebas, aunque
conocía a quien sí las tenía.
“Nos enteramos porque en este círculo siempre te enteras
de muchas cosas”, dijo Carolina la primera vez que hablé con
ella por teléfono para que me ayudara a confirmar el hallazgo.
“Voy a hablar con otra persona que estuvo ahí, pero si ellos
[las autoridades] no lo han dicho, es porque se esperan hasta
tener respuestas. Tenemos que ser prudentes en lo que decimos.
Sí, dar a conocer, pero también cuidar nuestros casos. Hay
cosas que no se pueden decir”.
Chihuahua Por Luis Chaparro
Pienso que si ella viajó con vida desde el centro de Ciudad
Juárez hasta San Agustín, ese poblado en medio del Valle de
Juárez —el Valle de la Muerte, lo llaman— pudo ver a los
fantasmas de las otras. Todas las que fueron igual a buscar
trabajo y que de alguna u otra manera llegaron hasta aquel
valle al este de la ciudad para morir o ya muertas. Puede que
ella incluso haya visto a las demás caminando por entre los
afiches amarillentos de las desaparecidas de hace muchos
años, o por entre los que aún huelen a pegamento. Pero es
imposible incluso ahora, a cinco años de aquel día helado
de enero cuando caminó por el centro, saber si logró ver
algo o la muerte le cerró los ojos ya durante una hora de
camino al Valle.
La mayoría de los afiches están pegados en el centro. Antes
sólo eran pesquisas raquíticas con una fotografía de una niña,
como ella, como Adriana: Adriana Sarmiento, 15 años, 18 de
enero de 2008, y un número de contacto de su familia: (656)
XXX-XXX Ernestina Enríquez, su madre. Están ahí porque
desde la década de 1990 las niñas “desaparecen” en esa zona
donde miles de hombros topan con otros miles, donde uno
se encuentra de todo.
Pero desde finales de 2007 el problema de las “desaparecidas de Juárez” que luego fue el de las “muertas de Juárez” se
volvió más complejo. Las madres de las víctimas pidieron que
no fuera sólo el delito de desaparición forzada o de asesinato,
sino que se llamara con todas sus letras: feminicidio. El exterminio sistemático de mujeres por razón de género. Y como
pocas veces el gobierno cedió. Los afiches también cambiaron
y ahora ya ni si quiera podían incluir el número de un familiar
por miedo a las amenazas o a los intentos de extorsión. Ahora
están acompañados de una campaña que también busca borrar
el término “desaparecidas”, como si se las llevara el viento o
se las tragara la tierra, por “secuestradas”, que al final está
la certeza de que así es.
Con todo lo anterior quiero decir que los feminicidios, a
diferencia de lo que se puede llegar a creer, no se detuvieron
en la década de 1990, cuando se hicieron películas y documentales sobre los crímenes. De hecho, a finales de 2007,
justo cuando comenzaba la cruenta guerra entre cárteles de
la droga en Ciudad Juárez, este delito se volvió más feroz y
es aún hora de que no acaba.
El Colegio de la Frontera Norte en Ciudad Juárez ha llevado
un registro minucioso paralelo al conteo de las autoridades
estatales y federales y ha encontrado que de 1993 a 2007 el
promedio de asesinatos por año en Chihuahua era de 33.4,
éste aumentó a 187 por año de 2008 a 2012, lo que representa un incremento de 560 por ciento en el número de delitos
registrados en décadas anteriores.
Es decir, en 14 años, de 1993 a 2007, se registraron 501
homicidios de mujeres, pero de 2008 a abril de 2013, en sólo
seis años, la cifra ascendió a 940 casos en el estado. Esto se
encuentra citado en el reporte “Comportamiento espacial y
temporal de tres casos paradigmáticos de violencia en Ciudad
Juárez, Chihuahua, México: el feminicidio, el homicidio y la
desaparición forzada de niñas y mujeres (1993-2013)”.
Cuando pienso en Adriana, Javier Juárez, un periodista
investigador quien ha dado un seguimiento de cerca a las
familias, y ha sido correteado por “hombres desconocidos”
en el mismo centro de Ciudad Juárez mientras investigaba,
me cuenta por qué es poco probable que la adolescente haya
visto el camino del centro al Valle.
“Lo más seguro es que Adriana fuera asesinada ese mismo
día, no sabemos si en el mismo lugar donde fue secuestrada
o en donde fue encontrada, aunque lo último es lo menos
probable”, lo escucho al otro lado de la línea desde España,
su lugar de residencia.
El cuerpo de Adriana estuvo guardado tres años. La periodista
Guadalupe Lizárraga me explica tras la entrevista con Javier que
encontraron documentos, autopsias y actas de defunción, de
que Adriana fue encontrada a los pocos meses de ser reportada
desaparecida en el poblado de San Agustín, frente a un retén
militar permanente, “aún con la misma ropa que llevaba
cuando desapareció”.
Aun así y sólo ante la presión de Lizárraga y del sitio
LosAngelesPress.com, la Fiscalía de Chihuahua entregó a
su madre los restos de Adriana hasta la última semana de
noviembre de 2011.
Ahí, en las mismas cajas donde tenían los pocos y deteriorados restos de Adriana, Javier sospecha que hay aún unos
ochenta cuerpos de niñas reportadas ausentes desde 2008. Esto
lo dice en base a los documentos que ha visto y a las fuentes
con quien habla y quienes, la gran mayoría, han huido ya de
Ciudad Juárez.
Hasta ahora la Fiscalía tiene un registro de 180 “mujeres
desaparecidas” de 2008 a la fecha. Desde 2011, luego de entregar el cuerpo de Adriana y de ofrecer disculpas por el engaño,
han entregado unos cincuenta cuerpos más de adolescentes
que mantenían guardados en la morgue de Ciudad Juárez.
Aunque bien podría haber más, según cree el mismo Javier:
“He encontrado que si las desapariciones u homicidios son
investigados por el gobierno federal, no aparecen en los registros de la Fiscalía de Chihuahua y viceversa. Y además,
yo tengo algunos reportes de niñas desaparecidas de quienes
estoy dando seguimiento y no aparecen en ninguna parte, ni
en desaparecidas ni asesinadas”.
Ahora, mientras camino por la Avenida Juárez, en el centro de la ciudad que lleva el nombre del primer presidente
mexicano en portar la misma piel morena de la mayoría
de las mujeres víctimas del feminicidio, pienso que al final
Adriana sí se encontró con el fantasma de las otras. Sobre el
hirviente metal de una caseta telefónica está la fotografía de
una adolescente desaparecida sobre la misma avenida. Tiene
17 años y el afiche está manchado con catsup o sangre, no
puedo distinguir. Y cuando escarbo para ver lo que hay detrás
me encuentro con una fotografía de Adriana, de un afiche
pegado en 2009, mientras su madre aún la buscaba en estas
mismas calles, siguiendo pistas vacías. Sus rostros están empalmados, así como sus restos en la morgue de Ciudad Juárez
y sus nombres entre las miles de mujeres asesinadas por este
México feminicida.
VICE 97
Buenaventu�a
desmemb�ada
El puerto comercial más importante del Pacífico
colombiano vive una nueva guerra. Esta vez con un
criminal y macabro modus operandi
Por Juan Camilo Maldonado Tovar, FOTOS POR Carlos Villalón
L
os dos dedos aparecieron junto a la carretera principal que bordea el barrio
Camilo Torres, en la Comuna 10 del puerto de Buenaventura, departamento
Valle del Cauca, en el suroeste de Colombia. Eso, al menos, fue lo que la chica
declaró a la policía. Dijo que los levantó del suelo, uno después del otro; los
metió en una bolsa de plástico que guardó en su bolsillo, y luego pensó con misteriosa
certidumbre: “Estos son los dedos de mi hermano”.
Luis Fernando Otero tenía 17 años y era lavador de carros. Por los días del hallazgo de
su hermana, ya el rumor corría entre los más de 390 mil habitantes de Buenaventura, el
puerto más importante del Pacífico colombiano: que Luis Fernando se había ido hacía varias semanas porque una banda lo andaba buscando. Que había vuelto quince días atrás,
vaya uno a saber para qué.…Que fumaba mariguana por la calle. Que andaba en vueltas
raras. Que cobraba extorsiones a su nombre sin pedirle permiso al Clan Úsuga. Por eso,
decían, por todo eso lo pelaron.
El joven lavador de carros llevaba varios días desaparecido
cuando llegamos a Buenaventura, con un equipo de VICE
NEWS, a principios de junio de 2014. Ya para entonces, el
ejército y la policía colombianos, por orden del presidente
Juan Manuel Santos, habían aumentado en un tercio su pie
de fuerza y llevaban tres meses buscando frenar una espiral de
violencia que, durante el último año y medio, había convertido
a la ciudad en la más peligrosa del país, con un incremento de
homicidios de 42 por ciento.
La violencia en Buenaventura tenía un agravante macabro:
entre 2013 y 2014, según la Policía Distrital, 25 personas
habían sido cuidadosamente desmembradas, y sus partes
arrojadas, ora en calles, plazas y parques de la ciudad, ora en
los esteros laberínticos que dan al Pacífico, a la vista de los
pescadores y recolectoras de piangua (un marisco pequeño que
vive en las raíces de los manglares). La guerra se había mantenido fuera del radar de la opinión pública nacional y, durante
un año, las denuncias hechas por el obispo de Buenaventura,
monseñor Héctor Espalza, quien desde febrero de 2013 había
advertido sobre los desmembramientos, no habían llegado más
de allá de un par de micrófonos radiales.
La guerra tocó fondo a comienzos de 2014. En parte, por
cuenta de las constantes extorsiones a los comerciantes del
puerto. Con los pobladores llevados al límite, Espalza organizó
en febrero una masiva marcha de protesta y el asunto se volvió
de orden nacional. Entre los pobladores locales, el verbo picar
(desmembrar) se había vuelto común, y en los medios de comunicación nacionales se hablaba a diario, en plena campaña
de reelección presidencial, de la existencia de casas de pique,
supuestos espacios específicos de la ciudad, especialmente en
los barrios más pobres, donde, presuntamente, las víctimas
eran asesinadas y desmembradas de forma sistemática.
Luis Fernando sería la víctima 26.
El día en que llegamos a Buenaventura, una bolsa blanca
con restos humanos había sido hallada en Gamboa, un sector
ubicado en una colina periférica del distrito, desde donde se
divisa, a lo lejos, el océano Pacífico, las 12 comunas de la ciudad
y las grúas de las dos principales terminales portuarias por las
que anualmente atraviesan dos terceras partes del comercio
exterior colombiano (unos 15 millones de toneladas de mercancía, según la Superintendencia de Transporte).
98 VICE
E
l sol nos castigaba a mediodía en Gamboa. Los operarios
de Medicina Legal trabajaban desde la mañana en el rescate de los restos, mientras que los vecinos y la televisión
repetían sin parar una verdad que, al parecer, no precisaba de
confirmación: ese cuerpo en pedazos, esa camiseta roja con
negro con un número en la espalda, esa tarjeta de identidad
en la bolsa enterrada al lado de las vías del tren en un barrio
que no es el suyo eran Luis Fernando Otero. Su rostro en cada
nota de la tele local: mirada profunda, serio, de corbata, como
si fuera la foto del carnet de la universidad a la que nunca
ingresaría. Todos lo sabían. Empezando por su mamá, Luz
Marina Ibarguren, una morena de rasgos amables y mirada
infranqueable, quien no llegó al lugar de la exhumación.
A un par de barrios de distancia, en un modesta casa de
ladrillo y en una sala sin muebles, Luz Marina velaba ya a su
hijo. En Buenaventura, cada barrio y cada cuadra le pertenecen a uno u otro bando, y cruzar las fronteras invisibles que
delimitan a sangre y fuego los combos contratados por las
bandas criminales implica firmar un sentencia de no retorno.
Por eso, ni Luz Marina ni su hija ni su comadre, una doña
seria y algo amarga, con la piel cubierta de verrugas, salieron
a presenciar el levantamiento del cadáver. Los dos dedos que
encontraron días atrás —y uno que otro comentario de un
par de muchachos del barrio— les bastaron para dar a Luis
Fernando por muerto. Apenas lo supieron, apenas decidieron
que estaba muerto, montaron un altar de velación en la casa:
un rosario de plástico rosado sobre un moño de tela negra
amarrado a una sábana blanca cuidadosamente colgada de la
pared; un cirio prendido en el suelo y, junto a él, un vaso con
agua hasta el tope, pa’ que el muerto pase cuando tenga sed.
En Buenaventura, el 89 por ciento de la población se reconoce de raza negra o mulata, según registros de la Defensoría
del Pueblo. Una estadística fácil de verificar, pues allí África
se presiente en la mayoría de espacios y ocasiones, entre ellos,
el amor (un negro no deja un condón usado en la casa de su
amante, por miedo a ser embrujado por medio de su propio
semen) y, por supuesto, la muerte, cuyos rituales se han vuelto
cada vez más relevantes en una ciudad que llegó a registrar,
hace ocho años, 416 homicidios anuales.
Pocos en el puerto parecen tan interesados en la relación
entre cultura popular y violencia como el comandante de la
EN PÁGINA
OPUESTA: El
puerto de
Buenaventura,
donde los
homicidios se
incrementaron
42 por ciento
durante el
último año
VICE 99
La violencia en Buenaventura tenía un agravante
macabro: entre 2013 y 2014, según la Policía
Distrital, al menos 25 personas habían sido
cuidadosamente desmembradas.
EN PÁGINA
OPUESTA: En
ese espacio
entre palafitos
había una
casa de pique
Policía Distrital, José Miguel Correa. Su oficina, en el último
piso del comando central de las fuerzas policiales, está adornada
con numerosas estampas de la Virgen María, el papa Francisco
y su antecesor, Benedicto XVI, y sentado allí coordina desde
noviembre de 2013 las operaciones de seguridad que han
buscado frenar el aumento de los homicidios en el puerto.
—Cuando en el Pacífico asesinan a alguien, los familiares de
la víctima le amarran los pulgares de las dos manos y los dos pies
antes de enterrarlo. Con esto esperan que el alma del difunto
regrese al mundo y seque a quienquiera que lo mató— nos
explicó Correa, con gestos rígidos y fríos, casi académicos, el
mismo día que comenzó la exhumación del cuerpo en Gamboa.
Correa y muchos en el puerto consideran que detrás de los
desmembramientos hay un trasfondo sincrético. Si bien es
evidente que los descuartizamientos sirven para aterrorizar a
la población, la policía ha encontrado collares de santería en
escenas de descuartizamientos, lo que le ha dado pie al coronel
para suponer que, quizás, el descuartizamiento de las víctimas
busca prevenir que el muerto regrese a vengarse.
—Por eso los desmiembran. Incluso si todas las partes se
meten en una bolsa, la brujería deja de tener efecto— expuso el
comandante, para luego aclarar que la lucha contra los combos
incluye la lucha contra la brujería—: Aquí en Buenaventura
están las brujas más grandes del Pacífico, utilizan yerbas, velas,
rezos; hemos tratado de cortar eso.
E
l fenómeno debe intrigar a más de un urbanista: miles de
personas que habitan palafitos construidos sobre el mar;
una comunidad que ha migrado, por lo general, huyendo
de la guerra que se libraba en la selva, y que emprende con
paciencia la labor de transformar los puentes que unen los
ranchos en tabiques y cajones, para luego rellenarlos de aserrín, conchas, basura y arena, y terminar creando trozos de
suelo, suelo creado, suelo falso que desafía el diseño natural
del litoral del Pacífico. Con ese método paciente, emocionante
y precario, durante una sola generación, un barrio puede
construir una cancha de futbol sobre el mar y obligar al agua
a dar marcha atrás. Es una conmovedora labor orgánica, de
colonia, que estrecha los lazos entre los seres humanos y el
espacio natural que los rodea. A estas zonas todo el mundo
en Buenaventura las llama bajamar.
Es sobre estos mismos territorios, ganados a pulso al agua,
por donde han transcurrido, año tras año, durante los últimos
25 años, las guerras de Buenaventura, las mismas guerras de
Colombia, que acá se han valido del litoral, de sus ríos, esteros
y manglares, para asegurar la salida de cocaína y la entrada de
armas e insumos para la mafia y la guerrilla. Han sido muchas,
las guerras —traslapadas, encadenadas en el tiempo—: la llegada
del cártel de Cali, a comienzos de los noventa; el ingreso del
frente Manuel Cepeda de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC), a finales de esa misma década; la toma
paramilitar a comienzos de milenio, liderada por el bloque
100 VICE
Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); la
salida de las FARC, la desmovilización de las autodefensas y,
finalmente, la reactivación de algunas de sus viejas estructuras.
Estas últimas, bajo el nombre de La Empresa, comenzarían,
desde 2005, un corto reinado sobre el puerto.
En 2012, sin embargo, un nuevo cártel, proveniente del Urabá,
en la costa del Caribe, cuna del más sangriento y ambicioso
narcoparamilitarismo, buscó nuevas salidas por el Pacífico y
decidió su ingreso al puerto. Un cártel de estructura unívoca,
pero múltiples nombres: Los Urabeños, para los medios de comunicación; el Clan Úsuga, para el gobierno; los Chocoanitos,
para muchos de los habitantes de la ciudad. Un cártel más, con
necesidad de ampliar su influencia y rutas de salida al mar.
Y se acabó la calma frágil de La Empresa. Y estalló la guerra.
Los Urabeños le sonsacaron a la banda local los gatilleros a punta
de dinero y salarios, y una vez hechos los debidos fichajes y
contrataciones, comenzó la disputa por el control de las cuadras
y las manzanas, y la ley tácita, marcial y mortal de las fronteras
invisibles. Así transcurrió la guerra por un año largo, y así
mismo imperó el silencio, hasta que los que cayeron no fueron
matones de cuadra ni sicarios adolescentes, sino las amables
vendedoras de la esquina, los mototaxistas, los pescadores…
Un día, nadie sabe cómo ni en qué momento, los niños dejaron el futbol y comenzaron un nuevo juego: el juego de picar.
Esto me lo contó Nora Isabel Castillo, líder comunitaria
de una calle, una sola, del barrio La Playita, Comuna 4, en el
codiciado centro neurálgico de Buenaventura. Una sola calle,
ganada al mar, como muchas otras, llamada en antaño Puente
de los Nayeros, y hoy tierra firme, calle San Francisco. Aquí,
desde abril de 2014, unas 280 familias quieren convertiste en
la primera zona humanitaria urbana de Colombia, un modelo
que en el pasado funcionó en zonas rurales del país, cuando
los civiles quedaban inexorablemente atrapados entre el fuego
de guerrilleros, paramilitares y fuerzas estatales. La clave:
hacer respetar la condición de civil, y prohibir la entrada de
cualquier arma o actor armado, legal o ilegal, a su territorio.
Nora Isabel, una mujer dulce y vital, que no pasa de los
treinta años, con una mirada y sonrisa que desbordaban luminosidad, nos invitó a caminar, en dirección al mar, por la calle
San Francisco. Nora caminaba tranquila, sonriente, hasta que se
detuvo frente al rastro de un rancho derribado, entre dos palafitos.
—Aquí, en este hueco, estaba la casa. Aquí traían a la gente
el año pasado para picarla. Muchos sabíamos, pero nadie
decía nada, teníamos miedo. Todo acá era miedo. A las cinco
no había niños en la calle, todos nos encerrábamos, y a rezar
para que nada más nos pasara—, dijo.
A comienzos de 2014, sin embargo, la gota rebosó la copa:
—La banda que controlaba esta calle secuestró a un taxista,
y extorsionó a su esposa, una vendedora callejera de mariscos,
para su liberación. Como dos millones [de pesos colombianos,
unos mil dólares] le estaban cobrando a la señora. Ella pensó que
podía negociar con ellos, y se metió aquí al barrio a buscarlos.
Pero apenas llegó a esta casa, ¡ay!, la pobre se dio cuenta: el
hombre ya estaba muerto y ya lo iban a picar. La mujer se puso
a dar gritos del dolor. La persiguieron. Ella se mandó al mar. Y
hasta allá fueron tras ella, en una barca. La agarraron a machete
limpio en el agua y le amarraron una piedra en el cuello pa’ que
se hundiera. Todo esto pasó a las 9am. A plena vista de nuestros
hijos. Ese día dijimos: No podemos más.
E
l día en que la comunidad de Puente de los Nayeros
decidió negarle la entrada a las bandas, organizó un
acto simbólico. En el pequeño salón que funciona
como centro comunal, citaron a todos los niños —se cuentan cientos en esta larga cuadra— y los invitaron a dejar sus
armas. Los rifles y las pistolas de madera fueron arrojados
al suelo. Como contrapartida, los niños recibieron instrumentos musicales, entre ellos una marimba construida con
madera del árbol de chonta, que crece en las selvas que aún
se divisan desde el barrio.
Desde entonces, los niños volvieron a salir a la calle. Con
tanta fuerza y tanta vitalidad, que durante nuestra visita,
terminó siendo difícil grabar las escenas del documental.
Mientras el camarógrafo de nuestro equipo intentaba captar
escenas donde la algarabía infantil del final de la tarde no se
interpusiera, yo buscaba jugar con el ejército de niños para
que posaran, juguetones, como modelos que han visto en la
televisión, frente a la lente del fotógrafo.
No todo, sin embargo, era felicidad y desorden en la calle
que Nora, junto a otra decena de líderes de cuadra, buscaba
mantener en paz. Días atrás, la comunidad había logrado
concertar, junto a la Brigada de Infantería de la Marina y la
Policía Distrital, la desmovilización de 14 adolescentes asalariados de La Empresa y Los Urabeños, quienes habían sido
enviados a centros de atención social fuera de Buenaventura.
Justo en los días de nuestra visita, algunos de estos muchachos habían regresado, y merodeaban, silenciosos y cabizbajos,
por el área humanitaria.
—¡Mírelo!, ahí está el paramilitar— me dijo Nora sin
siquiera alzar la mirada, sus ojos repletos de miedo, vacíos
de luminosidad.
Me le acerqué al chico, pese al reproche de algunos de los
líderes. No tenía más de 19 años, gorra sport negra, de medio
lado, la mirada cargada de miedo o de rabia o de ambos, y
una medalla del Señor de los Milagros y la Virgen de Buga,
colgada del cuello.
No me dijo mayor cosa. Sólo que había regresado del
centro de atención porque allá, en Buga, ciudad intermedia
a dos horas de Buenaventura, no le habían —cumplido con
lo prometido—. Que lo tenían encerrado. Que no tenía nada
que hacer. Que sólo rezaba…
—¿Y a qué regresaste, entonces?
—A que me cumplan.
—¿Dónde te tenían?
El muchacho se sacó una tarjeta del bolsillo y me la entregó: “Fundación Peña de Horeb para el Desarrollo Integral.
Centro de rehabilitación para alcohólicos y drogadictos.
La sociedad dice adicto una vez, adicto para siempre, pero
Jesucristo dijo: Conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres. Jn: 8,32”.
VICE 101
Perdí por un momento de vista al joven paramilitar.
Segundos después, dos policías lo escoltaban a empellones
hacia la salida del área humanitaria.
Q
uién pica? ¿Por qué pica? ¿A quién pica?
Gracias a algunos contactos locales, logramos entrevistarnos con dos jóvenes gatilleros, perros, sicarios,
bases operativas y asalariadas que le prestan servicios a los
más de cuarenta mafiosos profesionales que, en cada bando
criminal, según el comando local de la Brigada de Infantería
de Marina, convirtieron a Buenaventura en un camposanto
de desmembrados y cuerpos sin vida.
Los muchachos accedieron a entrevistarse con nosotros
de forma anónima, en un lugar seguro y lejos de la guerra
cotidiana que, con todo y la intervención militar y policial,
se vivía en sus barrios.
Verlos llegar me dejó sin palabras. Aunque quisieran, estos
chicos no podían disimular su edad y, como el temido paramilitar de Nayeros, no sobrepasaban los 18 o 19 años.
La chica nos pidió que la llamáramos Jessica Paola; él,
Juan David, que no son sus nombres reales. Eran amigos,
compañeros de barrio y de juego de la infancia, llegaron al
lugar de la entrevista sonriendo y jugueteando, como si estuvieran en un paseo al campo. Ambos habían ingresado a las
bandas antes de cumplir 14 años, y luego de pasar un tiempo
peleando para bandos contrarios, se encontraban al servicio
de Los Urabeños, la mafia visitante, que por esos días pagaba
mejor la mensualidad: novecientos mil pesos colombianos
(unos 465 dólares), en una ciudad donde cincuenta por ciento
102 VICE
de los jóvenes no cursa secundaria y el desempleo revienta
todos los promedios (63.3 por ciento, para 2010, según el
Departamento Administrativo Nacional de Estadística).
El muchacho nos contó que comenzó a descuartizar a los
14, que se había salido de La Empresa porque la plata ya no
llegaba, que la primera vez que lo hizo fue con su sistema
nervioso lleno de mariguana, y que una vez desmembrado,
al muerto había que mearlo y saltarlo tres veces para que no
volviera a vengarse (“uno se va quedando flaquito, flaquito,
hasta que se muere”, nos dijo).
Ambos narraron historias similares. La historia de dos niños
atrapados en una guerra que nunca pidieron. Al terminar, se
quitaron las capuchas y se entregaron al juego. Sonrieron y
posaron ante las cámaras, estaban contentos. De habérmelos
encontrado en la calle, les habría sonreído.
B
uenaventura, un nuevo modelo de ciudad”. El aviso se
lee a la entrada de la Oficina de Planeación del puerto.
El enorme afiche, que recibe a los visitantes del más
importante edificio administrativo del distrito, es un render
panorámico de su zona central que deja ver un frente costero
con playas de arena amarilla, adornadas con palmeras y salpicadas de parques boscosos, proyectados justo en las zonas
más conflictivas de bajamar en las comunas 1 y 4. Cualquiera
que viera este pendón creería que está viendo un mapa calcado de Miami Beach, y no una de las ciudades más pobres y
violentas de Colombia.
El pendón tiene una frase bajo la imagen: “Proyectando el
futuro, construimos el presente”.
El muchacho nos contó que empezó a descuartizar
a los 14, que había salido de La Empresa porque la
plata no llegaba.
Por estos días, los más importantes proyectos de renovación
urbana, bosquejados por las autoridades de Buenaventura
por más de una década (el más reciente fue encargado a la
Universidad del Valle, en 2006), están, en buena parte, detenidos. El plan de intervención del borde central, llamado Malecón
Bahía de la Cruz, sólo tiene vía libre en un sector donde hoy
no existen palafitos; del resto, el proyecto plasmado en el
enorme afiche de la oficina municipal está estancado, en parte,
por cuenta de la resistencia de los habitantes de bajamar, para
quienes su permanencia en esta zona es un derecho adquirido
luego de años de ganarle espacio al mar.
Sin embargo, para muchos en estos barrios —Nayita,
Centenario, La Isla, San José, Muro Yusti, Campoalegre,
Viento Libre y La Playita— la soledad enorme con la que han
tenido que enfrentar la violencia diabólica de estos dos años está
relacionada con la imperante necesidad de que sus habitantes
dejen sus territorios para abrirle campo a los nuevos proyectos.
Lo dicen los habitantes de la calle San Francisco, para quienes la zona humanitaria no sólo busca frenar la violencia entre
las bandas, sino reclamar su derecho sobre el suelo creado; y lo
dicen en San José o San Ju, el barrio más antiguo del puerto,
frente al que hoy está levantado un muro de concreto que les
corta a sus pescadores la salida a la bahía, y que fue construido
hace diez años en un impulso de la administración de entonces
para comenzar la renovación sin más avisos.
En la oficina municipal, el director de Planeación Urbana,
Wilmer Garcés, nos aseguró que el proyecto no se llevará a
cabo sin la previa consulta a las comunidades y que, además, la
administración adelanta un plan para —reubicar— a las familias
de bajamar, en la ciudadela San Antonio. El complejo de edificios
de concreto contiene medio millar de pequeños apartamentos, y
fue construido con una ridícula fracción de los 55 millones de
dólares que aparecieron en caletas clandestinas en Cali (fosas
donde se guardan dinero, armas y drogas) a comienzos de
2007, propiedad del hoy capturado narcotraficante Juan Carlos
Rodríguez Abadía, alias Chupeta, temido pupilo de Miguel y
Gilberto Rodríguez Orejuela, fundadores del cártel de Cali.
—El proyecto San Antonio es complementario con el de
Bahía de la Cruz, en la medida en que es en este proyecto
habitacional en el que se reubicarían las personas que viven
en bajamar — nos explicó Garcés — además es un sitio cercano que mantiene contacto con un brazo de un estero que
les permite acceso a estas comunidades a la zona marítima.
—¿Y por qué no dejarlos donde están, y vincular a estas
comunidades a los proyectos de renovación?— preguntamos.
—Cualquier iniciativa tendiente a mantener los asentamientos de poblaciones tendría que definir los aspectos relacionados
con la gestión del riesgo. Hoy las reglamentaciones de la
Dirección Nacional Marítima (Dimar) no nos permiten mantener estas zonas palafíticas, pues existen riesgos asociados
a fenómenos naturales como tsunamis, crecientes y demás.
—¿Y qué pasará con quienes no se quieran ir?
—No los podemos obligar, porque aquí nunca ha habido
un ejercicio coercitivo.
D
urante nuestro último día de visita al puerto, viajamos
a la ciudadela de San Antonio, a unos 25 minutos en
carro de las zonas de centrales de bajamar, en terrenos
donde Buenaventura deja de ser ciudad para mezclarse con
el campo y la selva.
Caminando entre las pequeñas calles de la ciudadela de concreto, diseñada con pequeños adornos con tablas de madera que
parecen evocar tímidamente las construcciones palafíticas que
sus habitantes dejaron atrás, nos encontramos con Marino, un
viejo pescador que trabajaba en la construcción de una lancha
metrera, como llaman los habitantes del Pacífico a la canoas
alongadas y angostas construidas con madera de tangare,
jiguanegro y otra serie de árboles que abundan en el litoral.
Nos sorprendió ver a don Efrén estar construyendo una barca
en medio de un paisaje donde, a primera vista, no había ni un
balde de agua. El viejo, arrugado y curtido por la sal y el sol,
de mirada amable, nos explicó que una vez cada tanto (durante
cinco o 15 días, dependiendo del momento del año), las aguas
del Pacífico se crecían tanto que el brazo del estero (el mismo
brazo al que había hecho referencia el director de Planeación)
se llenaba del agua suficiente para poner la barca a navegar. Su
plan, nos explicó, era esperar la próxima crecida para llevar la
embarcación dos horas hacia la costa y dejarla guardada donde
un familiar, que se había resistido a dejar su casa en bajamar.
Detrás de la lancha en construcción, dentro del apartamento
de 52 metros cuadrados, sin un solo mueble, en oscuridad
de gris concreto, se encontraba Efrida, su mujer, quien me
explicó que allí duermen a diario ocho de sus nietos, una
nuera y dos de sus hijos.
—Hay veces, cuando estamos todos, que dormimos como
marranos— me dice Efrida, sus nietos jugando junto a los
colchones contra la pared, que en la noche cubrirán el suelo.
Mujeres como Efrida, solían recolectar piangua de las raíces
de los árboles acuáticos en bajamar, que luego, junto a los pescadores, vendían en los mercados del centro de Buenaventura.
Hoy, lejos de la costa, obligadas a pagar transporte urbano para
llegar a los esteros, muchas han preferido cambiar de oficio,
y hoy se las arreglan como pueden ofreciendo mercancía y
servicios a sus nuevos vecinos.
A Efrida, a sus nietos, a su esposo que construía una barca
para el día en que subiera la marea, se les veía tranquilos. Lejos
de la ciudad, lejos del rancho palifítico que alguna vez llegó a
tener cinco habitaciones, lejos, más lejos aún, de Pastico, ese
caserío en el río Naya del que salieron desplazados por la guerra
en 2001, la vida al menos no se ponía a merced del ajedrez de
las bandas de turno. Bandas que, no hace mucho tiempo, eran
comandadas por aquel mafioso con cuyos recursos se construyó
el pequeño y vacío apartamento que les regaló el gobierno.
—¿Qué tal está, doña Efrida, le gusta este lugar?
Y ella me responde sin si quiera pensarlo. Y para qué hacerlo:
—Acá esto está bueno, joven, aquí al menos no nos llega
la violencia.
EN PÁGINA
OPUESTA:
Exhumación de
los restos de
Luis Fernando
Otero, de 17
años, quien fue
asesinado en
junio de 2014
Busca el documental sobre Buenaventura próximamente en VICE.com
y VICENEWS.com.
VICE 103
Persecución
en la Zona
Dorada de
Mazatlán
Por Andre Dubus III
Fotos de Rose Marie Cromwell
de la serie ‘everything arrives’ (todo llega)
104 VICE
stábamos en busca de un hombre que cobraba por matar personas. Era bisexual y su
arma preferida era una metralleta Uzi que
dejaba a sus víctimas casi inidentificables.
Era empleado de una organización muy
poderosa con mucho dinero para gastar y
todavía más para perder; y de alguna manera, teniendo 23 años de edad, me encontré
en Denver a bordo de mi Subaru todo golpeado, vigilando el
departamento de la novia del matón; esperando que él apareciera; esperando que no.
El departamento estaba en el primer piso de un complejo
a las afueras de la ciudad. A lo lejos se veía una planicie que
llegaba hasta las montañas, entre la neblina del smog, y cada
tarde estacionaba mi carro en el cajón frente a su edificio.
Allá en Boulder mi novia me había dejado meses antes y yo vivía
en un cuarto de motel a la sombra de Flatirons, donde escribía
reportajes todos los días; algo que cada vez me hacía menos
un participante y más un testigo, pero si hubiera sopesado el
riesgo que ahora estaba corriendo, de todas maneras habría
aceptado el trabajo. Era joven, descuidado y llevaba el registro
de otros, cosas que mi jefe debió haber visto de inmediato que
encajaban con el tipo de trabajo que hacía por debajo del agua y
con el que a veces necesitaba ayuda: Christof y yo trabajábamos
juntos en un centro de readaptación social para delincuentes,
a las afueras de la penitenciaría de Cañon City; él también
era dueño de un negocio cazafortunas que se especializaba en
ir detrás de gente que había hecho cosas terribles. La cabeza
de este tipo tenía un precio de 250 mil dólares.
La novia del hombre tenía diez años más de edad que yo.
Vestía con pants Nike y llevaba el cabello peinado en una trenza oscura que le colgaba por la espalda. Desde donde yo me
estacionaba cada día podía ver directamente su perfil mientras
se sentaba sobre el sillón y miraba la tele. Algunas veces leía
algo al mismo tiempo, un libro o una revista que ponía en su
regazo y cada pocos segundos le echaba una mirada a una
pantalla que yo no podía ver. Por la hora del día, yo pensaba
que se trataba de telenovelas. También hablaba mucho por
teléfono; jalaba el cable desde la cocina que le quedaba a sus
espaldas. Cada hora, más o menos, regresaba ahí y volvía a la
sala con lo que parecía un plato de yogurt, de galletas o un vaso
con algo de tomar. La mayor parte del tiempo veía televisión,
hablaba por teléfono y leía algo: todo al mismo tiempo. A veces
colgaba, ponía la revista a un lado y caminaba hacia el baño.
Yo la miraba encender una luz fluorescente, veía una cortina de
baño color rojo que colgaba de ahí, y luego cerraba la puerta.
Me quedaba mirando y esperaba. Ya era algo a lo que estaba
acostumbrado, pero no era yo esperando; era otro yo, el socio
de Christof con un nombre falso; así es como se sentía, como si
me mirara a mí mismo del mismo modo en que yo veía a unos
personajes ir y venir de las páginas, algo peligroso, pues éstas
eran personas reales con armas reales, gente que no toleraría
que la estuvieran vigilando.
VICE 105
En el elevador observé la cara del
asesino; éstos eran verdaderos close-ups
y era como ver la cara de un primo que
había muerto antes de que tú nacieras
S
obre la bahía de Olas Altas brillaba tenue una media
luna. Yo estaba reclinado sobre el malecón mirando
las ratas en la playa entre la pálida oscuridad; ahí
abajo eran sombras de movimientos que correteaban de
las cáscaras de coco rotas a una botella vacía, una hoja de
palma marchita y los cadáveres de huachinangos y dorados
que han sido arrojados de algún bote cuando el sol aún
brillaba sobre Sinaloa y la Sierra Madre y todo este puerto
del Antiguo Mazatlán.
Christof estaba de pie a mi lado, vestido con su traje de
lino blanco. Medía más de 1.80 y pesaba más de 110 kilos,
llevaba un sombrero vaquero de paja. En la oscuridad se le
veía más negro el bigote al estilo Dalí de lo que realmente
era. Estaba recitando un poema de Neruda en español. El aire
olía a pescado muerto, a concreto desmoronándose y a mar.
Habría sido más fácil si hubiéramos encontrado a nuestro
asesino en Denver, pero recibimos información del jefe de
policía de Estados Unidos de que lo habían visto en Mazatlán;
un lugar fuera de su jurisdicción, pero no de la nuestra. El
plan era dar con él, luego decirles a los amigos mexicanos de
Christof dónde podían encontrarlo, quienes lo atraparían,
lo atarían, lo subirían a un bote y se echarían a navegar por
toda la costa hasta llegar a San Diego para que los policías
y los de la DEA pudieran recogerlo; la jugosa recompensa
me parecía tan irreal que ni siquiera pensaba en ella. Ahora
estaba reclinado sobre el malecón en Avenida del Mar, bajo
la luz de la luna, escuchando a Neruda y el ruido de las ratas
y de las olas golpeando la arena. Christof y yo acabábamos
de salir de un bar gay llamado Caballo Loco, un lugar donde
nuestro asesino había estado varias veces. Era un edificio
pequeño de un piso ubicado en una colina con árboles de
mimosa y campanilla. Christof me dijo que los mazatlecos
les llaman árboles de la muerte. Si bebías del agua cercana a
ellos, te volvías loco. Tal vez yo ya estaba loco.
El bar estaba tibio y húmedo, las persianas estaban abiertas dejando pasar el aire salado. El piso y las paredes tenían
azulejos de porcelana en los bordes; eran de color café, con
flores azules y racimos de uva pintados, y una rocola en un
rincón tocaba a Julio Iglesias, el lugar estaba lleno de hombres,
algunos de pie frente a la barra, otros sentados en parejas
frente a unas pequeñas mesas de madera sobre las cuales
había una lámpara encendida, cascos de cerveza, caballitos de
tequila o copas de coñac. Algunos fumaban, otros se besaban
o se tomaban de las manos, y a mí no me gustaba nada la
manera en que me veía un hombre musculoso que estaba en
la barra, de arriba abajo; se quedó mirándome el culo cuando
Christof y yo encontramos una mesa libre y nos sentamos.
Christof llevaba sandalias de piel, el traje blanco de lino y
una camisa de seda de cuello abierto. Parecía gay y saludable
bajo la luz suave de la mesa. Que era lo que se suponía que
yo también debía parecer: sólo un turista gay con mi novio
106 VICE
en un bar en la playa. De nuevo, la frontera entre mi mundo
imaginario con las palabras y el de la realidad se estaba
perdiendo, lo que estaba haciendo en este bar en Sinaloa,
simplemente dejarme meter en la piel de otro, esta vez de un
hombre gay con un nombre que no era el mío, ni si quiera
el nombre con el que los agentes federales y estatales me
conocían. Poco antes de que viajáramos a Mazatlán, Christof
me había mandado a Denver para que recogiera las fotos
más actuales del expediente de nuestro asesino. Estaba en
una oficina del piso 37 de un rascacielos desde donde se veían
los llanos y la ciudad de Denver. El agente tenía cincuenta y
tantos, llevaba una camisa rosa y una corbata gris, el mango
de su pistola era de madera barnizada. Estaba de pie detrás de
un mostrador. Me dio la hoja con las fotos. “Ten cuidado.
Éstos no son tipos precisamente amables”.
Le di las gracias y me fui. En el elevador observé con
atención la cara del asesino. Ya había visto antes su imagen, pero éstos eran verdaderos close-ups y era como ver
la cara de un primo tuyo que había muerto antes de que tú
nacieras, con ese sentido que aparecía de pronto de tener
algo que te conectaba con él, compartiendo algo que tú no
sabías que había en ti. Él tenía 29 años de edad, era de ascendencia italiana e irlandesa, un chico de la calle que había
hecho de su resentimiento y coraje su trabajo; era atractivo
del modo en que eran atractivos los peleoneros de las zonas
industriales entre los que yo había crecido, con alguna cicatriz,
alguna rajada o algo roto en la cara: un aspecto de desgaste
tan desafiante como un apellido.
Luego estaban los hogares de los pobres. Pequeñas chozas
hechas de señales de tránsito abandonadas, fragmentos de los
anuncios espectaculares de Carta Blanca o Coca-Cola, con las
paredes o un medio techo de lámina corrugada con la otra
mitad al descubierto o cubierta por un plástico desgastado
de alguna construcción o una tela. Al lado de una de estas
chozas estaba estacionada una camioneta Datsun pick-up,
con dos niños en cuclillas bajo su sombra, jugando sobre
la tierra. Estaban descalzos y no traían playera; su cabello
negro estaba polvoso y jugaban con piedras y trozos de tornillos oxidados. Luego anduvimos por las calles estrechas de
Mazatlán, los muros de piedra y yeso de las tiendas y las casas,
varias con los patios cerrados bajo las sombras de palmas
cocoteras, con flores que serpenteaban por los bordes de los
muros y se desparramaban por todas partes: salvia cardinal
y flor del infierno, podranea y mala ratón. De nuevo eran
términos que me decía Christof. Estaba aprendiendo de las
palabras que una vez que conoces los nombres de las cosas,
las ves claramente por primera vez.
La ventana del conductor estaba abajo. Podía oler el escape
de los mofles de los carros y el olor de las tortillas fritas en
aceite del mercado en el Centro Histórico. Aun estas palabras,
de un idioma que no conocía, me hacían estar más presente
VICE 107
Christof y yo caminábamos lejos de las
ratas de la playa. Nos habíamos detenido
en el Caballo Loco para beber un trago, el
tiempo suficiente para ver que nuestro
asesino no estaba ahí.
en Mazatlán y entonces cuando Christof me preguntó si
quería una cerveza fría me escuché diciendo: “No, quiero
estar despierto”.
Ahora la luna estaba baja y Christof y yo caminábamos
lejos de las ratas de la playa, de vuelta al hotel. Nos habíamos detenido en el Caballo Loco para beber un trago,
el tiempo suficiente para ver que nuestro asesino no estaba
ahí. Dos mesas después de la nuestra estaba sentado el único
gringo aparte de nosotros en el lugar. Era de baja estatura,
con el cabello gris peinado de lado, llevaba una camisa color
lavanda, bien planchada y algo desabotonada. Su mano estaba sobre la mano de un mazatleco de mi edad, que tenía un
largo cabello negro cortado de un modo disparejo, vestía una
playera sucia, unos pantalones de mezclilla rotos y sandalias.
Al salir, Christof se detuvo frente a ellos y saludó al estadunidense, que estaba borracho y había comenzado a hablar
de sí mismo abiertamente, como si nuestra mera presencia
implicara que debía confesarnos que era un profesor retirado
de Minnesota que estaba de vacaciones aquí. El mazatleco, al
lado suyo, no sonreía. Nos miraba como si lo estuviéramos
interrumpiendo en su trabajo.
Afuera, nos pusimos a esperar nuestro pulmonía, uno de
esos taxis abiertos que iban día y noche del Antiguo Mazatlán
a la Zona Dorada. Christof me dijo: “El joven ése que estaba
con el profesor”.
“Sí, ¿qué con él?”
“¿Es gay?”
“No, es pobre. Hace lo que tiene que hacer”.
N
os bajamos del pulmonía y entramos al Hotel
Belmar, con su fachada de yeso rosa y blanca, el
arco de su entrada abierto al mar. En un carnaval
de 1944 mataron ahí, en el lobby, al gobernador de Sinaloa.
Su asesino había usado una pistola calibre .45, las balas aún
estaban enterradas en la columna de azulejos después de
haber atravesado el torso del gobernador. Ahora, mientras
caminaba al lado de esa columna, me detuve y volví a mirar
los hoyos del tamaño de una moneda de cinco centavos.
Metí los dedos en los hoyos y sentí el frío de la argamasa
y la madera, un pequeño fragmento de plomo; había tanto
qué saber y qué haber sabido, tanto qué hacer y qué haber
hecho, y una sola vida no era suficiente para vivirlo todo.
A la mañana siguiente me senté a la sombra de una palma
en el mercado Pino Suárez. Le daba unos sorbos a mi café
y veía a Christof que les daba regalos a Los Sordomudos de
Mazatlán. Eran chicos que vivían en la calle, el mayor tendría
tal vez 18, y como Christof tenía años viniendo a este lugar
y hablaba con facilidad español y el lenguaje de señas, se
había hecho amigo de ellos, les traía tenis Converse y Nike
nuevos, playeras, shorts y calcetines. Lo rodeaban bajo el
sol de la mañana; unos doce o más chicos morenos que se
108 VICE
reían y hablaban con las manos y los rostros, dos o tres de
ellos se asomaban sobre el hombro de Christof para ver qué
más traía en su bolsa de plástico para basura. Era claro que
esto hacía feliz a Christof; estaba sentado en una banca con
el rostro bajo la sombra de su sombrero de vaquero de paja,
riéndose, hablando despacio en español para los que sabían
leer los labios, entregando caja tras caja a unos chicos a los
que tal vez los tenis no les quedarían y que ya se estaban
poniendo sin calcetines.
Había brisa. Podía oler el café y las tortillas, el pescado
muerto, el humo del cigarro y el olor dulce del mala ratón.
El mercado estaba lleno de hombres y mujeres y muchachos,
la mayoría eran vendedores que llevaban su mercancía en
carretas; una estaba llena de cortes crudos de carne de res
y de puerco sobre hielo, otros llevaban papayas, mangos
y plátanos. Desde donde estaba sentado podía ver a un
turista alto comprarle un coco a un mazatleco, que lo cortó
a la mitad, le exprimió jugo de limón, le echó sal y chile
piquín, y se lo dio en un plato de cartón. Algunas carretas
transportaban sombreros tejidos que colgaban sobre ganchos, sarapes doblados con rayas naranjas y amarillas y el
suave color de la puesta de sol. Había collares de cuentas,
crucifijos y figuras talladas de Jesús al lado de un puesto
de playeras negras con letras rosas chillantes que decían:
Mazatlán. Detrás de mí unos viejos estaban sentados sobre un muro bajo de roca conversando, fumando puros y
escupiendo sobre el piso. A sus espaldas había un grupo de
árboles banianos, sus raíces grises se extendían hasta sus
propios troncos como los fantasmas de ciertos ancestros
que se niegan a irse; en las ramas de lo alto había un perico cuyo graznido se perdía con las voces de las personas
abajo, el claxon de los pulmonías en la calle, una guitarra
que tocaba acordes españoles y eso que pasó a mis pies
caminando tranquilamente bajo este sol, ¿realmente fue una
iguana? ¿En verdad Christof les estaba enseñando fotos de
nuestro asesino a los sordomudos? Sí, lo hacía, porque me
dijo que nadie se fija en estos chicos sordos sin hogar. La
gente decía y hacía cualquier cosa frente a ellos porque no
los veían como seres humanos completos. Pero si les dabas
un día y una noche a Los Sordomudos, y nuestro hombre
seguía aquí, ellos sabrían en dónde.
Acabábamos de comer tacos de marlin en un restaurante
al aire abierto en la plaza del mercado, y mientras Christof
bebía margaritas, yo tomaba agua mineral. Mi abstinencia
comenzaba a parecerse a una pose, pero me traía una simple
claridad, una alerta constante y ahora que sabía que estaríamos cazando a nuestro asesino en el campo, me había
puesto nervioso y quería estar lo más preparado posible. Le
dije a Christof que me sentiría mejor si viniéramos armados.
“¿Por qué?”
“Porque él lo está, ¿no es así?”
Christof me miró como enfocando y apretó los labios,
debajo del bigote. En un restaurante al otro lado de la plaza,
un mariachi iba de mesa en mesa, con los sombreros negros
acomodados hacia atrás mientras tocaban.
“La energía de las armas invita a más energía de las armas”, me dijo.
“¿Qué?”
“Llevo haciendo esto mucho tiempo. Nunca he necesitado
de un arma”.
“¿Y qué va a pasar si lo vemos en este lugar, en el campo?”
“Llamamos a mi amigo”.
“¿Y él tiene armas?”
“Sí, muchas”.
En la mesa de al lado, una mujer estadunidense se reía
y se reclinaba acercándose al hombre que la acompañaba.
Mantenía un dedo sobre el borde de su copa de vino y le
hablaba en voz baja, le sonreía y de pronto me escuché
decirle a Christof. “Me da curiosidad saber qué se siente”.
“¿Qué?”
“Pagar por sexo. Llegar a un lugar en tu carro y pagarle
a una extraña por sexo”.
D
espués de cenar Christof pidió un taxi. A las afueras
de Mazatlán, a medida que nos alejábamos más del
agua y nos adentrábamos en las calles del pueblo
aparecían los hogares de la gente pobre; un piso, chozas
de dos recámaras de tablones pintados de blanco y yeso
cuarteado, de pedacería y piedra detrás de las rejas de cobre
oxidado o tablones maltratados, con palmas reclinadas sobre
ellas como adolescentes tristes. Algunas no tenían electricidad
ni agua corriente y había perros que descansaban sobre la
tierra más fresca cerca de las entradas y era como estar en las
calles de mi barrio una vez más; todo permeado de un aire
de cloaca nauseabundo tal, que aquí sólo podría encontrarse
problemas. Ocho o nueve hombres jóvenes se subían amontonándose a la caja de una pick-up, cada uno de ellos llevaba un
rifle, una ametralladora o una pistola. Uno llevaba un paliacate rojo atado al cuello. Los podíamos ver bajo el reflejo de
las luces mientras arrancaban, dos o tres de ellos se volvieron
a mirarnos como si fuéramos un recuerdo olvidado a medias,
el viento agitaba el cabello alrededor se sus jóvenes rostros.
“¿Qué chingados significa todo esto?”
Christof pareció sopesar mi pregunta. De nuevo traía su
saco blanco de lino y le preguntó algo al conductor en español.
La respuesta fue de sólo dos o tres palabras.
“Sí, sí”. Christof me miró. “Drogas. Una banda contra otra”.
Y ahí íbamos, a través de unos cerros bajos y secos bajo la
luz de la luna, moviéndonos dentro y fuera de los baches del
camino. Christof estaba cantando “Cucurrucucú paloma”.
En algún lugar detrás de nosotros, hacia el oeste, lejos de los
hoteles para turistas de la Zona Dorada, esos chicos bien
podrían estar disparándole a otros, y si yo hubiera crecido
aquí sin nada, ¿qué me hubiera impedido hacer lo mismo?
D
oce horas después estábamos en el asiento de atrás
de un taxi que nos conducía a un camino lleno de
surcos. El conductor pasaba por este camino muy
despacio, su carro rebotaba al entrar y salir de los hoyos en
el terregal, y Christof estaba borracho y cantaba una canción
de amor en español. El conductor no le hacía caso. En los
meses que tenía de conocer a Christof, nunca lo había visto
borracho. Dadas las circunstancias parecía muy extraño que
lo estuviera.
VICE 109
¿Apuntarle a alguien en el pecho con una pistola y jalar el
gatillo era muy diferente que golpearlo y patearlo en la cabeza?
Sí y no, pensé, pero ambas opciones estaban en el mismo
continuum en el que caes después de llegar a esa parte de ti
que una vez que se rompe se queda así para siempre. Lo que yo
sabía, sin embargo, se sentía menor comparado con la manera
de vivir y morir de estos chicos, y cuando el taxista se detuvo en
frente de un motel medio abandonado en plena oscuridad, me
sentí joven y vulnerable y demasiado imprudente en perjuicio
mío; sobre todo cuando el conductor del taxi se dio la vuelta
y se alejó de nosotros, con las luces subiendo y bajando por el
polvo del camino, que aún no acababa de asentarse.
Estábamos frente a un edificio de ladrillos de adobe. En el
rincón más distante, los insectos volaban por una luz exterior
que brillaba hacia las plantas y un barril de acero partido
en dos. Después estaba el signo de este lugar, tenía las letras
demasiado desgastadas para poder leerlas. En el otro lado una
suave luz azul iluminaba una entrada abierta. Freddy Fender
estaba cantando en a la rocola, y Christof y yo entramos.
La luz azul provenía de un anuncio de neón de un tequila
del que nunca había oído hablar. El anuncio colgaba sobre
el lado derecho de la barra, el cantinero y los bancos vacíos.
Había unas mesas plegables y unas sillas que no hacían juego
regadas por todo el salón; estaba tan oscuro que al principio
no había visto a las mujeres que estaban sentadas a lo largo
del muro, eran 12 o 13. Algunas fumaban y conversaban al
compás de la canción de Freddy Fender, y cuando terminó
pude escuchar sus voces, el sonido cotidiano de mujeres que
hablan en un salón de belleza y entonces continuó la música,
algo con más alientos, con ese tono festivo del español que
tanto cansa.
Christof y yo nos sentamos a una mesa en el centro del
salón vacío. Una mujer se nos acercó; llevaba una playera
amplia y unos pantalones de mezclilla y bajo la luz del bar
me di cuenta de que era una mujer mayor, tendría cincuenta o
sesenta y tantos, el color de su lápiz labial se veía negro bajo
la luz azul. Nos estaba explicando algo en español.
“Sí, sí”, Christof le dijo. Asintió con la cabeza y le dijo
algo más, la mujer se dio media vuelta y se fue hacia el bar.
Le pregunté qué le había dicho la mujer.
“Las reglas de la casa”.
Volví a mirar a las mujeres. Algunas estaban sentadas,
otras de pie. La mayoría vestían faldas muy cortas o vestidos
entallados, e incluso en esa sombra azul podía ver la oscura
mancha de su lápiz labial y de su delineador. Todas nos
estaban mirando fijamente.
“¿Cuáles son las reglas de la casa?”
“Tenemos que escoger las que queramos; eso evita que
peleen entre las señoras y las señoritas”.
La mujer mayor puso un brandy frente a Christof y una
bebida con hielo frente a mí. Le dije gracias en español y probé
un agua mineral con jugo de limón, pero ahora ya no tenía
tanta curiosidad como la que tenía en Mazatlán. Escoger una
hubiera sido como escoger un corte de carne de algún carnicero
en el mercado. Escoger una sería no escoger a otra. ¿Y cómo
podía estar haciendo esto? Esto sólo ayudaría a enriquecer al
hijo de la chingada para el que trabajaban; esto sólo podría
contribuir a que continuara funcionando la maquinaria que
las explotaba. Ni si quiera me excitaba estar con alguna de
ellas; sólo deseaba saber qué se sentía hacer esto: levantarme
y caminar por la oscuridad azul junto a una fila de mujeres
que estaban contra la pared, moverme rápidamente hacia la
La mujer que había escogido estaba
sentada junto a mí. Olía a nicotina
y a lápiz labial y me hablaba en español
al oído. “¿Una mamada y una cogida?”,
la mujer me apretó la pierna.
que tenía el cabello corto y una cara bonita, que me sonrió y
dejó caer su cigarro al piso aplastando la colilla con su tacón
mientras se ponía de pie y me tomaba de la mano llevándome
de nuevo a nuestra mesa.
Lo había hecho antes de que se me pasara el efecto de la
adrenalina, antes de que pudiera pensar mucho el asunto.
Había otra mujer al lado de Christof. Era rolliza, con los
hombros desnudos y con lo que había en su escote saliéndose
del vestido. Hablaba en español más alto que la música, tenía la mano encima de la de Christof y yo no lo había visto
escogerla. Después supe que le había dicho a la mujer mayor
que sólo yo había venido por las chicas y entonces ella había
mandado a otra mujer para que bebiera con él, para hacer
que hubiera bastantes tragos en nuestra cuenta.
La mujer que había escogido estaba sentada junto a mí.
Olía a nicotina y a lápiz labial y me hablaba en español al
oído. Había puesto su mano sobre mi pierna y le daba sorbos
a una bebida que pidió tan pronto se había sentado conmigo.
La mujer sentada junto a Christof hablaba con más suavidad,
sonreía. Christof meneaba la cabeza y también le sonreía. Se
veía que él estaba a punto de aceptar algo y entonces pensé en
su novia en Denver, una mujer que era dueña de una tienda de
ropa para ricos. ¿Se estaba quedando en esta mesa por ella?
¿Estaba esperando que nuestro asesino apareciera? ¿Estaba
moralmente en contra de lo que yo hacía? ¿O simplemente
estaba demasiado borracho?
“¿Una mamada y una cogida?”, la mujer me apretó la
pierna. La miré directamente por primera vez, noté que tenía
un diente despostillado y que era mucho mayor que yo; tal
vez 35 o 40.
“Una mamada y una cogida, ¿sí?”
“Sí”.
Nos pusimos de pie y la seguí a través del humo del cigarro
de las otras mujeres a quienes no había visto. Salimos por otro
acceso y vi una larga fila de cuartos de un motel, en varios
de los cuales había un foco rojo o blanco. Las baldosas del
piso estaban sueltas y a la derecha había un hoyo rectangular
en el piso del que salía pasto como si fuera cabello. Al final
del panel que formaba la división alguien había puesto una
silla de bejuco de cabeza, con sus cuatro patas apuntando
hacia las estrellas y del otro lado había más cuartos, con las
ventanas a oscuras; algunas estaban cuarteadas o en pedazos.
Se detuvo y abrió una puerta; yo la seguí adentro del cuarto.
C
hristof estaba bebiendo Coca-Cola y ya no estaba tan
borracho. En el taxi de camino de regreso me habló de
nuestro asesino, de cómo tal vez había estado ahí antes
o llegaría después, o que quizás Los Sordomudos se habían
equivocado de lugar. Yo asentí. El rostro del conductor estaba
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iluminado desde abajo por una lámpara de pilas que estaba en
el asiento del copiloto. Tenía al menos un día sin rasurarse la
barba ni el cuello, un rastrojo blanco y en la radio sonaba una
de las mejores cuarenta canciones de Estados Unidos que me
hizo pensar en camisas de poliéster y bares y en despertar con
resaca al lado de una mujer que no conocía.
No había aprendido nada después de haber hecho lo que
hice. No se sentía distinto de otros actos hechos sin amor. Estaba
el sabor dulce momentáneo de la liberación, luego el vacío,
el cuerpo llevando el alma a un lugar donde sólo había ecos.
Todo lo que había pasado ahí lo podría haber imaginado. El no
haberlo imaginado me había hecho sentir menos de algún modo.
Este conductor manejaba más rápido que el anterior,
íbamos rebotando por los baches del camino, la luz de sus
lámparas se meneaba frente a nosotros. A mi derecha había
un campo de mezquites y zacates bajo la luz de la luna, mi
hombro iba prácticamente empujando la puerta.
Muy pronto pasamos de nuevo frente a las casas de los
pobres. Había una nueva canción en la radio, Christof iba
pensativo y en silencio. Volví a pensar en los muchachos de
mi edad que estaban en la caja de la pick-up y me imaginé
a dos o tres de ellos muertos bajo la luna, con la sangre
derramándose en el polvo.
Sobre las chozas de un piso y a través de las ramas asfixiantes de los higos aparecieron las luces blancas y amarillas
de la Zona Dorada. Luego llegamos a un baño de luz neón y
palmeras y a nuestra derecha estaba la extensión de la bahía
de Puerto Viejo, iluminada por la luz de la luna. Comencé a
sentir miedo; la mujer con la que acababa de estar, el asesino
que estábamos buscando, los sordomudos a los que habíamos sobornado públicamente con amabilidad para obtener
información, Christof emborrachándose imprudentemente;
todo esto comenzó a sentirse como si fuera una duda cósmica
que pronto tendría que pagar.
Abrí mi ventana a los olores del pescado muerto y la
arena húmeda. Sobre la playa había una fila de botes de
madera de pescadores, muchos de los cuales estaban hechos
de tablones con un eje y dos ruedas de bicicleta para que
los pescadores pudieran echarlos al mar sin ayuda.
Llegamos rápidamente a las oscuras calles del Centro
Histórico, con el conductor orillándose hacia la entrada
rosa con blanco de nuestro hotel. Christof le dio lo que
parecían muchos pesos y el conductor le dio las gracias tres
veces. Después Christof y yo pasamos por el lobby, entre sus
enormes palmeras en macetas y columnas con azulejos. Esta
vez ignoré la que tenía los hoyos de bala conmemorativos y
seguí a Christof por el largo pasillo con azulejos hasta nuestra
habitación, pero había algo diferente: un área iluminada que
no debía estarlo y la luz venía del lado izquierdo, la puerta
VICE 111
Mientras estaba recostado encerrado
en el calor del cuarto del Hotel Belmar,
esperando por nuestro asesino y su
ametralladora con mis puños como
única arma, me preguntaba por qué había
venido a México.
de nuestro cuarto estaba completamente abierta, una astilla
de la madera del marco estaba en el piso, bajo el umbral.
Christof se detuvo, se quedó quieto y levantó la mano. Este
era el momento para tener una pistola. Este era el momento
para tener un cuchillo un bat de béisbol o una llave de cruz.
Sentía la lengua muy gruesa, entré al cuarto después de él.
Lo poco que habíamos traído a México estaba regado por
el piso: camisas, shorts, ropa interior, una novela que estaba
leyendo. Los dos colchones habían sido volteados y uno se
encontraba de lado con respecto a la base de la cama, las sábanas habían sido arrancadas. Christof se dirigió rápidamente
al baño, abrió la puerta de un empujón y entró.
“Estamos solos”.
Yo estaba mirando los billetes de pesos que había dejado
junto a mi cuaderno sobre el pequeño escritorio. Christof
me había dicho que no llevara conmigo mucho efectivo,
por eso había dejado el resto. Pude escucharlo salir del baño
detrás de mí. Señalé mi dinero: “¿Por qué no se llevaron eso?”
El traje de lino de Christof estaba arrugado y sus ojos tenían un tinte oscuro que nunca antes les había visto. Recogió
algo que colgaba de un lado: era la hoja con las fotografías
de nuestro asesino, las que había obtenido de los agentes de
policía de Denver.
“Eso estaba en la taza del baño”.
No tenía qué decirme lo que eso significaba. Una advertencia era una advertencia. Las piernas me temblaban, saqué la
silla de bejuco del escritorio y me senté. Pero miraba nuestra
puerta abierta, su marco astillado y pensaba qué podría detenerlo de entrar con el arma de su preferencia y aniquilarnos.
Empujé la puerta para cerrarla y atoré la silla contra ella,
debajo del mango de porcelana. Christof estaba recogiendo
ropa con singular eficiencia. “Alguien le ha hablado de nosotros. Tendremos que irnos por la mañana”.
¿Quién?, me pregunté, pero desde luego, ¿por qué no podría
un asesino profesional, alguien que siempre está mirando sobre
su hombro, pagarle a alguien más también para que vigilara?
Me quedé ahí sintiéndome joven y estúpido.
Me agaché y comencé a recoger mi ropa regada y a meterla
en mi mochila, puse la novela sobre la mesa, junto a mi cama.
Dormimos poco esa noche. Cerramos las ventanas y las
aseguramos para que no entrara el aire del mar y por lo mismo
el aire dentro del cuarto se había hecho denso y encerrado.
Christof roncaba en su colchón a unos cuantos pasos de
distancia; podía oler el tequila que se había tomado antes,
nuestro sudor, el delgado algodón de nuestras sábanas. ¿Por
qué nuestro asesino no había decidido deshacerse de nosotros?
Estábamos en México, lejos de la protección de las fuerzas de
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la ley que nos habían enviado. El corazón se me había vuelto
un pulsador electrónico detrás de los ojos, y aunque yo nunca
había hecho esto antes, el miedo oscuro que se abría en mi
pecho y en el estómago no era nada nuevo.
Yo era el hijo de una madre soltera quien, cuando mis
hermanos y yo éramos chicos, nos movía de un departamento o casa rentada a otra; hasta tres veces en un mismo
año, siempre buscando una renta más económica. Yo era el
típico niño nuevo al que golpeaban en el patio de la escuela
o en la calle simplemente porque era nuevo. Después, cuando
cumplí 14, reaccioné y comencé a devolver los golpes con los
puños y los pies hasta que de pronto parecía que eso era lo
único que hacía. Luego me convertí en un hombre, escribía
diario, intentando convertirme en otras personas a través de
las palabras, un acto de empatía constante que había hecho
difícil para mí ver a la gente como buena o mala. Sólo podía
ver lo gris, esa confusión del deseo humano y la motivación,
el daño, la acción y la apatía que conforman la vida. Y ahora
me imaginaba a esa prostituta, quien probablemente tenía
la misma edad que mi madre, con el foco amarillo sobre su
cabeza, cómo me había dicho algo en español y había señalado
una banca que estaba contra la pared para que ahí dejara
mi ropa, pero debajo de la banca había un par de zapatos
blancos de bebé. Y después me miró como si nunca más
fuera a volver a pensar en mí; ni siquiera por un momento.
Bien entrada la noche, el sueño me venció en contra de
mi parecer y de mi voluntad. Entonces Christof me estaba
despertando. Ya estaba vestido (y yo también) y fue una
larga caminata hasta el corredor iluminado por el sol; las
ventanas del hotel estaban abiertas hacia el mar, el sentimiento al desnudo de que ahora éramos blancos fáciles.
Christof y yo éramos los únicos pasajeros a bordo del transporte que nos llevaba a las afueras de la ciudad. Las ventanas
estaban abiertas, el conductor fumaba un cigarro, el humo
nos daba en la cara, el olor de la flores serpenteaba por las
paredes de estuco que encontrábamos, el polvo se levantaba
a nuestro paso. Christof se había puesto su traje de lino una
vez más y estaba sentado en silencio y con resaca junto a mí,
con los ojos, al parecer, puestos en la reunión que tendría con
los agentes federales, quienes no iban a estar muy contentos.
Pero yo no me preocupaba por eso; tenía la leve, delgada
sensación de que estábamos escapando de algo catastrófico
por muy poco. Continuamos nuestro camino internándonos
más en el campo y volví a mirar fijamente las casas hechas
con muros de ladrillos de adobe a medio terminar, con
anuncios espectaculares y hojas de lata. Ahí estaba el Datsun
desvencijado, con la luz del sol pegándole en el espejo lateral
y cuando pasamos por ahí giré en el asiento para buscar a
los dos niños que apenas ayer estaban jugando en la tierra de
cuclillas. Sólo estaban el Datsun y la casita, la pelada esquina
de un plástico que colgaba de un anuncio de Coca-Cola que
servía de pared. Volví a girar sobre mi asiento. Christof me
preguntó qué estaba mirando.
“Nada”.
Pero pensé en los niños dentro de cinco o diez años, armados, en la parte trasera de una pick-up a toda velocidad, con
el cabello enmarañado sobre el rostro mientras se dirigían a
un peligro mortal, no como una aventura o una experiencia,
sino como un modo de vida que sería asqueroso, brutal y
corto. Me había dicho a mí mismo que había venido aquí
por un trabajo, pero había comenzado a sentirme como un
ladrón, como un ave blanca de presa.
Más adelante estaba el aeropuerto, la estrecha torre de
control, un avión despegando hacia el aire. Pronto estaríamos
en uno como ése y juré que nunca volvería a este lugar, no
así, un turista de la miseria de otras personas, un consumidor
de esa miseria.
Cuando el conductor se detuvo me incliné hacia delante
y le di todo el dinero en pesos que me quedaba. Lo tomó
como si fuera a explotar, con los ojos alertas y muy quietos.
Le pedí a Christof que le dijera que se lo quedara.
“Eso es lo que ganaría en un mes, aproximadamente. Tal
vez se va a sentir insultado”.
“Dile que no es mi intención insultarlo. Sólo díselo”.
Al bajarme de la camioneta y ponerme mi mochila en el
hombro, me pareció que la banqueta estaba muy brillante
y expuesta. Me metí a la terminal a toda prisa para esperar
a mi jefe y traductor, la puerta de cristal cerrándose detrás
de mí, un deseo creciendo en mi interior de volver a la
página en blanco, pero esta vez con más fe de que podría
encontrar algo verdadero sin tener que vivirlo. Me di vuelta
y caminé hacia una línea en la que había hombres y mujeres, algunos estadunidenses; otros, mexicanos o europeos,
pero yo estaba buscando el rostro que se había quedado en
el baño de nuestro cuarto de hotel en Antiguo Mazatlán,
un rostro que esperaba no volver a ver, un rostro no tan
distinto del mío.
M
ientras estaba recostado medio desnudo, encerrado en el calor del cuarto del Hotel Belmar,
esperando por nuestro asesino y su ametralladora
con mis puños como única arma, me preguntaba por qué
había venido a México. Sabía que no era por el dinero, era
por lo siguiente: para entrar en el corazón del peligro y después salir de él más fuerte, más grande y más yo mismo.
Pero yo ya sabía lo que era caminar por un patio lleno de
niños gritando y corriendo, varios de los cuales la agarrarían
contra mí porque era nuevo y no pertenecía a ese lugar con
ellos. Ya conocía la violencia que seguiría, y aunque sólo eran
insultos y una cachetada o un golpe, algunas patadas en las
costillas y en la espalda, conocía el silencio posterior, el temor
de más de lo mismo. Años después, luego de tirarle los dientes
a un bravucón del lugar, sabía la carretada de jóvenes que
iban a pasar en sus carros manejando muy despacio por la
gasolinera en la que yo trabajaba, con la promesa de venganza
marcada en los rostros. Y ahora esto, la posibilidad no de
ser golpeado sino de ser asesinado a tiros. Era extraño que
la sensación fuera tan parecida, cómo un mayor peligro no
trae consigo un mayor aprendizaje.
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LA PÁGINA DE johnny �yan
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FUMAR ES CAUSA DE CANCER
“SER�PROFESIONISTA�
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Y�ARTISTA��Y�ECOLOGISTA
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