el influjo del catolicismo en el congreso de tucumán

PAZ Y BIEN
PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LORETO
EL INFLUJO DEL CATOLICISMO
EN EL CONGRESO DE TUCUMÁN
Introducción
Debemos tener en cuenta algunos aspectos necesarios para “una correcta
interpretación del pasado desde el punto de vista del conocimiento histórico”.
En primer lugar, se debe señalar la “extrañeza” que existe entre el sujeto que interpreta
y el pasado objeto de la interpretación. “Palabras y eventos del pasado son ante todo
«pasados»; en cuanto tales son irreductibles totalmente a las circunstancias actuales, pues
poseen una densidad y complejidad objetiva, que impiden su utilización únicamente en
función de los intereses del presente”.
Esto nos hace descubrir la necesidad de recurrir a una investigación histórico-crítica
para reconstruir, mediante todas las informaciones accesibles, el ambiente, los modos de
pensar, los condicionamientos y el proceso vital en el que transcurrieron esos sucesos y se
dijeron o escribieron esas palabras “para cerciorarse así de los contenidos y de los desafíos
que, precisamente en su diversidad, plantean a nuestro presente”.
En segundo lugar, debemos señalar una cierta “copertenencia” entre el sujeto que
interpreta y el objeto interpretado, sin lo cual no podría existir ninguna conexión y ninguna
comunicación entre pasado y presente. Esto se funda “en el hecho de que todo ser humano,
de ayer y de hoy, se sitúa en un complejo de relaciones históricas y necesita, para vivirlas,
de una mediación lingüística que siempre está históricamente determinada”. Todos somos
parte de la historia y para conocer el pasado es necesario recurrir a los diversos testimonios
que poseemos para juzgar y determinar si las correspondencias que establecemos son
correctas o no, y establecer que dificultades existen para la comprensión de las palabras o de
los acontecimientos del pasado. Es necesario conocer el contexto vital en el que se
produjeron las acciones y las palabras y las respuestas obtenidas.
“Con tal objeto es necesario y conveniente hacer reflejar en el mayor grado posible la
precomprensión, que de hecho se encuentra siempre incluida en cualquier interpretación,
para medir y atemperar su incidencia en el proceso interpretativo”.
En tercer lugar, tener en cuenta que, “entre quien interpreta y el pasado objeto de
interpretación se realiza, a través del esfuerzo cognoscitivo y valorativo, una ‘ósmosis’
(‘fusión de horizontes’), en lo que consiste propiamente la comprensión.
En ello se expresa lo que se considera inteligencia correcta de los eventos y de las
palabras del pasado; lo que equivale a captar el significado que pueden tener para el
intérprete y para su mundo. Gracias a este encuentro de mundos vitales, la comprensión del
pasado se traduce en su aplicación al presente: el pasado es aprendido en las
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potencialidades que descubre, en el estímulo que ofrece para modificar el presente; la
memoria se vuelve capaz de suscitar nuevo futuro”.
Situación de la Patria después de la Revolución de Mayo
La crisis de 1815 es la primera crisis de fondo del régimen revolucionario que ha
vivido desde su iniciación en crisis permanente. Antes de cumplirse los cinco años de su
accidentada vida, ha visto sucederse seis gobiernos y ha experimentado cuatro golpes de
Estado y revoluciones, sin contar los motines militares y las conspiraciones frustradas, al
mismo tiempo que ha debido hacer frente con suerte varía a las guerras del norte y del litoral.
Son muchas las causas de esta inestabilidad. Aparte de las cuestiones circunstanciales
de personas e ideologías, las tensiones regionales originadas en nuestra formación y
agravadas durante el Virreinato y los gobiernos revolucionarios.
El Virreinato subsiste en su organización esencial, con sus gobernantes intendentes
arbitrarios y sus consecuencias económicas. Buenos Aires se ha enriquecido con su comercio
próspero, casi todo él en manos inglesas a partir de 1810. El interior en cambio se ha
empobrecido.
A esta realidad del ámbito nacional se agrava un difícil panorama internacional como la
invasión portuguesa a la Banda Oriental en 1816 y la toma de Montevideo al siguiente año.
Lo que disminuía la posibilidad de contener la proyectada invasión de los ejércitos españoles
al Río de la Plata.
“Fue ―dice el P. Bruno― la declaración de la independencia una obra por muchos
conceptos temeraria e incomprensible, fruto más bien de la clarividencia y fe en Dios de
aquellos insignes varones, que no la consecuencia de una situación reinante en el país ni
fuera de él. La actitud decididamente favorable de San Martín y Belgrano iba a garantizar,
por otra parte, su mantenimiento”.
1. Los diputados de las provincias
La elección de los diputados al Congreso, recayó casi siempre en sacerdotes y
abogados, todos hombres de fe y públicos sostenedores de la religión católica, como veremos
más adelante.
Las provincias del litoral, bajo el influjo de Artigas, se mantuvieron ajenas y no
enviaron diputados a Tucumán, pues en 1815 habían celebrado Santa Fe, Corrientes y Entre
Ríos, el Congreso de Oriente en Concepción del Uruguay.
De los siete diputados elegidos por Buenos Aires, dos eran sacerdotes: el franciscano
fray Cayetano José Rodríguez y el doctor Antonio Sáenz. Completaban la representación,
Tomás Manuel de Anchorena, José Darragueira, Esteban Agustín Gascón, Pedro José
Medrano, hermano menor del primer obispo de Buenos Aires independiente, y Juan José
Paso, patriota de los primeros días.
Por Catamarca, los diputados fueron sacerdotes: Manuel Antonio Acevedo y José
Eusebio Colombres que fue obispo de Salta en 1859.
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Córdoba nombró cuatro diputados, entre ellos el presbítero Miguel Calixto del Corro,
que no firmó el acta de la independencia por haberle confiado el Congreso una misión ante
Artigas. Los otros diputados cordobeses fueron: José Antonio Cabrera, Eduardo Pérez
Bulnes y Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera.
Jujuy envió a Teodoro Sánchez de Bustamente; y Mendoza, a Juan Agustín Maza y al
joven Tomás Godoy Cruz, hombre de confianza de San Martín y su vocero en la asamblea.
El único diputado que nombró La Rioja fue el insigne sacerdote Pedro Ignacio de
Castro Barros.
Quedaron en la memoria especialmente los representantes de San Juan: Francisco
Narciso Laprida y fray Justo de Santa María de Oro, futuro obispo de San Juan.
Representó a San Luis, Juan Martín de Pueyrredón; que, elegido por el Congreso
director supremo de las Provincias Unidas, cesó en el cargo.
Santiago del Estero estuvo representada por dos sacerdotes: Pedro León Gallo y Pedro
Francisco de Uriarte.
También Tucumán envió al Congreso dos sacerdotes: Pedro Miguel Aráoz y José
Ignacio Thamés.
Por Charcas participó el presbítero Felipe Antonio de Iriarte, que no firmó el acta de la
independencia por haberse incorporado al Congreso sólo el 6 de septiembre de 1816.
Participaron también, Mariano Sánchez de Loria, abogado entonces y sacerdote después,
José Mariano Serrano y José Severo Feliciano Malabia.
Por Chibchas fue diputado el presbítero Andrés Pacheco de Melo; representó a
Cochabamba el médico Pedro Carrazco y por Mizque el abogado Pedro Ignacio de Rivera.
El haber favorecido las provincias a tantos elementos clericales, se debió no sólo al
hecho de constituir los sacerdotes el sector más culto de la sociedad, sino también a la
situación angustiosa con que forcejeaba el país. Para cuya solución inspiraba la clerecía
mayor confianza por su rectitud y ascetismo.
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Muchos “debieron de ver en el sacerdote el último baluarte a donde refugiarse en
horas de tanta indecisión y de tantos evidentes peligros” (G. Kaspar, citado por el P. Bruno).
Como dejamos demostrado, importante fue la presencia sacerdotal, ya que fueron 13
los participantes; 17 los abogados, 1 militar, 1 médico y 1 sin profesión; siendo el total de
concurrentes 33 congresales.
2. El Congreso y sus instalaciones
Preocupaba la situación religiosa de las Provincias Unidas, por el libertinaje que
intentaba depravar la vida ciudadana. Así lo manifestaba el 15 de agosto de 1815 don
Francisco Bruno Rivarola al obispo Videla.
“Mucho cuidado me da el terreno que gana en nuestras provincias la irreligión, la
impiedad y todo aquello que se opone a la Iglesia y al Estado en ella. Parece que las
malditas sectas se han venido a refugiar, mejor diré, a devastar estas regiones, después de
haber asolado a toda Europa.
… Por acá parece increíble el partido de que se hacen los francmasones y todo género
de libertinaje, y me dicen que por allá sucede lo propio”.
El canónigo jujeño Juan Ignacio de Gorriti, daba desde Tucumán, el 16 de agosto de
1816, noticias halagüeñas al obispo Videla, que manifiestan el espíritu religioso que animaba
a los congresales:
“No dude Vuestra Señoría Ilustrísima que se mirarán con el mayor respeto todos los
negocios concernientes a la pureza de nuestra santa religión: pues aunque la incredulidad y
libertinaje están de moda, hay en el Congreso personas muy piadosas y animadas por un
celo cristiano”.
No extraña, pues, que ya desde los principios pusiese el Congreso sumo interés en
manifestar celo por la religión.
“El Redactor del Congreso Nacional”, fue una especie de periódico del Congreso
conducido por fray Cayetano Rodríguez, después de dar inicio la soberana asamblea, el 24 de
marzo, publicó “Solemnemente su instalación el 25 de este presente año de 1816, que
consagra nuestra santa Madre la Iglesia a la memoria del adorable misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios”.
Como primer gesto, imploraron los congresales la ayuda del buen Dios:
El Redactor publicaba que el 24, “al romper el alba, una salva de veinticinco
cañonazos anuncia su instalación próxima… A las nueve de la mañana se reunieron los
señores diputados en la casa congresal, y de allí se dirigieron en cuerpo al templo de San
Francisco, donde asistieron a la misa del Espíritu Santo, que se cantó para implorar sus
divinas luces y auxilios, protestando con esto el deseo del acierto en sus deliberaciones”.
Finalizada la ceremonia se reunieron nuevamente en la casa del Congreso, donde el
presidente doctor Pedro Medrano, elegido provisionalmente para estos primeros actos,
después de haber emitido su juramento en manos del congresista de más edad y en presencia
de todo el pueblo, recibió el de sus colegas.
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La fórmula de juramento sancionada en la ocasión, es claro exponente de las
preocupaciones generales y figurando en primer lugar la religión; luego, la integridad del
territorio; y, por último el cumplimiento del propio cargo:
“¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la patria conservar y defender la religión
católica, apostólica y romana?
¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la patria defender el territorio de las
Provincias Unidas, promoviendo todos los medios importantes a conservar su integridad
contra toda invocación enemiga?
¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la patria desempeñar fiel y legalmente los
demás deberes anejos al cargo de diputado al soberano Congreso para que habéis sido
nombrado?
Si así lo hiciereis, Dios os ayude, y si no, os lo demande”
Las actas del día siguiente, el 25 de marzo, tuvieron nuevamente un carácter religioso:
“Se hacía preciso publicar la erección gloriosa de este respetable cuerpo de un modo
digno de su representación y todo se efectuó el 25 siguiente. Se reunió la corporación en la
sala del Congreso… [y] se dirigió por segunda vez a la iglesia de San Francisco, precedido
del gobernador – intendente y municipalidad, del clero secular y regular y de la nobleza
principal del pueblo, por medio de la división militar que… se extendió en dos alas desde la
casa congresal hasta el templo, y de las milicias de la campaña”.
Así, la función fue de agradecimiento al Señor por la apertura de la prometedora
asamblea.
“Se cantó la misa de acción de gracia al Dios de la patria, soberano autor de tanto
bien, y se dijo una oración sagrada por el ciudadano doctor Manuel Antonio Acevedo,
representante de la ciudad de Catamarca, y se concluyó esta solemne función con el cántico
Tedeum Laudamus.”.
Todos estos actos de piedad respondían a una auténtica fe y convicción religiosa, como
lo expresa uno de los congresales: “Desengañase los ilusos, que no el Congreso, sino la
mano visible del todo Poderoso será única y exclusivamente capaz de remediar nuestros
males” (D. José Darragueira a D. Tomás Guido, Tucumán, 10-VI-1816).
3. La declaración de la independencia
El gran acontecimiento de la soberana asamblea declaró la independencia el 9 de julio
de 1816 bajo la presidencia del diputado de San Juan, Francisco Narciso de Laprida.
Desde las columnas de El Redactor expuso fray Cayetano Rodríguez cómo se llegó a
ella:
“El primer asunto que por indicación general se propuso a la deliberación, fue el de la
libertad e independencia del país (…). Ordenamos al secretario presentase la proposición
para el voto [si querían que las provincias de la Unión fuesen una nación libre e
independiente de los reyes de España y su metrópolis].
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Y al acabar de pronunciarla, puestos de pie los señores diputados en sala plena,
aclamaron la independencia de la Provincias Unidas de América del Sud, de la dominación
de los reyes de España y su metrópoli, resonando en la barra la voz de un aplauso universal,
con repetidas vivas y felicitaciones al soberano Congreso.
Se recogieron después uno por uno los sufragios de los señores diputados, y resultaron
unánimes, sin discrepación de uno solo”. A solicitud de Medrano se agregó el 19 de julio: “y
de toda dominación extranjera”.
Al día siguiente hubo misa de acción de Gracias en San Francisco, y oración
patriótica por el diputado Castro Barros.
Desearía detenerme brevemente en la figura del P. Castro Barros, por haber sido
elegido presidente ―el segundo―.
Bajo su presidencia se consumó el primero y uno de los tres actos trascendentales de la
asamblea: el nombramiento del Director Supremo, recaído en la persona de Don Juan Martín
de Pueyrredón, que había de comunicar un brioso empuje a la causa revolucionaria.
Pueyrredón prestó juramento en manos de Castro Barros.
Lamentablemente, ni la Patria ni la Iglesia han guardado justa memoria de este
sacerdote riojano, que supo armonizar su patriotismo a toda prueba con amor a la Iglesia y a
sus enseñanzas.
“Mi carácter es incapaz de doblegarse en asuntos que versen contra la Religión y la
Patria”, escribió con mano firme en 1830.
La jura de la independencia por los miembros del Congreso se realizó el 21 de julio en
la sala de sesiones. Todos juraron, “por Dios Nuestro Señor y esta señal de la cruz,
promover y defender la libertad de las Provincias Unidas en Sud América y su
independencia del rey de España Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y toda otra
dominación extranjera”, y “el sostén de estos derechos hasta con la vida, haberes y fama”.
Por feliz coincidencia, prestó juramento con la corporación eclesiástica el provisor y
vicario capitular del obispado de Córdoba, licenciado don Benito Lascano, que se halla
accidentalmente en esta ciudad de Tucumán.
Es interesante el valor que hasta ese momento tuvo la cultura indígena y su lengua, ya
que el acta redactada por el secretario Serrano, quien también la vertió a los idiomas
indígenas: se imprimieron 1.500 ejemplares en español, 1.000 en quechua y 500 en aymará.
4. Otras resoluciones del Congreso
Entre las resoluciones, está la adopción definitiva de la bandera creada por Belgrano;
asunto que se resolvió el 25 de julio de 1816 a moción de Juan José Paso.
“Será peculiar distintivo de las Provincias Unidas la bandera celeste y blanca de que se
ha usado hasta el presente y se usará en los ejércitos, buques y fortalezas”.
Mérito de fray Justo de Santa María de Oro fue la propuesta presentada el 14 de
septiembre, para que se eligiese “por patrona de la independencia de América a la virgen
americana Santa Rosa de Lima, ocurriendo el Sumo Pontífice oportunamente por la
aprobación”. La propuesta fue “sancionada por aclamación”.
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Halló también favorable acogida la moción de Castro Barros, el 10 de octubre,
contraria a la tolerancia de los falsos cultos.
Con buen criterio el Congreso suprimió la Comisaría General de Regulares, creada en
mala hora por la Asamblea del año XIII.
La Comisaría General de Regulares, fue creada para suplir a la incomunicación de los
religiosos con los superiores de fuera. El titular o comisario venía a ser como un superior
general de todas las familias religiosas existentes en el país.
Constituyó su creación una medida totalmente irregular, provocada por las
disposiciones no menos irregulares de la Asamblea en materia de gobierno eclesiástico. De
esta manera podemos definir a dicha Comisaría como cismática, anticanónica, anómala y,
absoluta e insanablemente nula.
Resolvió también la cuestión de la censura previa planteada por la obra Inconvenientes
del celibato de los clérigos.
Por último se decide la traslación del Congreso a Buenos Aires por los amagos de
invasión realista, abriéndose en la capital la nueva etapa el 12 de mayo de 1817.
5. Valoración del Congreso de Tucumán
Aun recibida con singular alegría la declaración de la Independencia, no tuvieron la
fecha y el Congreso la consiguiente aceptación.
Por decreto del 6 de julio de 1826 de Bernardino Rivadavia, el 9 de julio se consideraba
“feriado”, es decir, “día de feria, día de trabajo”, con la única demostración pública de las
“tres salvas de costumbre por la fortaleza, baterías y escuadra nacional, con iluminación en
la víspera y en el día”.
Recordemos el clima regalista que se iba instalando por el plan de reformas encaradas
por el Gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez (1820-1824) a través de su Ministro
Bernardino Rivadavia, la llamada Reforma Eclesiástica, que ocupó un lugar relevante, tanto
por su significado, como por las controversias que estas medidas suscitaron.
Posteriormente a lo decretado por Rivadavia, el Gobernador don Juan Manuel de
Rosas, el 11 de junio de 1835, igualaba las fiestas del 25 de mayo y 9 de julio en los honores
oficiales:
“En lo sucesivo, el día 9 de julio será reputado como festivo de ambos preceptos, del
mismo modo que el 25 de mayo; y se celebrará en aquel, misa solemne con Tedeum en
acción de Gracia al Ser Supremo por los favores que nos ha dispensado”, así consta en el
Registro Oficial de la República Argentina.
La extraordinaria participación de sacerdotes en el Congreso, influyó para que la
propaganda liberal de fines del siglo XIX le restara trascendencia.
“La generación del 80 ―afirma el P. Furlong―, que entre nosotros comenzó su
guerra de zapa contra el catolicismo poco después de Caseros, se esforzó por magnificar la
Asamblea del año XIII y minimizar el Congreso del año XVI…”; y si bien se hacía referencia
a él, era aislado de todo lo religioso; y en las pinturas y en los famosos relieves de Lola
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Mora, si aparece alguno que otro sacerdote, estas figuras eclesiásticas, lejos de representar el
treinta y ocho por ciento, parecía representar un dos por ciento o menos aún”.
Los hombres del Congreso de Tucumán, mostraron criterios uniformes en lo
fundamental y voluntad decidida por el bien del país.
“Felizmente siempre hubo unanimidad entre los congresistas de Tucumán, en que la
forma de Estado de las provincias del Plata fuesen cristianas. Todos sin excepción, unos con
más fuerza que otros, hicieron firmes, claras y sinceras declaraciones de la necesidad de
unir, en nuestra patria, los principios cristianos con los principios políticos” (Romero
Carranza – Rodríguez Varela – Flores Pirón: “Historia Política Argentina”; citado por el P.
Bruno).
Conclusión
La proclamación de la independencia, sobre todo, sitúa al Congreso del año XVI en la
línea divisoria de la historia patria, en el paso de la adolescencia a la edad madura de
autodeterminación, que dio a la obra de Mayo el sello de la autenticidad.
“El Congreso de Tucumán ―afirma Enrique de Gandia― tiene una importancia
trascendental en nuestra historia, no solo por las disposiciones que en él se tomaron, sino
porque fue el tribunal en que las Provincias Unidas juzgaron la revolución jurídica de
Buenos Aires… EL 9 DE JULIO ES EL CENTRO DE LA HISTORIA ARGENTINA”.
Desearía culminar con un notable juicio de Nicolás Avellaneda sobre el Congreso de
Tucumán:
El Congreso de Tucumán “se halla definido por esos dos rasgos fundamentales. Era
patriota y era religioso, en el sentido más riguroso de la palabra; es decir, católico, como
ninguna otra asamblea argentina”. Sobre los hombres del congreso, afirma: “se
emanciparon de su rey, tomando todas las precauciones para no emanciparse de su Dios y
de su culto… Querían conciliar la vieja religión con la nueva patria”.
Pbro. Lic. Roberto J. González Raeta
BIBLIOGRAFÍA
• Bruno, Cayetano: “Historia Argentina”. Ed. Don Bosco, Bs. As. 1977.
• “Historia de la Iglesia en la Argentina”, vol. VIII; Ed. Don Bosco, Bs. As. 1972.
• Tonda, Américo A.: “Castro Barros, sus ideas”, Bs. As. 1961.
• Molina, Raúl L.: “Vocación y Destino de los Hombres de Julio”; en “Genealogía”, Rev. Del
Inst. Arg. De Ciencias Genealógicas.
• Lahitou, Luís A. Lic.: “Memoria y Reconciliación”; en “Archivum” XXI, Bs. As. 2002. Mons.
Roberto Juan González Raeta
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