el propósito de Amoris laetitia

PLIEGO
Vida Nueva
145. 15 - 28
MAYO DE 2016
Anunciar el evangelio de la familia hoy:
el propósito de Amoris laetitia
isabEl corPas dE Posada
Doctora en teología
el propósito de Amoris laetitia
Segunda de dos entregas sobre la nueva exhortación
del papa Francisco. La autora desentraña aspectos
del documento que le resultan de particular
relevancia, en orden a dar cuenta del principal
cometido del documento pontificio: revelar la alegría
del amor que se vive en las familias.
“C
uando convoqué
al primer Sínodo –
confesó el Papa a
los periodistas que
tocaron este punto en el avión en
el que regresaban de Lesbos– la
gran preocupación de la mayor
parte de los medios era: ¿podrán
comulgar los divorciados que se
han vuelto a casar? Como yo no
soy santo, esto me dio un poco de
fastidio y un poco de tristeza”.
Le molestó a Francisco que los
medios hablaran solo de comunión a
divorciados sin darse cuenta de que
el problema importante que los dos
sínodos y la exhortación postsinodal
se habían propuesto abordar era la
familia: “el amor en la familia”, como
reza el subtítulo; “la alegría del amor
que se vive en las familias” (2), que
son las palabras introductorias de la
exhortación apostólica Amoris laetitia;
“la situación de las familias en el
mundo actual” que “el camino sinodal
permitió poner sobre la mesa” (2); la
familia como reflejo viviente del Dios
Trinidad (Cf. 11); las “familias, que
están lejos de considerarse perfectas”
(57) y las “familias heridas” (79; 305);
la “espiritualidad específica que se
desarrolla en el dinamismo de las
relaciones de la vida familiar” (313).
Me sentí aludida con la queja
del Papa. Desde que se hizo la
convocatoria del “Sínodo de la
familia”, en estas páginas he venido
comentando que eran los temas
de pareja los que inquietaban
mientras los de familia a nadie
desvelaban. Pero al papa Francisco
sí lo desvela que “la familia está en
crisis”, como dijo a los periodistas
en la misma entrevista, en la que,
además, les recomendó leer la
presentación del documento que
hizo el cardenal Schönborn.
Desde este diálogo de Francisco
con los periodistas me propongo leer
Amoris laetitia en continuidad con el
24 VIDA NUEVA
seguimiento que hice para Vida Nueva
del camino sinodal y de su resultado
final en el texto de la exhortación
apostólica postsinodal (Ver Pliego
VNC 144). Quiero decir con esto que la
lectura que me propongo hacer tiene
como telón de fondo la preocupación
del Papa por las familias y la situación
que vive cada una de ellas y, según
su recomendación a los periodistas,
voy a dejarme conducir por la
presentación del cardenal Schönborn
en la rueda de prensa del viernes 8 de
abril, quizás para no dejarme arrastrar
por el torbellino de comentarios a
favor o en contra que ha suscitado
la publicación del documento.
Sin pretender agotar todos los
aspectos de un documento tan
rico, en primer lugar me ocupo del
texto; enseguida voy a detenerme
en algunas reflexiones que plantea
el documento en tormo al amor y
la familia, algunas perspectivas de
pastoral familiar y unas “breves
líneas” de espiritualidad propia de
la vida familiar; finalmente, voy
a referirme a dos tópicos que no
podían faltar en esta lectura de la
exhortación apostólica postsinodal
y, para cerrar, vuelvo a la pregunta
de los periodistas a Francisco en el
avión en que regresaban de Lesbos.
El estilo de Francisco
“En estas 200 páginas el papa
Francisco habla de ‘amor en la
familia’ y lo hace de una forma tan
concreta y tan sencilla, con palabras
que calientan el corazón, como las de
aquel buenas tardes del 13 de marzo de
2013. Este es su estilo, y él espera que
se hable de las cosas de la vida de la
manera más concreta posible, sobre
todo si se trata de la familia”. Fueron
las palabras con las que el cardenal
Schönborn presentó Amoris laetitia. Y
precisó: “Los documentos de la Iglesia
a menudo no pertenecen a un género
literario de los más asequibles. Este
texto del Papa es legible. Y el que
no se deje asustar por su longitud
encontrará alegría en la concreción
y el realismo de este documento”.
Las 200 páginas escritas al
estilo del papa Francisco, como lo
precisó el cardenal Schönborn, se
dejan leer, al menos por quienes
manejamos el lenguaje de los
documentos de la Iglesia. Al fin y al
cabo están dirigidas “a los obispos,
a los presbíteros y diáconos, a las
personas consagradas, a los esposos
cristianos y a todos los fieles laicos”,
como dice el título mismo del
documento y no sé si se atrevan a
recorrer sus páginas los creyentes
de a pie, los que no pasaron de la
formación religiosa del catecismo.
Personalmente las leí con gusto.
Casi con devoción. Trasluce en ellas la
pasión con que fueron escritas y llevan
la impronta de su propia mirada, como
lo expresa al referirse a la situación
actual de la familia que dibujaron
los dos sínodos: escribió que estaba
“agregando otras preocupaciones que
provienen de mi propia mirada” (31).
También agrega a la enseñanza del
Concilio y de sus predecesores, y a los
aportes de los padres sinodales que
acoge en forma rigurosa, reflexiones
que provienen de su propia mirada,
una mirada alegre que se anuncia
en el título y recorre el documento;
una mirada de misericordia –“creo
sinceramente que Jesucristo quiere una
Iglesia atenta al bien que el Espíritu
derrama en medio de la fragilidad”
(308)– y que me parece es la clave
de lectura; una mirada de ternura
–“mirada, hecha de fe y de amor, de
gracia y de compromiso” (29)– que
escoge en el rico acervo de la tradición
eclesial aquellos textos inspirados en
la misericordia divina e inspiradores de
misericordia humana. Mirada realista
que se queja en repetidas ocasiones
porque “nos cuesta mucho dar lugar
en la pastoral al amor incondicional
de Dios. Ponemos tantas condiciones
a la misericordia que la vaciamos de
sentido concreto y de significación
real” (311). Mirada de pastor que se deja
tocar por la realidad, que sintoniza con
la fragilidad, que dice palabras claras y
con amor anuncia la buena noticia de
la salvación. También mirada y palabra
de jesuita, modeladas en el ejercicio
del discernimiento ignaciano. Y mirada
del obispo de Roma que, como lo
evidencia el documento en todas sus
páginas, ha hecho de la sinodalidad
su bandera y conduce una Iglesia de
puertas abiertas, de mano extendida.
Reflexiones teológicas
del Papa sobre el
amor y la familia
El cardenal Schönborn recordó en su
presentación del documento “que
el papa Francisco ha definido como
central los capítulos 4 y 5” y comentó,
también, que “serán probablemente
saltados por muchos para arribar
inmediatamente a las ‘papas
calientes’, a los puntos críticos”.
Creo que el Papa enmarca su
enseñanza de los capítulos cuarto
y quinto en el capítulo tercero –“La
mirada puesta en Jesús”– al anunciar
que su enseñanza “no puede dejar
de inspirarse y de transfigurarse
a la luz de este anuncio de amor y
de ternura, para no convertirse en
una mera defensa de una doctrina
fría y sin vida. Porque tampoco el
misterio de la familia cristiana puede
entenderse plenamente si no es a
la luz del infinito amor del Padre,
que se manifestó en Cristo, que se
entregó hasta el fin y vive entre
nosotros. Por eso, quiero contemplar
a Cristo vivo presente en tantas
historias de amor, e invocar el fuego
del Espíritu sobre todas las familias
del mundo (59). Y es desde el amor
y la ternura, al mismo tiempo que
con la mirada puesta en Jesús, como
Francisco reflexiona sobre el amor
y la familia, salpicando su reflexión
con consejos de pastor que conoce
bien la realidad de las familias.
Pero volvamos a la presentación
del cardenal Schönborn. Recomendó
VIDA NUEVA 25
el propósito de Amoris laetitia
la meditación del comentario al
himno al amor de I Corintios en el
cuarto capítulo con estas palabras:
“Puedo solamente invitar a leer y
gustar este delicioso capítulo”. Es lo
que me propongo a continuación.
El texto paulino da pie al Papa para
una meditación bíblica en la que
desgrana y saborea, una a una, las
“características del amor verdadero”
(90) que “se vive y se cultiva en medio
de la vida que comparten todos los
días los esposos, entre sí y con sus
hijos” (Ibídem): paciencia que “se
muestra cuando la persona no se deja
llevar por los impulsos y evita agredir”
(91); actitud de servicio (Cf. 93-94);
amabilidad (99); desprendimiento
(Cf. 101-102); perdón que pasa por
la experiencia de perdonarse a sí
mismo y por la experiencia de ser
perdonados por Dios (Cf. 105-108). Es
amor que “valora los logros ajenos,
no los siente como una amenaza,
y se libera del sabor amargo de la
envidia” (95); que no hace alarde ni
se agranda (Cf. 97-98); en el que no
cabe violencia interior (Cf. 103-104).
Amor que es alegrarse con los demás
(Cf. 109-110). Y escribe el Papa que
“el elenco se completa con cuatro
expresiones que hablan de una
totalidad: ‘todo’. Disculpa todo, cree
todo, espera todo, soporta todo. De
este modo, se remarca con fuerza el
dinamismo contracultural del amor,
capaz de hacerle frente a cualquier
cosa que pueda amenazarlo” (111).
Aplica entonces las características
del amor a la que denomina
“caridad conyugal” que “es el amor
que une a los esposos, santificado,
enriquecido e iluminado por la gracia
del sacramento del matrimonio.
Es una ‘unión afectiva’, espiritual
y oblativa, pero que recoge en sí la
ternura de la amistad y la pasión
erótica, aunque es capaz de subsistir
aun cuando los sentimientos y
la pasión se debiliten” (120).
Respecto a estas líneas, recojo
una vez más un comentario del
cardenal Schönborn: “Es importante
notar un aspecto: el papa Francisco
habla aquí con una claridad rara del
rol que también las pasiones, las
emociones, el eros, la sexualidad
tienen en la vida matrimonial y
familiar. No es casual que el papa
Francisco cite aquí de modo particular
a santo Tomás de Aquino, que
atribuye a las pasiones un rol muy
26 VIDA NUEVA
importante, mientras que la moral
moderna, a menudo puritana, las
ha desacreditado o descuidado”.
En efecto, Francisco explicita,
citando a santo Tomás, en qué
consiste “la ternura de la amistad y
la pasión erótica” y completa con su
propia reflexión: “Seamos sinceros
y reconozcamos las señales de la
realidad: quien está enamorado no
se plantea que esa relación pueda
ser sólo por un tiempo; quien
vive intensamente la alegría de
casarse no está pensando en algo
pasajero; quienes acompañan la
celebración de una unión llena de
amor, aunque frágil, esperan que
pueda perdurar en el tiempo; los
hijos no sólo quieren que sus padres
se amen, sino también que sean
fieles y sigan siempre juntos” (123).
Pero reconoce también que “un
amor débil o enfermo, incapaz
de aceptar el matrimonio como
un desafío que requiere luchar,
renacer, reinventarse y empezar
siempre de nuevo hasta la muerte,
no puede sostener un nivel alto
de compromiso” (124). Entonces
recuerda que el amor puede ser
transformado por la gracia: “Que
ese amor pueda atravesar todas
las pruebas y mantenerse fiel en
contra de todo, supone el don de la
gracia que lo fortalece y lo eleva”
(Ibídem). Anota que el amor requiere
“constante maduración” (134) y que
“el amor que no crece comienza a
correr riesgos” (Ibídem), realidad
que lleva a Francisco a esbozar unas
líneas pastorales en las que vuelve
a acudir a la acción de la gracia:
el amor “no se cuida ante todo
hablando de la indisolubilidad como
una obligación, o repitiendo una
doctrina, sino afianzándolo gracias
a un crecimiento constante bajo el
impulso de la gracia” (Ibídem).
Retoma el amor de la pareja
para precisar: “es una amistad
que incluye las notas propias de
la pasión, [...] adquiere un carácter
totalizante [y] por ser totalizante,
esta unión también es exclusiva,
fiel y abierta a la generación” (125).
Y agrega un toque personal: “En el
matrimonio conviene cuidar la alegría
del amor” (126), que es alegría de
amor contemplativo, “del amante
que se complace en el bien del ser
amado, que se derrama en el otro
y se vuelve fecundo en él” (129).
En su reflexión sobre el amor
conyugal el Papa se pregunta: “¿Por
qué no detenernos a hablar de los
sentimientos y de la sexualidad en el
matrimonio?” (142). Y se detiene en
la dimensión erótica del amor acerca
de la cual tajantemente afirma: “de
ninguna manera podemos entender
la dimensión erótica del amor como
un mal permitido o como un peso a
tolerar por el bien de la familia, sino
como don de Dios que embellece el
encuentro de los esposos” (152).
La fecundidad del amor es el punto
de partida de la reflexión sobre la
familia. Con una cita de Juan Pablo
II acerca del amor conyugal, que “no
se agota dentro de la pareja” (FC 14),
habla de los hijos y agrega su propia
reflexión acerca de la procreación: “El
amor de los padres es instrumento
del amor del Padre Dios que espera
con ternura el nacimiento de todo
niño, lo acepta sin condiciones y
lo acoge gratuitamente” (170).
El Papa completa en el capítulo
quinto –“Amor que se vuelve
fecundo”– la reflexión iniciada en
el capítulo primero –“A la luz de
la Palabra”– sobre la familia como
imagen de la comunión divina: “El
Dios Trinidad es comunión de amor,
y la familia es su reflejo viviente”
(11). Y cita las conocidas palabras
de Juan Pablo II en la Asamblea de
Puebla, en 1979: “Nuestro Dios, en
su misterio más íntimo, no es una
soledad, sino una familia, puesto
que lleva en sí mismo paternidad,
filiación y la esencia de la familia
que es el amor. Este amor, en la
familia divina, es el Espíritu Santo”,
palabras que corrobora en el mismo
capítulo, cuando contempla “la
familia que la Palabra de Dios
confía en las manos del varón,
de la mujer y de los hijos para
que conformen una comunión de
personas que sea imagen de la unión
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. La actividad generativa y
educativa es, a su vez, un reflejo de
la obra creadora del Padre” (29).
Amoris laetitia recorre el conjunto
de las relaciones familiares y se
refiere al “amor entre los miembros
de la misma familia –entre padres e
hijos, entre hermanos y hermanas,
entre parientes y familiares–” (196);
a la familia grande, “donde están
los padres, los tíos, los primos,
los vecinos” (187) y a la que “se
integran los amigos y las familias
amigas” (196); y se refiere al lugar
de los ancianos en la familia e
invita a escuchar su grito: “Es el
clamor del anciano, que teme el
olvido y el desprecio” (191).
Aterriza en la trama de la vida
familiar recordando que “es
necesario usar tres palabras. Quisiera
repetirlo. Tres palabras: permiso,
gracias, perdón. ¡Tres palabras
clave!” (133). Y resalta la importancia
del diálogo, “una forma privilegiada
e indispensable de vivir, expresar y
madurar el amor” (136), anotando
que “varones y mujeres, adultos y
jóvenes, tienen maneras distintas
de comunicarse, usan un lenguaje
diferente” (Ibídem). Recomienda a
las familias “darse tiempo, tiempo
de calidad, que consiste en escuchar
con paciencia y atención, hasta
que el otro haya expresado todo
lo que necesitaba. [...] Esto implica
hacer un silencio interior para
escuchar sin ruidos en el corazón
o en la mente” (137) y agrega “que
para que el diálogo valga la pena
hay que tener algo que decir, y
eso requiere una riqueza interior
que se alimenta en la lectura, la
reflexión personal, la oración y
la apertura a la sociedad” (141).
El capítulo se cierra con una
afirmación que sirve de punto de
partida para abordar las propuestas
pastorales de los capítulos siguientes:
“ninguna familia es una realidad
celestial y confeccionada de una
vez para siempre, sino que requiere
una progresiva maduración de su
capacidad de amar” (325), lo cual
“nos impide juzgar con dureza
a quienes viven en condiciones
de mucha fragilidad” (Ibídem).
Conversión pastoral: de
la moral de escritorio
al discernimiento
Amoris laetitia traza caminos
pastorales en el capítulo sexto y en
el capítulo octavo, este último, según
el cardenal Schönborn, “un capítulo
probablemente de gran interés para
la opinión pública eclesial, pero
también para los medios”. Es el que
se ocupa de las heridas del amor e
interesa porque “la cuestión de cómo
la Iglesia trate estas heridas, de cómo
trate los fracasos del amor, se ha
vuelto para muchos una cuestióntest para entender si la Iglesia es
verdaderamente el lugar en el cual se
puede experimentar la misericordia
de Dios”, precisó Schönborn,
anotando además que el capítulo
octavo “debe mucho al intenso trabajo
de los dos sínodos” y que el Papa
“deseaba expresamente una discusión
abierta sobre el acompañamiento
pastoral de situaciones complejas
y ha podido ampliamente fundarse
sobre los textos que los dos sínodos
le han presentado para mostrar
cómo se puede acompañar, discernir
e integrar la fragilidad”. Destacó,
al respecto, que “el papa Francisco
hace explícitamente suyas las
declaraciones que ambos sínodos le
han presentado”, refiriéndose con
ello a la frase “los padres sinodales
alcanzaron un consenso general,
que sostengo” (297). Y a quienes
esperaban normas les dijo: “El Papa
lo dice con toda claridad: ‘Sólo cabe
un nuevo aliento a un responsable
discernimiento personal y pastoral
de los casos particulares’ (300)”,
y subrayó que es en este número
–Amoris laetitia 300– donde se
encuentran “las respuesta decisivas”.
Creo que en los párrafos
introductorios del capítulo sexto
–“Algunas perspectivas pastorales”–
y del capítulo octavo –“Acompañar,
VIDA NUEVA 27
el propósito de Amoris laetitia
discernir e integrar la fragilidad”–
el Papa fija las coordenadas de
su propuesta: delegar en las
comunidades la toma de decisiones y
responder a las dificultades desde la
lógica de la misericordia. La primera,
cuando se refiere al camino sinodal
que llevó a plantear la necesidad
de desarrollar nuevos caminos
pastorales: “Serán las distintas
comunidades quienes deberán
elaborar propuestas más prácticas y
eficaces, que tengan en cuenta tanto
las enseñanzas de la Iglesia como las
necesidades y los desafíos locales”
(199). La segunda, cuando escribe:
“No olvidemos que, a menudo, la
tarea de la Iglesia se asemeja a la
de un hospital de campaña” (291).
El cardenal Schönborn destacó
en su presentación que “algo ha
cambiado en la enseñanza eclesial
frente a las diversas situaciones de
la vida, sin juzgarlas ni condenarlas
inmediatamente”, e hizo notar
“las dos palabras clave: discernir y
acompañar”; subrayó que “el papa
Francisco ha puesto su exhortación
bajo el lema: ‘se trata de integrar a
todos’ (297); se refirió a la “conversión
pastoral”, cuyas líneas directrices
quedaron consignadas en el siguiente
párrafo de Amoris laetitia: “Durante
mucho tiempo creímos que con sólo
insistir en cuestiones doctrinales,
bioéticas y morales, sin motivar la
apertura a la gracia, ya sosteníamos
suficientemente a las familias,
consolidábamos el vínculo de los
esposos y llenábamos de sentido sus
vidas compartidas. [...] Nos cuesta
dejar espacio a la conciencia de los
fieles, que muchas veces responden
lo mejor posible al Evangelio en
28 VIDA NUEVA
medio de sus límites y pueden
desarrollar su propio discernimiento
ante situaciones donde se rompen
todos los esquemas. Estamos
llamados a formar las conciencias,
pero no a pretender sustituirlas” (37).
Asimismo anotó que solo allí donde
ha madurado este “discernimiento
personal” es también posible alcanzar
un “discernimiento pastoral” y
finalmente afirmó: “Mi gran alegría
ante este documento reside en el
hecho de que, coherentemente,
supera la artificiosa, externa y
neta división entre ‘regular’ e
‘irregular’ y pone a todos bajo la
instancia común del Evangelio”
[Resaltado en el original].
Pero volvamos al documento,
concretamente a los capítulos seis,
siete y ocho. Y vayamos por partes.
El capítulo seis –“Algunas
perspectivas pastorales”– propone
la preparación al matrimonio (205211), confiando “a cada Iglesia
local discernir lo que sea mejor”
(207) y acogiendo el aporte de los
padres sinodales que subrayaron
la necesidad de integrar la
preparación “en el camino de
iniciación cristiana haciendo
hincapié en el nexo del matrimonio
con el bautismo y los otros
sacramentos” (206 Cf. RS 2014 39).
Se ocupa también, entre otros
aspectos, del acompañamiento en los
primeros años de la vida matrimonial
(217-222), a propósito de lo cual el
Papa reflexiona sobre el diario vivir
de las parejas y aconseja como
pastor: “Es bueno darse siempre
un beso por la mañana, bendecirse
todas las noches, esperar al otro y
recibirlo cuando llega, tener alguna
salida juntos, compartir tareas
domésticas. Pero al mismo tiempo
es bueno cortar la rutina con la
fiesta, no perder la capacidad de
celebrar en familia, de alegrarse y
de festejar las experiencias lindas.
Necesitan sorprenderse juntos por
los dones de Dios y alimentar juntos
el entusiasmo por vivir. Cuando se
sabe celebrar, esta capacidad renueva
la energía del amor, lo libera de la
monotonía, y llena de color y de
esperanza la rutina diaria” (226).
Continúa el documento con las
“crisis, angustias y dificultades”
que la pastoral debe iluminar,
dirigiendo “una palabra a los que
en el amor ya han añejado el vino
nuevo del noviazgo. Cuando el
vino se añeja con esta experiencia
del camino, allí aparece, florece
en toda su plenitud, la fidelidad
de los pequeños momentos de la
vida. Es la fidelidad de la espera y
de la paciencia. Esa fidelidad llena
de sacrificios y de gozos va como
floreciendo en la edad en que todo
se pone añejo y los ojos se ponen
brillantes al contemplar los hijos de
sus hijos” (231). Luego aborda las
crisis comunes y frecuentes en la vida
familiar (232-238) cuando se necesita
“la madurez necesaria para volver
a elegir al otro como compañero de
camino” (238) y las viejas heridas
que causan conflicto (239-240).
Al tratar del acompañamiento
después de rupturas y divorcios (Cf.
241-246), se refiere a las “personas
divorciadas que viven en nueva
unión”, a quienes “es importante
hacerles sentir que son parte de la
Iglesia, que no están excomulgadas”
(243), precisando que su situación
exige “un atento discernimiento y un
acompañamiento con gran respeto,
evitando todo lenguaje y actitud
que las haga sentir discriminadas,
y promoviendo su participación en
la vida de la comunidad” (Ibídem
Cf. RS 2014 51; RF 2015 84). Y en el
marco de las que llama “situaciones
complejas” (247-252) aparecen
“los proyectos de equiparación
de las uniones entre personas
homosexuales con el matrimonio”
(251) situación a la que responde
citando a los padres sinodales: “no
existe ningún fundamento para
asimilar o establecer analogías, ni
siquiera remotas, entre las uniones
homosexuales y el designio de Dios
sobre el matrimonio y la familia”
(RF 2015). Concluye el capítulo
con una invitación a acompañar
a las familias “cuando la muerte
clava su aguijón” (Cf. 253-258).
En el capítulo dedicado a la
educación de los hijos –el capítulo
séptimo– el Papa dice sí a la
educación sexual “en el marco
de una educación para el amor”
(280) y encarga a la familia de
transmitir la fe (Cf. 287-290).
Y finalmente llega el capítulo
octavo –“Acompañar, discernir
e integrar la fragilidad”– en el
que el Papa responde a los temas
candentes. Lo introduce con una
hermosa definición del matrimonio
cristiano (Cf. 292) desde la cual se
refiere a “otras formas de unión [que]
contradicen radicalmente este ideal,
pero algunas lo realizan al menos de
modo parcial y análogo” (Ibídem).
Recuerda la ley de gradualidad que
Juan Pablo II proponía en Familiaris
consortio (Cf. FC 34), que Francisco
concreta como “gradualidad en el
ejercicio prudencial de los actos
libres en sujetos que no están en
condiciones sea de comprender, de
valorar o de practicar plenamente
las exigencias objetivas de la ley”
(295). Es el marco referencial para
ocuparse del discernimiento de las
situaciones llamadas “irregulares” (Cf.
296-300), resaltando que “el camino
de la Iglesia es el de no condenar
a nadie para siempre y difundir la
misericordia de Dios” y recogiendo
dos recomendaciones de los padres
sinodales: “evitar los juicios que no
toman en cuenta la complejidad
de las diversas situaciones” (296
Cf. RF 2015 51) y “revelarles la
divina pedagogía de la gracia en
sus vidas” (297 Cf. RF 2014 25).
Entonces afirma sin rodeos:
“ya no es posible decir que todos
los que se encuentran en alguna
situación así llamada ‘irregular’
viven en una situación de pecado
mortal” (301). Confronta normas
y discernimiento (Cf. 304-306)
para decir que “es posible que, en
medio de una situación objetiva de
pecado –que no sea subjetivamente
culpable o que no lo sea de modo
pleno– se pueda vivir en gracia de
Dios” (305). Y cierra el capítulo con
su propuesta enmarcada en la lógica
de la misericordia pastoral (Cf. 307312) que “nos impide desarrollar
una fría moral de escritorio al hablar
sobre los temas más delicados, y nos
sitúa más bien en el contexto de un
discernimiento pastoral cargado de
amor misericordioso, que siempre se
inclina a comprender, a perdonar, a
acompañar, a esperar, y sobre todo
a integrar. Esa es la lógica que debe
predominar en la Iglesia” (312).
Unas líneas de
espiritualidad familiar
Las páginas de Amoris laetitia
son un tratado de espiritualidad
familiar, sin embargo, dedica el
último capítulo a “la espiritualidad
que brota de la vida familiar”
(313) justificándolo con estas
palabras: “vale la pena que nos
detengamos brevemente a describir
algunas notas fundamentales
de esta espiritualidad específica
que se desarrolla en el
dinamismo de las relaciones
de la vida familiar” (Ibídem).
Afirma el Papa en las que él llama
“breves líneas de espiritualidad
familiar”, que así como siempre
se ha hablado “de la inhabitación
divina en el corazón de la persona
que vive en gracia, hoy podemos
decir también que la Trinidad
está presente en el templo de la
comunión matrimonial” (314);
que “la presencia del Señor habita
en la familia real y concreta, con
todos sus sufrimientos, luchas,
alegrías e intentos cotidianos” (315);
que “una comunión familiar bien
vivida es un verdadero camino de
santificación en la vida ordinaria y
de crecimiento místico, un medio
para la unión íntima con Dios” (315).
Y precisa acerca de esta presencia
divina en la familia que “cada
cónyuge es para el otro signo e
instrumento de la cercanía del
Señor” (319), dando un paso más
al afirmar que “es una honda
experiencia espiritual contemplar a
cada ser querido con los ojos de Dios
y reconocer a Cristo en él” (323).
No podía evitar referirme
a dos tópicos
Aunque el tema es la familia,
no puedo evitar tocar dos
tópicos que se cuelan casi
subrepticiamente en Amoris laetitia.
Uno es el feminismo, al que
se refiere en dos oportunidades.
Lo hace en el capítulo segundo
–“Realidad y desafíos de las
familias”–, cuando hace notar
que “hubo notables mejoras en el
reconocimiento de los derechos
de la mujer” (54) y se alegra “de
que se superen viejas formas de
discriminación, y de que en el
seno de las familias se desarrolle
un ejercicio de reciprocidad. Si
surgen formas de feminismo que
no podamos considerar adecuadas,
igualmente admiramos una obra
del Espíritu en el reconocimiento
más claro de la dignidad de la
mujer y de sus derechos” (54). Pero
no queda claro si es una forma de
feminismo la que admira como obra
del Espíritu. Y en el capítulo quinto
–“Amor que se vuelve fecundo”–
afirma: “Valoro el feminismo” (173),
VIDA NUEVA 29
el propósito de Amoris laetitia
enmarcando su afirmación en el
reconocimiento del “sentimiento
de orfandad que viven hoy muchos
niños y jóvenes” (Ibídem), con
lo cual la frase que comenzaba
valorando el feminismo cae en la
manida referencia de los hombres
de Iglesia al “genio femenino” que
consagró Mulieris dignitatem: “Valoro
el feminismo cuando no pretende
la uniformidad ni la negación de la
maternidad. Porque la grandeza de
la mujer implica todos los derechos
que emanan de su inalienable
dignidad humana, pero también de
su genio femenino, indispensable
para la sociedad” (Ibídem).
Con el rechazo a formas de
feminismo que el Papa no considera
adecuadas, debo mencionar
el rechazo a “una ideología,
genéricamente llamada gender”
(56). Aparece entre los desafíos
que ofrece la realidad de la familia
recogidos en el capítulo segundo.
Hace eco a la preocupación de los
obispos durante el camino sinodal y,
acogiendo sus aportes, explicita que
esta ideología “niega la diferencia y
la reciprocidad natural de hombre y
de mujer” (RF 2015 8) y precisa, con
la interpretación que corre entre
hombres de Iglesia que el mismo
documento sinodal acogió, que
“el sexo biológico (sex) y el papel
sociocultural del sexo (gender), se
pueden distinguir pero no separar”
(Ibídem 58). Sin embargo, en el
capítulo acerca de la educación de
los hijos, en uno de los párrafos
relativos a la educación sexual
escribe “que en la configuración
del propio modo de ser, femenino
o masculino, no confluyen sólo
factores biológicos o genéticos” (286)
y “que lo masculino y lo femenino no
son algo rígido” (Ibídem), aterrizando
esta afirmación en un caso
concreto: “es posible, por ejemplo,
que el modo de ser masculino
del esposo pueda adaptarse de
manera flexible a la situación
laboral de la esposa. Asumir tareas
domésticas o algunos aspectos de
la crianza de los hijos no lo vuelven
menos masculino ni significan
un fracaso, una claudicación
o una vergüenza” (Ibídem).
El otro tópico que no podía pasar
por alto es una vaga alusión a la
posibilidad de sacerdotes casados.
Asoma en el capítulo “Algunas
30 VIDA NUEVA
30 VIDA NUEVA
perspectivas pastorales” al referirse
a la falta de formación adecuada de
los ministros ordenados para tratar
los problemas actuales de las familias
que mostraron las respuestas a las
consultas enviadas a todo el mundo.
El Papa escribió: “En este sentido,
también puede ser útil la experiencia
de la larga tradición oriental de
los sacerdotes casados” (202).
¿Y la pregunta de
los periodistas?
¿Por qué puso en una nota y no en
el texto la referencia al acceso a los
sacramentos? Fue la pregunta de
los periodistas al Papa en el vuelo
en el que regresaban de Lesbos
y que sirve de introducción al
presente artículo. La pregunta a la
que respondió confesando que le
había molestado que los medios no
se dieran cuenta de que ese no era
el tema importante sino la familia y
recomendando leer la presentación
del cardenal Schönborn y a la
que también respondió: “No me
acuerdo de esa nota, pero si está
en una nota es porque se trata de
una cita de la Evangelii gaudium”.
Creo que vale la pena prestar
atención a la nota. Hace parte del
capítulo octavo –“Acompañar,
discernir e integrar la fragilidad”–
que es el capítulo de las “papas
calientes”, al decir del cardenal
Schönborn. El Papa la incluyó en
un párrafo en el que toma aire
para decir que “un pastor no puede
sentirse satisfecho sólo aplicando
leyes morales a quienes viven en
situaciones ‘irregulares’, como si
fueran rocas que se lanzan sobre la
vida de las personas” (305). Y unos
renglones más adelante precisa que
“es posible que, en medio de una
situación objetiva de pecado –que no
sea subjetivamente culpable o que no
lo sea de modo pleno– se pueda vivir
en gracia de Dios, se pueda amar, y
también se pueda crecer en la vida
de la gracia y la caridad, recibiendo
para ello la ayuda de la Iglesia”
(Ibídem), agregando a su precisión la
nota en cuestión que evidentemente
contiene dos citas de Evangelii
gaudium respecto a los sacramentos
de la reconciliación y la eucaristía:
“En ciertos casos, podría ser también
la ayuda de los sacramentos. Por
eso, ‘a los sacerdotes les recuerdo
que el confesionario no debe ser
una sala de torturas sino el lugar
de la misericordia del Señor’ (EG
44). Igualmente destaco que la
eucaristía ‘no es un premio para
los perfectos sino un generoso
remedio y un alimento para los
débiles’ (Ibídem 47)” (Nota 351).
También el cardenal Schönborn se
refirió a la nota: “el Papa afirma, de
manera humilde y simple, en una
nota (351), que se puede dar también
la ayuda de los sacramentos en caso
de situaciones ‘irregulares’. Pero
a este propósito él no nos ofrece
una casuística de recetas, sino que
simplemente nos recuerda dos de
sus frases famosas: ‘a los sacerdotes
les recuerdo que el confesionario
no debe ser una sala de tortura,
sino el lugar de la misericordia del
Señor’ (EG 44) y la Eucaristía ‘no es
un premio para los perfectos, sino
un generoso remedio y un alimento
para los débiles’ (Ibídem 47)”.
A decir verdad, la pregunta
de los periodistas quedó sin
respuesta. Pero estaba en la nota.
Siglas de los documentos
citados del magisterio eclesial
 EG Francisco I. Encíclica Evangelii gaudium.
 FC Juan Pablo II. Exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio.
 RF 2015 Relación final del Sínodo de los
Obispos al Santo Padre Francisco.
 RS 2014 Relatio Synodi de la III Asamblea
General Extraordinaria del Sínodo de los
Obispos.
 RF 2015 Relación final del Sínodo de los
Obispos al Santo Padre Francisco.
 RS 2014 Relatio Synodi de la III Asamblea
General Extraordinaria del Sínodo de los
Obispos.