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EL PARLAMENTARISMO INGLÉS
Jacobo I tenía un alto concepto de la realeza y, lo mismo que los sucesores de su dinastía,
intentó transformar la monarquía inglesa, según los moldes absolutistas. Pero tropezó con las
oligarquías que durante los reinados de los Tudor habían compartido el poder. La monarquía inglesa
tenía pocas rentas, por lo que era pobre en medio de un país rico. Para arbitrar recursos, el rey tenía que
ponerse en manos de los terratenientes y de los comerciantes enriquecidos. Cuando el sucesor de
Jacobo, Carlos I, quiera prescindir de tales oligarquías, se desencadenará el conflicto interior y la
revolución.
En el reinado de Carlos I la situación interior reflejaba todavía los tirones de la escindida
sociedad inglesa por motivos confesionales. El catolicismo había ganado mucho terreno, a pesar de las
persecuciones, y el cuartel general de los jesuitas en Douai dirigía la recatolización de Inglaterra: las
conversiones menudeaban, y entre ellas fue la más sonada la del obispo anglicano Goodman. El
anglicanismo, por el contrario, estaba en baja. La secta reformada que tomaba mayor incremento era la
de los puritanos (calvinistas), cuyos partidarios más numerosos pertenecían a la gentry y a los
comerciantes londinenses. Con la adhesión del rey Jacobo para la iglesia anglicana, católicos y
puritanos, estos grupos religiosos de mayor vitalidad, quedaron, pues, al margen de la Iglesia oficial y
fueron perseguidos.
La cuestión de los impuestos y el gobierno de los favoritos provocan también otro conflicto
interior, esta vez con el Parlamento. Durante los años 1614 a 1621 Jacobo I trata de gobernar sin el
Parlamento, pero al fin tiene que claudicar y convocarlo. Pocos años después moría el rey y dejaba
planteada una crisis política que había estallado en el reinado siguiente.
Carlos I sostenía las mismas aspiraciones que su padre: crear una monarquía poderosa,
fortalecida con la unidad territorial de Irlanda y Escocia, e imponer la unidad religiosa sobre la base de
la Iglesia oficial sometida al rey. Para esto necesitaba un ejército y dinero para costearlo.
El Parlamento sale al paso de sus propósitos. El rey lo disuelve y aleja a los jefes de la
oposición. Pero también el nuevo Parlamento elegido en 1626 es hostil a la política regia: se llega hasta
el extremo de presentar un acta de acusación contra el favorito del monarca. Nueva disolución del
Parlamento. En trance apurado, el rey claudica ante el Parlamento y acepta, en 1628, la "petición de
derechos" que consagraba el habeas corpus o garantías personales, y la renuncia del soberano a tener
ejército propio y a imponer empréstitos forzosos o impuestos sin consentimiento del Parlamento. En
1637, se quiso aplicar en Escocia el nuevo Libro de Oraciones que se había impuesto en Inglaterra.
Escocia era un país atrasado que vivía un régimen semifeudal: la nobleza territorial y la clase media de
los comerciantes eran fervorosos calvinistas. No aceptaron, por lo tanto, el Libro de Oraciones y
redactaron un Covenant; en él se pedía el mantenimiento de la Iglesia calvinista presbiteriana en
Escocia.
Carlos I lo acepta y anula la reforma religiosa. Con esto gana tiempo y se prepara para imponer
en Escocia su voluntad por medio de las armas. Para ello reúne en 1640, el Parlamento Corto. La
victoria de la oposición hace que le nieguen a Carlos I los subsidios.
En el nuevo Parlamento se vuelve a imponer la oposición, se forma así el llamado Parlamento
Largo. Los Comunes acusan al ministro del rey y es encarcelado en la Torre de Londres. Carlos I hace
concesiones: promete convocar el Parlamento cada tres años y no disolverlo arbitrariamente, y reconoce
la ilegalidad de algunos impuestos que la monarquía había mandado cobrar sin consentimiento de las
Cámaras.
El Parlamento se envalentona y sigue su ofensiva contra el poder monárquico. Decreta la
supresión de todas las instituciones creadas por los Tudor con carácter extraordinario, como la Cámara
Estrellada. El camino emprendido por la asamblea conducía a un final inevitable: la guerra civil.
En el lado parlamentario hay discrepancias religiosas y políticas. En medio de ellas se abrirá
camino el hombre que conducirá la revolución al triunfo, Oliverio Cromwell, que organizará las tropas
sin la nobleza, movidas por un fanatismo religioso, serán el "ejército de los santos", el instrumento de la
victoria. El Parlamento le pide al rey que sancione los hechos consumados. Pero en las filas de los
vencedores no hay unanimidad sobre la conducta a seguir. Parlamento y ejército se disputan el botín de
la victoria. El Parlamento pide la disolución del ejército, y éste la disolución de aquél. El ejército estaba
en manos del grupo llamado de los " independientes" e intenta negociar con el rey. Los extremistas
consiguen la decapitación del rey en 1649.
El proceso y la ejecución del rey conmovieron a Inglaterra y a Europa entera. ¿Es que se podía
condenar legítimamente a los monarcas? Cromwell contestó afirmativamente. Sostuvo la doctrina de
que los Comunes, titulares del poder popular, podrían exigir responsabilidades al rey e incluso abolir la
monarquía. En virtud de esta doctrina, se legitimó la revolución, y Cromwell se elevó hasta la jefatura
del Estado. Paradójicamente el gobierno de Cromwell derivó hacia una dictadura de carácter personal.
A su muerte toda la obra se vendrá abajo por no haber sabido darle continuidad. Un jefe militar que
había formado en las filas de la revolución, se adueña de la situación y, para salvar al país de la
anarquía, negocia con Carlos II, quien se declara dispuesto a la amnistía y al olvido de todo lo pasado, a
garantizar la libertad de conciencia y a reconocer las adquisiciones económicas y trueques de bienes
ocurridos durante la revolución. Acepta el Parlamento estas condiciones y en 1660 es proclamado
Carlos II por los Lores y los Comunes conjuntamente.
La restauración de 1660 había devuelto el poder a la Inglaterra tradicional de los "caballeros".
La armonía entre el Parlamento y la corona aseguran la estabilidad del régimen. La Iglesia anglicana
recobraba firmemente sus posiciones. Pero la otra Inglaterra, la de los "cabezas redondas", no ha
desaparecido del todo: pervive soterrada y perseguida durante los primeros tiempos de la restauración,
hasta que a fines del reinado de Carlos II pueda levantar la cabeza. Entonces se enfrentan las dos
Inglaterras y dan origen a los dos históricos grupos políticos de los tories y los whigs. Pero el reinado
de Jacobo II y sus pretensiones absolutistas y catolizantes harán posible que las dos Inglaterras
enfrentadas recobren su sentido básico de unidad.
La revolución inglesa de 1688-1689 es una de las tres más importantes -junto con la americana
de 1774 y la francesa de 1789- que ha conocido el mundo moderno. Ella ha configurado la Inglaterra
moderna y contemporánea, y ha dado una estabilidad de ya casi tres siglos al régimen político inglés.
Esa Inglaterra nacida de la revolución ha trascendido al Occidente como ejemplo que otros países se
han propuesto imitar en los siglos XVIII y XIX. A diferencia de la revolución francesa, la revolución
inglesa rehuyó las violencias y no fue sangrienta; fue la menos violenta de las revoluciones modernas,
pero ha sido, sin embargo, la de efectos más duraderos.
En el aspecto constitucional, con la revolución de 1688, definitivamente se consagró la
superioridad de la ley (Parlamento) sobre el rey. Aunque menoscabado el poder de la corona, ésta sigue
siendo la fuente de los honores, y a través de ellos llegará a influir poderosamente en la política.
Para asegurar la inviolabilidad de la ley, es preciso sustraer el poder judicial de toda posible
mediatización, este fue el motivo de que la revolución inglesa consagrara la inmovilidad de los jueces,
garantía de su independencia. Por fin, los derechos políticos y civiles individuales y hablaron
garantizados contra la arbitrariedad por la Declaración de 1689 y la ley de Libertad de Imprenta de
1695.