Congreso Mundial sobre Educación Católica

Congreso Mundial sobre
Educación Católica
INDICE
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EDITORIAL
Congreso sobre
Educación Católica
Crónica
Congreso sobre
Educación Católica
Instrumento de trabajo
"Educar hoy y mañana.
Una pasión que se renueva"
Síntesis conclusiva
Enlaces de interés
sobre el Congreso Mundial
sobre Educación Católica
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Papa Francisco en audiencia con
los participantes del Congreso
mundial sobre educación
“La educación católica va
más allá de transmitir
capacidades, se ocupa de
toda la vida”
Estimados amigos del Camino; Compañía adecuada que el
Señor nos regaló.
Creo que de modo inmejorable estamos terminando el año
en un contexto de reflexión eclesial sobre la Educación, la
realización del Congreso Mundial de Educación en Roma, ha
permitido replantearnos el Ser y Misión de nuestra Identidad
Educadora Católica en el vértigo de las cuestiones cotidianas,
recuperar el Fundamento.
En este sentido ha sido providencial la intervención del
Papa Francisco asumiendo, difundiendo, proponiendo la
definición de Educación que tomara de Mons. Giussani, nuestro
gozo más profundo porque es la impronta que ha definido
todas nuestras propuestas de Formación Integral, “introducir a
la totalidad de lo real” es una tarea propia, también de la
Universidad Católica.
Asumir, con el Papa, que nuestra existencia consiste no sólo
en formar en “capacidades” sino en humanidad, “El Misterio de
Cristo ilumina el misterio del hombre y le descubre su sentido”
nos decían los Padres Conciliares en Gaudium et Spes; ha sido
otra confirmación de nuestro andar desde el Vicerrectorado de
Formación.
Es por eso que quisimos compartir en este número todo lo
referido a este Acontecimiento, no solo para mostrar, sino para
proponer como nuestro caminar, reemprender, para el próximo
año el camino, confirmado por la Iglesia, apostando de modo
más audaz, decidido y constante. Es el llamado del Señor.
Estaremos esperando los aportes, sugerencias, ideas,
reacciones que susciten estos textos, estas crónicas, este material,
para ir construyendo juntos el camino educativo que nos llevará
a nosotros, a nuestra Comunidad de trabajadores y a los
alumnos a la plenitud de humanidad por la cual Nuestro Señor
Jesucristo se hizo hombre y dio la Vida.
Desde este fundamento y motivación ofreceremos el aporte
profesional, humano y eclesial que seguramente el mundo
necesita, nuestra región requiere y la Argentina nos urge. Sin
posturas timoratas, pusilánimes ni dubitativas la Universidad
Católica está presente y existe para Evangelizar a todo el
hombre y todos los hombres.
Qvadis? … a cumplir la Misión que nos dio el Señor
Pbro. Francisco Núñez
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CONGRESO SOBRE EDUCACIÓN CATÓLICA
"Educar hoy y mañana.
Una pasión que se renueva"
Con motivo de la celebración del
cincuenta aniversario de la declaración del Concilio Vaticano
II “Gravissimum educationis” y el
veinticinco aniversario de la Constitución Apostólica “Ex corde Ecclesiae”, la Congregación para la Educación Católica quiso revivir – a
través de este congreso mundial –
el compromiso de la Iglesia en el
campo educativo. Durante los años
posteriores al Concilio, muchas veces el Magisterio ha insistido sobre
la importancia de la educación y la
contribución que la comunidad cristiana está llamada a ofrecer precisamente donde se presenta de forma evidente y no pocas veces
dramática una emergencia educativa. En efecto, los centros educativos católicos no son sólo
“dispensadores de competencias”
pero, precisamente por su naturaleza intrínseca, se caracterizan por
ser lugares de encuentro, diálogo y
crecimiento mutuo a través de un
itinerario de educación para la vida que se abre a los demás con vista al bien común.
Algunos documentos recientes de
este Dicasterio y, especialmente, el
Instrumentum laboris "Educar hoy y
mañana. Una pasión que se renueva"- enviado a las partes interesadas en vista de este Congreso ofrecen una plataforma ideal para
entender y analizar los múltiples
desafíos de una sociedad fragmentada en busca de puntos de referencia sólidos. El proyecto específico de
las universidades y escuelas católicas se ajusta a estos desafíos, y
ofrece una gama de elementos de
reflexión en el contexto de la nueva
evangelización a través de una
atención pastoral renovada y promoviendo iniciativas para una formación integral de todos los actores
involucrados en los diferentes sectores de la instrucción primaria, secundaria y terciaria.
Al centro de la misión educativa
católica está la creación de un clima
de mutuo reconocimiento basado en
valores que no son solo afirmados
sino vividos en el día a día cuidando
las relaciones interpersonales y
atendiendo las exigencias y las necesidades de cada estudiante. En
esta perspectiva, la enseñanza y el
aprendizaje se convierten en un
testimonio vivo de apostolado y servicio de la comunidad. A pesar de la
pluralidad de contextos culturales y
dentro de la variedad de la oferta
educativa, algunos elementos comunes superan los condicionamientos externos para afirmar en voz alta el respeto y la dignidad de cada
persona y su carácter único frente a
una educación de masas que, a veces, atrofia las cualidades y talentos
personales, manipula y condiciona
las habilidades críticas de juicio y
análisis de la realidad.
Siendo conscientes de los límites
del conocimiento humano, pero sin
cerrar la mente y el corazón, la dedicación a la enseñanza y la promoción de la investigación se caracterizan por un riguroso compromiso
con la verdad. En el respeto de las
ideas y la apertura a la confronta-
ción, se desarrolla una auténtica capacidad para dialogar y colaborar
juntos al servicio de los demás invirtiendo no sólo en las habilidades,
sino también en las cualidades
humanas, porque el aprendizaje no
se limita a una asimilación de los
contenidos, sino que ofrece una serie de oportunidades para la autoformación, el esfuerzo de crecimiento personal y, en consecuencia, de
desarrollo de la creatividad y del
deseo de descubrimiento, en una
dimensión de aprendizaje-servicio
(service learning).
persona humana, la imaginación, la
capacidad de asumir responsabilidades y amar al mundo, cultivar la
justicia y la compasión, para ser
constructores de un proyecto capaz
de transformar el futuro. La propuesta de una educación integral,
en una sociedad que está cambiando tan rápidamente, requiere una
reflexión continua capaz de renovarla y hacerla cada vez más rica
en calidad, humanidad y misericordia.
La escuela y las universidades
católicas, como sujetos de la Iglesia
universal, son una presencia real de
acogida, propuesta de la fe y acompañamiento pastoral amparando
tanto la defensa de la dignidad
humana como la difusión del conocimiento. Nos encontramos ante una antropología del anuncio, de
la memoria y de la promesa que se
manifiesta en el encuentro con el
otro, el cual a su vez la enriquece, y
comunica a la mirada esa luz de esperanza y fe que se encuentra en la
base de todo proyecto educativo. El
mundo, en su diversidad, espera
más que nunca ser orientado hacia
los grandes valores del hombre, lo
verdadero, lo bueno y lo bello.
Para responder a las expectativas
actuales y sobre la base de los principios enunciados, la Congregación
para la Educación Católica ha organizado esta Conferencia Mundial con
expertos de todo el mundo con el
fin de tener una visión global sobre
la contribución que la comunidad
cristiana puede ofrecer en los distintos contextos educativos. En tal
organización colaboró la Comisión
de Educación de la Unión de Superiores Generales y la Unión Internacional de Superioras Generales de
congregaciones religiosas. Durante
la Asamblea Plenaria de la Congregación en 2011, recogiendo la invitación del Papa Benedicto XVI, se
decidió dar a estos aniversarios su
debida visibilidad. En junio de 2012,
se realizó un seminario internacional que fue un hito importante en el
proceso de preparación de este
evento. Este encuentro fue seguido
por la Asamblea Plenaria de los
miembros de la Congregación que
se reunió en febrero de 2014.
Esta es la perspectiva que la
educación católica debe asumir, fomentando el diálogo, incluso donde
la pobreza espiritual, el cierre autorreferencial, la proyección negativa
de puntos de vista ideológicos y un
descenso del nivel cultural comienzan a pesar fuerte en el entorno escolar y universitario. Si por un lado
es necesario satisfacer a las necesidades de la economía y la sociedad,
por otro lado uno no puede dejar de
ofrecer una formación integral mediante el desarrollo de una variedad
de habilidades que enriquezcan a la
Etapas
Las reflexiones maduradas durante estas reuniones vienen reflejadas en el ya mencionado Instrumentum laboris “Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva”,
el cual, a la luz del Magisterio, recuerda los puntos de referencia
esenciales y las características fundamentales de los dos documentos
cuyos aniversarios se celebran. Los
eventos de 2015 fueron, por lo tanto, una buena y valiosa oportunidad
para recopilar las indicaciones más
recientes y trazar las directrices para las décadas futuras. El Instrumentum laboris, de hecho, ha sido
preparado para ello y destinado a
las Conferencias Episcopales, la
Unión de Superiores Generales y la
Unión Internacional de Superioras
Generales de congregaciones religiosas, las asociaciones nacionales e
internacionales de profesores, padres, alumnos y exalumnos, así como los directivos y las comunidades
cristianas, para reflexionar sobre la
importancia de la educación católica
en el contexto de la nueva evangelización. Es una herramienta útil para
promover iniciativas de actualización
y formación del personal escolar y
universitario en esta área tan importante para la Iglesia.
En este marco, el 3 de junio de
2015, se realizó un Foro en la sede
de la UNESCO, en París, en el cual
coincidieron las celebraciones del
septuagésimo de la fundación de esa
organización internacional y del cincuenta aniversario de la Declaración
del Concilio Vaticano II
”Gravissimum educationis” y el vigésimo quinto aniversario de la Constitución Apostólica “Ex corde Ecclesiae”, como testimonio del objetivo
común para el fomento de la instrucción para todos a nivel mundial.
Objetivos de la Conferencia:
Ofrecer a las escuelas y universidades católicas un espacio para el
diálogo y el debate sobre los desafíos ineludibles que plantea la emergencia educativa contemporánea a
nuestra sociedad, a los sistemas de
educación y a la Iglesia;
Desarrollar una reflexión crítica a la
luz de los principios éticos y religiosos sobre estos desafíos y sus repercusiones en todos los ámbitos
de la educación dando lugar a todos los actores involucrados en esta área tan sensible;
Profundizar - a la luz del Magisterio
- las concepciones del hombre y la
sociedad que a través de la educación pueden ser propuestas y desarrolladas;
Formular recomendaciones y directrices útiles;
Expresar juntos, en la Iglesia, un
mensaje significativo, esclarecedor
y desafiante.
Realización del Congreso
El Congreso Mundial se desarrolló
desde el 18 al 21 noviembre de
2015, y se estructuró en tres sesiones. La sesión inaugural y la sesión
de clausura fueron plenarias y se
llevaron a cabo en el Aula Pablo VI
en el Vaticano.
La sesión central tuvo lugar el
jueves 19 de noviembre y viernes
20 de noviembre de 2015 en el Centro Mariapoli de Castel Gandolfo. La
OIEC (Oficina Internacional de Educación Católica), al mismo tiempo,
desarrolló su Asamblea General en
el Auditorium della Conciliazione en
Roma.
La sesión central se dividió a su
vez en dos sesiones: una dedicada a
la Universidad y la otra a la escuela,
con ponencias, testimonios y mesas
redondas con expertos de todo el
mundo.
La sesión inaugural dio inicio en
la tarde del miércoles 18 de noviembre de 2015 con un saludo del
Cardenal Prefecto de la Congregación para la Educación Católica y la
intervención del Cardenal Prefecto
de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y a continuación se escuchó el testimonio de
personalidades que han invertido
sus energías para el éxito de la
educación, ofreciendo una visión
general sobre los nuevos escenarios
y desafíos, teniendo como punto de
partida las respuestas, a la vez numerosas y ricas de contenido al
cuestionario del Instrumentum laboris “Educar hoy y mañana. Una
pasión que se renueva”.
En la sesión central de los días
18 y 19 de noviembre de 2015 las
intervenciones se centraron en torno a tres temas principales:
La identidad y la misión de las
instituciones católicas
Los sujetos de la educación
En el Centro Mariapoli de Castel
Gandolfo se reunieron - en la tarde
del viernes 20 de noviembre - los
representantes de los sectores escolares y universitarios para abordar los retos de hoy y de mañana y
ofrecer perspectivas a la luz de los
derechos fundamentales de la educación, la libertad de opciones educativas y los muchos carismas religiosos que contribuyen profundamente a la riqueza de la misión de
la Iglesia.
El sábado, 21 de noviembre de
2015, todos los participantes, los
reunidos en Castel Gandolfo y los
que participan en el Auditorium della Conciliazione, se reunieron para
compartir el momento final con la
participación del Santo Padre. A los
participantes también se unieron los
representantes de las escuelas y
universidades católicas de Roma. El
propósito de la mañana en común,
fue expresar las conclusiones que
surgieron durante el Congreso,
orientándose con esperanza y confianza hacia el futuro, y apoyados
por las palabras del Papa Francisco.
La formación de formadores.
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Educar hoy y mañana.
Una pasión que se renueva
Instrumentum laboris
PRESENTACIÓN
Los miembros de la Asamblea Plenaria de la Congregación para la
Educación Católica, convocados en el 2011, acogiendo la invitación del Papa
Benedicto XVI, confiaron al Dicasterio la preparación de los aniversarios del
50º de la Declaración Gravissimum educationis y del 25º de la Constitución
Apostólica Ex corde Ecclesiae, los cuales se celebrarán en el 2015, con motivo
de relanzar el empeño de la Iglesia en el campo de la educación.
Dos son las etapas principales que han marcado el camino de preparación:
un seminario de estudio con expertos provenientes de todo el mundo,
desarrollado en junio de 2012 y la Asamblea Plenaria de los Miembros de la
Congregación, reunidos en febrero de 2014.
Las reflexiones maduradas en estos encuentros tienen eco en el presente
Instrumentum laboris “Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva”. En
dicho Instrumento se subrayan los puntos de referencia esenciales de los dos
documentos, las características fundamentales de las escuelas y de las
universidades católicas, y se trazan los desafíos a los cuales las instituciones
educativas católicas están llamadas a responder con un proyecto propio y
específico.
En los años del postconcilio, el Magisterio de los Pontífices ha señalado
con insistencia la importancia de la educación en general y la contribución que
ella está invitada a ofrecer en medio de la comunidad cristiana. Sobre este
argumento, también la Congregación para la Educación Católica ha intervenido
con numerosos documentos. Las conmemoraciones del 2015 se convierten,
entonces, en una oportuna y preciosa ocasión para recoger las indicaciones del
Magisterio y trazar las orientaciones para los futuros decenios.
El Instrumentum laboris ha sido preparado para tal fin. Traducido en varias
lenguas, ha sido enviado, en primer lugar, a las Conferencias Episcopales, a las
Uniones de los Superiores Generales y a las Uniones Internacionales de las
Superioras Generales de las Congregaciones Religiosas, a las asociaciones
nacionales e internacionales de docentes, padre, estudiantes y ex alumnos,
además de aquellas que gestionan, y a las comunidades cristianas para
reflexionar sobre la importancia de la educación católica en el contexto de la
nueva evangelización. Puede ser utilizado para efectuar una verificación
pastoral en este ámbito del empeño de la Iglesia, como también para promover
iniciativas de actualización y de formación de aquellos que están
comprometidos con las escuelas y con las universidades católicas.
El Instrumentum laboris se concluye con un cuestionario.
Card. Zenon Grocholewski, Prefecto
Ciudad del Vaticano, 7 de abril de 2014
INTRODUCCIÓN
La cultura actual está atravesando distintas problemáticas que provocan una
difundida “emergencia educativa”. Con esta expresión nos referimos a las
dificultades de establecer relaciones educativas que, para ser auténticas, tienen
que transmitir a las jóvenes generaciones valores y principios vitales, no sólo
para ayudar a cada persona a crecer y a madurar, sino también para concurrir en
la construcción del bien común.
La educación católica, con sus numerosas instituciones escolares y
universitarias diseminadas en todo el mundo, ofrece una contribución relevante
a las comunidades eclesiales comprometidas en la nueva evangelización, y
ayuda a forjar en las personas y en la cultura los valores antropológicos y éticos
que son necesarios para edificar una sociedad solidaria y fraterna[1].
I. PUNTOS DE REFERENCIA ESENCIALES
En el 2015 se celebran dos aniversarios: el quincuagésimo de la
Declaración Gravissimum educationis[2], documento sobre la educación
emanado por el Concilio Vaticano II el 28 de octubre de 1965 y el vigésimo
quinto de la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae[3], sobre la identidad y
la misión de la universidad católica, promulgada por Juan Pablo II el 15 de
agosto de 1990; ambos documentos, a pesar de tener una naturaleza diferente,
constituyen un punto de referencia esencial para la Congregación para la
Educación Católica,.
Este Instrumentum laboris quiere, entonces, ser un documento-guía
predispuesto para acompañar las iniciativas de estudio y los acontecimientos
eclesiales y culturales de las Iglesias particulares y de las asociaciones. Al
mismo tiempo, para estimular la elaboración de nuevos proyectos y de procesos
educativos futuros.
1. La Declaración Gravissimum educationis
La Declaración Gravissimum educationis tenía el objetivo de llamar la
atención a todos los bautizados sobre la importancia de la cuestión educativa.
Tal documento, que ofreció algunas orientaciones de base en orden a los
problemas educativos, debe ser contextualizado en el complejo de la enseñanza
conciliar, y debe ser leído junto a los demás textos aprobados por el Concilio.
La Gravissimum educationis, como declara en su introducción, no debe ser
vista como la respuesta definitiva a todos los problemas de la educación, sino
como un documento que fue entregado a una Comisión especial post-conciliar -
convirtiéndose luego en la Oficina para las Escuelas de la Congregación para la
Educación Católica - para desarrollar ulteriormente los principios de la
educación cristiana, así como también, a las Conferencias Episcopales para
aplicarlos a las distintas situaciones locales. Entre los numerosos elementos de
enlace que la Declaración presenta con los documentos conciliares (referidos a
la liturgia, el ministerio de los obispos, el ecumenismo, el rol de los laicos, las
comunicaciones sociales…), quizás los más significativos conciernen con las
dos Constituciones mayores, Lumen gentium (promulgada el 21 de noviembre
de 1964) y Gaudium et spes (promulgada el 7 de diciembre de 1965). La
Gravissimum educationis hace algunas referencias a la Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen gentium, como también la Constitución pastoral sobre la
Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, en el capítulo II de la
Parte II, (dedicado a La promoción del progreso y la cultura), remite a la
Gravissimum educationis. Por ello, un examen coordinado de los tres
documentos se revela particularmente valioso puesto que ilumina las dos
dimensiones que la educación, asumida en una perspectiva de fe,
necesariamente debe tener presentes: la dimensión secular y la dimensión
teológico-espiritual.
a) Contexto histórico-social y rol de los cristianos
Desde el tiempo del Concilio, el contexto histórico-social ha cambiado
mucho, ya sea a nivel de las visiones del mundo que en las concepciones éticopolíticas. Los años '60 fueron un tiempo de una confiada espera, gracias
justamente a la convocación del Concilio, además del delinearse una mayor
distensión en las relaciones entre los Estados. Con respecto a esa época, el
escenario ha cambiado profundamente. Se ha evidenciado un notable impulso
hacia la secularización. El proceso de globalización, cada vez más acentuado,
en vez de favorecer la promoción del desarrollo de las personas y una mayor
integración entre los pueblos, al contrario parece que limita la libertad de los
individuos y agudiza los contrastes entre los distintos modos de concebir la vida
personal y colectiva (con posiciones oscilantes entre el más rígido
fundamentalismo y el más escéptico relativismo). No menos significativos han
sido algunos fenómenos de naturaleza eminentemente económico-política como
el ataque al Welfare State y a los derechos sociales, el triunfo del liberalismo
con sus nefastas repercusiones a nivel educativo y escolar. No obstante, a pesar
de los cambios ocurridos, con respecto a los años '60, no sólo no han invalidado
el magisterio expresado por el Concilio sobre las temáticas educativas, sino que
han puesto en resalto el alcance profético. Ya sea la Gravissimum educationis,
que la Gaudium et spes (nn. 59-60), contienen orientaciones de grande visión
del futuro y fecundidad histórica, que pueden servir también para afrontar
muchos de los desafíos actuales:
La afirmación de la disponibilidad de la Iglesia para cumplir una obra de
servicio en apoyo a la promoción de las personas y la construcción de una
sociedad cada vez más humana.
El reconocimiento de la instrucción como ‘bien común’.
La reivindicación del derecho universal a la educación y a la instrucción
para todos, que encuentra, además, amplio apoyo en las declaraciones de
organismos internacionales como la Unesco (EFA: Education for All).
El apoyo implícito a todos los hombres y a todas las instituciones
internacionales que, combatiendo por tal derecho, se oponen al imperante
liberalismo.
La tesis según la cual la cultura y la educación no pueden estar sometidas
al poder económico y a sus lógicas.
La llamada al deber que tiene la comunidad y cada uno de sostener la
participación de la mujer en la vida cultural.
La delineación de un contexto cultural de “nuevo humanismo” (GS, n. 55),
con el cual el Magisterio está en constante diálogo[4].
b) Visión teológico-espiritual
La ayuda que el magisterio conciliar ofrece a la dimensión de la educación
cristiana no es menos importante, como formación espiritual y teológica del
bautizado y su conciencia. El n. 2 de la Gravissimum educationis y los nn. 11 y
17 (además de los nn. 35 y 36) de la Lumen gentium contienen algunas
relevantes perspectivas, de las cuales vale la pena notar:
La presentación de la educación cristiana como obra de evangelización/
misión (Lumen gentium, n. 17).
El énfasis según el cual el perfil educativo fundamental para los
bautizados puede ser sólo de orden sacramental: debe ser centrado en el
bautismo y en la Eucaristía (Lumen gentium, n. 11).
La exigencia que, incluso respetando su especificidad, la educación
cristiana proceda junto a la educación humana, para evitar que la vida de fe sea
vivida o sólo percibida separadamente con respecto a las otras actividades de la
vida humana.
La invitación a asumir la educación cristiana en el contexto de fe de una
Iglesia pobre para los pobres (Lumen gentium, n. 8), según aquello que,
además, resulta ser hoy uno de los puntos fuertes del mensaje eclesial.
2. La Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae
La Gravissimum educationis había dedicado una particular atención a las
escuelas y a las universidades católicas, ofreciendo también algunas
orientaciones significativas sobre estos puntos. El documento subrayaba que, en
particular las universidades, debían estar al servicio de la sociedad y no sólo de
la Iglesia, y no distinguirse “por su número, sino por el prestigio de la
ciencia” (Gravissimum educationis, n. 10), ya que mejor vale pocas
universidades católicas excelentes que muchas mediocres. En la visión de los
padres conciliares la finalidad esencial de una instrucción superior católica era
poner a los estudiantes en la condición de asumir con plenitud las
responsabilidades culturales, sociales y religiosas que les habrían sido
solicitadas. En esta óptica, consideraban necesario que las universidades
católicas se esforzaran en promover una auténtica investigación científica.
En el 1990, Juan Pablo II promulgaba la Constitución apostólica Ex corde
Ecclesiae, dirigida a llamar la atención sobre la importancia de una universidad
católica, como instrumento privilegiado para acceder a la verdad sobre la
naturaleza, el hombre y Dios y para favorecer un diálogo sincero entre la Iglesia
y todos los hombres de cualquiera cultura. En línea con la Declaración conciliar,
la Constitución confirmaba que la universidad católica, en cuanto universidad,
está llamada a cumplir de modo digno las funciones de investigación, enseñanza
y servicio cultural propias de una institución académica y, en cuanto católica,
debe a) poseer una inspiración cristiana no sólo por parte de cada persona, sino
también de la comunidad universitaria considerada como tal; b) promover una
incesante reflexión, a la luz de la fe católica, sobre los procesos y las conquistas
del estudio y del conocimiento, aportando, por otro lado, la propia original
contribución; c) permanecer fiel al mensaje cristiano, tal como fue presentado
por la Iglesia; d) ponerse al servicio del pueblo de Dios y de toda la sociedad
humana en el esfuerzo por ellos perseguido para acceder a la verdad.
Juan Pablo II invitó, además, a los miembros de la universidad católica a
tomar conciencia de las implicaciones éticas y morales de sus investigaciones; a
favorecer el diálogo entre las distintas disciplinas para evitar una concepción
cerrada y particularista; y a propiciar la elaboración de una visión sintética de
las cosas, sin poner en discusión la integridad y las metodologías de la misma
disciplina. Una especial relevancia fue dada al diálogo entre los distintos
saberes y la teología, en el sentido que ésta puede ayudar a las otras disciplinas
a profundizar cada una las razones y el significado del propio obrar, así como
los otros saberes, estimulando la investigación teológica para confrontarse con
los problemas de la vida y realizando una mejor comprensión del mundo. El
Papa consideraba necesario que cada universidad católica tuviera una facultad
de teología o, al menos, una cátedra de teología (cfr. Ex corde Ecclesiae, n.19).
Si pensamos a la situación de fragmentación en la que hoy se encuentra el
saber académico, es evidente que la idea de Juan Pablo II de un centro de
estudios superiores que, fiel a su originaria vocación, incentive la confrontación
entre los distintos sectores disciplinales, se revelaría de urgente actualidad y
podría ofrecer preciosas indicaciones a quien trabaja en el sector de la
instrucción superior.
II. ¿CUÁL ESCUELA Y UNIVERSIDAD CATÓLICA?
A la luz del Magisterio de la Iglesia y frente a las necesidades y a los
desafíos de la sociedad de hoy, ¿cómo tienen que ser la escuela y la universidad
católica?
Escuela y universidad son lugares de educación a la vida, al desarrollo
cultural, a la formación profesional, al compromiso por el bien común;
representan una ocasión y una oportunidad para comprender el presente y para
imaginar el futuro de la sociedad y de la humanidad. Raíz de la propuesta
formativa es el patrimonio espiritual cristiano, en constante diálogo con el
patrimonio cultural y las conquistas de la ciencia. Escuelas y universidades
católicas son comunidades educativas donde la experiencia de aprendizaje se
nutre de la integración de investigación, pensamiento y vida.
1. Construir un contexto educativo
La escuela y la universidad católica educan, ante todo, a través del contexto
de vida, el clima que los estudiantes y los enseñantes crean en el ambiente que
desarrollan las actividades de instrucción y aprendizaje. Tal clima está
entretejido por los valores no sólo afirmados, sino experimentados en la calidad
de las relaciones interpersonales que unen a los enseñantes y los alumnos, y a
los alumnos entre ellos, por el cuidado que los profesores ponen con respecto a
las necesidades de los estudiantes y a las exigencias de la comunidad local, por
el límpido testimonio de vida ofrecido por los enseñantes y todo el personal de
las instituciones educativas.
Más allá de la pluralidad de los contextos culturales y de la variedad de las
posibilidades educativas y los condicionamientos en los que se obra, hay
algunos elementos de calidad que una escuela y una universidad católica tienen
que saber expresar:
el respeto de la dignidad de cada persona y su unicidad (por lo tanto, el
rechazo de una educación e instrucción de masa que hacen manipulable la
persona humana o la reducen a número);
la riqueza de oportunidades ofrecidas a los jóvenes para crecer y
desarrollar las propias capacidades y dotes;
una equilibrada atención por los aspectos cognitivos, afectivos, sociales,
profesionales, éticos, espirituales;
el estímulo para que cada alumno pueda desarrollar sus talentos, en un
clima de cooperación y solidaridad;
la promoción de la investigación como compromiso riguroso frente a la
verdad, con la conciencia de los límites del conocimiento humano, pero también
con una gran apertura mental y de corazón;
el respeto de las ideas, la apertura a la confrontación, la capacidad de
discutir y colaborar en un espíritu de libertad y atención por la persona.
2. Introducir a la investigación
La escuela y la universidad son lugares que introducen a los saberes y a la
dimensión de la investigación científica. Una de las principales
responsabilidades de los enseñantes es acercar las jóvenes generaciones al
conocimiento y a la comprensión de las conquistas del conocimiento y sus
aplicaciones. Pero el compromiso por conocer e investigar no va separado del
sentido ético y de lo transcendente. No hay verdadera ciencia que pueda
descuidar sus consecuencias éticas y no hay verdadera ciencia que aleje de la
transcendencia. Ciencia y eticidad, ciencia y transcendencia no se excluyen
recíprocamente, pero se conjugan para una mayor y mejor comprensión del
hombre y de la realidad del mundo.
3. Hacer de la enseñanza un instrumento de educación
El “modo” de cómo se aprende pareciera ser hoy más relevante que el
“qué” se aprende, como también el modo de enseñar parece más importante que
los contenidos de la enseñanza. Una enseñanza que sólo promueva el aprender
repetitivo, que no favorezca la participación activa de los estudiantes, que no
encienda su curiosidad, no es suficientemente desafiante para generar la
motivación. Aprender a través de la investigación y la solución de problemas
educa capacidades cognitivas y mentales diferentes, más significativas de
aquellas de una simple recepción de informaciones; también estimula a una
modalidad de trabajo colaborativo. No va, en cambio, subestimado el valor de
los contenidos del aprendizaje. Si no es indiferente el cómo un alumno aprende,
no lo es tampoco el qué. Es importante que los enseñantes sepan seleccionar y
proponer a la consideración de los alumnos los elementos esenciales del
patrimonio cultural acumulados en el tiempo y el estudio de las grandes
cuestiones que la humanidad debió y debe afrontar. De lo contrario, se corre el
riesgo de una enseñanza orientada a ofrecer sólo lo que hoy se considera útil,
porque lo requiere una contingente demanda económica o social, pero que se
olvida de lo que es para la persona humana indispensable.
La enseñanza y el aprendizaje representan los dos términos de una relación
que no es sólo entre un objeto de estudio y una mente que aprende, sino entre
personas. Tal relación no puede basarse en relaciones sólo técnicas y
profesionales, más bien debe nutrirse de estima recíproca, confianza, respeto,
cordialidad. El aprendizaje que se realiza en un contexto donde los sujetos
perciben un sentido de pertenencia es muy diferente de un aprendizaje realizado
en un entorno de individualismo, de antagonismo o de frialdad recíproca.
4. La centralidad de la persona que aprende
La escuela, particularmente la universidad, están comprometidas para
ofrecer a los estudiantes una formación que los habilite a entrar en el mundo del
trabajo y en la vida social con competencias adecuadas. Sin embargo, por
cuanto sea indispensable, no es suficiente. Una buena escuela y una buena
universidad se miden también por su capacidad de promover a través de la
instrucción un aprendizaje cuidadoso a desarrollar competencias de carácter
más general y de nivel más elevado. El aprendizaje no es sólo asimilación de
contenidos, sino oportunidad de auto-educación, de compromiso por el propio
perfeccionamiento y por el bien común, de desarrollo de la creatividad, de
deseo de aprendizaje continuo, de apertura hacia los demás. Pero también puede
ser una ocasión para abrir el corazón y la mente al misterio y a la maravilla del
mundo y de la naturaleza, a la conciencia y a la autoconciencia, a la
responsabilidad por la creación, a la inmensidad del Creador.
En particular, la escuela no sería un ambiente de aprendizaje completo, si
cuanto el alumno aprende no se convirtiera también en ocasión de servicio a la
propia comunidad. Aprender, todavía hoy, está considerado por muchos
estudiantes una obligación o una imposición. Es probable que esto dependa
también de la incapacidad de la escuela en comunicar a los alumnos, además de
los conocimientos, la pasión que es el motor de la investigación. Cuando los
estudiantes tienen la oportunidad de experimentar que cuanto aprenden es
importante para su vida y para la comunidad a la cual pertenecen, su motivación
cambia. Es oportuno que los enseñantes propongan a los estudiantes ocasiones
para experimentar la repercusión social de cuanto están estudiando,
favoreciendo en tal modo el descubrimiento del vínculo entre escuela y vida, y
el desarrollo del sentido de responsabilidad y ciudadanía activa.
5. La diversidad de la persona que aprende
Los enseñantes están llamados a afrontar un gran desafío educativo, el
reconocimiento, respeto, valorización de la diversidad. Las diversidades
psicológicas, sociales, culturales, religiosas no deben ser escondidas o negadas,
más bien deben ser consideradas como oportunidad y don. Del mismo modo, las
diversidades vinculadas a la presencia de situaciones de particular fragilidad
bajo el perfil cognitivo o de la autonomía física, deben ser siempre reconocidas
y acogidas, para que no se transformen en desigualdades problemáticas. No es
fácil para la escuela y la universidad ser “inclusivas”, abiertas a las
diversidades, ser capaces realmente de poder ayudar a quién está en dificultad.
Es necesario que los enseñantes sean disponibles y profesionalmente
competentes a conducir clases donde la diversidad es reconocida, aceptada,
apreciada como un recurso educativo para el mejoramiento de todos. Quien
tiene más dificultades, es más pobre, frágil, necesitado, no tiene que ser
percibido como un disturbo o un obstáculo, sino como el más importante de
todos, al centro de la atención y de la ternura de la escuela.
6. El pluralismo de las instituciones educativas
Las escuelas y las universidades católicas llevan adelante su tarea, que es
misión y servicio, en contextos culturales y políticos muy diferentes, en algunos
casos viendo reconocida y apreciada su obra, en otros casos teniendo que
enfrentar graves dificultades económicas y hostilidad, que algunas veces pueden
desembocar en formas de violencia. Las modalidades de la presencia en los
distintos Estados y regiones del mundo varía en cada situación, pero las razones
de la acción educativa no cambian. Una comunidad escolar que se basa en los
valores de la fe católica traduce en su organización y en su currículo la visión
personalista propia de la tradición humanístico-cristiana, no en contraposición,
sino en diálogo con las otras culturas y religiones.
Es realmente importante que las instituciones educativas católicas sepan
dialogar con las otras instituciones escolares presentes en los países donde
obran, en una dimensión de escucha y confrontación constructiva, para el bien
común.
Hoy tales instituciones difundidas en el mundo son frecuentadas por una
mayoría de alumnos que pertenecen a distintas religiones, a distintas
nacionalidades y culturas. La característica confesional de ellos no tiene que ser
una barrera, al contrario, tiene que ser condición de diálogo intercultural,
ayudando a cada alumno a crecer en humanidad, responsabilidad cívica, además
del aprendizaje.
7. La formación de los enseñantes
La importancia de las tareas educativas de la escuela y la universidad
explica cuánto sea crucial el tema de la preparación de los enseñantes, de los
dirigentes y de todo el personal que tiene responsabilidad en el campo de la
instrucción. La competencia profesional representa la condición para que se
pueda manifestar mejor la dimensión educativa de la acogida. A los docentes y a
los dirigentes se les pide mucho. Se desea que tengan la capacidad de crear, de
inventar y de gestionar ambientes de aprendizaje ricos en oportunidades; se
quiere que ellos sean capaz de respetar las diversidades de las ‘inteligencias’ de
los estudiantes y de conducirlos a un aprendizaje significativo y profundo; se
solicita que sepan acompañar a los alumnos hacia objetivos elevados y
desafiantes, demostrar elevadas expectativas hacia ellos, participar y relacionar
a los estudiantes entre de ellos y con el mundo… Quién enseña tiene que saber
perseguir al mismo tiempo muchos objetivos diferentes, saber afrontar
situaciones problemáticas que solicitan una elevada profesionalidad y
preparación. Para poder responder a tales expectativas es necesario que dichas
tareas no se dejen a la responsabilidad individual, sino que se ofrezca un
adecuado apoyo a nivel institucional y que a la guía no haya burócratas sino
líderes competentes.
III. LOS DESAFÍOS EDUCATIVOS HOY Y MAÑANA
El corazón de la educación católica es siempre la persona de Jesucristo.
Todo lo que sucede en la escuela católica y en la universidad católica debería
conducir al encuentro del Cristo vivo. Si examinamos los grandes desafíos
educativos que se presentan en el horizonte, tenemos que recordar que Dios se
hizo hombre en la historia de los hombres, en nuestra historia.
La escuela y la universidad católica como sujeto de la Iglesia de hoy, son
una realidad de presencia, de acogida, de propuesta de fe y acompañamiento
espiritual de los jóvenes que lo desean; se abren a todas y a todos, y defienden
ya sea la dignidad humana que la difusión del conocimiento sobre bases
sociales y no de mérito.
Tales instituciones son, ante todo, lugares donde la transmisión de los
conocimientos es central. Sin embargo, el mismo conocimiento ha sufrido
evoluciones importantes para nuestra pedagogía. En efecto, asistimos a una gran
diferenciación, privatización y hasta a una expropiación del conocimiento.
La escuela y la universidad son, igualmente, ambientes de vida, donde se
dona una educación integral, incluida aquella religiosa. El desafío consistirá en
hacer ver a los jóvenes la belleza de la fe en Jesucristo y la libertad del creyente,
en un universo multireligioso. En cada ambiente, acogedor o menos, el
educador católico será un testigo creíble.
Los que trabajan con tal fe, con la pasión y la competencia, no pueden ser
olvidados; ellos merecen toda nuestra consideración y nuestro incentivo.
Tampoco tenemos que olvidar que, en su mayoría, esta misión educativa e
implicación profesional están sostenidas principalmente por las mujeres.
En primer lugar, tenemos que reformular la antropología que se encuentra
en la base de nuestra visión de educación del siglo XXI. Se trata de una
antropología filosófica que tiene que ser una antropología de la verdad. Una
antropología social, es decir, donde se concibe el hombre en sus relaciones y en
su modo de existir. Una antropología de la memoria y de la promesa. Una
antropología que hace referencia al cosmos y que se preocupa por el desarrollo
sostenible. Y aún más, una antropología que hace referencia a Dios. La mirada
de fe y esperanza, que es su fundamento, escruta la realidad para descubrir en
ella el proyecto escondido de Dios. Partiendo así de una reflexión profunda
sobre el hombre moderno y nuestro mundo actual, nosotros deberíamos
reformular nuestra visión sobre la educación.
Los jóvenes que nosotros educamos se preparan al liderazgo de los años
2050. ¿Cuál será la contribución de la religión a la educación a la paz, al
desarrollo, a la fraternidad de la comunidad humana universal? ¿Cómo
educaremos a la fe y en la fe? ¿Cómo podemos crear las condiciones
preliminares para acoger el don, para educar a la gratitud, a la capacidad de
asombrarse, a los interrogantes, para desarrollar el deseo de justicia y de
coherencia? ¿Cómo educaremos a la oración?
La educación necesita una gran alianza entre los padres y todos los
educadores para proponer una vida plena, buena, rica en sentido, abierta a Dios,
a los demás y al mundo. Esta alianza es aún más necesaria porque la educación
es una relación personal. Ella es un proceso que revela los trascendentales de la
fe, de la familia, de la Iglesia y de la ética, insistiendo en la dimensión
comunitaria.
La educación no es sólo conocimiento, es también experiencia. Ella enlaza
saber y actuar, establece la unidad de los saberes y busca la coherencia del
saber. Ella comprende el campo afectivo y emocional, también tiene una
dimensión ética: saber hacer y saber lo que queremos hacer, osar transformar la
sociedad y el mundo, y servir la comunidad.
La educación está basada en la participación. La inteligencia compartida y
la interdependencia de las inteligencias, el diálogo, el don de sí mismo, el
ejemplo, la cooperación, la reciprocidad son igualmente elementos importantes.
1. Los desafíos de la escuela católica
La educación se encuentra hoy en un contexto de rápidos cambios.
También la generación a la que ella se dirige cambia velozmente, por lo tanto,
cada educador se afronta continuamente a situaciones que, como afirmó el Papa
Francisco, “ponen desafíos nuevos que a veces hasta son difíciles de
comprender”[5].
En el corazón de los cambios del mundo que estamos llamados a acoger,
amar, descifrar y evangelizar, la educación católica tiene que contribuir al
descubrimiento del sentido de la vida y hacer nacer nuevas esperanzas para hoy
y el futuro.
a) El desafío de la identidad
Es urgente redefinir la identidad de la escuela católica para el siglo XXI.
Para ello puede dar una notable contribución el redescubrimiento de los
documentos de la Congregación para la Educación Católica[6], junto a la
experiencia acumulada a lo largo del tiempo en la enseñanza católica, ya sea en
las escuelas diocesanas que en las de las congregaciones religiosas. Esta
experiencia se apoya en tres pilares: la tradición del Evangelio, la autoridad y la
libertad.
El educador de nuestros tiempos ve renovada su misión, que tiene como
gran objetivo ofrecer a los jóvenes una educación integral y un
acompañamiento en el descubrimiento de su libertad personal, don de Dios.
La pobreza espiritual y la disminución del nivel cultural comienzan a pesar,
inclusive dentro de las escuelas católicas. En muchos casos registramos un
problema de autoridad. No se trata tanto de una cuestión de disciplina - los
padres aprecian mucho las escuelas católicas por su disciplina. ¿Pero los
responsables de algunas escuelas católicas tienen todavía una palabra para
decir? ¿La autoridad de ellos se basa en las reglas formales o en la autoridad de
su testimonio? Si se quiere evitar un progresivo empobrecimiento es necesario
que las escuelas católicas sean dirigidas por personas y equipos inspirados en el
Evangelio, formadas en la pedagogía cristiana, unidos al proyecto educativo de
la escuela católica, y no sometidos a la seducción de lo que está de moda, de lo
que viene, por así decir, vendido mejor.
El hecho que los alumnos de numerosas escuelas católicas pertenezcan a
una pluralidad de culturas exige a nuestras instituciones ampliar el anuncio más
allá del círculo de los creyentes, no sólo con palabras, sino con la fuerza de la
coherencia de vida de los educadores. Enseñantes, dirigentes, personal
administrativo, toda la comunidad profesional y educativa está llamada a
ofrecer, con humildad y cercanía, una propuesta amable de la fe. El modelo es
el de Jesús con los discípulos de Emaús: partir de la experiencia de vida de los
jóvenes, pero también de aquella de los colegas, ponerse en una disposición de
servicio incondicional. En efecto, una de las características distintivas de la
escuela católica del mañana como también del pasado, tendrá que permanecer la
educación al servicio y al don gratuito de sí mismo.
b) El desafío de la comunidad educativa
Frente al individualismo que consume nuestra sociedad, se hace cada vez
más importante que la escuela católica sea una verdadera comunidad de vida
animada por el Espíritu Santo. El clima familiar, acogedor, de los docentes
creyentes, a veces en minoría, junto al compromiso común de todos aquellos
que tienen una responsabilidad educativa, de cualquier creencia o convicción
ellos sean, puede hacer superar los momentos de desorientación y desaliento,
abriendo una perspectiva de esperanza evangélica. La red compleja de las
relaciones interpersonales constituye la fuerza de la escuela cuando expresa el
amor a la verdad, por ende, los educadores creyentes deben ser sostenidos para
que puedan ser la levadura y la fuerza serena de la comunidad que se construye.
Para que esto sea posible se debe dar una particular atención a la formación
y a la selección de los jefes de instituto. Ellos no son sólo los responsables de la
institución escolar son también el referente frente a su Obispo de la
preocupación pastoral. Los dirigentes tienen que ser los líderes que hacen vivir
la educación como una misión compartida, que acompañan y organizan los
docentes, que promueven estímulo y apoyo recíproco.
Otro terreno desafiante para las escuelas católicas es la relación con las
familias. Una gran parte de ellas está en crisis y necesita acogida, solidaridad,
participación, hasta formación.
Docentes, padres y jefes de instituto forman, juntos a los alumnos, una gran
comunidad educativa llamada a cooperar con las instituciones de la Iglesia. La
formación continua tiene que concentrarse en la promoción de una comunidad
justa y solidaria, sensible con respecto a las necesidades de las personas, capaz
de crear mecanismos de solidaridad con los jóvenes y las familias más pobres.
c) El desafío del diálogo
El mundo, en su pluralidad, espera más que nunca ser orientado hacia los
grandes valores del hombre, de la verdad, del bien y de lo bello. Ésta es la
perspectiva que la escuela católica tiene que asumir con respecto a los jóvenes,
a través del diálogo, proponiéndoles una visión del Otro y del otro, que sea
abierta, pacífica, fascinante.
En la relación con los jóvenes, a veces, la asimetría crea distancia entre
educador y educando. Hoy se aprecia más la circularidad que se establece en la
comunicación entre el docente y el alumno, mucho más abierta de un tiempo,
mucho más favorable a la escucha recíproca. Este no significa que los adultos
deban renunciar a representar un punto de referencia de autoridad; pero es
necesario saber distinguir entre una autoridad exclusivamente vinculada a un
rol, a una función institucional, de la autoridad que deriva de la credibilidad de
un testimonio.
La comunidad escolar es una comunidad que aprende a mejorarse, gracias
al diálogo permanente que los educadores tienen entre ellos, que los docentes
entretejen con sus alumnos, y que los mismos alumnos experimentan en sus
relaciones.
d) El desafío de la sociedad del aprendizaje
No hay que olvidar que el todo aprendizaje no se realiza sólo en la escuela.
Al contrario, en el contexto actual, fuertemente caracterizado por la penetración
de los nuevos lenguajes tecnológicos y de las nuevas oportunidades de
aprendizaje informal, la escuela perdió su antigua primacía formativa. Nuestra
época fue definida como la época del conocimiento. Hoy se habla de economía
del saber. Por un lado se les solicita a los jóvenes un nivel de aprendizaje y una
capacidad de aprender desconocidos en el pasado, por otro lado la escuela se
enfrenta con una realidad donde las informaciones son cada vez más
ampliamente disponibles, masivas y no controlables. Se necesita cierta
humildad para considerar lo que la escuela puede hacer, en un tiempo como el
nuestro, donde las redes sociales son cada vez más importantes, las ocasiones de
aprendizaje afuera de la escuela son siempre mayores y más incisivas. Desde el
momento que, ya hoy, la escuela no es más el único ambiente de aprendizaje
para los jóvenes, ni tampoco el principal, y las comunidades virtuales ganan una
relevancia muy significativa, se le presenta a la educación escolar un nuevo
desafío: ayudar a los estudiantes a construirse los instrumentos críticos
indispensables para no dejarse dominar por la fuerza de los nuevos instrumentos
de comunicación.
e) El desafío de la educación integral
Educar es mucho más que instruir. El hecho que la Unión Europea, la
OECD y el Banco Mundial pongan el acento en la razón instrumental y la
competitividad, que tengan una concepción puramente funcional de la
educación, como si ella tuviera que legitimarse sólo si está al servicio de la
economía de mercado y del trabajo; todo esto reduce fuertemente el contenido
pedagógico de muchos documentos internacionales, algo que también
encontramos en numerosos textos de los ministerios de la educación. La escuela
no debería ceder a esta lógica tecnocrática y económica, incluso si se encuentra
bajo la presión de poderes externos y está expuesta a intentos de
instrumentalización por parte del mercado, y esto vale mucho más para la
escuela católica. No se trata de minimizar las solicitudes de la economía o la
gravedad de la desocupación, sino de respetar la persona de los estudiantes en
su integridad, desarrollando una multiplicidad de competencias que enriquecen
la persona humana, la creatividad, la imaginación, la capacidad de asumirse
responsabilidades, la capacidad de amar el mundo, de cultivar la justicia y la
compasión.
La propuesta de la educación integral, en una sociedad que cambia tan
rápidamente, exige una reflexión continua capaz de renovarla y de hacerla cada
vez más rica en calidad. Se trata, en todo caso, de una toma de posición clara: la
educación que la escuela católica promueve no tiene por objetivo la
meritocracia de una elite. Aunque sea importante la búsqueda de la calidad y la
excelencia, nunca hay que olvidar que los alumnos tienen necesidades
específicas, a menudo viven situaciones difíciles, y merecen una atención
pedagógica que responda a sus exigencias. La escuela católica tiene que
introducirse en el debate de las instancias mundiales sobre la educación
inclusiva y aportar[7], en este ámbito, su experiencia y su visión educativa.
Hay un número creciente de alumnos heridos en su infancia. El fracaso
escolar aumenta y solicita una educación preventiva, como también una
formación específica para los enseñantes.
Hoy se pide a los sistemas escolares de promover el desarrollo de las
competencias, no sólo de transmitir conocimientos. El paradigma de la
competencia, interpretado según una visión humanística, va más allá de la
adquisición de conocimientos específicos o habilidades. Concierne todo el
desarrollo de los recursos personales del estudiante y crea un vínculo
significativo entre la escuela y la vida. Es importante que la educación escolar
valorice no sólo las competencias relativas a los ámbitos del saber y del saber
hacer, sino también aquellas del vivir junto a los demás y del crecer en
humanidad. Hay competencias por ejemplo del tipo reflexivo, donde se es autor
responsable de los propios actos, intercultural, deliberativa, de la ciudadanía,
que aumentan de importancia en el mundo globalizado y nos conciernen
directamente, como también las competencias en términos de conciencia, de
pensamiento crítico, de acción creadora y trasformadora.
f) El desafío de la falta de medios y de recursos
Las escuelas no subvencionadas por el Estado conocen dificultades
financieras en aumento para asegurar el servicio a los más pobres en un
momento marcado por una profunda crisis económica y en el cual la elección de
nuevas tecnologías es inevitable pero cara. Todas las escuelas, subvencionadas o
no, tienen que afrontar una fractura social en aumento, como consecuencia de la
crisis económica. Es cierto que se impone la adopción de una pedagogía
diferenciada, que se dirija a todos. Pero esta elección necesita recursos
financieros, que la hagan realizable, y recursos humanos, constituidos por
enseñantes y dirigentes bien formados. De todos modos no hay dudas que la
apertura misionera hacia las nuevas pobrezas no sólo hay que salvaguardar,
también hay que estimular ulteriormente.
La “profesión de enseñante” es una vocación que tenemos que animar. Los
enseñantes se ven solicitados por tareas cada vez más numerosas. En algunos
países es difícil encontrar jefes de instituto. Para algunas materias, es difícil
encontrar enseñantes: muchos jóvenes eligen un trabajo dentro de una empresa
esperando ser mejor remunerado. Se suma a esto que los docentes no gozan más
del apresamiento social y que sus tareas se ven recargadas por los deberes
administrativos cada vez más numerosos. Eso conduce a algunos jefes de
instituto a estimular la disponibilidad y el servicio voluntario. Uno de los
desafíos será motivar y animar a los voluntarios en su don incondicional.
g) Desafíos pastorales
Una parte creciente de los jóvenes se está distanciando de la Iglesia
institucional. La ignorancia o el analfabetismo religioso crecen. Una educación
católica es una misión contracorriente. ¿Cómo educar a la libertad de
conciencia, tomando posición frente a un campo inmenso de convicciones y
valores de una sociedad globalizada?
En las escuelas católicas de muchos países faltan las orientaciones
pastorales adecuadas para el clima multireligioso en el cual están llamadas a
evangelizar.
Con respecto a los educadores, nos encontramos frente al hecho que la
“desculturación” limita el conocimiento de ellos sobre las herencias culturales.
El fácil acceso a las informaciones hoy abundantemente disponibles, no
acompañado de una conciencia crítica en su selección, está favoreciendo una
notable superficialidad ya sea entre los estudiantes que entre muchos docentes,
un empobrecimiento no sólo de la razón, sino también de la propia capacidad de
imaginación, de pensamiento creativo.
El número de educadores y enseñantes creyentes disminuye, eso hace más
raro el testimonio. ¿Cómo hacer nacer el vínculo con la persona de Cristo en
esta nueva situación escolar?
En algunas Conferencias Episcopales la enseñanza católica no ha sido
considerada entre las prioridades pastorales. Sólo cuando la crisis alcanza a las
parroquias que dichas Coferencias reconocen que la escuela católica, a menudo,
es el único punto donde los jóvenes encuentran mensajeros del Buena Nueva.
En muchos casos, esta escuela se ha convertido en una escuela abierta al
pluralismo cultural y religioso, y en algunos países, ahora faltan sacerdotes,
religiosos y religiosas. Se trata de una situación inédita, que solicita la presencia
de laico comprometidos, preparados, disponibles a un empeño muy exigente.
Esta conciencia condujo, en muchos casos, a los laicos católicos a organizarse
entre ellos, pero a menudo, junto a su compromiso, se encuentra una
desconfianza hacia la Iglesia institucional, que se desinteresó de la escuela
católica. Uno de los grandes desafíos será, por lo tanto, para algunas
Conferencias Episcopales, redefinir con urgencia las relaciones con los laicos,
en la perspectiva de un servicio del anuncio del Evangelio. Es urgente que los
Obispos redescubran como, entre las modalidades de la evangelización, un
puesto importante es la formación religiosa de las nuevas generaciones, y la
escuela es un instrumento precioso de este servicio.
h) El desafío de la formación religiosa de los jóvenes
En algunos países, los cursos de religión católica están amenazados, corren
el riesgo de desaparecer del curso de estudios. Ya que tales cursos están bajo la
competencia de los Obispos, urge recordar la importancia de no descuidar tal
enseñanza, que sin duda alguna debe ser continuamente renovada.
El curso de religión presupone un profundo conocimiento de las reales
exigencias de los jóvenes, porque será este conocimiento que representará la
base sobre la cual construir el anuncio, si bien debe ser conocida y respetada la
diferencia entre el “saber” y el “creer”.
Ya que en muchos países la población de las escuelas católicas está
caracterizada por la multiplicidad de las culturas y las creencias, la formación
religiosa en las escuelas tiene que partir de la conciencia del pluralismo
existente y saber actualizarse constantemente. El panorama es muy diferente y
las modalidades de presencia no pueden ser las mismas. En algunas realidades
el curso de religión podrá constituir el espacio del primer anuncio; en otras
situaciones, los educadores ofrecerán experiencias de interioridad, de oración,
de preparación a los sacramentos para los estudiantes, y los invitarán a
comprometerse en los movimientos juveniles o en un servicio social
acompañado.
Ante las instancias internacionales que se ocupan cada vez más de temas
religiosos, será importante que las Conferencias Episcopales sepan formular sus
propuestas de cursos capaces de proporcionar un conocimiento y aprendizaje
crítico de todas las religiones presentes en nuestra sociedad. Y que sepan
distinguir con claridad la especificidad de los cursos de religión y aquellos de
educación a la ciudadanía responsable. De lo contrario, ¿serán los gobiernos
que harán sus propuestas, sin la contribución de la visión cristiana y católica en
los currículos escolares, en vista de la formación del ciudadano libre, capaz de
ser solidario, compasivo, responsable hacia la comprensión y los interrogantes
humanos?
i) Los desafíos específicos para una sociedad multireligiosa y multicultural
El multiculturalismo y la multireligiosidad de los estudiantes que
frecuentan las escuelas católicas, interpelan a todos los responsables del
servicio educativo. Cuando la identidad de las escuelas se debilita, emergen
numerosos problemas, relacionados a la incapacidad de interactuar con estos
nuevos fenómenos. La respuesta no puede ser refugiarse en la indiferencia,
tampoco adoptar un tipo de fundamentalismo cristiano, menos todavía declarar
la escuela católica como una escuela de valores ‘genéricos’.
Uno de los desafíos más importantes, será pues, favorecer en los enseñantes
una gran apertura cultural y, al mismo tiempo, una similar disponibilidad al
testimonio, para que sepan trabajar conscientes y atentos del contexto que
caracteriza la escuela y, sin tibiezas ni integrismo, enseñar lo que saben y
testimoniar lo que creen. Para que sepan interpretar así su profesión, es
importante que sean formados al diálogo entre fe y cultura y al diálogo
interreligioso. No podría existir un verdadero diálogo si los mismos profesores
no son formados y acompañados en la profundización de su fe, de sus
convicciones personales.
Una oportunidad que no hay que subestimar, para los alumnos que
aprenden en contextos tan pluralistas, es la de promover la colaboración de los
estudiantes de distintas convicciones religiosas, en iniciativas de servicio social.
¿No sería deseable, al menos como condición mínima, que todas las escuelas
católicas propusieran a sus jóvenes estudiantes, la experiencia de un servicio
social, acompañado por sus profesores o eventualmente por sus padres?
j) El desafío de la formación permanente de los enseñantes
En un contexto cultural de este tipo, la formación de los enseñantes es
determinante y solicita rigor y profundización, sin los cuales la enseñanza sería
considerada poco creíble, poco confiable y por lo tanto innecesaria. Tal
formación es urgente, si queremos poder contar, en un futuro, con enseñantes
comprometidos y preocupados por la identidad evangélica del Proyecto
Educativo y de su realización. En efecto, no es deseable que en las escuelas
católicas exista “una doble población” de enseñantes; se necesita, en cambio,
que trabaje un cuerpo docente homogéneo, disponible a aceptar y a compartir
una definida identidad evangélica y un coherente estilo de vida.
k) Los lugares y los recursos de esta formación
¿Quién puede garantizar este tipo de formación? ¿Se pueden localizar
algunos lugares dedicados a esta tarea? ¿Dónde podemos encontrar formadores
para este tipo de enseñantes?
Presentamos algunas posibles sugerencias:
la estructura nacional y su oficina nacional.
la estructura diocesana: los vicarios o los directorios diocesanos para la
enseñanza en colaboración o en asociación con institutos de formación. Se
debería reflexionar sobre la posibilidad de agrupar en una única estructura
diocesana la formación de los laicos con cargos eclesiales y la formación de los
enseñantes de religión. Si bien esta elección responde a una política de
fortalecimiento de la identidad, pero deja abierto un interrogante no simple:
¿cómo adaptar una formación de este tipo a las exigencias presentes en el
contexto de aprendizaje escolar? No se debe olvidar que los enseñantes tienen
una específica dimensión profesional, con características peculiares que la
formación debería tener en cuenta;
las congregaciones religiosas.
las universidades o los institutos católicos.
las parroquias, los decanatos o los monasterios como centros para retiros y
acompañamiento espiritual de los educadores.
los network, la formación a distancia.
l) Algunos desafíos de orden jurídico
Existe una fuerte tendencia por parte de algunos gobiernos a marginar la
escuela católica a través de una serie de reglas y leyes que a veces pisotean la
libertad pedagógica de las escuelas católicas. En algunos casos los gobiernos
esconden su adversidad con el hecho que cuentan con recursos insuficientes. En
estas situaciones la existencia de las escuelas católicas no está garantizada.
Otra amenaza, que podría emerger nuevamente, se refiere a las reglas de la
no discriminación. Bajo la cobertura de una discutible ‘laicidad’ se esconde la
aversión hacia una educación explícitamente orientada a los valores religiosos,
que debe ser reconducida a la esfera de la ‘vida privada’.
2. Los desafíos de la educación superior católica
¿Los desafíos relativos a la educación superior católica, la educación
universitaria, son completamente diferentes de aquellos encontrados en la
escuela católica, en los distintos niveles primarios y secundarios? En la mayor
parte coinciden con los desafíos mencionados anteriormente. También para las
universidades, en efecto, se debe reconocer que las cuestiones fundamentales
que debe confrontar hoy el mundo de la educación están principalmente
vinculadas, en un modo o en otro, a los nuevos contextos culturales, hasta
sociológicos, en las que viven nuestras sociedades y de donde provienen los
estudiantes que son acogidos en los distintos ambientes de la enseñanza
católica.
Existen diversidades sistémicas y estructurales que se refieren a las
diferencias entre las instituciones de la educación superior en términos de
dimensiones, fundamentos históricos y legislativos, así como en términos de
distintas modalidades de governance (gestión de gobierno). Hay, también,
diversidades programáticas y de procedimiento, en los niveles formativos, en la
investigación y en las modalidades que se desarrollan las actividades. Hay, por
fin, diversidad de status y prestigio asociado a cada institución, como también
diversidad en la tipología de estudiantes y personal académico.
Los procesos de diferenciación deben ser vistos como respuesta a los
cambios y a los desafíos que han interesado los sistemas de instrucción superior
en los últimos treinta años. En tal período se pasó de una universidad de elite a
una de “acceso generalizado”, y aumentó fuertemente el pedido que la
universidad responda a la exigencia social y sea factor de desarrollo económico.
Por todos lados, el desafío que deriva de estas tendencias pone problemas
comunes, es decir: ¿cómo conciliar estos cambios que conciernen el rol de la
universidad con los valores que han caracterizado la tradición universitaria?
¿Cómo reafirmar la centralidad de la investigación científica y la formación del
capital humano a elevada cualificación, teniendo presente que para responder a
la exigencia social las universidades tienen que convertirse en lugar no sólo de
elaboración sino también de circulación del conocimiento, instrumentos de
crecimiento económico y no sólo cultural y civil?
La respuesta de los gobiernos a tales cuestiones fue diferenciar los sistemas
a nivel de currículo y títulos académicos o bien, creando nuevas funciones
dentro de las instituciones, como también articulando los sistemas de
instrucción superior en función de las exigencias cada vez más complejas del
mercado del trabajo.
Ante de estos procesos de cambio todavía en marcha, es natural la
reconsideración de los objetivos y de las funciones de las mismas universidades,
quienes junto a las funciones puramente científicas, de investigación y de
didáctica ven al lado también la función de servicio al territorio, convirtiéndose
en un punto de referencia o un tipo de agencia de análisis que apoya a los toman
las decisiones socio-político-económicas.
Estos cambios hacen necesario redefinir la idea de universidad. También la
educación superior católica no puede eximirse de este esfuerzo y en tal
contexto, está llamada a precisar mejor la propia identidad y las propias tareas
específicas, académicas y científicas.
a) Internacionalización de los estudios universitarios
En los años recientes se fue acentuando cada vez más la dimensión
internacional de la instrucción superior, con acuerdos entre países o
universidades, respaldada por instrumentos y programas creados por los
organismos internacionales a nivel de los distintos continentes o a nivel
mundial. Las experiencias realizadas en este campo están caracterizadas por
diferentes aspectos, como: una más amplia oferta formativa, el creciente
número de estudiantes procedentes de otros países, la innovación de las
metodologías didácticas, de los procedimientos de gestión de los procesos
formativos y de la investigación. Los cursos de licenciatura conjuntos entre
distintas universidades son un eficaz instrumento de internacionalización ya que
permiten el intercambio de ideas y experiencias, favorece el encuentro de
personas (estudiantes, docentes, investigadores, personal administrativo)
procedentes de culturas y tradiciones diferentes, permiten desarrollar las
experiencias aplicadas de universidades con diferentes misiones, visiones y
perfiles. Éste es un fenómeno nuevo en aumento que pone a las instituciones no
pocos interrogantes con respecto a la acogida, los métodos de enseñanza, el
aprendizaje y la investigación.
b) La utilización de los recursos online en los estudios universitarios
En la sociedad contemporánea se hace una utilización intensa y
omnipresente de las aplicaciones de red en la gestión personal del
conocimiento. En los últimos años el tema de la competencia digital, en sus
diferentes aspectos, fue objeto de atención creciente. En varios documentos y
comunicaciones, los organismos internacionales han subrayado la relevancia de
esta competencia en el ámbito del Lifelong Learning (formación permanente) y
de la participación a la llamada “sociedad de la información”. ¿Pero qué quiere
decir ser una persona culta o, simplemente, instruida en el siglo XXI? La
cuestión va más allá del preparar al futuro a los jóvenes del mañana para
trabajos y desafíos que todavía no existen, sino que concierne el ser ciudadanos
conscientes, independientemente del haber nacido o vivido digitales, y
plenamente autónomos en el acceso y empleo de los recursos, contenidos,
relaciones, instrumentos y potencialidad de la sociedad digital. En esta
perspectiva, asumen notable relieve las competencias necesarias para gestionar
y enriquecer el propio conocimiento de manera autónoma utilizando recursos
online y offline. Este conjunto de competencias, designado con la locución
Personal Knowledge Management, asociado a los conceptos de aprendizaje
personal y/o de red de aprendizaje personal, debería ayudar a cada persona a
poder seleccionar y evaluar autónomamente las propias fuentes de información,
a buscar datos online, a saberlos archivar, reelaborar, transmitir y compartir.
Junto a estas competencias son necesarias otras, como por ejemplo: la
connectedness (sentido de red), que implica no sólo aspectos tecnológicos, sino
también habilidades comunicativas, relacionales y de gestión de la propia
identidad en un contexto de comunicación global; la critical ability o bien el
acercamiento crítico a la red, que se refiere a la habilidad de saber usar el
network como base de recursos, finalizándolas al contexto del utilizo; la
creatividad o bien el desarrollo de aptitudes creativity para el Lifelong Learning
para poder beneficiarse con las experiencias formativas que entrecruzan
momentos de aprendizaje formal con situaciones de aprendizaje informal.
c) Universidad, empresa y mundo del trabajo
Uno de los problemas fundamentales de hoy es la falta de trabajo. ¿Cuáles
oportunidades puede ofrecer el mundo de la universidad a un futuro empresarial
y al trabajo? Es necesario crear ocasiones que permitan encontrarse el mundo de
las empresas, el de las distintas profesiones y el universitario, ofreciendo pistas
de reflexión y oportunidades para los jóvenes que desean confrontarse con los
distintos sistemas del ‘start up’, para experimentar las propias ideas y
capacidades. Los estudiantes universitarios necesitan conocer con tiempo las
distintas posibilidades en el mundo del trabajo, participando en proyectos y
concursos, y teniendo acceso a becas de especialización. En tal perspectiva son
de capital importancia las actividades de orientación en las escuelas secundarias
superiores y el acompañamiento en el período de los estudios universitarios.
Frente a los problemas del trabajo, de la desocupación y de la preparación
de los futuros líderes de quienes también la educación superior tiene que
hacerse cargo, es necesario recordar que la universidad, como dice la Ex corde
Ecclesiae, tiene la misión fundamental de ponerse con confianza al servicio “de
la verdad mediante la investigación, la conservación y la comunicación del
saber para el bien de la sociedad” (n. 30). La universidad católica contribuye a
esta misión con su finalidad de ministerio de esperanza al servicio de los demás,
formando personas dotadas de sentido de justicia y profunda preocupación por
el bien común, educando a tener particular atención por los pobres, los
oprimidos y tratando de enseñar a los estudiantes a ser ciudadanos globales
responsables y activos.
d) La calidad de las instituciones académicas
Uno de los objetivos donde se concentró la atención a nivel internacional,
en los distintos países y en las mismas instituciones, es garantizar la calidad de
los propios sistemas académicos, localizando precisos criterios e instrumentos
de evaluación para valorizar la responsabilidad y la transparencia de cada
institución. Se trata de un objetivo plenamente acogido y compartido por todos,
por el cual en muchos casos se establecen acuerdos entre realidades
especializadas, a nivel nacional e internacional, para localizar y compartir
indicadores de medición que no se limiten a evaluar datos externos estadístico y
procedimientos, sino que consideren también la finalidad y los contenidos de la
educación superior, encuadrándolos en un horizonte de valores.
Promover la calidad de un centro académico católico significa evidenciar el
valor de las actividades desarrolladas, consolidar sus aspectos positivos y,
donde sea necesario, mejorar aquellos carentes. Esta actividad de monitoreo y
evaluación hoy es indispensable y desarrolla dos funciones fundamentales: ante
todo una función pública, es decir hacer confiable y transparente el sistema de
estudios, favoreciendo su conocimiento y una sana emulación entre distintas
sedes de enseñanza; en segundo lugar, una función interior, dirigida a ayudar a
los actores del sistema a alcanzar los objetivos institucionales y a reflexionar
sobre el resultado de su actividad para mejorarla y desarrollarla.
e) La governance
Las transformaciones ilustradas también conciernen la universidad católica
como institución y su governance. Ella en cuanto realidad “imparcial” (es decir,
no sometida a lógicas apartes) y no vinculada a la “soberanía popular” (ya que
quien gobierna la universidad no es un representante del pueblo) puede ser vista
bajo distintos aspectos, como: las condiciones de acceso a los estudiantes, las
fuentes y los mecanismos de financiación, el grado de autonomía, su rol en la
sociedad moderna y la impostación de gobierno en cuanto institución
académica.
¿En qué consiste la autonomía de las universidades? En muchos países el
Estado tiene un peso relevante frente al cual las instituciones necesitan poder
actuar con libertad para alcanzar sus objetivos académicos, sin ser
condicionadas por la intervención financiera público (que según los distintos
países puede ser una cobertura total o prevalente). Hoy los Estados, justamente
porque financian las instituciones universitarias, están presentes en ellas
ejerciendo un “control a distancia”, definiendo objetivos, instrumentos de
evaluación e implicando de modo más consistente a las mismas universidades
en la responsabilidad y sostenibilidad financiera.
Mientras se subraya la autonomía, las universidades están cada vez más
solicitadas a satisfacer las exigencias del territorio de referencia, ofreciendo
cursos de estudio, según la lógica del lifelong learning, a favorecer el progreso
económico-social, a estar al servicio de la comunidad para respaldar los
decision-maker públicos y privados. Esta creciente heterogeneidad de funciones
que la universidad está desarrollando bajo la presión social, condujo a muchos
países a prever distintos modelos organizativos de estudios superiores
caracterizados, por un lado, de mayor autonomía y libertad académica y por el
otro, por el incremento de responsabilidad hacia el Estado y hacia los
stakeholder en general.
f) El desafío del cambio y la identidad católica de la universidad
La educación tiene que encaminar al estudiante a encontrar la realidad, a
insertarse con conciencia y responsabilidad en el mundo y, para que ésta sea
posible, la adquisición del saber siempre es necesaria. Sin embargo, más que la
información y el conocimiento, la transformación de la persona es el verdadero
resultado esperado. En este sentido, la motivación no es sólo una condición
preliminar, ella se construye, es un resultado.
La instrucción superior católica se propone formar hombres y mujeres
capaces de pensamiento crítico, dotados de elevada profesionalidad, pero
también de una humanidad rica y orientada a poner la propia competencia al
servicio del bien común. “Si es necesario, la Universidad Católica deberá tener
la valentía de expresar verdades incómodas, verdades que no halagan a la
opinión pública, pero que son también necesarias para salvaguardar el bien
auténtico de la sociedad”(Ex corde Ecclesiae, n. 32). Investigación, enseñanza y
distintas formas de servicios conformes a su misión cultural son las
dimensiones fundamentales hacia las cuales dirigir la formación universitaria,
dimensiones que tienen que dialogar entre ellas. La contribución de la
educación católica alimenta el doble crecimiento, en ciencia y en humanidad.
En una universidad católica la inspiración cristiana impregna la misma vida de
la comunidad universitaria, alimenta el compromiso por la investigación,
dándole una dirección a su sentido y sostiene la tarea de la formación de los
jóvenes, a quienes se les puede ofrecer un horizonte más amplio y significativo
de aquel constituido por las legítimas expectativas profesionales.
Los docentes de las universidades católicas están llamados a ofrecer una
original contribución para superar la fragmentación de los saberes disciplinales,
favoreciendo el diálogo entre estos distintos puntos de vista especializados,
buscando una reconstitución unitaria del saber, siempre aproximativa y en
devenir, pero orientada por la conciencia del sentido unitario de las cosas. En
este diálogo la teología ofrece una aportación esencial.
CONCLUSIÓN
Hoy existe una particular atención por verificar los resultados de los
procesos de aprendizaje de los estudiantes. Los estudios internacionales
elaboran clasificaciones, comparan los países. La opinión pública es sensible a
estos mensajes. La transparencia de los resultados, la costumbre de dar cuentas
a la sociedad, el empuje a la mejoría de los estándares alcanzados son aspectos
que denotan la tendencia hacia el aumento de la calidad de la oferta formativa.
Sin embargo es importante no perder de vista un aspecto fundamental de la
educación, dado por el respeto de los tiempos de las personas y por la
conciencia que los verdaderos cambios solicitan tiempos no breves. La
educación vive la metáfora del buen sembrador que se preocupa por sembrar, no
siempre con la posibilidad de ver los resultados de su obrar. Educar es actuar
con esperanza y con confianza. La acción educativa y la enseñanza tienen que
preocuparse por mejorarse continuamente y verificar la eficacia de los
instrumentos, pero con la conciencia de no poder ver ni constatar todos los
resultados deseados.
La formación de una persona se desarrolla en un proceso realizado durante
años, por muchos educadores, comenzando por los padres. La experiencia
escolar se sitúa en continuidad con un proceso de crecimiento ya encaminado,
que puede ser positivo y rico, pero también problemático o limitante, y que en
todo caso debe ser considerado. La educación católica se coloca en un momento
de la historia personal, y es más eficaz cuanto más sabe conectarse con esta
historia, sabe construir alianzas, compartir responsabilidad, construir
comunidades que educan. Al interior de una dimensión de colaboración
educativa, la enseñanza no es sólo un proceso de transmisión de conocimientos
o adiestramiento sino una guía al descubrimiento de los propios talentos, al
desarrollo de la competencia profesional, a la asunción de importantes
responsabilidades ya sean intelectuales, sociales que políticas en la comunidad.
Aún más, enseñar es acompañar a los jóvenes en la búsqueda de la verdad, de la
belleza, de lo que es justo y bueno. La eficacia de la acción colectiva del
personal docente y no docente está dada por tener una visión de valores
compartidos y ser una comunidad que aprende, no sólo que enseña.
Los desafíos para la escuela y la universidad católica del futuro son
inmensos. Sin embargo, las palabras del Papa Francisco son de gran ánimo para
renovar la pasión educativa: “No os desalentéis ante las dificultades que
presenta el desafío educativo. Educar no es una profesión, sino una actitud, un
modo de ser; para educar es necesario salir de uno mismo y estar en medio de
los jóvenes, acompañarles en las etapas de su crecimiento poniéndose a su lado.
Donadles esperanza, optimismo para su camino por el mundo. Enseñad a ver la
belleza y la bondad de la creación y del hombre, que conserva siempre la
impronta del Creador. Pero sobre todo sed testigos con vuestra vida de aquello
que transmitís. Un educador […] con sus palabras transmite conocimientos,
valores, pero será incisivo en los muchachos si acompaña las palabras con su
testimonio, con su coherencia de vida. Sin coherencia no es posible educar.
Todos sois educadores, en este campo no se delega. Entonces, es esencial, y se
ha de favorecer y alimentar, la colaboración con espíritu de unidad y de
comunidad entre los diversos componentes educativos. El colegio puede y debe
ser catalizador, lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad
educativa con el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas
maduras, sencillas, competentes y honestas, que sepan amar con fidelidad, que
sepan vivir la vida como respuesta a la vocación de Dios y la futura profesión
como servicio a la sociedad”[8].
[1]“Es necesario recordar que somos hermanos y, por eso mismo, educar y educarse en no considerar al prójimo
un enemigo o un adversario al que eliminar”, Francisco, La Fraternidad, fundamento y camino para la paz,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero de 2014, n.8.
[2]Concilio Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, 28 de octubre de
1965.
[3] Juan Pablo II, Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae sobre la Universidades católicas, 15 de agosto de
1990.
[4] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes del encuentro de rectores y docentes de las universidades
europeas sobre “Un nuevo humanismo para Europa. El rol de las Universidades” (23 de junio de 2007).
[5] “Despierten el mundo”. Coloquio del Papa Francisco con los Superiores Generales, en La Civiltà Cattolica,
n. 3925, 4 de enero de 2014, p.17.
[6] Documentos: La escuela católica (1977); El laico católico testigo de la fe en la escuela (1982); Orientaciones
educativas sobre el amor humano. Pautas de educación sexual (1983); Dimensión religiosa de la educación en la
escuela católica (1988); La escuela católica en los umbrales del tercer milenio (1997); Las personas consagradas
y su misión en la escuela. Reflexiones y orientaciones (2002); Educar juntos en la escuela católica. Misión
compartida de personas consagradas y fieles laicos (2007); Educar al diálogo intercultural en la escuela católica.
Vivir juntos para una civilización del amor (2013). Además se han enviado algunas Cartas circulares: A las
Familias religiosas y a las Sociedades de vida apostólica con responsabilidad de escuelas católicas (N.
483/96/13 del 15 de octubre de 1996); A las Conferencias Episcopales sobre la educación sexual en las escuelas
católicas (N. 484/96 del 2 de mayo de 1997); A las Conferencias Episcopales sobre la enseñanza de la religión
en la escuela (N. 520/2009 del 5 de mayo de 2009).
[7] Cf. 48° sesión de la Conferencia internacional sobre la educación de la UNESCO, Ginebra (27-28 de
noviembre de 2008); cf. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n.
186 ss.
[8] Francisco, Discurso a los estudiantes de las escuelas de los jesuitas de Italia y Albania (7 de junio de 2013).
CUESTIONARIO
El siguiente cuestionario sirve como guía para la
reflexión y ofrece sugerencias. Puede ser utilizado con
una cierta libertad.
1. IDENTIDAD Y MISION
¿En qué modo en vuestra Nación la escuela y las
universidades católicas son coherentes con su naturaleza
y su finalidad?
¿Cuáles son los aspectos que califican mayormente
la oferta que la escuela y la universidad católica ofrecen a
los estudiantes y a sus familias?
¿Se puede decir que la escuela y las universidades
católicas están preocupadas por la evangelización y no
sólo por dar un servicio de cualidad, superior al que
ofrece otras instituciones?, ¿en qué modo la pastoral local
o nacional integra orgánicamente el mundo escolar y
universitario?
¿Qué lugar tiene la enseñanza de la religión católica
en las escuela católicas y en aquellas no católicas?
¿Se promueve en las escuelas y en las universidades
católicas el diálogo interreligioso e intercultural?
2. SUJETOS
¿Está previsto un camino de acompañamiento en la
fe para los docentes, estudiantes, familias de los
estudiantes que frecuentan la escuela y la universidad
católica?
¿Está favorecida la participación de los estudiantes
en la vida de la institución educativa?
¿Está favorecida la participación de las familias?
¿Cuáles son las expectativas de los jóvenes que se
inscriben en las escuelas superiores y en las
universidades y en qué modo la propuesta educativa sabe
dialogar con esas expectativas?
¿Existe atención en relación con los estudiantes que
tiene una situación económica difícil?
¿Existe atención en relación con los estudiantes que
tienen dificultad para aprender o con situaciones
especiales de habilidad?
¿Son promovidas las iniciativas para los ex alumnos?
¿Las congregaciones religiosas con el carisma
educativo cómo han actualizado su presencia en las
escuelas y en las universidades?, ¿cuáles dificultades y
cuáles resultados positivos han obtenido?
¿Cómo se promueve la misión compartida de las
personas consagradas y de los fieles laicos en las
escuelas y en las universidades católicas?
3. FORMACIÓN
¿Cómo se produce el reclutamiento del personal,
sobre todo del personal docente y los directivos?
¿Cómo se ha diseñado y garantizado la formación
continua, profesional y cristiana del personal directivo,
docente y no docente?
¿Existe una atención formativa hacia aquellos que
trabajan en las escuelas y en las universidades no
católicas?
¿La atención formativa incluye también a los
genitores?
¿Existe atención para que se produzca la
cooperación entre las escuelas y las universidades
católicas?
4. DESAFÍOS Y PROSPECTIVAS
El instumentum laboris enumera varios desafíos que
tiene la educación católica y hacia los cuales se debe
enfrentar, ¿cuáles son aquellos desafíos más incisivos y
exigentes en vuestro contexto?
¿Cómo se colocan las escuelas y las universidades
católicas ante estos desafíos?
¿Cuáles son, en síntesis, los aspectos más positivos
de la experiencia de las escuelas y las universidades
católicas en vuestra Nación?
¿Cuáles, en cambio, las mayores críticas?
¿Cuáles son las líneas estratégicas y operativas ya
prospectadas y cuáles se otean para el futuro?
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Congreso Internacional
de Educación Católica
Síntesis conclusiva
Con agradecimiento a todos los participantes, y buscando
convocarnos mutuamente a seguir trabajando para que la Educación
sea verdaderamente un bien compartido por todos los niños y jóvenes
del mundo, ofrecemos una síntesis conclusiva de nuestro Congreso
Internacional de la Educación Católica. Hemos vivido en Roma unos
días intensos, en los que hemos podido renovar nuestra convicción de
que la Educación Católica, arraigada en la profunda relación entre la
experiencia de la fe y la misión educativa y fundamentada en una
identidad ligada a sus orígenes y a lo mejor de su historia, está llamada
a dar lo mejor de sí misma como respuesta a las profundas necesidades
de vida, plenitud y sentido del hombre y la mujer de hoy. Articulamos
esta síntesis en cuatro apartados, que no agotan, por sí mismos, las
múltiples aportaciones de este Congreso, pero pueden ayudar a
comprender lo esencial. En cada uno de ellos están bien presentes,
como centro, los destinatarios de nuestra misión educativa: los niños,
adolescentes y jóvenes que Dios pone en nuestro camino.
I-IDENTIDAD Y MISIÓN
Ambas dimensiones están absolutamente unidas. La misión
expresa la identidad, y ésta garantiza la misión. Por eso, el tema central
de la declaración conciliar Gravissimum educationis, así como de la
Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae de Juan Pablo II sobre las
Universidades Católicas, tema que ha vuelto a estar en el centro de la
reflexión del Congreso de estos días, es la cuestión de la identidad y de
la misión de las instituciones educativas católicas (escuelas y
universidades). Y nuestro Congreso - pese a que se ha colocado en un
escenario muy distinto respecto al de hace cincuenta años, cuando se
publicó Gravissimum educationis, o tan sólo al de hace veinticinco años,
cuando se publicó Ex corde Ecclesiae – ha vuelto a confirmar la
convicción de que existe un vínculo estrecho entre identidad y misión de
nuestras instituciones educativas (escuelas y universidades católicas).
Un vínculo que se fundamenta en el sentido mismo de la educación
católica, expresión de la maternal solicitud de la Iglesia hacia el hombre:
aquel hombre que Cristo desea encontrar y salvar. Esto es lo que debe
acontecer en nuestras Instituciones educativas, que son lugares
decisivos donde se desarrolla gran parte de la formación humana de las
nuevas generaciones. Por tanto, hoy como en el pasado, la misión
educativa católica brota de la identidad misma de la Iglesia y de las
instituciones educativas cristianas (escuelas y universidades) que se
alimentan del mandato de la evangelización: «id por el mundo y predicad
el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15ss). Podríamos también decir que
la misión constituye la expresión dinámica y fecunda de la identidad, ya
que - como la parábola de los talentos sugiere - la identidad no es un
tesoro que hay que guardar escondiéndolo celosamente en un lugar
seguro, sino que es un patrimonio que hay que “invertir” y poner a
disposición como un don, para que dé fruto. Y esto basta para reconocer
que el significado de la presencia de las escuelas y de las universidades
católicas no ha cambiado respecto a lo indicado en Gravissimum
educationis y en Ex corde Ecclesiae, sino que es menester
comprenderlo y llevarlo a cabo en una actitud de fidelidad creativa a su
específica identidad y misión, y de búsqueda de respuestas adecuadas
a los numerosos retos que hoy la formación plantea.
En esta perspectiva, las instituciones católicas están hoy llamadas a
reflexionar sobre el papel decisivo que la educación católica puede
desempeñar en el contexto de la evangelización y sobre su
corresponsabilidad eclesial en esta tarea, conscientes de que «¡el
quehacer educativo es hoy una misión “clave, clave, clave”!», como ha
afirmado Papa Francisco. Por consiguiente, en lugar de asumir actitudes
meramente reactivas de cerrazón defensiva ante la sociedad
secularizada que alimenta valores como el individualismo competitivo y
que legitima, mejor dicho, acrecienta, las desigualdades y parece
desafiar la educación en sus valores más profundos (la primacía de la
persona, el valor de la comunidad, la búsqueda del bien común, el
cuidado de la fragilidad y la inquietud por los últimos, la cooperación y la
solidaridad...), las escuelas y las universidades católicas están llamadas
a asumir actitudes pro-activas para reafirmar el valor de la persona
humana, superando la indiscutible exaltación del provecho y de la
utilidad como medida de todas las opciones, de la eficiencia, de la
competitividad individualista y del éxito a toda costa. En todo esto, las
instituciones educativas católicas (escuelas y universidades) no pueden
ignorar el llamamiento a un compromiso de formación y de testimonio
cultural que va más allá de las instituciones educativas y que implica la
transformación del territorio y la más amplia comunidad social. Por ello
podemos volver a afirmar con Gravissimum educationis que las escuelas
y las universidades católicas «siendo útiles para cumplir la misión del
pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad
humana en beneficio de ambos, y conservan su importancia
trascendental también en los momentos actuales» (n. 8). Esto nos
desafía profundamente, porque no siempre somos conscientes de este
reto, o no articulamos adecuadamente la relación entre identidad y
misión. La relación entre ambas es el “alma” de la Educación Católica. Y
esto sólo es posible si es encarnada por personas, instituciones y
comunidades convenidas de ello. La identidad exige un proceso de
identificación, y la misión necesita ser vivida de modo apasionado. Así
ha sido siempre, así lo vivieron nuestros fundadores y fundadoras, así
somos llamados a vivirlo hoy, por el bien de los niños, de los jóvenes y
de los pobres.
II-LOS SUJETOS QUE INTERACTÚAN EN LA EDUCACIÓN
CATÓLICA
En el amplio y articulado horizonte de las instituciones educativas
católicas, actúa una pluralidad de sujetos con identidad, funciones y
roles distintos y a la vez complementarios: los estudiantes y sus familias,
los docentes laicos y religiosos, el personal con funciones directivas
(coordinadores, directores, presidentes), los sacerdotes y los obispos.
Lo que caracteriza de manera peculiar la presencia y la acción de esta
pluralidad en una escuela o universidad católica es que forman una
comunidad. Sea Gravissimum educationis que Ex corde Ecclesiae
concuerdan en afirmar que el elemento característico de una institución
educativa católica es «crear un ambiente comunitario escolástico,
animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad» (GE, 8), en
que «cada miembro de la comunidad, a su vez, coadyuva para promover
la unidad y contribuye, según su propia responsabilidad y capacidad, en
las decisiones que tocan a la comunidad misma, así como a mantener y
reforzar el carácter católico de la institución» (Ex corde Ecclesiae, 21).
Podemos afirmar con claridad algunas convicciones fundamentales que
sustentan esta comunidad: En primer lugar, todos somos llamados a
creer en la Educación Católica, en lo que somos llamados a aportar.
Creer no sólo de modo teórico, sino de modo comprometido, como
creemos los creyentes. Creer de modo que nos entregamos a aquello en
lo que creemos. Es decir, contribuir a crear un “contexto de
corresponsabilidad”. El Obispo, el párroco, la Congregación Religiosa, el
docente, el laico responsable, el padre de familia, el alumno, el
exalumno… cada uno sabe que debe aportar, y si no lo hace, el
proyecto se debilita. Por eso, en segundo lugar debemos destacar que
todos los sujetos que participan en la Educación Católica son llamados a
crear, sostener y desarrollar la comunidad cristiana referencial de la
Escuela, enriquecida con el carisma propio de la Congregación en los
casos en los que hablemos de este tipo de instituciones. Sólo desde
esta perspectiva podemos trabajar por la sostenibilidad integral de la
Educación Católica. Ésta no se sostiene sólo porque tenga recursos –si
los tiene- sino porque tiene educadores identificados, porque tiene
proyecto claro, porque tiene capacidad de convocar a otras personas,
porque tiene su lugar en la Iglesia y en la sociedad; en definitiva, tiene
horizonte de calidad, identidad y misión. Los rasgos esenciales que
delinean el perfil de las comunidades que actúan en las escuelas y
universidades católicas pueden resumirse en los siguientes puntos Las
escuelas y universidades católicas son ante todo comunidades
profesionales que no se reducen simplemente a organizaciones de
trabajo, porque la implicación de los sujetos se funda en los valores que
forman la identidad cristiana y la colaboración profesional exige que el
personal docente y los directivos reflexionen y busquen juntos,
colaboren también por medio del diálogo interdisciplinar, compartan sus
prácticas; Las escuela y universidades son comunidades educativas y
no sencillamente servicios de instrucción y formación: colocan en el
centro de su misión el compromiso a favor de la educación integral de
los jóvenes, con el fin de contribuir en el desarrollo de su potencial
humano a nivel cognitivo, afectivo, social, profesional, ético y espiritual,
también por medio de caminos de formación en la fe, promoviendo la
alianza educativa con las familias y animando a las estudiantes para que
sean protagonistas. Siendo comunidades educativas, se comprometen
en promover y custodiar el valor de las relaciones humanas, que unen a
docentes, padres, gestores con lazos de afinidad de valores y
compartiendo el proyecto educativo; Las escuelas y universidades
católicas son comunidades de evangelización porque se configuran
como instrumentos que hacen una experiencia de Iglesia, participando
en la vida de la comunidad cristiana más amplia y colaborando con la
Iglesia local. La comunidad educativa, además, no es sólo algo que hay
que construir y cualificar entre las paredes de la escuela, sino que se
trata de un sujeto activo ante la realidad externa, el contexto social y
cultural. Las comunidades de las escuelas y universidades católicas se
encuentran en un territorio, y no pueden ser ajenas a la comunidad
social más amplia, en la que son llamadas a actuar como instrumento de
mejora, «imbuyendo en las personas y en la cultura los valores
antropológicos que son necesarios para construir una sociedad solidaria
y fraterna (Instrumentum laboris). Ante todo esto, el Congreso urge a
trabajar para incrementar el protagonismo y la participación de los
diferentes miembros de la comunidad educativa, favoreciendo un papel
activo y comprometido de todos ellos en torno al proyecto y misión de la
Escuela o de la Universidad. Especialmente, urge afianzar, estructurar,
canalizar e impulsar la participación del profesorado.
III-LA FORMACIÓN DE LOS FORMADORES
Entramos así en el tercero de los grandes núcleos que han
emergido con claridad en este Congreso: la formación de los
formadores. La construcción de la comunidad educativa y, con ella, la
eficaz re-afirmación de la identidad y de la misión específica de la
escuela y de la universidad católica pasa por la formación de los
docentes. Se trata de un compromiso de particular delicadeza e
importancia, porque - como ya afirmaba Gravissimum educationis – «de
los maestros depende, sobre todo, el que la escuela católica pueda
llevar a efecto sus propósitos y sus principios» (n. 8). Y para poder
proponerse como instrumento de educación integral de la persona, la
comunidad de una institución educativa católica ha de ser constituida
por docentes dotados no sólo de la necesaria competencia profesional
que exige autonomía, capacidad de hacer proyectos y evaluarlos,
capacidad de relación, creatividad, abertura a lo nuevo, interés sincero
por la investigación y la experimentación, sino que además sean
consciente de su papel como educadores, de su verdadera identidad y
sientan la exigencia de amar el servicio cultural a favor de la sociedad
realizándolo con convicción y compromiso. En este renovado
compromiso en la formación de los docentes, va implícito un fecundo
llamamiento de fidelidad a la tradición y a la historia multisecular de las
escuelas y de las universidades católicas. La numerosa muchedumbre
de Fundadores y Fundadoras de las instituciones educativas católicas y
de las comunidades o familias religiosas que se han constituido a su
alrededor, han prestado particular atención a la formación de los
formadores dedicando sus mejores energías a esta tarea. Estamos, sin
duda, ante una de las grandes preocupaciones de la Educación
Católica, pero también ante una de sus grandes oportunidades. Los
trabajos previos al Congreso y los fecundos diálogos mantenidos a lo
largo de estos intensos días han puesto de manifiesto que esta
formación integral de los docentes, inspirada en la identidad de la
Educación Católica, no siempre esta adecuadamente preparada ni
priorizada. Y nunca debemos olvidar que estamos hablando de todos los
agentes educativos, también del personal de administración y servicios,
de los agentes pastorales, de los educadores comprometidos en el
ámbito extra-curricular, etc. Hoy, la exigencia de la formación inicial y
permanente de los directivos, de los docentes y de los educadores se
advierte con mucha urgencia, considerando además que en nuestras
escuelas y universidades «la misión educativa (…) se comparte cada
vez más con los laicos », cuya presencia - también como directivos –
supera de mucho la del personal religioso. Es necesaria, pues, una
formación que no sólo afiance las competencias profesionales, sino que
sobre todo «haga hincapié en la dimensión vocacional de la profesión
docente», favoreciendo «la madurez de una mentalidad inspirada en las
valores evangélicos», según los rasgos «específicos de la espiritualidad
y de la misión del Instituto». Somos conscientes de que está emergiendo
una etapa nueva que sólo será portadora de vida y de renovación si está
basada en una creciente y cualificada formación de todos los agentes
educativos que hacen posible nuestras escuelas y universidades, de
manera que puedan ser portadores del tesoro que hemos recibido y del
que somos custodios y responsables: la educación católica de las
nuevas generaciones. Los jóvenes necesitan educadores que sean de
verdad testigos, que vivan aquellos valores en los que tratan de educar.
Por eso, hay que considerar que la finalidad de la formación consiste en
construir y consolidar la comunidad de los educadores para que se
llegue a una misión educativa cada vez más compartida entre personas
consagradas y laicos, y por ello es necesario dar vida a una verdadera
formación compartida, capaz de acoger y armonizar la aportación
específica de unos y otros. Es cierto que a pesar de las muchas
experiencias de verdadera implicación y estrecha colaboración entre
personal laico y religioso, es preciso convencerse más y decidirse con
más ahínco a emprender el camino de la formación compartida,
superando la idea de que la implicación de los laicos sea es una
necesidad ante la disminución del número de consagrados, y
promoviendo en todos una más madura y activa participación en la
dinámica eclesial de la comunión, por medio de la cual a los
educadores, consagrados y laicos, se los reconozca como un don del
Espíritu y una riqueza para las instituciones educativas católicas.
Necesitamos avanzar hacia una auténtica “visión compartida” que dé
sentido y garantías a la misión que estamos compartiendo.
IV-LOS GRANDES DESAFÍOS
Nuestro Congreso ha puesto de manifiesto muchos desafíos. Esto
es bueno. La Educación Católica tiene vida, se plantea preguntas, busca
nuevas respuestas. Los grandes desafíos educativos que hoy interpelan
las escuelas y las universidades católicas en el mundo, en una sociedad
multicultural en profunda mutación, pueden reconducirse a una única
matriz: promover un recorrido de educación integral de los jóvenes,
confiando su cuidado y guía a una comunidad educativa de
evangelización, donde se exprese de manera viva y vital la identidad de
la institución educativa. Desde esta matriz unitaria, vamos a tratar de
centrarnos en tres aspectos principales que solicitan un compromiso y
que, al mismo tiempo, desafían la comunidad educativa en su obra de
formación y de evangelización: El desafío de la educación integral, que
se refiere a los pilares de la antropología y de la pedagogía cristianas y
se hace concreto en la promoción del desarrollo personal del estudiante
y en la integración del progreso intelectual con el crecimiento espiritual;
en el impulso que se da al protagonismo del estudiante en la institución
educativa y de su recorrido educativo. En esta perspectiva, las
instituciones educativas católicas (escuelas y universidades) tienen que
actuar para que «todo el proceso educativo esté orientado, en definitiva,
al desarrollo integral de la persona» (Ex corde Ecclesiae, 20):
asegurando oportunidades de crecimiento/aprendizaje en el respeto de
la dignidad y unicidad de cada uno y estimulando a las personas a que
desarrollen los valores y las virtudes necesarias para una vida sana y
gozosa, mediante situaciones educativas formales, informales y no
formales; coordinando y armonizando las varias dimensiones del
aprendizaje (cognitivo, afectivo, social, ético, espiritual, profesional, etc.)
en la unidad integrada de la persona que aprende; valorando los
talentos de cada cual según la lógica de la cooperación y de la
solidaridad, favoreciendo que el sentido comunitario cristiano vaya
madurando, en un clima de familia y de acogida; cuidando la calidad de
las relaciones interpersonales, promoviendo el respeto por las ideas, la
apertura al diálogo, la capacidad de interactuar y trabajar juntos en un
espíritu de libertad y compromiso; El desafío de la formación y la fe, un
desafío que toca un punto específico, intrínsecamente unido a la
identidad católica de una institución educativa que, por su plena
subjetividad eclesial, asume la forma de una comunidad de fe y de
aprendizaje. Y este punto específico es el anuncio del Evangelio, por
medio de instrumentos de la enseñanza-aprendizaje y de la
investigación. Este desafío invita a las escuelas y a las universidades
católicas a: llevar a cabo un atento discernimiento a la hora de
seleccionar y formar a los docentes; cultivar y seguir con particular
solicitud y compromiso la formación de los laicos que asumirán roles de
liderazgo en las instituciones educativas; promover alianzas educativas
con las familias y otros interlocutores de las comunidades educativas (la
iglesia local, la comunidad social, otras instituciones educativas,
culturales, etc. del territorio); ofrecer un testimonio evangélico
comunitario claro y reconocible, que puede expresarse en explícitas
formas y propuestas culturales (allí donde el contexto lo permita) o en
presencia de una fe viva y vital, allí donde hay situaciones de explícita o
implícita hostilidad que convierten el testimonio silencioso en la única
forma posible de misión.
La Educación Católica es una plataforma privilegiada en el conjunto
de la Misión Evangelizadora. Una escuela es una escuela, y una
universidad es una universidad, y sirven a la tarea educativa. Pero una
escuela católica, haciendo escuela desde la perspectiva católica, sirve a
la evangelización. Porque evangeliza la cultura, las relaciones, los
valores, la educación en sí misma. Y porque, del modo en el que sea
posible en cada caso, hace su aportación específica a la formación
religiosa y al anuncio de Jesucristo, de manera especial desde ámbitos
extra-académicos. La Educación Católica sirve a todo tipo de alumnos y
familias, y a todos puede ayudar a acercarse al don de Jesucristo. Y a
aquellos que buscan al Señor les puede y debe acompañar en su
proceso de fe. El desafío de las periferia, de los pobres y de las nuevas
pobrezas que debe seguir siendo un punto de referencia privilegiado y,
en cierta medida, un criterio de orientación compartido por toda la
comunidad profesional y educativa, que tiene la responsabilidad de una
escuela o de una universidad católica. Esto significa que, por su
naturaleza y opción, una institución educativa (escuela o universidad)
informa enteramente su propio servicio cultural (como actividad de
enseñanza-aprendizaje y de investigación) desde la cultura del servicio,
«puesto que el saber deber servir a la persona humana» (Ex corde
Ecclesiae, 18). Por ello, quienes se encuentran en situaciones difíciles,
los más pobres, frágiles, necesitados, no deben percibirse en nuestras
instituciones como un estorbo o un obstáculo, sino como el centro de la
atención y de la ternura de la escuela o de la universidad. Recordemos
con devoción las palabras del Concilios Vaticano II: “El Santo Concilio
exhorta encarecidamente a los pastores de la Iglesia y a todos los fieles
a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a las escuelas católicas en el
mejor y progresivo cumplimiento de su cometido y, ante todo, en atender
a las necesidades de los pobres, a los que se ven privados de la ayuda
y del afecto de la familia o que no participan del don de la fe”. (GE nº 9)
Las instituciones educativas católicas se sienten, pues, interpeladas a
mantener viva la atención hacia los más débiles marcados por la
pobreza material, por la falta de recursos necesarios para vivir con
dignidad; hacia las personas discapacitadas o que presentan
necesidades educativas especiales y que, por lo tanto, necesitan de un
cuidado particular; o hacia quienes carecen de los medios
indispensables para continuar con los estudios, para matricularse en
escuelas y universidades católicas que, por falta de grandes
disponibilidades, se encuentran a veces en dificultad para responder a
estos pedidos, aun queriendo responder. La Educación Católica nace de
hombres y mujeres que supieron mirar a los niños, a las niñas y a los
jóvenes como Dios los mira. De esa experiencia extraordinaria brotó la
fundación de la Educación Católica. Educamos para contribuir a
construir un mundo más justo y fraterno, que se acerque a los valores
del Reino de Dios anunciado por Jesucristo. Por eso tratamos de que
nuestro proyecto educativo (integral, inclusivo, configurado desde el
Evangelio y abierto a todos), encarnado por Instituciones y personas
identificadas y convencidas, crezca y se desarrolle entre los más pobres,
entre las periferias crecientemente abundantes de nuestras diversas e
interculturales sociedades. Ahora bien la atención y el compromiso de
nuestras instituciones educativas hacia los pobres debe confrontarse
con “pobrezas” que no son relevadas por los índices de medida
económicos-sociales y que, sin embargo, denuncian un
empobrecimiento difundido e inquietante de la dimensión humana, de la
calidad también espiritual de la existencia. Estamos antes las “nuevas
pobrezas” que remiten a necesidades, cuya satisfacción llama en causa
la responsabilidad de las instituciones y de la política (salud, higiene,
asistencia, instrucción...); remiten a las necesidades de tipo relacional,
cultural y espiritual, que se desprenden de la caída de los lazos
comunitarios, del enflaquecimiento de las relaciones interpersonales a
nivel de afectividad y solidaridad, hasta la exclusión social. Necesidades
que, a menudo, dejan aflorar una necesidad todavía más radical:
encontrar y dar un sentido y un significado a la propia vida.
En este contexto cultural las escuelas y las universidades católicas,
en particular, están llamadas a comprobar su capacidad de hablar al
corazón del hombre, de volver a proponer la pregunta sobre el sentido
de la vida y de la realidad, que corre el riesgo de ser eliminada. Esta
verificación encierra el compromiso de construir un recorrido formativo
que ponga de relieve el ineludible nexo cultural y existencial que une el
sentido de la vida y la apertura solidaria a los demás, en la perspectiva
de la antropología cristiana. Si, como nos recuerda el papa Francisco,
«quien no vive para servir, no sirve para vivir», el quehacer central de
nuestras instituciones educativas ha de ser crear una conexión circular y
estable entre currículo formativo y servicio solidario.
CONCLUSIÓN
Deseamos terminar esta síntesis del Congreso citando unas
palabras del Papa Francisco, en su audiencia a la plenaria de la
Congregación para la Educación Católica, en febrero de 2014.
Escuchémoslas como dirigidas a todos nosotros: “La educación es una
gran obra en construcción, en la que la Iglesia desde siempre está
presente con instituciones y proyectos propios. Hoy hay que incentivar
ulteriormente este compromiso en todos los niveles y renovar la tarea de
todos los sujetos que actúan en ella desde la perspectiva de la nueva
evangelización. En este horizonte, os doy las gracias por todo vuestro
trabajo e invoco, por intercesión de la Virgen María, la constante ayuda
del Espíritu Santo sobre vosotros y sobre vuestras iniciativas”. Pidamos
la bendición del Señor para todos los que hacen posible la Educación
Católica en el mundo, y de modo especial para todos los niños y jóvenes
a los que servimos. Que María Santísima, Madre y Educadora del
Señor, sea nuestra intercesora y mediadora. AMÉN.
Durante la Audiencia con los participantes del
Congreso Mundial sobre Educación Católica, el Papa
Francisco mencionó una definición de “educación”
perteneciente al sacerdote jesuita austríaco Josef
Andreas Jungmann, que toma Mons. Luigi Guissani
resignificándola para explicar el riesgo de educar en
la actualidad.
Compartimos una reflexión sobre el pensamiento de
Mons. Giussani.
El riesgo de educar en la libertad
El método educativo en la propuesta de Luigi Giussani
Introducción
Educar es un riesgo es seguramente uno de los textos más
importantes de Luigi Giussani. Es fruto de un intenso trabajo de
reflexión a partir de su dilatada experiencia como profesor de teología y
religión, tanto en liceos como en la Universidad. El libro muestra la
importancia fundamental que ha dado al problema educativo desde el
origen de su experiencia. La educación es el punto que resume su
mirada al hombre. La educación, que constituye su mayor
preocupación; la educación, que ha sido el objetivo principal de todas
sus obras. Según él, toda relación humana, en cuanto tal, es una
relación educativa. Y esta permanente preocupación, de esta forma, se
ha concretado después, históricamente, en todo lo que ha nacido de él,
bajo el nombre de Comunión y Liberación, Memores Domini, etcétera.
Este texto nace de una gran confianza en la razón del hombre. En
primer lugar, se ve en el hecho que no trata de la educación «cristiana»,
sino de la educación en general. Por una parte, se confía en la
autoridad, que hace posible este proceso. Por otra, se valoriza la
experiencia del hombre, su libertad y su capacidad de verificar la
experiencia que se propone a ella. El título mismo expresa el interés anti
-ideológico de la obra, puesto que en la educación se trata de correr un
riesgo, juntos, frente a la vida y frente a las personas que se aman. Pero
cuidado: riesgo no significa peligro, riesgo quiere decir aceptar la
posibilidad de equivocarse, perdonarse, recomenzar, y amar el ideal
más que a uno mismo.
Mi exposición se dividirá en tres núcleos temáticos fundamentales
del texto: El primero es la definición de educación como introducción a
la realidad. El segundo trata en líneas generales de la figura del
educador. Por último, hablaré de la actualidad del libro en nuestro
contexto actual.
1.Educar es introducir a la realidad
Esta obra muestra claramente la posición de Giussani ante los
hombres. Él es una persona que ha vivido una gran experiencia y quiere
comunicarla a los demás. La educación se resume asi: es la
comunicación a los demás de la propia experiencia; es el don de algo
recibido, que se considera precioso, esencial, para uno mismo y para
los demás.
En este sentido, es útil meditar la definición inicial
de Jungmann con la que Giussani inicia su obra: la educación es una
introducción a la totalidad de lo real. Esta es la tarea del padre y del
maestro: ponerse al lado del hijo, del amigo, del discípulo, y abrir sus
ojos para que pueda mirar, abrir sus labios para que pueda dar nombres
a las cosas, enseñar a sus manos a escribir y a crear, enseñar a sus
pies a caminar.
Es una «introducción» porque en este proceso una persona
acompaña a la otra persona. Una persona acompaña a otra para que
ésta abra sus ojos a todas las cosas, y entre en ellas creativamente. La
obra educativa es la obra de alguien que acompaña a otra persona para
introducirla a lo real.
La experiencia de la madre muestra este proceso claramente. Ella
actúa una función fundamental de introducción a la realidad para el
niño. Al principio, debe explicar las cosas más básicas: el significado de
las palabras o el uso de los objetos. No simplemente haciendo que el
niño repita los nombres y las palabras sin entender qué quieren decir,
sino haciéndole consciente del significado de cada cosa. Así, la madre
cumple una función absolutamente necesaria para el niño.
Este proceso, que en los primeros años de vida es evidente, dura
toda la vida. La transmisión de experiencias es una coordenada
constante en las relaciones humanas cotidianas. Ciertamente, esta
concepción implica que la vida tenga un sentido. Sin un sentido, el
itinerario no tendría razón de ser. Pero Giussani muestra cómo existe un
itinerario inscrito en la vida, cómo existe una vocación en el hombre a su
propia humanidad.
Así, además de la persona que educa y de quien es educado, hay
un tercer factor en juego. Que dos personas se impliquen en una
relación educativa significa mirar ambos a un tercero. En todo proceso
educativo es fundamental aquella experiencia que otro la misma estoy
viviendo, que transmito. Y en el fondo, quiere decir vivir con el
introducción al misterio que yo vivo.
Lógicamente, sin interés real por mi vida, no puede existir una obra
educativa verdadera. Si yo no vivo una experiencia interesante para mí,
difícilmente comunicaré algo. Pero si vivo con pasión la realidad, se
suscita en el otro la pregunta: ¿es posible vivir esta experiencia también
yo?
2.La figura del educador
El educador, por tanto, es aquella persona que hace participar a
otro de la propia experiencia. Educar quiere decir implicar al otro en
aquello que yo vivo; es mostrar a otro aquello de lo que yo dependo; es
transmitir a otro algo que yo he recibido. Por esta razón, se puede ser
verdadero educador solamente si se es discípulo. Una concepción
moderna y falsa muestra la educación como un gran supermercado,
donde el educador pone a disposición del cliente los productos, y éste
elige si comprarlos o no. En cambio, la verdadera educación es hacer
partícipe a otro de algo que yo estoy viviendo, es decir, de mi propia
experiencia.
El maestro quiere ayudar al discípulo a encontrarse a si mismo y a
encontrar aquello que está fuera. Quiere hacerle caminar sobre la tierra
sin olvidarse de las estrellas. Quiere ayudarle a comprender que los
deseos se pueden realizar, porque son la huella de Aquél que nos ha
querido desde la nada, y que no nos deja solos. Quiere, en resumen,
acompañarle en su camino.
En este sentido, es importante notar que comunicar la experiencia
no es mostrar a otro mi inteligencia o mis capacidades. «Ven y verás»
invita a compartir aquello que he recibido, aquello en lo que estoy
implicado, y no mi excepcionalidad. El peligro que se corre,
desgraciadamente difundido, es el posesivismo: se trataría de poseer y
manipular al hijo, al discípulo o al amigo, según mi parecer. Por lo
demás, si al educar me complazco de mí mismo y de los conocimientos
ya adquiridos, el entusiasmo se acaba pronto.
En realidad, Dios me Implica en su misterio haciéndome
responsable de otros hombres. Este es el verdadero significado que
Giussani da a la palabra autoridad. Para él, la autoridad no es alguien
que impone su visión a los demás, casi a la fuerza, sino que la autoridad
viene dada para que yo me haga cargo de otras personas. No me limita
a un comportamiento definido, sino que me reclama a una
responsabilidad. Me sugiere una propuesta, que debo verificar para
llegar a ser yo mismo y para ayudar al otro a ser él mismo. Y
caminando, poco a poco se descubre que se es uno mismo,
completamente, cuando se adhiere a algo que no soy yo.
La autoridad es la solicitación a un camino, no es el juez de los
errores. Debe ser la presencia concreta del ideal. En este sentido, se
puede decir que la educación no mira a un comportamiento, sino a un
reconocimiento. La única cosa importante es que nuestro espíritu sea
tan sencillo, tan puro, tan dispuesto a aprender, que reconozca lo que
Dios va haciendo.
Entonces, la cuestión es ponerse con sencillez ante la otra
persona, ante las cosas y ante el misterio, dispuestos a aprender juntos.
Sobre todo ante el misterio, porque el misterio es esta realidad total a la
que conduce la introducción, que es el proceso de conocimiento de
todas las cosas. Si se elimina el misterio, desaparece ese tercer
elemento que es fundamental en la educación, desaparece la
experiencia verdadera que he recibido y que debo transmitir. Por tanto,
se trata de establecer una relación entre los tres elementos: entre las
cosas, las personas y el misterio, que constituyen la totalidad de lo real.
Cuando Jesús enseñaba a sus discípulos, su objetivo principal era
mostrar su dependencia de Dios con la llegada de su Reino. Si hablaba
en parábolas, si hacía milagros, si les enseñaba a rezar, era para
introducirles en el misterio de su Padre, que ha creado todas las cosas.
Su autoridad era indiscutible, pero les llamaba amigos y no siervos. Es
decir, les acompañaba en su camino humano, para que también ellos
pudiesen vivir la relación con el misterio que él vivía. El maestro por
excelencia, pues, es Jesús.
3.El discípulo y la tradición
El discípulo, en este momento, se hace protagonista. Su tarea es
descubrir en primera persona el bagaje que se le transmite. Su recorrido
histórico, cuyos pasos fundamentales muestra este libro, parte de algo
que viene dado y que debe descubrir de nuevo.
Nadie nace de la nada, de cero. Nacemos en un lugar, en un
contexto, en una tradición; donde la palabra «tradición» quiere decir una
serie de datos recibidos que uno debe poner ante sí y valorar; no un
mapa del mundo ya completado que uno debe aceptar sin rechistar.
Educar significa pensar en esta tradición, ser conscientes de este
contexto, observar lo que promete; pero al mismo tiempo significa
hacerla propia críticamente. Por eso, se habla de «crisis» en la
educación, y de necesaria personalización. No debo repetir aquello que
me han comunicado sin saber lo que estoy diciendo, sino que debo
verificarlo de forma crítica, de modo que lo que he recibido llegue a ser
mío verdaderamente.
Es como si se fuesen recibiendo objetos que uno va poniendo en su
mochila y va cargando a sus espaldas. La tradición son los contenidos
que unos y otros van depositando en esta mochila: la familia, la
escuela, la Iglesia. Cada uno transmite lo que considera más relevante,
sus experiencias mejores. Hasta una cierta edad, el niño puede repetir:
«Esto es así porque lo ha dicho mamá», o «porque lo ha dicho el
profesor». Pero llega un momento en el que uno siente que debe vaciar
la mochila y poner ante sus ojos todo lo que ha ido recibiendo.
Revolviendo entre sus contenidos, uno debe elegir con qué cosas
quedarse y qué cosas abandonar, para no cargar con pesos
innecesarios. La valoración crítica o verificación se produce en este
momento, no necesariamente negativo, en el que se vacía el saco y se
compara lo que hay dentro con los deseos del corazón.
A este respecto debo hacer una anotación cultural. Hoy nos
encontramos con una dificultad mayor, porque ha desaparecido el
contexto social que hacía sencilla la asunción de la tradición. La
tradición, entendida en este sentido positivo, es una primera hipótesis
recibida en la infancia que explica la totalidad de lo real. Mientras que
antes era más fácil transmitir de padres a hijos una hipótesis, una visión
del mundo, hoy la comunicación es mucho más complicada. Ahora no
hay tradición, no hay padres, no hay maestros. En este ambiente,
también dentro de la Iglesia, la verdadera tradición puede perderse o
fosilizarse como tradición ideológica, pero no viva.
Giussani afirma que la persona no parte nunca de cero, sino que
debe reconocer su dependencia original. Después, debe descubrir las
razones de su experiencia. «Es necesario un nuevo método de
educación», escribe al inicio, mientras examina el momento histórico en
el que vive; y en un segundo momento muestra las bases de este
nuevo método. Sobre todo enseña que el hombre debe ser ayudado a
encontrar el misterio que lo define, sin reducirlo a esquemas o
ideologías, leyes o convenciones prácticas. Si la primera parte es
histórica, la segunda muestra el corazón de la educación como riesgo.
La verdadera educación, como hemos visto, parte precisamente de
la transmisión de una hipótesis de respuesta a las preguntas que
emergen. Por este motivo Giussani, como se puede leer en el texto, no
acepta el laicismo. Es decir, la afirmación del hombre como
independiente de todo legamen, la negación de la pertenencia. Es un
tema muy actual, sobre todo en Europa, donde se insiste en la idea que
pertenecer quiere decir ser intolerante. Esta definición destruiría la raíz
de la experiencia cristiana, pero destruiría igualmente al hombre. El
hombre, de hecho, se concibe a sí mismo como relación, como
pertenencia, primero a sus padres, luego a la novia, a su trabajo, a los
amigos. En cambio, el laicismo propone la idea de una libertad
entendida como ausencia de legámenes y de hipótesis. Sin
pertenencia, sin hipótesis, uno se encuentra solo y alienado, sin
certezas con las que confrontarse. Y al final, esta falta de respuestas le
conduce a la violencia.
En resumen, la obra educativa nace solamente de una idea: el bien
de la otra persona. De este modo, es esencial no juzgar, no ser
impacientes, volver a empezar una y otra vez. Asimismo, es esencial
hacer sentir la importancia de las decisiones que uno toma, para que
sean verdaderamente personales y para que sean responsables.
Ayudando a soportar juntos las dificultades, Dios nos llama a colaborar
en su acción creativa y de redención del mundo. En conclusión, la obra
educativa es imitación de Dios.
Massimo Camisasca
Fuente: Libro Anual del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos,
Arquidiócesis de México, Vol. 2, No. 5.