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Nilo, Cundinamarca
Anda r e s po r el terri tori o
na cio n al y memori as de
po b l a m ie nto e n Alto Ni lo
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Ministerio de Cultura
Mariana Garcés Córdoba
Ministra
María Claudia López Sorzano
Viceministra
Enzo Ariza Ayala
Secretario general
Juan Luis Isaza Londoño
Director de Patrimonio
Grupo de Patrimonio Cultural
Inmaterial
Adriana Molano Arenas
Coordinadora
Norma Constanza Zamora
Nicolás Lozano
Asesores de la estrategia
Investigaciones locales
desarrolladas en el marco de la
estrategia Salvaguardia integral
con énfasis en culturas campesinas
Convenio sobre Patrimonio Cultural
Inmaterial desde la perspectiva local
Andares por el territorio nacional
y memorias de poblamiento en
Alto Nilo
Autores
Equipo de Investigación PCI Nilo Alto
Alba Ruth Peñaranda Suescún
Moisés García
Fotografías
Alba Ruth Peñaranda Suescún
Moisés García Parra
Tropenbos Internacional Colombia
Carlos A. Rodríguez
Director de programa
Coordinadoras del proyecto
María Clara van der Hammen
Sandra Frieri
Coordinación editorial
Catalina Vargas Tovar
Vanessa Villegas Solórzano
Comunidad
Veredas Buenos Aires, Pueblo
Nuevo, Balunda, Batavia y Nilo,
Cundinamarca
Equipo de trabajo PCI Nilo
María Genis Díaz
Alfredo Ballesteros
Inocencia
Faustino Escamilla
Eva Maldonado
Ana Betulia Gutiérrez
Antonio Rubiano
Gladis Borda
Ezequiel Borda
Rosa Gaona
Apóstol León
Blanca Aurelia Acosta
Luz Oliva Acosta
Diana Paola Téllez Peñaranda
Luisa Fernanda Téllez Peñaranda
Impresión
Torre Blanca Agencia Gráfica
Bogotá D.C., 2014
Equipo de investigación y
acompañamiento
(TBI Colombia, Cundinamarca)
Carlos Alberto Benavides Mora
Julieth Rojas Guzmán
Mónica Velasco Olarte
Esta obra es el resultado de
un proceso de investigación
local apoyado por Tropenbos
Internacional Colombia en el
marco del convenio 342/14 con el
Ministerio de Cultura; los contenidos
no representan ni comprometen
la posición u opinión oficial del
Ministerio de Cultura o el gobierno
colombiano y solo recoge la opinión
de sus autores.
Corrección de estilo
María del Pilar Hernández
Diseño
Machete
estudiomachete.com
Citación sugerida
Equipo de Investigación PCI Nilo
Alto. (2014). Andares por el
territorio nacional y Memorias de
poblamiento en Alto Nilo. Convenio
Patrimonio Cultural Inmaterial
desde la perspectiva local. Bogotá:
Ministerio de Cultura & Tropenbos
Internacional Colombia.
ISBN
978-958-9365-65-6
A ndar e s por e l
ter r i torio n acio n al
y m emo rias de
p oblamie n to e n
A lto Nilo
Alba Ruth Peñaranda Suescún
Moisés García
Nilo, Cundinamarca
Tabla de
c ont eni do
7
Introducción
10
La vida en las
haciendas
12 Las haciendas cafeteras
14 Nilo: zona cafetera en el
centro del país
15 Con don Antonio
y sus relatos
18 Con la señora Ana
Betulia y sus relatos
24
Relatos de
migraciones y
poblamiento
26
Moisés: mi vida
entre Güicán y
Nilo, tradiciones de
lucha y memorias
de colonización
42
Nuestras historias se
conectan con el café
42 Historia de la señora Alba
48En fiestas
50Historias de violencia
en la zona
- Calendario solar panche -
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
I ntr o du cci ón
Recorriendo los caminos
por la vereda Balunda nos
encontramos con unas
piedras talladas y nos
contó don Alfredo que
desde siempre se ha dicho
que las piedras eran de los
indígenas panches, que
eran las tribus que vivían
antiguamente en esta
zona. Eran descendientes
de los caribes, habitaban la
vertiente oriental de los ríos
Negro y Sumapaz y estaban
repartidos en provincias
gobernadas por caciques.
Conchimá gobernó en los
territorios que abarcan lo
que hoy conocemos como
Viotá y Nilo.
Como cuentan los
textos de Fray Pedro
Simón, Gonzalo Jiménez de
Quesada envió en 1537 al
capitán Juan Céspedes con
55 soldados y al capitán
Juan de San Martín con 45
soldados más para entrar
a territorio panche, que
siguieron la ruta Santa
Fe de Bogotá-PascaFusagasugá-Tibacuy, donde
se aliaron a los españoles
los dos caciques muiscas
que les advirtieron sobre
la fiereza de los panches
que frecuentemente y
de manera sangrienta
atacaban a los muiscas. En
el sitio que hoy conocemos
como Cumaca se dio un
enfrentamiento sangriento
entre los españoles
apoyados por los muiscas
contra los panches, que
concluyó con un trágico
saldo para los panches.
Muy conmovidos por esta
historia, hicimos contacto
con la Universidad Sergio
Arboleda, para que nos
ayudaran a interpretar
todos estos símbolos. Así,
se organizó una velada
en el cerro Kualamaná y
con telescopios vimos las
estrellas y sus posiciones.
Frente al cerro
Kualamaná se encuentra
Media Luna, una montaña
que sirve como referencia
para ver claramente el
movimiento de las estrellas,
como nos lo explicaron
luego otras personas de
la Universidad de San
Buenaventura. Mediante
estas observaciones, los
indígenas lograron construir
el calendario solar, nos
dicen ellos que es uno de
los más exactos y que
probablemente era una
universidad de astrología a
la que llegaban alumnos de
distintas partes a estudiar
la posición de los astros y
determinar el equinoccio
y el solsticio, que les
permitieran saber cuándo
7
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
8
iniciaban las épocas aptas
para la siembra y la cosecha
y prendiendo una fogata
en la cima del Kualamaná le
avisaban a los indígenas lo
que se hallaba bajando la
montaña, es decir, todo lo
que hoy es el Tolima, zona
cafetera y más abajo, así
que la indiamenta –como
nos decía el profesor–,
se prendía en una fiesta,
con músicas, danzas y
borrachera con chicha que
podía durar hasta ocho días.
Luego, vendrían la siembra
y la cosecha, es decir, la
abundancia.
Pese a la fuerza
aguerrida de los indígenas
panches, el capitán español
Hernán Vanegas Carrillo
de Monsalve, conquistó las
provincias de los panches
y el territorio fue repartido
en grandes extensiones
entre los soldados que
participaron en la campaña
conquistadora, bajo la
figura de encomiendas que
otorgaban la posesión y la
posibilidad de contar con la
mano de obra existente en
los asentamientos indígenas
que ellos contenían. Más
adelante, a mediados de
1600, se tramitaron y fueron
autorizadas solicitudes de
reconocimiento de tierras
ante el cabildo de Tocaima.
Para el siglo XVIII
las haciendas se fueron
consolidando en la medida
en que adquirían mayor
territorio, destinado a la
siembra de monocultivos.
De acuerdo con los textos
de Luis Ángel Acero
Duarte (1953), en Nilo se
ubicaron con cultivos de
añil, que más tarde fueron
remplazados por cultivos
de café, aprovechando
el auge que tuvo este
cultivo desde la mitad
del siglo XIX, cuando
empezó nuestra patria
a distinguirse como
productor de uno de los
mejores cafés del mundo.
En los años 1900, en
especial de la década del
treinta en adelante, como
resultado de la presión de
las luchas campesinas por
la posesión de la tierra,
se dieron los procesos de
parcelación en las grandes
haciendas del Estado. Es allí
donde se enfoca nuestro
trabajo, con el ánimo de
recoger, a nuestro modo,
parte de la historia que
transcurrió en nuestro
territorio.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
9
- Cerro Kualamaná -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
L a v ida en la s
ha c i e nda s
10
Antes de 1870, Nilo era
principalmente un municipio
productor de añil. Sin
embargo, y debido al temor
por el fracaso reciente
dejado por la empresa de
los añiles (más de veinte
establecimientos de añil de
la región quedaron en la
completa ruina), Nilo vivió
una rápida transformación
después de 1860.
Las haciendas
que contaban con la
infraestructura para procesar
el añil sirvieron también
para el beneficio del café,
los terrenos eran aptos para
la producción y la cercanía
al puerto de Girardot
ayudaba mucho y facilitaba
el transporte. Las primeras
haciendas cafeteras en el
municipio fueron Pagüey,
Campo Alegre, Balunda,
Fragua, Agua Dulce, Lucía,
Buenos Aires, Bella Vista,
Ensillada, Palermo, El Oso,
Paradero, Batavia, San
Vicente y San Antonio.
El café no era el único
cultivo en Nilo, también se
producía cacao de excelente
calidad, plátano, banano
y ganadería, tanto en la
zona cafetera como en las
partes bajas. La caña de
azúcar se cultivaba para la
producción de aguardiente
o chirrinche, de azúcar y de
panela para autoconsumo,
así que no había muchos
trapiches importantes. Las
grandes haciendas dividían
los terrenos en parcelas
que les eran entregadas a
familias que se hacían cargo
de cuadrillas, grupos de
recolectores y trabajadores
y entregaban cuentas a los
administradores o patrones.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
11
- Mapa. Nilo cafetero antes de 1936 -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
12
Las haciendas
cafeteras
Las primeras haciendas
cafeteras iniciaron un
proceso de colonización,
ya que necesitaban mucha
mano de obra y en la zona no
la tenían, así que Boyacá fue
el departamento de adonde
llegó más gente, ya que los
agricultores boyacenses no
tenían el poder económico
para sostener trabajadores
y los cafetales eran una
gran oportunidad para
mejorar sus condiciones. Los
trabajadores provenían de
diferentes lugares de Boyacá,
como por ejemplo el papá
de la señora Rosa Gaona
era de Caparrapí, el papá de
don Apóstol León también
era de Caparrapí y su mamá
de otro pueblo de Boyacá.
Ellos llegaron a la hacienda
Buenos Aires y el dueño les
dejó unas mejoras en las
que él empezó a sembrar
café y pastos. Allí pagaba un
arriendo por el usufructo de
esas tierras.
Algunas personas fueron
llegando ya en familias
conformadas, que asumían
la tierra como arrendatarias
o contratistas, pero la gran
mayoría eran hombres solos
como peones, cuadrilleros o
jornaleros; las mujeres como
cocineras o cuadrilleras, más
tarde se les llamó chapoleras.
Pedro Daza se acuerda de
que su papá le contaba que
su abuelo por ejemplo, en la
hacienda La Lucía, hoy en día
San Ignacio, les entregaban
parcelas que ellos cultivaban
en café y luego les vendían
las mejoras a los dueños de
la hacienda, así hicieron la
mayoría de los cafetales.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
13
- Casa de antigua Hacienda San Ignacio. Foto: Alba Ruth Peñaranda -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Nilo: zona
cafetera en
el centro del
país
14
La diferencia de pisos
térmicos es una bondad de
nuestro municipio, ya que
tiene territorio plano hacia
el costado suroccidente con
alturas que oscilan entre
200 y 500 msnm en veredas
como La Yucala, La Esmeralda,
La Sonora, Malachí-Belén,
Malachí, Cajón y La Palmita.
Después del casco urbano del
municipio, la altura empieza
a aumentar de manera
constante de 500 a 1000
msnm donde se encuentran
las veredas San Jerónimo, Bella
Vista, Pajas Blancas, Pradito,
Margaritas, Agua de Diosito,
Limones y el centro Poblado
de Pueblo Nuevo. Entre los
1000 y los 1800 msnm están
las veredas Batavia, Balunda
y Buenos Aires. Estas son
tierras aptas para los cultivos
de café y de banano. Existe
una vereda que tiene todos
los pisos térmicos, San Bartolo,
que tiene 200 msnm en la
parte baja, limita con Melgar
y Boquerón, asciende hasta
los 1500 msnm, donde está
la hacienda Agua Dulce, que
también produce café y
macadamia.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
Con don Antonio
y sus relatos
Don Antonio Rubiano nació
en 1931 en Guachetá,
Cundinamarca, pero llegó a
Nilo de tres años. Su mamá
compró un pedazo de tierra
de la hacienda Buenos Aires
y le puso como nombre
Cabañas.
15
-Don Antonio Rubiano-
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Según su relato recuerda
que:
16
Estudié mis primeros años en
la escuela El Madroño, pues
me quedaba fácil ir allí, en la
hacienda Balunda. La escuela
que tenía era para los hijos de
los trabajadores, allí fue donde
aprendí lo poco que hoy en día
sé: a leer y a escribir. Cuando
tenía como 17 años iba en mula
a traer un café de un lote en
la hacienda La Albania, iba con
otros trabajadores y preciso nos
encontramos con la Policía y así
como estábamos nos hicieron
bajar de las mulas y nos pusieron
a cargar una vara con unas
gallinas que habían recogido de
las fincas de los campesinos que
había por ahí.
[Don Antonio Rubiano]
Cómo comenzó su vida
como caficultor:
Fui a pagar el servicio militar y
cuando volví, como era juicioso y
ahorrativo, le compré un pedazo
de tierra a don Moisés Sierra
que le había comprado antes a
don Jaime Londoño, el dueño
de la hacienda Buenos Aires y
a la que le llamé Aguaditas. Yo
seguí en la finca, producíamos
casi de todo: yuca, maíz,
malanga, jamaico y lo que no,
lo comprábamos a los vecinos
y lo que era la carne y el arroz,
la sal y la ropa, se compraba en
Pueblo Nuevo o Cumaca que nos
quedaba más cerca. Vivía una
vida muy tranquila, gracias a
dios por aquí no pasaban cosas
malas, la gente siempre ha sido
buena. Más adelante le compré
otro pedazo ya a don Ramiro
Avilés y le llamé Cabañas. Por
aquí no había electricidad, nos
alumbrábamos con mechas de
querosén o con velas, aunque
uno se acostaba temprano y
a las cinco y media ya había
comido, escuchaba un rato
algo de radio en uno de pilas
que tenía. Ya cuando llegó la
electricidad todo empezó a
cambiar. Al pueblo se bajaba a
vender el cafecito y el jamaico
y la platica alcanzaba, se veía.
Todo se cargaba en mulas por el
camino real que era la carretera
de esa época.
La compra de café era
donde hoy es el supermercado
El July y como necesitábamos
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
construir una casa para la
compra de café, entonces la
Federación nos propuso que
nosotros buscáramos el terreno
y ellos construían la edificación,
entonces los cafeteros nos
pusimos a la tarea de buscar
el terreno, pusimos plata, ¡yo
tengo acciones ahí. ¡Ahora
que me acuerdo, yo puse una
platica que para la época era
bastantica! y así cada uno puso
una parte de acuerdo con sus
capacidades y la federación nos
construyó lo que hoy en día es
la Casa del Café. Esto fue más
o menos en 1972 o 1973 y en
1974 se formó el primer Comité
Municipal y por intermedio de
este se empezaron a construir
escuelas, electrificación,
carreteras, incluso el equipo de
odontología lo donó el comité,
eso sí que ayudó y todavía
como que es el que se sigue
usando, eso era muy bueno.
Fui uno de los primeros
fundadores de la Junta de Acción
Comunal de la vereda Buenos
Aires en 1982. Todo ahora ha
cambiado mucho, yo ya vendí
mi finca y ahora es una reserva
natural y yo vivo cerca del pueblo.
[Don Antonio Rubiano]
El transporte de la época en
Nilo:
Si uno quería viajar a Girardot,
lo debía hacer en chiva, que a
Pueblo Nuevo llegaron como más
o menos en el año sesenta, ahí
era el único medio de transporte
que uno conocía. Bueno, yo
monté por primera vez cuando
tenía como 17 años en uno de
los viajes que hice de Nilo al
puerto de Girardot sobre el río
Magdalena.
[Don Antonio Rubiano]
Hoy en día se le encuentra a
don Antonio caminando a paso
lento por la carretera, lo hace
para hacer ejercicio, va desde su
casa hacia el pueblo o caminando
hacia una finquita que formó
parte de la antigua hacienda
Pagüey. Tal como lo manifiesta
el testimonio de don Antonio:
«la zona era muy tranquila,
cuando ocurría algo sangriento
era todo un acontecimiento y
era comentado en todas partes.
Fueron muy pocas las víctimas
fatales durante nuestros
primeros años de nuestras vidas
en estas tierras».
17
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
18
Con la señora
Ana Betulia y
sus relatos
La señora Ana Betulia,
vecina de la zona, nos contó
que había nacido en 1927 en
la hacienda Pajas Blancas, ya
que su papá trabajaba allí,
pero que por el trascurrir de
los años manifiesta no saber
el origen de sus padres. Ella
recuerda que siendo muy
pequeña, más o menos a
los 7 años, se la llevó una
tía para Bogotá donde una
señora para que le ayudara
y le sirviera de compañía,
pero esos recuerdos no son
muy agradables por el trato
que recibía; con esa señora
apenas duró un año y al año
siguiente se la devolvió a la
tía donde vivió un año más,
hasta que fue encontrada
por su padre que luego
de conseguir la dirección
de la señora –adonde
la tía la había llevado
inicialmente–, pero allá le
dijeron que efectivamente
la señora había vivido allí
y que la señora vivía con
una niña con las mismas
características de su hija,
pero que lo último que
sabían era que se había
ido para Faca, sitio al
cual se dirigió su papá y
fue allí donde encontró
nuevamente a su hija.
También cuenta la señora
Ana Betulia, que su tía la puso
a estudiar y que alcanzó a
hacer dos años de primaria
donde aprendió a leer y a
escribir. Regresó nuevamente
a la hacienda Pajas Blancas
cuatro años después, justo al
sitio donde vivían sus padres,
pero como en su momento
la única escuela que existía
era la de Pueblo Nuevo y le
quedaba a 4 kilómetros de
distancia y necesariamente
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
tenía que pasar por la casa
del administrador de la
hacienda de Pajas Blancas –un
señor que tenía muy mala
reputación por su trato con
las niñas–, de manera que
sus padres decidieron que no
podía estudiar más, situación
que la obligó a dedicarse a los
haberes de la casa y a ir por
comida, hasta que conoció
a su primer esposo, el señor
Sanabria, con quien convivió
varios años y tuvo sus seis
hijos y quien lamentablemente
murió después de un
accidente, al caer de un techo.
Ella recuerda que la
iglesia estaba ubicada al
frente de donde está hoy
en día, era una choza de
bajareque y palma, las clases
se recibían en un cuarto
ubicado enseguida de lo que
hoy es el puesto de salud
que prestaban para capacitar
a las personas que querían
estudiar y donde solo se
preparaban hasta el grado
tercero de primaria.
Para la misma época
se conoce con un señor
que había llegado de
tierras boyacenses, a quien
llamaban don Rafael, que
junto con los señores
Héctor, Arturo, don Pedro,
don Camilo y la señora Ana
Betulia, entre otros muchos,
siempre colaboraban y
organizaban los juegos de
tejo, las riñas de gallos, la
venta de la cerveza y la
comida que no podía faltar,
eventos en los que al igual
que en la fiestas de Nilo
siempre resultaban los
problemas, gracias a dios, sin
saldos fatales.
De la misma forma,
mediante la Federación
Nacional de Cafeteros, los
cafeteros participaban
activamente en el
arreglo de caminos, la
electrificación de veredas,
la construcción de escuelas
en las veredas cafeteras y la
construcción de la casa del
café en el centro del pueblo
con la colaboración de sus
agremiados, tal como lo
corroboran dos personajes
que nacen, se crían y viven
aún del producto por el
cual somos reconocidos en
todo el mundo: el café. Ellos
son don Antonio Rubiano
19
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
y don Alfredo Ballesteros,
quienes siempre han estado
vinculados al cultivo de café
por medio de su agremiación
nacional: la Federación
Nacional de Cafeteros.
En este documento
presentaremos algunos
relatos de las personas que
vivieron en esas haciendas
o que tuvieron algo que ver
con quienes trabajaban en
ellas. Son historias contadas
por las mismas personas y
que registramos tal como
las describieron.
20
-Don Alfredo Ballesteros. Foto: Alba Ruth Peñaranda-
Recuerda que escuchó
que unos de las hacendadas
más grandes de Nilo fue la
familia Holguín, propietaria
de las haciendas Batavia,
Balunda y la Concepción, una
de las pocas haciendas que
no producía café a pesar de
encontrarse muy cerca del
pueblo. En su lugar, producía
pastos para alimentar a
las recuas de mulas que
utilizaban para transportar
el café desde las haciendas
hasta el puerto de Girardot
y trasladar las mercancías
traídas desde Fusagasugá.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
Para 1900 en lo que
hoy es la vereda Batavia
estaban las haciendas
Batavia, La Fragua y El
Palmar; en la vereda San
Bartolo las haciendas
Agua Dulce y Careaga; en
la vereda Agua de Diosito
la Hacienda San Luis; en
la vereda Pajas Blancas la
hacienda Pajas Blancas; en
la vereda Margaritas las
haciendas Margaritas, San
Antonio y Palermo; en la
vereda Buenos Aires las
haciendas Buenos Aires,
Pagüey, Campo Alegre,
San Ignacio, La Lucía, La
Turena y La Guayacana;
en la vereda Bella Vista la
hacienda Bellavista y en la
vereda Pradito la hacienda
La Cajita.
Don Faustino Escamilla
nació en 1929 en la Hacienda
San Antonio, allí creció y
aprendió el oficio de hacer
canastos de bejuco de
guayacán y también a arrear
ganado; nos cuenta algunas
experiencias significativas
que vivió y que nos sirven
para entender un poco la
historia de nuestro territorio:
Viví la Guerra Gallinera, fui
perseguido por ser liberal pues
lo primero que aprendí a decir
fue: «soy liberal», me llevaron
al Ejército muy joven y allí todo
el tiempo fui coquí, es decir
cocinero. Llegué a la hacienda
El Palmar más o menos en los
años cincuenta, ya con mi esposa
Inocencia, que yo me topé por
allá en Chaparral.
[Faustino Escamilla]
Doña Inocencia nació en
1924 y con voz lenta y baja
nos contó que fue partera,
una práctica conocida
como acomadramiento,
arreglaba huesos y sobaba
descuajados, si el parto era
demorado o difícil, preparaba
agua de toronja u hojas
de papayo para acelerarlo.
Recuerda que la llamaban a
cualquier hora del día o de la
noche, la venían a buscar en
mula y se la llevaban donde
estaba la parturienta. Según
relata llevó el registro de cien
niños recibidos y dice que
en la primera etapa recibió
65 niños y en la segunda
35, esto lo registró en un
21
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
cuaderno, pero alguna vez
una muchacha se lo pidió
prestado para hacer un
trabajo y nunca se lo regresó.
Así es su relato:
22
- Don Faustino Escamilla, Doña Inocencia y
una niña. Foto: Moisés García -
Yo misma recibí a mis hijos,
todos nacieron aquí en Nilo, en
la hacienda. Yo hacía mis propias
cremas con plantas, sobaba a las
señoras que tenían entuertos y las
fajaba con un pedazo de sábana,
ojalá blanca, esto para que no
se les cayera la matriz y ella se
acomodara. Luego les hacía tres
baños cada tercer día con naranjo,
mastranto o guaba. A los bebés
los bañaba con agua y unas gotas
de alcohol o alhucema (menticol).
Cuando los niños tenían parásitos
les mandaba paico, lo machacaba
y les daba el zumo, eso les sacaba
todas las lombrices… Yo lavaba
con jabón de la tierra que yo
misma hacía con ceniza y cebo,
pero ya casi no me acuerdo bien
de la fórmula. Para lavar la loza
usábamos hojas de mosquero o
cucubo, eran espinositas y lavaban
bueno la loza, lo mismo que para
brillar las ollas usábamos hojas
de chaparro y quedaban bien
brillositas.
[Doña Inocencia]
Doña Inocencia nos contó
también que don Alfredo se
iba para el pueblo y duraba de
rumba unos tres días, además
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
le gustaba tocar la guitarra,
era parrandero y volvía con
sonrisa picarona. Nos detalló,
además, cómo mezclaba el
chirrinche con el aguardiente
y les ofrecía a los recolectores,
pues casi siempre en época de
recolección estaba lloviendo
y así les vendía la media de
aguardiente.
Don Alfredo, que nos
acompañó durante toda
la visita, hace referencia a
doña Inocencia como una
señora que conoció desde
muy pequeño y dice que es
un ser humano excepcional,
que nunca tuvo problemas
con nadie y siempre fue
muy servicial.
También nos refieren en
las entrevistas realizadas en
esta visita que hace más o
menos 60 años había mucho
movimiento en la plaza de
Pueblo Nuevo: en las veredas
de la parte alta de Nilo, la
gente ponía toldos donde
vendían sus productos. Así lo
expresa don Faustino:
La gentecita bajaba
arracacha, platanito, jamaico
(banano verde), yuca, guatilas
y hasta verdura y todo lo
vendían. Yo con cinco centavos
compraba una mogolla y cuando
era pequeño me acuerdo
que uno veía al padrino con
otros guámbitos, uno le decía:
«padrino, la bendición» y él
le daba cinco centavos y uno
compraba un chichero, un pan
muy rico... La dueña antigua del
Palmar era doña Isabel Díaz de
Palencia. Don Carlos Palencia fue
el primer dueño de esta hacienda,
que se la heredó a doña Isabel
y ella se la vendió a don Luis
Hernández. Yo le trabajé a él
la tierra, ¡uf, por muchos años!
luego él se la dio al Incora y la
parceló, entonces me dieron una
parcela con cuotas de $5000 y
la última cuota fue de $4000.
A mí me tocaron 17 hectáreas.
Cuando mis hijos eran pequeños
no había casi escuelas, solo la de
Pueblo Nuevo y El Madroño, así
que se le solicitó a la Federación
de Cafeteros que nos ayudara
a construir una escuela y como
ya habían parcelado la hacienda
Batavia, entonces construyeron la
escuela en donde se encontraba
la casa de la hacienda. También
nos tocó ir varias veces a
Bogotá a la Gobernación y a la
Federación de Cafeteros, para que
nos ayudaran con dinero para
instalar la luz eléctrica y así lo
logramos, nos ponían el punto y
nosotros instalábamos el interior
de la casa, esto lo hacíamos
con los vecinos y a veces
terminábamos tomándonos unos
aguardienticos…
[Don Faustino Escamilla]
23
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Re l a t os de
m ig r aci ones y
p o b l am i ento
24
Doña Luz y doña Blanca
nacieron en Pueblo Nuevo,
pero muy pequeñas sus
padres se las llevaron para
Villa Rica y allí se criaron
hasta que doña Luz cumplió
14 años y doña Blanca, 16.
Según cuentan, llegaron
al pueblo cuando la iglesia
era en cuatro palos, con
paredes de bajareque y
techo de palma. La escuelita
funcionaba en un salón
en donde hoy en día es la
bodega del comité y el puesto
en el que se comercializaba el
café era donde hoy es la casa
de Julián Devia. El padrecito
reunía a toda la comunidad
y convocaba para hacer
bazares, rifas y comida para
vender en la plaza. Esto fue
más o menos en 1955. Según
el relato de las señoras,
estas fiestas duraban dos
o tres días y se vendía
guarapo, chicha, tamales y
se amenizaba con música de
cuerda porque casi en todas
las veredas había músicos.
Doña Blanca, con una
carcajada, recuerda el terror
que le tenían a la Policía:
«siempre que venían, uno se
escondía o salía corriendo,
dejando tirado lo que tenía
que hacer». Con su semblante
más serio, recordaban cómo
su mamá las tuvo que sacar
a escondidas de Villa Rica
durante la noche y las llevó
a Girardot donde una amiga,
ya que la Policía junto con los
conservadores perseguían
a los contrarios al partido
y además se llevaban a las
muchachas jóvenes y las
ponían de cocineras o las
violaban:
Veíamos por la ventana
de nuestra casa, sin que ellos
nos vieran, cómo pasaban los
camiones con muertos, iban
policías y campesinos porque
iban con pantalón y alpargatas o
descalzos. ¡Ese olor a sangre!
[Doña Blanca]
Con un suspiro de
tristeza, doña Luz continúa:
Era aterrador, era muy
pequeña pero aún me acuerdo.
Como mis padres estaban en la
finca en Villa Rica y nosotras en
Girardot, fue cuando decidieron
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
venirse para Pueblo Nuevo y
le compraron el lotecito a don
Hernando Vidal. Doña Blanca cuenta:
«Yo tenía catorce años y Luz tenía
doce años, aquí nos quedamos
porque era muy tranquilo.» Bueno,
dice doña Luz, solo cuando se
tomaba mucho y había peleas que
no pasaban de borrachos. Hasta
hace unos 15 años el clima era muy
diferente, había pulgas en las casas,
uno sacaba a los chinitos a Nilo o
Girardot y eso llegaban rosaditos,
esos cachetes parecían una
remolacha. Pues si acá dormíamos
arropados con cobijas y en invierno,
ni se diga, teníamos que usar saco.
[Doña Luz]
Doña Blanca recuerda que a
la gente le salían en los dedos
de los pies los llamados sotes o
chiribicos, que eran como una
pulguita en medio de los dedos
y otros que formaban unas
bolsas de agua, a esos se les
llamaba niguas. Para sacarlas
tenían que hacerlo con una
aguja, extirpar la bolsa y sacar
el animalito, luego le echaban
alcohol. Pero según cuenta, ya
eso no se ve porque el clima ha
cambiado muchísimo.
25
- Doña Luz y Doña Blanca en su casa -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Mo i s é s: m i v i da e n tre
G ü icá n y N i lo, tradicion es
d e l ucha y m emo rias de
co l o n i z aci ón
26
Domingo 12 de octubre de
2014, “el día de la raza”, que
según los padres de la patria
es la conmemoración del
día en que el señor Cristóbal
Colon descubrió América,
en 1492 y yo me pregunto:
¿acaso debemos estar
orgullosos de que nos hayan
conquistado? Digo “nos
hayan” sin saber si nuestros
antepasados sean de la
descendencia de aquellos
que algún día llegaron a
conquistar las razas de
indígenas que habitaban lo
que hoy llamamos nuestra
patria, quienes se fueron
mezclando sin saber con
certeza dónde se cruzan
nuestros destinos.
Prueba de ello son
nuestras vidas: acabamos
de llegar apenas hace unos
días de la tierra de mi suegra,
una señora de 75 años,
oriunda de tierras lejanas y
que hacía ya 53 años, más de
medio siglo de su existencia,
que no había vuelto a su
patria chica, uno de los sitios
más hermosos de nuestro
país y orgullo de todos
nosotros los colombianos,
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
ese paraíso llamado Güicán
de la Sierra en el norte de la
provincia de Gutiérrez en el
departamento de Boyacá,
sitio habitado en su mayoría
por los indígenas u’wa y
territorio de mis ancestros y
que por esas terquedades de
la vida es la misma tierra de
mi esposa y mi familia.
Si hay cosas que
marquen a un ser humano
son las expresiones de
amor y felicidad y fue lo
que experimentamos todos
los que acompañamos a
esa señora ya de avanzada
edad, a volver a su territorio
a preguntar por sus
compañeros de estudio, sus
vecinos y sus familiares,
aunque muy pocos todavía
viven en su tierra, al verle sus
ojos brillar como a un niño
cuando destapa un regalo
en su cumpleaños o verla
llorar por saber que algunos
de sus contemporáneos ya
partieron al otro mundo.
Ella, acompañada de
sus siete hijos con sus
respectivas esposas (os), sus
nietos y su primer bisnieto,
un total de 42 personas,
compartimos una felicidad
desbordante de quien, por
motivos de la violencia que
se dio en la mayor parte
del territorio colombiano en
la mitad del siglo pasado,
se tuvo que separar de su
familia y empezar a vivir
su propia historia, que de
una u otra manera y por las
necedades de la vida tiene
que ver necesariamente con
la mía.
Conocimos los lugares
donde vivió su infancia, la
casa donde nació, los lugares
que recorrió, dónde estudió.
Su rostro reflejaba cada una
de las diferentes emociones
asociadas a cada recuerdo,
a medida que caminaba y
hacía el recorrido, cambiaban
las facciones en su rostro
y parecía que todo en su
cabeza, ya canosa por el
paso de los años, volviera
a revivir lo vivido más de
medio siglo antes.
Al día siguiente el
recorrido necesariamente
tenía que ser al municipio
continuo, El Cocuy, patria
chica de mi padre y al que
yo no regresaba hacía 39
27
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
28
- Güicán -
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
años y donde experimenté
la misma sensación que mi
suegra el día anterior, ya
que en mi infancia, cuando
apenas tenía 5 años, cada fin
de año mi padre me llevaba
a visitar a mis tíos y su tierra
y así sucedió por varios años
seguidos hasta la muerte de
mi abuelo a comienzos de los
años setenta.
Mi abuelo había nacido
a finales del siglo anterior
en 1888 y por las mismas
necedades de la vida le
tocó vivir la crueldad de
la llamada guerra de los
mil días. Él debía llevar
razones a algunos de los
diferentes frentes poniendo
en peligro su integridad,
aún antes de conseguir su
mayoría de edad. Tiempo
después, una vez ya adulto,
se dedicó a la producción
y comercialización de
productos agrícolas que
vendían en los pueblos
cercanos, los que hoy son
los municipios de Tame,
Saravena, Fortul y Arauca.
Estos recorridos los hacían
con las recuas de mulas
que mantenían en las
fincas de su propiedad y se
demoraban varios días en los
trayectos, por tanto, tenían
varios sitios que utilizaban
de “llegaderos”, lugares
donde descansaban ellos
y los animales y además
ofrecían a los pobladores
sus mercancías: papa,
cebolla, lentejas, frijol,
harina de trigo, cebada y
sal para consumo humano
y para el ganado, de la que
se aprovisionaban en el
municipio de La Salina.
Uno de esos llegaderos
era el pueblo de San Lope
en el municipio de Tame,
allí descansaban en casa de
unos señores oriundos de
Socotá, Boyacá: don José
Benítez y su señora Cleotilde
Leal, quienes por las cosas
de Dios y sus misterios,
terminarían siendo mis
bisabuelos maternos. Mi
madre, que tendría 7 años
en ese momento, cuando
veía que llegaban las mulas,
sabía que llegaba buen pan,
ya que mi abuelo paterno –
el que para mí fortuna tenía
mi nombre: Moisés–, como
buen boyacense y persona
29
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
30
siempre agradecida, llevaba
dentro de la mercancía
los famosos amasijos
cucuyanos que consistían en
mogollas de tamaño gigante
amasadas al horno de
leña, que alcancé a conocer
cuando les ofrecía a sus
paisanos como presente por
recibirlos en su casa.
La niña, apenas partían
las mulas, se inventaba una
visita a su abuela, pero su
verdadera intención era
comer el delicioso pan de
El Cocuy, el que volvió a
probar hace algunos días
en nuestra visita y pude
observar cómo sus ojos
cambiaron al ver a la señora
Rosita, propietaria de Las
delicias de la abuela en
Güicán, cuando empacaba
las mogollas que compramos
de presente para nuestras
familias.
Así fue como mi padre,
acompañando a mi abuelo,
aprendió la ruta para salir de
Boyacá a los llanos orientales
de Arauca y el Casanare.
Ruta que después, a sus
30 años y años siguientes,
utilizó para salvar su vida
y la de muchos paisanos
suyos, después del 9 de
abril de 1948, cuando los
colombianos se empezaron
a matar unos a otros
simplemente por el hecho de
ser conservadores o liberales,
luego de resistir por varias
semanas atrincherados en
las entradas y salidas de El
Cocuy para no permitir que
sus vecinos conservadores
entraran para eliminarlos por
ser liberales.
A mi padre durante varias
noches le asignaron el puesto
de vigía en el cementerio
del pueblo, ya que para ese
sitio no era fácil de conseguir
guardia, supongo que por
el hecho de estar con los
difuntos y recuerdo que él
decía: «el miedo solo a los
que están vivos, los difuntos
ya no hacen daño.»
Según como me lo
comentó mi padre, a medida
que pasaban los días la
cosa se ponía complicada
ya que había retenes en las
diferentes vías de acceso
al pueblo y no permitían
ni la entrada de víveres
ni la salida de personas
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
31
- Familia de visita en Boyacá -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
32
- Pueblo Güicán hoy -
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
de filiación liberal, solo
transitaban personas
conservadoras. Mi abuelo de
filiación liberal reconocida, y
ya con más de sesenta años,
no resistiría la travesía hacia
los llanos por el nevado, por
tal razón intentaron sacarlo
en medio de un cargamento
de papa dentro de un ataúd
en un camión de un amigo
conservador, situación de
gran riesgo, pero era eso
o morir a manos enemigas
cuando desalojaran el pueblo
por falta de provisiones y
armas.
Gracias a dios el hecho
resultó tal como se planeó.
Una vez mi abuelo en
Bogotá decidió mandar
adelante a los niños y a
las señoras del pueblo
buscando el nevado para
pasar a los llanos araucanos
y luego a Venezuela.
Recuerda mi madre que
para la época ya era una
joven de unos 12 a 15
años, que llamaban Los
parameros a todos lo
que bajaban del nevado
huyendo de la persecución
de los conservadores. Dice
ella que llegaban todos
al llano con sus caras
coloradas por el calor, sobre
todo los niños en compañía
de sus madres y uno que
otro hombre con una herida
o dificultad, los otros
continuaban sosteniendo la
resistencia.
Más adelante cuando la
violencia se incrementó, mi
abuelo materno llamado
Nicanor tomó a todas sus
hijas que vivían en San
Lope y se internó con ellas
en las selvas cercanas al
río Casanare, les improvisó
un cambuche y las dejó
a todas en compañía
de una vecina suya, con
algunos perros y animales
para su consumo, por si
las cosas se dificultaban
más de lo que ya estaban.
Luego él volvió al pueblo
a cuidar de mi abuela
Micaelina y a buscar cómo
la proveía de alimentos.
Por ello, salió del pueblo
al anochecer y volvió ya
en horas de la madrugada
para darse cuenta dónde
estaban sus hijas, ya
que los gobiernistas
33
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
34
hacían incursiones en el
pueblo y se llevaban a las
muchachas.
Mientras vivían en la
selva tenían que cocinar en
la noche para que no las
descubrieran con el humo
del fuego al preparar los
alimentos, ya que cuentan
que por eso bombardearon
a unos vecinos. Los animales
los mantenían con bozal
para que no emitieran ruido
alguno que los delatara. En
una ocasión se les soltó un
perro que empezó a ladrar al
sentir la presencia de alguien,
cuando se dieron cuenta ya
habían sido descubiertas
por un joven bien parecido
que resultó siendo mi primo
Guillermo, quien no se había
comido el cuento de que sus
primas se habían ido para
Venezuela y llevaba ya varios
días buscándolas.
La situación en esa época
fue muy compleja en esos
territorios, se cometieron
muchas masacres de
familias completas, tal
fue el caso de lo que pasó
en una finca llamada Las
Queseras, a orillas del río
Tame, llegaron una noche
y asesinaron a toda la
familia por ser liberal.
De allí se salvó solo una
persona que después
contó cómo los marranos
se comían los cadáveres
en descomposición de sus
parientes.
A mi tía Obdulia, que
practicaba la enfermería, le
tocó el destierro forzado y
fue a parar a Popayán, es
por eso que hoy en día vive
en esas tierras, solo porque
prestaba sus servicios a
las personas liberales que
resistían y defendían sus
predios. A un señor Víctor
y otros tres, se los llevaron
del pueblo y después se les
encontró abandonados por
el camino, sin orejas. Las
hijas de mis tías Carmen y
Cenovia, también vivieron
un año en la selva sometida
a los peligros. Cuentan que
cuando llegó la pacificación
y tomó el poder el General
Rojas Pinilla salieron y se
dedicaron a celebrar con un
gran baile que duró tres días.
Ya en 1958 mi madre
decidió buscar nuevos
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
horizontes y se fue a
trabajar a El Amparo en
Venezuela, terminó luego
en Caracas y estando allí
en 1960 y tan solo a cinco
días de viajar a México
con sus patrones, recibió
un telegrama en el que le
informaron que mi abuela
Micaelina estaba grave y
debía volver a San Lope. Ella
regresó al pueblo y decidió
trasladarla a la cabecera
municipal de Tame, le
compró una casa, la instaló
y ya cuando vio que mi
abuela estaba mucho
mejor intentó nuevamente
volver a Venezuela en
1961. Pero por problemas
de ilegalidad de muchos
colombianos desplazados
por la violencia, la cosa no
fue fácil y tuvo que esperar
muchos días en Arauca,
la frontera, esperando la
oportunidad, hasta que
llegó de la mano de una
señora que comerciaba
mercancías y tenía
arreglados a los de la Policía
venezolana y fue ella quien
le autorizó el ingreso al
vecino país. La señora vivía
con un señor Horacio que
tenía un socio colombiano
llamado José García.
Después de haber
enviado a las señoras y a
los niños de El Cocuy, los
hombres que tomaron la
decisión de no esperar en
sus casas, y aunque ya casi
sin municiones para sus
armas, siguieron por la vía
del nevado, la misma que mi
abuelo paterno don Moisés
usaba cuando comerciaba
con productos agrícolas y
sal por los pueblos del llano.
Mi padre, en compañía de
mi tío Marco Aurelio, salió
a Yopal, Casanare, y allí mi
tío tomó un vuelo hacia
Bogotá para reunirse con mi
abuelo. Mientras, mi padre
siguió su camino rumbo a
los llanos a reunirse con
unos hombres que resistían
y defendían los pueblos que
se consideraban liberales,
al mando de un señor que
se llamaba Guadalupe
Salcedo. Con él estuvo
varios años hasta que los
convencieron de que debían
hacer entrega formal de
armas porque ya no las
35
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
36
necesitaban porque el país
ya se había pacificado.
Una noche en Bogotá
en el barrio San Carlos, mi
padre reunido con algunos
viejos amigos al calor
de unos aguardientes,
comentaron que él mismo
le había advertido a
Guadalupe que no se dejara
reseñar por el Gobierno
porque tarde o temprano
se lo cobrarían, él había
resistido y había desafiado
a todo un establecimiento,
que por favor, si quería que
se fueran para Venezuela
pero que no se entregara,
que lo que era él ni
siquiera se presentara en
el aeropuerto de Tame,
lugar donde se realizó la tal
entrega de armas y se firmó
un pacto con el Gobierno
que cubrieron varios medios
de comunicación del país.
Lamentablemente mi
padre tenía razón: después
de la entrega, el mandante,
como le decía al señor
Guadalupe, viajó y se radicó
en Bogotá donde fue
vilmente asesinado algún
tiempo después en la Calle
14 con Carrera 15, en el
centro de la capital.
Pero si somos un poco
observadores de nuestra
historia no ha sido el
único, pero sí espero que
la historia no se repita ya
que hay seres humanos
que aun conociendo las
posibles consecuencias de
sus actos siguen adelante
con sus propósitos, ya que
es tal su convicción que
llegan a entregar sus vidas
por ello. Tal fue el caso
tiempo después de Carlos
Pizarro Leongómez, Jaime
Pardo Leal, José Antequera,
Manuel Cepeda, Luis Carlos
Galán, Rodrigo Lara Bonilla
y Jaime Garzón, dentro
de los más conocidos y
publicitados, pero también
existen varios casos de
abogados y de muchos
sindicalistas que ofrendaron
su vida únicamente con
la convicción de estar
defendiendo causas, para
ellos, justas.
Mi padre, como se lo
había dicho a Guadalupe
Salcedo, no se presentó ni
se dejó reseñar, más bien,
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
37
- El Cocuy -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
38
se puso de acuerdo con un
paisano suyo que andaba
con él desde cuando había
sido liberado de un tren,
cuando era conducido preso
de Tunja a Bogotá para ser
juzgado como delincuente,
por ser cachiporras, como
los llamaban. La historia
es que este amigo de mi
papá, cuando iba preso en el
tren, unos amigos liberales
atravesaron varios vehículos
en la carrilera y liberaron a
los que iban en el camión.
Luego de eso se conoció con
mi papá y de allí en adelante
siempre anduvieron juntos,
primero en todo el llano y
luego por Venezuela, donde
rápidamente consiguieron
cédulas de ese país. Mi
padre se llamó José García
y su paisano don Horacio;
como todos los boyacenses
que yo conozco, se pusieron
a trabajar duro. Para 1961
ya tenían un supermercado,
una estación de gasolina
y un pequeño camión.
Don Horacio se había
casado con una señora que
comerciaba prendas de
vestir en el vecino país. Mi
padre conoció a una joven
colombiana de escasos 21
años que fue mi madre, se
enamoraron y fueron varias
la veces que mi padre tuvo
que ir a la Policía Técnica
Judicial de Venezuela (PTJ)
a pagar para que la dejaran
libre ya que su delito era no
tener cédula de ese país. Tal
fue el acoso de la Policía de
inmigración que a finales de
1962 viajaron a Colombia,
primero a Bogotá y luego
a Girardot donde vivía mi
tío Marco Aurelio, el que se
había embarcado en el avión
en Yopal, Casanare, quien
ya se había graduado como
abogado y se había casado
con la hermana de un
compañero de estudio, que
lo había invitado a pasar un
fin de semana a su casa.
En 1963 nació mi
hermana Carmen Eliza y
para el año siguiente, mi
tío buscó una finca cerca
de Girardot para que su
hermano Rafael, que era su
verdadero nombre, viviera
con su esposa y su hija. Así,
llegaron a Nilo a la finca La
vuelta de la araña, contigua
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
a la finca llamada Prado, de
la que luego se supo que fue
de un músico italiano que
cultivaba quina y añil y que
por pedido del presidente
cartagenero Rafael Núñez,
había compuesto la música
de un himno a Cartagena,
que después fue himno
nacional de la República de
Colombia.
Además de las tierras
que mi tío le dio en
compañía a mi padre,
le entregó 20 pollitos,
un marrano y un par de
machetes para desmontar
la tierra. Ese fue su capital
inicial ya que los negocios
de Venezuela quedaron
en poder de su entrañable
amigo Horacio a quien nunca
se le buscó.
En 1965 nació en la
finca un hermoso niño
al que llamaron Moisés,
o sea yo, en honor a su
abuelo a quien conocí
cuando tenía apenas 7
cortos años. Recuerdo que
a Nilo se llegaba desde
Girardot después de casi
tres horas de recorrido en
unos buses de escalera, que
siempre llamamos chivas,
incluso hoy y para la época
existían tres, que cubrían
esa ruta cuyos números
eran 39, 44 y 45. Nuestra
infancia en la finca que se
encontraba situada en la
mitad del recorrido entre
Nilo y Pueblo Nuevo fue
muy tranquila, crecimos
como cualquier niño criado
en el campo en medio de
gallinas, marranos, caballos,
vacas de leche y algunos
cultivos de pancoger
como maíz, plátano y
tomate. La leche y el
tomate se comercializaban
en Girardot, que era el
centro poblado comercial
más cercano. Nilo, la
cabecera municipal, era un
poblado con un pequeño
parque que mantenía con
muchos burros sueltos,
la mayoría de sus casas
era de bajareque con sus
techos de zinc, que daban
la apariencia de un pueblo
donde nunca pasaba nada.
Pueblo Nuevo fue nuestro
eje de actividades, debido
a su cercanía, además
que registraba la mayor
39
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
40
actividad económica, ya
que dos veces por semana
siempre llegaban camiones
provenientes de Viotá
y Girardot, que salían
cargados de café y plátano.
También había buses de la
línea Cootransfusa hacia
Viotá los fines de semana.
Por tanto, siempre había
algo nuevo, se veía cómo
se transaban mercancías
y la gente se sentaba a
tomarse sus cervezas en
las cantinas del pueblo, que
casi siempre terminaban en
riñas de gallos y luego en
riñas de vecinos, pero muy
pocas veces terminaron con
saldos que lamentar.
Los estudios de primaria
los realicé en Pueblo Nuevo
y los primeros cuatro años
de secundaria en Nilo, ya
que allí no había sino hasta
ese grado. Para culminar los
estudios tocó recurrir a los
internados, el más cercano
en Tibacuy para los hombres
y Liberia, en Viotá, para las
mujeres.
Para la misma época y
por las mismas cosas de
la vida llegó a la casa una
familia proveniente de la
capital del país buscando
a un señor oriundo del
Cocuy, Boyacá. Era una
familia compuesta por un
señor que se dedicaba a la
carpintería y una señora
de aproximadamente 40
años de edad con siete
niños que venían a vivir
en la vereda Buenos Aires,
en la finca San Juan que
le habían comprado a
un señor Monroy. Como
llegaron en horas de la
tarde le pidieron a mi padre
que les permitiera guardar
las cosas para irlas llevando
por partes a la finca, en
viajes al hombro o al lomo
de mula o mejor de burro,
ya que mi padre le dio uno
que tenía al señor para que
tuviera medio de transporte
y que se lo fuera pagando
como pudiera. A este burro
lo llamaron cariñosamente
Platero.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
41
- Chiva -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
N u e str as hi st o rias s e
co ne c ta n con el café
Historia de la
señora Alba
42
La esposa del carpintero
había nacido en 1939, un 13
de mayo, el día de la Virgen, en
el norte del departamento de
Boyacá, en Güicán de la Sierra,
pueblo casi en su totalidad
de estirpe conservadora a tal
extremo, comenta ella, que
su padre oriundo de Chiscas
y de origen liberal vivió en el
pueblo pero que nunca dejó
saber su inclinación política. Él
había llegado al pueblo para
comienzos de 1900, a la edad
de doce años, solo, en busca
de su madre, quien se había
venido del pueblo a pagar una
promesa a la Virgen morenita
y se demoró más de lo que él
estaba dispuesto a esperarla,
razón por la cual tomó un bus
y llegó a Güicán a preguntar
por su madre, la señora María.
La situación fue tan delicada
que en tiempos de la violencia
él fue utilizado como baquiano
por ser conocedor de caminos
de las diferentes veredas del
municipio en las incursiones
que realizaron a las casas de
los que eran considerados
liberales, situación que
aprovechó para salvar la vida
de muchos copartidarios ya
que les avisaba para que
huyeran antes de que los
conservadores llegaran, aun
poniendo en riesgo su vida si
era descubierto.
La señorita Natividad
estudió en el Colegio del
Rosario de Nuestra Señora
de Güicán, de las hermanas
terciarias dominicas hasta
cuarto grado de secundaria
a mediados de los años
cincuenta. En los años
siguientes trabajó como
profesora en varias veredas
del municipio, entre ellas
Tabor por la vía al nevado,
que conocimos en nuestra
visita El Juncal, El Carrizal y La
Cueva. Estando allí, decidieron
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
visitar en una de las escuelas
a otra compañera profesora,
junto con su prima hermana
Adelina y vivieron una de las
experiencias más difíciles por
culpa de su filiación política ya
que los vecinos se enteraron
de que eran contrarias
políticas y habían tomado la
decisión de eliminarlas, al caer
la noche, pero se salvaron
gracias a la información de
un padre de familia de uno
de los estudiantes, porque
lograron abandonar la
escuela por la parte trasera
y huir por entre los potreros
contiguos y esconderse entre
los pastizales, hasta que
renunciaron a la búsqueda.
Tan solo en ese momento
pudieron salir ya avanzada la
noche.
Para 1960 fue nombrada
en el municipio de San
Mateo y tomó la decisión de
volarse para Bogotá ya que
habían averiguado que en
ese municipio las profesoras
antecesoras habían sido
hechizadas hasta causarles
la muerte y ellas por ningún
motivo seguirían exponiendo
sus vidas. Cosa que había
sido coincidencia y por la
habladuría de los pueblos
generaban esa clase de
historias. Ya en la capital
trabajó algunos años y
por prescripción médica le
recomendaron vivir en clima
caliente. Entonces, viajó a Tibú,
Norte de Santander, en busca
de su tío Nepomuceno, quien
rápidamente la ubicó en un
colegio de la localidad. Al año
siguiente se fue a enseñarles
a unos adultos propietarios
de una finca a orillas del río
Sardinata. Allí conoció a la
persona que hasta hoy la
acompaña, un señor oriundo
de Gramalote, Norte de
Santander.
Se casaron. Luego de
un año nació su primer hijo
a quien bautizaron con
el nombre de Alba Ruth.
Viajaron a Bogotá en donde
nacieron sus dos siguientes
hijos. Su esposo hizo curso
de carabinero y se enlistó
en la Policía Nacional y fue
trasladado a Bucaramanga
donde nació su cuarta hija. Se
retiró de la Policía y regresaron
a Tibú, luego viajaron a
Restauración a colonizar unos
terrenos que les escrituró
más tarde el entonces Incora.
Allí nacieron sus otros dos
hijos, pero luego de varios
43
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
44
intentos de desalojo, tomaron
la decisión de vender y volver
a Bogotá. Compraron una casa
lote en el barrio La Alquería.
Allí su esposo aprendió la
profesión de carpintero y
conoció a un señor de Nilo,
quien lo convenció de comprar
una finca en ese municipio. Así,
llegaron a la finca San Juan en
la vereda Buenos Aires.
Para esa época, comienzos
de los ochenta, su hija mayor
fue matriculada interna en el
Instituto de Promoción Social
de Liberia y sus hermanos
matriculados en la escuela de
Pueblo Nuevo, a hora y media
de la finca. Después de dos
años, la niña regresó a Bogotá
a terminar sus estudios y con
ella sus hermanos. Terminó sus
estudios, se vinculó al Sena
y se graduó como Técnica en
Administración Agropecuaria
y regresó a Nilo a desarrollar
un proyecto de apicultura en
la finca.
Se vinculó a la Alcaldía,
por medio de la Umata, luego
trabajó en el municipio de
Nariño y regresó a la finca a
comienzos del 2000 de donde
tuvo que irse por miedo y
para proteger a sus hijos llegó
nuevamente a Bogotá de
donde regresó a mediados del
2009, a reiniciar una nueva
vida alejada del bullicio de la
capital del país.
En aquella época la
economía de la parte alta
del municipio, al igual que la
de gran parte del territorio
nacional, se basaba en el café,
cultivo que estuvo asociado
al plátano, que en nuestra
zona se conoce con el nombre
de Jamaico y que también se
comercializaba en carga de
dos bultos y es aún la base
de nuestra alimentación; se
consume verde y se prepara
cocido como una papa, a
diferencia de la mayoría
del territorio nacional que
lo consume ya maduro o
amarillo.
La mayoría de nuestros
paisanos antiguos trabajaba
como empleado en las
grandes haciendas cafeteras
de la zona como Batavia,
Balunda, Buenos Aires, El
Palmar, La Fragua, Agua
Dulce, Cariaga, San Luis, Pajas
Blancas, Pagüey, Palermo,
Las Margaritas, La Cajita, San
Antonio, San Ignacio, Campo
Alegre y La Guayacana que
proveían los trabajos más
estables y para tiempos de
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
45
- Libra de café -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
46
- Foto de la familia -
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
las cosechas del fruto de
café llegaban de diferentes
departamentos los llamados
enganches, que consistían en
gran número de foráneos que
reclutaban principalmente
en el Valle y Boyacá. Con
ellos llegaban también sus
costumbres y también sus
mañas, lo que generaba
algunos conflictos con los
locales por las influencias
negativas que generalmente
se aprenden más fácil que las
positivas.
Mis primeros ingresos
hasta ahora se han derivado
del cultivo del café. Primero,
llenando las bolsas de tierra
para hacer los germinadores
y luego recolectando las
cerezas maduras del fruto,
trabajo que hacíamos adultos
y niños por igual. La sensación
más satisfactoria era la del
sábado en la tarde cuando
se recibía el pago por el
trabajo de la semana o por
los días trabajados, ya que
se laboraban los fines de
semana mientras no había
estudio. Recuerdo que un
amigo de nombre Gregorio en
tiempos de cosecha dejaba de
estudiar al menos quince días
para aprovechar, ya que en
el tema de la recolección casi
nadie le ganaba. Él hablaba
con la maestra y conseguía el
permiso con la condición de
que todas las noches pasara
por los cuadernos de algunos
de nosotros y se pusiera al día
y mandara las tareas para que
fueran revisadas.
Eran muy buenas épocas,
todo el mundo manejaba
dinero, hasta al más pequeño
de la casa algo lo ponían a
hacer y era recompensado.
Más tarde apareció una
enfermedad que llamaron la
roya y empezó el deterioro de
la producción y por tanto de
la economía. Los propietarios
de las haciendas las fueron
vendiendo para ser parceladas
y otros fueron cambiando de
cultivos, principalmente fueron
convirtiendo los cafetales
en potreros para mantener
ganado y la destrucción de los
bosques, de los árboles que
sombreaban el café se dio sin
control cambiando el paisaje y
así mismo el adorable clima de
nuestra zona, a tal punto que
hoy ya no existen sino tres
veredas en donde se cultiva
nuestro producto insignia del
país, el café.
47
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
En fiestas
48
Recuerdo que para las
festividades de la Virgen de
Nuestra Señora de la Salud en
Nilo, celebrada todos los 8 de
septiembre, se organizaban
los paisanos de las veredas
de la parte alta, productores
de café y plátano, quienes
contrataban un camión de los
que cargaban los productos,
para que pasara tocando
las cornetas, apurando a la
comunidad que quisiera bajar
a darle gracias a la Virgen
por su estado de salud.
Una vez estaba ya lleno el
camión, la gente salía por la
vía a Nilo haciendo sonar las
cornetas para que los que
estuvieran en la ruta salieran,
el ambiente era de algarabía
y compañerismo total, les
advertían a todos que si
alguno tenía algún problema
les comunicara a los demás.
Yo no entendía muy bien
de qué se trataba, cuando
llegaban a Nilo no dejaban
de hacer sonar las cornetas y
además al entrar al pueblo se
armaba una algarabía dentro
del camión, que realmente
asustaba. Luego de dar una
vuelta al parque, el camión
se estacionaba y empezaba
a bajar toda la gente, los
lugareños comentaban: «se
pusieron buenas la fiestas,
llegaron los de la plata.» Los
visitantes se repartían, unos
para la iglesia, los otros a
comprar cosas a los toldos,
otros se estacionaban en los
diferentes juegos como el
cacho o las mesas de cartas,
los demás entraban a las
cantinas a beber con sus
amigos y tal cual buscaban
las “casas de las niñas”,
que traían solo para esas
ocasiones al pueblo.
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
En horas de la tarde se
disponía todo el mundo a
ver las corridas de toros
criollos que lidiaba una
cuadrilla contratada por los
organizadores. Nadie se movía
del sitio antes de que se
anunciara un ejemplar para el
público, ya que siempre salía
algún espontáneo con sus
tragos en la cabeza a dárselas
de torero y por supuesto
siempre había la participación
de un paisano al que el toro
aporreaba. Apenas comenzaba
la noche ya se avizoraban los
problemas ya que la mayoría
ingería licor y se prendían
esos zafarranchos entre los
cotudos de Nilo y los guatileros
de Pueblo Nuevo, como se
apodaban unos a otros.
Recuerdo cómo corría la gente
de tienda en tienda buscando
los paisanos gritando y
avisándoles a los demás: «le
están pegando a fulano» y,
¡madre mía!, se formaban
grupos grandes, unos contra
otros y los policías tratando de
controlar los disturbios, pero
como eran tantos difícilmente
lo conseguían, pero siempre
cogían a alguien y era el que
pagaba el pato por el pleito.
Las señoras buscaban a sus
maridos intentando agruparlos
para volver al camión, hasta
que se cansaban y resolvían
volver algunas sin ellos y
durante el regreso, por todo el
camino, se burlaban del que le
habían echado mano, lo cierto
era que jamás se regresaba
como se había comenzado y
el comentario sobre las fiestas
duraba al menos unos 15 días.
En Pueblo Nuevo
solo había una pequeña
escuela que era el centro
de formación, el puesto de
salud que era improvisado,
la oficina de Telecom que
era manejada por una
dama a quien llamaban la
señorita Cecilia y el puesto
de Policía que quedaba en la
cabecera del parque donde
siempre permanecían dos
policías y un comandante. La
comunidad se organizó con el
fin de hacer un buen puesto
de salud y una mejor escuela,
para lo cual planearon
bazares de tres días lo
que parecían unas ferias y
fiestas, esto para obtener los
recursos.
49
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Historias de
violencia en
la zona
50
La guerra de los
conservadores (chulavitas)
y los liberales (cachiporros)
en esta zona, no fue la
excepción como cuentan los
hermanos Borda, en especial
doña Gladys, una mujer de 70
años y que nació en la finca
que su papá, un hombre que
había llegado de Ráquira a
trabajar como recolector, le
compró años atrás al señor
Jaime Londoño, dueño de la
hacienda Buenos Aires y a
la que le llamaron finca La
Unión. Ella es la menor de su
familia y recuerda que aún
era muy pequeña cuando
llegaba la Policía o la plaga,
como le llamaban y salían y se
desterraban en la parte alta
de la montaña. Ella afirma:
Recuerdo que nos tocaba
salir corriendo cafetal arriba y
dejábamos lo que estábamos
haciendo. Llegaban de repente
y como mi mamá tenía un
reguero de gallinas le hacían
preparar caldo con gallina,
chocolate, arepas y huevos, pero
nos hacían probar primero la
comida no fuera que estuviera
envenenada. Cuando papá
y mamá alcanzaban a darse
cuenta de la llegada de ellos, nos
escondían a nosotras, pues ellos
se llevaban a las muchachas y a
las señoras si eran jóvenes, no
importaba si tenían esposo, para
que les cocinaran o las hacían
mujeres de ellos. Me acuerdo
que un día uno de los policías le
dijo a otro: «esa chinita ya sirve
para cocinar», pero el otro le
dijo que estaba muy pequeña,
que no les servía o si no me
hubieran llevado. Los policías
siempre nos decían que éramos
unos cachiporros guerrilleros,
entraban a las casas y si había
varias camas decían que era para
albergar a los guerrilleros, como
mis papás eran liberales siempre
estaban muy temerosos. Si
llegaban a la finca y encontraban
a los muchachos o los mismos
señores, les obligaban a cargar
las gallinas, los marranitos
colgados de las patas en una
vara y los hacían que los llevaran
hasta el pueblo. Allí, si no les iba
mal, los encerraban un rato o se
los llevaban para el Ejército si ya
tenían la edad.
[Doña Gladys]
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
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- Panorámica -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
52
Al año siguiente, en
febrero de 1980, mi padre
contrató un camión Dodge
300 en el que llevamos
las cosas para la nueva
etapa de nuestras vidas
de internos, mientras
terminábamos los estudios
de secundaria. Recuerdo
que, como comentamos que
íbamos a hacer el viaje, se
pegaron algunos paisanos
nuestros, que como ocurre
en la mayoría de pueblos a
esa edad de adolescentes,
no tenían mucho por hacer,
además era la posibilidad
de hacer algo diferente y
lo más importante, gratis.
Conmigo viajaron mi padre,
mi madre y cuatro paisanos
más y mi hermana se
quedaría interna en Liberia.
El trasteo incluía un
baúl de madera con un
pequeño candado que sería
como mi caja fuerte, ya
que nos habían advertido
que teníamos que cuidar
nuestros objetos personales
porque al igual que en el
Ejército, “el que se duerme la
lleva”; un catre plegable, un
colchón y varias cobijas que
mi padre me había comprado
en su tierra El Cocuy, porque
para ese entonces Tibacuy
era muy frío. Al momento de
despedirnos fue algo entre
melancólico y traumático
ya que a pesar de que para
esa época yo ya había salido
de la casa a trabajar en
vacaciones en el municipio
de Viotá con un señor Carlos,
que vendía pan en una chiva
que él llamaba La Consentida,
con la que hacía recorridos
por todos los pueblos
cercanos como San Gabriel,
El Triunfo, El Piñal, Liberia,
Cumaca, Pueblo Nuevo, pero
esta vez no sé si fue por la
cantidad de bromas que mis
paisanos hicieron o por el
clima que continuamente
se nublaba y quedaba todo
el pueblo en una espesa
niebla dando una sensación
de un espacio lúgubre que
hoy en día adoro cuando
en la finca amanece así ya
que me imagino sin saberlo
del todo que me traen a mi
mente esos recuerdos de las
mejores épocas de casi todo
adolescente entre los 15 y
16 años de edad.
El regreso a casa era cada
15 días y uno hacía cuenta
regresiva. Los viernes a
eso de las 3:00 de la tarde
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
abordábamos el bus de la
Cootransfusa que hacía el
recorrido de Fusa a Viotá,
nos quedábamos en Liberia
en busca de mi hermana
mayor que también estudiaba
interna en el Instituto de
Formación Social, manejado
por monjas y en el que
estudiaban cerca de 200 niñas
internas; nos acercábamos a la
malla que protegía el colegio
y ya se pueden imaginar el
gusto nuestro al ver tantas
niñas juntas, a la edad de
15 años donde fluyen de
manera innata las feromonas
masculinas.
Mi hermana salió del
internado seguida de
una hermosa niña, que
comparada con esa no le
daba ni a los hombros, pero
que tenía una figura muy
armónica, pequeña pero bien
hecha. Yo esperaba que se
despidiera de mi hermana,
pero no fue así: seguía ahí
detrás de ella. Cogimos el
camino para Pueblo Nuevo
más o menos de dos a tres
horas en medio de cafetales
sombreados con inmensos
árboles, que para nosotros
eran los más gigantes que
hayamos visto. Mi hermana
no permitía que nos
chanceáramos con su nueva
e inseparable amiga. Más
adelante cuando pudimos
hablar con ella me enteré de
quién se trataba: era la hija
del señor carpintero y de su
señora, la paisanita, como la
llamaba mi padre, ya que la
señora era nacida en Güicán
de la Sierra.
Después de caminar
por una hora llegamos al
sitio llamado Los Vientos
que es la parte más alta
del recorrido y por donde
se atraviesa la montaña,
seguimos el trayecto por la
carretera y cuando arriamos
a un corte que hace la vía
en la montaña conocido
como Cresta de Gallo, no
se alcanzan a imaginar la
cantidad de sensaciones
que se dieron en mi ser al
divisar desde ese sitio todo
el valle del río Pagüey con
su esplendor de verdes
cubriendo los cafetales de
las diferentes haciendas de
San Ignacio, Buenos Aires,
Campo Alegre, Pagüey,
Palermo, La Guayacana,
Margaritas, Pajas Blancas y
más al fondo se divisaban
las casas de mi cabecera
53
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
54
- Gallos -
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
municipal, de mi patria
chica Nilo, más al fondo los
planes de Tolemaida con
la base aérea del Ejército
Nacional, Flandes y Espinal.
La imagen era espectacular,
era un atardecer de lo más
hermoso que yo haya visto
jamás, no sé si era por la
compañía que llevaba o
las sensaciones que tenía
y sentía en mi estómago,
como si tuviera mariposas
volando dentro de mí, es un
recuerdo que jamás se ha
borrado de mi mente, el sol
desplegaba unos matices
por encima del verde de los
árboles, era una imagen de
fantasía que me embrujó
y me hacía sentir como si
caminara en el aire.
Ese fin de semana no
podía esperar a que llegara
el domingo para regresar
al internado y poder ver a
esa dulce compañera de mi
hermana. No sé si se me
notaba pero en la medida
que me acercaba a la zona
donde ella se debía subir
yo me ponía más nervioso
y miraba insistentemente
por la ventana del bus
para ver si había salido
y efectivamente allí
estaba. Me apresuré a
limpiar el puesto de la
tierra que entraba por
las ventanas cuando un
grito de mi hermana me
detuvo: «¡Albita aquí está
su puesto!», dijo ella. Así
sucedió por los próximos
dos años. Mi hermana se
convirtió en guardaespaldas
de esa pequeña, total no se
podía acercar demasiado
ya que con un grito de
ella todos quedábamos
quietos. Lo mismo sucede
aun hoy, tenemos la mejor
hermana del mundo pero
¡vaya carácter!, lo que ella
dice jamás se discute; tiene
el corazón más grande que
yo haya conocido pero da la
impresión de tener una roca
en él. Debió ser heredado
de mi padre que en muy
pocas ocasiones se le vio
expresar sus verdaderos
sentimientos y daba la
apariencia siempre de bravo
pero era una persona de lo
más tierna.
Total fueron dos años
en los que lo máximo
que se pudo fue cruzar
algunas sonrisas o hacer
algún guiño de ojo, pero
la respuesta fue siempre
55
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
56
la misma: nada. El día
del grado fue todo un
acontecimiento familiar y
además había unas fiestas
en el pueblo, yo casi no
termino de llegar a la casa
cuando ya quería ir al
centro para ir a ver lo que
había programado. Nunca
se me olvida que me había
graduado con vestido de
paño y con botas texanas,
ya que era un deseo que
tenía desde hacía algún
tiempo, que por temas
económicos si había para
zapatos de vestido no
había para botas, ya podrán
imaginarse cuál sería mi
decisión: me quité el vestido
de paño, me puse un jean y
quedé listo para las fiestas
con botas nuevas.
Pasando las festividades
de fin de año tuve que
enfrentar la realidad de la
mayoría de los bachilleres:
¿qué estudiar? ¿Dónde
estudiar? ¿Cómo estudiar?
¿Qué hacer? Cierto día,
sentado en una banca
enfrente de la casa de don
Leonidas, me puse a escribir
cómo sería mi vida a los
35 años, qué debía tener,
cómo debía ser, de una
manera muy a lo Moisés,
escribí todo lo que a mí se
me ocurría de qué quería
yo a esa edad. Hoy lamento
no haber planificado mucho
más a corto tiempo mi vida
ya que lo consignado en ese
papel que guardé por años,
todo, absolutamente todo,
salió tal cual.
Una de las primeras
cosas que anoté o que
escribí fue el llegar a ser
profesional y para eso tenía
que viajar a Bogotá que
era donde tenía la mayor
cantidad de familiares
adonde poder llegar, por
lo menos al principio. Fue
así como a mediados de
febrero llegué a Bogotá a
la casa de una tía. Era un
pueblo de lo más grande
y en mi mente me dio
inicialmente la impresión
de que siempre lloviznaba,
por tanto se debía uno
cubrir ya que el frío era
impresionante, al menos
para mí que iba de una
altura de 950 metros sobre
el nivel del mar.
Para empezar a trabajar
me tocó pedir permiso
al Ministerio de Trabajo
ya que apenas tenía
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
17 años de edad y por
tanto no tenía cédula de
ciudadanía. Comencé en el
puro centro de la capital
en un sector llamado San
Victorino, un sitio que para
mi experiencia siempre
vivía como si estuviera
en ferias y fiestas, ya que
siempre había muchísima
gente y muchísimo ruido.
La verdad, me costaba
demasiado desplazarme,
me estrellaba con la gente
que caminaba de un lado a
otro, no podía respirar bien
por el exceso de humo de
los carros, en fin, no fue
nada fácil la adaptación del
campo a la cuidad.
Pero como la idea estaba
clara en la cabeza se fueron
dando las cosas, hasta que
pude ingresar primero a un
instituto técnico a estudiar
auxiliar de contabilidad,
esto porque las personas
que me hacían inventario
periódicamente eran
contadores y siempre olían
a rico, usaban corbata
y permanecían limpios,
tenían su propio escritorio
y eso me gustaba, por eso
me decidí. La idea inicial
era estudiar ingeniería de
petróleos en la Universidad
de América por una beca
que le había ofrecido a
mi padre uno de esos
políticos con los que él
trabajaba en la zona,
cosas de la vida digo yo,
Dios lo va a uno guiando
y le va presentando las
oportunidades a todo el
mundo, siempre que tenga
claro y definido qué es lo
que cada uno quiere.
Ya con conocimiento
en contabilidad ingresé
a la Universidad Libre de
Colombia para hacerme
profesional, pero como
todo en la vida, no faltan
los problemas, que yo
he aprendido a ver como
pruebas para saber si uno
está fijo en lo que quiere: se
dio la muerte de mi padre
en febrero de 1989. Mi
padre se había trasladado
para Bogotá ya que la
mayoría de mis hermanos
se habían hecho bachilleres
y él tenía que brindarles la
oportunidad de estudiar, así
que compró una casa en el
barrio Siete de Agosto que
era de propiedad de don
Jesús, un vecino de Pueblo
Nuevo. Allí vivíamos todos
57
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
58
cuando se agravó su salud
por efecto de una diabetes
que le fue mermando
paulatinamente hasta
ocasionarle la muerte.
La muerte de mi padre
la cogí como excusa para
abandonar mis estudios,
hasta que nuevamente
algún día revisando unos
papeles, encontré la hoja
donde tenía escrito cuál
sería mi futuro o qué quería
ser. Y volví a leer, primer
punto ser profesional, en
ese momento me convencí
de que tenía que lograrlo,
que yo podía hacerlo y
nuevamente me enfoqué
y reanudé, con todos los
problemas que eso trae,
ya que habían cambiado
el pensum y de cuarto
semestre, que había
abandonado, me tocó
devolverme a repetir y
nivelar materias de primero,
segundo, tercero y cuarto
semestres.
Total duré un año para
nivelarme nuevamente,
pero por fin logré el primer
objetivo de mi lista cuatro
años después de la muerte
de mi padre a quien extrañé
inmensamente ese día de la
graduación, ya que como le
sucede a todo padre, esos
triunfos son más de ellos
que de uno mismo y ¿cuál
padre no se siente orgulloso
de que sus hijos alcancen
sus metas?
Para 1997 conseguí
algunas otras cosas de mi
lista de objetivos trazados
en aquella banca de mi
pueblo, como tener un carro
nuevo, un apartamento y
tener un buen trabajo que
me diera alguna estabilidad
económica. Fueron buenos
tiempos, los mejores, ya
que la seguridad económica
permite darse gustos que
son apenas eso, gustos,
pero como nada es eterno
para el 2003 liquidaron la
empresa donde trabajaba,
algo que nadie hubiera
imaginado en circunstancias
normales, pero esa es la
vida y hay que afrontarla
como venga. Ya sin empleo
un día organizando papeles
nuevamente encontré mi
lista, al revisarla uno de
los últimos puntos decía:
«trabajar duro para tener
cómo comprar una finca en
mi pueblo.» Ese día entendí
qué debería hacer. Esperé
algún tiempo mientras
sucedió todo el proceso de
liquidación de la empresa
que duró tres años.
Mientras tanto, en los
viajes de visita que hacía a
mi pueblo con frecuencia,
recomendé una finca para
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
59
- Festival del retorno marrano engrasado -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
60
comprar, viajaba con mucha
regularidad por esas cosas
del apego a la tierra. Ni aun
en las épocas más difíciles
suspendí esas visitas. Se
comentaba que la tierra
estaba intervenida por
gente extraña y armada,
que yo nunca pude ver con
mis propios ojos, lo cierto
es que como nunca había
sucedido antes en una
cantina del pueblo, una
noche, acabaron con la vida
de dos hermanos en una de
las tantas riñas de gallos.
Las riñas de gallos
son una cosa cultural y
que difícilmente lograrán
cambiar en mi comunidad,
ya que desde niños
nacemos viendo a nuestros
padres criando parvadas
de gallos finos en los
patrios de nuestras casas
y el fin de semana es un
ritual ir a la gallera a ver
las riñas y acompañar al
padre. Por tanto, se va
creando el gusto por imitar
a su progenitor y para
acabar de completar el hijo
empieza a presionar para
que le sea regalado alguno
de la camada, para tener
uno propio para cuidar
con mucho esmero y se
convierte en una de sus
primeras responsabilidades
en la vida y en su primer
activo: es lo primero que
tiene de su propiedad,
lo que genera un apego
que difícilmente dejará:
aprender a ser gallero de
profesión.
Por la misma época en
una visita me abordaron
tres personajes paisanos
míos don Egidio, don
Hernando y don José,
con los que me crie y me
comentaron que querían
hacer unas ferias y
fiestas en el pueblo, que
necesitaban revivir ese
ambiente que se había
perdido desde hacía ya
algún tiempo por diferentes
razones, que necesitaban
de mi presencia en el
evento y de mi ayuda
económica para el tema
de la pólvora, tema al que
inmediatamente estuve
dispuesto. Así, nació el
Festival del Retorno en
el municipio de Nilo, con
un presupuesto oficial de
$2’500.000 para cubrir los
costos de sonido durante
los tres días que duró el
evento. Se programó del
21 al 24 de diciembre
fecha que causó algún
inconformismo, porque la
idea era que los que habían
salido del pueblo por la
razón que fuera, volvieran
a reunirse algún fin de
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
semana con sus amigos y
familiares, pero como las
navidades son así como
el fin de año, son fechas
muy importantes para la
mayoría de mujeres que
quieren pasarla con sus
familias. Navidad con su
familia, año nuevo con la
mía y los Reyes para todos.
Por eso la fecha se trasladó
para el primer puente
del año y el resultado es
el de una de las mejores
fiestas de la zona, a la
que todo el mundo viene
a divertirse sin que se
presenten problemas de
ninguna clase, salvo dos o
tres excepciones pero que
la misma comunidad se ha
encargado de controlar.
Los seis primeros
festivales se hicieron sin
presencia de la fuerza
pública, los demás se ha
solicitado la colaboración
y la hemos tenido ya que
es demasiada la gente
que viene a divertirse
en cualquiera de las
actividades programadas,
porque hay para todos
los gustos: desde
competencias atléticas
para adultos y niños,
competencias de vacas, de
perros, de gallos, corridas
de toros, de marranos,
cabalgatas, alboradas con
agua y maicena, artistas,
papayeras y orquesta. A mi
manera de ver es una forma
que tiene la administración
de devolver parte de lo
recaudado por impuestos a
su comunidad para que el
que quiera lo disfrute.
Para finales del 2006
ya con disponibilidad de
recursos, me dediqué a
buscar la finca de mi lista,
vi cualquier cantidad de
ellas pero siempre había
un pero, hasta que un
amigo que trabajaba en
la Alcaldía me dijo que
en Buenos Aires estaban
vendiendo una propiedad
de un señor Julio, investigué
y me puse una cita con
él para mirarla. Llegué al
sitio que yo ya conocía,
porque de joven había
acompañado a mi padre en
sus recorridos. Se trataba
de la hacienda San Ignacio.
Primero la casa no era
casa, era una acumulación
de auxilios de las alcaldías
anteriores, o sea, eran
tres cuartos unidos sin
ninguna planeación con
un planchón cubierto por
un plástico que daba la
apariencia de una casa de
una familia desplazada, con
todo respeto, los cultivos
eran una mezcla de todo,
en un desorden total, más
61
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
62
una caficultura vieja que
habían recibido desde la
parcelación 20 años atrás.
La distribución de la
tierra era bien curiosa ya
que la casa de habitación
quedaba a un lado de
los terrenos de la finca y
como es ladera la verdad
no me entusiasmó nada. El
señor me dijo: «vamos le
muestro hasta dónde llega
la finca, acompáñeme.» La
verdad me dio pena y por
eso lo acompañé, para ese
entonces yo tenía exceso
de peso y se me dificultaba
el ascender por la ladera,
pero lo hice bien despacio
y dentro de mí pensaba:
debo estar loco para
comprar por aquí. Salimos a
la carretera que de Pueblo
Nuevo conduce a Viotá y
caminamos por ella hasta
que al llegar a los linderos
de la finca se paró allí y me
dijo: «hasta aquí es lo que
puede ser suyo.» Cuando
tomé aire y levanté mi vista
vi el esplendor de todo el
valle del río Pagüey y fue
como si estuviera viviendo
lo mismo que experimenté
muchos años atrás, cuando
con mi hermana y su
inseparable amiguita de
regreso del internado, sentí
las mismas mariposas en
mi estómago y por alguna
extraña razón que no
comprendo del todo, tomé
la decisión y me dije: esto
es mío.
Se hizo la negociación y
la entrega para diciembre
de ese año y así fue: en
enero siguiente, después de
ferias y fiestas, recibí lo que
había comprado y comencé
una nueva etapa de mi
vida, alejado del bullicio de
la cuidad, de los trancones
interminables y todo lo que
conlleva vivir en la capital
de país.
Para mediados de abril
empezó la cosecha de café en
la finca y como era alguna de
las cosas que yo había hecho
cuando joven, me radiqué
en la finca y me dispuse a
hacer mi papel. Convine con
algunos vecinos para que
me ayudaran a la recolección
de las cerezas de café, era
una mañana despejada y
nos fuimos para el lote a
recolectar, cuando de repente
se vino un aguacero grande
que no nos dio tiempo a
correr a protegernos del agua
y por tanto continuamos
con nuestra tareas en plena
lluvia. Más tarde, después
de una hora, continuamos
todos mojados en un lote de
donde se veía la carretera
que conducía a la casa de la
hacienda y a la mía que queda
Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo
contigua, cuando escuchamos
unos gritos de unos niños,
eran ocho niños que llegaban
acompañados de sus señoras,
inmediatamente pregunté
de quién era esa escuela, mi
paisano Germán que estaba
junto a mí se agachó y miró
por entre la ramas del cafeto
que estaba cogiendo y me
dijo: «son las hijas de don
Benedo», inmediatamente le
pregunté: «la de verde cómo
se llama, está como buena», y
me respondió: «esa es Albita,
la mayor, pero tiene cuatro
hijos» «Entonces me jodí», le
dije, y allí terminó la conversa.
Pero en mi mente
siguió rondando algo y de
pensar que me daba en mi
cabeza recordé el episodio
del bus y las palabras de
mi hermana: «Albita aquí
está su puesto.» Claro, era
la misma niña pequeña
que nunca me permitió
nada, cuando por dos
años caminamos juntos de
regreso del internado de
Liberia y que mi hermana
siempre cuidó como si
fuera su hija. Era ella, era
la misma pero 26 años
después y con cuatro hijos.
Hoy doy gracias a Dios
por todas las bendiciones
que me ha dado, en especial
por mi familia, por mi esposa
y por esos cuatro hijos tan
maravillosos que de una
manera tan extraña me
regaló. Me pregunto cómo
tuvieron que pasar tantas
cosas para que a lo mejor
yo me mereciera todo esto.
Recuerdo que en los quince
años de mi hija mayor, que le
celebramos en la hacienda en
compañía de toda la familia de
ella y de la mía, más algunos
amigos, lo manifesté cuando
me dijeron que dijera algunas
palabras por la ocasión y dije:
«nunca dejen de pedirle a
Dios que los ilumine y que los
guie, él siempre nos escucha
desde que tengamos claro
lo que queremos y estemos
dispuestos a pagar el precio,
pero tengan cuidado con lo
que piden porque él siempre
da en exceso, yo pedí una
familia pero nunca pensé que
fuera tan grande, me regaló la
mejor familia del mundo y soy
completamente feliz.» Gracias
Dios por todo.
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