Y EL CIELO TE AYUDARA

¡Y EL CIELO TE AYUDARA!
El llamado a los milagros, medicina “paralela” y reconocida
Pierre-André Sigal*
Unas veces auxiliar, otras, rival del médico, el santo taumaturgo es
inseparable de la panoplia terapéutica medieval. Los enfermos, o
colectividades enteras, solicitaban su intervención por medio de la
invocación y un ritual de contactos físicos con reliquias u objetos
representativos.
Con frecuencia, la Edad Media es considerada como un período sombrío en la historia de la
salud y de la medicina. En esa época, aun vivificado por el aporte de la medicina árabe, el cuerpo de
conocimientos es todavía, en general, el que ha sido transmitido por la medicina antigua. Hipócrates
y Galeno siguen siendo los maestros que evocarán los médicos medievales. Por otra parte, los
médicos no se rebajaban a atender las llagas y las heridas, dejadas a los cuidados de los cirujanos
o cirujano-barberos. Aun escasos hasta mediados del siglo XIII, todos los practicantes de salud se
vuelven notablemente numerosos a partir de esta fecha. Mientras se cuentan cuatrocientos nombres
de médicos en Francia en las fuentes escritas entre 1100 y 1250, son cuatro mil entre 1450 y 1500,
período en el cual se exacerban las rivalidades entre los médicos formados en la universidad y los
otros practicantes, formados por el aprendizaje1. Todos ejercen esencialmente en las ciudades
mientras que más de las tres cuartas partes de la población vive en el campo. Además, en esa
época, las tarifas de una consulta o de una receta están lejos de ser accesibles a todos los bolsillos.
Se puede preguntar uno entonces cómo se asistía a la mayoría de la población de Europa medieval:
¿existía una medicina paralela que compensaba las lagunas de la medicina oficial?
Uno de los recursos era acudir a las prácticas mágicas y a los curanderos.
Desgraciadamente, sólo tenemos poca información segura sobre estas prácticas, pues se basaban
ante todo en una transmisión oral de los conocimientos y han sido ocultadas por la lucha que la
Iglesia emprendió para eliminarlas; además, algunas veces, son conocidas únicamente a través de
las críticas de la Iglesia, de la condena a los que las utilizaban y de los ataques vehementes de los
practicantes oficiales. En cambio, existía otra medicina paralela que no solamente encontraba la
aprobación de la Iglesia, sino que, por su parte, era el objeto de una propaganda eficaz. Se trata de
la curación mediante las reliquias de los santos, en otras palabras, gracias al milagro. Esta
posibilidad del milagro no era negada por los médicos que reconocían que, en los casos extremos,
sólo la medicina divina podía llevar a la curación. A pesar de todo, había un cierto antagonismo
entre el cuerpo médico y las comunidades religiosas que poseían reliquias.
Las reliquias son los restos materiales mortuorios de aquellos a los que se considera como
santos -esencialmente sus huesos. El culto de las reliquias se desarrolla en Occidente desde los
comienzos de la Edad Media y conoce su apogeo en los siglos XI-XIII, permaneciendo aún muy
activo al final del periodo. Muchas iglesias acumulaban así, en su tesoro, las reliquias más
prestigiosas, particularmente las de apóstoles y santos de los comienzos del cristianismo. Colocadas
en criptas o depositadas en los altares, estas reliquias eran ofrecidas a la veneración de los fieles,
en particular el día de la fiesta del santo. Se creía que él liberaba una “virtud” milagrosa que tenía el
poder especial de curar.
Los textos escritos en honor a estos santos (vidas de santos, compilaciones de milagros,
procesos de canonización) se valen de numerosas curaciones con el contacto de reliquias o, a
veces, invocando el santo a distancia. Por supuesto, una parte de estos relatos se basa en una
tradición oral más o menos vaga, que se puede poner en duda; pero otras son extremadamente
precisas y son autenticadas por notario. Es el caso, a partir del siglo XIII, de aquéllos reunidos en el
marco de los procesos de canonización. Con frecuencia, poseemos tres o cuatro testimonios sobre
un mismo milagro. Es pues admisible que efectivamente algunas curaciones tenían lugar después
de la invocación de un santo o cerca de sus reliquias sin prejuzgar la forma efectiva de la curación
misma. Sino hubiera sido así, no se comprendería por qué muchedumbres de enfermos seguían
estrechándose en los santuarios sin ninguna esperanza de ser socorridos por los santos.
Evidentemente, existían prácticas y ritos que permitían ponerse en las condiciones más apropiadas
para recibir el favor del santo taumaturgo. Intentemos caracterizarlas brevemente. Son muy
variadas, pero todas se basan en los mismos principios.
La primera idea es la importancia del contacto con las reliquias. Los enfermos se acercan lo
más posible al relicario o a la tumba del santo: unos se extienden a lo largo del sepulcro, otros frotan
*
Catedrático de historia, doctor en letras y profesor de historia de la Edad Media en la universidad
Paul-Valéry (Montpellier-III). Es particularmente el autor de L'homme et le miracle dans la France
médiévale, XIe-XIIe siècle, Paris, Le Cerf, 1985.
1
. D. Jacquard. Le Milieu médical en France du XIIe au XVe siècle, Genêve, Droz, 1981.
contra la piedra la parte del cuerpo enferma, otros abrazan el relicario y se aferran a él con tanta
energía que no se logra despegarlos. Otros incluso, cuando las reliquias son levantadas, en
particular cuando los cuerpos santos son llevados en procesión, se ponen debajo de las reliquias de
manera que la virtud de éstas se extienda sobre ellos. Cuando éstas son pequeñas y fácilmente
transportables, se las puede trasladar hasta el lugar donde yace el enfermo y ponerlas sobre su
cuerpo. Un caso muy frecuente es el de las mujeres en parto difícil: se descarga sobre su vientre
sea una reliquia especial como el cinturón de San Feuillien2 en Bélgica o la túnica de Santa
Cunegunda3 en Alemania, sea un pequeño saquito que contenga diversas reliquias y fragmentos de
pergaminos donde están escritas oraciones o letanías y que se llama un “saquito partero”. Contra la
rabia se invoca particularmente a San Huberto4 y se practica lo que se llama el “corte”: se hace una
pequeña incisión sobre la frente del enfermo y se coloca allí un fragmento de la estola del santo.
Al lado de las reliquias verdaderas, están también las que se llama hoy “representativas”, es
decir, objetos o líquidos puestos en contacto con las reliquias y que han adquirido así la misma
virtud taumatúrgica. Desde el alba de la Edad Media, se ve a enfermos recoger el polvo de la tumba
de un santo y absorberlo después de haberlo disuelto en agua, colocar sobre la tumba pedazos de
pan que comerán después de haberlos dejado allí algún tiempo, introducir por orificios abiertos en la
tumba diversas ropas que, después de haber tocado los huesos sagrados, son utilizadas por
contacto como las verdaderas reliquias.
Se conoce igualmente el “vinage”5, con sabor a vino, o a veces el agua, donde se remojaban
las reliquias durante un cierto tiempo para que adquirieran los poderes curativos. En algunos
santuarios, se conservaba permanentemente una reserva de este vinage para suministrarlo a los
enfermos que llegaban de improviso. Esto fue lo que provocó, en 1042, que el abad de Flavigny, en
Lorena, se enfrentase a una epidemia de mal de los ardientes6 que asolaba entonces la región. La
presencia de un pozo en un santuario o la de una fuente en las proximidades de una iglesia
proporcionaba de alguna manera un vinage natural. Uno de los procedimientos adoptados por los
fieles era utilizar el agua de esos pozos o de esas fuentes bebiéndola, sumergiendo telas o vestidos
allí o, simplemente, cuando era posible, sumergiendo la parte del cuerpo enferma.
La Edad Media también mantuvo en un contexto cristiano una práctica corriente de la
Antigüedad greco-latina, particularmente en los santuarios de Asclepios (Esculapio)7, el dios de los
médicos. Consistía en acostarse y dormir en el recinto sagrado. Durante su sueño, el enfermo
recibía indicaciones sobre el comportamiento a seguir para curarse o se encontraba directamente
curado al despertar. Se encuentra esta práctica -llamada “incubación”- durante toda la Edad Media e
incluso, en algunos santuarios, en el siglo XIX.
En la Edad Media, el contacto con las reliquias o su proximidad es, pues, considerado como
una condición importante para la curación. Sin embargo, no es una necesidad absoluta: los milagros
pueden ser obtenidos a distancia. Por otro lado, este fenómeno parece haberse amplificado a finales
de la Edad Media: con frecuencia las reliquias son reemplazadas por una imagen del santo a la cual
se atribuían las mismas virtudes. Y sobre todo se llega a dar más importancia al voto, es decir al
momento en que el fiel invoca el santo y le promete una ofrenda. El milagro es, en efecto, el
resultado de una relación de intercambio establecida entre el fiel y el santo: en contrapartida de la
ofrenda dada o prometida, el santo cumple el voto del enfermo, de ahí el nombre de ex-voto dado a
esta ofrenda. Ésta puede tomar diversas formas. La más común es la del cirio, aún comúnmente
utilizado (ver cuadro al final “Un cirio de cuatro kilómetros”).
La misma idea de correspondencia entre el fiel y su ofrenda se expresa, en otros casos, por
la ofrenda de una estatuilla de cera del peso exacto del enfermo, o incluso de un peso de cera o de
trigo equivalente. Por último, ocurre que el enfermo dona realmente su persona al santo y ya no
simbólicamente, volviéndose un dependiente de la iglesia del santo: ingresaba pues cada año un
2
. San Feuillien o Foillan: monje misionero de origen irlandés que llegó a ser abad de Fosses, en
Bélgica, donde murió en 655.
3
Santa Cunegunda fue emperatriz, esposa del emperador germano Henri II. Murió en 1040. Sus
reliquias son conservadas en Bamberg, Baviera.
4
. San Huberto fue obispo de Liêge, muerto en 727. Sus reliquias son conservadas en la abadía
que lleva su nombre.
5
. Vinage: (fr.) operación por la cual se aumenta el grado alcohólico de un vino por adición de
alcohol para obtener vino dulce y vino seco.
6
. El “Mal de los ardientes”, llamado también fuego de San Antonio, es generalmente asimilado al
ergotismo gangrenoso, causado por la ingestión de un parásito tóxico, el cornezuelo del centeno.
7
. Esculapio, semi-dios hijo de Apolo, iniciado en la medicina por el centauro Quirón, padre de los
dos médicos más reputados de La Iliada.
reconocimiento de esta dependencia y se convertía, como se dice en Bélgica y en el norte de
Francia, en un “santero”.
Se ve entonces que la búsqueda del milagro por los enfermos y los lisiados del medioevo se
hacía en un marco ritualizado y organizado. ¿Se puede apreciar los resultados de eso? La literatura
hagiográfica señala numerosas curaciones milagrosas entre las multitudes de enfermos que se
estrechaban en los santuarios. Por supuesto, se trata de escritos de propaganda que apuntan a
exaltar la reputación de los santos en cuestión. Pero, precisamente los autores multiplican los
argumentos para convencer a los escépticos: descripción detallada de la curación, citas de testigos,
etc., lo que precisa nuestra información. Al interpretar los hechos de manera muy materialista, se
puede encontrar fácilmente explicaciones naturales a estas curaciones llamadas milagrosas. Ante
todo, visto el bajo nivel de conocimientos médicos de la época, algunas enfermedades han sido
consideradas erróneamente como incurables y algunas curaciones espontáneas inesperadas han
debido producirse. Algunas veces, médicos del siglo XX se han arriesgado a un diagnóstico
retrospectivo y han explicado de una manera natural algunos milagros medievales.
Un médico, Adrien Dollfus, estudió los milagros de San Luis, rey de Francia, contados por
Guillaume de Saint-Pathus a finales del siglo XIII. Predominan allí las afecciones neurológicas,
después las afecciones agudas de diversa naturaleza. Es particularmente interesante el caso de una
niña aquejada por un tumor del párpado superior, grande como un huevo de gallina, según los
testigos, y que le impedía abrir el ojo. Durante quince días, la niña puso éste sobre la pared de la
tumba, en la basílica de Saint-Denis, y al décimo sexto día el tumor cayó a tierra, dejando sólo una
pequeña cicatriz. Según el doctor Dollfus, los frotes repetidos contra la piedra llevaron el pedúnculo
a torcerse y esclerosarse, esto explica la caída espontánea8.
Los conocimientos que poseemos ahora sobre la influencia del psiquismo en el cuerpo
permiten, por otro lado, considerar el factor psicosomático como un elemento importante de
curación, sobre todo para las enfermedades que ponen en juego el sistema nervioso. Por último, en
un cierto números de casos, una mejoría pasajera del estado de un enfermo ha podido ser
considerada como una curación y anotada como tal, aun si ha sido seguida por una recaída. Estas
consideraciones contribuyen a explicar por qué no todas las enfermedades se encuentran en los
relatos de milagros.
Se conoce el caso de enfermos que han hecho una decena de peregrinajes sin éxito y
han sido curados en el onceavo
A partir de los millares de casos de curaciones milagrosas censadas por los hagiógrafos, el
estado actual de las investigaciones permite hacer una evaluación estadística de enfermedades o
lisiaduras curadas por los santos (ver tabla al final). Una evolución aparece claramente en el curso
del período: el bloque de lisiaduras que invalidan en alto grado y que son de larga duración
(parálisis, ceguera, sordo-mudez) disminuye considerablemente al final de la Edad Media, al igual
que las afecciones mentales. Aumentan en cambio las fiebres, los tumores y las úlceras, lo que
corresponde particularmente a enfermedades epidémicas como la peste, así como las
resurrecciones. ¿Hay que concluir con una modificación de la morbilidad en el curso del tiempo,
modificación cuyo reflejo sería la evolución de los milagros? Es muy poco probable, dejando de lado
la reaparición de la peste en el siglo XIV después de un largo eclipse. Se trata más bien de una
evolución en la manera como la gente se dirigía a los santos. A partir del momento en que el
contacto con las reliquias es juzgado menos importante y cuando se invoca de antemano el santo a
distancia, prometiendo un peregrinaje de agradecimiento en caso de curación, entran en el campo
del milagro toda una serie de afecciones de evolución rápida o accidentes graves tales como los
ahogamientos, en los cuales las víctimas, una vez reanimadas, hacen el papel de resucitados. En
lugar de concernir preferentemente a algunas categorías de afecciones, el milagro tiene que ver
indiscriminadamente con toda la morbilidad de la época.
Es necesario mencionar también que ciertos santos tenían de alguna manera una
especialización y eran reconocidos por la curación de algunas enfermedades más que de otras. Así,
santa Lucía era invocada contra la ceguera debido al juego de palabras con Lucía9 y lux (luz en
latín), san Leonardo10 estaba especializado en el parto. Él liberaba pues a la vez a las mujeres
8
. A. Dollfus, “Étude clinique de quelques miracles de Saint Louis”, Bulletin de la Société des
antiquaires de France, pp. 28-29, 1971; “Les affections oculaires dans les miracles de Saint Louis”,
Bulletin de la Société française d'histoire des hôpitaux, pp. 3-9, 1971.
9
. Santa Lucía, mártir romana que vivió en Siracusa (tal vez en el siglo III).
10
. San Leonardo, ermitaño en Limousin entre el siglo VI y el VII. Fue enterrado en Noblat, en el
monasterio que había fundado. Su fama se difundió a partir del siglo XI.
embarazadas, los prisioneros y los locos. Sin embargo, esta especialización no era absoluta y todos
los santos podían ser invocados para cualquier enfermedad.
Finalmente se puede decir que la creencia en el milagro ayuda a la población sufriente de la
Edad Media, permitiéndole al enfermo conservar la esperanza de curación en caso de fracaso del
médico o en caso de imposibilidad de acudir a sus servicios. Incluso si la invocación de un santo
fracasa, se puede pensar siempre que la razón está en la insuficiencia de su poder taumatúrgico y
llamar a otro santo cuyo poder de intercesión ante Dios fuera mucho mayor. Se conoce el caso de
enfermos que han hecho una decena de peregrinajes sin éxito para finalmente encontrar la curación
en el onceavo santuario, lo que permite atribuir el milagro al último santo invocado. Así, el santo es,
en cierta medida, la competencia del médico puesto que muchos enfermos lo consideran más eficaz
que éste; pero también es su auxiliar al permitir a la población aquejada por la enfermedad
conservar la esperanza de curarse y algunas veces lograrlo.
Un cirio de cuatro kilómetros
En la Edad Media, los cirios eran con frecuencia personalizados por el procedimiento de la
mensuración: el enfermo hacía el voto de ofrecer al santo un cirio de su tamaño o a veces del
tamaño del miembro aquejado, luego se hacía medir con un hilo que, una vez recubierto con cera,
se transformaba en cirio. Éste representaba así simbólicamente al fiel. Varios relatos señalan que la
curación ha tenido lugar en el momento exacto en que el cirio así confeccionado era puesto ante la
tumba del santo. En 1287, por ejemplo, una cierta dama Marguerite, que vivía en la región de
Hereford, en Inglaterra, invocó para sus dos hijos, aquejados por enfermedades oculares, la ayuda
del santo obispo Thomas Cantiloupe, fallecido poco antes. Ella hizo medir a cada niño e hizo poner
sobre la tumba del santo, en la catedral de Hereford, cinco cirios de la dimensión exacta de los
niños, quienes se curaron rápidamente11. Cuando una grave epidemia amenazaba toda una ciudad,
se procedía con frecuencia a una mensuración colectiva, a saber la de la torre de las murallas, y se
ofrecía el cirio del largo de cientos de metros al santo protector de la ciudad. Encontramos un
ejemplo de esto en Montpellier, cuando la gran peste de 1348: los cónsules de la ciudad hicieron
confeccionar un cirio de más o menos cuatro kilómetros de largo que, enrollado sobre si mismo, fue
puesto en la iglesia de Nôtre-Dame-des-Tables.
11
. Acta sanctorum, octubre, t. I, Anvers, Société des bollandistes, 1765, p. 638.
Siglo
MÁS RESUCITADOS, MENOS PARALIZADOS
Repartición de los casos de milagros censados
(cifras en porcentaje)
IX
XI-XII
XIII
XIV-XV
Parálisis y afecciones motrices 41,6
34,3
32
15,6
Cegueras y afecciones
oculares
Sordera y mudez
19
17,5
13,8
14,6
8,5
11,5
13,8
14,6
Afecciones mentales
12,5
9
12
6,4
Fiebres, tumores, úlceras
No disp.
8,5
No disp.
20
Resurrecciones
2,2
2,4
No disp.
12,7
Fuentes:
Michel Rouche, "Miracles, maladies et psychologie de la foi … l'époque carolingienne en
France" en Hagiographie, culture et société (IVe-XIIe siècle), Études augustiniennes, Paris
1981, pp. 319- 337; Pierre-André Sigal, L'Homme et le miracle dans la France médiévale
(XIe-XIIe siècles), Le Cerf, Paris 1985; André Vauchez, La Sainteté en Occident aux
derniers siècles du Moyen Age d'après les procès de canonisation et les documents
hagiographiques, École française de Rome, 2a edición, Roma 1988.
Para saber más:
P.-A. Sigal, L'homme et le miracle dans la France médiévale XIe- XIIe siècle, Paris, Le Cerf, 1985.
D. Jacquard, Le milieu médical en France du XIIe au XVe siècle, Droz, Genêve, 1981.
Texto tomado del suplemento de La Recherche, “La santé et ses métamorphoses”, 281, nov., 1995, pp. 46. Traducciones del francés al español de Mariluz Toro T. y Jorge Márquez V. Medellín, 2000.