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LA NACION
DOMINGO 27 DE SEPTIEMBRE DE 2015
Los mitos urbanos sobre los
negocios del campo: guía para no
dejarse engañar
Un libro escrito por Iván Ordoñez y Sebastián Senesi reseña los
números, los desafíos y las necesidades de un sector clave para la
economía de la Argentina
Sebastián Senesi
El desafío no fue menor: explicar ese universo que se reduce a la palabra
"campo". ¿Qué es? ¿Cómo funcionan esas economías que sumadas
motorizan gran parte de la Argentina? ¿Cómo piensan los empresarios
que pasan sus vidas cerca de las tranqueras? ¿Cómo se entrelazan con la
sociedad?
La idea es explicar el campo para que lo entienda la gente que no es del
campo y, además, ayudar a los emprendedores de los agronegocios a
entender el contexto "glocal" en el que operan. "La agricultura es una
compleja historia de 10.000 años, nació para superar el principal desafío
de la humanidad: obtener una fuente regular de alimentos". Así comienza
Campo. El sueño de una Argentina verde y competitiva, recientemente
publicado por Aguilar (2015).
Más allá del protagonismo que tuvo el sector en la vida política, y sobre
todo económica, en los últimos años, algunos latiguillos o mitos se han
instalado en el discurso. Aquí un intento por explicarlos.
El campo es producción primaria
El campo moderno es en realidad un sistema de agronegocios que
trasciende lo que ocurre dentro de la tranquera. Sus proveedores se
encuentran en la frontera del conocimiento gracias al desarrollo de la
biotecnología y los estudios para potenciar el rendimiento de las plantas y
el cuidado de los cultivos: hay más tecnología que en la producción de
celulares o autos. Por otro lado, aguas abajo en la línea de producción, la
transformación de granos en proteínas animales (desde carne hasta
lácteos) y miles de alimentos, fibras y energía dista muchísimo de ser algo
rudimentario. Hacerlo con calidad de clase global para acceder a los
principales mercados es un desafío que los argentinos sólo lograron
alcanzar parcialmente.
El campo sólo produce soja que se exporta en
grano a China
Si bien la soja es el cultivo más extendido y China es un cliente importante
para la Argentina en lo que se refiere al grano, el 70% de la soja
cosechada se exporta procesada (harina de soja, aceite y biodiesel). Es
correcto que el sistema de agronegocios de la soja tiene un claro foco
exportador; sin embargo, el consumo local de biodiesel elevó fuertemente
su demanda interna ya que, en la actualidad, de cada 10 litros de gasoil
que entran a un tanque de un vehículo, 1 es de biodiesel. Por otro lado, se
estima que 1018 productos de supermercado utilizan la soja como
ingrediente, por ejemplo la glicerina en la pasta de dientes o la lecitina en
los chocolates, solo para nombrar algunos casos.
Los clientes de la harina de soja (principal producto de exportación) están
atomizados entre Europa, el sudeste asiático, África, Medio Oriente y
América latina, aunque también llega a Oceanía. El grueso del aceite
exportado es consumido por la India y países de América latina, mientras
que una parte importante del biodiesel exportado va a España.
La Argentina, además de ser el segundo exportador mundial de soja, es el
primero de limones y peras, y 1 de cada 5 maníes que se exportan en el
mundo es cordobés. Además, el país es un jugador determinante en la
producción de manzanas, vino, arándanos, naranjas, aceitunas, pescados
y mariscos y chía, por mencionar algunos productos. La lista podría
extenderse de no ser por los cierres de exportación en trigo, maíz, carne
vacuna y lácteos. En la actualidad, el 58% de las exportaciones argentinas
pertenecen al sistema de agronegocios, de los cuales menos de la mitad
se explica por el subsistema de la soja.
El campo no genera empleo
Como todas las actividades que incorporan conocimiento (en forma de
mecanización, biotecnología, etc.), el trabajo tranqueras adentro eleva su
productividad de manera significativa y se generan menos puestos, en
tanto que los que quedan se hacen más específicos, son de conocimiento
intensivo y, a la vez, aumentan su ingreso; por ejemplo, la cosecha ya no
es más manual. Al mismo tiempo, se crean nuevos puestos de trabajo de
mayor calidad tranqueras afuera: científicos, mecánicos, abogados,
contadores, traders, etcétera.
Por otro lado, el sistema de agronegocios requiere, para funcionar, una
red de contratos, que van desde las operaciones de siembra, pulverizada
y cosecha hasta la logística y almacenamiento de granos y carnes (a
modo de ejemplo, mover la cosecha anual de 100 millones de toneladas
de grano demanda 3 millones de viajes de camión ida y vuelta),
incluyendo actividades tan disímiles como la investigación científica y el
desarrollo del mercado financiero que presta soluciones para dar liquidez
a la operación.
Las estimaciones de economistas críticos del agro argentino como sistema
productivo explican que 1 de cada 5 empleos es generado por el sistema
de agronegocios, pero dejan fuera de dicho cálculo, por ejemplo, a las
empresas que producen cosechadoras. En el libro Campo. El sueño de
una Argentina verde y competitiva se muestra que dichas compañías
pertenecen al sistema (y otras, como aquellas que producen fertilizantes,
etc.). Si son tomadas en cuenta puede estimarse que el 25% del empleo
argentino está sustentado en el agro.
El campo está concentrado
El agro argentino funciona en red. Es muy difícil encontrar a un productor
agrícola que sea a la vez dueño de la tierra, las máquinas, contrate a
todos los empleados y, además, utilice capital propio para operar su
producción. En general, se generan contratos donde cada uno de esos
elementos necesarios para producir se arrienda. Más del 60% de la
agricultura se realiza en campos arrendados y una porción significativa de
la inversión en siembra se financia a cosecha: la figura del hacendado
cuyo eje de generación de valor era la propiedad de la tierra y capital ya
no existe en el agro argentino. Hoy la generación de valor está definida
por la capacidad de inyectar conocimiento en la operación, administrar los
contratos exitosamente y distribuir el riesgo entre actores del sistema.
Por otro lado, el nivel de atomización de la producción es monumental: de
acuerdo con datos de la AFIP el 80% de la producción de granos es
manejado por 18.000 productores y las estimaciones del Servicio Nacional
de Sanidad Animal (Senasa) hablan de 70.000 ganaderos de más de 100
cabezas (en total hay más de 250.000).
Si bien otros nodos del sistema de agronegocios (como exportadores,
frigoríficos, molinos o empresas productoras de agroquímicos o semillas)
no muestran un grado semejante de atomización, exhiben los grados de
concentración similares a los de otras áreas de la economía con un
número nada despreciable de competidores de distintos tamaños.
El campo no genera tecnología
El agro argentino es una usina de generación y adopción de tecnología
dura y blanda. La siembra directa, una técnica de cultivo revolucionaria
que permite reconstruir la cobertura de materia orgánica del suelo,
restaurando su fertilidad, es un desarrollo en el que técnicos argentinos
hicieron punta. Por otro lado, el desarrollo de variedades de semillas tiene
larga data en el país y es extremadamente competitivo. De hecho, el 40%
de las variedades de soja utilizadas en Brasil fueron desarrolladas por
empresas argentinas. La mayoría de la soja que se siembra en Uruguay
es importada de la Argentina.
En el área de la biotecnología, dos empresas argentinas se encaminan a
lanzar de manera comercial el primer trigo (resistente a la sequía) y la
primera papa (resistente al PVY) del mundo. Adicionalmente, en el corto
plazo el desarrollo de la resistencia a la sequía también estará disponible
para la soja, siendo el primer evento transgénico para ese cultivo
desarrollado por argentinos.
Mirando hacia adelante, la agricultura de precisión, que hace uso del big y
micro data, está tomando un impulso importante en el país sobre la base
del desarrollo de distintas tecnologías, como sensores instalados en
máquinas que recopilan información, uso de imagen satelital y drones.