Investidura doctor honoris causa Fernando Valdés

Investidura doctor honoris causa Fernando Valdés Dal-Ré
Discurso Rector de la Universidad de Valladolid
DANIEL MIGUEL SAN JOSÉ
Autoridades, miembros de la comunidad universitaria, señoras y señores…
Vivimos una época que creemos brillante en todos los sentidos o, mejor dicho, que creíamos brillante en todos los sentidos
hasta hace unos pocos años.
El cambio de siglo acentuó la sensación de que, a pesar de todos nuestros defectos como especie, el ser humano crecía y
evolucionaba por encima de lo previsto y que ante él no se cernía ni un solo nubarrón, ni un solo escollo insalvable.
Después, en apenas un abrir y cerrar de ojos, algo tan comprensible, previsible y cíclico como una crisis económica hizo
reaccionar de golpe a una gran parte de la sociedad que, curiosamente, era la que menos culpa tenía, para volver a ser consciente de
su debilidad y de cuán presto se va el placer, que diría Jorge Manrique.
Aquí habría que hacer un apartado especial con ese sector minoritario de la sociedad que no sólo no ha aprendido nada con
todo lo que ha ocurrido, sino que tiende a repetir los mismos errores y las mismas vilezas que tanto hacen sufrir a quienes no lo
merecen, pero tal apartado merecería tratamiento especial en un momento menos festivo y solemne.
Pensarán que es un modo extraño de intervenir en una jornada como la de hoy, en la que se premia el triunfo del espíritu
sobre la materia, y quizá sea así pero no se trata más que de la reflexión inicial, natural y sincera, que me llevó de inmediato a
destacar la esperanza frente a la miseria que muchas veces nos rodea.
Destaco esa esperanza, el trabajo denodado, el esfuerzo diario, la rectitud del comportamiento, la búsqueda de la verdad, la
defensa de quien no tiene la fortaleza necesaria para defenderse, la utilización del saber y del pensar en pos de la justicia, la marca
indeleble de la Ley con mayúsculas que apuesta por una sociedad igualitaria…
Bien mirado, una enumeración así podría hacernos pensar en la descripción de un superhéroe en toda regla y, créanme, no
es por mi condición de rector ni por la defensa a ultranza del academicismo que se me podría atribuir, pero creo a pies juntillas en el
poder magnífico de la docencia, y de las leyes, para que la existencia social tenga un mínimo de sentido, justo por detrás de la propia
existencia personal y familiar.
Es aquí donde entra con fuerza la figura del profesor, del maestro, del catedrático que nos echa una mano para orientarnos y
para que adquiramos la capacidad de aprender de nosotros mismos y de nuestras propias inquietudes.
Si, además, esa figura viene revestida por el imperio de la Ley, tenemos con nosotros a un representante imprescindible de
una sociedad que quiere ser justa y que, por ello, busca su propia definición en el modo en el que trata a sus integrantes más débiles e
indefensos.
Fernando Valdés Dal-Ré no es doctor desde la celebración de este acto porque ya era doctor en Derecho desde hace mucho
tiempo y su cuota de poder intelectual, moral y humano ya había quedado acreditada desde su juventud de forma intensa.
Eso sí, con birrete, anillo, guantes y libro, ha dado en la jornada de hoy una vuelta de tuerca a su condición pero, esta vez,
por causa de honor, que así habla la etimología de la recepción del grado de doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid.
Como dije antes, en tiempos que no siempre son brillantes y que no siempre nos dejan en el papel airoso que querríamos
interpretar, tenemos la oportunidad de asirnos a los mejores para que tiren de nosotros, para que nos espoleen y nos sirvan de
ejemplo, sobre todo en momentos en los que pudiéramos flaquear.
El beneficio inmediato, el resultado fácil y rápido son conceptos diametralmente opuestos a lo que sugiere el estudio y el
esfuerzo diario y disciplinado.
Permítanme que mencione una pequeña parte del currículum del doctor Valdés. Ejerció como docente e impartió cursos de
doctorado en varias universidades de Europa y de América Latina. Trece años en esta misma universidad, dos de ellos, como
vicedecano de la Facultad de Derecho, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social… Además, don Fernando fue
inspector de Trabajo, como número uno de su promoción.
Ser número uno en cualquier orden de la vida no es fácil. Exige una capacidad de sacrificio y un nivel de autocontrol que dan
una idea muy aproximada del carácter de una persona, sin contar con la tarea que ha desempeñado como magistrado el Tribunal
Constitucional, consejero de Estado o su amplísimo elenco de publicaciones.
Todo ello me lleva a subrayar el valor de una persona destacada de la sociedad, no por los cargos desempeñados ni por la
presumible gloria alcanzada sino, sobre todo, por el homenaje que supone a todas aquellas personas que han superado con esfuerzo
todos los obstáculos y que han convertido la honradez y el conocimiento en dos potentes herramientas para que el trozo de tierra que
pisamos sea mejor.
En el fondo, no acabo de hacer más que parafrasear parte del acertado discurso del doctor Elías González-Posada, quien
atesora en su propia persona esos mismos valores que destaco en el doctor Valdés. Buen padrino merecía el nuevo doctor honoris
causa y buen padrino ha sido don Elías, la verdad.
Don Fernando: Escuchándole, me vi trasladado de pronto a mi época de estudiante, a esos momentos cruciales en los que se
es consciente a medias de que cada acto, cada decisión o cada omisión, marcará drásticamente todo lo que ha de venir. Ahora,
cuando tanto ha pasado, me recuerda, nos recuerda a todos, que todavía han de pasar muchas más cosas y de que debemos
pertenecer al grupo aguerrido de personas que hacen que esas cosas ocurran. Gracias por demostrarnos con su sabiduría que
debemos trabajar y funcionar cada día a sabiendas de que somos tan buenos como lo último que hacemos.
Como dirían esos grandes humoristas argentinos, Les Luthiers, ‘el destino me ha castigado con dura mano en mi inspiración
musical’ pero, para suplir con creces esa carencia, tenemos al Coro Universitario, que lleva tres cuartos de siglo demostrando la
utilidad necesaria del arte. En esa necesidad y en esa utilidad, entroncando con la tradición, interpretarán, para terminar, el
‘Gaudeamus igitur’.
Me quedo con el pasaje en el que se refiere a la Universidad y a los profesores: ‘Viva membrum quodlibet, vivant membra
quaelibet, semper sint in flore’ (Vivan todos y cada uno de sus miembros, resplandezcan siempre).
En nombre de la Universidad de Valladolid, bienvenido otra vez, y ahora con más honores, a este claustro.
Enhorabuena y gracias por su trabajo, doctor Valdés.
Muchas gracias a todos