prácticas policiales sobre jóvenes bonaerenses en los márgenes

Revista de Trabajo Social – FCH – UNC PBA
PRÁCTICAS POLICIALES SOBRE
JÓVENES BONAERENSES EN LOS
MÁRGENES URBANOS: DELIMITANDO
CLIENTELAS1
Julia Pasin y Ana Laura López 2
Resumen: Este trabajo se inscribe en el campo de los estudios críticos sobre el
despliegue del control social penal, específicamente en relación a las prácticas
policiales sobre jóvenes en el ámbito bonaerense, atendiendo puntualmente a dos
dimensiones analíticas: la relación de proximidad y marcación territorial en los
espacios de vida cotidiana y las prácticas de intimidación y violencia durante las
detenciones.
Palabras clave: Policía - jóvenes – violencia
Abstract: This work belongs to the field of critical studies on penal system and social
control, specifically regarding police practices on youth in the Buenos Aires area, and
focusing on two analytical dimensions: the relationship of proximity and territorial
control in everyday life and practices of intimidation and violence during the arrests.
Key words: police - youth – violence
Recibido: 12/03/2014
Aceptado: 30/05/2014
1
Este artículo es una adaptación del capítulo que integra una publicación colectiva, actualmente en
prensa. Se trata de López y Pasin, “El eslabón policial policial en el control de adolescentes y jóvenes”,
en Guemureman, Silvia (Coord.) Políticas penales y de seguridad dirigidas hacia adolescentes y jóvenes.
Componentes punitivos, entramados protectorios e historias de vida. Pasado, presente y futuro.
2
IIGG-FSOC-UBA
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1. Conceptos y preguntas sobre lo policial y lo juvenil
En este trabajo analizaremos la cuestión policial en relación a las prácticas de
violencia física y simbólica que funcionarios policiales despliegan sobre los jóvenes de
barrios urbanos marginalizados de la provincia de Buenos Aires. A través del corpus
empírico relevado podemos sostener la vigencia de lo que ya se ha afirmado y
reafirmado en este campo de conocimiento, acerca del tipo de despliegue en el
ejercicio de las funciones policiales y en la aplicación de la persecución penal criminalización secundaria- por parte de las fuerzas de seguridad, que deviene en
patrones distintivos de alta selectividad, aunque bajo dinámicas por veces
intermitentes y contradictorias3.
Estas reflexiones adquieren especial relevancia en un contexto socio-institucional
reciente que denota una creciente preocupación por el delito que focaliza
específicamente en los jóvenes de clases sociales desplazadas como los presuntos
autores por excelencia de lo que termina configurándose como lo “delictivo”, es decir,
en un recorte que necesariamente excluye del marco delincuencial a los denominados
delitos de cuello blanco o delitos económicos y/o de alta complejidad. Lejos de esos
horizontes, las preocupaciones massmediáticas y de las agencias del estado parecieran
concentrarse casi exclusivamente en el delito “callejero”, sin establecer para su lectura
e interpretación los necesarios vasos comunicantes con el mercado económico que
refuncionaliza sus productos ni en las densas redes de complicidad institucional para
su impunidad y perpetración. Antes bien, las soluciones prácticas que ejercen todos los
niveles de gobierno, aún aquellos que se presentan como diferentes entre sí, no
encuentran sino en la policialización del espacio público la casi unívoca solución al ya
naturalizado “problema de la inseguridad”. Más policía, mayor poder de fuego y
menor tolerancia a la “desviación” parecieran ser, con algunos pequeños matices, el
ajustado repertorio en el que circulan las perspectivas de las agendas públicas. El
realzamiento de las virtudes policiales -en algunos casos suponiendo que estos
cuerpos fueron “saneados” o reformados por liderazgos civiles, cuestión de dudosa
realidad o eficacia en su misma concepción- deben ser puestos en tensión atendiendo
a la compleja trama de construcción y disciplinamiento social de la desviación que las
fuerzas policiales sostienen en la regulación y gobierno de los jóvenes en los territorios
desplazados social y económicamente.
Este trabajo apuesta a comprender y reconstruir -a partir de los relatos de los
jóvenes que viven en esos barrios4- las situaciones que resultan cotidianas, tanto
porque las transitan ellos mismos como porque tienen el conocimiento y la certeza de
que a sus pares generacionales, en el barrio, les suceden usualmente cosas parecidas.
3
Ver Auyero y Berti (2013), fundamentalmente p.119 y ss. También puede consultarse el reciente
trabajo de Kessler y Dimarco (2013).
4
A continuación, en el apartado metodológico, se precisa la estrategia puesta en marcha en el año
2012, en el marco de un trabajo de investigación colectivo y en articulación con un organismo de
derechos humanos, para recuperar la voz de estos jóvenes como eje de la estrategia metodológica.
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Los jóvenes que nacen y viven en estas áreas urbanas empobrecidas han sido y
son los destinatarios más frecuentes de la violencia policial. La tarea de diversos
organismos de derechos humanos continúa documentando y denunciando algunos de
estos hechos (CORREPI, Comité contra la Tortura de la provincia de Buenos Aires,
Zainuco, CELS, entre otros5).
Ahora bien, para explorar y analizar la sistematicidad y productividad de estas
prácticas policiales en relación a algunas trayectorias vitales juveniles, la perspectiva
que elegimos para trabajar en este artículo implica ubicar a la policía como primer
eslabón de la cadena punitiva6.
Así, se entiende a la cadena punitiva como una serie interconectada de prácticas
y discursos que atraviesan, forjan y consolidan trayectorias penales, de forma tal que
se trata de una noción que nos obliga a atender al carácter procesual de y entre la
policía, la administración de justicia y el encierro penal.
Lo anterior implica descartar una mirada que aborde a las agencias del sistema
penal como compartimientos estancos, para avanzar en cambio sobre las
yuxtaposiciones, las articulaciones, las instancias de cooperación y los desencuentros
que pueda haber entre ellas.
En este sentido, resulta importante aclarar que el tránsito por la cadena punitiva
no es unidireccional ni siempre acabado. Se observará que muchos jóvenes que son
atravesados por el primer eslabón de la cadena (lo policial) no se desplazan
necesariamente hacia las instancias subsiguientes (justicia y encierro)7. Dicho de otro
modo, la policía es central en el proceso de criminalización secundaria porque –con
prácticas selectivas y arbitrarias – inicia el mecanismo mediante el cual se descarga –
vía sistema penal en su conjunto– una acción punitiva legal concreta sobre una
persona específica; pero no es sólo eso.
Muchas de las prácticas policiales en los territorios urbanos sobrevulnerados a
los que venimos haciendo referencia, y que tienen por destinatarios a jóvenes de
sectores populares, poco tienen que ver con el proceso de criminalización secundaria,
y mucho se vinculan en cambio con modos de gestionar la circulación de personas y
mercancías en esos territorios, recuperando en cierto sentido las prácticas más clásicas
de la institución policial, que la ubicaron en sus comienzos ocupándose de una
multiplicidad casi infinita de tareas8. Estas tareas estaban orientadas tanto al
5
Pueden chequearse los informes de dichos organismos en sus respectivos sitios web:
http://www.correpi.lahaine.org/;
http://www.comisionporlamemoria.org/comite;
http://zainuco.wordpress.com/; http://www.cels.org.ar/home/index.php
6
Cadena punitiva es un concepto que se trabajó colectivamente en Daroqui (et. al) (2012). Agradecemos
las discusiones e intercambios que mantuvimos con el resto de las autoras de ese libro durante la
investigación que le dio origen y en el marco del proceso de análisis y escritura posteriores.
7
Evidencia empírica que sustenta esta afirmación puede encontrarse en Daroqui (et. al) (2012).
8
De un texto del siglo XVII Michel Foucault (2006: 371 y ss.) recupera los siguientes objetos y objetivos
de los que debía ocuparse la policía: i. instrucción de niños y jóvenes y regulación de los oficios; ii.
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resguardo de la moral como del orden público urbano, haciendo también de la policía
un poder normalizador y regulador de conductas, una técnica de gobierno clave para la
consolidación de los estados modernos (Foucault, 2006). En este marco, policiar y
gobernar fueron prácticamente sinónimos.
Ahora bien, no obstante la centralidad que las prácticas policiales tienen para
algunos jóvenes, usualmente las políticas públicas o las intervenciones llevadas
adelante por los organismos de seguridad no son consideradas desde una perspectiva
que involucre sus efectos sobre la condición juvenil (Chaves, 20099).
Así, es necesario realizar una aclaración importante: cuando en este artículo se
refiere a personas “jóvenes”, no se habla de un conjunto representativo de la juventud
en general, fundamentalmente porque tal conjunto cerrado y homogéneo no existe
(Bourdieu, 1990). En este sentido, hay un significativo consenso en las ciencias
sociales, y en los estudios de juventud en particular, acerca de la importancia de
aproximarse a la condición juvenil como una construcción social, relacional e
históricamente situada (Chaves, 2009), evitando abordajes que oculten o invisibilicen
las desigualdades y heterogeneidades que en cuanto a adscripciones de clase, género,
inserciones laborales, comunitarias y escolares se producen entre personas que se
podría coincidir en denominar “jóvenes” (Bourdieu, 1990), atendiendo además al
hecho de que la juventud, como condición social, desborda lo biológico en relación a
las marcas de edad (Villa Sepúlveda, 2011).
Hay, entonces, diversas maneras de ser joven. En Argentina, y en lo que respecta
al interés de este artículo, algunos sectores juveniles no tendrán mayor contacto con
las fuerzas seguridad, para otros en cambio la policía representará una de las caras
más visibles del estado y un elemento central en su vida cotidiana y en su devenir
diario.
En este marco, nuestro argumento es que existe un lazo socio-punitivo que
vincula sistemáticamente, en los territorios urbanos sobrevulnerados de la provincia
de Buenos Aires, a los jóvenes que allí residen con la agencia policial, marcando sus
trayectorias y apuntalando la producción de subjetividades penalizadas.
distinción entre pobres sanos, a quienes se obliga a trabajar y pobres inválidos, merecedores de la
caridad; iii. salud pública: la ventilación, la higiene; iv. desastres naturales (inundaciones, incendios); v.
regular el comercio; vi. la circulación: circulación de mercancías, de modo que se ocupará de las rutas y
de los reglamentos vinculados a la circulación, reglas contra el vagabundeo; vii. la circulación del
alimento: regulación de la vida (policía de granos).
Particularmente con respecto a la Argentina, en 1911 el Jefe de la Policía de la Capital, Dellepiane,
señalaba en relación a la institución que conducía: “… su acción es tan múltiple que abarca desde el
orden institucional hasta el perfeccionamiento colectivo y desde la seguridad social hasta los derechos
individuales” (citado en Sozzo, 2005)
9
Ver en Chaves (2009) particularmente en la sección “Enfoque Inclusión – Exclusión”, subsecciones
“Políticas públicas” y “Justicia, derechos y seguridad”.
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En este artículo se examinarán dos momentos analíticos10 en relación a ese lazo
socio-punitivo: por un lado, la relación sistemática con las fuerzas de seguridad en los
espacios de vida cotidiana de los jóvenes, desconectada de un procedimiento legal
formal. En segundo lugar, se tratará el momento de detención que en muchos casos sí
dará lugar a la participación del resto de la cadena punitiva, tal y como se ha definido.
Previamente, en el apartado metodológico a continuación, se encontrarán las
precisiones vinculadas al diseño y puesta en marcha de la investigación colectiva cuyos
resultados constituyen la materia prima de este artículo.
2. ¿Cómo construir conocimiento? Claves metodológicas de esta investigación
Los datos que se analizarán a continuación provienen del trabajo de campo
realizado en el año 2012 como parte del seguimiento de una investigación precedente,
desarrollada entre 2009 y 2010, que tuvo por objeto conocer aspectos referidos a la
vida en el encierro, así como también los atravesamientos de la agencia policial y de la
agencia judicial en las trayectorias de los jóvenes privados de libertad, lo que dio por
resultado la publicación del libro Sujeto de Castigos. Hacia una sociología de la
penalidad juvenil (Ed. Homo Sapiens, 2012). Dicha investigación se constituyó como
una sub-dimensión de la investigación principal iniciada en el año 2008 sobre
gobernabilidad penitenciaria11. Posteriormente, en el año 2012, se realizó un
seguimiento de los principales indicadores relevados en 2009-2010 y se incorporaron
preguntas que reflejaron indicadores emergentes durante el primer trabajo de campo,
y que constituían aspectos novedosos y ampliatorios sobre las dimensiones de lo
policial y lo judicial.
El objetivo general de la investigación se enfocó en indagar y analizar las
continuidades y transformaciones en las prácticas de las agencias de control social
penal sobre las personas menores de edad respecto del período 2009-2010 en cuanto
a las estrategias de gobierno del encierro, y también en establecer las principales
modalidades de gestión policial de poblaciones juveniles en territorios periféricos, así
como el despliegue de la agencia judicial en relación a las prácticas policiales y la
administración de condenas. En cuanto a los objetivos específicos se señalan aquí sólo
aquellos que remiten al recorte analítico seleccionado para este artículo, que fueron
los siguientes: a) Indagar y describir las principales modalidades emergentes de la
vinculación entre jóvenes y agentes policiales en los lugares de residencia de los
10
La distinción entre los momentos es efectivamente analítica. Se verá en el curso del capítulo que es
importante poner las dos instancias en diálogo.
11
“El “programa” de gobernabilidad penitenciaria: un estudio sobre el despliegue del régimen
disciplinario-sanciones y aislamiento, los procedimientos de requisa, los mecanismos de traslados y
agresiones físicas institucionalizadas en cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense”, dirigida por
Alcira Daroqui y llevada adelante por el equipo que coordina, el GESPyDH (Grupo de Estudios sobre
Sistema Penal y Derechos Humanos) del Instituto de Investigaciones Gino Germani (Facultad de Ciencias
Sociales, UBA) en acuerdo inter-institucional con el Comité contra la Tortura de la Comisión Provincial
por la Memoria. Para la sub-dimensión sobre lugares de detención para personas menores de edad se
contó también con la colaboración de las integrantes del Observatorio de Adolescentes y Jóvenes del
mismo instituto de investigaciones.
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primeros, así como las prácticas de violencia institucional (detenciones previas, golpes
y amenazas en detención actual, alojamiento en comisaría, etc.) y b) Relevar y describir
las modalidades de acceso a la justicia penal juvenil (…) y a la gestión de la
información sobre violencia institucional policial que receptan los operadores
judiciales.
Así, el interés de la selección aquí analizada estuvo orientado a develar las
modalidades regulares de administración de la violencia policial sobre los más jóvenes,
tanto en su registro “habitual” de la vida cotidiana en los espacios sociales
marginalizados –de donde proviene casi exclusivamente la clientela del sistema penal–
así como en los momentos de más intensa expresión de lo policial-punitivo, esto es, el
momento de la detención que conllevó la privación de libertad vigente al momento de
relevar los datos. Complementariamente, interesa aquí el conjunto de “reacciones” de
la justicia penal juvenil sobre la violencia policial (real o potencial) que antecede al
arribo de los jóvenes a los estrados judiciales. El inter-juego de opacidadinvisibilización de tales prácticas permite pensar en clave de articulaciones al interior
de la cadena punitiva como condición de posibilidad para el funcionamiento
normalizado de un sistema penal juvenil que se hace operativo con enclaves de
violencia estatal escasamente cuestionados.
En este contexto, la estrategia metodológica trazó un abordaje de triangulación
cuantitativa y cualitativa sobre una muestra intencional simple de jóvenes alojados en
la mitad de las instituciones de encierro penal existentes en la provincia12. De esta
forma, la muestra de seguimiento se compuso inicialmente de siete instituciones
correspondientes a la mitad del universo de establecimientos cerrados. El criterio de
ingreso de jóvenes entrevistados a la muestra fue de tipo intencional, previendo
mantener un nivel de entrevistas semejante en cada institución, correspondiente al
50% de los adolescentes allí detenidos al momento del relevamiento13.
Se obtuvo una muestra total de 106 entrevistas a jóvenes de los Centros de
Lomas de Zamora, Virrey del Pino, Almafuerte, Legarra, La Plata y Recepción Mar del
Plata, correspondiente al 55% del total de jóvenes alojados en los establecimientos
seleccionados. El trabajo de campo se realizó conjuntamente durante diferentes
inspecciones de monitoreo de condiciones de detención realizadas por el Comité
contra la Tortura, entre julio y noviembre del año 2012, confeccionándose para cada
institución relevada un registro de campo cualitativo que condensó los datos
obtenidos de la experiencia observacional durante el transcurso del relevamiento, así
12
El criterio de selección muestral de las instituciones fue el de aquellas que registraron mayores índices
de violencia física en los resultados de la primera investigación: el Centro Cerrado Almafuerte, Centro
Cerrado Mar del Plata, Centro de Recepción La Plata, Centro de Recepción Lomas de Zamora y Centro de
Recepción Mar del Plata. A estas cinco instituciones se le adicionó una sexta, el Centro Cerrado Legarra,
seleccionada a partir de un segundo criterio muestral provisto por miembros del Comité contra la
Tortura, quienes detectaron en el transcurso del año 2011 un incremento en la cantidad de denuncias y
variantes en el tipo de vulneración de derechos de dicho establecimiento. Adicionalmente, se incorporó
a la muestra una séptima institución, el Centro Cerrado de Máxima Seguridad Virrey del Pino, que fue
inaugurado posteriormente al trabajo de campo antecedente.
13
De la muestra diseñada se pudieron relevar todos los establecimientos a excepción del Centro
Cerrado Mar del Plata, que en el período del trabajo de campo se encontraba sin detenidos y en proceso
de obras de refacción edilicia luego de ser clausurado por una orden judicial.
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como la documentación institucional recolectada, entrevistas a los directores de los
centros e interacciones espontáneas y/o diálogos formales con los restantes actores
institucionales.
Al igual que en la investigación precedente, en el relevamiento de campo se
privilegió el relato de los adolescentes como vehículo de conocimiento, ya no de sus
propias lógicas culturales, delictuales o biográficas (a modo de etiología culturalista del
delito) sino, por el contrario, como fuente de acceso para reconstruir sus tránsitos y
recorridos por las agencias de control socio-penal y conocer entonces las prácticas
institucionales de la penalidad juvenil. No obstante, se triangularon estos datos con
fuentes documentales y entrevistas a los operadores institucionales, aunque
conservando como fuente principal a los testimonios de las personas atravesadas por
el sistema penal. En este sentido se decidió transmitir los propios relatos de los
jóvenes en varios pasajes de las secciones subsiguientes.
3. El gobierno territorial de la juventud excluida: la “otra previa”
“Nosotros somos así, parecemos
sospechosos y nos paran todo el
tiempo”.
“Lo policía te ve con una cara medio
rara y te detienen”
La relación que se establece entre los agentes policiales y los jóvenes que
habitan los barrios marginalizados y periféricos de la urbanidad degradada representó
luego de la primera investigación un punto nodal de interés. Lateralmente al objeto de
las preguntas que se formularon en aquella ocasión, los jóvenes reiteraban historias en
las que subyacían ejercicios de fuerza, marcación, intimidación y de “complicidad”
delictiva/extorsiva con efectos lucrativos para el personal policial, que se consideraron
potentes emergentes para profundizar en el seguimiento de la investigación. Así, en el
trabajo de campo que sustenta el análisis de este artículo se profundizó en preguntas
que permitiesen caracterizar las especificidades del lazo-socio punitivo en territorio.
Experiencias vitales que conforman un encuadre de interpretación necesario para
comprender las detenciones y el paso posterior por la justicia y el encierro.
Experiencias que forjan biografías y que en su enorme mayoría no implicaron la
activación del andamiaje judicial juvenil –de sanción y/o control de legalidad– ni la
formalización de detenciones policiales por la comisión de presuntos delitos.
Antes bien, existe una masa normalizada de prácticas y rutinas de despliegue
policial sobre los territorios periféricos que incluye la orientación selectiva sobre los
más jóvenes, y en especial sobre aquellos que, de un modo u otro, son categorizados
como “próximos” al delito y/o a la “mala vida”, expresada ésta en el consumo de
drogas, la permanencia en el espacio público, la circulación en horarios nocturnos, el
uso de ropa deportiva y/o gorras y la correspondencia física con el arquetipo del joven,
urbano, pobre y morocho. Estos contactos y roces recurrentes, habituales, por veces
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intensamente violentos y en muchas ocasiones fuertemente humillantes, denotan el
establecimiento de un vínculo –siempre asimétrico– de conocimiento mutuo que
marca trayectorias biográficas y apuntala la producción de subjetividades específicas,
penalizadas y subordinadas a un campo de impunidad para la violencia policial y de
reafirmación de un lugar-otro para los jóvenes, con quienes a veces se negocia, pero
también se extorsiona, somete y descalifica en una relación, valga la reiteración,
estructuralmente asimétrica entre los funcionarios policiales que detentan el
monopolio del ejercicio violento del estado, tanto en su fase material como simbólica,
y los grupos de población juvenil vulnerada social y económicamente.
En cada trabajo de campo, los relatos de los jóvenes señalaban una “relación de
proximidad”, de persecución capilar, omnipresente y regular en los espacios públicos
de los barrios donde, además de vivir, transcurren prácticamente todo el tiempo,
como parte de la restricción que estructura la segregación espacial urbana.
Cotidianeidad, estigma, asimetría y arbitrariedad parecieran combinarse en estas
relaciones micro-sociales que son dinamizadas con el uso selectivo y parcial de las
facultades y encuadres legales y normativos vigentes. Es decir, no son prácticas
completamente fuera de la ley, ni tampoco completamente dentro de ella, aún cuando
una parte sustantiva de las mismas se justifica y/o despliega en nombre de y alojada
dentro de la propia norma legal.
Retomando las categorías conceptuales acuñadas en trabajos anteriores
(Daroqui, et al, 2012; 2013), se propone analíticamente tres momentos principales de
estas prácticas de vinculación de los jóvenes con la agencia policial: la persecución
sistemática en territorio, la aprehensión-captura y la permanencia en las comisarías. Se
tomará entonces la primera de ellas, relativa a las persecuciones regulares en
territorio, dinámica que remiten a un micro-hostigamiento sostenido, que en una muy
importante cantidad de situaciones no se encuentra impulsado, vinculado ni
relacionado con la comisión de un delito o la presunción preventiva del mismo. Antes
bien, son prácticas de construcción del gobierno del territorio urbano degradado que
ubican a la agencia policial como la hegemónica y principal reguladora del territorio en
relación a las restantes agencias estatales que de diversas maneras y con disímiles
persistencias permean, y muchas veces apenas bordean, dichos territorios. Agencias
de programas sociales, de prevención de conflictividad, de salud, etc. que, además de
no poder controlar ni confrontar con la agencia policial, tampoco cuentan con un plus
específico que caracteriza a la policía, y que es el de la presencia permanente en todo
el territorio y durante todo el arco temporal (diurno y nocturno, días hábiles y fines de
semana), que se suma a las facultades legales conferidas para su expansión punitiva
frente al “delito”, tanto en su fase “reactiva” (frente a un acontecimiento concreto)
como en su fase “preventiva” (frente a un acontecimiento y/o autor potencial), siendo
esta última la principal usina de producción de inseguridades vitales y persistentes
para estos jóvenes, objetos privilegiados de su despliegue. Las formas de intervención
policial pueden ser clasificadas en el orden de las violencias simbólicas y las violencias
físicas, anudadas con instituidas prácticas de corrupción y delito protagonizadas por las
fuerzas, y aun por supuesto, de su combinación.
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“No te pueden ver parado en una esquina que vienen y te revisan, te pegan,
te humillan adelante de todos, te sacan la plata, te re verduguean. Te roban
lo que robás y se lo quedan”
“Te paran y te revisan. Te preguntan: ¿Qué hacés vos en la calle?, te putean
a tu mamá, son muy hijos de puta. Dicen: “te vamos a llevar a campo de
mayo, ahí nunca más vas a ver a tu familia, vas a desaparecer”
“Te paran para pedirte documentos y te cagan a palos”
“Te paran siempre, te preguntan el apellido y te dicen "acá está fulano" y te
dan. Te dicen "no me importa que seas menor".
Estas rutinas policiales, que son recurrentes en el trazado biográfico de los
jóvenes, se expresan desde edades tempranas, en algunos casos desde niños pero en
la mayor parte de ellos desde el inicio de la adolescencia. También se nutren de las
referencias que la policía tenga sobre las familias o amigos de los jóvenes, expresando
una suerte de “herencia persecutoria” sobre aquellos que integran familias en las que
algún miembro (o ellos mismos) es “conocido” por la policía.
“Me levantaban y me llevaban a la comisaría. En la calle te daban masa,
me levantaban de los pelos, me pegaban. También me pegaban en el
patrullero. Cuando tenía 13 años me daban cachetadas y de más grande
me pegaban mucho”
“Te paran, te revisan. Como mi papá es conocido (por la policía) siempre
me paraban a mí”
“Me conocen, tienen fotos mías desde los 12 años. Me agarran por nada.
Me agarraban y me pegaban todas las veces porque estaban locos porque
no me podían dejar preso porque era menor”
“Como me conocían me paraban por averiguación de antecedentes y
después de dos horas me iba a mi casa”
“La policía me conocía y me corrió un montón de veces pero no me podían
agarrar. Cada vez que me paraban me pegaban un par de piñas. Me
llevaban a la comisaría por averiguación de antecedentes un par de horas
hasta que me buscaba mi mamá o mi viejo”
“Si te conocen que andas en la calle te joden, te ven en otro lado y te paran,
son re cargosos”
“En mi barrio la policía suele ser jodida, a mi me pasaba por mi primo que
tiene el mismo apellido y ya era conocido en la zona. Solíamos andar juntos
y mi primo es mayor de edad. La policía cada vez que me veía me paraba.
No podía estar muy tranquilo. Me querían hacer asustar, nada más”
“En cualquier lado te frenaban, nos llevaban a la comisaría y nos golpeaban
para que les dijéramos dónde estaba mi hermano (fugado). Te dejan toda
la noche y cuando se les antojaba le avisaban a mi familia”
En algunos casos el hostigamiento adquiere otro matiz, y es el de la construcción
de relaciones coercitivas de cooperación que construyen y reafirman “carreras
delictivas”:
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“Si te encuentran algo, droga, te dicen: ‘bueno, nosotros no te llevamos a
la comisaría’ y te piden plata. Si les das poca plata te dan una paliza.
Cuando te agarran en un hecho te dicen: ‘si vos no querés quedar
detenido tenés que trabajar para nosotros; vos nos das la mitad, vas a
caer pero no te vamos a abrir ninguna causa’. Ellos te dicen así pero te
cagan, te abren la causa y se quedan con la mitad”
Así, el universo de prácticas policiales en la dimensión analítica de la
persecución en territorio puede ser desagregada en tres categorías: la marcación, la
intimidación y la complicidad delictiva/extorsiva.
La primera de ellas, la marcación, indica la “presencia” y control de la
ocupación y circulación del territorio por parte de los jóvenes: detener la marcha,
pararlos, hacerlos levantar cuando están sentados en la esquina, ya sea para pedirles
documentos, para hacerles levantar la ropa o quitar las zapatillas, para cacharlos, para
preguntarles por alguien que ellos deberían conocer o sobre algo que deberían saber
en relación a algún hecho delictivo, para decirles que no pueden estar en ese lugar,
para señalar que los observan, para mostrar que están ahí.
“Entra la policía como en todos los barrios, te paran y te piden DNI”
“La policía de mi barrio sabía pararme generalmente cuando andaba
después de las 12 de la noche. Me paraban y me decían que me vaya para
adentro”
“Te paran y te preguntan si tenés arresto, piden documentos y ven si tenés
antecedentes, paran a los que son sospechosos por la ropa deportiva o
tumbera”
“Te paran, las manos contra el patrullero, es por ‘cara’ que te paran para
hacer averiguación de antecedentes. Cuando usaba ropa deportiva me
paraban siempre”
“La policía para en la calle a los pibes. Te paran porque sí”.
Esta facultad de parar, de detener, de interrumpir el desarrollo de las actividades
en el espacio público adquiere un significado que excede a la mera “marcación de
territorio”, en tanto habilita a una segunda categoría que es la de la exhibición del
potencial de ejercicio de fuerza o violencia, la proyección de sus capacidades de
expansión, daño y sujeción. En otras palabras, un contacto policial con los jóvenes que
más allá de un control personal representa siempre una práctica de intimidación que
incluye la violencia física (golpes, golpizas) y/o amenazas y las detenciones con
alojamientos en comisarías o los “paseos” en patrullero. Un control del territorio que
no sólo marca, limita y “ordena” la circulación de los jóvenes por determinados
espacios y no por otros, sino que se despliega en algunos casos, a veces en forma
azarosa, a veces de manera direccionada, sobre aquellos definidos como “conocidos”,
como un ejercicio de autonomía policial capaz de demostrar que el uso indiscriminado
de la violencia se decodifica como la concreta posibilidad de disponer de la vida de
esos jóvenes, sea para lastimarlos, para detenerlos o en algunos casos, para matarlos.
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Una advertencia de aquello que hoy, mañana, en algún tiempo cercano, sucederá, o
podrá suceder, en un ejercicio que lejos de un carácter meramente restrictivo o
represivo, adquiere una significativa productividad en términos de obediencias,
dominación, confrontación e impunidad:
“Te paran, te piden documento. Si no tenés documentos te llevan a la
comisaría. Me tenían bronca. Me pegaron muchas veces. Me pusieron
pegamento en la cabeza y me tuve que cortar el pelo. Eso pasó en la calle,
en un campito donde no veía nadie. No hice la denuncia porque iba a ser
peor para mí”
“Paran siempre, piden cosas, piden plata, reclaman autoridad en el barrio.
Se meten con los pibes que andan en las esquinas, son los que paran más.
La policía te pide cosas. Gendarmería te lleva directamente, sin darte
motivos”
La tercera categoría que subyace en la dimensión del control territorial, y que
funda un específico lazo socio-punitivo, es la que alcanza una expresión de algún modo
paradojal, que es la de prácticas en las que la policía establece una “complicidad”
delictiva/extorsiva con efectos lucrativos. Este aspecto de vital importancia debe leerse
como un entramado complejo en el que la policía produce actos de inseguridad, por un
lado, en relación a los propios jóvenes que son convocados a entregar dinero producto
de supuestos robos o droga o directamente a robar para la policía a cambio de una
“oferta” policial dentro del mercado delictual, que incluye evitar la detención,
minorizar la acusación, evitar o hacer cesar una golpiza o incluso, la propia muerte. Y,
por otro lado, la agencia produce en el mismo movimiento actos de inseguridad con
relación a la “comunidad” en la que se producen tales hechos delictivos estimulados y
promovidos por la propia agencia policial en la búsqueda de resultados lucrativos. En
este sentido, son prácticas que exceden al concepto de corrupción para situarse en un
perverso “equilibrio” entre la tolerancia y la represión, entre la falta de persecución y
la protagonización de delitos por parte de la fuerza. Si hay “acuerdo” con los jóvenes,
se desarrolla un espacio de tolerancia y promoción de actos delictivos para lucrar; si no
hay “acuerdo” o no son los esperados, el devenir es la represión: detención, golpes,
amenazas y hasta muerte.
“Una vuelta venía en un [auto] trucho, perdí. Choreamos y yo estaba
rodeado por la policía (dos patrulleros). Nos llevaron a un descampado y
nos dijeron que no nos llevaban en cana si les dábamos 30 lucas”
“Son todos re tránfugas, te paran y por ahí con 50 o 100 pesos se
conforman. Andan con los transas”
“Capaz te llevan por un doble A y te pegan. Un par te piden plata para no
meterte en cana y te esposan y te pegan piñas en el estómago, muchas
piñas”
“La última vez pagué 10 mil pesos para salir y la vez siguiente me pidieron
15 mil y no pagué (por pedido de captura). Tiene que ser plata grande para
salir”
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Estas configuraciones resultan prestas a la imposición de un lazo socio-punitivo
entre las fuerzas policiales y los jóvenes, que lejos de los esquemas clásicos de
administración de la violencia en la persecución de la policía a los jóvenes
“delincuentes”, asume una trama de mayor complejidad al instituirse como engranaje
de los mecanismos de producción de delitos, a la vez que reafirman relaciones de
asimetría y de fijación a un espacio y a un rol social de “joven delincuente” en el que
las fuerzas policiales intervienen en clave de justificación de su existencia funcional
represiva en el contexto de la “inseguridad” y también de reproducción de sus
actividades ilícitas. En este sentido, marcar, intimidar y establecer complicidades
delictivas con los jóvenes con fines lucrativos son modus operandi que configuran el
gobierno de los espacios por los que circulan los jóvenes y establecen estrategias de
sujeción y sometimiento.
En este sentido, 8 de cada 10 entrevistados mencionó haber estado
aprehendido y/o alojado en comisarías en anteriores ocasiones a la detención en
curso, nivel muy por encima del que denota los anteriores pasos centros cerrados para
personas menores de edad, que arrojó solo un 32,1% de respuestas afirmativas. En
otras palabras, estos guarismos pueden pensarse como una aproximación a la
magnitud y extensión que tiene la práctica policial de detenciones en comisarías, de
carácter ilegal en la provincia de Buenos Aires, y que no se configuran como paso
previo a una situación judicializable, sino como mero indicador de rutinas policiales de
hostigamiento a los jóvenes que culminan en “paseos” en patrullero algunas veces o
en detenciones en comisarías, en otras ocasiones.
Al relevar las fuerzas de seguridad que identifican usualmente actuando en sus
barrios, la enorme mayoría de los jóvenes (94,3%) señaló a la Policía Bonaerense como
la principal fuerza con despliegue territorial en los espacios marginales de la provincia.
No obstante, Gendarmería Nacional se posicionó también como una de las principales
fuerzas que actúan en territorio (57,5% de respuestas afirmativas14), lo cual resulta
comprensible en el marco de las últimas iniciativas del estado nacional y provincial que
proponen incorporar fuerzas militares –con objetivos originalmente diversos, como
custodiar las fronteras nacionales, áreas marítimas, etc.– al control del territorio
interno. Así, se observa un emplazamiento de superposición de fuerzas de seguridad,
aunque la Policía Bonaerense sigue concentrando el rol principal en lo que respecta a
las detenciones de los jóvenes que culminan en privación de libertad, siendo la agencia
actuante en la detención del 90% de los entrevistados.
Aun así, la superposición de fuerzas, lejos de mermar la lógica hasta aquí
descripta, parece potenciar los actos de marcación e intimidación con detenciones
arbitrarias y con una intensa producción de violencia hacia los jóvenes de territorios
empobrecidos:
14
Se trataba de una pregunta de respuestas múltiples: los entrevistados podían identificar a más de una
fuerza si ese fuera el caso, razón por la cual los guarismos superan el 100%.
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“Me agarraron los gendarmes cuando venía de bailar, me hicieron tirar la
piso y se me pararon arriba de la espalda, le dije ‘aguantá’ y me pisaron la
cara. Eran re patova. Te estás fumando un porro o estás en la esquina y nos
hacen ir porque ‘los llevo a todos’. Una vez en el Bajo Flores iba y me
sacaron todo. A mi amigo le sacaron 30 mil pesos, fue a robar y se
quedaron con ese dinero. La primera vez que caí me dejaron escupiendo
sangre, en la 5ta. de Moreno”
“Gendarmería me para, me pide documentos, me pegan, me bajan del
auto, ‘¿de quién es el auto?’ me preguntan”
“Estás caminando y los de Gendarmería te paran, te piden documento, te
pegan, te verduguean. Si voy con mi mamá me paran igual. A las chicas las
paran. Te cachean, te toman los datos. Si les contestás mal te llevan a la
Comisaría. La Gendarmería es la que manda”
De tal modo, la producción de marcación, intimidación y complicidad
delictiva/extorsiva constituyen aspectos de un gobierno del territorio que fija un lugar
socialmente estigmatizado para los jóvenes, que los reafirma en una trama de
violencias que los sujeta y reproduce como “otros” que prontamente serán clientela
del sistema penal y corporización de lo “peligroso”, situación que resulta en la antesala
de la dimensión abordada en el próximo acápite, sobre las detenciones y
permanencias en comisarías.
4. Captura, violencia y extorsión: llega la ley
“Me tiro al piso y me dieron una
patada. Me ponen las esposas, me
tiran del patrullero y me patean la
cara con los borcegos. Me pisaron las
manos…”
Como se adelantó, este apartado se dedicará centralmente al análisis de las
prácticas policiales involucradas en el momento de la detención de los jóvenes en
territorio, momento inmediatamente anterior a que se active la trama burocrática
necesaria para que un joven sea privado de su libertad, transitando entonces por toda
la cadena punitiva en los términos que ya definimos.
Hay, al respecto, un primer dato que resulta insoslayable: más de la mitad de los
entrevistados (52,8%) fue agredido físicamente durante la detención, por el personal
policial que protagonizó la captura.
Lo elevado del porcentaje nos habla de la sistematicidad de una práctica y de la
rutina policial, más que de excesos o de casos aislados. Por otra parte, preguntas
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abiertas y cualitativas realizadas a los jóvenes sobre los modos de esas prácticas,
indican que la descarga de violencia física se produce en la mayoría de los casos
cuando el joven ya está inmovilizado, en el piso y/o esposado, con lo cual la violencia
es pura agresión, puro suplemento punitivo que reafirma la relación que se ha
construido progresivamente en las instancias de hostigamiento en el territorio, como
ya se señaló previamente.
Asimismo, es importante apuntar que casi la mitad de los entrevistados (47,2%)
conocían por contactos previos en el barrio a los policías que los detuvieron. Así, la
detención no sólo no constituye el primer contacto que estos jóvenes tienen con la
agencia policial, según se vio en el apartado anterior, sino que tampoco es, en casi la
mitad de los casos, el primer contacto con los agentes policiales que los detienen. Este
dato reafirma la importancia del lazo socio-punitivo que se construye en el territorio y
que resulta pre-existente a la comisión o supuesta comisión de delitos.
Estos son algunos relatos en relación al momento de la captura:
“Me corrieron dos cuadras, tiraron tiros al aire. Me tiré al piso, me
esposaron y me dieron patadas en el piso. Me dieron una banda de piñas”
“Me esposaron, me tiraron al piso y me pegaron culatazos en la nuca. Tenía
puesta una chalina y me ahorcaron con ella. Me arrancaron un piercing de
la ceja a las piñas entre dos policías, me tiraron gas pimienta en los ojos.
Me decían que era un hijo de puta”
“Me pegaron con la escopeta en las costillas y en la boca. Estaba contra la
pared y de espaldas y me tiraron un tiro en la pierna [en el lugar del hecho].
Me siguieron pegando arriba del patrullero”
“Me pegaron desde que me bajaron del auto en el que me escapaba hasta
que me subieron al patrullero y me siguieron pegando arriba del patrullero.
Eran como quince, se prendían todos. Me pegaban piñas, todo. Me daban
la cabeza contra el capó del auto que había robado”
Como se indicó, en todos estos relatos queda claro que hay una descarga de
violencia que no puede ser justificada aún en el marco de una lógica de la detención “a
cualquier precio”, que por cierto tampoco debería convalidarse. Lo que puede
señalarse a partir de los relatos es que los jóvenes ya estaban detenidos cuando se
transformaron en destinatarios de una diversidad de agresiones: “… me esposaron y
me dieron patadas en el piso”; “me tiraron al piso y me pegaron culatazos”; “…me
siguieron pegando arriba del patrullero”, etc.
Es importante destacar que en muchos casos la violencia física tiene además el
objetivo de lograr la incriminación del joven en un hecho que seguramente es
acuciante resolver, sea porque ha tomado estado público o porque hay una exigencia
institucional que requiere producir un volumen sustantivo de detenciones:
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“Me pararon en la esquina de la casa. Bajaron apuntándome y acusándome
de haber apuñalado a uno. Me subieron al patrullero, a mitad de camino
pararon en un baldío y me esposaron y me bajaron del auto. Ahí me
empezaron a pegar diciéndome que diga que fui yo, que me iban a dejar re
en cana, que era un hijo de puta, que la haga corta y confiese. Duró 5
minutos, entre dos canas me pegaban piñas y patadas, me tapé la cara. El
dolor me duró una semana y no podía dormir”
Las detenciones en la vía pública o en el domicilio, para la casi totalidad de los
entrevistados (90,6%) implican además que inmediatamente después serán detenidos
por un tiempo variable en una comisaría. Esto sucede con anterioridad al contacto con
la justicia y al ingreso a un centro penal de recepción o cerrado para personas menores
de edad.
Este guarismo tan elevado nos impone señalar dos cuestiones: por un lado, nos
alerta sobre la normalidad de una práctica ilegal15. En segundo lugar, nos indica como
mínimo la falta de controles judiciales que podrían morigerar esta situación. Como
podrá observarse más adelante, hay en efecto cierto “dejar hacer” a la agencia policial
por parte de la administración de justicia. Así, la noción de cadena punitiva retoma
todo su sentido en este marco, apuntando justamente a la superposición de prácticas y
al entrelazamiento entre las agencias del sistema penal.
Se verá ahora cuánto es el tiempo que permanecen los jóvenes dentro de la
comisaría: entre el total de jóvenes que estuvieron allí detenidos, el 25% permaneció
en la comisaría hasta 6 horas inclusive, el 34,4% estuvo en la comisaría entre 6 y 12
horas, un 26,9% permaneció detenido entre 12 y 24 horas y, superando la barrera de
las 24 hs, un 6,2% estuvo entre 1 y 2 días, y un aún más preocupante 7,2% estuvo
detenido en la comisaría por períodos que abarcan desde 4 hasta 15 días inclusive.
Asimismo, el paso por la comisaría no siempre es informado a los padres o
responsables de los jóvenes, siendo que en uno de cada cuatro casos (25,5%) la
agencia policial no dio aviso de esta situación, con lo cual el joven detenido se
encontraba virtualmente secuestrado, a disposición de las fuerzas policiales.
Ahora bien, no sólo las comisarías no son espacios en los que la ley prevea la
detención de una persona menor de edad, siendo ilegales en sí mismos estos
alojamientos, sino que allí mismo se despliega toda otra serie de prácticas violatorias
de los derechos de los jóvenes.
Así, en las comisarías los jóvenes permanecen en la mayoría de los casos en
celdas, pero también en un porcentaje elevado (16,7%) son alojados en otros
15
La permanencia de personas menores de edad en comisarías se encuentra expresamente prohibida
por la SCJBA como parte de las respuestas estatales al Fallo Verbitsky, restricción que se replica en
resoluciones del ministerio de desarrollo social, del ministerio de seguridad de la provincia y, de modo
tácito, en la propia ley penal juvenil de la provincia, la 13.634 y la Convención por los Derechos del Niño.
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ambientes en donde las condiciones de detención pueden ser aún peores: pasillos,
improvisados “buzones” y patios son los lugares utilizados, y aún permanecer
esposado al patrullero o a muebles dentro de oficinas puede ser una opción.
Asimismo, uno de cada cuatro detenidos en la comisaría (26%) estuvo alojado en
espacios compartidos con personas mayores de edad, sin ningún tipo de barrera física
entre ellos, lo que genera una situación de extrema indefensión para los jóvenes.
Con respecto a lo que sucede dentro de las comisarías, prácticamente 6 de cada
10 jóvenes entrevistados (57,3%) fue agredido físicamente dentro de la comisaría por
personal policial. Los relatos al respecto son coincidentes: la agresión física en la
comisaría va acompañada de amenazas y comentarios degradantes y humillantes que
completan un cuadro en el que se exacerba una idea: estos jóvenes no sirven para
nada y a nadie le importa lo que suceda con ellos. Los jóvenes detenidos relatan esta
situación:
“[En la celda en la comisaría] entraron y me pegaron en las costillas y en la
panza. En la cara no, para no dejar marcas. Son policías, hacen lo que
quieren. Vienen de a uno a pegarte”
“En la cocina [de la comisaría] me pusieron una bolsa en la cabeza y me
ataron los cordones al cuello dejándome sin aire. Me llevaron al patio
esposado en la espalda y comenzaron a pegarme patadas. Me pegaron con
palos, me dieron una banda de piñas”
“En la comisaría me pegaron con los palos en las costillas y en la espalda. El
que entraba ahí me pegaba, fue un infierno, casi todos, hasta las mujeres
me pegaban. Patadas, piñas. Me decían un montón de cosas, que me iban
a llevar allá (por el campo)”
Como en el caso de las agresiones en el momento de la captura, en la comisaría
la violencia física es también un medio para lograr la delación de supuestos cómplices:
“En la comisaría me dicen que me saque los cordones de las zapatillas, yo
no podía porque estaba esposado, me querían apurar. Ahí me golpean,
cachetadas y golpes en el torso. Me decían que diga quién fue el autor del
homicidio [por el cual estoy imputado]. Como no decía nada me golpeaban
aún más”
O para formalizar una “confesión”:
“Me pegaron con la cachiporra para que confesara, por todo el cuerpo.
Estaba esposado en el piso y me pegaban piñas, patadas y palazos entre 4
policías. Un rato largo”
También para hacerse con parte del supuesto “botín” resultado del delito:
“Me dejaron en calzoncillo. En la comisaría me pusieron un pinche de metal
en el cuello, me pegaban piñas en la frente, me decían que diga dónde
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estaba la plata y mi compañero. Me pusieron una pistola en la boca y me
golpearon la cabeza contra el inodoro, piñas en la oreja (luego no
escuchaba). Querían la plata a toda costa y me iba. Yo no hablaba y ellos
más me pegaban, estuvieron así 4 horas”
Aún con múltiples fines mentados, esta violencia ejercida por funcionarios
públicos sobre algunos jóvenes desborda esos objetivos originales, y tiene siempre la
consecuencia de dejar marcas físicas y simbólicas que impactan severamente en sus
trayectorias vitales.
En relación a la pregunta acerca de las condiciones de posibilidad de esta
violencia, y recuperando y poniendo en movimiento la noción de cadena punitiva, es
que en el marco de la investigación de referencia se destinó un bloque de preguntas a
indagar sobre la reacción de los operadores judiciales frente a la violencia policial
sufrida por muchos de los jóvenes durante la detención o bien dentro de la comisaría,
con la hipótesis de que no existe un “desconocimiento total” de lo que sucede por
parte de los funcionarios judiciales.
Así, sobre un total de 58 respuestas positivas16, al 64% de los jóvenes ningún
operador judicial le preguntó algo en relación a los malos tratos recibidos durante la
detención policial. Entre ellos, un 21% presentaba marcas físicas producto de las
agresiones recibidas; de forma tal que los operadores judiciales pudieron observar en
el cuerpo de los jóvenes las marcas de la violencia.
En los casos en que algún operador judicial sí le había preguntado al joven
sobre las agresiones policiales, un 21% fue porque tenía marcas y sólo en un 15% de
los casos indagaron al respecto aunque los jóvenes no tuvieran lesiones visibles.
Asimismo, se consultó a los jóvenes si ellos habían informado
espontáneamente el maltrato policial a los actores judiciales. Sólo el 29% de los
jóvenes que venían de padecer agresiones físicas lo comunicaron a algún operador.
Aquellos que no lo hicieron señalaron fundamentalmente dos motivos para su
silencio. Por un lado, el temor a las consecuencias de una posible denuncia:
“Si le digo a alguien me cagan a palos”; “Si les decía, fue, me golpean de
vuelta”; “[No dije nada] porque te pegan el doble”.
En segundo lugar, sus respuestas nos indicaron un fuerte descreimiento acerca
de los resultados positivos de realizar esa denuncia en el ámbito judicial:
“¿Qué puedo llegar a lograr? Pienso que no hacen nada”; “¿A quién le vas a
contar si nadie hace nada?”; “Es lo mismo, no hacen nada”; “Porque la
palabra de uno acá adentro ya no vale”.
16
Excluimos casos sin dato y aquellos en los que los jóvenes no recuerdan lo sucedido.
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Dicho cuestionamiento se construye además sobre el conocimiento de que en los
casos en los que las denuncias por malos tratos son efectivamente realizadas, nada
sucede:
“Les dije que no me dieron de comer y sobre los golpes, que estuve todo el
día en el patrullero, con frío y hambre; pero no hicieron nada”; “El juez dijo
que iban a hacer una denuncia pero nunca me llamaron del juzgado ni de
ningún lado”; “No hizo nada. Me miró y le mostré que tenía toda la remera
manchada con sangre y las zapatillas también, pero no me dijo nada”
De este modo, se observa como la violencia policial descargada
sistemáticamente sobre jóvenes de sectores empobrecidos de la provincia de Buenos
Aires requiere y se reafirma en una “ceguera judicial” que los funcionarios parecen
practicar en la mayoría de los casos. El gobierno de la penalidad juvenil se expresa así
en una trama de prácticas que involucran a una diversidad de actores vinculados al
devenir burocrático cotidiano de cada una de las agencias del sistema penal, pero que
se rearticulan de modo específico en los modos que adquiere la cadena punitiva, con
efectos muy concretos sobre las trayectorias vitales de los jóvenes que nos preocupan.
5. Reflexiones finales
Los resultados de la investigación dieron cuenta, en línea con las investigaciones
precedentes en esta temática, de la vigencia de prácticas sistemáticas, extendidas y
permanentes de violencia policial sobre los jóvenes de los sectores empobrecidos.
Ello nos ha permitido señalar las características que adquiere el primer eslabón
de la cadena punitiva, aquel que inicia el tránsito de los más jóvenes por el sistema
penal, y que resulta en prácticas regulares de la institucionalidad punitiva. Se trata de
prácticas que se ubican muy lejos de las prescripciones normativas que prohíben y/o
regulan estas situaciones, y mucho más próximas por tanto a las dinámicas de
gobierno de los territorios de la exclusión social, en donde la violencia policial se
inscribe como principal articulador de su producción y reproducción.
El gobierno de la penalidad juvenil implica un entramado de prácticas, discursos
y espacios sociales e institucionales singulares y diferenciados para cada una de las
agencias de la cadena punitiva, pero que reconocen ángulos de intersección,
articulación y retroalimentación mutua que permiten concatenar la producción de
trayectorias sociales de violencias yuxtapuestas sobre grupos definidos como de
“riesgo” para el gobierno de la denominada “seguridad urbana/ciudadana” y que
operan a través de modulaciones selectivas sobre cuerpos juveniles precarizados.
Los jóvenes que atraviesan –intervención selectiva mediante– la totalidad de los
niveles posibles de intensidad en la sujeción punitiva, son inscriptos en las prácticas de
las instituciones como sujetos peligrosos, sobre los que se propone un gobierno
basado en la incapacitación, la naturalización de las violencias y la reafirmación de
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perspectivas vitales punitivas, a través de un piso de impunidad para las violencias
estatales que se imprimen en sus cuerpos y en la des-problematización de los derechos
estructuralmente vulnerados, antes y después de su paso por el sistema penal
punitivo.
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