PLUMA Y PINCEL EN LA OBRA DE JESÚS CASTELLANOS

PLUMA Y PINCEL EN LA OBRA DE JESÚS CASTELLANOS
Los libros son, al cabo de nuestras adulaciones, unos
malos amigos; porque los que no nos hacen ver toda la
gusanería humana, nos ponen unos cristales rosas para que
le pidamos peras al olmo.
Jesús Castellanos
Cira Romero
Me place leer la obra de este autor preterido, pero no olvidado, en cualquiera de las
manifestaciones que cultivó: novela, cuento, crónica y artículos periodísticos, desde los
políticos hasta aquellos que evocan la despedida de un año, el paso de un huracán o
acerca del mejoramiento urbanístico, en su desempeño, muchas veces diario, de ese
ejercicio para la prensa cubana. Así, El Fígaro, Patria, Cuba y América, Letras, La
Política Cómica y Azul y Rojo— de esta última fue jefe de redacción— acogieron esta
vastísima labor suya. Pero mi complacencia al leerlo se torna diferente a cuando repaso
la obra de otros contemporáneos suyos, esos que han sido encasillados, a fuerza de
ubicarlos en hormas a veces demasiado inflexibles, en la llamada primera generación
republicana: Carlos Loveira, de prosa fuerte y golpeante, Miguel de Carrión, sin dudas
dueño de una garra capaz de atraer aún hoy a jóvenes y no tan jóvenes lectores, en
especial las féminas; Alfonso Hernández Catá, autor de temas menos hincados en lo
nuestro y poseedor de prosa cuidada; y otros muchos autores que en esa familia se han
injertado, como el José Antonio Ramos teatrista, género con el que debutó, aunque sus
piezas están más apegadas al acto de la lectura individual que al de la representación
escénica. Veo en Castellanos lo que he percibido poco en los nombrados, quizás con la
excepción de Hernández Catá: veo al artista, el más artista de esa tropa un tanto aturdida
y, sobre todo, frustrada; veo al intelectual culto, refinado, chic, palabra que ya nos
pertenece; y veo a quien, a pesar de haber muerto con apenas treinta y tres años, vivió
plenamente su tiempo en el sentido, quizás estrecho para algunos, de la cultura, sentida,
sufrida y gozada por él como pocos de sus contemporáneos. Fue, y lo afirmo con una
certeza que, admito, puede ser discutida, el escritor cubano de mayor sensibilidad en los
años iniciales del siglo XX, y fue — así lo aprecio— el más ilustrado de todos, no el más
culto ni el mejor formado, sino, insisto, ilustrado, porque como los criollos burgueses de
la segunda mitad del
XVIII
y los primeros años del
XIX,
quiso, para bien de Cuba,
transitar por los caminos de la cultura en su sentido más amplio —literatura, artes
plásticas, industria, urbanismo, recreación— y acaso su empeño, de breve duración en el
tiempo, de fundar una Sociedad de Conferencias (1910-1915), hubiera dado frutos de
mayor solvencia si no hubiera primado entre los cubanos de entonces una abulia que a
él, en especial, le dolía como a pocos. ¿Fue un hombre de gabinete, un solitario o acaso
un eremita? Decididamente no. Transitó por su corta existencia, y de manera plena,
como un hombre de su tiempo, pero quiso ir más allá de él: buscar, indagar, proponer,
ejercitarse en la vida ciudadana, pero no como político—aunque estuvo vinculado,
desde México, a la causa separatista cubana, pero eso no es política, es patriotismo—
sino como un ser que se había diseñado a sí mismo para ser diferente. Creo que lo fue.
La Universidad de La Habana lo tuvo como alumno en dos carreras: Filosofía y Letras,
que sabe Dios por qué causas abandonó, y Derecho, de la que se graduó en la
especialidad de Civil en 1904. Pero desde mucho antes de que el título estuviera entre
sus manos y se desempeñara como abogado de oficio y fiscal en la Audiencia de La
Habana —sin más propósito que el de poder comer y atender a su familia— la vocación
de dibujante y su interés por la literatura habían conquistado sus inquietudes. Matriculó
en la Academia de San Alejandro de La Habana y durante su estancia en México
continuó estudios de dibujo en la Academia de San Carlos. Por eso no puede extrañar
que tras haber estrenado su pluma en las citadas revistas se lanzara a un empeño mayor:
publicar en un libro trabajos suyos aparecidos antes en la prensa, y cuyo título envuelve
su doble voluntad de artista: la pluma y el pincel: Cabezas de estudio (1902), cincuenta
y dos crónicas ilustradas con dibujos de influencia goyesca, cabezas surgidas de su fina
brocha, pertenecientes a cubanos del más variado quehacer, entre ellos Ramón Meza y
Suárez Inclán, «novelista efectivo y guarda-parques honorario», Enrique José Varona,
«filósofo-positivista», Esteban Borrero Echevarría, «poeta práctico», Juan Gualberto
Gómez, «idealista... en público», Manuel Sanguily, «Ldo. Piqueta» y Eliseo Giberga,
«representante del pasado, del porvenir „sensato‟ y de otras acreditadas casas
extranjeras». El autor abre el libro con una carta dirigida a sus lectores, a los que les da
la bienvenida con un «saludo campechano», frase que me resultó curiosa, y más
adelante diré por qué. Allí expresa estar consciente de que lo ofrecido en esas páginas
son «...pinceladas que asoman, arrojadas al papel según la impresión del día,
instantáneas desdibujadas por defecto de la máquina, pero todo en crudo, sin retoque,
sin más virtud que la sinceridad de la imagen bosquejada». 1 El «plato que he
compuesto», dice, disimula su amargura «con el bullicio que levanta». El tono del libro,
1
Jesús Castellanos. «Sr. Lector», en su Cabezas de estudio. La Habana, Imprenta Militar, 1902, p. II.
en su relativa ligereza, revela cualidades sorprendentes en torno al manejo de la prosa,
algunas de las cuales estarán presentes en sus obras narrativas posteriores, pero en otras
lamentablemente no. Así, en estas Cabezas... encontramos, sobre todo, una expresión de
legítima cubanía a escala de lenguaje, muy distante de lo realizado en buena parte de sus
creaciones de ficción; un acercamiento fruitivo, logrado a través del léxico utilizado, al
llamado choteo criollo, fino humor y una desenvoltura reveladora de su aguda pluma
periodística. Por eso fue que nos sorprendió su frase antes citada: «saludo
campechano», bien aplicada a este libro, pero extrañamente desvanecida en sus
creaciones ficcionales. Quiero citar un fragmento de la crónica dedicada al «novelista
efectivo» Ramón Meza para advertir lo antes expresado:
Nuestro amigo el señor Meza es uno de los pocos hombres verdaderamente
solemnes con que contamos en esta ciudad, donde hasta los meetings
económicos tienen su número que dé la nota económica, con la colaboración del
más regocijado de los públicos [...] Su expresión melancólica de visita de
pésames, hizo temer en él, durante los primeros años de su juventud, un
desenlace lamentable, tal como el de verlo revelarse poeta modernista o pastor
protestante el mejor día [...]. Menos mal que no dedicó sus pensamientos
profundos como los de un pocero, al espiritismo ni al ajedrez ni a ninguna otra
de las cultísimas maneras de perder el tiempo. Hizo literatura con éxito. Sus
novelas Carmela y Mi tío el empleado gustaron una barbaridad. Por leer aquellas
dos novelas hubo verdadera novelería.2
Ese tono desalmidonado es denominador común de este libro espontáneo, casi
jacarandoso, que, como la vieja frase, «muerde y huye», para bien y muchas veces
hasta para mal de los seleccionados, muchos de los cuales, supongo, no hayan quedado
del todo complacidos con la impronta que de ellos brinda Castellanos.
No logro comprender cómo Jesús Castellanos publicó algunos cuentos en la revista
Cuba y América, entre 1902 y 1904 que, de hacerse una antología de los peores escritos
en Cuba en todos los tiempos, ocuparían, sin dudas, un notable lugar.3 Y si no lo
comprendo es porque, apenas dos años después, aparecía, en este mismo género, su
libro De tierra adentro (1906), considerado con justicia por Ambrosio Fornet
2
Jesús Castellanos. «Dr. Ramón Meza y Suárez Inclán», en su Cabezas de estudio. Edición citada, p.
Me refiero a breves narraciones como «Un paréntesis» y «Vicio de especie», aparecidas en Cuba y
América en diciembre 20 de 1903 y mayo 1º. de 1904.
3
«precursor de la cuentística nacional».4 ¿Qué milagro obró para que su pluma, aún
imperfecta, diera a la luz trece cuentos que, con evidentes desaciertos estilísticos, nunca
temáticos, superan lo hasta entonces aparecido en nuestra muy joven (o vieja, si nos
atenemos a los criterios de Roberto Friol)5 cuentística? Leer el «Proemio» del libro
esclarece ciertas incógnitas pero, a la vez, el lenguaje utilizado para ello nos
desconcierta. Allí, expone criterios a propósito de la creación— el volumen, dice, es
«modesto, de simple color artístico, sin tendencia alguna sociológica a pesar de ese
rubro presuntuoso De tierra adentro que habéis (subrayado de C.R.) leído un poco
desconfiados»; y apunta que la narrativa campesina es «un género de sinceridad y de
salud».6 Expresa además:
[...] la naturaleza libre es cosa tan bella que aun en los pueblos pobres, es rica.
Hay bajo cada pico mal tejido de bohío, un choque constante de sentimientos
que infatigable crea dramas y poemas. Aquí, como en ultramares, la pasión corre
en un hilo subterráneo bajo todas las apariencias, y son las mismas codicias, las
mismas rabias, los mismos heroísmos de ocasión. ¿Por qué decir que no hay
asuntos para hacer novelas?7
Pero estas aseveraciones comienzan a palidecer cuando leemos la españolizante
conjugación verbal utilizada —habéis— u otras similares que aparecen en los cuentos.
Pero no se trata solamente de las conjugaciones, sino del propio léxico empleado en los
cuentos, aunque en campos semánticos más amplios: mozos fornidos, notables del
vecindario, viejas beatas camino de la salve..., como bien ha hecho notar Fornet ¿Qué
fue de aquel Castellanos «campechano» y juguetón con la variante cubana del español,
tan ricamente manifestada en Cabezas de estudio? ¿Se tomó en serio y a su manera la
literatura de ficción? Es posible que así sea, pero, a diferencia de Carrión, Loveira y
Ramos, apostó en buena parte de su obra narrativa por un lenguaje que, a la postre,
contribuyó de cierta manera a devaluarla.
Pero visto con una mirada actual, De tierra adentro, a pesar de ingenuidades,
desenfoques explicables y el ya aludido problema del lenguaje, cobra interés para la
literatura cubana por varias razones: por los escenarios donde se mueven estos hombres
y mujeres «de tierra adentro», contrastables en sí mismos en una misma unidad
4
Ambrosio Fornet. En blanco y negro. La Habana, Instituto del Libro, 1967, p. 25.
Roberto Friol. «Prólogo al prólogo de los cuentos del Papel Periódico», en La literatura en el Papel
Periódico de la Havana (1790-1805). Textos introductorios de Cintio Vitier, Fina García- Marruz y
Roberto Friol. La Habana, editorial Letras Cubanas, 199º.
6
Jesús Castellanos. De tierra adentro. La Habana, Imprenta Cuba y América, 1906, p. I.
7
Idem, p. IV.
5
espacial: montañas, llanos, tierras feraces, tierras pobres, bohíos, cañadones, ríos
caudalosos...; por la suma de asuntos tratados dentro de ese mismo escenario único y
diverso a la vez, donde confluyen con alta preferencia temas de carácter universal:
pasiones, celos, amores frustrados, engaños, desengaños, desajustes emocionales, vidas
desgarradas por conflictos interiores y, en contraste, muy poca incidencia telúrica como
elemento desencadenante de las historias narradas; por las propuestas artísticas
formuladas a través de un lenguaje que, si bien no es el nuestro, recibe por momentos
un tratamiento artístico de efectiva plasticidad —«de las ropas usadas, salpicadas de
manchas verdosas, emergía un recio olor a carne fresca mezclado con jugos de hierbas»8
podría ser un ejemplo feliz—. Mas no creo que, de manera tajante, esté presente en ese
libro la esencia vital de nuestro campesinado, y si se muestra, tiene una disposición
sesgada, apreciable, sobre todo, a través de insinuaciones paisajísticas donde el lenguaje
se bifurca entre rasgos románticos y modernistas. Un fragmento de «Los aguinaldos»
puede servirnos de ejemplo:
Cuando la brisa les alzaba al cielo la blanca copa fileteada de venitas verdes,
hubieran sido como los otros, los que en cada invierno forman sobre la fuerte
campiña cubana la tierna nevada tropical, que no mata, sino que canta a la vida,
levantando sobre las maniguas murmullos de abejas y aleteos de mariposas.9
Además, la cita sirve para demostrar cómo la capacidad para el dibujo de Castellanos es
otra ganancia disfrutada por sus cuentos, donde las atmósferas rurales son percibidas
por el autor a través del prisma de su otra vocación, aunque su consumación a través del
acto de la palabra es idílica.
Entre De tierra adentro y La conjura (1909), que contiene una novela, más bien una
noveleta, que le da título al libro, y cinco cuentos de variada extensión, existe un feliz
hiato en la obra de Castellanos que, por razones ignoradas por mí y seguramente por
todos, nunca recogió en libro: se trata de su mejor cuento, el más antologado, el que,
aún hoy, figura en libros de textos de la enseñanza media: «La agonía de “La Garza”».
Con él rompe con toda su obra anterior y posterior. Al igual que cuando leí Cabezas de
estudio, me sorprendió este cuento cuando, hace ya muchos años, lo leí, sobre todo por
la fuerza en el manejo de las palabras, que se tornan precisas y dúctiles en las manos del
escritor. Alberto Garrandés califica este cuento de «pieza de excepción por el acabado
8
9
«Las montañas», en De tierra adentro. Edición citada, p. 10.
Idem, p. 33.
de su estilo y por la gran coherencia de su estructura interna». 10 Creo que los cuentistas
cubanos de la llamada década del oro de la narración corta cubana —Lino Novás Calvo,
Carlos
Montenegro,
Enrique
Serpa,
entre
otros—,
sin
omitir
a
figuras
generacionalmente posteriores como Félix Pita Rodríguez y Onelio Jorge Cardoso,
debieron leer — diría más, aprender— de este cuento escrito hace ciento dos años,
cuando la cuentística cubana estaba apenas iniciándose. Sin embargo, goza del
privilegio de ser una obra que, en el aspecto estructural, posee una absoluta
contemporaneidad en su aparente simpleza. Cuentos como «En el cayo» o «Cayo
Canas», de Novás Calvo, o «Los carboneros», de Onelio Jorge Cardoso, e, incluso,
«Una tragedia en el mar», de Pablo de la Torriente Brau, a pesar de la nota humorística
que en él aparece, acompañante siempre de su cuentística, son hijos legítimos de esta
pieza fundacional de la narrativa cubana. Pienso que hoy, aún cuando se manejan
técnicas novedosas y a veces hasta de verdadera pirotecnia formal, ningún cuentista
cubano puede dejar de leer este cuento breve donde confluyen la inauguración de un
tema caro a la cuentística cubana: el del hombre de trabajo duro colocado en una
situación límite— en este caso carboneros en pos de salvar el producto tras meses de
faena y embarcados en una frágil embarcación, «La Garza», necesitada de llegar a
Cárdenas, y son sorprendidos por una tormenta—, unido al tratamiento exacto y justo de
la palabra para apenas esbozar tanto la psicología de los personajes enfrentados a una
dura realidad como la situación límite por la que atraviesan. Visiones oníricas, el
entramado narrativo a partir de las diferentes voces encargadas de enfrentar el relato, la
confrontación social son algunos de los rasgos más sobresalientes de este cuento. Allí
encontramos frases tan poderosas como estas: «Pío lo contó a algunos hombres de mar
cuando su razón, como un ave desenjaulada, se escapaba ingrata de su cerebro»; 11 «más
allá del estero, guardados por la barra de islotes muertos como enormes cocodrilos, una
línea blanca de espuma los esperaba»; 12 «A lo lejos una luz rasando el agua comenzó a
parpadear dando trazos geométricos a las olas cercanas»,13 esta última de adelantado
corte vanguardista para la aún distante en el tiempo vanguardia narrativa cubana. Todo
eso, y más, en apenas ocho cuartillas de las entonces modernas Remington. Vuelve
entonces la interrogante: ¿talento, oficio, chispazo? No tengo respuesta. Acudo a la más
10
«La obra cuentística de Borrero Echeverría, J. Castellanos y A. Hernández Catá», en Historia de la
literatura cubana. T. II. La literatura cubana entre 1899 y 1923. La República. La Habana, editorial
Letras Cubanas, 2003, p. 118.
11
La Agonía de La Garza. La Habana, Editorial Letras Cubanas (Colección Mínima, 34), 1979, p. 61.
12
Idem., p. 63.
13
Ide., p. 63.
fácil y quizás menos adecuada: milagro, que, lamentablemente, no se repitió en el resto
de su obra. Creo que el universo narrativo de Jesús Castellanos es, en la actualidad, un
punto referencial para la literatura cubana, pero dentro de él, la escritura de la «La
agonía de “La Garza”» lo coloca en un sitio de privilegio. Apenas un escaso manojo de
papeles bastó para conseguir una obra de excepcionales valores literarios.
Con la nouvelle La conjura, su obra más celebrada, Castellanos obtuvo en 1908 el
primer premio de los Juegos Florales celebrados en La Habana ese año. Su relativa
brevedad pudo haber sido la causa de que, al publicarla al año siguiente, la acompañara
de otros cinco relatos: «Una heroína», considera también como una noveleta, «Cabeza
de familia», «Naranjos en flor», «Idilio triste» y «Corazones son triunfos».
La
valoración de La conjura no se queda en el encomio per se, sino que se trata de la obra
más representativa de la producida por un núcleo generacional que cifraba en los
intelectuales y, en general, en la cultura, la salvación del país, criterio esbozado por
Castellanos en su «discurso» Rodó y su Proteo,14 pronunciado el 6 de noviembre de
1910, al dejar inaugurada la ya citada Sociedad de Conferencias, de la cual fue el
principal artífice, junto con Max Henríquez Ureña. Si aludo a ese trabajo es porque en él
define, lo que, en su criterio, era un intelectual en Cuba, y como intelectual es Augusto
Román, el protagonista de La conjura, vale la pena reproducir sus palabras de aquella
ocasión:
El intelectual de los grandes centros de población, es un hombre que reparte lo
mayor y mejor de su actividad en el refinamiento constante de sus ideas, pero se
distingue especialmente por su apostolado perenne e indirecto, escribiendo
libros. Organizando academias, entrando en las polémicas ideológicas,
contestando a las enquêtes de los periódicos, viviendo una vida que, ayudada
quizás por un poco de exhibicionismo, trasciende a la conciencia pública y
contribuye a su más recta dirección. Lo que aquí llamamos intelectual—
seguramente por causas económicas en gran parte—, es la mitad brillante de un
abogado o un médico que de vez en cuando tiene tiempo de leer un volumen y
pierde de leer cuarenta que esperan en vano en su biblioteca; la nostalgia de un
profesional que anda siempre a pleito con las horas de su reloj, sin que ninguna
le quede menguante de una luna que no tarda mucho en desaparecer...
14
La Habana, Imprenta Comas y López, 1910.
Comprendido como en otros países el concepto, hay que convenir en que Cuba
no posee intelectuales; sólo hay hombres inteligentes.15
Seguramente al expresarse ya Castellanos estaba esbozando su futuro personaje, médico
de profesión, y también en otro de la propia novela, Joaquín Morell, abogado trapacero
y embrollador. Pero el autor, como sus contemporáneos, sentía también sobre sí la
frustración de la naciente república, en la que se superponían los intereses opuestos al
desarrollo de las capacidades de los hombres como seres activos.
De esta novela he dicho en otro lugar16 que el autor se articula de modo insuficiente
al entorno social, de cierta manera el principal personaje de la obra, el mundo exterior
está levemente representado desde su perspectiva de los rejuegos políticos y la falsa
moral. Asimismo, Román, presa de «la conjura» social, no representa de manera
convincente su papel de héroe, aunque el procedimiento psicológico utilizado es
adecuado en el sentido de que el autor lo va mostrando como un hombre incapaz de
aceptar su realidad social. La falta de tensión dramática, el tono ensayístico del discurso
narrativo, el marcado intelectualismo de este «héroe» sin grandeza, por demás torpe en
sus actuaciones y finalmente vencido son algunas de las carencias de la obra que, sin
embargo, muestra un mejor dominio de nuestro lenguaje, más auténtico y nacional a
partir de construcciones de estricta cubanía, a pesar de no pocos laísmos y leísmos que
la entorpecen, unidos a anglicismos y galicismos muy de época. Se aprecia también un
marcado interés por transmitir sensaciones sinestésicas olfativas, gustativas y auditivas,
pero no de corte modernista, sino buscando legitimidad, como trasmitir el olor de una
fritura al dorarse o la degustación de un vino rojo en una cena digna de sibaritas. Esos
valores los aprecié y sigo valorándolos, pero una nueva lectura de la novela me ha
abierto otros horizontes: veo en ella el embrión de personajes que poco después
alcanzarían mayor consistencia y tratamiento, como el pícaro de la seudorrepública, tan
bien diseñado por Carlos Loveira en su novela Juan Criollo, y que aquí se esboza en
figuras que si bien tienen otra ascendencia —el tío de Augusto, el político Don Próspero
(nombre sin dudas simbólico) Villarín, ministro (secretario, como se decía en la época),
del gobierno de turno, el ya citado abogado Morell, que culmina su habilidad leguleya
con un cargo en Hacienda y hasta el propio Augusto Román, que hasta entonces
«macilento y alucinado» cierra la novela abriendo «los brazos potentes [...], ávido de
15
Idemp., pp. 6-7«La obra novelística de J. Castellanos y A. Hernández Catá», en Historia de la literatura cubana. T. II.
Edición citada, pp. 132-136.
16
placeres sensuales y poco preocupado de averiguar el desenvolvimiento de la
manera...»—17 se presentan o diseñan como futuros Juan Criollo. También ha sido
pasado por alto el diseño de los personajes femeninos. Percibo en Antonia, llamada
cariñosamente por Román, su amante, Guapa, y en Luz O‟Brien, personaje secundario,
pero contraparte de otro menos significativo, Margarita Villarín , la prima de Román,
anticipos felices de los que diseñará Miguel de Carrión en sus dos novelas
emblemáticas, Las honradas (1917) y Las impuras (1919) a través de Teresa, de la
primera, y , sobre todo, de Victoria, de la segunda, aún cuando en La conjura no hay
sometidas (Teresa, de la primera) ni adúlteras (Victoria, de la segunda). Se trata de que
observo en los personajes femeninos de La conjura un tratamiento absolutamente
liberal, desprejuiciado y atentatorio, en el caso de Guapa, de las costumbres de la época,
pues ella, nurse del hospital donde trabajaba Augusto, había trabado relaciones con no
pocos de los médicos que allí laboraban y Román no teme, aún sabiéndolo, ponerle casa
y vivir con ella una vida de pareja socialmente reconocida. En tanto, comparo a la
O‟Brien, de origen irlandés, con una Victoria en potencia: moderna, liberal, lectora de
libros de filosofía y capaz, a diferencia de Guapa, de establecer una conversación
interesante con Augusto. Esta percepción personal me eleva los méritos de La conjura,
pues la descubro como obra precursora de futuros núcleos narrativos de mayor interés.
Las restantes narraciones que acompañan a La conjura se desentienden de la
problemática esencial que acompañó a esta novela y transitan por caminos donde
generalmente la figura femenina, vista a través de diversas problemáticas, asume el
papel protagónico, mostrada con una especial proclividad por parte del autor a presentar
proyectos existenciales incompletos. Hay un goce manifiesto en los cuentos incluidos
en el volumen por poner de relieve los intersticios de los sentimientos amorosos de la
mujer, algunas presentadas como transgresoras del orden social (Graciela, personaje
protagónico de «Una heroína») y otras sometidas a ese orden y también a la fatalidad
(Josefina, de «Idilio triste»). El cuento de mayor interés es «Cabeza de familia»,
protagonizado por Miguel Falcón, en cierto modo un Augusto Román colocado en el
último peldaño de la sociedad gracias a un comportamiento que pone en juego la gloria
de la familia. Tanto estos personajes como los asuntos abordados ponen en solfa a la
sociedad burguesa cubana de comienzos de la república, constreñida a presupuestos
morales aplastantes por estar sometida al más férreo formulario de comportamiento, de
17
La conjura [y otras narraciones]. Madrid, Editorial América, 1906, p. 110.
los cuales Castellanos se burla con tan penetrante mirada que a veces llega a resultar, en
sus insinuaciones, procaz. Se percibe además en estas narraciones, al aludir en muchas
ocasiones a temas que transitan por una supuesta rectitud familiar, en particular la de la
pareja, la influencia de Max Nordau, en especial de su obra Los convencionalismos
morales de la civilización, por entonces lectura obligada de buena parte de los autores
de esa época, en este caso por el particular énfasis del autor en acudir en estas
narraciones a una especie de colectivismo moral del cual se adueñan los protagonistas,
héroes y antihéroes, para llevar adelante sus proyectos individuales de vida. Los valores
de La conjura y los cuentos que la acompañan, aunque difieren según el carácter de
cada uno de estos textos, se perfilan unitariamente a partir de la visión del autor de la
sociedad cubana de inicios de la república y de la perspectiva que ofrece de la mujer
desde diversas inflexiones de comportamientos. La conjura queda como una propuesta
de perfil intelectual donde se expresan las motivaciones y desmotivaciones de un
personaje que, corroído por los desajustes del medio, se sumerge definitivamente en él
con claro propósito de conquista.
Según refiere Max Henríquez Ureña, a La conjura «debía suceder, en orden de
publicación, una novela cuyo plan maduraba Castellanos: Los argonautas,18 que «debía
tener una significación eminentemente nacional»,19 pero de la que solamente han
llegado a nosotros dos capítulos.20 Otro escritor de la época, el también dibujante
Bernardo G. Barros, testimoniaba al respecto: «Tendría como fin estudiar nuestro medio
social [y] el argumento iba a ser desenvuelto [...] sin grandes complicaciones de
procesos».21 Para el dominicano estaba llamada «a tener extensa resonancia, no sólo por
su significación literaria, sino también por su significación social, por la trascendencia
necesaria que tendría como análisis de un importante problema nacional».22 Entre
Augusto Román, protagónico de La conjura, y Camilo Jordán, de Los argonautas,
podrían trazarse dos líneas paralelas que quizás se unirían en algún momento si
Castellanos hubiera podido concluir su novela, interrumpida por su repentino
fallecimiento. En la que ahora comentamos el autor trata nuevamente el tema del
intelectual en su relación con el medio, solo que en esta oportunidad le confiere al
18
Max Henríquez Ureña. «Jesús Castellanos: su vida y su obra», en Jesús Castellanos. Los optimistas.
Lecturas y opiniones. Crítica de arte. La Habana, Talleres Tipográficos del Avisador Comercial, 1914, p.
53.
19
Idem., p. 57.
20
Pueden leerse en La conjura y otras narraciones. Edición citada, pp. 347-394.
21
Max Henríquez Ureña. Obra citada, p. 58.
22
Idem., p. 59.
hombre de letras una importancia que va más allá de lo planteado en La conjura, al
preconizar «la necesidad de un gobierno de tiranos literarios que impusieran a la
humanidad un tributo periódico de sangre de imbéciles como medida de ayudar a una
selección del actual tipo humano»,23 solución de corte nietzscheano que, al parecer, fue
grata al autor, según se infiere de la lectura de muchos de sus artículos periodísticos. Por
las insinuaciones proyectadas en Los argonautas, esta obra pretendía convertirse en una
especie de resumen de los asuntos tratados en su narrativa. Además, entre Román y
Camilo Jordán pueden establecerse una serie de rasgos comunes24 que configuran a este
último como una especie de alter ego de su creador. El escepticismo naturalista que
dominó a Castellanos le impidió concebir personajes literarios con perfiles heroicos. A
pesar de las esperanzas sostenidas en algunos momentos por el autor y su especie de
doble, el título de la obra inconclusa quizás se deba a los criterios expresados por
Rosales, cercano amigo del protagonista:
Amigo Jordán, pobre Camilo, viajero triste, la única forma para este caso de
abandono a las propias fuerzas, es abrir batalla sin piedad contra el mundo y su
bolsa, con las mismas armas que de él se han sufrido, correr con fanatismo de
argonauta y con codicia de cada minuto, en pos del vellocino de oro que todas
las épocas incensaron.25
¿Qué destino le había deparado Jesús Castellanos a Camilo Jordán? ¿Acaso el mismo
que a Augusto Román o a Juan Agüero y Estrada, «héroe» de su siguiente novela, La
manigua sentimental? ¿Un juancriollismo adelantado en el tiempo? Siempre quedará la
incógnita, mas la forma en que el autor asume el escepticismo típico de su generación
permite suponer que sus aspiraciones se habrían frustrado o habría triunfado, ¿quién
sabe?, en medio de circunstancias tan desfavorables para el mantenimiento del decoro
ciudadano.
La manigua sentimental, subtitulada «Novela corta», se publicó en Madrid en 1910.26
Fue recibida por la crítica de su momento como un bello texto evocativo de la guerra de
independencia cubana, pero posteriormente las opiniones han variado, pues ha sido
juzgada como una obra que ofrece una visión carente del heroísmo que caracterizó la
lucha emancipadora, pues su protagonista, «enjuició la guerra después de haberse
23
Jesús Castellanos. Los argonautas, en Luis Toledo Sande. Edición citada, p. 387.
Luis Toledo Sande. Op. cit.
25
Jesús Castellanos. Los argonautas. Ob. cit., p. 387.
26
Según Max Henríquez Ureña se publicó en la revista española El Cuento Semanal.
24
ausentado de la Isla mientras se llevaba a cabo, y desde la frustración republicana». 27
Para otros «constituye la novela de la derrota del héroe, del fracaso del individuo». 28 Sin
desestimar estas opiniones, Salvador Arias ha anotado que la obra ofrece «la evolución
del pícaro durante nuestras guerras de independentistas»,29 criterio muy atendible, pero
de cierto modo ya percibido, como comentamos antes, en el personaje protagónico de
La conjura, Augusto Román, aunque el contexto histórico en que se desarrolla sea ya el
de la república. Juan Agüero y Estrada —prosapia de ilustres apellidos camagüeyanos,
¿acaso una sátira más del autor?— se describe a sí mismo como «un pacífico tristón a
quien sus apellidos trajeron a la guerra para ver menudos detalles poéticos, para hacer
poco daño al enemigo»,30 con lo cual se está autonegando toda posibilidad de realizar
actos heroicos, a la vez que su relato se centra en narrar los sucesos de la retaguardia,
aunque muestra a través de descripciones crudamente naturalistas algunos hechos
relacionados con la guerra, como sus descripciones sobre La Habana durante la
reconcentración. Agüero y Estrada permanece en la superficie de los acontecimientos,
mientras que la visión que aporta del ambiente bélico es catastrofista, e incluso acude,
acaso para desvirtuar mucho más la epicidad, a personajes de rasgos andróginos, como
la Tenienta. A lo anterior se suma la sutil ironía desarrollada por el narrador-personaje,
siempre colocado en posturas defensivas. Aunque, como en La conjura, la adjetivación
resulta excesiva, La manigua sentimental alcanza logros a veces sorprendentes en lo
referido a las descripciones, dadas a partir de pinceladas de indudables efectos plásticos.
Por otra parte, si en su primera novela percibimos la utilización de un lenguaje más
cercano a nuestros días, en La manigua..., aunque se emplean algunos fraseologismos
propios de la variante del español, hay una vuelta a los modos verbales españolizantes
advertidos en De tierra adentro.
Gracias a los esfuerzos de la Academia Nacional de Artes y Letras, fundada en 1910,
y de la que Castellanos fue miembro, podemos contar hoy con tres volúmenes—
preparados y prologado el primero por Max Henríquez Ureña— aparecidos
póstumamente y contentivos de, además de su obra narrativa (incluidos cuentos no
insertados en libros, como «La agonía de „La Garza‟»), sus trabajos periodísticos,
27
Luis Toledo Sande. «Conjura y agonía en Jesús Castellanos», en La conjura y otras narraciones.
Ciudad de La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1978, p. 27.
28
Dolores Nieves. «El intelectual y el héroe en las novelas de Jesús Castellanos», en Bohemia, febrero 29,
1980, p. 12.
29
Salvador Arias. «Para una relectura de La manigua sentimental», en Letras. Cultura en Cuba, 5.
Compilación y prefacio de Ana Cairo. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1988, p. 320.
30
Jesús Castellanos. «La manigua sentimental», en La conjura y otras narraciones. Edición citada, p.
308.
ensayísticos y de crítica de arte, zonas casi inexploradas de su obra. Así, en el tomo I,
titulado Los optimistas (1914), figuran dos secciones: la primera, titulada «Los
optimistas», contiene cuatro ensayos en el siguiente orden: «La alborada del
optimismo»,31 Rodó y su Proteo, antes aludido, «Rudyard Kipling», 32 y «Mark Twain»,
fechado en abril de 1910. Según Henríquez Ureña, en este grupo de «optimistas»
figurarían también Emile Zola, Walt Whitmann y Eça de Queiroz, entre otros.
alborada...» es un análisis de las causas que, a su juicio, provocaron que el siglo
«La
XIX
se
hubiera comportado como una centuria pesimista. Sus opiniones, formuladas desde el
idealismo, no impiden que sostenga criterios apreciables, pues al fijar un rumbo,
establece, a la vez, varios rumbos impulsores de criterios afirmativos no exentos de
ciertos tonos irónicos disueltos al ritmo de una cadena verbal muy precisa. Juzga de
pesimista a la poesía, a las costumbres, a la filosofía, a los ideales políticos y estéticos y
hasta a los adelantos industriales, pues, afirma, «cada invento importante alteraba de
una manera sustancial el sistema económico de una generación, poniendo en peligro
momentáneo a grandes máquinas sociales».33 El siglo
XX,
del cual solamente disfrutó
apenas doce años, «promete—dice— una reconquista de las saludables trazas del arte
antiguo. Sólo que el optimismo de esta nueva etapa—a la cual se puede acusar de todo
menos de cándida— se asienta en más firmes y probadas bases. Y es que el nuevo
optimismo se llama más propiamente meliorismo, fundamentado en una convicción de
la perfectibilidad de la vida».34 Aquí salta, de inmediato, la influencia recibida por
Castellanos de los escritores anglosajones de finales del siglo
manejo del idioma inglés—
XIX
—no olvidar su
quienes mantuvieron una actitud ante el mundo ni
optimista ni pesimista, sino orientada hacia la esperanza de lo mejor y la voluntad de
realizarlo. Esa fue, pienso, la actitud asumida por Castellanos como hombre público y
como intelectual. Su conferencia sobre el escritor y también dibujante inglés Kipling,
por entonces una de las figuras más excelsas de la literatura inglesa —había obtenido el
Premio Nobel en 1907— no se detiene en su obra narrativa, defensora del depredador
imperialismo británico, sino en su poesía, en la que tampoco queda ausente igual
posición en algunos de sus poemas, aunque escribió también versos amorosos, como el
titulado «Vampiro», que en su tiempo, dice Castellanos, «sabían de memoria todos los
31
Conferencia leída en la Academia Nacional de Artes y Letras el 28 de febrero de 1912.
Conferencia pronunciada el día 18 de febrero de 1912 en la Sociedad de Conferencias.
33
Los optimistas. Lecturas y opiniones. Crítica de arte. Edición citada, p. 77.
34
Idem. p. 80.
32
modernistas ingleses».35 Los criterios vertidos por Castellanos sobre esta figura,
posteriormente, y no sin razón, muy cuestionada por su aplauso a las arbitrariedades e
injusticias del gobierno británico en sus colonias asiáticas, son, en general, muy
atendibles. Juzga su obra de «falta de piedad»36 y a sus héroes los califica de «inmorales
y malvados».37 Pero creo que lo más importante de esta conferencia es haber acercado
al público cubano —si bien un público de minorías— a un autor por entonces bastante
poco conocido, lo cual evidencia su puesta al día de las novedades literarias en idioma
inglés. A «un buen bromista sin pretensiones de filósofo», Mark Twain, dedicó
Castellanos un breve comentario, lúcido y preciso, con motivo de su fallecimiento,
ocurrido el 21 de abril de 1910 —su breve trabajo está fechado ese mismo mes, de
modo que debió ser escrito en sus días finales. Valora en el escritor norteamericano su
«chanza [...] limpia, sana, casi infantil; no tiene que acusarse del pecado de un
retruécano, ni jamás esbozó nada que no pudieran oír los más castos oídos. Su fuerza
reside en su imaginación pródiga en lances inesperados, y en algo indeterminable y
delicioso en su modo de decir las cosas a la inversa de lo que son».38
La segunda sección del volumen, titulada «Lecturas y opiniones», contiene treinta y
ocho trabajos, unos más extensos que otros, ubicados cronológicamente entre 1905 y
1911, antes publicados en periódicos habaneros como La Discusión. El primero es una
conferencia sobre Heredia, el de Los Trofeos; el último lo dedica a comentar amplia y
competentemente una exposición de dibujos del entonces debutante caricaturista
Conrado Massaguer. «Desde los tiempos de Landaluze —dice— no teníamos por acá un
más fiel observador de la realidad. Si con severa crítica se analizara su técnica, habría
desde luego que marcarle mucho terreno por recorrer. [...] Pero esto del dibujo es
camino recto: hay que perseverar e infaliblemente se llega a la meta [...] Massaguer
tiene [...] lo que no da la Academia...39 Otros temas y figuras tratadas son «Las mujeres
de Campoamor», «Flaubert», «Piñeyro en su casa», «La estela de Martí», «Emilio
Bobadilla», «Una vía de agua: Romañach y sus cuadros» y «Arte español». Profusa
adjetivación aparte —«Consérvennos los dioses este extraño ejemplar de perseverancia
y de fe, surgido por milagro en el trópico criminal que todo lo disuelve y empaña...»40
podría ser un buen ejemplo— su prosa brota espontánea, precisa, dibujada y con un
35
Idem. p. 154.
Idem. p. 157
37
Idem. p. 157.
38
Idem., p. 171.
39
Idem., p. 428-429.
40
«Leopoldo Romañach», en Idem., p. 412.
36
movimiento donde cabe el giro coloquial que por momentos se hace irónico, disuelto al
ritmo de la cadena verbal. Demuestra libertad en la inflexión de la sintaxis, vibración
emocionada en su cuerda como crítico de arte y logra trasmitir sensaciones,
desordenadas a veces, pero siempre enriquecedoras. Entonces podemos convenir en que
existe una total incompatibilidad entre el Castellanos narrador y el Castellanos
vinculado a la prosa no escrita para ficcionalizar. Es cierto de que se trata de dos
intenciones polares, mas ¿cómo fue posible tanto distanciamiento estilístico entre una y
otra? Digamos, sin tener una respuesta certera, que el ser del lenguaje de Jesús
Castellanos se repliega en su narrativa, convertida en un ejercicio de tentación —modo
de adentrarse en el desierto de la escritura— donde el proyecto de crear sus propias
historias lo vincula al entorno desde un ejercicio donde lo que late no es estéril, aún
cuando se quiebre la posibilidad de una auténtica comunicación.
El tomo II, publicado en 1916, además de Los argonautas y La manigua sentimental,
contiene trece cuentos no recogidos en libros por el autor41 y una sección titulada
«Crónicas y apuntes», donde figuran impresiones de viaje, tópicos de arte («Arte
francés», por ejemplo), la llegada de la primavera —«La Primavera tropical encuentra
escasos creyentes. Son legión los espíritus poco sutiles que, aptos sólo para las
sensaciones enérgicas y picantes, dividen su almanaque en un tiempo en que el sol
machaca loo cráneos, y al que llaman Verano; y su fugaz intermezzo poético en que
brotan los aguinaldos y le nombran Invierno, con una leve visión exótica al pronunciar
la palabra»—,42 y, consecuentemente, se acentúa el pincel de Castellanos para
mostrarnos, a través de su prosa, paisajes diversos, evocaciones de su estancia en la
emigración («Aquellos años»), donde recuerda «las fatigosas jornadas en que se peleaba
el problema diario, y las grandes postraciones que seguían a la lectura de las cartas de
Cuba, todas cargadas de nuevas fúnebres, o de los cablegramas de la prensa, todos
cargados de mentiras dulces o acres». 43 O, en ese mismo artículo, la llegada a México,
donde estaba exiliado, de la revista Cuba y América «en un solo y apretado paquete con
Patria, trayendo a la severa y polvorienta México una ráfaga de la vida extraña,
41
En la edición de 1978 se incluyen los titulados «La bandera», «Pasado y presente», «Primera falta», «el
puente» y «La agonía de „La Garza‟».
42
Jesús Castellanos. Los argonautas. La manigua sentimental. Cuentos. T. II. Prólogo de José Manuel
Carbonell. La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1916, P. 301.
43
Idem., p. 295.
pintoresca, de la emigración neoyorkina, elegante, pizpireta, mezcla de refinada al calor
de los halls yankees y de mal criada en los frescos comedores habaneros».44
El tomo III se tituló De la vida internacional45 y recoge, en su primera parte,
impresiones rápidas sobre la actualidad universal y apreciaciones acerca de complejos
problemas internacionales. Cubre de los años 1903 a 1911. Anoto algunos asuntos
tratados: la muerte del papa León XIII, las elecciones en México y la reacción militarista
en España a propósito de la ley aprobada que traspasa al ejército la jurisdicción sobre
los delitos contra la patria y los institutos armados. La segunda parte, bajo el nombre de
«Política exterior», agrupa cuarenta y un trabajos publicados, entre 1907 y 1908, en el
periódico La Discusión dedicados a política extranjera. Son, a juicio de José Manuel
Carbonell, «páginas escritas al correr de la pluma, [...] no obstante descuidos de forma
de que generalmente adolecen las producciones periodísticas, dignas de su elevado
pensamiento y de su profunda visión observadora». 46 Los trabajos están en numeración
romana, del I al XXIX, excepto los dos últimos, titulados «El ex-Ministro Franco» y «La
República Lusitana». La tercera parte, «Boletín extranjero» reúne nueve trabajos, sin
firma, publicados también en La Discusión entre octubre y diciembre de 1911. «Estas
páginas, anota José Manuel Carbonell, son doblemente interesantes: las pensó cuando la
Muerte, a sus espaldas, le preparaba el viaje que siempre sorprende a los humanos y,
más aún a los que abandonan el campo de la vida en plena primavera de juventud y de
esperanza».47 Trata en ellos sobre las elecciones en Canadá, acerca de la situación en
China, la crisis portuguesa, la guerra italo-turca y las conversaciones entre Francia y
Alemania a propósito de una pugna de intereses en torno a Marruecos, entre otros
asuntos que llamaron su atención. En estos trabajos se advierte la mirada audaz del
periodista moderno — a veces descentrada al juzgar conflictos donde esté presente el
gobierno norteamericano, pues fue proclive al llamado american way of live—e,
incluso, se perciben profecías que se han cumplido, como la de concederle a China, en
un futuro, una vital preponderancia en la arena internacional.
Quizás como ningún otro escritor de su tiempo, Jesús Castellanos estaba preparado
para ser el ideólogo de la intelectualidad cubana de aquellos años. Escritor en una época
estéril, a pesar de los esfuerzos realizados por un pequeño núcleo de interesados,
hombre de ideas y de inquietudes, artista por sobre toda otra consideración, la obra de
44
Idem., pp. 295-296.
La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1916.
46
Idem., p. [141].
47
Idem., p. [335].
45
Jesús Castellanos, en sus diversas facetas, guarda el aliento de quien hizo de la escritura
y, en general, de las artes, una profesión de fe. Su producción narrativa, relativamente
breve, debe estimarse como un esfuerzo significativo en los primeros años de la
seudorrepública, aún cuando carecíamos de algunas definiciones fundacionales, en
particular sobre el cuento. El aporte de Jesús Castellanos en este sentido fue, para su
época, enriquecedor, y sus esfuerzos se vieron compensados y respaldados con un
quehacer consciente, que sirvió para tratar de enaltecer un oficio que sólo encontraría su
verdadera dignificación casi cincuenta años más tarde. Fue hombre de trazarse serios
empeños culturales en medio de la aridez de una república nacida sietemesina. Junto a
hombres como Max Henríquez Ureña, casi más cubano que dominicano, y posiblemente
su amigo más cercano, acometió empresas culturales y cifró su esperanza en la
superación de los malos momentos a través de la cultura, como muchos de sus
contemporáneos. Fue, como el resto de los miembros de su generación, un
francotirador, generación de francotiradores, como la definiera José Antonio Ramos al
aludirla. Pero Castellanos, sin tampoco poder avanzar mucho más allá que el resto de
sus contemporáneos, tuvo una decidida vocación por aunar voluntades, por mover
conciencias y en cierto modo contribuyó a superar el tono abúlico de una época llena de
frustraciones y reconcomios. Su breve paso por el mundo de los vivos fue fecundo pero
su despliegue en pos de asir, a toda costa, tanto para sí como para otros, el universo de
la cultura, lo colocan en el prisma de los fundadores, de los que contribuyeron a darnos
memoria.
«Ser
amado
tiene
sus
inconvenientes:
ser
admirado
es
tomar toda la gloria sin espinas», dijo Castellanos. Sin embargo, acercarse a Castellanos
nos conduce, irremediablemente, a asumirlo con sus virtudes pero también con las
espinas a las que él mismo aludió.