Aquella notable cafetería llamada Oliver

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B i l b ao
2015eko uztaila
Desaparecida en 1998, acogió el nacimiento de Jueces para la Democracia y
la refundación de la bilbainísima Sociedad El Sitio
Aquella notable cafetería llamada Oliver
–¿Miguel Bosé, dice usted?
–me interpelaba Alonso–. Aquello fue Troya. Yo no sé cómo las
chavalitas del Sagrado Corazón se
enteraron de que estaba en Oliver,
lo cierto es que invadieron el local. Lo besaron, lo estrujaron, quisieron arrancarle trozos de la ropa… El pobre chaval, acojonado,
tuvo que esconderse en el servicio, debidamente custodiado por
los camareros.
Carlos Bacigalupe
PARECE que viene de antiguo.
Pues, sí señor. Los bancos, de
siempre, la han tomado contra los
cafés. En septiembre de 1918 lo
señalaba en El Liberal el estupendo columnista Teodosio de
Mendive, cuando advertía a sus
lectores cómo “los bancos de Bilbao conseguirán cerrar todos los
cafés”, para añadir después que
“los bancos dan la batalla a los
cafés porque éstos son los mayores detractores del ahorro”. Puede
que el sustrato de su comentario
lo encontrara en el cierre del Café García, de la Gran Vía, llevado
a cabo en aquellos días para levantar el Banco de Bilbao.
Ya en tiempos más recientes, el
Banco de Vizcaya acabó con el
Lion d’Or y la Caja de Ahorros
Vizcaína con el viejo Toledo.
Fue en 1970 cuando Pedro Jesús Irureta, Bernabé y Gabriel
Unda determinaron alumbrar un
establecimiento de hostelería a la
altura de los mejores, sin escatimar un solo duro en dotarlo de la
mejor y más cara decoración. Nacía así el Oliver –como siempre
fue conocido–, quizá a imitación
de su homónimo madrileño, más
antiguo, donde recalaba toda la
farándula noctívaga y hasta gandula de la capital. Aunque el de
Bilbao sólo compartió nombre,
pues su intención en cuanto al público fue la de procurárselo adinerado, con clase y fama, si es
que ello fuera posible.
Tuvo siempre un inequívoco
toque de distinción. Totalmente
vestido de madera sólida y cara,
abundado de mármoles en paredes, sus divanes laterales elegantemente dispuestos delante de
unas coquetas mesitas dotaban a
la estancia de una apreciable y
graciosa confortabilidad. Frente a
ellos una barra no menos tentadora diligentemente comandada por
el encargado, Graciniano Alonso
Blanco, cuyo brillante currículo
profesional se engrandecía por
haber servido en el Drugstore de
la antigua Banderas de Vizcaya,
hoy Telesforo Aranzadi.
Y en eso llegó Bosé
Como se dice, pasó a ser una
cafetería de lujo en el Bilbao de
Colón de Larreátegui, al lado de
Albia. A las gentes con posibles
se unían en el conjunto de la parroquia cantantes, actores, futbolistas, toreros…,¡ah!, y periodistas, jóvenes periodistas que sedientos de copas y aventuras tocaban puerto en tan acogedor refugio, llegados de Radio Popular, Telenorte –que celebró en
Oliver su almuerzo inaugural–,
Agencia Efe, Hierro, y La Gaceta
del Norte –¡uff!–, cuyas redacciones estaban peligrosamente
próximas.
–Especialmente los de “la Popu” –me dijo Alonso en su día–
ligaban a esgalla, o sea, a porrillo. Las chicas venían en tromba
para tomar una copa con ellos.
Disculpe que no le dé nombres,
Franco tuvo la culpa
Los camareros. Casi históricos
fueron Javi, Vidal, Antonio, y Domi, este último hoy acreditado fotógrafo freelance, algunas de cuyos trabajos se han publicado en
este periódico.
Y hablando de cantantes, no fue
menor la que armó un cliente, asturiano según él, bien vuelto en
vino, cuando desde un extremo de
la barra le gritó a Víctor Manuel,
acusándolo de haber sido el único
cantautor en componerle un tema
a Franco –Un gran hombre, de
1966–, consiguiendo que el artista
diera la callada por respuesta. El
Paisaje con figura. El Oliver comandado desde la barra por Graciniano Alonso
“
Un rótulo inolvidable
Así era
el Miguel
Bosé del
escándalo
que hoy son todos muy conocidos.
Peor me fue con otro periodista,
¡Dios le tenga en su gloria!, que
me dejó una raya grandísima, después de comer y tomar copas a
tumba abierta, el muy jeta.
Pero Oliver también se frecuentaba de una fauna tenida por normal. La que comenzaba tomándose el café a primera hora de la mañana y a mediodía, por cuestiones
de negocios, despachaba un aperitivo. Martinis, preferentemente.
De entre aquellos los había con
una clara vocación de apego a la
barra, pues, todavía no se sabe có-
mo, frecuentaban Oliver a cualquier hora del día, rematando la
faena con una consumición de vaso largo cuando la jornada ya pedía su relevo.
No era menos recomendable su
cocina. Dirigida por Iñaki, a cuyas
órdenes laboraba Juan –de generosa romana y delirios por ser cámara de tv–, sus platos pasaban
por excelentes, bien servidos como menú del día en las mesas de
abajo o formando parte de la carta, obligada si se quería ocupar
plaza en la primera planta.
Oliver también sirvió de ampa-
Refugio de jóvenes periodistas
y cantantes de moda,
la llegada de Miguel Bosé
causó un escándalo mayúsculo
por culpa de unas colegialas
ro a la intelectualidad de los 70. A
la tertulia de la izquierda según se
entraba, mesas y sillas dispuestas,
acudían los inquietos. Me lo contaba Gregorio San Juan:
–Allí cuajó la idea de reflotar la
Sociedad El Sitio. Acudíamos con
asiduidad Gabriel Moral, Alfonso
Carlos Saiz Valdivielso –un huracán–, Ramón Martín Mateo, Eusebio Abásolo, Fernando García
de Cortázar, José Ramón Blanco,
Luis Aldecoa, Michel Azaola, José Miguel Toledo y algún otro que
se me escapa de la memoria.
En la primera planta, al tiempo,
se reunía Alberto Belloch con un
puñado de jueces llegados previa
cita desde Madrid, Barcelona, Sevilla y Zaragoza. Así que, inevitablemente, de aquellas asambleas
nació Jueces para la Democracia.
Oliver, que bien lo sé, mostró su
contento por el suceso.
Luego, en materia de cantantes,
la cafetería se engalanaba un día sí
y otro también con alguno muy
significado. Verbigracia, con el
eurovisivo Micky, un tipo divertido, parlanchín que no lenguarato,
cuya afección a los champiñones
era más que llamativa. O con Alberto Cortez, exagerado de anatomía y metáfora, que se dejaba
querer ante un buen gin-tonic. Y
hasta con Patxi Andión, recién visitado el repertorio del bardo Iparraguirre, bajo la tutela de Luis
Iriondo. A todos ellos, y desde la
discoteca de Radio Popular, los
llevaba Félix Linares. Un día llegó Bosé. Acababan de inaugurarse los 80.
beodo, patoso e inoportuno, fue
expulsado de inmediato.
Pero Oliver pasó por ser un lugar calmo y distinguido. A media
tarde, señoras de un buen llevar
económico se reunían para despachar unas pastas bañadas en te o
café, propiamente arrellanadas
ellas en los divanes referidos.
Los domingos a mediodía tenía
lugar en idéntico sitio una tertulia
por más que animada, a la que
acudían médicos y profesionales
de distintas procedencias, donde
el radiofónico Luis Hernández
Franch, especialista, según él, en
ufología, presumía de haber espantado de Radio Bilbao a Juanjo
Benítez: “No tuvo el valor de enfrentarse a mis conocimientos en
la materia”, alardeaba.
Y otra. Mi recuerdo más descarnado de Oliver procede de la noche que sucedió a la ejecución de
Puig Antich (2 de marzo de 1974).
Junto a Antonio Ribera, investigador de paranormalidades, pude oír
una psicofonía de su obtención en
la que pretendidamente se podía
escuchar el chasquido del cuero
que precedía al tornillazo del garrote vil.
En agosto de 1998, la Cafetería
Oliver perecía ante el acoso insistente de Caja Madrid. Otra vez
una entidad bancaria ganaba la
partida. Joaquín Sabina lo cantó
parecido tiempo adelante con aire
de ranchera, en Y nos dieron las
diez:
“Y en lugar de tu bar/ me encontré una sucursal del Banco
Hispanoamericano”.