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¿En dónde están los profetas?
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Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
Retiro espiritual para Laicos
La vida del profeta Oseas transcurrió, como la de
Isaías y Jeremías, en un tiempo azaroso, marcado por la
caída del reino del Norte y la desaparición de Samaría en
el 721 a.C. Fue, en alguna medida, contemporáneo de
Isaías, que ejerció su ministerio profético en el reino del
Sur o de Judá. En Oseas se entrelazó el dramatismo de la
situación del pueblo (acoso por parte del imperio asirio,
revueltas interiores, corrupción religiosa y moral) con el
drama de su vida personal (infidelidad de su esposa),
dando origen al dramático mensaje que tuvo que anunciar. dejará por eso de dar fruto” (Jer 17, 5-8).
“Vosotros ya no sois mi pueblo”
El mensaje del profeta Oseas viene subrayado por el
drama de su vida matrimonial. Él se había casado con
una mujer a la que amaba y que le abandonó, pero él la
siguió amando y la volvió a tomar después de ponerla a
prueba. En este trance doloroso del profeta se le manifiesta la voz de Yahvéh que le impulsa a proponer lo que
Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
le está ocurriendo como símbolo de lo que ocurre entre
el pueblo y Dios: Israel, con quien Yahvéh se había desposado, se ha conducido como una mujer infiel, y ha
provocado los celos de su esposo divino, que sigue queriéndola y, si la amenaza y castiga, es para traerla a sí y
devolverle el gozo de su primer amor:
«Dijo el Señor a Oseas: “Ve, despósate con una
mujer ligada a la prostitución y acepta los hijos de
su prostitución, porque el país no hace sino prostituirse, apartándose del Señor”. Él fue y se desposó
con Gómer, hija de Diblaín, que concibió y dio a luz
un hijo. El Señor le dijo: “Ponle por nombre Yezrael,
pues dentro de poco pediré cuentas a la descendencia de Jehú por los crímenes de Yezrael, y pondré fin a la monarquía de la casa de Israel”.
Ella volvió a concebir y dio a luz una hija. Y el
Señor le dijo: “Ponle de nombre ‘No compadecida’,
porque ya no tendrá más compasión de la casa de
Israel” (...).
Apenas había destetado a ‘No compadecida’ cuando ella concibió y dio a luz un hijo. Y el Señor le
dijo: “Ponle de nombre ‘No mi pueblo’, porque ni
vosotros sois mi pueblo, ni yo existo para vosotros”
(...).
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“¡Acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya
no es mi mujer, ni yo su marido! ¡Que quite de su
rostro sus prostituciones y de entre sus pechos sus
adulterios; no sea que yo la desnude toda entera; y
la deje como el día que nació, la ponga hecha un
desierto, la reduzca a tierra árida, y la haga morir
de sed! (...).
Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
No reconoció ella que era yo quien le daba el trigo,
el mosto y el aceite virgen, quien multiplicaba para
ella la plata y el oro, con que se hicieron el Baal. (...)
Por eso, he aquí que yo cierro su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus
senderos; perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los hallará. Y entonces me
dirá: Me iré y volveré a mi primer marido, que
entonces me iba mejor que ahora. Por eso yo la voy
a seducir: la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Le daré luego sus viñas, convertiré el valle de
Akor en puerta de esperanza; y ella me responderá
allí como en los días de su juventud, como en el día
en que subió del país de Egipto. (...)
Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú
conocerás a Yahvéh”. (...)
Yahvéh me volvió a decir: “Ve, ama a una mujer
amada de un amigo y adúltera, como ama Yahvéh
a los hijos de Israel, mientras ellos se vuelven a
otros dioses y gustan de las tortas de uva. (...)
Porque durante muchos días se quedarán los hijos
de Israel sin rey ni príncipe, sin sacrificio ni estela,
sin efod ni terafim. Después volverán los hijos de
Israel; buscarán a Yahvéh su Dios y a David su rey,
y acudirán con temor a Yahvéh y a sus bienes en
los días venideros”»
(Os cap. 1-2-3).
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Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
Con un lenguaje tan duro y realista quiere conducir
el Señor a su pueblo, haciendo de la vida y del dolor del
profeta el reflejo del dolor de Yahvéh por la infidelidad
de Israel. Tal es el mensaje que nos transmiten los primeros capítulos del profeta Oseas. Después viene una
denuncia pormenorizada de los crímenes de Israel y de
las nefastas consecuencias que tienen para la vida del
pueblo. El mensaje de Oseas, leído ahora por los cristianos, nos interroga sobre nuestra fidelidad al amor de
Dios, manifestado “hasta el extremo” en su hijo
Jesucristo. El salmo 102 nos invita a hacer esta reflexión
desde la confianza que la fidelidad de Dios alienta en
nuestro corazón:
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
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El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
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Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
La misericordia vence a la justicia
Aunque esos primeros capítulos del libro del profeta
Oseas y las denuncias de crímenes y castigos que siguen
a continuación dan la impresión de que todo ha terminado para aquel pueblo, en últimos capítulos se produce un giro profundo, testimoniado en el capítulo 11 de
su libro. ¡Cuánta ternura pone aquí el profeta en los
labios de Dios para hablarle a Israel como a su niño
pequeño! Sobre todo, hay una afirmación decisiva: «Mi
corazón se me revuelve dentro a la vez que mis entrañas
se estremecen» (Os 11, 8), porque la divina compasión se
ha inflamado y no quiere dar rienda suelta a su ira. En
Dios la misericordia vence a la justicia:
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«Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto
llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más
se alejaban de mí: sacrificaban a los Baales, e
incensaban a los ídolos. Y con todo yo enseñé
a Efraim a caminar, tomándole en mis brazos,
más no supieron que yo cuidaba de ellos. Con
cuerdas humanas los atraía, con lazos de
amor, y era para ellos como quien alza a un
niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él
para darle de comer. Se volverán al país de
Egipto, Asur será su rey, porque se han negado a convertirse. Irrumpirá la espada en sus
ciudades, a sus hijos exterminará, se saciará
en sus fortalezas.
Mi pueblo está enfermo por su infidelidad; gritan hacia Baal, pero nadie los levanta. ¿Cómo
Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
voy a dejarte Efraím, cómo entregarte, Israel?
¿Voy a dejarte como Admá y hacerte semejante a Seboyím? Mi corazón se me revuelve dentro a la vez que mis entrañas se estremecen. No
ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a
destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre;
en medio de ti yo el Santo, y no me gusta destruir»
(Os 11, 1-9).
Este giro ―dice Walter Kasper en La misericordia, clave
del Evangelio y de la vida cristiana― «no es expresión de la
arbitrariedad de un Dios iracundo que, benevolente, apacigua
su ira y permite una vez más que la indulgencia prevalezca
sobre el derecho. La justificación que, según el profeta, ofrece
el propio Dios es mucho más abismática y pone de manifiesto
la impenetrabilidad del misterio divino: “Que soy Dios y no
hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Os
8, 11). Se trata de una sorprendente aseveración. Con ella se
afirma que la santidad de Dios, su ser totalmente otro respecto de todo lo humano, no se manifiesta en su justa ira ni tampoco en su trascendencia, inaccesible e inescrutable para el
hombre; la divinidad de Dios se hace patente en su misericordia. La misericordia es expresión de la esencia divina.
En este pasaje, profundamente conmovedor desde un
punto de vista humano, se echa de ver que, ya en el Antiguo
Testamento, Dios no es el Dios de la ira y la justicia, sino el
Dios de la misericordia. Tampoco se trata de un Dios apático,
que permanece en su trono indiferente a la aflicción y el pecado del mundo; es un Dios con un corazón que se enciende de
ira, pero que luego, por misericordia, da literalmente un vuelco. En virtud de esta subversión, Dios se muestra, por un lado,
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Oseas, el profeta de la misericordia de Dios
humanamente conmovedor y, por otro, se revela, sin embargo, como por completo distinto de todo lo humano, como el
Santo, como el totalmente Otro» (pág. 55-56).
Así es como, en Dios, la misericordia vence a la justicia
dando espacio para el arrepentimiento y la conversión. No se
trata de un Dios bonachón que hace la vista gorda ante nuestras maldades y negligencias, sino del Dios justo que, al dejarse vencer por la misericordia, suscita el estremecimiento de
sentirnos objeto de una ternura tan grande que le llevará a
entregarnos a su propio Hijo «para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).
De nuevo el salmo 102, que antes hemos rezado, sigue
sosteniendo nuestra oración agradecida y renovadora.
Canto y oración final
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Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.
Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad infinita!
Te damos gracias, Señor,
te damos gracias, Señor. (bis)
¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del
pueblo,
el Dios que nos justifica!»
Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.
Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.
Te damos gracias, Señor,
te damos gracias, Señor. (bis)