¿A DÓNDE VA EL FEMINISMO? Begoña Etayo Ereña Fórum Feminista María

¿A DÓNDE VA EL FEMINISMO?
Begoña Etayo Ereña
Fórum Feminista María de Maeztu
DE DÓNDE VENIMOS
En los tiempos de la transición española, entre los “progres” de entonces se hizo muy
popular una frase del escritor Manuel Vázquez Montalbán: “Contra Franco vivíamos
mejor”. Con ella se trataba de expresar que había resultado más fácil oponerse al
dictador, que juntarse para crear algo nuevo. La existencia de un enemigo común
había posibilitado que la izquierda o, en general, la oposición se hubiera mostrado
unida.
Algo similar podríamos decir las feministas en el País Vasco y en España: contra
Franco estábamos más unidas. Durante el franquismo había leyes que discriminaban
explícitamente a las mujeres: no podíamos acceder al trabajo en igualdad de
condiciones con los varones y podíamos ser expulsadas al casarnos o quedar
embarazadas, no podíamos disponer de nuestros ingresos sin permiso del marido, los
anticonceptivos y el adulterio estaban penalizados, no existía el divorcio, el aborto era
un crimen y las agresiones y violaciones contra las mujeres en el ámbito doméstico no
se perseguían… De manera que el movimiento feminista, aunque minoritario,
entonces tenía muy claro cuál era el objetivo y presentaba un frente común.
Tras el final de la dictadura, la aprobación de la Constitución y los correspondientes
estatutos de autonomía, la situación formal cambió radicalmente. En pocos años,
desaparecieron las leyes discriminatorias y se aprobaron otras que nos situaban en la
línea de los países de nuestro entorno.
La década de los 70 termina con las primeras diferencias y los debates entre las
partidarias de la militancia única y las doble-militantes y más profundamente entre el
feminismo de la igualdad y el de la diferencia. A pesar de ello, el movimiento feminista
sigue adelante y los diferentes grupos trabajan y organizan campañas conjuntamente.
Esta unidad en la acción y la presión en la calle consiguen influir en los poderes
públicos para que se produzcan avances a nivel legal. Así, durante la década de los 80
se aprueban una serie de leyes: ley del divorcio, despenalización del aborto en tres
supuestos, varias reformas en el Código Penal…; se crean centros de planificación
familiar y asistencia a mujeres maltratadas, concretamente en el barrio de Rekalde de
Bilbao el primero del Estado Español; se dedican recursos económicos y humanos
para implementar la coeducación, que se recoge en la Reforma Educativa (LOGSE
1990); se organizan numerosos encuentros y jornadas feministas, etc.
Sin embargo, a finales de la década de los 80 comienza a observarse un
debilitamiento del movimiento feminista, que se manifiesta, sobre todo, en una pérdida
de intensidad del trabajo de calle.
Entre las posibles causas no podemos desdeñar la caída del muro de Berlín y el “fin
de las ideologías”, ya que la falta de modelos alternativos afectó a todos los
movimientos sociales -también al feminismo-, pero en el caso de éste se produce un
hecho que, a mi juicio, tiene mucha mayor influencia: su creciente institucionalización.
Mujeres feministas comienzan a formar parte de gobiernos y organismos
internacionales y se crean estructuras específicas para la defensa de la igualdad en el
Estado y en las Comunidades Autónomas: Instituto de la Mujer, Emakunde/Instituto
Vasco de la Mujer, servicios de la mujer de los distintos ayuntamientos, etc.
Paralelamente desde las administraciones públicas se fomenta el asociacionismo de
las mujeres, vía subvenciones, lo que da lugar a la proliferación de asociaciones de
ocio, socioculturales o asistenciales.
El feminismo también empieza a ocupar mayor espacio en el ámbito académico.
Aumenta la investigación en la universidad y se da una producción teórica importante,
los estudios feministas se “academizan” y pasan a ser estudios de género.
Aparece, por tanto, un feminismo institucional y un feminismo académico, frente al que
surgen voces críticas.
En estos años, sin duda por la propia evolución del movimiento, pero también por la
influencia del pensamiento postmodernista y postestructuralista aparecen nuevos
feminismos en el mundo. Se empieza a poner el acento más que en observar lo
común, en subrayar la diversidad entre las mujeres: de clase, raza/etnia, cultura,
opción sexual, etc.
Así pues, ya no podemos hablar de un solo feminismo. Además de la división entre el
feminismo de la igualdad y la diferencia, nos encontramos con “otros” feminismos:
institucional, académico, lesbiano, de mujeres negras, latinoamericano, islámico,
cristiano, anarcofeminismo, ecofeminismo, ciberfeminismo…
DÖNDE ESTAMOS
Antes de continuar, debo aclarar que pertenezco al Fórum Feminista María de Maeztu,
cuyo ámbito de actuación es el País Vasco. El Fórum está situado en la corriente del
“feminismo de la igualdad” y nos sentimos herederas de todo el feminismo histórico
occidental, que tiene sus raíces en la Ilustración, de las sufragistas y de las luchadoras
por los derechos civiles, sociales y políticos. Aunque valoramos algunas de las
aportaciones del “feminismo de la diferencia”, rechazamos el enfoque esencialista del
ser mujer y consideramos que los roles y estereotipos de género son constructos
sociales.
Aclaro este aspecto no porque sea el debate actual. Aunque fue muy doloroso en su
momento, hoy parece superado. Si lo traigo a colación es porque el feminismo de la
igualdad es el que ha puesto su empeño en cambiar las leyes y normativas y hacer
unas nuevas para conseguir la igualdad con los varones.
Uno de los objetivos prioritarios del Fórum es incidir en las políticas públicas.
Siguiendo el eslogan feminista de los años setenta “Lo personal es político” (aun
entendiendo que no se refiere exclusivamente a la concepción convencional de “lo
político”), propugnamos la entrada en los gobiernos de las reivindicaciones políticas
feministas y creemos que el estado y las instituciones están obligados a crear
organismos y a desarrollar políticas de igualdad. Por ello, somos partidarias de la
colaboración con las instituciones, ejerciendo a la vez una labor de crítica, control y
seguimiento para velar por el cumplimiento de los compromisos.
Unido a la idea anterior, considerando que los cambios en las leyes son
trascendentales y que los avances durante estos años son indudables, voy a exponer
mi opinión crítica sobre el panorama actual. En el País Vasco y en España se
producen en la actualidad dos fenómenos que están afectando directamente al
feminismo: la confusión entre igualdad formal e igualdad real y la pérdida de fuerza del
movimiento feminista.
Igualdad formal-igualdad real
Se puede decir que el feminismo ha impregnado de modo diluido toda la sociedad
vasca y española, pero esto ha traído consigo también una confusión entre igualdad
formal e igualdad real. La igualdad de derechos se ha asimilado con la igualdad como
un hecho ya alcanzado. Sin embargo, la discriminación sigue existiendo, aunque ahora
sea mucho más sutil que en épocas pasadas, por lo que parafraseando a Amelia
Valcárcel podemos decir que actualmente nos encontramos bajo el “espejismo de la
igualdad”.
Esta percepción la tienen muy especialmente las jóvenes, que por regla general,
consideran que el feminismo está ya obsoleto y perciben que la discriminación de las
mujeres se ha dado en otras épocas o que en la actualidad se da en países en vías de
desarrollo.
Aspiran a tener un trabajo remunerado, pueden controlar la natalidad, tienen los
mismos derechos formales que sus compañeros varones… ¿Dónde está entonces la
discriminación, la desigualdad…? Algunas incluso están interesadas en estudios de
género, pero ser feministas, ¡qué trasnochado! Aunque en la práctica hagan y quieran
hacer las mismas cosas que propugna el feminismo, no perciben las relaciones entre
los sexos como relaciones de poder. Por todo ello y sin duda también por la
estigmatización asociada al término “feminista”, es frecuente oírles decir “Yo no soy
machista ni feminista” o incluso declararse abiertamente “antifeministas”.
Por otra parte, conviene subrayar como otro signo de nuestro tiempo la enorme
contradicción entre el discurso formal de la igualdad y el tratamiento vergonzoso de las
mujeres en los medios de comunicación -tanto informativo como publicitario-, signo
más evidente de que algo “falla”. Considerando la enorme influencia que tienen, hay
que destacar el inmenso daño que provocan los medios en general y la publicidad en
particular, invisibilizando a las mujeres, ofreciendo continuamente estereotipos
sexistas, mostrando imágenes que habitualmente no corresponden a la realidad social
o imágenes degradantes, que la mayoría de la población ve con “normalidad”.
Pérdida de fuerza del movimiento feminista
El hecho de que muchas mujeres consideren que con los cambios legislativos ya se ha
alcanzado la plena igualdad y la falta de relevo generacional pueden ser algunas de
las causas del debilitamiento del movimiento feminista, unido al creciente
individualismo actual, que ha afectado a todos los movimientos sociales.
Conviene, no obstante, aclarar que el movimiento feminista siempre ha sido
minoritario. Nunca ha sido fácil que las mujeres nos diésemos cuenta de nuestra
situación de desigualdad y dependencia, al haber sido educadas para creer que
nuestro papel en la relaciones de género es normal y natural. Producto de esa
socialización irreflexiva y no cuestionada, la generalidad de las mujeres tiende a
aceptar, e incluso a favorecer, su propia subordinación. Esto ha sido siempre así, en
todas las épocas de la historia. Nunca las mujeres han tenido una conciencia
generalizada de su discriminación, únicamente las avanzadas de cada época y
algunas de ellas lo han pagado caro. La generalidad de las mujeres podríamos decir
que ha tenido esa conciencia con “efecto retroactivo”.
Así ha sido también en el País Vasco y en España. La inmensa mayoría de las
mujeres ha aceptado y acepta la realidad existente, pero lo que es innegable también
es la enorme influencia que puede ejercer y que de hecho ha ejercido en nuestro país
una minoría decidida de mujeres que no se han conformado con la situación y la
“posición” que les ha tocado vivir.
A continuación paso a analizar otros elementos que a mi juicio están contribuyendo al
debilitamiento del movimiento feminista en la actualidad:
1.- La institucionalización y “academización” del feminismo, que ha provocado su
sustitución por el “género”. Se ha producido un auge de los estudios académicos y se
usa y abusa del término en las instituciones. Como ventaja, tal vez, podamos
considerar que ésta ha sido la manera de introducir en ellas el pensamiento feminista,
“disfrazado” para resultar más aceptable, pero el precio está siendo muy alto. De este
modo, en las instituciones y en la población en general se ha instalado lo
“políticamente correcto” y a fuerza de nombrar el “género”, parece que la realidad
pudiera cambiar mágicamente, cuando de lo que se trata realmente es de una suerte
de “gatopardismo” para que todo siga igual.
Podría entenderse, aunque no deja de ser sorprendente, que esto fuera así entre las
mujeres no feministas que trabajan en las políticas de igualdad, ocupadas más en la
forma que en el fondo, pero resulta inconcebible observar este hecho entre mujeres
que provienen del movimiento feminista, ya que muchas de las que fueron feministas
radicales están trabajando ahora como técnicas y expertas en género en las diferentes
administraciones públicas.
Para hacer política a favor de las mujeres mantienen más relación con las
asociaciones de mujeres no reivindicativas a las que tutelan y, salvo honrosas
excepciones, hacen gala de un olvido incomprensible renegando de su origen, no
mostrando un reconocimiento al feminismo y no teniendo como interlocutoras a las
feministas.
Esta falta de reconocimiento no sólo se da en los organismos de igualdad, se puede
hacer extensible a la clase política y a los medios de comunicación, que trasmiten a la
sociedad la impresión de que los avances en materia de igualdad nada tienen que ver
con el movimiento feminista. Aunque hayan incorporado el término “genero”, es
patente la cerrazón de los medios hacia el pensamiento feminista y la ignorancia de
los partidos políticos, con la consiguiente manipulación de las reivindicaciones de la
mujer con fines propagandísticos y electoralistas.
Por otra parte, ha surgido un mercado alrededor del género. Mujeres que provienen
del movimiento feminista han creado consultorías para responder a la demanda de las
instituciones, que encargan estudios y contratan servicios. Estas feministas ahora son
“expertas en género”, por lo que atienden a los requerimientos y se relacionan con las
instituciones contratantes como profesionales, no como ciudadanas; como empresas,
no como movimiento.
Aunque no en la misma medida que en América Latina, ya que aquí la protección
social pública es mayor, algunas organizaciones feministas se han convertido en
proveedoras de servicios sociales.
En consonancia con los tiempos que nos toca vivir, el género se ha convertido en un
objeto de consumo. Y conviene no olvidar que el feminismo es algo más que el
género: no sólo es un cuerpo teórico y una categoría analítica, sino también un
movimiento político que pretende la transformación de la sociedad. Como dice Ximena
Bustamante “La relación que se establece por medio del lenguaje con el término
"género" le da un estatus de mercancía, ya no se trata de algo que se es, como el
feminismo, sino de algo que se posee, que se manipula (…) La perspectiva de género
se consume, mientras que el feminismo se asume”.
2.- El asociacionismo de las mujeres. Estas asociaciones surgieron como hongos a
partir de los años 80 al amparo de las subvenciones públicas. Se trata de un
asociacionismo tradicional, que ha sido muy fomentado por las administraciones “para
sacar a las mujeres de casa”. Suelen ser culturales, recreativas, asistenciales, etc. y
no tienen un carácter reivindicativo. Algunas de ellas están integradas por personas
claramente antifeministas e incluso hay algún caso de asociación mixta que se hace
pasar por exclusivamente de mujeres para captar fondos públicos. El choque con las
organizaciones feministas es evidente, ya que no contribuyen a la causa de la igualdad
y en muchas ocasiones la entorpecen. Estas asociaciones han ocupado espacios que
surgieron a demanda de las organizaciones feministas, como los Consejos de
Igualdad o diferentes Coordinadoras, y que paulatinamente han ido perdiendo sus
postulados iniciales.
3.- La fragmentación del movimiento, las diferentes posturas y la ausencia de
propuestas colectivas articuladas. El movimiento feminista es antijerárquico, no
sigue la “disciplina de partido” y carece de estructuras y de mecanismos para resolver
conflictos. No es de extrañar que cada grupo se pusiera a hacer política desde la
experiencia personal y con fines y estrategias diferentes, lo que ha ahondado las
diferencias.
También ha contribuido a la fragmentación el hecho de que el movimiento feminista en
el País Vasco y en España ha estado muy ligado a la oposición a la dictadura y a
partidos políticos de izquierda, por lo que muchas feministas han sido y son doblemilitantes.
Por otra parte, como reacción a la progresiva institucionalización, algunos grupos han
radicalizado su discurso antisistema y han surgido otros nuevos que critican la
existencia de un único feminismo siguiendo las teorías postmodernas, como la teoría
queer.
Un debate enconado e irreconciliable dentro del feminismo es el que se ha
desarrollado en torno a la prostitución entre abolicionistas, que la consideran una
violación de los derechos humanos de las mujeres, y regulacionistas, para las que se
trata de una actividad legítima, un trabajo que debe ser regulado.
Ante la aprobación en España de las recientes leyes y medidas en materia de
igualdad, aparecen dos posturas enfrentadas Por una parte, estas medidas han sido
muy aplaudidas por los grupos feministas partidarios y promotores de las mismas, por
otra, ha surgido una corriente llamada Otras voces feministas, que critica varios
aspectos del tratamiento de la violencia de género, de la custodia compartida, de la
prostitución…
A todo ello hay que añadir que la descentralización del Estado Español favorece la
dispersión geográfica y plantea problemas de coordinación entre los diversos grupos
feministas españoles.
Probablemente lo dicho hasta ahora sirva tanto para el feminismo vasco como para el
feminismo español. Sin embargo, a todo ello, en el País Vasco tenemos que añadir un
factor más, de extraordinaria importancia.
4.- Una “peculiaridad” vasca. El movimiento feminista, como otros movimientos
sociales, está mediatizado aquí por la existencia del nacionalismo radical vasco, que
ha creado su propio entramado de organizaciones: ecologista, de cooperación al
desarrollo, también feminista.
El autodenominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) entiende la
lucha por la liberación de la mujer como parte de la lucha global por la liberación del
pueblo vasco. Esto es lo fundamental y lo demás es subsidiario o una parte del
proyecto global. Constituyen un bloque cohesionado que se enfrenta con fuerza a
quien no comparte sus ideas, en una confrontación con el sistema y con las
organizaciones que a su juicio lo apoyan.
De manera que aprovechan cualquier acto de manifestación pública, en este caso
feminista, para llevar a cabo sus propias reivindicaciones, utilizando su estética y sus
símbolos o eslóganes. Es habitual la mención a presas de ETA en los comunicados
feministas o la exhibición de fotos de presas en las manifestaciones del 8 de marzo o
del 25 de noviembre. Esto hace que en numerosas ocasiones las reivindicaciones
feministas se identifiquen con el MLNV, lo que constituye un elemento disuasorio para
la participación en estos actos de parte del feminismo y de la población en general,
que no comparte esta ideología política.
HACIA DÓNDE VAMOS
La desunión del movimiento feminista; su falta de reconocimiento por parte de la
sociedad en general, y de los medios de comunicación y los partidos políticos en
particular; la falta de relevo generacional; y en ocasiones, el desenfoque de las propias
reivindicaciones de los grupos feministas hacen que probablemente sí se pueda
afirmar que el movimiento feminista o el feminismo están en crisis.
Pero esto no quiere decir que estemos en la época del “postfeminismo” ni que
debamos instalarnos en un nuevo paradigma, como sugieren algunas voces. La
realidad global incontrovertible es que el género sigue siendo el mayor patrón de
desigualdad en el mundo. La discriminación de las mujeres puede ser muy burda en
algunos países y más sutil y difícil de demostrar en los países occidentales, pero la
igualdad en estos también es una falacia. De manera que, todas las mujeres del
mundo seguimos ocupando la posición común que el patriarcado nos tiene asignada,
una posición de subordinación.
Así que el feminismo, el movimiento feminista y sus reivindicaciones siguen teniendo
plena vigencia. Pero ¿hacia dónde debería ir el movimiento feminista? Voy a esbozar
una serie de retos que, en mi opinión, se deberían afrontar en el futuro inmediato:
1.- Una identidad colectiva. Las mujeres en general y las feministas en particular no
somos un colectivo homogéneo. Las múltiples diversidades hacen que nuestras
vivencias sean muy diferentes y que no nos reconozcamos en una lucha común con
mujeres pobres, del Sur, inmigrantes, jóvenes, ancianas, lesbianas…
Y, sin embargo, el hecho de ser mujeres ha sido y es el factor más importante que ha
configurado nuestras vidas. A diferencia de los hombres, que han sido divididos por
clases, razas, naciones o épocas históricas, las mujeres hemos sido consideradas
ante todo mujeres, como una categoría de seres distinta. Las investigaciones
históricas feministas han demostrado que, aunque las citadas diferencias tienen
importancia para las mujeres, las semejanzas decretadas por el género las superan.
Se trataría de construir desde el feminismo un sujeto plural, un "nosotras", un
sentimiento identitario que supere las barreras entre generaciones, clases,
razas/etnias, latitudes e ideologías para la defensa de una agenda feminista común.
Especial importancia tiene en nuestro entorno la identificación con las mujeres
inmigrantes. No debemos olvidar que estamos construyendo nuestra igualdad, en gran
medida, sobre las desigualdades de las mujeres de los países empobrecidos. No
hemos conseguido la “corresponsabilidad”. Las labores que históricamente nos han
sido asignadas las están realizando en nuestros hogares mujeres inmigrantes, que no
tienen derechos. Y los derechos de las mujeres tienen que ser para “todas” las
mujeres.
Relacionado también con la inmigración, el feminismo tiene como reto entrar en el
debate del multiculturalismo. Considero que se debe partir de los mínimos que
establece la Declaración Universal de Derechos Humanos, porque aun habiendo
surgido en Occidente, transcienden al resto del mundo. Son perfectibles y deben ser
complementados por otras declaraciones posteriores sobre los derechos de las
mujeres, pero son un buen punto de partida. En este debate me parece interesante la
propuesta de la filósofa española Celia Amorós, que se refiere al concepto de
“interpelación cultural”. Es decir, considerar legítimo que nuestra cultura interpele a
otra, pero aceptando, a la vez, que la nuestra sea también interpelada.
2.- Diálogo entre corrientes. No digo que sea una tarea fácil, pero habría que
establecer un “pacto de género”, una política de alianzas y tender puentes entre las
distintas corrientes feministas.
En mi opinión, hay que distinguir entre desunión y variedad. La diversidad no es algo
negativo, supone riqueza y vitalidad. Han sido años de menos movilización y más
reflexión. Sería raro que un movimiento que ha cuestionado tanto, que ha sido tan
crítico, no fuese autocrítico y no estuviera revisándose a sí mismo y en constante
evolución. El “movimiento” es algo dinámico y en estos años han surgido nuevos
temas y nuevas formas de abordarlos. Podemos decir que el feminismo hoy tiene
diversas maneras de vivirse, pero nunca debemos olvidar que, aun manteniendo
posturas diferentes, sin ninguna duda, es más lo que nos une que lo que nos separa.
Necesitamos la unidad entre nosotras, porque el hilo conductor de todas las
reivindicaciones del feminismo está en su capacidad de hacer una causa común y
formar parte de un movimiento mundial.
También se debería establecer un diálogo entre el feminismo institucional y el
movimiento feminista, el cual debe velar para que las instituciones no se olviden de
aspectos fundamentales e impulsen cambios estructurales dentro de la política formal.
Los organismos de igualdad deberían ser los interlocutores, las correas de transmisión
de las exigencias feministas a los poderes públicos.
3.- Exigencia a los poderes públicos. Para explicar por qué una vez conseguida la
igualdad formal no se consigue la igualdad real se suele utilizar el argumento de que
las mentalidades no avanzan al mismo ritmo que las leyes y que las raíces de la
desigualdad entre los sexos están en el ámbito privado. Así, el sector público no tiene
ninguna responsabilidad y, en todo caso, su función es la de articular medidas
compensatorias para contrarrestar esta situación.
Pero la realidad es que las políticas públicas en absoluto son neutras; muy al contrario,
desempeñan un papel decisivo en la transmisión de la desigualdad y reflejan y
potencian un determinado modelo de sociedad. Con dinero público se siguen
financiando actividades artísticas, culturales, deportivas, modas… contrarias a la
igualdad.
El movimiento feminista tiene que exigir a los poderes públicos que tengan como
referencia la igualdad total y la adopción de la estrategia del mainstreaming; que no se
quede todo en simples declaraciones retóricas. Si de verdad se quiere conseguir la
igualdad, todas las políticas tienen que ser de igualdad. Para ello hay que realizar
reformas estructurales y reorientar los presupuestos públicos para avanzar hacia un
nuevo modelo. Como han demostrado las economistas feministas, las políticas
económicas están imbuidas por el modelo sustentador masculino/esposa dependiente.
No valen medidas de acción positiva y de “conciliación”, si refuerzan la división del
trabajo y la desigualdad, fomentando que en más del 90% de los trabajos a tiempo
parcial estén las mujeres.
La responsabilidad del trabajo del cuidado sigue siendo de las mujeres, lo que las sitúa
en desventaja respecto a los hombres en los ámbitos político y económico. En mi
opinión, éste es uno de los más firmes baluartes de la dominación masculina. Para
terminar con esta desventaja, el nuevo modelo tiene que ser de auténtica
corresponsabilidad, en el que mujeres y hombres compartamos el trabajo y el cuidado.
Y todo esto en “esta economía” y en “esta política”, porque, como dice la economista
María Pazos, no parece haber indicios para prever que las mujeres desde la
segregación, ellas solas, puedan dar el salto a eliminar esta economía y esta política,
creando otras distintas.
4.- Alianzas con el asociacionismo de mujeres. Por regla general, las relaciones
entre los grupos feministas con otras organizaciones sociales no suelen ir más allá de
alianzas en cuestiones puntuales.
Para ampliar dichas relaciones sería necesario extender el diálogo a diversos
segmentos de la sociedad, realizar alianzas con otros movimientos sociales, muy
especialmente con el movimiento amplio de mujeres.
Con respecto a las asociaciones de mujeres no reivindicativas, puedo apreciar el
hecho de que gracias a ellas las mujeres hayan podido salir de casa, mantener
relaciones sociales con otras mujeres, cultivar la cultura y el ocio…, es decir, que
actúen como “escuelas” de empoderamiento y participación.
No obstante, parece que ya ha llegado el momento de que este tipo de organizaciones
den un paso más y participen activamente en la lucha por la igualdad, proceso que las
instituciones, desde sus organismos de igualdad, no sólo deberían apoyar, sino
promover. Muy especialmente esto es válido para las asociaciones que participan o
desean participar como miembros en los Consejos de Igualdad o en otras plataformas
con la misma finalidad. Que en la actualidad esto no sea así es un auténtico
despropósito.
Además, el movimiento feminista tendría que buscar vías de relación con las mujeres
asociadas en organizaciones mixtas. Las mujeres participan en todo tipo de
asociaciones y, de hecho, su presencia es mayoritaria en las que tienen un carácter
“solidario”, y esta feminización tiende a afianzarse en un futuro próximo.
5.- Reconocimiento del feminismo. A veces las feministas tenemos la amarga
sensación de un eterno volver a empezar, en una especie de recreación del mito de
Sísifo. Parece que las luchas feministas siempre parten de cero y socialmente no se
tiene en cuenta la labor de las mujeres feministas del pasado.
Urge que el feminismo sea reconocido como se merece, que se estudie en las aulas,
que se rescate la memoria de anteriores generaciones de mujeres que lucharon por la
igualdad. Las jóvenes tienen que ser conscientes de que los derechos de los que
disfrutan no han surgido de forma espontánea ni son fruto de la evolución natural de
las sociedades, sino que se deben al trabajo de mujeres feministas que se enfrentaron
a las normas sociales de su época, pagando a veces un precio muy alto por ello.
Urge también que los medios de comunicación y los políticos no invisibilicen al
movimiento feminista y expliquen a la ciudadanía la labor del feminismo y el origen de
muchas de las leyes aprobadas en los últimos tiempos.
Los organismos de igualdad de las instituciones tienen que dejar claro los
fundamentos de sus actuaciones y entender que no se puede hacer feminismo sin
contar con el movimiento feminista, sin establecer canales de diálogo que sitúen al
movimiento feminista como sujeto de interlocución prioritario.
6.- Atraer a las jóvenes. Además del “espejismo de la igualdad” y la estigmatización
del feminismo, habría que considerar de forma autocrítica por qué las jóvenes no se
acercan al movimiento feminista. Tal vez los grupos feministas no favorezcamos su
participación y no se identifiquen con las formas de funcionar de unas organizaciones
que no les son propias.
Las mujeres más mayores deberíamos de intentar acercar el feminismo a la vida
cotidiana de las jóvenes, para que vean que está relacionado con cuestiones muy
relevantes de sus vidas, como el acceso al mercado laboral o la maternidad, y
deberíamos tener muy presente que las jóvenes tienen sus propias especificidades,
que deben ser consideradas.
Por lo que respecta a las jóvenes que pertenecen a grupos feministas, tal vez haya
también algo de desconfianza mutua: de las jóvenes con respecto a las mayores por
no recoger sus inquietudes y no valorar su trabajo y de las mayores hacia las jóvenes,
al no otorgarles autoridad y liderazgo.
El diálogo intergeneracional resulta imprescindible. Las jóvenes tienen problemáticas
particulares para las que deberían tener una agenda propia, hacer feminismo desde su
realidad con un sistema de organización más acorde con sus dinámicas, pero sin
perder de referencia la agenda común.
7.- Agenda feminista común: La agenda feminista es global, planetaria. La
desigualdad y los problemas de las mujeres en el patriarcado atraviesan fronteras y
nos afectan a todas las mujeres del mundo porque son los mismos, en distinto grado,
pero los mismos.
Considero que los ejes fundamentales de la lucha feminista mundial son la violencia y
la pobreza:
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Violencia: la lucha contra un crimen universal, la violencia machista –física y
psicológica-, contra los feminicidios… Tampoco debemos olvidar otro tipo de
agresiones: el modelo de masculinidad o feminidad que se trata de imponer, el
que ofrecen los medios de comunicación fijando estereotipos, la tiranía del
mercado y sus cánones de belleza, los fundamentalismos religiosos…, porque
todo ello también es una forma de violencia contra las mujeres.
Pobreza: la lucha contra la intolerable situación de la pobreza en el mundo, que
afecta fundamentalmente a las mujeres. El 70% de las personas bajo el umbral
de la pobreza son mujeres. La brecha entre hombres y mujeres ha seguido
ampliándose en la última década, fenómeno conocido como "la feminización de
la pobreza".
Además, quedan pendientes derechos que afectan a las mujeres de todo el mundo,
aunque en diferente medida dependiendo de países. El tratarse de derechos
formalmente reconocidos en los países occidentales no significa que ya estén
consolidados:
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derecho a la educación: entendido también como derecho a la coeducación y
educar a las mujeres para que quieran ser dueñas de su destino,
independientes; y a los hombres para que quieran compartir el trabajo y, sobre
todo, los cuidados;
derecho al trabajo: entendido también como derecho a la independencia
económica;
derecho al poder: entendido también como derecho a la paridad;
derechos sexuales y reproductivos: entendidos también como ausencia total de
control sexual sobre las mujeres.
Se trata, en definitiva, de que las mujeres lleguemos a tener en el mundo, como dice
Siv Gustafsson, “la mitad del poder, la mitad de los ingresos y la mitad de la gloria”, o
como dice Amelia Valcárcel más categóricamente, “la mitad de todo”.
Para concluir, me gustaría hacer hincapié en los principales retos que en mi opinión
debe enfrentar el movimiento feminista contemporáneo: por una parte, cómo mantener
la radicalidad de pensamiento y acción al mismo tiempo que se introduce en espacios
públicos y políticos más amplios; y, por otra, cómo articular la lucha entre los distintos
grupos y corrientes feministas, así como la coordinación con otros movimientos
sociales.