El secreto es la vida

Alessandro Cevenini
con Luca Castellitto
El secreto
es la vida
Una historia de enfermedad,
fe y arrolladora esperanza
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Título original:
Il segreto è la vita.
Una storia di malattia, fede e travolgente speranza
Texto de Alessandro Cevenini
Publicado por primera vez en Italia por Edizioni Piemme S.p.A.
En la cubierta: Foto de Alessandro Cevenini
© 2012 Fondazione Beat Leukemia
Via Bellini, 27 – 20900 Monza (MB), Italia
www.beat-leukemia.org
Traducción:
M. M. Leonetti
Publicado en español mediante un acuerdo con Atlantyca S.p.A.
© Para la edición en lengua española:
Ediciones Mensajero, 2014
Grupo de Comunicación Loyola
Sancho de Azpeitia 2, bajo
48014 Bilbao – España
Tfno.: +34 94 447 0358 / Fax: +34 94 447 2630
[email protected] / www.mensajero.com
Diseño de cubierta:
Magui Casanova
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 978-84-271-3677-9
Depósito Legal: BI-1637-2014
Fotocomposición:
Rico Adrados, S.L. (Burgos)
www.ricoadrados.com
Impresión y encuadernación:
Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)
www.grafo.es
Índice
Regla número 1
Tú eres el mundo .................................................
9
Regla número 2
No te rindas nunca ...............................................
21
Regla número 3
Combate por el objetivo más importante ............
65
Regla número 4
Escoge a los mejores compañeros de equipo ......
111
Regla número 5
La esperanza más grande vive para siempre .......
157
Regla número 6
Para ti solo existe la victoria ...............................
211
Beat Leukemia ...........................................................
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ÍNDICE
7
1
Mamá, ven, por favor, que te necesito.
–
Mi madre escucha mi voz preocupada por el teléfono y se
preocupa inmediatamente ella también.
No está acostumbrada a oírme hablar con este tono.
–¿Qué pasa?
–Es un poco largo de explicar. No me encuentro bien.
Ven, que te lo cuento.
Yo vivo ahora en Milán, solo. Mientras reformaban el
nuevo apartamento, he estado en casa de mi padre, pero ahora
está listo y estoy aquí. Cogí las llaves precisamente antes de
salir para Sharm y todavía no he celebrado ninguna fiesta
de inauguración. Pero esta mañana me ronda por la cabeza
algo muy distinto a las fiestas.
Mi madre viene desde Monza y el tráfico es un lío, pero al
cabo de una hora está en mi casa.
Me encuentra de pie, sonriente y preparado para sumergirla en un abrazo. Después de todo, no parezco estar tan mal.
–Y ahora explícate.
Me encojo de hombros, dejándome caer en el sofá.
–Tengo 39 de fiebre, quizá más incluso…
Me pone la mano en la frente y su mirada se vuelve
sombría.
–Estás hirviendo. ¿Desde cuándo la tienes?
–Empecé en El Cairo, hace dos días. Giovanni me trajo a
casa cuando llegamos a Milán, me puse el termómetro y ya
estaba alta. Ayer por la mañana me sentía muy mal, pero fui al
médico de todas maneras, a pie. Me cansé terriblemente, aunNO TE RINDAS NUNCA
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que solo son dos manzanas. El médico me dio una montaña
de antibióticos, que no han servido de nada. Es que me duele
todo. Y además, mira…
Me descubro la pierna.
Mi madre se sobresalta.
–¿Qué es eso?
Es un cardenal enorme y me lo hice esta mañana.
–Esta mañana, muy temprano, me levanté porque me
quemaba la garganta y fui a la cocina a beber un vaso de
agua. Ni siquiera sé cómo sucedió, tal vez me desmayé. El
hecho es que, cuando me desperté, estaba en el suelo. Me di
con la pierna contra la base de acero de la cocina y este es el
resultado.
Mi madre sigue mirando con espanto el gigantesco y violáceo cardenal, sin saber qué decir.
–Por desgracia no es todo…
Le enseño las encías. Sangran de manera abundante.
Mi madre se queda estupefacta. Y ahora, también asustada.
–¡El médico! ¿Qué dice el médico?
–Habla de gripe. Pero te repito que me ha hecho tragar
inútilmente un montón de píldoras. La fiebre baja un poco y
después vuelve a subir. En cualquier caso, no sabe explicarse
estas otras rarezas.
Mi mami, Cristina, me acaricia una mejilla y me mira fijamente a los ojos.
–¿Cómo te sientes tú?
–Como si me hubiera pasado tres días de fiesta sin dormir…
Ella sonríe, pero la sonrisa se le apaga de inmediato en
los labios. Más que los signos de mi cuerpo, le impresiona mi
voz. Yo soy Alessandro, su hijo superactivo y superoptimista,
su muchachote, y jamás me ha oído admitir que algo va mal.
Simplemente, no está previsto.
–¿Has llamado a papá?
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EL SECRETO ES LA VIDA
Mi padre y mi madre están separados desde hace muchísimos años, desde que Michele y yo éramos niños.
–Sí, vino a cenar anoche. Yo estaba todavía medio regular
y, de todas formas, él está de acuerdo con el médico. Dice que
vengo de Egipto y que debo de haber pillado alguna extraña
enfermedad local.
–Puede ser que tenga razón. Pero también es posible que
no. Y no hay motivo para perder tiempo.
Se inclina hacia el bolso y saca el móvil.
–¿A quién buscas?
–Aquí cerca está el Santa Sofía. Quiero que te vean y, si
hace falta, que te tengan allí algunos días.
Pocos minutos después subo al coche con ella. Me acompaña a la clínica.
No me llevo conmigo ni siquiera un pijama. Me encuentro
mal, es verdad, y estoy inquieto, pero no puedo pensar que tenga algo verdaderamente serio. Estoy convencido de que volveré
a casa al cabo de pocas horas.
Y tanto más porque para esta jornada tengo un montón de
planes.
2
S
in embargo, no me dejan salir de la clínica, también porque
mis condiciones empeoran rápidamente.
Al cabo de veinticuatro horas, ya no estoy en condiciones
de caminar más de unos pocos metros sin desplomarme por el
cansancio.
Los médicos de aquí piensan también en una fiebre infecciosa contraída junto al Nilo, pero ninguno de los fármacos
que me suministran resulta eficaz. La temperatura se niega a
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bajar; al contrario, sube hasta llegar a los 41 grados. Y ahora
ya no soy dueño de mí mismo.
A un cierto punto, mientras enfermeros, médicos y familiares entran y salen de mi habitación en flujo ininterrumpido
y hablan todos con un tono de voz que a mí me parece demasiado alto, vuelvo a pensar en la pirámide de Keops y en la
veloz escalada de aquel gigante. Ocurrió hace solo pocos días,
pero parecen meses.
¿Qué diablos me está pasando?
Estoy tendido en una cama, atendido por muchas personas
distintas que se afanan sin comprender demasiado. Lo único
que captan, por lo que parece, es que cada vez estoy peor y que
sus remedios no funcionan.
Después, alguien me habla con cuidado al oído.
–Estamos esperando los resultados de los análisis de sangre.
¡La sangre! ¡Eso es! Lo intuyo, me lo dice el corazón. Está
bien, esperemos. Esperemos y veamos…
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Mi papi, Maurizio, mi mami, Cristina, y mi hermano, Michele, están aquí, a mi lado. Me había adormilado y sonrío feliz.
–¡Es precioso! ¿Desde cuándo no estábamos todos juntos?
Aunque entre mi padre y mi madre hay muy buenas relaciones, es muy raro que pasemos tiempo los cuatro juntos. Prácticamente no sucede nunca. Y, sin embargo, aquí estamos ahora,
reunidos desde hace dos días en el Santa Sofía. Dos días, porque
tanto tiempo ha pasado desde que cerré tras de mí la puerta de
casa. Y el pijama, que me había dejado atrás, me lo ha traído
mi madre. Por lo que parece, verdaderamente voy a necesitarlo.
Levanto el pulgar, indicándoles que todo va bien, y digo:
–¡Eh, chicos, todo está en orden!
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EL SECRETO ES LA VIDA
Pero no responden, ni a mi pregunta de antes ni a mi gesto.
Están pálidos y, evidentemente, tienen algo que decirme.
Un profundo miedo me encoge de improviso el corazón.
Es Michele el que habla.
–Anoche estuvo aquí el profesor Lambertenghi.
–¿Debería saber quién es? –digo en plan de broma.
–No –interviene mi madre–, tú no lo conoces, pero yo sí,
desde hace mucho tiempo.
–¿Y quién es ese profesor? ¿A qué se dedica?
–Es el jefe de la unidad de hematología del Policlínico.
Hematología –pienso para mis adentros–, sangre. Entonces mi intuición había sido acertada. Estoy mal por culpa de
la sangre.
–¿Por qué le habéis llamado?
–Porque aquí han visto los resultados de tus análisis y hemos pedido una consulta con Lambertenghi.
No replico. Espero con ansia que me digan lo que tengo.
Pero mi padre, como si intuyera lo que me pasa por la cabeza,
o como si él mismo quisiera expulsar un pensamiento molesto, hace un gesto vago en el aire. Y minimiza las cosas.
–Todavía tienen las ideas un poco confusas. El hecho es
que Lambertenghi te ha encontrado un sitio en su unidad, en
el hospital.
–¿En el hospital?
–Sí, dice que es mejor internarte para hacer otras pruebas.
–¿Queréis decirme qué es lo que tengo?
No he estallado, no he levantado la voz, pero he hablado
con tono imperioso. Todo este misterio no hace más que aumentar mi preocupación.
–¡Mamá, papá! ¡No soy un niño! ¡No podéis ocultarme
nada!
Mi madre me hace una caricia en la mejilla.
–Tu padre ha dicho la verdad, Alex. Los médicos todavía
no tienen las ideas claras. Y ahora piensa en descansar. Nadie
NO TE RINDAS NUNCA
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te ocultará nunca nada, te lo prometo. Tú eres el más valiente
de todos nosotros…
¿Por qué habla mi madre de valentía? ¿Qué está en juego?
Cierro los ojos y rechazo el miedo. Dejo que la cálida
y solícita presencia de mis familiares llene mi espíritu y mi
cuerpo. Si hay un camino que me lleve a la curación, pasará
por el amor de mis seres queridos.
Esto lo sé ya hoy. Y por eso me dejo llevar.
Estoy con mi familia y nada puede herirme.
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La noche, sin embargo, es diferente.
Esta noche ha sido la peor de mi vida, mucho peor que
tantas otras, mucho más dolorosas, que la seguirán.
Porque esta noche estoy solo, en la oscuridad de mi habitación, en el silencio de la lujosa clínica privada, en la ignorancia total de lo que me está pasando.
Es esta ignorancia, más que la enfermedad, lo que me atenaza el corazón.
Es lo desconocido lo que me da más miedo.
Y así, en el delirio de la fiebre, en un duermevela sin paz,
pido que pase esta terrible incertidumbre.
No la soportaré ni un minuto más.
Y la incertidumbre pasa, por fin, a la mañana siguiente.
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Me llevan al Policlínico en una ambulancia, me piden que
me tienda en una camilla, me ponen anestesia local.
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EL SECRETO ES LA VIDA
Después –lo sé porque me lo cuentan mientras se mueven
a mi alrededor– con una aguja hueca aspiran de los huesos de
mi pelvis una pequeña cantidad de sangre medular. Solo noto
un leve y molesto pinchazo, y cuando han terminado observo
la aguja encapsulada por los enfermeros como la reliquia de
un santo. La veo alejarse y pasar una puerta.
–La llevan al laboratorio para examinarla, me dicen, y entre tanto pongo en aquel pedacito de mí toda mi esperanza.
Que sea lo que sea lo que me haya afectado, ruego fervorosamente, pueda yo salvarme y volver a mi vida de siempre. Son
ya bastantes días los que llevo vagando de un pasillo del hospital
a otro y mi existencia ya ha sido revolucionada. Todavía no he
racionalizado todo lo que me está pasando, pero hay una cosa que
he comprendido muy bien: para mí ya es más que suficiente.
Y no quiero saber más del tema.
Pero las cosas no funcionan así. No siempre las controlamos como nos gustaría, y esa mañana me doy cuenta de ello
sin posibilidad de error.
Un par de horas después del examen, entra en mi habitación un médico con uniforme verde y bata blanca, con un par
de vistosos zuecos de color violeta en los pies.
Mis familiares acaban de salir y él me estrecha la mano.
–Me llamo Nicola Fracchiolla y de ahora en adelante me
voy a ocupar de ti.
Su tono de voz es cálido y la frase que pronuncia es muy
hermosa, llena de promesas. Se sienta, no parece tener prisa.
Afortunadamente, pienso, no es expeditivo como otros muchos médicos. No parece tener que ir corriendo de una parte a
otra sin detenerse nunca.
Instintivamente, siento que puedo confiar en él.
–Tengo dos noticias para ti, una buena y otra mala.
Sonrío, estoy contento de que, por fin, alguien me hable
claro.
–Oigamos primero la mala.
El médico vacila, pero no se detiene.
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–La mala es que tienes leucemia… Lo siento…
Y se ve que lo siente de verdad.
Apuro el amargo trago, me siento sacudido, y trato de reaccionar bromeando.
–Así las cosas, espero que la noticia buena sea magnífica…
–La noticia buena es que este tipo de leucemia es curable
y no requiere trasplante de médula ósea.
Me siento satisfecho de que diga algo así, aunque yo no
sepa nada de la leucemia y no comprenda lo que significa. En
cualquier caso, es un punto sólido del que partir.
–¿Qué debo hacer para curarme?
Él sonríe.
–Debes tener confianza en nosotros. ¿Comprendes?
Asiento y le estrecho la mano.
Fracchiolla me mira un largo momento y sale después,
dejándome solo con mis pensamientos.
Necesito mi ordenador. Esto es lo que me pasa enseguida
por la mente.
Necesito mi notebook para entrar en internet y leer, informarme, comprender.
La noche pasada ha sido la peor de mi vida, a causa de la
incertidumbre que me atenazaba. Ahora que sé de qué hablamos, ha desaparecido la incertidumbre y puedo combatir.
Para ello debo informarme: quiero conocer a mi adversaria.
No sé todavía nada de ella, no sé lo que me costará esta
batalla, no sé cuánto deberé luchar.
Pero si soy capaz de hablar de tú a tú a la leucemia, por lo
menos será una lucha con armas iguales.
Y yo no me rindo, no me rindo nunca.
No lo he hecho nunca y ciertamente no voy a empezar
ahora.
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