HOJAS CULTURALES - fundación obra cultural

LA HISTORIA VELA Y DESVELA
En el momento de la prueba, el flujo de los acontecimientos oculta con frecuencia el designio de Dios que utilizará el mal. Después los días y los meses
y los años pasan. Y he aquí que, por el juego de los acontecimientos, Dios
levanta lentamente el velo que cubría su inten-ción. Y ésta aparece. Y se descubre entonces con estupor que si el mal había sido grande el bien extraído de
allí por la mano omnipo-tente de Dios es más grande todavía.
9 de noviembre de 2014
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HOJAS
CULTURALES
MARIA, AUXILIO DE LOS CRISTIANOS
El hombre ignora; Dios sabe. Pero si Dios lo quiere, el hombre puede saber, puede participar en esta ciencia de Dios: por la fe puede saber que Dios
hace cooperar y concurrir todas las cosas al bien de sus amigos. Todas las
cosas; la afirmación es categórica y no admite excepción. Esta máxima no
emana de la especulación de un filósofo o de los sueños de un poeta sino que
tiene al mismo Dios por autor y fiador de ella. La fe en este «Dios oculto, pero
misteriosamente presente y actuante a través de todos los acontecimientos del
mundo» con vistas a la edificación de la Iglesia es un antídoto con-tra el desaliento y la desesperanza.
Esta advocación ha recorrido el mundo de mano de san Juan Bosco. Sin
embargo existió mucho antes que él. A principios del siglo XVI ya se venera-
CONSUELO DE SUSPENDIDOS
liberación a "María, auxilio de los cristianos" y, en gesto de agradecimiento,
ordena que ese día se celebre la fiesta de "María Auxiliadora".
Jamás se rendía. Sus compañeras de escuela la llamaban “consuelo de los
suspendidos". Nunca se negó a recibir en su aula a alumnos problemáticos.
Impulsada por sus convicciones cristianas, amaba a todos por igual. “Si Dios
me acepta a mí sin restricciones, argumentaba, ¿por qué yo voy a rechazar a
nadie?”. Al contrario, recibía a todos con agrado. “Ya encontraremos solución”, se decía. Ordinariamente, lo remediaba encomendando pequeñas responsabilidades. Paciencia y cariño daban su fruto.
Cierto día recibió carta de uno de aquello alumnos. El joven la rogaba que
acudiera a su acto de graduación. “Espero,
"mamá", que me recuerdes, le escribía. Soy
aquel que iban a retirar de la escuela y tú le
brindaste una nueva oportunidad. Te llamo
"mamá" para que me identifiques. Al concluir
la carrera, la clase ha decidido que sea yo
quien pronuncie unas palabras de despedida.
Y me gustaría que estuvieras presente.”
«Tengo dos invitadas especiales, aclaró
en su discurso: La mamá que me dio la vida y
una maestra a la que también llamo "mamá"
porque creyendo en mí más que yo mismo me
aceptó en su clase. En realidad es "mi mama"
ya que me ha dado a luz como persona. Gracias a ella estoy aquí. Y, por eso, está ella
aquí.”»
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ban en Baviera imágenes conocidas como "Auxilio de los Cristianos". Con
motivo de la batalla de Lepanto -1571- el Papa Pío V declara que la victoria
contra los enemigos de la cristiandad ha sido una intervención de María. Pedía, pues, a la Iglesia que la invocara como "Auxilio de los Cristianos". Incluso
ordenó que se men-cionara en las letanías. Así que, como efecto de Lepanto,
había surgido un nuevo grito. En 1620 se levanta la primera iglesia con el título de "María, auxilio de los cristianos". Estando en cautiverio Pío VII, fue
puesto en libertad el día 24 de mayo de 1814. El cautivo Pontífice atribuyó su
LO QUE ES Y LO QUE NO ES LA CONCIENCIA
Según el Catecismo de la Iglesia Católica la conciencia moral es:
•un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad mo-
ral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho;
•una voz que resuena cuando es necesario en los oídos del corazón.
•el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que esta solo con Dios,
cuya voz resuena en lo más íntimo de ella.
Esto significa que, mediante el dictamen de su conciencia, el hombre per-
cibe v reconoce las prescripciones de la ley divina`.
La conciencia es algo así como un juez de primera instancia (la última será Dios mismo), cuya misión es conocer la norma y aplicarla al caso concreto:
no cambiar las leyes, ni sentenciar basándose en impresiones o en sentimientos, sino en normas objetivas.
Por supuesto, como cualquier otro juez, la conciencia de vez en cuando
dicta sentencias erróneas, que, a pesar de todo, deben ejecutarse, con tal de
que el error no sea culpable. Nadie debe ser obligado a actuar contra ella.
Nuestra conciencia es libre y autónoma..., frente a los demás, Pero esa
libertad no nos exime de responsabilidad ante Dios. Una conciencia sin ciencia, deforme o enferma, puede llevar a cometer, incluso de buena fe, las mayores atrocidades. Tenemos el deber grave de formar al juez que llevamos
dentro, evitando que juzgue con excesivo rigor o con blandura intolerante.
Dios nos pedirá cuenta de esa tarea
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EL SÍNDROME DEL JOROBADO
(viene de página 2)
Renato Gibbone, cantante, bailarín y payaso, era el bufón mayor de Siena, y con un
solo gesto podía conmover hasta las lágrimas o hacer reír a carcajadas a toda la
ciudad. Nadie fue jamás tan admirado ni
tan querido. Renato -que lo poseía todotenía también una hermosísima joroba.
-¡Pero con cuánta gracia la lleva...! comentaban las admiradoras.
En efecto: Renato había hecho de su deformidad su principal arma. Nadie contaba
con más gracia chistes de jorobados. Sabía centenares y siempre inventaba alguno nuevo.
Cualquiera podría pensar, al conocerlo, que se trataba de un gran
hombre sin complejos, capaz de reírse incluso de sí mismo, pero la realidad era bien distinta: Gibbone odiaba su joroba y todas las jorobas del
mundo. Su fobia era tan obsesiva que ni siquiera soportaba verse en un
espejo. Por esta razón, en Siena no debía haber más cheposos que él.
Para conseguirlo decidió ridiculizar a tres vecinos que padecían su
misma deformidad: a Paolo, el zapatero; a Antonio, el mendigo, y a Renzo, el Conde.
Inventó chistes tan crueles que muy pronto los demás jorobados tuvieron que ocultarse en sus casas para no ser objeto de las burlas de la ciudad entera. Paolo cerró la zapatería; el Conde se recluyó en su palacio y
Antonio, el mendigo, se consumía en su pequeña cabaña sin atreverse
siquiera a pedir limosna.
Al fin Renato era feliz: amado por las mujeres, admirado por los hombres y rico por gracia de su señor; ya no tenía jorobados que le recordasen su aspecto monstruoso...
Una noche se celebraba la fiesta mayor de Siena. Sobre un escenario,
instalado en el centro, el Gibbone arrancaba aplausos y risas. Hasta que,
de pronto, a lo lejos, apareció la figura grotesca y renqueante de un jorobado desconocido.
Tras la sorpresa se hizo silencio. Las gentes abrieron un pasillo. Por
un instante en los ojos del bufón se encendió un chispazo de ira que casi
nadie notó. Inmediatamente estalló en una carcajada tan franca, atractiva
y contagiosa que toda la plaza terminó por desternillarse de risa. Gibbone
señaló con el dedo al intruso y se dispuso a ponerlo en su sitio, provocando, como siempre que se lo proponía, la hilaridad del público. (pasa a página 3)
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Soltó chistes como disparos...; pero esta vez el jorobado no se inmutaba. Es más, siguió avanzando y llegó hasta el centro mismo de la plaza.
Era increíble: aquel pobre idiota no se enteraba. ¿Sería sordo además de
contrahecho? Subió al escenario. Las ri-as fueron dejando paso a la incredulidad. Renato lanzó sobre el intruso su repertorio más hiriente. Fue inútil.
El misterioso jorobado aguardaba a que escampase la tormenta. Algunos
pudieron ver que en su rostro había una sonrisa melancólica.
Al Gibbone se le fueron acabando los chistes. Ya casi nadie reía. Al fin
se hizo un silencio terrible, y el recién llegado miró con tristeza a su rival.
Se quitó su joroba, que resultó ser de trapo, y la dejó a los pies del bufón
que, al mirarla, pareció más grotesco y deforme que nunca. Entonces, el
falso giboso se enderezó: era un joven, alto, fuerte y apuesto. A continuación lanzó una carcajada terrible que llenó la plaza de ecos siniestros, se
inclinó para recibir los aplausos del público, dio media vuelta y se alejó.
Y cuentan que Renato, pálido de ira y de vergüenza, tuvo que esconderse abochornado en su casa, y nunca más volvió a salir a la luz pública.
Tras el cuento, la moraleja:
Los defectos ajenos pueden provocar en nosotros los más variados
sentimientos: lástima, tristeza, repugnancia..., incluso simpatía. Todo depende de qué defecto se trate y de quién lo posea. Pero, si nuestra reacción es de ira, de furia un tanto desproporcionada, seguramente padecemos el famoso síndrome del jo-obado. Se trata de una dolencia que todos,
niños o adultos pueden sufrir con la misma virulencia.
El síndrome del jorobado consiste en el odio a los propios defectos,
cuando se ven reflejados en los demás. Y no nos referimos solo a las taras
físicas. Nos referimos a la alergia a los propios defectos espirituales o morales, cuando aparecen con toda su crudeza en las personas que nos rodean, especialmente, en los parientes más cercanos, que, generalmente,
son quienes los reproducen con mayor fidelidad.
El tratamiento es sencillo. Un sincero examen de conciencia te hará
descubrir que lo que te irrita no es tanto la joroba ajena como la tuya, tan
vulgar, por otra parte. Luego, ya sabes: a ser sincero contigo mismo y con
Dios. Con un poco de constancia lograrás aguantar dignamente tu propia
giba sin necesidad de fastidiar a los demás.
(de un texto de Enrique Monesterio)
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