Recuerdo del Profesor Benjamín Viel Vicuña

Recuerdo del Profesor Benjamín Viel Vicuña
Dr. Ramiro Molina C.
Profesor, Maestro y amigo te veo caminando enhiesto con la desafiante figura del académico
que fue de humildad en el ámbito de las amigables discusiones.
Asistí al proceso de tu despedida con profunda emoción y sé ahora cuanto afecto te tenía. Pero
no te has ido. Has dejado un gran semillero de discípulos que tal vez ya no alcanzaremos el
desarrollo que supiste darle a la Salud Pública Chilena e Internacional.
Has sido el último Médico dedicado a la Salud Pública de la vieja guardia. Contigo se va la
época de Gloria de la Salud Pública Chilena y Latinoamericana.
Era 1963 y como alumno de medicina preventiva de VI año de medicina te conocí como
docente. Tus clases llenaban el auditorio sólo para escuchar el desarrollo magistral de las
exposiciones, los pensamientos, desafíos y agresividad para enfocar los temas más sensibles.
Recuerdo una especial anécdota de estudiante que retrata la elegancia del maestro. El profesor
Carlos Montoya colaborador en la Docencia y con motivo de una clase sobre epidemiología de
la Tuberculosis, escribió casi toda la pizarra con proporciones, tasas e indicadores de la
enfermedad en Chile. Ese día, tres de nosotros, habíamos llegado más temprano y
aprovechando la ausencia del Profesor Montoya cambiamos toda la información, con una cierta
lógica.
Al comenzar la clase el Profesor Viel miró la pizarra muy de "reojo" y cual sería nuestra,
sorpresa que en el desarrollo de la exposición, usando la información, fue sacando conclusiones
cualitativamente correctas y los principales contenidos de enseñanza para los alumnos de
Pregrado. Nos dio una lección de docencia y de lo que es un profesor. Al terminar la clase
sólo agregó que las estadísticas sirven para todo y para nada y lo importante es el manejo de los
contenidos, la lógica en el pensamiento y la clínica. La clase terminó con un cerrado aplauso
que recibió con esa elegante desaprensión. Salió del auditorio del Hospital San Juan de Dios
con su eterno cigarrillo entre los dedos.
Pasado el tiempo me tocó conocer en mayor profundidad a Benjamín el hombre, que dialogaba
con ese fácil lenguaje, tanto con connotadas personalidades, con el alumno de ler año, con el
empleado de servicio o la pobladora de una comunidad.
En los últimos meses tuve la suerte de llevarle aquel número recién salido de esta Revista para
recibir su crítica. La leía toda y luego llamaba para hacer comentarios, sugerir nuevos temas y
expresar los desacuerdos. Mente siempre ágil, lector impenitente.
Posterior al inicio de su viaje sin retorno visité a Minina, su esposa, que lo asistió hasta el final.
Con su generosidad proverbial el profesor me dejó algunos archivos y libros de lo cual elegí un
libro pequeño: "Los médicos de Antaño en el Reino de Chile", escrito por Benjamín Vicuña
Mackenna, en Viña del Mar en 1877 y algunos recortes de diario que coleccionaba Minina.
Entre estos pequeños tesoros descubrí un discurso de recepción a los alumnos del ler año de
Medicina de 1954. Deseo terminar estos recuerdos, con las palabras de mi querido profesor
que es el mejor homenaje que podría rendirle.
Discurso de Recepción
A los alumnos del Primer Año de Medicina
Prof. Dr. Benjamín Viel Vicuña
Director de la Escuela de Medicina
1954
Señores:
Cuando Federico Barba Roja tomó por asalto la ciudad de Bologna; imponiendo la ley del
vencedor, otorgó a un grupo de extranjeros que allí vivían consagrados al estudio, un número
de privilegios que pasaron a distinguirlos del resto de los ciudadanos, permitiéndoles, en
adelante, sobrevivir libres de las persecuciones que el prejuicio nacionalista les había impuesto
en el pasado. Nació así la Universidad. Entre los escombros de una ciudad vencida, un grupo
de estudiosos materializó un concepto que flotaba en el ambiente desde largos años antes y que
una vez organizado ha llegado a constituirse en el cerebro del mundo.
La Universidad bebió así en su cuna la internacionalidad, la cual, con excepción de pequeños y
esporádicos períodos de oscurantismo, ha seguido rigiendo sus destinos.
Fue esta
internacionalidad la que permitió a Erasmo enseñar en Oxford, la que trajo a Chile a Don
Andrés Bello y la que todavía nos permite ofrecer a profesores y alumnos nacidos bajo otros
cielos, un hogar que es de ellos tanto como de vosotros.
En los ocho siglos de vida docente organizada, toda Universidad que ha sobrevivido y
merecido el nombre de tal, ha logrado obtener la autonomía necesaria para desarrollar dentro de
la libertad su alta misión. Gracias a ello las Universidades del mundo han sobrevivido
incólumes en medio de guerras, de luchas y de los golpes de fuerza bruta que el fanatismo y
otras pasiones obscuras de la naturaleza humana, han desencadenado periódicamente sobre la
vida del hombre.
Por haberlos bebido en la cuna, la Universidad ha sido celosa guardadora de los tres conceptos
que la definen: Afán de progreso, Internacionalidad y Libertad. La Universidad de Chile ha
guardado y seguirá guardando esta honrosa tradición y vosotros seréis mañana los encargados
de mantenerla. Debéis seguirla y amarla desde ahora y así la respetarais siempre.
De las muchas puertas que pudisteis golpear en la casa Universitaria habéis elegido la de
Medicina. Ella se os ha abierto y por esto, no debéis dar las gracias, habéis entrado en razón de
vuestros méritos, habéis conquistado vuestro privilegio y tenéis ahora la obligación absoluta de
responder a vuestro compromiso. Os vamos a dar todo cuanto hemos logrado saber hasta
ahora, vuestra obligación no termina con aprenderlo. Tenéis que avanzar, saber más y llegar a
ser mejores que vuestros maestros. El conocimiento es un hecho vivo y por ende no puede ser
estable, está sujeto a continua evolución y vuestro deber es procurar que esa evolución
signifique progreso.
Los jóvenes que dentro de sí llevan la llama de la ambición, pueden muchas veces haber
pensado que han nacido tarde, que ya terminó la época de las grandes aventuras en las que
barcos pequeños tripulados por hombres de carácter férreo, surcaban los mares con ambiciones
de imperio. Hoy día el mapa del mundo está ya construido; no quedan islas misteriosas ni
tesoros ocultos. El Dorado, el maravilloso país que fuera otrora el motor de la conquista de
América, duerme ya como una bella tradición junto a la fuente de la Eterna Juventud, como
expresión imperecedera del hombre luchando por alcanzar el imposible. La gran aventura
física ha terminado y las ambiciones de ayer son sólo sueños románticos; pero sobre las cenizas
de esa vida aventurera, limitada hoy por la seguridad colectiva internacional y las cartas
geográficas de navegación, se yergue hacia el futuro el comienzo de la gran aventura
intelectual, El hombre que ha Regado a conocer la estructura de la materia en forma tan íntima
que es capaz de dividir el átomo, desconoce todavía el funcionamiento de su propio cerebro.
¡Cuántas luchas estériles persisten y cuánta sangre se sigue derramando por este simple hecho,
por esta grave discrepancia entre la posesión de un poder omnímodo y el desconocimiento de
las fuerzas que rigen las acciones del dueño de tal poder!.
Los que como vosotros tendréis el honroso privilegio de asomaros al balcón de las ciencias
biológicas, podréis pronto ver que en el bosque de vuestros conocimientos las interrogantes
superan por mucho a las afirmaciones y sentiréis, como sintieran otrora gloriosos navegantes, la
ambición suprema de consagrar la vida a despejarlas, sin esperar otra recompensa que poder
deciros a vosotros mismos: Yo sé. La medicina que vais a aprender es hoy día más ciencia que
arte; exigirá de vosotros el total de vuestro tiempo y os obligará muchas veces a restregar
vuestros ojos cansados de números, fórmulas químicas y lentes de microscopio que os muestren
la fascinante lucha de una vida invisible desarrollada más allá de lo que la retina es capaz de
percibir. Junto al enfermo no tendréis horario y al lado de su cama sentiréis a veces el supremo
placer de la victoria o la impotente decepción de la derrota que os inflingen poderes superiores.
Como dijera Rafael Alberti, "trabajaréis de sol a sol en la dura tarea de derrotar a la muerte
para ganar la vida". No esperéis en ello recompensa brillante ni gloria fácil; cuando juntéis
vuestros recuerdos, la mejor recompensa la tendréis en las miradas que os afirmarán que habéis
servido y que si no siempre fuisteis capaz de sanar a vuestro enfermo, al menos siempre
infundísteis fe y dísteis consuelo. Se os pide que lo otorguéis todo y se os ofrece en
recompensa solamente la oportunidad de servir.
Los sentimientos que os han llevado a golpear nuestra puerta son prueba evidente que tenéis
clara conciencia del papel que elegisteis para vuestra vida. Vais a ser parte de un cuerpo que
constituye uno de los pilares fundamentales de la sociedad humana y vais a tener sobre vuestros
hombros la inmensa responsabilidad de cuidar el capital humano de hoy y de ayudar a formar
el capital humano de mañana.
Cuando hayáis muerto, los niños que cuidasteis e hicisteis vivir estarán todavía vivos; ellos os
recordarán y gracias a ellos tendréis el divino privilegio de ser menos mortales que los demás
mortales.
Vuestro ingreso a la Escuela marca el momento en que entráis a pertenecer a la medicina
chilena; ello implica una responsabilidad más para vosotros. Pasáis a ser los herederos de una
tradición de esfuerzo, de probidad, de desinterés y por sobre todo de dignidad. Nuestros
maestros de ayer, aquéllos que construyeron nuestra medicina y que en las frías salas del
costado del viejo hospital San Juan de Dios, en la calle San Francisco, hicieron nacer una
Escuela, hoy centenaria, os obligan a seguir el camino que ellos marcaron, a obtener mejores y
mejores realizaciones usando la misma rectitud, el mismo desinterés y el mismo amor que ellos
pusieron en sus vidas.
La semilla de los maestros de antaño no se ha agotado; la heredáis intacta. Mantenedla intacta.
Cuando 5 años atrás las llamas consumieron nuestro hogar físico y destruyeron hasta sus
cimientos la Escuela que el presidente Balmaceda hiciera edificar para los estudiantes de la
América latina, hubo maestros que vieron consumirse en esa noche trágica la labor de años y
años. Museos, preparaciones histológicas, escritos, publicaciones, todo se perdió allí. La
Facultad de Medicina, de pie sobre las cenizas de su casa destruida no interrumpió un solo día
su labor docente y mantuvo el prestigioso ritmo de sus investigaciones que le han dado sello y
prestancia en las naciones de América. Profesores con derecho a merecido descanso sintieron
renacer en ellos energías de niño y hoy después de sólo 5 años miran sus colecciones casi
completas con la satisfacción de haber vivido 2 veces. Es este el acervo cultural y humano que
heredáis; debéis medirlo en todo su valor y sentirlo hondamente dentro de vosotros y aquilatar
así la responsabilidad que habéis adquirido.
Perdonad que a vosotros, juventud, que por definición sois audaces y rebeldes, os hable de
tradición; pero estamos convencidos que la fórmula esencial de la creación está en la
continuidad. De la nada sólo surge la nada. El más bello edificio de arquitectura funcional,
produciría desagrado si se exhibiera junto a una catedral gótica; pero en nada sufriría la belleza
de ambas construcciones si estuvieran separadas por un espacio edificado en tal forma que nos
permitiera apreciar el desarrollo gradual, la evolución racional del fenómeno y las raíces que ha
tenido en el espíritu humano. Al entrar en nuestra escuela no olvidéis que vuestra actitud debe
ser la de hombres que, llenos de idealista ambición, tienen los pies firmes en el ayer y la mirada
fija en el mañana.
Al terminar quisiera que recibierais en forma indirecta, el consejo que yo escuchara cuando
tenía vuestra edad. Se retiraba entonces el maestro Augusto Orrego Luco, el que fuera brillante
discípulo del profesor Elguero. El gris de sus pupilas no denunciaba ya el fuego que todavía
ardía en él y de su voz suave, que Regaba a nosotros trayéndonos la elegancia de pensamiento
de los grandes enciclopedistas franceses, escuchamos la frase inolvidable: "Jóvenes, no olvidéis
nunca que las canciones nuevas nacen en los nidos viejos y que las hojas nuevas crecen en los
troncos viejos". Con esa elegancia literaria de tinte romántico que le fuera tan peculiar, el
profesor Orrego encerraba toda la doctrina de la continuidad creadora del espíritu humano.
Estudiante de medicina, golpeasteis nuestra puerta pidiendo que os diéramos la oportunidad de
servir. La tenéis ahora. Trabajad con tesón y en ese mañana remoto en que se apaguen
vuestras vidas, pobres o ricos, pletóricos de éxito o sumidos en el anónimo, podréis cerrar los
ojos diciéndoos a vosotros mismos: he cumplido; he sido útil.