Un giro a la libertad - SB-Ebooks

Cecilia Quesnel
Un giro a la
libertad
© Cecilia Quesnel, 2013
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ISBN: XXXXXXXXXXXXX
Diseño de cubierta:
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comunicación pública y transformación de esta obra
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intelectual.
A Cecilia Merino Quesnel, mi ángel de la guarda, mi hija, mi mejor
amiga y, sobre todo, mi maestra. Gracias, Cecy. He comprendido y
aprendido las lecciones más sabias de la vida a través de ti y contigo.
Con amor, por amor y en el amor de Dios para ti y como un tributo a
tus hasta hoy treinta y tres hermosos años de vida.
Cecilia Quesnel.
ÍNDICE
Capítulo I. Los secretos de la lechuza….….........…………………..5
Capítulo II. Perdimos la lechuza…………………………………..17
Capítulo III. Parapléjica……………………………………………32
Capítulo IV. Carlos………………………………………………...40
Capítulo V. Por fin con Elena………………………………..……46
Capítulo VI. Toqué fondo………………………………………….55
Capítulo VII.¡Necesito ayuda!..........................................................79
Capítulo VIII. El proceso…………………………………………..93
Capítulo IX. Rosas rojas para una guerrera………………...…....100
Capítulo X. Iniciación a los milagros………………………….…107
Capítulo XI. Ante la soberbia de Paniagua………...……………..119
Capítulo XII. Sólo me queda la libertad de………………………148
Capítulo XIII. Un nuevo vector en mi vida……………………....155
Capítulo XIV. Quince días después………………………………160
Capítulo XV. Un giro a la libertad………………………………..168
Capítulo XVI. Un gran dolor para mi padre…………………...…175
Capítulo XVII. Sólo para escépticos……………………..……….181
Capítulo XVIII. La fuerza del león…………………………...…..194
Capítulo XIX. Peor que un pingüino……………………………..201
Capítulo XX. Seis meses y veintinueve días………………..……204
Capítulo XXI. Los pensamientos son fuente de luz……………...209
CAPÍTULO I
LOS SECRETOS DE LA LECHUZA
Nos pusimos de pie. Con un apretón de manos, dimos por concluido el negocio
que nos trajo allí y nos despedimos.
Mis clientes salieron satisfechos. Habían hecho una adquisición importante.
Lograron calidad a un precio inmejorable y la ubicación perfecta para sus oficinas
corporativas. Guardé mis documentos y el pago de la comisión acordada.
Me encantaba mi trabajo: el trato con la gente, la búsqueda de las propiedades
adecuadas a las necesidades de mis clientes y, sobre todo, dar un servicio de calidad.
La compraventa de bienes inmuebles era un área apasionante. Descubrías
verdaderos tesoros en una ciudad tan grande y que tiene tanto potencial como Ciudad de
México.
Salí de la notaría, que ocupaba una casona del siglo XIX de estilo art nouveau,
en pleno Paseo de la Reforma, rodeada de árboles añosos. Había un encantador olor a
magnolias, que eran los árboles que predominaban en esta propiedad.
La secretaria del notario, al saber que me gustaban, tuvo la deferencia de
regalarme una flor de magnolia en mis visitas. Yo se lo agradecí mucho, porque sabía
que, durante las siguientes veinticuatro horas, llenarían con su perfume el área de mi
oficina. Y en mi subconsciente estaría grabado un éxito más en mi trabajo.
En mi interior, deseaba recibir muchas flores más. ¡Claro! ¡Estas visitas
significaban que iba muy bien en mi negocio!
Conduje por el majestuoso Paseo de la Reforma, una de las avenidas más
importantes y hermosas de Ciudad de México, donde se albergan las fuentes y las
esculturas más representativas de la capital. Hice un alto en el banco, deposité mi
cheque y volví a casa.
Al abrir el portero eléctrico, descubrí al fondo de las cocheras la silueta de mi
esposo, que se encaminaba a sus oficinas. Teníamos en nuestra casa un área dedicada
exclusivamente a zona de trabajo. La planta baja la usaba Carlos, mi esposo; la dividió
en enormes dependencias llenas de luz y la equipó con todo lo imaginable para realizar
con éxito sus proyectos de arquitectura e ingeniería. Obsesionado con la calidad, tenía el
buen tino de hacer siempre excelentes contrataciones. ¡Era un verdadero cazacerebros!
A cuál más de exitoso en su área.
Carlos Graff, arquitecto de profesión y empresario por mérito propio, tuvo la
visión de compaginar su profesión con los negocios.
Desde que terminó la carrera, decidió enfocarse al desarrollo habitacional de alto
standing. Tuvo la suerte de ser reconocido por su impecable trabajo y por los proyectos
ambiciosos que había sacado adelante, cuando otros no apostaron por ello.
En la planta alta de la misma construcción, con un acceso independiente, se
encontraban mis oficinas. Yo manejaba la compra—venta de propiedades y el desarrollo
de marketing de los proyectos de mi esposo.
Teníamos acceso limitado desde la calle para recibir a nuestra selecta clientela,
quienes, según su importancia, eran conducidos a los diferentes privados. Jamás se daba
acceso a nadie que no viniese ampliamente recomendado. Y siempre previa cita.
Nuestros trabajos se complementaban tanto que pasábamos mas horas del día
trabajando juntos que como pareja o familia; sin embargo, tenía que reconocer que
llevábamos una vida feliz.
Asistimos a la misma universidad. Durante años fuimos amigos. Un día, sin más,
decidimos que seríamos buenos socios en la vida y nos casamos.
La boda a nadie cogió por sorpresa; era la consecuencia lógica de años de
amistad entre las dos familias. Jamás tuvimos una discusión. Jamás estuvimos en
desacuerdo en algo. Nos conocimos demasiado bien como para conflictuarnos por
cuestiones sobreentendidas. Lo que necesitaba de acuerdos nuevos se dialogaba y se
hacía.
Compartíamos el amor por nuestra hija Elena, los caballos, la buena mesa y,
sobre todas las cosas, el arte en todas sus manifestaciones.
Carlos era un hombre reservado, atento y cordial en el trato, con una presencia
varonil, seguro de sí mismo. Sabía que hablaba poco, pero que cautivaba y empatizaba
fácilmente con su interlocutor. Adoraba su trabajo. Era algo que yo tenía perfectamente
asumido en nuestra relación. Él vivía primero para su trabajo, después para él mismo y
luego, poco a poco, nos iba regalando a los demás nuestro lugar en su vida.
Mil veces me pregunté si el mundo de la arquitectura se había apoderado de él al
extremo de no dejar ni un poquito para los demás.
Entré en mi oficina y entregué a mi secretaria los documentos para que los
archivase. Me dio una lista de llamadas pendientes y actualizamos nuestras agendas, de
acuerdo con las necesidades de nuestros clientes y con los promotores inmobiliarios que
trabajaban para nosotros.
Puse agua en un florero de cristal y coloqué con cuidado mi magnolia,
acompañada de hojas de hiedra, para que el verde del follaje hiciera resaltar su belleza.
—Licenciada, ¿salió todo bien?
—Sí, Cristina. Ya sabes que cuando llego con mi trofeo es porque nuestro
trabajo ha sido un éxito más.
Sonrió satisfecha.
—La felicito. A este cliente se lo ganó a pulso.
—¿Recuerdas cómo sufrimos para encontrarles exactamente lo que necesitaban?
Sobre todo porque al principio no tenían bien definidas sus prioridades y tuvimos que
empezar desde cero. Pero bien valió el tiempo y el trabajo invertido. Quedaron felices
con la adquisición y la ubicación es inmejorable.
—¡Y usted les logró un precio increíble! Yo jamás hubiera creído que los dueños
se bajarían tanto.
—Mira, Cristina. Lo logramos porque sabíamos que el precio de salida que
pedían estaba fuera de mercado. No solicitaban un precio real, definido por un avalúo o
por la oferta y la demanda actual; sino que, al haber tantos herederos del abuelo, cada
uno expuso, según sus necesidades y su apreciación muy personal, lo que podría valer
su propiedad.
—Por eso se dedicó usted a hablar con todos, para hacerles ver su error.
—Lo que hice fue hacerles ver la realidad del mercado inmobiliario, la
fluctuación de los precios y el porqué de esta oferta y demanda. También puse cifras
reales sobre la mesa y los intereses que reportaban. Les expliqué que, al tener la
propiedad vacía, sin rentarla estaban perdiendo diariamente grandes cantidades de
dinero.
—¡Con razón aceptaron!
—Así es. Los más listos van a reinvertir sus ganancias en otras propiedades; me
han solicitado casas en clubes de golf. Así que, en cuanto volvamos de vacaciones, les
tendremos un listado para que elijan e inviertan inmediatamente su dinero.
—¿Y los más tontos?
—Ellos se van a jugar a Las Vegas…
—¡Dios mío! ¡Qué horror!
—Sí, Cristina. Pero una cosa debemos tener siempre clara: en la vida hay que
tomar decisiones todo el tiempo. Y de ellas depende nuestra calidad de vida, nuestra
felicidad.
—Tiene razón. Yo aprendo mucho de usted.
Se puso de pie y salió con cara de satisfacción.
Me gustaba tener con ella este tipo de diálogos, porque en realidad la estaba
capacitando para que el día de mañana fuese mi brazo derecho. Entonces tendríamos
que contratar a otra secretaria para que la supliese. Una persona que, como Cristina, me
demostrase ser honrada y trabajadora podría ser promocionada a un puesto más
importante. Y eso era justamente lo que le propondría al volver de vacaciones.
Era mediodía de un viernes. En México iniciábamos un puente de Semana Santa
que duraría dos semanas. Cada vez que cerraba una venta le daba a mi secretaria una
cantidad en efectivo, que ella recibía con alegría.
Tenía un buen sueldo. Jamás pactamos que yo le daría estos extras cuando la
contraté. Pero yo era mujer, trabajadora, ama de casa, madre y muchos etcéteras, que
bien justificaban ser también justa en mis acciones. Si yo ganaba, quien trabajaba
conmigo lo justo era que ganase. Sólo por conciencia le daba el bono extra a su trabajo.
Además, Cristina desarrollaba su trabajo con más gusto y dedicación, y eso para mí era
muy importante. La gente, cuando se siente bien atendida, reacciona de una manera
cordial y hace mucho más fácil el trato en los negocios.
Cristina tomó el sobre con el dinero y partió con una gran sonrisa. Yo me quedé
sirviéndome un vaso de zumo de naranja frío. Me acerqué a los ventanales de mi
privado. Desde allí podía disfrutar a lo lejos de una cadena montañosa que, como
verdadero pulmón ecológico, regalaba su oxígeno a esta enorme ciudad. Bajé la mirada
y la posé sobre las plantas del jardín que circundaba la casa. Seguía pensando que un
par de esculturas lo harían más hermoso si cabía. Vivíamos en una zona privilegiada, en
un hogar en armonía.
Sonreí con gratitud a la vida y terminé mi zumo de naranja. Sonó el
intercomunicador y mi corazón se llenó de alegría al oír la vocecita de Elena pidiendo
autorización para entrar.
—¡Hola mamita!
—¡Princesa! No te escuché llegar.
—Es que el chófer de papá salía en el momento en el que el bus escolar me
dejaba en casa.
La abracé y le di un beso.
—¿Estas lista para pasar dos semanas de vacaciones?
—Sí, mamita; pero tengo que hablar contigo.
Se puso muy seria y se acercó a mi escritorio. Tomó la lechuza de madera y
empezó a jugar con ella entre sus manitas.
Mi hija era una criatura hermosa, de piel blanca y hermosos cabellos dorados.
Sus facciones eran dulces y apuntaba a ser una mujer con una fuerte personalidad y una
clara inteligencia. Aprendía fácilmente y tenía una habilidad asombrosa para las
matemáticas y la música. Pero yo insistía en que su fuerte estribaba en su capacidad de
razonar y la lógica que acompañaba su raciocinio.
Así que me senté frente a ella, para tener la atención de escucharla. Era una
criaturita de seis años que había entrado en mi área de trabajo para comunicarme algo,
para ella importante. De lo contrario habría esperado a que nos reuniéramos a comer,
para contar cualquier cosa.
Sonreí al verla tan seria y, tratando de quitarle formalidad al momento, le dije:
—Elena, mi hermosa Elena de Troya, ¿puedo saber a qué se debe esa cara de
preocupación?
Levantó sus ojos. En su mirada podía ver que estaba sopesando el poder de sus
palabras. Increíblemente estaba valorando cómo darme una noticia.
Daba vueltas a la lechuza entre sus manitas y, con carita de preocupación,
buscaba las palabras para empezar su diálogo.
La dejé que se decidiera a hablar y, en silencio, me dediqué a contemplarla.
¡Cuánta felicidad había traído a nuestras vidas! Había sido un regalo maravilloso.
Habíamos decidido tener solamente un hijo y nos habíamos dedicado a amarla, a
conocerla y a apoyarla en su desarrollo.
En aquellos momentos pasaban tantas cosas por mi mente... Pero quería
escuchar a mi hija y seguía frente a ella, esperando a que hablase.
—Mami, no salgamos de vacaciones.
—¿No quieres ir a Valle de Bravo?
—Sí. Claro que quiero ir. Quiero montar a caballo, jugar con papá y ver a mis
abuelitos, pero…
Bajó la mirada llena de tristeza. Su actitud me alertó.
—¿Te sientes mal?
—No, mamita. Nada tiene que ver conmigo. Eres tú el problema.
—Pues, si me lo explicas, lo solucionamos juntas. ¿Te parece bien?
Abrazó la figura de la lechuza que tenía en sus manitas y la puso junto a su
corazón.
Me acerqué a ella y le dije:
—Si te abrazo, ¿es más fácil?
Se lanzó a mis brazos y gruesas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
Yo, realmente preocupada, la abracé y esperé a que mi niña hablara. ¿Qué problema
podía tener aquel ángel de amor, rodeada de...amor?
—Anoche soñé. Un horrible accidente de coche y tú…
Se le cortó la voz.
—¿Y yo qué, mi amor?
—Te caes en un agujero negro muy profundo y no puedo volver a verte en
mucho tiempo…
Lloraba con mucho sentimiento. Sentí que era mi obligación tranquilizarla y
darle la certeza de que sólo era un mal sueño y de que nada de eso nos pasaría. Que los
sueños eran sólo eso, sueños; y los feos, pues eran pesadillas, y ya está.
Pero Elena insistía.
—Mami, yo sé cuándo es un sueño y cuándo es lo que va a pasar. ¿No me
entiendes?
—Sí, mi niña. Claro que te entiendo. Pero, para que te quedes tranquila, yo no
manejaré. Papá ordenará que nos lleve el chófer. Si tú no le dices nada, evitamos
predisponerlo y llegaremos bien a Valle de Bravo para pasar unas divertidas vacaciones.
—Pero mami…
—Mira, mi cielo. Iremos a cabalgar al bosque, tomaremos unas preciosas fotos y
tú mandarás a ampliar las tres que más te gusten para tu galería de fotos. Los abuelos
también vienen y muchos amigos para jugar con ellos. ¿Estas de acuerdo?
—No, mami. No debemos ir…
Por primera vez, Elena estaba llevando aquello muy lejos; así que, en tono
conciliador, le dije:
—Vamos a secar esas lágrimas. Alcánzame unos kleenex y preparemos las
maletas. Los sueños sólo son eso…sueños. Y nosotras vamos a ir bien protegidas.
Cambié concientemente la plática. Mi hijita se tranquilizó.
Le enseñé mi preciosa magnolia; la olió y sonrió al percibir su delicado aroma.
Le pregunté cómo le fue en el colegio. Después de un buen rato, le cogí su manita y nos
dirigimos a casa a comer acompañadas de mi marido, que nos confirmó que se quedaría
con nosotras hasta la semana siguiente. Tenía muchísimo trabajo y, ahora que todo el
mundo cogía vacaciones, a él le iba muy bien quedarse sólo a trabajar sin presiones
ajenas.
Yo decidí llevarme mis herramientas y el material para trabajar una escultura.
Hacía tiempo que deseaba conservar los rasgos de Elena en una pieza muy hermosa y
qué mejor momento que aquellas dos semanas de vacaciones durante las que tendría a
mi preciosa modelo conmigo todo el tiempo.
Hoy, cuando Elena hablaba conmigo en mi oficina, la contemplaba embelesada.
Me decía a mí misma: «Parece una pequeña diosa; y pensar que es sólo una niña que se
convertirá mañana en mujer...».
Pero aquel día era sólo una niñita jugueteando con una lechuza. Absolutamente
inconciente de su capacidad premonitoria; una pequeña pitonisa con un alo de fuerza
que emanaba desde su interior, demasiado consciente de un sueño que narraba como
una pesadilla y que había logrado agitarla.
Yo deseaba con todo mi corazón que no fuese una premonición más en los
labios de mi hija. Pero, a la vez, tenía que reconocer que era incapaz de desprogramarlo,
como un evento no deseado en mi vida.
Jamás nadie me había dado el conocimiento para programar la vida desde donde
la deseábamos y queríamos vivirla, sin que el destino, la mala suerte o las coincidencias
interfieran en ella.
Y para dejar de darle importancia, mejor cambiaba de idea y me abocaba a lo
que sí quería…
Y lo que sí quería es captar desde el arte la esencia de mi hija, atraparla en una
escultura, antes de que la vida, en su evolución, la convirtiera en mujer.
Mientras la observaba en mi privado, le di vueltas en mi mente a un par de ideas
que me gustaría desarrollar. Quería realizar el busto de mi hija con la lechuza entre sus
manitas y hacer un precioso bronce. Además, mi papá me pidió que le hiciera una para
él. La otra opción era un tronco de árbol, de cuya sabia surgiría el cuerpo de mi hija, con
su carita angelical; entre sus ramas vigorosas, se acurrucaría una lechuza que guardaría
secretos que jamás compartiría.
Me encantaría retener este momento en una escultura que decorase mis
habitaciones, entre las preciosas plantas que llenaban de vida mi recámara.
Y por supuesto haría la que deseaba mi padre, y se la daría de regalo de
Navidad. Él había dicho claramente que quería el busto de su nieta peinada como Elena
de Troya. Sólo que yo agregaría la lechuza, para que fuese un poquito Aspacia de
Mileto.
Las vacaciones nos llenaban de nuevos bríos, de nuevos planes. Mil cosas por
hacer que, normalmente, nos parecían imposibles.
Elegí dos novelas de mis autores favoritos y puse dos libros para Elena y un
cuaderno nuevo para colorear.
Le llevaba plastilina, porque, en cuanto me viese trabajando en mi estudio, iba a
querer imitarme. Necesitaba estar preparada con material nuevo que llamara su atención
y que la motivase a hacer arte.
Elena preparaba siempre para las vacaciones una pequeña maleta donde llevaba
sin censura todos los juguetes con los que deseaba disfrutarlas. Incluso seleccionaba
parte de la ropa que deseaba usar. También elegía las películas que le pondríamos.
Durante los días lluviosos se cansaba de jugar sólo con los juegos de mesa y buscaba
alguna película para niños.
Los fines de semana solíamos salir a la hacienda de mis suegros, donde mi hija y
yo habíamos pasado los días más felices de nuestra vida; en cambio, a mi esposo le
gustaba más la casa de Valle de Bravo, por la cantidad de opciones que tenía para
disfrutar con sus amigos y practicar deportes. Todos sus amigos tenían casa en aquel
hermoso lugar. Lo más increíble de aquel sitio era el enorme lago artificial que tenía; en
el fondo de él se encontraba un pueblo, hundido intencionalmente, con iglesia y
campanario incluidos.
El pueblo de Valle de Bravo se construyó al más puro estilo mexicano; aun las
construcciones nuevas llevaban como signo la más hermosa arquitectura de México. Las
casas eran de piedra o de adobe, con gran cantidad de madera y acabados, con herrería
forjada de gran belleza. El clima permitía que abundasen las flores, sobre todo las
buganvillas de colores y las rosas de rococó.
Los indígenas de la zona eran las personas mas trabajadoras y cordiales que
habíamos conocido. Los mercados artesanales estaban llenos de objetos divinos hechos
de madera, plata, cobre; de mantelerías de algodón bellamente bordadas; de ropa para
toda la familia, diseñada para el clima del lugar; de alfombras de lana; de objetos de
cuero; de muebles de madera; y mil etcéteras.
En fin, todos íbamos de compras y todos salíamos cargados de objetos preciosos
a precios muy asequibles.
Elena era la primera que compraba; así que aquellas vacaciones, como todas,
serían maravillosas.
Preparé equipaje para dos semanas y, con mi mejor sonrisa, traté de dar a mi hija
la certeza de que…sólo fue un mal sueño.