150 años de guayaquileña Efraín Andrade Fuera de aquí 150 años

16
150 años de
Alicia en el país de las maravillas
Nueva literatura
guayaquileña
Afro y trópico de
Efraín Andrade
40 años de
Fuera de aquí
1
2
editorial
Cultivar y cuidar
H
ace setenta y un años, un pueblo derrotado y humillado por
el desgobierno de la oligarquía, encontraba un espacio público donde podía expresar su frustración y su olvido. Este
lugar era La Casa de la Cultura Ecuatoriana, y su creador, un controvertido visionario a quien siempre le agitó la pasión por la patria:
Benjamín Carrión.
Hay que agradecer a este hombre y a algunos otros hombres y
mujeres que hayan construido esta Casa con raíces de roble, que
hayan procurado colocar puertas y ventanas anchas para que entré
libremente la sabiduría del pueblo, hay que agradecer a ese pensamiento humanista y patriótico de Pío Jaramillo Alvarado, Alfredo
Pérez Guerrero, Julio Endara, Jaime Chávez, Oswaldo Guayasamín,
Edmundo Ribadeneira, Galo René Pérez y muchos otros, que nos
permite ahora desarrollar nuestra vocación democrática, esa necesidad cada vez más latente de tener un espacio público, fuera de los
avatares políticos, donde los artistas, teatreros, cineastas, escritores,
pintores, gestores culturales, etc. puedan decir su palabra con dignidad xy ejercer el derecho a la libertad de su pensamiento.
El arte, las manifestaciones del espíritu, no requieren de un decreto, solamente de esa sensibilidad magnificada por la creación y
que nos permite ver lo invisible de las cosas. Por estas percepciones
de la inteligencia es que ahora sabemos que las revoluciones no la
hace los gobiernos sino los pueblos, y de igual manera, la cultura no
las hacen los gobiernos sino los pueblos en una incesante dialéctica.
Nuestro saludo fraterno a todos los Núcleos y Extensiones de la
Casa de la Cultura, su trabajo sacrificado, incomprendido, será reconocido por las generaciones venideras. Nuestra Casa es una Casa en
permanente construcción, como dije en algún momento, cimientos
de poesía la contienen, ríos subterráneos de todas las culturas la alimentan y protegen. Entre todos, en minga de tiempo, hemos levantado sus paredes de viento, para que aquí se expresen las voces del
espíritu, el tambor de nuestros viejos taitas y el rumor del futuro, así
como la ideología libertaria, cuyas luchas reivindicativas, históricas,
son nuestro más grande patrimonio cultural, porque ya sabemos que
la política es la construcción de lo común y de lo fraterno.
Ya habrá, luego de 71 años, ¡así lo esperamos!, una voluntad política de Estado que fije sus ojos en esta labor que, rigurosa pero alegre,
va definiendo y ennobleciendo la identidad de la patria.
número dieciséis • agosto 2015
Presidente
Raúl Pérez Torres
Vicepresidente
Gabriel Cisneros Abedrabbo
Director
Patricio Herrera Crespo
Editores
Patricio Viteri Paredes
Yuliana Marcillo
Colaboran en este número:
Leira Araújo, Frank Báez, Juan Carlos Cabezas,
Miguel Antonio Chávez, Andrea Crespo Granda,
Andrea Freire F., Wilma Granda,
Pedro Juan Gutiérrez, Christian Jiménez Kanahuaty,
Lucero Llanos Orellana, Rafael Montalván,
Abel Ochoa, Juan Proaño Suárez,
Pablo Ramos, Santiago Rivadeneira Aguirre,
Solange Rodríguez, Santiago Vizcaíno Armijos.
Edición de textos
Katya Artieda
Diseño
Tania Dávila López
Diseño de portada
Santiago Ávila
Portada
Chigualó (Fragmento), Efraín Andrade Viteri.
Casa de la Cultura Ecuatoriana
Benjamín Carrión
Dirección de Publicaciones
Avs. 6 de Diciembre N16–224
y Patria
Telf.: 2565-808 Ext. 426
[email protected]
www.casadelacultura.gob.ec
Quito–Ecuador.
casapalabrascce
@casapalabrascce
[email protected]
1
índice
3
Yuliana Marcillo se sumerge en
la fantástica y complicada vida
de Lewis Carroll, autor de Las
aventuras de Alicia en el país de
las maravillas, obra que celebra
150 años de vida.
8
Reencuentros,
relato de Patricio
Viteri.
10
Juan Carlos Cabezas Aguilar entrevista al escritor chileno
Marcelo Lillo, autor de la obra El fumador de niebla.
13
Canción para el hijo, poema de Santiago Vizcaíno, como parte
del libro Hábitat del camaleón.
14
Muestra poética de Frank Báez, de República Dominicana.
20
Wenceslao Alejandro Cevallos, un pintor en el olvido.
22
Porque el cielo es azul, cuento del escritor argentino Pablo
Ramos.
24
Muestra poética de Juan Suárez Proaño (Quito, 1993).
30
Nueva poesía guayaquileña. Escritores invitados: Andrea Crespo
Granda, Leira Araújo, Lucero Llanos Orellana, Abel Ochoa y
Andrea Freire F.
37
Muestra de narrativa guayaquileña bajo las plumas de Rafael
Montalván, Solange Rodríguez Pappe y Miguel Antonio Chávez.
56
Wilma Granda rememora la cinta Fuera de aquí, de Jorge
Sanjinés. Se conmemoran cuarenta años del rodaje de la película.
58
Ensayo de Diego Pérez Ordóñez sobre la vida de Giuseppe
Tomasi di Lampedusa.
70
Tributo a la poesía de Alfredo Gangotena.
26
Christian Jiménez
Kanahuaty realiza una
reseña de la obra de
Rodrigo Fresán.
16
Dejando atrás del infierno,
cuento del escritor cubano
Pedro Juan Gutiérrez.
46
Afro y trópico es un recorrido por
la vida y obra de Efraín Andrade,
a cargo de Patricio Herrera.
50
Reportaje a María Luisa
González sobre su vida en la
danza, por parte de Santiago
Ribadeneira Aguirre.
aniversario
Yuliana Marcillo
A
4
licia, la de la vida real, tenía
una larga cabellera oscura y
en su rostro habitaba una
expresión melancólica, inquietante y
triste. Así fue retratada cuando tenía diez años y conservaría la misma
mirada en retratos posteriores. Alice
Liddell, la musa que supuestamente
inspiró uno de los cuentos más maravillosos y enigmáticos de la literatura inglesa, murió el 16 de noviembre de 1934, no sin antes confesarle
en una carta a su sobrina Rhoda, que
ya estaba “cansada de ser Alicia en el
país de las maravillas”.
Entonces, nuestra maravillosa
Alicia, la heroína de la fantasiosa
odisea, que tras beber una poción
mengua hasta medir veinticinco
centímetros y luego al probar un
pastel mágico crece hasta alcanzar
el techo con su cabeza; que conoce a la delirante Liebre de Marzo
y la furibunda Reina de Corazones;
al Sombrerero Loco; a una Oruga
que fuma; y asiste a una disparatada fiesta de té, al final de su vida,
cuando le tocó caer por otro tipo
de madriguera, una sin retorno, la
del no recuerdo, donde yace el silencio infinito, lo hizo con un sabor
de rechazo ante el personaje creado
por Charles Ludwidge Dodgson,
diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico,
más conocido por su seudónimo literario Lewis Carroll, cuando tuvo
la brillante y disparatada idea de
escribir Las aventuras de Alicia en el
país de las maravillas (1865), probablemente inspirado en aquella morocha de mirada desafiante.
Según datos extraídos de la correspondencia y anotaciones personales del escritor, la relación que tuvo
con Liddell fue la inspiración de la
Alicia de la ficción. Físicamente no
se parecían en nada. Pero algunos
estudios sobre la obra señalan que,
sin duda, era Alicia Liddell en quien
pensaba Carroll cuando imaginó el
personaje protagónico de su fascinante y mágica historia. Sin embargo, años después, se dio a conocer que
por medio de una correspondencia él
se lamentaba profundamente de ha-
ber escrito el libro que lo consagró
como leyenda literaria.
La vida de Alicia no fue una
maravilla
En un mundo donde la vida se
va persiguiendo a un Conejo Blanco de ojos rosados, mientras éste
saca un reloj de su chaqueta y te
indica que ya es hora, que llegará
tarde, no hay nada más avasallador
y catastrófico que la luz cegadora de
la realidad. La Alicia de diez años
no lo sabía, pero seguramente la de
ochenta y dos sí. Es por eso que un
par de años antes de su muerte, el
cuento que fue creado básicamente
a través de juegos de lógica, donde se habla muy rápido, te ahogas
en tus propias lágrimas o se tienen
conversaciones sin sentido, al punto
de que la obra ha llegado a tener popularidad en los más variados ambientes, desde niños o matemáticos
hasta psiconautas, terminó agobiando a la Alicia real, convirtiéndola
más bien en un personaje complejo,
al mismo tiempo real y ficticio, y
no sólo porque ella estuvo presente cuando nació el cuento, sino por
la intensa relación de amistad que
mantenía con Carroll, que en lo
posterior terminaría en un sinnúmero de especulaciones de pedofilia
que la perseguirían de por vida.
La vida de la verdadera Alicia
no fue exactamente una maravilla.
Sus hijos mayores se enlistaron en
el ejército y murieron en la Primera
Guerra Mundial. Caryl, el menor,
despilfarró la fortuna de sus padres,
por lo que Alicia, quien había quedado viuda en 1926, subastó el primer escrito del cuento que Lewis le
había obsequiado. Y es así como la
niña del cuento la acompañó hasta la tumba. En su lápida aparece
escrito: “Mrs. Reginald Hargreaves
la Alicia de Lewis Carroll en Alicia
en el país de las maravillas”.
La mente fantástica de un
matemático
Alicia y Lewis se conocieron
en 1856, cuando ella tenía cuatro
años y él veinte. El padre de la niña,
Henry Liddell, y el escritor inglés,
trabajaban como profesores en la
escuela Christ Church, en Oxford,
y en ocasiones Carroll acompañaba
a la familia en algunos paseos. Carroll impartía clases de matemática
y lógica. Había 126 pasos entre la
casa de Alicia hasta las habitaciones del profesor. Entre ellos había
una diferencia de 20 años en edad,
pero cuando Carroll se reunía con
sus “amigas-niñas”, parecía que hablaban el mismo lenguaje; dicen de
él que poseía un corazón infantil, de
forma que cuando se dirigía a una
niña, ésta entendía hasta las cosas
más profundas de la vida. Lewis
Carroll nunca tuvo hijos y le gustaba entretener a las hijas del decano
Henry Liddell: además de Alicia
en el libro también hay referencias
a sus hermanas, Edith y Lorina.
Según sus alumnos, Lewis fue
un profesor muy aburrido. Sus clases eran imposibles de aguantar
pero su obra fue ingeniosa y extensísima. Se dice que dormía alrededor de tres horas al día. El interés
por las matemáticas constituía una
parte muy importante en su vida.
Cuando Carroll tenía 53 años comenzó a sufrir una especie de alucinaciones debidas posiblemente al
exceso de trabajo de más de 12 horas diarias, según su sobrino. Tomaba nota de cuantas cartas enviaba y
recibía, como una clara manía de
dar a su vida una precisión y rigor
matemáticos.
Su padre era muy inteligente y
estricto, considerado un excelente matemático, se presume que de
algún modo transmitió a su hijo el
gusto por esta ciencia. Todos los hijos eran zurdos y algo tartamudos.
Quizá por eso en Alicia a través del
espejo (1872), todo está dispuesto a
la inversa, al otro lado del espejo.
De todos los libros que publicó sobre álgebra, el “Tratado elemental
de determinantes, con su aplicación
en ecuaciones lineales simultáneas
y ecuaciones algebraicas” fue uno
de los más famosos, por eso, con
la intención de que su producción
enteramente científica no se viera
minimizada por su producción literaria, adoptó en 1856 el seudónimo
de Lewis Carroll obtenido por medio de un juego de letras: traducir
primero su nombre original al latín
-Carolus Ludovicus- y después retraducirlo al inglés -Lewis Carroll-.
Era un hombre de mediana
estatura, paso poco firme, ojos de
azul intenso, indumentaria pulcra
y algo extravagante debido a que
nunca llevaba abrigo y tenía la curiosa costumbre de usar siempre,
en todas las estaciones del año, un
par de guantes grises y negros de
algodón; jamás contrajo matrimonio y era profundamente religioso.
La salud del escritor era delicada,
siempre tendía a enfermarse: padecía migrañas tan fuertes que le
provocaban micropsia, una afección bautizada en honor a Carroll
como “Síndrome de Alicia en el
País de las Maravillas”. Se trata de
un trastorno neurológico que afecta
a la visión: se perciben los objetos
mucho más pequeños y alejados de
5
“Alicia, la protagonista y aventurera en el país
de las maravillas, se ha convertido en una de
las niñas más famosas de todos los tiempos.
Su relación con el escritor Lewis Carroll ha
sido objeto de especulaciones de todo tipo”.
lo que están en realidad. De ahí la
hipótesis de que Alicia en el cuento aumente y disminuya de tamaño
varias veces.
¿Un hombre que amaba a las
niñas?
6
Una gran faceta en su vida fue
la fotografía, lo consideran como
uno de los más grandes fotógrafos
de niños que haya dado la historia.
Se acercó a la fotografía en su juventud, cuando la cámara le fascinó
hasta el punto de escribir su primer
texto titulado Las maravillas de la
fotografía. En 1856 realiza sus primeras tomas, tiene entonces veinticuatro años, casi la misma edad que
la fotografía, que había nacido escasamente dos décadas antes. El alma
de Alicia Liddell quedó atrapada
no sólo en un personaje de ficción,
también en las fotos que le hizo. La
existencia real de Alicia ha permitido fantasear el verdadero papel que
ocupó en la vida del escritor. Él habría anotado: “Se dice que nosotros,
los fotógrafos, somos, en el mejor
de los casos, una raza de ciegos,
que en el mejor de los más hermosos rostros no vemos más que una
relación entre luces y sombras, que
en contadas ocasiones admiramos y
nunca amamos. Se trata de un error
que intento destruir”.
Su potencial creativo y artístico
se elevó cuando enfocó su objetivo
sobre una galería de niñas impúberes, modelos con las que creó imágenes de una belleza abrumadora.
“Alice Liddell fue seguramente la
primera ‘amiga-niña’ de Carroll.
Aquella niñita provocó en el reverendo una irrefrenable emoción
que no llegó a sentir por ninguna
de las otras muchachas a las que fotografió”, señalan sus biografías. El
profesor elegía a sus jóvenes modelos -siempre pertenecientes a un
nivel social elevado- en las calles,
en los jardines, en los trenes, en los
teatros infantiles que se celebraban
en las plazas londinenses. Ya en el
estudio, Carroll recurría a juguetes mecánicos, disfraces, cajas de
música, e incluso a contar historias
fantásticas a sus modelos para crear
un ambiente más cómodo de trabajo. “Fue un artista revolucionario,
que se atrevió en plena época victoriana a hacer desnudos femeninos
integrales, en ese punto en el que
la niña no revela aún la mujer. Las
niñas desnudas son ‘absolutamente
puras’; en su obra no hay ninguna curiosidad malsana, a lo sumo
un voyerismo limpio que dota a las
imágenes de una sensualidad tierna
y muy fresca”, señalan.
Nunca se atrevió al amor
La atracción de Carroll por las
menores no era ningún secreto en
la familia, que había asistido a un
sinfín de habladurías y rumores desde hacía años. Sin embargo, tras la
muerte de Carroll, en la propia chimenea de su casa se quemaron cientos de cartas y documentos, y varios
de los volúmenes que conformaban
su diario personal fueron manipulados y mutilados. Se tacharon nom-
bres y fechas, se eliminaron párrafos,
se cambiaron frases e incluso desaparecieron años enteros de su diario,
y sobre un tema en particular del
que siempre hablaba, al cual él se refería como su “pecado”. En 1867 se
encontraron las primeras referencias
a niñas fotografiadas completamente desnudas, pero el público jamás
pudo ver esas fotografías.
Por otro lado, la costumbre de
Carroll de considerar a las niñas
como sus mejores amigas, no sonaba del todo bien. Y poco ayudó, en
este sentido, las líneas con las que
el escritor concluía el manuscrito
de Las aventuras de Alicia en el país
de las maravillas: “Un amante melancólico ante la certeza de su amor
imposible”. Jorge Luis Borges hace
una acotación sobre este tema en
un artículo suyo titulado El sueño
de Lewis Carroll: «En el trasfondo
de los sueños de Lewis Carroll acecha una resignada y sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre
sus monstruos refleja acaso la del
célibe que tejió la inolvidable fábula. La soledad de un hombre que
no se atrevió nunca al amor y que
no tuvo otros amigos que algunas
niñas que el tiempo fue robándole,
ni otro placer que la fotografía, menospreciada entonces».
De Alicia se conservan diez fotografías; nueve como niña, ya sea
sola o acompañada por sus hermanas, y una como mujer casada. En
varias de estas imágenes Alicia lleva como indumentaria un camisón
y en una de ellas, la más famosa de
todas, viste como mendiga. «Siempre tengo en el corazón la imagen
de Alicia, mi primera amiga-niña,
la que fue mi ideal durante tantos
años. Desde entonces, he tenido
decenas de amigas niñas, pero con
ellas todo ha sido diferente», habría
anotado Carroll en uno de sus diarios. Vanessa Tait (1971), bisnieta
de Alice Liddell, dio su opinión
en una entrevista sobre esas fotografías: “Creo que era un hombre
extraño, muy reprimido, con un interés excepcional en las jovencitas,
a las que convertía en sus amiguitas
ideales, pero no creo que fuera más
allá. En todo caso, Alice lo recordó
siempre con afecto”.
La ambigua personalidad de
Carroll, sigue siendo objeto de debate entre quienes atribuyen la fijación por Alice a su condición de
pedófilo, los que subrayan un amor
desmesurado hacia las niñas aunque no de carácter sexual y aquellos
para quienes sencillamente encarna una obsesión literaria por fijar
la infancia eterna. En opinión de
muchos autores, detrás del interés
de Carroll por la inocencia de las
niñas jóvenes está el deseo, que no
era necesariamente sexual.
El final del cuento en la vida real
La buena relación de Carroll
con la familia Liddell cesó de forma tajante a mediados de los sesenta, también se desconocen las
causas, pese a que Carroll y Alice
mantuvieron correspondencia durante muchos años, sus encuentros
fueron muy esporádicos y fríos. La
señora Liddell mostró al profesor
su desagrado por los encuentros
que mantenía con sus hijas. En
1864 destruyó la correspondencia
que habían mantenido juntos: “(...)
Mi madre por desgracia, rompió
todas las cartas que Mr. Dodgson
me escribió cuando yo era pequeña.
No puedo recordar de qué trataban,
pero es para mí una idea horrible
pensar que posiblemente acabaron
en la papelera del Decanato”, había
escrito Alicia. En 1865 Carroll escribe: “Alicia parece notablemente
cambiada, aunque es harto dudoso
que sea para mejor. Probablemente, está entrando en la fase de pubertad”. Algunas especulaciones
apuntan como causa de esta ruptura la posible petición de mano de
Alicia del escritor, pero a falta de
documentación esta versión no fue
comprobada.
Todo comenzó en una travesía
veraniega por el río Támesis en dirección a Godstow la tarde del 4 de
julio de 1862, en medio de un picnic
de ensueño. Las tres niñas estaban
maravilladas al escuchar las historias que Lewis les contaba, armando argumentos estrafalarios a partir
de las interrupciones, comentarios y
sugerencias de ellas mismas. Alicia
Liddell sería testigo de excepción
del nacimiento de una niña de siete años, llamada casualmente como
ella, que se caía por una madriguera
y llegaba al país de las maravillas.
Así se habría fraguado la idea de un
libro que con el tiempo acabaría teniendo un inmenso impacto cultural. Más tarde, Alicia le suplicó que
escribiera los relatos y en su afán de
complacerla, accedió. Transcurridos
dos años y medio, en la Navidad de
1864, Carroll le entregó una libreta
de piel verde oscuro con el cuento
escrito e ilustrado a mano, titulado
Las aventuras subterráneas de Alicia.
Quedan entonces las siguientes
notas para registrarlas por siempre
en la memoria universal: El Jabberwocky es el más grande de los disparates poéticos que se han escrito
en inglés; el mundo entero puede
entrar en un tablero y ser parte de
una partida de ajedrez; por más que
corramos siempre vamos a permanecer en el mismo lugar de partida;
en un mundo paralelo los mosquitos
son del tamaño de una gallina; hay
que pensar en seis cosas imposibles
antes de comenzar el día; se puede
dejar de crecer al cumplir siete años
y el único huevo experto en semántica que llagaremos a conocer se llama Humpty-Dumpty.
7
Reencuentros
Patricio Viteri Paredes
8
P
erdone vieja, son tantos
años ya. Es que por ahí andaba yo perdido, sin poder
o sin querer encontrar el camino
de regreso y, para qué le miento, sin
acordarme mucho de usted, como
si en mi mente y no en su tumba
hubiera crecido la mala hierba, el
óxido y el olvido. Son casi las diez
de la mañana, madre, y el sol a esta
hora calienta mis huesos y los suyos, y aparto un poquito mi sombra
para ver su nombre en esas letras
que un día fueron doradas y me da
tristeza que la ‘A’ se haya caído al
revés, me apena que todavía existan
esas horribles flores de plástico que
yo mismo deposité cuando era un
crío, y me duele que esa foto mía
junto a mi padre se haya doblado y
enmohecido en un rincón.
Sé que le gustará esta Virgen de
Guadalupe que le he traído, y estas
rosas también, sólo que no puedo
abrir su lápida porque le han puesto
una reja y un vidrio y un candado.
Quizá deba regresar a la casa del
viejo para buscar la llave, pero creo
que es mejor que me quede aquí,
con usted, por ahora...
Está cambiada la ciudad, madre.
Ha crecido por todos lados y tuve
que tomar un taxi porque ya no sé
por dónde van los buses.
relato
Volví al país hace un mes,
madre, y si no vine antes al
cementerio fue porque usted
me hubiera convencido de
que no debía vengarme. Pero
ya pasó todo, ya puede estar
tranquila. Casi tres semanas
me tomó localizar a papá en
un infame barrio del norte.
Vivía en una pocilga. Esta
mañana no me reconoció
cuando abrió la puerta. Tuve
que decirle mi nombre.
Papá también está muerto.
Apuesto a que nunca vino a verla. Tampoco hacía falta, si fue él, a
final de cuentas, quien la empujó al
suicidio.
Vine porque tenía que hablar
con usted, pero ya ve, no me sale
nada bueno. Después que usted se
me fue, ya nunca más pude encontrar las palabras. Desde su entierro
me negué a hablar con papá y en
el colegio sólo decía lo imprescindible. Padre se transformó en un
enemigo.
Por eso vine a cobrar las deudas, y no las mías precisamente,
mamá. Y no sé cómo explicarle
que debo irme de nuevo, que mi
vuelo sale a las tres de la tarde y
que me gustaría llevármela conmigo. Pero no puede ser, madre. No
puede ser. Y quiero que sepa que
ahora la ausencia será más larga,
que no sé cuándo volveré de México, y ahora sí, quizás, ya no me
puedan enterrar junto a usted.
Aquí, en esta bolsita de papel
traje el cuchillo. Lo voy a meter dentro de esa tumba recién
abierta.
Volví al país hace un mes, madre, y si no vine antes al cementerio
fue porque usted me hubiera convencido de que no debía vengarme.
Pero ya pasó todo, ya puede estar
tranquila. Casi tres semanas me
tomó localizar a papá en un infame barrio del norte. Vivía en una
pocilga. Esta mañana no me reconoció cuando abrió la puerta. Tuve
que decirle mi nombre.
Ahí lo dejé, recostado en su
cama y con once navajazos en el
cuerpo. Uno por cada año de ausencia, mamá. Aunque debí haberle
metido quince cuchilladas por los
años que usted estuvo casada con
él. O mejor treinta, por los años
que ahora tendría mi hermana.
Sólo fueron once, madre, sólo once.
Perdone.
9
El
fumador
de niebla
Juan Carlos Cabezas Aguilar
A
10
ún recuerdo la sensación
que me produjo terminar
El fumador y otros relatos
de Marcelo Lillo: asfixia. ‘Hielo’,
el primer cuento, te suprime el aire
de inmediato. En esa historia, una
mujer agoniza; mientras una televisión sin volumen está prendida en
el cuarto de junto, hora tras hora.
Cuando los vivos buscan reacomodar su realidad, alguien traga un
manojo de somníferos y al final la
frase: «los cuatro blancos seguían
apaleando al negro», colofón suelto
que suicida toda comprensión.
Otros relatos como: ‘La felicidad
Jaja’, ‘40 caballos’, ‘Diente de león’,
‘Nunca he estado en Katmandú’,
‘Vida de un cachorro’, entre otros,
extienden esa atmósfera de cámara
de gas, de manguera conectada al
tubo de escape; no obstante, es
‘Hielo’ (Premio Paula, 1999) el
detonante de esta búsqueda por
encontrar a su autor, un exrector
de colegio decidido a vivir de la
literatura.
Esta entrevista fue difícil de
concretar. Hubo que leer posts,
entrevistas y buscar direcciones al
pie de diversas webs. Durante un
mes consulté mi correo de forma
periódica pero nada, ni una sola
respuesta. Recién el pasado 3 de
junio, el escritor y cronista chileno
Antonio Díaz Oliva proporcionó
la dirección electrónica correcta.
Desde ese momento hemos
intercambiado varios correos con
Lillo, que se mostró interesado en
saber por el país y su literatura,
en especial por la obra de Jorge
Icaza. Finalmente colocó a manera
de epígrafe: manda tus preguntas
y espera unas buenas respuestas.
Aquí están:
El estilo de los cuentos de El
fumador y otros relatos es limpio,
seco, directo, aunque no exento de
belleza. ¿Cómo fue el proceso de
pulir este estilo? ¿Tiene conciencia plena sobre la estructuración
de este estilo o es algo natural en
su escritura?
No tengo ninguna conciencia.
Lo que puedo decir es que en 1999,
después de haber escrito muchos
cuentos y ganado más de quince
premios con ellos, decidí que no
era lo mío. Entonces, en siete días
escribí un relato llamado ‘Hielo’,
que narra la agonía y muerte de mi
madre.
Mi vida ha sido
de esplendor y
miseria y la he
vivido con mi
mujer, nadie más
que los dos, por
eso lo de la pareja
en mis narraciones.
Siempre que se
encuentre una
pareja somos yo
y mi mujer. (No
tengo ninguna
sensibilidad
poética, mi piel
es la de un
tiburón.)
diálogo
Marcelo Lillo y su perra China, en Puerto Niebla.
Ese cuento ‘Hielo’ abre El fumador otros relatos y Cazadores, ¿hay
una preferencia por este relato?
Mi cuento favorito no es ‘Hielo’, a
pesar de que ganó el premio Paula, el más importante de Chile en
su género. Mi preferido es ‘Diente de león’, que escribí en dos
horas un día de lluvia torrencial.
Dos horas y sin ninguna corrección después.
La última frase de ‘Hielo’: los cuatro blancos seguían apaleando al
negro, ¿alude a la lucha del individuo contra sus propios abismos?,
¿qué quiso significar?
No sé lo que esa frase significa. De
verdad. Como dije antes: yo solo
escribo. Las interpretaciones son
de los demás.
En muchos de sus cuentos se percibe una atmósfera que encierra
una ‘enfermedad’, a la que sus
personajes están acostumbrados,
¿qué es este malestar?
Los personajes con enfermedades
me atraen por algo que ni yo mismo entiendo. Es algo que va más
allá de mí. Si existe un motivo, bien
oculto, ese sería que mis padres
adoptivos eran personas muy viejas
y siempre estaban llenos de enfermedades. Pero eso ya es psicoanálisis y hasta ahí llego.
Otro de los ejes es el tema de la relación de pareja, al parecer en esas
relaciones hay una hermandad de
fracaso. ¿Cree que en las pequeñas
miserias humanas está la verdad
poética?
Creo en muy pocas cosas y entre
ellas no está la poesía. Lo de la miseria es punto aparte y eso sí que
me agrada como tema literario. Mi
vida ha sido de esplendor y miseria
y la he vivido con mi mujer, nadie
más que los dos, por eso lo de la
pareja en mis narraciones. Siempre
que se encuentre una pareja somos
mi mujer y yo. (No tengo ninguna
sensibilidad poética, mi piel es la de
un tiburón).
¿La memoria y la culpa son lo
mismo en sus cuentos?
No siento culpa de nada. Y ya mi
memoria está bastante agusanada.
Por lo tanto, debe ser lo que tú dices. Para mí un cuento es nada más
que un cuento, una narración corta
donde el autor es el menos indica-
11
Un cuento es sobre
todo atmósfera.
Es lo principal
y me preocupo
(inconscientemente)
de trabajarla. Aunque
todas mis atmósferas
son opresivas y me
salen bien fácil.
do para analizarla y menos ofrecer
teorías. ‘Culpa’ es una palabra tan
grande que me da mucho miedo
siquiera mencionarla. Me callo
entonces.
¿Cómo la angustia se volvió un recurso cíclico en su obra?
La angustia formó alguna vez
parte de mi existencia, tanto que
dormía con una pistola bajo el
colchón. Bueno, sigo durmiendo
con ella pero ya no tengo angustia.
Como esos cuentos tienen entre
ocho y diez años, y como los personajes son mi mujer o yo o los dos
juntos, la angustia no puede estar
ausente.
¿Qué tan importante es, a la hora
de la escritura, el dónde desarrollarla, o su preocupación está más
centrada en la creación de esta atmósfera?
Un cuento es sobre todo atmósfera. Es lo principal y me preocupo
(inconscientemente) de trabajarla.
Aunque todas mis atmósferas son
opresivas y me salen bien fácil.
Uno de los ejes principales de tus
cuentos es la relación —presencia-ausencia— de los padres. Una
relación marcada por la enfermedad, el silencio, o la muerte, un
tema éste ajeno a mucho de lo que
se hace en la literatura latinoamericana actual. ¿Cómo asume la paternidad en la escritura de sus narraciones?, ¿un origen?, ¿el final?,
¿una carga?, ¿o es algo natural?
No soy padre y nunca he sido hijo,
no del todo. Pero eso de las relaciones paternales me atrae no sé
por qué. Volvemos al psicoanálisis
y esta vez voy a mantener la boca
cerrada si es que el entrevistador
me lo permite. ¡Qué lindos son los
cuentos en los que los padres están
mal y los hijos peor!
¿Cuáles fueron, cuáles son sus autores, aquellos a los que siempre
vuelve?
Ray Carver y Johnny Cheever. No
hay día en que no leo algo de ellos.
Un párrafo. Una página, cualquier
cosa. Con ver sus fotos me siento
satisfecho, aunque no soy un fetichista de retratos de escritores,
salvo que estos sean en blanco y
negro.
¿Qué obra literaria está construyendo actualmente?
Trabajo todos los días, tres horas,
por lo tanto cada día construyo
algo nuevo aunque nunca se vaya a
publicar.
Lillo vive cerca del mar, en Puerto
Niebla, ciudad ubicada en la región
costera de Los Ríos, 800 kilómetros al sur de Santiago. De acuerdo
con la información proporcionada
por él a diversos medios de comunicación, trabaja unas tres horas en
las noches y lee hasta el amanecer.
Duerme hasta tarde y tras comer,
da largos paseos por la playa junto a su esposa Márgara y su perra
China.
Habita en el verdadero «culo del
mundo», como llama a su ciudad;
un puerto pesquero de cerca de
dos mil habitantes donde no llega
ni el correo postal. Pasó primero
por Mehuín, pero no se adaptó al
clima; finalmente recaló en Niebla dispuesto a cumplir su sueño
literario. Si fallaba tenía una Colt
45 cargada y sin seguro. Estuvo a
punto de usarla, pues sus ahorros se
agotaban; fue entonces que recibió
la noticia de que su primer libro se
publicaría en España. «Creí que
moriría inédito y con un balazo»,
le confesó a diario El Clarín en el
2010.
Cinco años después, la Colt sigue en la pared de la cocina de la
casa y va a ser usada tarde o temprano, pues considera obscena toda
enfermedad producto de la vejez. Y
ya tiene 58…
Por lo pronto sus cuentos y novelas siguen teniendo eco, sobre
todo fuera de Chile. Se lo encuentra en editoriales como Mondadori
y Planeta; lamentablemente resulta
más fácil contactarlo por correo en
el fin del mundo que conseguir sus
libros en Ecuador.
Juan Carlos Cabezas Aguilar
Quiteño, periodista cultural, editor
de revistas y medios de comunicación. Cronista, escritor en probeta.
Camino a ningún lugar con la gente
que amo.
12
anaquel
I
(fragmentos)
Ahora que te veo y eres un eco en un agua contenida,
Ahora que tu rostro en construcción es la perfecta silueta
del río de la memoria por venir,
ahora que soy el culpable de tu sexo
y estoy henchido de deseo de tocarte,
también pienso y digo:
no será tu vida el dolor que me hizo naufragar en bares inmundos
mientras la noche se tragaba el sol como el vaso del vencido.
No saborearás la desdicha temprana de un padre machito acomplejado,
no sentirás la asfixia en el pozo de la pobreza,
no te golpeará nada ni nadie excepto el asombro,
no te obligarán a ser el mejor ni verás el llanto de tu casa,
porque yo penetré a tu madre y quise el soplo de tu vida.
¿Qué es lo que soy, pequeño?
¿Acaso la envoltura de lava del lenguaje?
¿La pretensión del obituario?
¿El crimen de lo indecible?
Si apenas lo efímero posa sus patas sobre la mesa
y nos sentamos a comer sucias moscas,
de qué alegría hablamos,
de qué sonrisa hipócrita se ufanan las palabras.
Solo te refiero, pequeño animal meditabundo,
que la totalidad es solo huella,
pista borrosa de un secreto.
Ah, porque los secretos, amor mío,
llévatelos a la tumba,
como aquel que comprenderás
cuando aprendas a leer entre líneas.
VI
Esta es la pequeña muestra de nuestro delirio.
Tu madre teje la tumba de su pasado.
Yo destejo el pasado y formo un mausoleo.
Pero tú vences,
me escuchas bajo tu sábana de agua e imagino que ríes,
porque esta es tambień otra broma de un dios delirante.
No me digas padre, hijo mío.
No me digas ley creada por mi torpeza.
No me digas no quiero vivir en tu mundo de arenas negras.
No me digas abrazo tierno en la noche lluviosa.
No me digas pálpito de subsistencia.
Dime hermano, tengo frío, por eso lloro.
Foto: Gabriel Zambrano
III
Santiago Vizcaíno Armijos
(Quito, Ecuador, 1982)
Es Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador (PUCE). Cursó la Maestría en Estudios de la Cultura, Mención Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Andina Simón
Bolívar. Fue Becario de Fundación Carolina
en la Universidad de Málaga, donde cursó un
máster en Gestión del Patrimonio Literario y
donde ahora es doctorando en Investigación en
Literaturas Hispánicas.
Ha publicado Devastación en la tarde, (poesía)
Premio Nacional de Literatura en 2008, Decir el
silencio, ensayo en torno a la poesía de Alejandra
Pizarnik, En la penumbra (poesía). En cuento
Matar a mamá.Textos suyos se han publicado
en varias revistas de Ecuador, Cuba, México y
Estados Unidos.
13
En la Biblia
no aparece nadie
fumando
14
Pero qué tal si Dios o los que escribieron la Biblia
se olvidaron de agregar los cigarros
y en realidad todas esas figuras bíblicas
se pasaban el día entero fumando
al igual que en los cincuenta en que se podía fumar
en los aviones y hasta en la televisión
y yo imagino a todos esos gloriosos judíos
llevándose sus cigarrillos a los labios
y expulsando el humo por las narices
en lo que aguardan
por sus visiones o por que Dios les hable,
e imagino a David tocando el harpa
en un templo lleno de humo,
a Abraham fumando cigarro tras cigarro
antes de decidirse a matar a Isaac,
a María fumando antes de darle a José
la noticia de que está embarazada,
e incluso imagino a Jesús sacando un cigarro
de detrás de la oreja y fumando
para relajarse antes de dirigirse a las multitudes
reunidas en torno suyo.
Yo no soy un fumador.
Pero a veces me vienen ganas y fumo
como en este instante en que miro la lluvia
caer tras la ventana
y me siento como Noé cuando esperaba
que pasara el diluvio y se la pasaba
de arriba a abajo por toda el arca
buscando donde había puesto
esa maldita cajetilla.
poesía
Otra postal
Han pasado casi diez años
y los que se hicieron tatuajes entonces
hoy se arrodillan en las iglesias
a pedirle a Jesús que se los borre.
En la esquinas los que anuncian
el fin del mundo se quedan bobos
al ver al loco que traza círculos
en el barrio como si fuera un filósofo.
¿Estará explicándonos la teoría
del eterno retorno con sus recorridos?
¿No les recuerda a Heráclito con su cara
curtida, su ropa rasgada y sus ojos perdidos?
Alguien me dijo que las pesadillas
son trailers de las cosas que vendrán.
Golpean a tu puerta y al abrir está la stripper
que ahora es Testigo de Jehová.
Acá todo ha perdido su magia.
Aquellos resplandores
que en las noches pensabas
que eran ovnis resultaron ser drones.
Frank Báez
(Santo Domingo,
República Dominicana, 1978)
Poeta y narrador. Es autor del
poemario Postales. Hace poco
la editora Jai Alai books publicó una antología en inglés de
su poesía titulada Last night I
dreamt I was a DJ. 15
Pedro Juan Gutiérrez
16
S
alí de un cine minúsculo que
hay en la calle Industria, detrás del Capitolio. Ponen películas viejas. El puente sobre el río
Kwai. Estuve un buen rato silbando la marcha, caminando y silbando. Cuando la estrenaron yo tenía
siete años. Han pasado cuarenta y
sigo silbando lo mismo. Quizás no
existe otro lugar del mundo como
Cuba para ser uno y muchos al
mismo tiempo. Pero es difícil. Uno
trata de aferrarse a un espacio pequeño y manejable. Aturde saber
que el mundo es tan inmenso. O
que uno es tan insignificante.
Ya era casi de noche. Fui atravesando Centro Habana como quien
camina por zona de desastre, hasta
la bodega de Laguna y Perseverancia.
—¿Qué tal, Lily? ¿Qué hay de
nuevo?
cuento
—¿De nuevo?, mira. Misericordia, que Dios lo tenga en la Gloria.
De la casa de al lado sacaban un
muerto en una camilla. Cubierto
con una sábana lo metían en una
ambulancia. Me pareció que apestaba a pudrición.
—¿Quién es?
Lily no me prestó atención. Miraba fijamente a la ambulancia en
las penumbras de la calle. Se persignó dos veces y repitió «misericordia». Me quedé un rato en silencio,
recostado al mostrador. Dos negros
entraron a la bodega. Lily tenía una
botella de ron y empezaron a beber. El muerto era un marinero de
cuarenta y tres años. Vecino desde
siempre. Seis meses atrás regresó
de un viaje. Traía una molestia en
la lengua. Cáncer. Empeoró muy
rápido. Vomitaba sangre y apestaba. Estuvo unas días inconsciente
hasta que murió. Era un tipo alegre.
Quería curarse rápido para salir a
navegar de nuevo. Dejó tres hijos.
Con tanto hijoputa suelto por ahí y
se muere este hombre que era un
alma de Dios, porque mejor que él
con sus hijos y con su mujer no lo
hay en este barrio, etcétera. Escuché
el chisme y me fui. En los últimos
días me entero de muchos casos de
cáncer. Todos se mueren de cáncer.
Seguí silbando la marcha sobre el
río Kwai y recordando que en casa
no tengo nada de comer. Me quedan siete pesos. Pasó un tipo vendiendo pizzas. Compré una. Es un
decir, si un italiano ve esta pizza
se cae de espaldas. Desabrida, fría
y dura como la pata de un muerto.
Me la tragué. Me quedaron dos pesos en el bolsillo. «Dios proveerá»,
decía una de mis suegras, cuando
yo tenía suegras. Bueno. Confiemos. Mañana es otro día y ya se me
ocurrirá algo.
En definitiva, así es como uno
vive: por pedacitos, empatando
cada pedacito, cada hora, cada día,
cada etapa, empatando a la gente
de aquí y de allá dentro de uno. Y
así uno arma la vida como un rompecabezas.
No me gusta hablar de las etapas de mi vida porque se remueve
el dolor. Pero es así. Uno vive por
capítulos. Y hay que aceptarlo.
Mucha gente a mi alrededor estuvo inyectando rencor y odio en mi
corazón. El final era invisible: ingresar al caos, seguir hacia abajo y
no parar hasta el infierno. Cuando
estuviera asándome en aceite y azufre en llamas ya no habría remedio.
Ya mi pellejo estaba achicharrado y pestilente a gases sulfurosos
cuando logré detener la caída. Y
comencé a recuperar algo de lo mejor. Me costó trabajo. Nunca volví a
ser el mismo. Por suerte la vida es
irreversible. Y sobre todo, no seguí
rodando hasta el infierno. Pruebas
que la vida te pone. Si no sabes o
no puedes rebasarlas, ahí te quedas.
Y tal vez no tienes tiempo ni para
despedirte.
El ascensor de nuevo está roto y
la escalera oscura. Sin un bombillo.
Se roban los bombillos, rompen el
elevador, hacen más y más entrepisos clandestinos para más y más
gente y en cualquier momento el
edificio se desploma. Estoy hasta
los cojones de tanta miseria. Los
bobos otra vez se cagaron en un
escalón entre el cuarto y el quinto
piso. Insoportable la peste a mierda fresca. El consejo de vecinos
intenta arreglar la cerradura de la
puerta de entrada, para mantenerla
cerrada. Sobre todo de noche. De
madrugada la gente entra a hacer
de todo en la escalera: templar, fumar mariguana, cagar, mear. Pero es
imposible cerrar esa puerta y lograr
que cada vecino tenga una llave. Es
ingenuo. Esto fue un edificio elegante de ocho pisos, con sus fachadas estilo Boston hacia San Lázaro
y hacia Malecón. Pero hace años
que es un aristócrata venido a menos.
Aquí sólo viven negros, viejas
desastrosas, un par de putas jóve-
El ascensor de
nuevo está roto y
la escalera oscura,
Sin un bombillo.
Se roban los
bombillos, rompen
el elevador,
hacen más y
más entrepisos
clandestinos para
más y más gente
y en cualquier
momento el
edificio se
desploma.
17
La azotea está
tranquila. Menos
mal porque aquí
siempre hay
revoltura. Un
calor horrible.
Ni gota de brisa.
El mar como un
plato. Será una
noche bellísima
de luna llena.
Desde el octavo
piso se ve todo.
18
nes y otras ya destruidas que fueron
putas de lujo en sus tiempos, viejos
borrachos y decenas de guantanameros que emigran en oleadas y
nadie sabe cómo caben veinte en
un cuarto.
Así y todo, los ilusos del consejo de vecinos aspiran a mantener
cerrada la puerta y recuperar seguridad y tranquilidad en la escalera.
El edificio se cae a pedazos. Literalmente. No es metafórico. Está
junto al mar. Y tanto aire y salitre
lo desmigajan y no se sabe a quién
acudir para repararlo.
En fin. No sé por qué hablo de
esto si no me importa. Pude irme
en una balsa. Tuve muchas oportunidades de irme en balsas que
hicieron mis amigos. Pero no, he
navegado mucho en el golfo y sé lo
que es el Caribe. Me dan miedo las
balsas. A veces es malo saber tanto.
Los ignorantes son felices. La gente los cree valientes porque se lanzan a buscar Miami flotando en un
neumático de camión. Pero no son
valientes sino kamikazes.
La azotea está tranquila. Menos
mal porque aquí siempre hay revoltura. Un calor horrible. Ni gota de
brisa. El mar como un plato. Será
una noche bellísima de luna llena.
Desde el octavo piso se ve todo.
Dentro de mi cuarto no puedo
estar. Tiene el techo de fibrocemento y es un horno. Hace falta
un aguacero para que refresque
un poco. Me desnudo y salgo a la
azotea. Queda agua todavía en los
tanques. Me baño. Y me quedo por
allí, secándome al aire. En la azotea
hay siete cuartos. El único que vive
solo soy yo. A la gente no le gusta vivir en solitario. A mí sí, para
no responsabilizarme con nada.
Ni conmigo mismo. Siempre fui
demasiado responsable. Basta con
eso. Ahora a veces viene una vecina
y se queda conmigo alguna noche.
Es una negra muy delgada y fibrosa, de treinta y dos años. Nos gustamos y tenemos buenas orgías. Es
muy negra y tiene un olor fuerte en
las axilas y en el sexo. Eso me excita
tanto que parecemos dos locos revolcándonos. Pero hasta ahí. Nada
más. Luisa se perdió de aquí desde
una noche que le tumbó trescientos
dólares a un tipo. La mulata creyó
que tenía una gran fortuna y no
estaba dispuesta a compartirla con
nadie. Hace dos meses que no la
veo. Cualquier día de estos regresa
haciéndome algún cuento y sin un
centavo en la cartera.
Hay toques de tambor por todas partes. Se escuchan. Es 7 de
septiembre, vísperas de La Caridad
del Cobre. Los tambores suenan
desde muchos sitios y recuerdo
aquellas películas de exploradores
en el Congo: «Oh, los caníbales nos
rodean». Pero no. Los negros sólo
celebran a la Virgen. Eso es todo.
Negros de fiesta. Nada que temer.
Desde aquí arriba se ve toda la
ciudad a oscuras. La termoeléctrica de Tallapiedra lanzando humo
negro y espeso, que no se mueve.
No hay viento y el humo se queda
tranquilo. Un olor como amoniaco
inunda la ciudad. La luna llena lo
platea todo a través de esa niebla
densa de gas y humo. Casi no hay
carros. Algún auto por el Malecón.
Todo en silencio y tranquilo, como
si no pasara nada. Solo los tambores
que se escuchan apagados y lejanos.
Me gusta este lugar. El mar se ve
plateado hasta el horizonte. Cuando ya no soporto más el humo y el
gas, entro al cuarto y cierro la puerta. Sigue el calor. Refrescará más
tarde. Sólo dejo abierta la ventana
pequeña que da al sur. Desde allí se
ve toda la ciudad, plateada entre el
humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad
bombardeada y deshabitada. Se cae
a pedazos, pero es hermosa esta
cabrona ciudad donde he amado y
he odiado tanto. Me acuesto solo
y tranquilo. Nada de sexo. Demasiado sexo en los últimos días. Hay
que descansar un poco. Descansar
y agradecer a Dios y pedirle fuerza
y salud. Sólo eso. No necesito más.
Tengo que evitar a los demonios, y
ser fuerte. En definitiva sin fe cualquier sitio es otro infierno.
Pedro Juan Gutiérrez
(Matanzas, Cuba, 1950)
Desde muy joven ejerció los más
diversos oficios: vendedor de periódicos y de helados, soldado,
obrero de la construcción, cortador de caña de azúcar, etc. Trabajó como periodista durante 26
años. En 1998 su libro Trilogía
sucia de La Habana se convirtió
en un éxito de crítica y público.
Ha sido publicado en veintidós
idiomas. También han tenido notable éxito el resto de sus libros
de cuentos y novelas, algunos han
obtenido numerosos premios internacionales. Además tiene varios libros de poesía, género que
cultiva sistemáticamente. Vive en
La Habana, donde se dedica a escribir y a pintar.
(Tomado del blog del autor).
19
N
Autorretrato.
20
ació en El Quinche, probablemente en 1879. Fue
discípulo de Alejandro
Salas. Después de la Revolución
Liberal de 1895, conoció al general
Eloy Alfaro y sin que éste posara
para un cuadro, lo retrató de memoria. Cevallos ya había ejecutado
varias obras valiosas, entre ellas un
cuadro al óleo del prócer guayaquileño Pedro Carbo, que fue alabado
incluso por el gran periodista Manuel J. Calle. Al comprobar el talento del pintor, el Viejo Luchador
le otorgó en 1897 una beca para
que perfeccionara su arte en Roma,
y en 1902 le extendió un año más
dicha beca con la condición de que
«a su regreso a Ecuador prestara
por cuatro años sus servicios como
profesor de pintura en el establecimiento que el Gobierno le indicara». Cevallos también pintaría, en
1912, un cuadro sobre la muerte
del general Alfaro, donde se le ve
cayendo, golpeado por un soldado
del batallón Marañón.
En Roma, Wenceslao alcanzó la
fama al ganar el primer puesto en
un concurso internacional, con un
cuadro al óleo de cuerpo entero del
rey Humberto I, por el cual recibió la condecoración de Caballero
de la Corona de Italia; además, la
reina Margarita lo invitó a comer
en palacio. El retrato del monarca
se encuentra todavía en uno de los
salones principales del Palacio del
Quirinal. El escritor colombiano
José María Vargas Vila, cónsul del
Ecuador en Roma, fue quien presentó al pintor en la Corte italiana.
Volvió de Roma en 1907 y se
estableció en Quito, junto con su
esposa italiana, en el barrio San
Marcos; en 1910 fue nombrado
profesor de dibujo y pintura en la
Escuela de Bellas Artes, fundada y
dirigida por el profesor Pedro Pablo Traversari. La mayor parte de la
obra de Cevallos se quedó en Italia
y en colecciones privadas, pero en
la Universidad Central de Quito
se conservan los retratos del doctor César Borja y del padre Luis
Sodiro. Su pintura está dentro de
la vertiente impresionista, con tonos puros que dan transparencia y
luminosidad, mostrando una tendencia hacia el puntillismo. Lasti-
paleta
mosamente no dejó discípulos y sus
grandes obras no se encuentran en
el país.
No se sabe en qué año se trasladó a Guayaquil, pero en esta ciudad se dedicó a la bohemia y pintó
poco. El 1 de septiembre de 1924, el
maestro envía una carta al director
del diario El Comercio de Quito, en
la que, entre otras cosas, manifiesta:
«Como ecuatoriano que soy, y que
amo de veras a mi patria, desearía
no ser olvidado, hoy que me encuentro en la indigencia, enfermo
y casi paralítico... Me encuentro en
el Hospital General de esta ciudad,
en la sala San José».
Wenceslao Alejandro Cevallos
falleció en el Puerto Principal el 13
de octubre de 1924. El periódico
guayaquileño El Guante pagó todos
los gastos del entierro.
(Este artículo se basó en la investigación
llevada a cabo durante tres años en el Archivo Nacional, la Biblioteca Aurelio Espinosa
Pólit, la Universidad Central y la Biblioteca Nacional de la CCE, por los nietos del
pintor: Marco, Alejandro y Napo Cevallos).
Retrato del Rey Umberto I, Palacio del Quirinal.
«Como ecuatoriano que soy, y que amo
de veras a mi patria, desearía no ser
olvidado, hoy que me encuentro en la
indigencia, enfermo y casi paralítico...
Me encuentro en el Hospital General de
esta ciudad, en la sala San José».
21
Pablo Ramos
E
22
s así —me dice de espaldas, con la cabeza metida
en la pileta de la cocina,
mientras termina de enjuagarse
el pelo—, ni te das cuenta que el
tiempo pasa.
Se hace un turbante con la
toalla, se da vuelta, toma el mate
de arriba de la mesada y chupa
de la bombilla hasta que el ruido
le avisa que debe volver a cebar.
Ceba otro, me lo da y soy cuidadoso de no tocarle la mano, de no
romper el hechizo sin el cual, tal
vez, no habría llegado nunca hasta
su casa.
—Qué vergüenza, agarrarme
justo cuando me lavaba el pelo
—me dice—. Con la que me veo
a veces es con la santiagueña. ¿Te
acordás de la santiagueña? Andaba
con el Turco. ¿Qué se habrá hecho
del Turco?
Se sienta. Supongo que mientras habla de cosas sin importancia
trata de encontrar al pibe que debo
haber sido hace más de quince
años. Seguro piensa que algo debe
quedar: una señal, un resto de luz
oculto en alguna parte. O puede
simplemente que esté tratando
de acomodarse, de amortiguar el
impacto de mi visita. Yo estoy sentado y sigo sin saber cómo llegué
hasta acá. Cómo fue que esta tarde
me subí al tren, recorrí las cuadras
desde la estación hasta su casa con
un paquete de facturas, golpeé la
puerta —después de tantos años—
y le dije que venía a tomar unos
mates.
Tiene un vestido floreado y
suelto, humedecido en el escote,
con botones en el frente y completamente abrochado. Está nerviosa.
Sentada en la otra punta de la mesa
no ha parado un instante de hablar,
y ahora se inclina hacia delante y
busca una factura en el paquete
abierto. Puedo ver la forma de sus
pechos porque la luz que entra por
la ventana le vuelve trasparente el
vestido. Pienso que pudo haber
sido mi madre, que en una época
deseé que fuera mi madre y hasta
se lo dije.
—Madre Teresa —digo. Pero
ella no escucha, o hace que no escucha.
—Mirá que seguís siendo loco,
eh —dice.
Después me pregunta qué bicho
me picó, por dónde anduve. Querrá
saber qué fue de la vida de un chico
de catorce años que pensaba que
una puta era una especie de diosa
del Olimpo.
—El tiempo vuela —dice—.
Querías ser músico y doctor. No
narrativa
tenés cara de ninguna de las dos
cosas. Querías ser chulo también.
Cómo me hacías reír, ¿te acordás?
Siempre fuiste tan gracioso.
—Me casé. Me separé —
digo—. Tengo un hijo que se llama
Alejandro.
Ahora me pasa la pava para que
yo cebe. Vuelco un poco de yerba
sobre un costado del papel de las
facturas y acomodo la bombilla.
En silencio, la miro frotarse la
cabeza con la toalla. Sacudir el
pelo rubio para los dos lados,
peinarse con la mano abriendo los
dedos para formar una peineta.
Teresa hace estas cosas con una
energía desmedida, como si los
movimientos bruscos la ayudaran
a pensar mejor, a concebir la
pregunta que contenga todos las
interrogantes que le deben estar
pasando por la mente. Se detiene.
Suspira con un dejo de cansancio y
se para.
—Estarás necesitando mujer —
dice.
Yo pienso que debería irme. No
sé a qué vine pero seguro que no a
humillarme, ni a humillarla a ella.
De golpe me siento asustado, me
siento triste.
—Me voy al sur; a laburarla de
verdad, sabés —digo.
Teresa recorta el pedazo de
papel donde el poquito de yerba
húmeda hizo una aureola verde,
envuelve la yerba, va hasta el cesto
de basura que está cerca de la pileta
y la tira.
—Contame algo del pibe, che.
¿Alejandro dijiste que se llama?
Contame, ¿se parece a vos?
—Es igual a la madre —digo,
y el silencio de ella debe tener que
ver con el tono suave de mi voz,
con las palabras comunes y corrientes que acabo de pronunciar.
Tal vez ya se dio cuenta de que
siento desprecio por mí, por mi
manera mezquina de pensar, de relacionarme con el mundo; porque
soy incapaz de confiar, de no sentir
que el otro oculta siempre intenciones secretas que no se atreve a
sacar a la luz.
—Vos eras hermoso, sabés —
dice Teresa—, me refiero a lo que
eras, a la persona que eras, a las cosas que decías.
Se acerca por detrás, me rodea
el cuello con los brazos y me pasa
las manos por el pecho. Se apoya
contra mi espalda, me tira el cuerpo encima. Me quedo sentado. La
siento alejarse y giro sobre la silla.
Está desabrochándose el vestido.
No rápidamente, tampoco con una
lentitud que deje espacio a alguna
duda. Está por desprender el último botón y yo temo que ese solo
acto logre entristecer el mundo
para siempre. No digo nada y ella
debe interpretar mal ese silencio.
Se lleva las manos a la cintura y,
abriéndose el vestido, me deja ver
sus pechos desnudos, una bombacha ajustada y negra, sus piernas
todavía hermosas. Ahí está Teresa y
ahí se queda ahora, parada cerca de
mí, ofreciéndose, un fantasma en la
penumbra.
—Teresa —digo.
No quiero mirar su cuerpo y busco sus ojos cuando el sol, desde atrás
del paredón del baldío de enfrente, colorea la cocina de un naranja
irreal, ilumina su pelo húmedo que
huele a champú de manzanas, su
cara de polaca, de judía, una mueca
feroz bajo los delicados rasgos de su
nariz. Yo sigo inmóvil, con los brazos caídos a los costados. Ella desvía
definitivamente la mirada.
—¿Te acordás del disco que me
regalaste? —Se ha dado vuelta; se
está cerrando el vestido—. ¿Te
acordás o no? —dice de espaldas—.
Todavía lo tengo, en un sobre. Fue
cuando empezaste con el inglés.
Estabas meta traducir canciones. A
veces quiero acordarme. Es como
tener una espina, esto de no poder
acordarse.
Se mete en la pieza y, lo sé, está
juntando fuerzas para poder mi-
rarme a la cara cuando vuelva. No
puedo dejar de reconocer su oficio
en eso. Ahora sale, con un sobre,
con el disco simple adentro, la mirada clavada en el aire.
—Hablaba de alguien que lloraba por una tontería —dice—, me
acuerdo de eso: un tipo que lloraba
por una gran tontería.
—Porque el cielo es azul me
hace llorar —digo.
—Eso, sí, ¿qué alivio es acordarse, no? Porque el cielo es azul, me
hace llorar —dice Teresa—. Qué
tipo más raro. Qué tontería más
grande.
Pablo Ramos
(Avellaneda, Buenos Aires, 1966).
Ha publicado el libro de poemas
Lo pasado pisado (1997), las novelas
El origen de la tristeza (2004) y
La ley de la ferocidad (2007), y el
libro de relatos Cuando lo peor
haya pasado (2005), que obtuvo
el primer premio del Fondo
Nacional de las Artes (2003) y
el primer premio en el concurso
Casa de las Américas de Cuba
(2004). Su obra ha sido traducida
al francés y al alemán.
23
Todo poema
Dicen que todo poema está hecho de polvo.
Polvo de nostalgia.
Una nostalgia casi imposible
encontrada al caer en cuenta
que la gente se va
que se muere o se cambia de país
y nos vamos quedando solos.
Polvo hecho de huesos.
De todo lo que se acumula con el paso de los años.
De las calaveras a las que quisiéramos desenterrar
y besarles la frente con ternura.
Polvo de los cajones que nunca abrimos.
Polvo que se acumula en los retratos y las fotografías que
abandonamos a su suerte
en algún rincón de la casa.
Polvo de la intimidad.
Polvo del deseo que invocamos cuando
conocemos el amor.
Polvo de las tardes en que llueve
y somos más propensos a la tristeza.
Polvo de los libros,
polvo del hambre,
polvo de los calendarios,
polvo de la libreta de direcciones
a las cuales nunca vamos a ir.
Dicen que todo poema está hecho de polvo.
Al igual que los hombres.
24
novísimos
Cotidiana
De la muerte
Este teléfono dañado no sirve de nada
y sin embargo sigue aquí
sobre la mesa
como parte de todo,
quizás lo conservamos porque nos gusta el martirio
de su silencio,
o el ronquido ausente
al otro lado de la línea telefónica.
Tristes son los cadáveres bajo mis ojos.
Cadáveres de segundos,
de esperanzas que se toman largos años y terminan
también por morir.
El calendario dice que mañana es domingo
que ayer fue domingo
que hoy también lo es.
Repaso uno por uno los agujeritos
que encontré en el tejado,
coloco debajo baldes para que recojan la gotera
y remiendo con fotografías
los agujeros de la memoria.
Me sabe lejano el sonido de las palabras
cuando caen rendidas sobre el asfalto,
mártires, las memorias,
solas las promesas en suicidio.
Apenas son las seis treinta
y tengo miedo
de todo lo que me queda por morir.
Intento convencerme de la buena salud,
de los buenos tiempos venideros,
de que pronto cambiará el titular del diario,
que mi cabello dejará de caerse prematuramente
delante del espejo.
Repito en voz baja que las manchas en mis mejillas
son solo alegría a medias,
que mis dientes siguen igual de blancos
que esta tarde el poema
golpeará atrevidamente
todas las ventanas de la casa.
Algo muere a lo lejos
cayendo despacio
sobre la tierra
Sonrío apenas,
porque no he sido yo.
Juan Suárez Proaño
(Quito, el 18 de noviembre de 1993)
Comenzó a escribir a temprana edad. A los 17 años
terminó su primer libro, A mi mundo, publicado dos
años más tarde por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura. Paralelamente, terminó la
escritura de Lluvia sobre los columpios, libro que fue
publicado independientemente en el año de 2014.
Actualmente es estudiante de Comunicación y Literatura en la Universidad Católica del Ecuador. Varios de sus relatos cortos han sido utilizados como
material didáctico en escuelas y colegios de Imbabura y algunos poemas suyos han sido publicados en
revistas y antologías de poesía juvenil del Ecuador.
25
Christian Jiménez Kanahuaty
26
geografías
Uno
L
a obra de Rodrigo Fresán
es una de las más versátiles
de los últimos años. Ha recorrido y explorado temas que van
desde la historia argentina hasta la
paternidad, pasando por la ciencia
ficción, quizá por ello se ha manifestado en diversas oportunidades que Fresán podría no haber
nacido en Argentina en 1963, ni
que su primer libro de cuentos se
llame precisamente Historia argentina (1991) y que sea la parodia y
la reconstrucción de la historia argentina para narrar eventos a veces
subterráneos de ella o a veces para
formar a partir de personajes históricos, personajes de ficción mucho más interesantes y entrañables
que los reales. Lo cual es un juego
que bien podría anclarse a cierta
tradición de historizar la ficción,
pero Fresán va más allá al colocarla
dentro de un universo pop, donde
la música, las pinturas, las marcas
van haciendo que lo local sea demasiado global como para no verlo
ni registrarlo.
Dos
Fresán tiene temas recurrentes: Pink Floyd, México, Edward
Hoper, The Beatles, sobre todo la
portada de Sgt. Pepper’s Lonely
Hearts Club Band, algunas referencias a James Dean, a Casablanca, a Lawrence de Arabia son las
que pueblan y mutan en cada uno
de sus libros. A veces hay la impresión de que la música ha sido el
registro artístico que más y mejor
se asienta en la obra de Fresán y él
mismo parece usar uno de sus modernos experimentos. El sampleo es
un elemento que se percibe en sus
dos últimas novelas, El fondo del
cielo (2009) y La parte inventada
(2014), abre de nuevo posibilidades
a pensar desde la poética de Fresán,
lo se podría llamar «las edades del
lector». Fresán reflexiona a partir
de estas edades en los momentos
en que un lector se convierte en
escritor. A veces en sus artículos
cuando escribe sobre John Cheveer,
o Raymond Carver, o David Foster Wallace y John Irving, también
esa forma de entender la escritura
y la lectura aparece como un paraguas que indica las coordenadas por
dónde transita la escritura a ser reseñada. Fresán piensa a los lectores
como seres de otros planetas que se
han preparado a través del tiempo
y debido a la acumulación de materiales dispuestos para lograr una
comprensión objetiva y lúdica del
texto literario. Piensa que los lectores se van convirtiendo en escritores según su genética y según la
manera en que interactúan con la
obra que tienen entre manos.
Tres
Fresán no es considerado un escritor serio. Para muchos sus guiños al rock, a las drogas, al cine y a
la ciencia ficción lo hacen un escritor juvenil y preocupado por aquellas cosas sin importancia que sólo
están ligadas a cierta escritura que
no se complace con dar respuestas,
sino con elaborar preguntas. Y esto
desde un punto de vista puede ser
cierto, pero quizá ahí esté la belleza de Fresán, en la posibilidad de
armar con aquellas piezas-novelas
como Esperanto (1995) y Mantra
(2001) que son el reflejo de una generación que estaba a punto de ser
olvidada gracias tanto al peronismo
neoliberal como al monopolio político del PRI en México y la manera
en que la guerra y la violencia mutan
en la vida cotidiana condicionando
de muchas maneras tanto reales
como imaginarias, lo que se puede o no hacer. Pero allá donde otro
Su fuerza está
dentro de una
narración que
es envolvente
y al mismo
tiempo rápida y
rugosa, como los
pliegues de una
cortina. Fresán
arma la vida
de un escritor
desde su origen
y desde ahí lanza
un mundo de
explicaciones
sobre el
significado de
la paternidad,
la violencia, la
vida, el amor, las
relaciones de
pareja y, sobre
todo, la forma en
que se constituye
esa dilatada
manera de
encarar el futuro.
27
escritor encontraría el terreno para
lanzar una larga disquisición sobre
el mundo actual y dar un alegato a
favor de la libertad y la liberación,
Fresán sólo desea divertir mientras
te dice cosas duras al oído; dejando
para el después (un después que él
jamás controla porque le corresponde al lector) la respuesta de la
cual entiende que es una resonancia de Dylan, porque todo flota en
el aire. Pero esto también tiene que
ver con aquello de que Fresán sabe
que los escritores, y sobre todo él,
son producto de sus fallas. Él ha
reconocido en muchas entrevistas
que, al final, su estilo son sus fallas.
Esta forma de entenderse hace de
él alguien que festeja sus errores y
los trabaja sin intentar ser otro, sino
que acepta sus propias limitaciones
y temáticas y con ellas, edifica un
mundo de ficción que tiene mucho
de verdadero. Sus fallas son su estilo. Sus errores son su escritura y su
estilo es sólo un puñado de temas.
Cuatro
28
Fresán puede construir novelas
alucinantes con personajes memorables pero hay un momento
en que su obra va dando un giro.
Jardines de Kensington (2003) es
una de esas novelas que llegó para
quedarse entre nosotros; la historia
que cuenta, ambientada en Inglaterra, no hace sino ‘ficcionalizar’
aún más el momento de escritura
de Peter Pan. Pero lo interesante de
esta novela es que Fresán reconoce
de ella, que esa es su primera novela, que ahí se resumen todos sus
intereses y todos sus temas. Porque
no es que Inglaterra sea su tema,
sino la niñez y no hay dentro de la
literatura además de ciertas novelas
de Dickens, obra que haya captado
la niñez como lo hizo Peter Pan en
su momento. Fresán ama la niñez,
es su territorio desde el cual salen
la mayor parte de sus personajes y
es el escenario desde el cual ahora
habla. Ya en Mantra había un juego
sobre la infancia, pero en Jardines
de Kensington se acentúa esto y se
convierte en la bomba de tiempo
que hará estallar la historia. Y quizás para redondear esta etapa, haya
que decir que junto con la infancia,
la memoria es también uno de los
elementos detonantes en estas novelas. Pero no es una memoria que
llora lo que ya no existe más, sino
una memoria casi festiva que hace
del pasado algo presente, ahí está
su idea de ciencia ficción: la permanente presencia del pasado en el
presente y la fuerza con la que aún
nos sentimos presos de un pasado
que no termina de irse porque vive
en nosotros.
Cinco
Fresán ha emprendido una trayectoria reciente en su narrativa.
Una que tiene que ver con el rescate de la infancia pero vista desde
el punto de vista de la paternidad.
La paternidad se ha convertido en
la genética heredada para que sus
personajes puedan aceptar o no su
destino y si bien podemos ver el rol
de la paternidad en novelas como
Esperando o Mantra, es en La parte inventada donde mayores logros
obtiene. Logros en el sentido de
preguntas y respuestas elaboradas
al calor de ver cómo un niño va
convirtiéndose en escritor y va elaborando su pasado en relación a su
presente para dar cuenta de aquello que vio de lejos, pero lo toca
de cerca. Su fuerza está dentro de
una narración que es envolvente y
al mismo tiempo rápida y rugosa,
como los pliegues de una cortina.
Fresán arma la vida de un escritor
desde su origen y desde ahí lanza
un mundo de explicaciones sobre el
significado de la paternidad, la vio-
lencia, la vida, el amor, las relaciones de pareja y, sobre todo, la forma
en que se constituye esa dilatada
manera de encarar el futuro. Que
es nomás ciencia ficción porque es
impredecible.
Seis
Al revisar la obra de Fresán uno
tiene la sospecha de que está frente
a una obra que crece conforme pasa
el tiempo y que ese tiempo no es el
tiempo de los relojes ni del positivismo, sino que es un tiempo vital.
Es el tiempo del escritor. El escritor vive sólo aquello que desea vivir
y a partir de eso cuenta algo a los
demás. Es el maestro de la comunidad de origen que reúne al grupo
y cuenta algo al calor del juego a
los demás de la tribu. Ser parte de
la tribu de hombres y mujeres que
escuchan a Fresán es ser parte de
un mundo que nace desde el origen
de los tiempos. Es un hombre que
escucha la voz de un escritor que ha
sido lector, que ha sido hijo, que es
padre, que ha sido al final también
producido por su propia fabulación.
Tanto es así que en esa fabulación
él reconoce sus errores y dota a ellos
de su gen primario y primigenio. Es
un escritor, entonces, que es dueño
de pocas cosas pero con esas pocas
y pequeñas cosas arma el mundo
que nosotros habitaremos mientras
lo leamos.
Al revisar la obra
de Fresán uno
tiene la sospecha
de que está frente
a una obra que
crece conforme
pasa el tiempo y
que ese tiempo
no es el tiempo de
los relojes ni del
positivismo, sino
que es un tiempo
vital. Es el tiempo
del escritor. El
escritor vive sólo
aquello que desea
vivir y a partir de
eso cuenta algo a
los demás.
29
Andrea
Las manos son del exilio
1
El atardecer se desprendía de la primavera de los rostros.
Las manos son del exilio que es una muerte suspendida,
hombres obligados a la desmemoria de sus pasos.
2
Se pondrán a cantar con la miel brotando de las rocas, saben que llegan
los esposos con las nuevas reses para formar las colmenas.
Los hijos aún son frutos diminutos, tiernos, apoyados en las trenzas del
querer: amanecerán en la punta de la lengua de los bueyes.
Ese es el sabor de los muros calmos que sostienen esta cena de campo y
de flautas que son los tiempos de la carne.
3
30
Volver los ojos hacia la nube del corazón partido con la espesura de los
humores de madera que tienen ligaduras como membranas; así es el
destierro de la pureza de los hombres.
En el vidrio se refleja el paso de la experiencia por sobre la carne de
nuestros ojos.
Frescas son las certezas de los condominios.
El saludo del tiempo tiempla las manchas de los miembros salvados.
poesía
Cuatro poemas
A
Ha sido mi madre una clase de homúnculo habitando el castillo de la
lengua. A ella le amputaron los dedos de las manos para evitar cualquier
distracción con el cariño.
Mi madre intenta denunciar a sus captores, elabora documentos para
señalar el amor de los viajes.
Es una ebria mi madre,
pero qué puede hacer. Se siente muy sola ante los juegos de mesa
y la sala vaciada de niños; además es arduo limpiar los juguetes del
corazón sin dedos para desentrañar los placeres de cal.
B
A mi padre le cortaron los brazos tibios con el vinagre suave de las
colinas. Sus ojos se levantaron hacia mí como hacia el oriente de la
víspera. Las piedras encierran el olor del grito de mi padre que ahora,
afiebrado, bebe los deseos de los hijos y la calma de acantilados en la paz.
El puente hacia mi casa es subterráneo en los brazos: hay que bucear en el
amor de los minerales, en los estantes del nombre con el que llaman cuando me llaman cuando
soy el fantasma de un sonido que gira al oírse, al oír el ruido del
espectro al que
llaman con mi nombre.
Los brazos solo pueden ser cortados en el cementerio de los ángeles y a
la hora del retorno a la tierra de los fieles que hemos adornado el desierto
del perder.
C
Yo que habité los tiempos del carbón, las morias, los escalofríos y la
tensión de las danzas, vi el declive de los siglos dentro de las cifras y el
oficio cóncavo que implica al ojo.
Conviví con los ríos y habitaciones de sombra, supe que la tristeza es
pequeña como una semilla, el que la tiene verá siempre sus brotes.
D
Y vuelves al desamparo de la boca y al arrullo de la madre en el amanecer
antes de evocar la adultez de la primaria. Ya no te quiero soplando tu
sordera, ni acariciando las quebradas de las manos.
La sangre atardecida está llena de rostros simples. Abrazo la cal que
quiere tu labio y el párpado de la luz.
Y hay una telaraña en el frío carmesí de las escaleras, allí
aguardan los temores familiares listos para deslizarse entre tu ropa.
Pero en estos tiempos acontecieron los pájaros y la niebla,
observábamos que la dimensión del amor estaba entre los huesos fríos de
las manos.
Andrea Crespo Granda
(Guayaquil, 1983)
Andrea Crespo realizó estudios
de comunicación en la Universidad Casa Grande de Guayaquil.
En 2004 participó en la I Bienal
de Arte No Visual del país. Fue
parte del equipo de producción
para Guayaquil de los EDOC,
Festival Internacional de Cine
Documental, desde la segunda
hasta la novena edición (20022009). En septiembre de 2009
fue nombrada directora técnica
de Cinematografía del Consejo
Nacional de Cinematografía del
Ecuador. Como productora independiente ha desarrollado preproducción y producción de campo de
algunos documentales nacionales,
como Estación Floresta, Mención
de Honor premio Augusto San
Miguel, 2008; o El lugar de las cirguelas, 2009; también trabajó para
la televisión de Catalunya (España, 2009). Ha sido directora de
Comunicación del Ministerio del
Litoral y asesora de Comunicación del Ministerio de Educación
del Ecuador (2008-2011).
31
Leira
Antipoema
Yo recuerdo que estabas allí sorbiendo la sal mientras yo pedía. No, yo gritaba. No, yo soñaba. Sólo quiero que te detengas. La memoria es una pasta dental que
no quiere salir del tubo. La arena se metía en nuestros
poros. Y tú eras feliz porque yo mostraba una felicidad barata. Una felicidad de niño de cinco años, decías.
Porque la felicidad es simple, decías. Y que no empiece
a llorar porque me quemo y lo único que hacías era
cagarte de risa. Había cadáveres en el agua. Cadáveres
en la tierra. Esqueletos que alguna vez fueron la materia esencial de una lancha imposible que querías construir. Con cinco centavos, con un entusiasmo que no ha
sido medido en la bolsa. Me dijiste que era triste, que
por eso me dejaste. No sentí nada. Pero lloré. Cuando
corales rotísimos me remataron los pies. Y sonreímos.
Porque yo estaba feliz de nuevo. Porque sentí.
32
Caníbales
Corta por ratos la náusea que corre con sus pies
atajando la luz barata de un clóset. Están. Sus medias
trajinando dolorosamente pasan sin poder asirse de los
tobillos del enano. Mi sujeto deforme es el demonio
que me quitó de la costilla Dios cuando nací.
Yo creía que al menos tendría alas y oro cubriéndome la frente pero entre fotogramas viví el pánico del
acero quirúrgico negociando los pulmones de mi madre con frascos coloreados al azar e intravenosas que le
sacudían la infancia. Entonces ella gritaba a mi abuela,
yo le gritaba a mi abuela, mi hermana le gritaba a mi
abuela, la tía le gritaba a la abuela. Se tenía que hacer
pública aquella hipótesis de que la abuela era abuela
pero era mala madre. Lo logramos. La partimos. Nos
comimos sus piernas pequeñitas y su boca que se sostenía sobre el mentón de los besos infinitos del 96.
Los caníbales celebramos cumpleaños y fiestas de
guardar.
Somos de centroizquierda pero le pagamos poco a
la doméstica.
Y vivimos apuntándonos con pistolas de salva hasta
que la muñeca se cansa, nos damos besos, y nos sentamos a cenar.
Cirugía
Han plantado la bondad en tu cuerpo
de una manera repugnante
ya no cabe el morbo
ya nada cabe.
Mordidas
Hay cachorros de tigre queriendo morder las aceras.
Yo soy la calle. No, soy una avenida. No, soy el semáforo
extendiéndose sobre un pie desconocido. Que no cruces y que los perros se lleven tu carne.
Esta no es mi ciudad. Esa tampoco es mi boca. Esta
voz no es la que conozco y es un mirarse al espejo y
contar del uno al diez del uno al diez como los juegos
descabellados de los niños que empiezan a hablar, pero
nadie los quiere escuchar, porque todos olvidaron cómo
es no preocuparse por la pensión, cómo tocarse el ombligo con sinceridad.
Me besa y es un sueño seco. Nuestras lenguas son
piedras en medio de la calle. Los carros pitan, hay agua
en la esquina. Quiero saber a dónde irá esa corriente.
Él también quiere. No sé por qué sé lo que él quiere.
De pronto estoy en su cabeza pero sigo en la mía. No
soy una diosa. No soy el infierno. No soy el espacio.
Soy la mantarraya de un océano inexistente. Las rocas
se lanzarán hacia los cuerpos, tocarán los timbres, envidiarán las sombras que proyectan los árboles tristes.
Cientos de bocas sonríen por la llegada del apocalipsis.
Los veo hacerse masa en las esquinas, comiendo canguil mientras esperan la película del fin. Nos amamos.
Deberíamos ahora cantar Cumbayá. Deberíamos besarnos. Que nadie piense que esto es porno. Que nadie diga nada. Que se callen. Maldita sea, qué les pasa.
Dejen de quererse. Dejen de oler a maíz con caramelo.
Que venga el mar y se los lleve. A mí no me llevará. En
los sueños todos somos hacedores. En los sueños nadie
teme al artículo YO, nadie teme al ego, nadie justifica
su existencia a través de la palabra.
Otra vez el tigre. Ha venido a ahogarse. Otra vez un
tigre y miles de cachorros de tigre. Qué tierno es morir
con sus dientecillos clavándose en mi pierna. Me está
besando. Hay rayas en mi espalda. Tomo un mar para
escuchar el sonido de las conchas. Le enseño a respirar al
tigre. Bajo el agua. Está verde. Y sonríe. Y sonríe.
Leira Araújo
(Guayaquil, 1990)
Actriz, guionista, poeta y profesora de literatura. En el año
2003 ganó el premio de Teatro de la ONU; en el 2013 fue
seleccionada para representar
culturalmente al Ecuador en el
SUSI Program de la Embajada
de Estados Unidos en Olean,
N.Y., St. Bonaventure University, Chicago y Washington D.C.;
en el 2014 ganó el Primer Slam
Poético organizado por el aniversario de ‘Esquirla Poética’.
Colabora con distintos colectivos artísticos, perteneció a Fantoche Teatro de Grupo y escribe
en medios independientes de su
ciudad natal.
33
poesía
Lucero
Versos para un niño viejo
Tus ojos gritan un par de brazos
y ciñéndome a tu pecho, me dices que no me marche.
Ay hombre elástico, de los mil nombres,
tienes la capacidad de retenerme con cadenas
imaginarias.
Esa habilidad tuya de embobarme solo con decir
mi nombre
y todas las derivaciones posibles que inventas.
Niño travieso, niño hombre, niño viejo.
Yo ya tengo hecha la maleta pero no parto
y me quedo un minuto más, una hora, un día.
Quisiera conjugarte en presente o en futuro
pero no me alcanza ni siquiera para el pretérito.
Llegué con desventaja de años a esta guerra.
Animal
Ruge debajo de la melena, abre los ojos, es un gato.
Lame su pata, ahora es perro. Muerde su cola, es un
uróboros. Espera al acecho, es un lince. Se lanza al
ruedo, como un toro.
Se llama hombre, pero aún no me dirige la palabra.
Poema insular
«Hacia la hora del mediodía, con la marea,
La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma»
José Saramago
34
La arena se tragó mi casa
la creciente se llevó la luna
tres rayos me traspasaron
abrí los ojos
seguí intacta.
Dije adiós a la princesa de los mil años
quemé el último ejemplar mal impreso
descorché una botella de vino
ahora hay una isla en la mitad de la casa,
dispuesta a ser devorada una vez más.
Lucero Llanos Orellana
(Guayaquil, 1990)
Licenciada en Periodismo por la Universidad Casa
Grande. Obtuvo la Primera Mención de Honor
en las ediciones 2011 y 2012 del Festival de Poesía
Joven Ileana Espinel, organizado por la Casa de la
Cultura Núcleo del Guayas. Sus poemas han sido
publicados en revistas literarias en línea (nacionales e internacionales), así como en las antologías
Imaginarios y Efecto secundario. Ha leído su poesía
en la Feria Internacional del Libro de Lima, Perú,
2011; y a finales del 2012 fue invitada al tercer coloquio internacional de mujeres poetas ‘La Palabra
Visible’, organizado por el desaparecido Ministerio
Coordinador de Patrimonio.
Abel
Canto segundo
Viene un paciente bajando de sus navíos de leche
al légamo de su tierra infértil.
Caigo.
Me vi yacer en lo etéreo de las montañas peinadas
por el azafrán:
soy lo perdido columpiándose en telarañas fatuas.
Diálogos para no ligar
I
La música son alas agitando el abandono del hombre.
¿Qué canción será la que suena?
Las gentes están acorazadas dentro de ellas mismas.
Estamos solos.
Déjame sentar a tu lado.
Me siento tan pequeño que podría entrar en tu cenicero,
lavarme con tus despojos ardientes.
Cada vez que acomodas tu falda acomodas al mundo.
¿Te asusta la gran herida de la noche?
No vengo por tierras
más que para deshabitar la mía.
Susúrrame al oído como si te pudiese escuchar,
hazme saber que somos dos extraños,
que entre los ramajes del mojito
tus ojos de lince centellean a su presa.
¿Te asusta la gran herida de la noche?
Serás mi cántaro, seré tu cántaro,
y en esa gran tempestad
caminaremos sobre las aguas.
No se llora envainado en una risa
pero cómo se ríe en el fondo del llanto…
Caigo.
Rendirse ante los elefantes ciegos,
aprendiendo a no estar estando.
Estamos rotos;
con máscaras debajo de las máscaras,
con «caminos que no llevan a ningún sitio»,
con cántaros siempre vacíos.
¿Qué es un soldado abaleado?
Un desparpajo sonriente, un sapo palpitando en la
luna.
Impulso el paracaídas.
El hollín de los espejos forma un peñasco.
Los mandriles gritan desde adentro, y yo canto.
Remojar los ojos en la diáspora,
alejarse para allanar la sombra.
Gozo en la caída.
Aviso: destroce este poema
para encontrar al poema.
Estamos rotos;
con un regurgitar sin tiempo,
con máquinas para despojar al hombre,
con sueños inacabados.
Abel Ochoa
(Guayaquil, Ecuador, 1986)
Diseñador, publicista y poeta. Escribe en el portal político-social gkillcity.com
y asuntosdelsur.com. Ha publicado El abismo de los justos, Quito, 2012. Aparece
en varias revistas digitales, en la Antología de poetas del Encuentro de Poesía en
Paralelo Cero, Quito, 2013; ‘8 Poetas ahorita’, de las editoriales cartoneras Dadaif, Camareta y Amaru de Perú. Mención de honor en Poesía en Paralelo Cero,
Quito, 2012. Ha participado en la Feria Internacional del Libro, Quito, 2012;
en el Encuentro de Poesía Ileana Espinel, Guayaquil, 2012; en el Encuentro de
Poesía en Paralelo Cero, Quito, 2013 y en Sumpavive, Salinas, 2013.
35
Andrea
La magnífica habitante del torreón
(Fragmento)
IV
Come farà l`uccello solitario?
Potrà lui chiudere le ali
rompere le
fila
senza distruggere la danza?
Zingonia Zingone
Efluvio a palabra escrita. Eres un pájaro sin bandada fija.
Valoras la existencia y la nada al mismo tiempo, así como
el continuo intento de ser, sin llegar a ser. ¿Cómo puedes
ser tan tuya y abandonarte a la vez? Tienes el cuerpo lleno
de relámpagos y solo dejas salir los destellos.
Hagamos un puente, Malena. Un puente de recuerdos
con las hojas que caen del sauce. Un puente de recuerdos
con las palabras que caen de tu boca. Un puente de preguntas con tus zapatos de colores. Un puente de eternidad con los personajes que se ocultan tras tus ojos.
Malena, danza con los pies desnudos de ansiedad.
Agotemos la existencia en un abrazo. Desgastemos el
lenguaje en un grito.
V
Malena, no te desangres en pensares. Desángrate obnubilada por tu dermis.
No te lamas las heridas secas. Escarba con tu lengua en la llaga sangrante. Estruja tus entrañas con fiereza. Enrolla en tu muñeca el cordón que
sostiene tu ánima. Eclosiona tu sangre con tu carne. Mixtura. Amalgama.
Alquimia de olas en celo y en tu sien las olas retozan hasta provocarle un
orgasmo a la muerte.
Andrea Freire F.
Nací de las entrañas del mar
en un día de los océanos. Piel
de Yemayá, sonrisa de Mercury,
cabeza de Yourcenar, corazón de
Artaud: estoy hecha y deshecha
de muchas historias. Por eso escribo, para que no se me olvide
ningún episodio de mi historia.
36
Bésame los senderos prominentes de mis rústicas manos antes de irte al
torreón. Bésame y duerme plácidamente.
La muralla algún día caerá, Malena.
Preferencias
Yo prefiero venirme con cualquiera,
antes de irme con Dios.
relato
Bus
Rafael Montalván
E
Rafael Montalván Barrera
(Guayaquil, 1963)
Escritor, poeta, educador, periodista, historiador, bibliógrafo, gestor cultural y crítico literario. Ha viajado con ponencias propias y distintas a congresos internacionales de lectoescritura
en Colombia, Cuba, Perú, Panamá, Chile, Argentina, Guatemala, Suiza. Ha publicado varios
libros de poesía, cuentos, testimonios, didáctica,
reseñas y ensayos; ha trabajado como reportero
y cronista en varios periódicos nacionales, mantiene en la actualidad la columna ‘Vamos a leer’
en Diario Súper, y se desempeña como profesor
de Lengua A del Bachillerato Internacional y
jefe del área de Lengua y Literatura de la Unidad Educativa Particular Politécnica de Guayaquil. Este relato pertenece al libro Ficcionario
anónimo, publicado en 2012.
l bebé llora con insistencia frenética, se defiende de los brazos de la mujer quien no consigue
tranquilizarlo, «Cálmese», bisbisea nerviosa,
pero el bebé llora y llora, nada lo consuela desde que
subieron al bus, llora y llora. Los pasajeros los miran
con enfado, el obrero que va leyendo el periódico junto
al pasillo pretende no inmutarse, pero en su rostro se
advierte que se ha fastidiado; la oficinista de uniforme
de tres piezas se retrae disgustada en su asiento por
los gritos insoportables del bebé que llora y llora, abre
su cartera y toma su teléfono móvil para distraerse
mientras chatea. El policía que viaja junto a la ventana
finge no sentir el berrinche del bebé, la mujer acerca
su boca al oído del chiquillo, le pide que ya no llore,
«shfff», pero él llora aún más, patalea, se angustia;
algunos pasajeros se bajan enojados del bus, ya sobre
la acera de la avenida Colón se sienten complacidos,
por fin ya no escucharán llorar a ese bebé que viaja en
ese bus rumbo al suburbio; dentro del carro el bebé
continúa llorando, llora y llora y el chofer conduce sin
darle importancia, las pasajeras y sus hijos escolares
oyen acalorados llorar al bebé de casi un año, que se
retuerce en los brazos de la mujer quien se muestra
inquieta, impotente, conturbada; el bebé balbucea
apenas un «mmamam» como desesperado grito de
auxilio, parece que va a reventar, llora y llora. Otros
pasajeros se bajan en el paradero y levantan sus miradas
al cielo porque ya no oirán más los afanes plañideros
del bebé, que sigue llorando. Al fin, el bus llega a
la estación suburbana, la señora se baja, apresurada,
sujetando fuerte al bebé que no se deja acomodar en
su pecho. En su interior, ella está contenta, porque
nadie ha socorrido al bebé que se viene robando del
centro de la ciudad, a quien su llanto se le va apagando
porque está a punto de desmayarse.
37
E
Solange Rodríguez Pappe
38
s importante que todos estemos a tiempo para la cena,
pero a mí me cuesta controlar la manera cómo se me van
las horas en esta nueva existencia.
Usualmente estoy escribiendo sobre el pasado en los cuadernos, así
que casi siempre salgo precipitadamente, dejando las mejores ideas
sin terminar. Jamás me he cruzado
con nadie en el pasillo o en la escalera.
Yo creo que se debe a que siempre llego atrasado o muy temprano a compartir la mesa, así que en
cuanto me percato, bajo en carrera
hasta el primer piso —una sala de
luces opacas y difuminadas— y me
siento en el primer sitio libre que
tenga un plato limpio. Jamás tengo hambre, pero de todas maneras,
como.
Cuando tenía diez años, mi padre mató a alguien. Esa es la historia fundamental. Lo que escribo
se repite una y otra vez en los alrededores de ese suceso que de tanto
frecuentarlo se ha vuelto aséptico,
carente de emoción. También me
pasa con todo lo que está bordeando ese recuerdo: velocidad, noche,
música en el tocacintas, golpe,
cuerpo que se rompe… Lo evoco
sin consistencia, como si hubiera
sido envuelto tras una lámina de
plástico y al tocarlo, no duele.
Están allí las presencias pero
son inofensivas. Mi padre conduce
presionando el acelerador, puedo
ver, mientras me asfixio, su pierna
izquierda temblorosa. Mi mano se
extiende crispada hacia el parabrisas del auto señalando un gran pingajo de sangre.
—Calma, vas a estar bien —dice
mi padre y me tapa los ojos con su
mano derecha. Viene la oscuridad.
Levanto la palma. Me he quedado ensimismado en el repaso.
Frente a mí está sentada una mujer
que mastica un bocado con lentitud, su mandíbula se mueve pero
no traga. Su plato está casi entero.
La mujer mira sin mirarme, pasa
con los ojos aletargados a través de
mí. Quizá vaya a ser la última en
dejar la mesa. Yo jamás me he quedado hasta el final, y sé que debo
levantarme ahora. Hay cosas más
imperiosas que comer. Entonces
subo por la escalera desierta demorando los peldaños, siempre con la
ansiedad y el recelo de encontrar
a alguien en mi camino y vuelvo
hasta la habitación donde escribo
en uno de los cuadernos limpios:
«Cuando tenía diez años, mi padre
mató a alguien».
En el recuerdo hay variaciones,
no sé explicarlo bien, es como una
capa de la que se desprenden infinitas láminas de posibilidades con las
que juego a suponer lo que hubiera
pasado esa noche. En una de las estampas que he escrito, mi padre me
obliga a bajarme del auto y me dice:
—Esto es lo que he hecho por ti.
El cuerpo que miro es un estropicio, una masa de vísceras molida
por los neumáticos.
El horror me deja sin gritos, sin
palabras, sin argumentos de defensa. Quiero zafarme de sus manos duras que me obligan a quedar
quieto sujetándome los hombros.
Sé, que dentro de ese recuerdo falso, jamás podré olvidarme de esa
imagen, que viviré con ese negativo
instalado tras los párpados y que
cada acción que haga se construirá
desde las bases de esa tierra mojada y roja. Entonces empiezo a asfixiarme con un estertor doloroso
que aprieta mi tráquea y es como si
cerrara los ojos. Corte a negro.
A veces me parece identificar a
conocidos entre los comensales. La
mayoría mastican y tragan abstraídos en sus pensamientos, pero otros
también pasean los ojos por sus vecinos de mesa, ojos asombrados de
solitarios que no están acostumbrados a mirar a tanta gente, ojos
aturdidos, estúpidos de cansancio o
de sueño.
La mesa es angosta pero procuramos rozarnos lo menos posible,
tocar a otro, palpar los brazos o
peor las piernas bajo la mesa genera
una repulsa indisimulable, pero ya
que compartimos la cena hay que
ser cordial, ser tolerante con las extravagancias de los que mastican
con la boca abierta, usan las manos, eructan, salpican las camisas
de los compañeros —aquellos con
quienes literalmente ‘se comparte
el pan’—, por su torpe uso de la
cubertería.
Los más difíciles de soportar
son los que me miran como si supieran quién soy pero no me dicen
nada. En una ocasión una mujer
demoró la cena solo para decirme
que quería hablar conmigo y que
me esperaba escaleras arriba pero
aun cuando recorrí el trayecto de
vuelta a mi cuarto y miré hacia atrás
repetidamente, no encontré a nadie.
En otro de los recuerdos, es mi
padre el que se asfixia y yo conduzco sin detenerme, para salvarle la vida. Yo soy mi padre, siento
sus manos callosas y de tendones
engarrotados, su barriga hinchada
incrustarse contra el timón, su corazón de caballo despeñándose por
un barranco y entonces entiendo
por qué mi padre ha ido golpeándose contra todo mientras recorre
el camino que separa la vida de la
muerte.
Mi padre embiste cada una de
las alambradas del mundo: a todas
las cabras, gatos, venados y terneros
los hace volar por los aires y luego
quiebra sus huesos con los neumáticos porque no puede detenerse;
mi padre es un sacerdote que ofrece corazones a la luna a cambio de
que el mío siga latiendo. Mi padre
arroja a otro hombre al pavimento
Demasiado
temprano o
demasiado
tarde, siempre
cruzando de
forma desbocada
el pasillo
penumbroso y
vacío, trastabillando
en las escaleras,
confundiéndome
con el reflejo de
un espejo que
devuelve destellos
azules y lóbregos,
muy absorto en
mis pensamientos
como para ver
venir el auto por la
carretera.
39
El horror me deja sin gritos, sin
palabras, sin argumentos de
defensa. Quiero zafarme de sus
manos duras que me obligan
a quedar quieto sujetándome
los hombros. Sé, que dentro de
ese recuerdo falso, jamás podré
olvidarme de esa imagen, que
viviré con ese negativo instalado
tras los párpados y que cada
acción que haga se construirá
desde las bases de esa tierra
mojada y roja. Entonces empiezo
a asfixiarme con un estertor
doloroso que aprieta mi tráquea
y es como si cerrara los ojos.
40
del carretero y luego le pasa encima porque me ama. Entonces, con
el alma cargada de agradecimiento,
despierto. Me he adormilado en
mis propias fantasías y se me ha
hecho tarde para cenar.
A veces alguien me dirige la palabra, usualmente los recién llegados, los que no comprenden cómo
van las cosas, los que quieren salir y
preguntan dónde están las puertas.
Como ni yo ni nadie les contesta,
poco a poco se les va olvidando hablar. Al corto tiempo ya no se les
puede distinguir del resto, comen
como todos y con la boca llena, se
les acaban las preguntas.
También ha habido casos de
gente que quiere volver a la habitación sin probar bocado; los que
lloran desconsoladamente; los que
parlotean en voz alta de sus recuerdos, pero esas son las noches
más extraordinarias. Normalmente
todos somos buenos comensales,
usamos los cubiertos, con razonable apetito, vaciamos las fuentes,
dejamos los platos limpios y cavilamos en silencio, pensando en qué
nuevo giro podríamos darle al recuerdo que amasamos, que aplastamos con los dientes, que nos nutre
y que se ha convertido en el pasatiempo de nuestras horas. Muchos
no hallamos manera de que la cena
transcurra más rápido para seguir
rumiando los bordes de esas imágenes y subir a exprimirlas hasta el
más seco de sus resquicios.
Demasiado temprano o dema-
siado tarde, siempre cruzando de
forma desbocada el pasillo penumbroso y vacío, trastabillando en las
escaleras, confundiéndome con el
reflejo de un espejo que devuelve
destellos azules y lóbregos, muy
absorto en mis pensamientos como
para ver venir el auto por la carretera. Uno quiere la paz del campo,
calmar la vida cotidiana bajo el guiño simpático de la luna y de golpe,
el puño de la vida nos alza y nos
estrella hasta hacernos saltar los
dientes.
Primero el empellón y la caída,
el dolor que va esparciéndose sin
tener una herida particular porque
la herida es todo. Luego caer, aturdirse, perder el aliento, permanecer
lúcido mientras la cadera se tritura
bajo el peso del azar monstruoso,
Solange Rodríguez Pappe
(Guayaquil, 1976)
después las costillas, sentir cómo
el brazo se desgonza y la sangre
abundante llena la boca. Con los
ojos vidriosos ver al padre y al hijo
contemplarte ya no como un ser
humano, como puede ser un pedazo de carne abierta vista desde un
plato, intentar pedir ayuda, tener un
gorgoteo en lugar de voz, perderte
en la mirada de un niño tan asustado que se desmaya contigo. ¡Qué
particular es que tu recuerdo fundamental sea morir!
Me he quedado ensoñado frente a la comida. Aunque sé que voy
retrasado en mi nueva escritura sobre ese suceso, demoro masticar a
propósito, paso el trozo de un lado
a otro sin tragarlo como la mujer
que algunos puestos más allá en la
mesa ensaliva un bocado infinito.
Sólo hemos quedado un hombre altísimo de ojos saltones que
me contempla con ese aire ausente
que solemos tener todos en la mesa
y la mujer desvaída que mastica y
no traga y yo. La examino, ella cruza su mirada con la mía buscando
quizá bondad, quizá compañía para
el resto de la cena. Es de las nuevas,
de las que creen que para los muertos puede haber salida para la trampa de la reminiscencia. Cuando me
pregunta con angustia si la recuerdo ensayo una respuesta diferente
a lo que decimos todos en esa casa
desde que tengo memoria. Le digo
que sí, que se me hace conocida de
alguna parte. Entonces ella deja de
moler la comida y me devuelve una
amplia sonrisa a la que le faltan algunos dientes.
Escritora especializada en el
género de lo extraño; ganadora del premio nacional Joaquín
Gallegos Lara al mejor libro de
cuentos del año 2010 con Balas
perdidas. Cronista, activista cultural y conductora de talleres
de escritura creativa. Ha publicado cuatro libros de cuentos
y antologado un compendio
de microficciones ecuatorianas: Tinta sangre (2000), Dracofilia (2005), El lugar de las
apariciones (2007), Balas perdidas y Ciudad mínima (2012).
Consta en compendios de narrativa hispanoamericana como
las realizadas por Raúl Brasca
Cielo de Relámpagos (2009) y
Salvador Luis Asamblea portátil
(2010) y la Condición pornográfica (2011); a más de integrar
todas las selecciones de autores contemporáneos que se han
realizado en Ecuador desde
1990. Su más reciente producción es La bondad de los extraños.
41
Miguel Antonio Chávez
A
42
Anelius Borda le llegó
una carta de la Universidad de Idaho en la que se
le invitaba a un encuentro literario
inusual, ya que se había propuesto reunir escritores de países cuya
producción literaria gozaba de poquísima o nula circulación dentro
del continente. Así, la invitación
mencionaba que un solo representante de Belice, Guyana, Ecuador,
Surinam y Bolivia sería parte; y
entre esos estaba él. Anelius Borda lo tomó al principio como una
posible tomadura de pelo, pero el
ticket aéreo y una carta formal del
decano estaban ahí, a prueba de
incrédulos. De todos modos ese
no era el principal motivo de su
incertidumbre, del súbito tirón
estomacal que le sobrevino como a
pasajero de una montaña rusa que
espera lo inevitable al coronar la
cima. No se explicaba cómo había
podido llegar hasta Norteamérica su
libro, el único que había publicado,
sin esperanzas, con un tiraje menos
que modesto y cuyos relatos (podía
engañar a todos —es decir a los
cuatro gatos que lo habían leído—
menos a su conciencia) eran tristes
facturas de las ‘anécdotas inolvidables’ de la Reader’sDigest, que solía
leer en la sala de espera cada vez
que acompañaba a su padre al doctor. El resto de referentes los obtenía a cuentagotas de él; los achaques del viejo no daban para más.
Lo que no sabía Anelius Borda era
que dicho encuentro sui géneris fue
improvisado sobre la marcha debido a que resultó un excedente en
el presupuesto de la universidad, el
cual de no emplearse ese año sería
destinado a otra facultad o a otro
rubro, sin opción a recuperarlo. La
idea no sonaba mal, lo que no sonaba bien era la voz del viejo en el
teléfono: un mar de tos y otras rémoras lo envolvían. Por eso Anelius
Borda llegó con las viandas que le
hacían falta, y lo sorprendió leyendo un libro de relatos de Rodrigo
Rey Rosa. Anelius le preguntó por
él ya que nunca lo había leído.
—Lees pendejadas de vieja, por
eso no sabes quién es. Irónico que yo
sepa más de narrativa contemporánea que tú. Hay un cuento en este
libro, La niña que no tuve, es una bala
tierna al alma. Una niña con una enfermedad terminal que a ratos parece más inteligente y madura que
su padre para afrontar la situación.
Joyita nihilista. Si pudiera escribir
haría un ensayo sobre ella.
—Escríbelo y ya.
—¡Ja! Me habla el nene
Reader’sDigest. ¿Crees que esto es
cosa de soplar y hacer botellas?
Anelius Borda iba a contarle de
su invitación a Idaho pero sintió
que sería inútil. Lo miró fijo como
él le había enseñado a mirar a los
perros para intimidarlos. En el ba-
rrio en que creció había muchos de
ellos, sin dueño la mayoría. Luego
de las interminables inyecciones
antirrábicas alrededor del ombligo por las que tuvo que padecer el
pequeño Anelius, su padre trató de
llenarlo de valor enseñándole aquel
secreto para que no volviera a ser
presa fácil. Lo sentó y se lo contó
como si se tratara de una revelación
mesiánica.
Crack.
—Mi estómago…
—No estás enfermo, papá. Tú lo
sabes.
—Estoy más flaco, ¿no te has
dado cuenta?
—Porque no comes, eso es
todo… —Anelius se sobresaltó
al revisar la pila de libros que tenía junto a su sillón como si fuera
agente antinarcóticos o, literariamente hablando, algún bombero
piromaníaco de Fahrenheit 451–,
…El mal de Montano, La náusea, La
Los cristianos, en su
Nuevo Testamento,
tienen las epístolas
de Pablo; en una de
ellas él dice: Vivo,
mas no yo, es Cristo
quien vive en mí.
Bueno, yo puedo
decir que alguien
realmente vive en mí,
a quien puedo sentir
y con quien a ratos
hasta puedo hablar.
43
El viejo le habló
de su huésped
interno, una especie
tan antigua que
hasta Hipócrates,
Aristóteles y
Teofrasto hablaron
de ella y a quien
llamaron platelminto,
por su parecido con
cintas o listones.
Luego Celso y Plinio
el Viejo acuñaron
la expresión en
latín lumbricuslatus,
gusano ancho.
Pero tuvieron que
pasar siglos hasta
que Carlos Linneo
incluyera en 1758 en
la décima edición de
su Systema Naturaea
la Taeniasolium.
44
amigdalitis de Tarzán: ¿qué es esto:
literatura para hipocondríacos?
¡Cómo no te vas a sugestionar!
—Es cierto, no estoy enfermo.
Es más difícil de entender de lo que
piensas.
—Inténtalo.
—Los cristianos, en su Nuevo
Testamento, tienen las epístolas de
Pablo; en una de ellas él dice: Vivo,
mas no yo, es Cristo quien vive en mí.
Bueno, yo puedo decir que alguien
realmente vive en mí, a quien puedo sentir y con quien a ratos hasta
puedo hablar.
—Dile a tu amigo imaginario
entonces que te haga también las
compras de la semana.
—Anelius, no me estoy quejando, solo quiero que me dejes tranquilo.
—No te entiendo, entonces para
qué me llamas sollozando como
moribundo.
De súbito el viejo empezó a
retorcerse, se agarró del estómago,
como si estuviera sobre el lomo de
una serpiente marina. Pero el viejo parecía ducho en las maniobras
de ese tipo de exorcismo, hasta que
se incorporó y dio un largo respiro.
Sudaba.
—Ya pasó… La hiciste enfadar,
no le caes bien.
—¿De quién coño me hablas?
El viejo le habló de su huésped
interno, una especie tan antigua
que hasta Hipócrates, Aristóteles y
Teofrasto hablaron de ella y a quien
llamaron platelminto, por su parecido con cintas o listones. Luego
Celso y Plinio el Viejo acuñaron
la expresión en latín lumbricuslatus,
gusano ancho. Pero tuvieron que
pasar siglos hasta que Carlos Linneo incluyera en 1758 en la décima
edición de su Systema Naturaea la
Taeniasolium.
—Cuando se lo conté a ella por
primera vez, le dio gusto conocer
la historia de sus ancestros. Bueno,
digo ella como un convencionalis-
mo mío, porque es hermafrodita...
El punto es que le encanta que le
lea, de hecho siento que ya no leo
para mí sino para ella: con sus ventosas no solo absorbe mis nutrientes sino también mis conocimientos. ¡De ese modo hablamos un
mismo idioma y nuestros temas de
conversación no se agotan!
Anelius no sabía si compadecer
o sentir coraje por esa bizarra relación filial que su padre tenía con
una lombriz asquerosa que era capaz de crecer hasta diez metros de
largo, alojarse en los intestinos y que
solo podía expulsarse por vía anal,
y cuyos huevecillos microscópicos
liberados en el ambiente podían ascender a millones. De todos modos,
¿cómo lo podía saber el viejo si él no
se había practicado un examen, o al
menos eso es lo que Anelius creía?
Una situación tan confusa como
esta lo obligaría a estar más tiempo
con él y posiblemente podría malograr su viaje a Idaho.
—¿Por qué esa cara? Todos
en esta vida hemos sido parásitos
de un organismo superior. Tú, por
ejemplo, parásito de mis lecturas.
—¿Por qué me haces esto, papá?
Justo ahora, que tengo un viaje muy
importante.
—Viaja, hombre, viaja, que eso
es lo que te hace falta, dejar las revistas de salas de espera, conocer
más el mundo.
Timbre.
—¿Esperas a alguien?
—Ah, sí. Unos amigos. Nos reunimos a esta hora.
—¿Amigos? Tú nunca recibes a
nadie.
Entraron en bloque, eran hombres y mujeres de distinta edad. Saludaron al viejo palpándole el estómago y este les devolvió el saludo
de la misma manera, pero por los
gestos y movimientos de los visitantes, no se asemejaba a un gesto
espontáneo de afecto sino más bien
al código establecido en una cofra-
día secreta. Se sentaron, y sin que
el viejo se los dijera, miraron brevemente hacia Anelius —que estaba
junto a la ventana— con una mezcla de curiosidad y desconfianza,
hasta que regresaron a sus asuntos y
lo ignoraron por un momento. Hablaban pero no hablaban; de ellos
mismos, es decir. Era como si se
proyectaran a través de sus vientres
y no de sus bocas. Lo único que hacían era servir de intérpretes a una
voz de su interior, y lo exteriorizaban en palabras sucintas para que
lo supieran los demás, aunque no
parecía ser necesario. Decir telepatía quizá era lo apropiado. Decir
que eran seres solitarios, también. Y
también que las solitarias en pleno
tomaron una decisión trascendental para su futuro. Y que Anelius
Borda estaba con prisa y su vuelo no esperaría. Y que ahora ellos,
ellas o lo que fueren, escuchaban
gratis clases magistrales en Idaho,
Wisconsin, Gales, Oslo y San Petersburgo para hacer algo en sus
largos ratos de ocio.
Miguel Antonio Chávez
(Guayaquil, Ecuador, 1979)
Autor del volumen de cuentos Círculo vicioso para principiantes
(2005), el libro dramatúrgico La kriptonita del Sinaí y otras piezas
breves (2013) y las novelas La maniobra de Heimlich (2010; 2013) y
Conejo ciego en Surinam (2013). Miembro fundador del grupo cultural ‘Buseta de papel’. En 2007 quedó finalista del Premio Juan
Rulfo (Radio France Internacionale). En el 2011 la FIL Guadalajara lo eligió como uno de ‘Los 25 secretos mejor guardados de
América Latina’. En el 2012 formó parte del jurado del Concurso
Latinoamericano y Caribeño de Novela ALBA Narrativa.
45
Efraín pintando 1987
Patricio Herrera Crespo
46
Fotografías: Christoph Hirtz
paleta
P
Vestida de verde va
Una joven de azabache:
De ébano el corazón
es la fibra de su carne,
con movimientos de mar
y temblores de cazabe.
Los labios de marañón,
Los senos de chocolate,
Su linda risa es de cal,
De caña brava su talle,
Y tersura hay en su piel
Como en la flor de la tarde.
arecería que hay una sintonía
entre la poesía de Adalberto
Ortiz y el pincel de Efraín Andrade; recordando estos versos del
poeta y mirando los cuadros del
pintor, las palabras y los colores se
juntan y nos envuelve la música,
la sensualidad del movimiento, la
belleza de su gente y del paisaje de
Esmeraldas que ha logrado plasmar
con cada pincelada en sus obras que
la Casa de la Cultura Ecuatoriana
presenta al público bajo el nombre
de Afro y Trópico.
Hace algunos años conocí en un
restaurante una reproducción de un
cuadro que representaba un baile y
una marimba; me sentí atrapado
por la sensualidad de la bailarina y
pregunté sobre su autor: “es el pintor esmeraldeño Efraín Andrade
pero no se encuentran cuadros de
él”, me aclararon. Y tenían razón,
con una salvedad: él era lojano.
¿Como logró cristalizar toda la
cultura, el alma misma de Esmeraldas en sus cuadros, para que se le
conozca como “El gran pintor esmeraldeño”? La crítica de arte Dra.
Inés M. Flores me dio la respuesta:
“Porque se encariñó con Esmeraldas y ahí echó raíces. Porque le
sedujeron no solo sus paisajes, sus
playas y su clima, sino porque se
enamoró de su gente, de su manera
de ser, de su contagiosa alegría, de
todos los detalle de su cultura, de
su música y del espectáculo de sus
danzas folklóricas. Y ahí se quedó,
plantó su caballete y sus lienzos comenzaron a retratar todo lo esmeraldeño que estaba a la vista…”.
Efraín Andrade Viteri nació en
Loja el 15 de mayo de 1920, pero la
carrera militar de su padre hizo que
su niñez y juventud transcurriera
en diferentes ciudades, Portoviejo,
Quito donde estudió en el Colegio Mejía demostrando siempre
su inclinación al dibujo pintando
corbatas y botones de tagua. Entre 1937 y 1941 estudió pintura y
arquitectura en la Escuela de Be-
llas Artes donde nació una amistad
perdurable con César Bravo Malo,
Eduardo Kingman y Oswaldo
Guayasamín.
En ese último año se trasladó a
Manabí con el propósito de pintar
y completó una colección “a plumilla” y óleos que expuso con el
auspicio de la Casa de la Cultura.
Al año siguiente retornó a Quito
llamado por Humberto Albornoz,
Vicepresidente del Municipio, incorporándose a trabajar en el Plan
Regulador de Quito que dirigía el
arquitecto uruguayo Guillermo Jones Odriozola.
Sus viajes por Colombia y Perú
buscaban profundizar sus conocimientos de las artes plásticas como
medio de expresión cultural, recogiendo sus experiencias en dibujos
y fotografías; la fotografía fue una
de sus pasiones a la que dedicó
muchas horas para lo cual construyó un cuarto oscuro en su casa.
En 1950 se casó con Flor de
María Vásquez Tello, a la que siempre llamó Florcita, quien influyó
mucho en su obra incentivándole a
pintar, sobre todo en los momentos
de desaliento. Así lo indica Flor de
María Andrade, su hija que vive en
Estados Unidos, y es la principal
gestora de esta exposición y con
quien hemos mantenido una fluida
correspondencia.
Ella cuenta que su padre apreciaba las horas de la tarde y noche
cuando el ruido de la calle se apagaba y podía convertir su casa en una
sala de concierto. A pesar de que
los clásicos eran sus preferidos, en
1983 le escribió diciéndole: “Bueno, como dice el refrán ‘Cada loco
con su tema’; cuando le sea posible
procure conseguirme casetes con la
música de Rodgers & Hart, Gerome Kern, Hammerstein y otros
de la década del 30. Discúlpeme
que le moleste con este vicio mío
pero como paso metido en mi estudio tengo que estar todo el tiempo oyendo lo que verdaderamente
47
Sus pinturas “son
de vívidos colores
que representan la
raza esmeraldeña.
El movimiento ágil y
sensual de la mujer
bailando al son de la
marimba, la expresión
de alegría de un niño
a la orilla de un río,
el sudor en la
espalda del hombre
cargando banano...”
48
me gusta y deleita, la verdad que no
puedo pintar si no está el ambiente
saturado de música”.
Andrade marcó una época en
la cultura de Esmeraldas. Fue el
pionero de las artes plásticas en la
provincia. El escritor César Névil Estupiñán dijo: “Acaso muchos
ignoren de la existencia del artista que en el silencio y retiro de su
casa viene haciendo una obra que
Esmeraldas tiene que agradecerle.
Efraín Andrade no ha pintado de
oídas como es costumbre en algunos artistas ni lo ha hecho con la
visión del turista, Andrade se vino a
Esmeraldas a vivir nuestra realidad,
a sentir nuestro paisaje, y por eso
tenemos una obra profundamente
cierta y humana”.
Una amplísima labor cultural
y arquitectónica acompañó la vida
de Efraín en Esmeraldas. Desde
el diseño de pergaminos hasta la
planificación y edificación de viviendas. Una obra importante fue
el diseño y construcción del mural
del Estadio Folker Anderson, con
once figuras que no solamente representan a los jugadores profesionales sino al joven esmeraldeño que
alguna vez practicó este deporte.
Fue miembro del Grupo Cultural Hélice, del cual fue editor y
subdirector. Uno de los programas
fue la ‘Revista Radial Hélice’ que
se trasmitía los domingos por radio
Iris, dice su hija Flor de María. Con
el tema ‘Pueblo y música’ exponía
la importancia de la cultura musical
y programas educativos adaptados
a la mentalidad infantil. También
narraba sobre los grandes músicos
e introducía sus composiciones.
Sobre sus pinturas al óleo –dice“son de vívidos colores que representan la raza esmeraldeña. El movimiento ágil y sensual de la mujer
bailando al son de la marimba, la
expresión de alegría de un niño a la
orilla de un río, el sudor en la espalda del hombre cargando banano, y
el sufrimiento de un padre velando
el cuerpo de su hijo recién fallecido.
Todas estas expresiones son parte
de la cultura que Andrade inmortalizó a través de sus pinturas”. Con
razón Demetrio Aguilera Malta
dijo: “Colijo que Efraín Andrade
es hoy, y antes que nada, el señor
feudal de la plástica esmeraldeña”.
Vuelvo al testimonio de su hija
para definir su imagen como “un
hombre delgado y de mediana estatura, intelectual y refinado, de
una personalidad sincera, cordial y
tranquila. Fue muy modesto y no
le gustó promocionarse. Dedicó su
vida a pintar lo que observaba, lo
que fue la vida del esmeraldeño en
su medio ambiente. No se interesó por la fama y solo dejó que sus
obras hablaran por él”.
El 1 de julio de 1997 quedaron
quietos sus pinceles, las telas en
blanco, y Esmeraldas en silencio.
Se acallaron las marimbas y las palmeras encorvadas lloraban con el
viento. Efraín Andrade Viteri había muerto.
49
Santiago Rivadeneira Aguirre
H
50
ablar de la ‘oscuridad’ del ser humano es referirse
a esa parte de la sombra de su quehacer (artístico,
humano, profesional, histórico). Porque, como dijo
alguna vez el filósofo italiano Giorgio Agamben, “el ser contemporáneo es quien no se deja cegar por las luces del siglo y
prefiere la intimidad de la oscuridad”. Desde esa intimidad, la
contemporaneidad de María Luisa González fue una forma
de vida y una forma de pensar la danza.
Dirigió la Compañía Nacional de Danza durante 16 años.
Y antes, el Instituto Nacional de Danza. También apuntaló
otros espacios, como el Frente de Danza Independiente y fue
quien se dejó afectar por los acontecimientos políticos, sociales y artísticos del país y del mundo.
La danza contemporánea (la que se denomina de esa manera en nuestro país y el mundo) desconoce su propio axioma
porque pone en jaque su contexto. ¿La danza contemporánea
solo puede expresarse cuando destruye su propio contenido?
María Luisa nos habla de las rupturas y los cambios como
imperativos históricos necesarios, rupturas y cambios que ella
ha propiciado siempre, considerando la propia cortedad del
ser humano y de sus gestiones.
Voces dispares de estos días se han pronunciado de diferentes
maneras, después de su salida de la Compañía Nacional de
Danza. ¿A quién se pretendió criticar, con el pretexto que sea:
a la institucionalidad, a la gestión, a la persona, a la visión y a
la misión de cada uno o de todos ellos?
Es el ser humano comprometido quien ahora reflexiona sobre la contemporaneidad de sus acciones como bailarina y
gestora cultural.
¿Eres bailarina? Es una pregunta
de aparente irrespeto, pero necesaria, porque abarca toda una
forma de pensamiento. También
se puede invertir el tono y ensayar algo así como: ¿cuándo tuviste
conciencia de que eras bailarina?
Eso es hablar de una génesis tanto
de lo ético como de lo afectivo, de
los principios como de un lugar
moral y estético…
En algún momento de mi vida,
tomé la decisión de redefinir mis
conceptos sobre la danza y por lo
tanto sobre mi quehacer como
ejercicio vital de permanencia en
el mundo. Fueron momentos en
que debía encontrar razones más
profundas que sostengan mi decisión de dedicarme con alma, vida y
tiempo completo a la danza, en un
entorno social y familiar poco favorables para esta compresión. Sí, el
camino fue harto difícil, entonces,
solo bastaba demostrar con el tiempo que dentro de mí se estaba forjando una conciencia interior que
me permitía una búsqueda hondamente humana, y para ello debía
magnetófono
María Luisa, retrato (La Torera).
51
siempre estar dispuesta a caminar
en campo minado, en caminos de
incertidumbre.
Evidentemente no se puede hablar desde los ‘arrebatos de la
nostalgia’. No existe tampoco una
‘salvación poética’, que puede ser
el otro extremo. Pero está lo ‘estrictamente propio’, como una
visión del mundo. El arte, en ese
sentido, parece no tener límites:
¿lo tuyo puede entenderse como
un diálogo? Un diálogo que se
inicia de manera temprana. Y sin
interrupciones.
Más bien podría definirlo como la
construcción de procesos, que van
a partir de la necesidad de comunicar con un cuerpo que se libera
en el hecho escénico y por lo tanto ese momento único, irrepetible
y mágico se convierte en el acto
festivo, el juego espontáneo, y la
celebración de la vida. Hablando
así de procesos, puedo involucrar
otras experiencias paralelas, que
son nutrientes importantes para la
danza, como decía Isadora Duncan,
que sus mejores maestros de danza
fueron Walt Whitman, Nietzsche y
Tomas Mann.
52
Estamos en el ámbito de la ‘andadura’: ¿hay alguna imagen que
muestre ese comienzo, ese inicio
como una forma de irrupción?
Creo que uno nace varias veces.
Para renacer se requiere morir un
poco, desde la metáfora, por cierto,
como dice César Vallejo. No hay un
inicio filosófico en mi vida de danza, hay muchos inicios, comienzos,
hojas en blanco, espacios vacíos por
llenar, mundos abiertos por andar.
Sobre todo por el sentido dual que
define mi vida; por un lado está mi
ser totalmente libre, capaz de no
saber qué va a pasar cada minuto,
y por otro lado, mi ser responsable
y cumplidor de roles. Este mundo
dual dentro de la micro-vida social,
me ha dotado de muchas satisfac-
ciones, y grandes aprendizajes. Entonces hay inicios para la coreografía, para la danza y la pantomima,
para la docencia, para la interestética, para la danza-teatro, y para la
gestión que a veces prefiero llamarle
“el activismo de la danza”. En cada
renacer me he visto acompañada de
seres entrañables, amigos y colegas
maravillosos.
En la ‘marcha de la experiencia’
está la pasión. Pasión que se presenta entremezclada con ideas y
continuas reafirmaciones de lo
posible. Hablarle a los suyos es
una premisa fundamental para el
artista. ¿Consideras que esa pasión por la danza y el arte, fue una
manera de hablarle al ser humano,
de construir una especie de ‘sonrisa de lo imposible’, porque siempre fue el optimismo tú manera de
ver el mundo de la vida?
Si no hay pasión en el arte, no hay
verdad que lo sostenga. Podrá haber entonces destrezas, habilidades,
oficios carentes de brillo. La pasión
en la danza es un laboratorio en
permanente ebullición. Mi pasión
por la danza se ha traducido en algunas ocasiones, encarnando a per-
sonajes como en la obra La Torera,
o en Mudanzas, o tal vez en La Virgen de Quito. Pero también me he
sorprendido cuando en algún auditorio he defendido con vehemencia la importancia de nuestro arte,
y alguien ha reconocido la pasión
de mi discurso, en él siempre ha
estado impregnada la convicción.
Creo fielmente en la necesidad del
arte para la vida humana, desde
allí abrigo mis esperanzas. Siempre asumo nuevos retos con grandes esperanzas, y por supuesto con
grandes alegrías e ilusiones. Eso es
lo que me sostiene, así no desmayo.
Pienso en la década de los setenta que son los de tus comienzos
como bailarina y artista, pero
también pienso en tu militancia
política. La acción y el actuar se
encuentran. ¿Cómo pudiste conciliar esos dos niveles sin que se
sobrepongan el uno en el otro, sin
que se vuelvan solo discurso y la
parte artística deje de ser el objeto
de tu trabajo?
En la década de los setenta, mi
estancia en la Casa de la Cultura
como parte del Ballet Experimental Moderno con Noralma Vera,
permitió que conozca otro mundo
por fuera del colegio de las monjitas Doroteas, en donde había
pasado mis 12 años de educación
formal.
Conocí a Neruda, Vallejo, Galeano, Benedetti, me acerqué a los
movimientos sociales y sindicales.
Descubrí el fervor de los compañeros de teatro en sus trabajos de
mesa para montajes como Madre
Coraje, Boletín y Elegía de la Mitas,
A la Diestra de Dios Padre. Aprendí
de las lecturas de Agustín Cueva y
de la generación de los decapitados.
Admiré a Gandhi y a Camilo Torres. Descubrí a las mujeres
y supe de sus luchas en todo el
mundo y en toda la historia, y viví
profundamente tocada, hasta las
lágrimas, de constatar el horror del
mundo. Más tarde esta sensibilidad se acrecentó cuando viajé por
primera vez a Cuba y a República
Democrática Alemana, en 1973,
con la triste coincidencia del golpe
militar en Chile, por lo cual algunos artistas ya no pudieron regresar
a su país.
Mi militancia política no tiene
carnet ni color, es una militancia de
convicción, por eso es parte de mi
ser. La necesidad de hablar con el
cuerpo se hace desde algún lugar,
en donde se ubica el artista, así apareció Canto General, De Ecuador y
Otros Llantos, Mama Espíritu, Tres
Manuelas y Una Historia, Quilago la
Mujer Solar- De Quilago a Manuela, Grito-Danza, La Construcción,
entre otras.
El tratamiento de los montajes
siempre fue resuelto desde la poética del cuerpo, y desde la semiótica de
la imagen, no desde el discurso, por
eso nunca he sentido que estas obras
sean un ‘manifiesto político’, son más
bien una propuesta artística.
Te han afectado (y te siguen afectando) las mentiras de la vida común. ¿Te mentirías a ti misma?
¿Renunciarías ver?
Quizá de niña mentía, por temor o
por miedo. Entendí que afirmar lo
que no es cierto, es una trampa de
altas complejidades que enreda los
tejidos de las relaciones y conduce a
la desconfianza del otro sobre uno y
finalmente ese yo, desconfiando de
una misma.
Valoro enormemente la valentía
de la verdad, por más difícil o dolorosa que ésta sea. La mentira viene
acompañada del engaño, de apariencias, de simulacros, de copias.
El mundo actual está estructurado de simulacros, el sistema es
un conjunto de cinismos, el consumismo es una forma de vivir en el
engaño, el endeudamiento para la
acumulación de cosas, es una necesidad para parecer por fuera de la
necesidad de afirmar el “ser” y su
esencialidad, por eso creo que cada
día, cada ser humano consciente
debe levantarse con un poco más
de humildad y de sencillez, volver
a tener la alegría de los niños frente a las cosas sencillas de la vida, y
volver a decir, igual que los niños, lo
que creemos y lo que sentimos.
Mudanzas es un hito importante de tu trayectoria artística. Se
estrena la obra junto a José Vacas
en 1983. Visto a la distancia, ese
acontecimiento marcó un punto
de giro en la danza y la pantomima. Hablemos de ese trabajo y de
las incidencias que tuvo (o tiene).
Mudanzas fue como la magia de la
vida, en la que el público-espectador se involucró como un imán de
energías y sorpresas. Las percepciones sensoriales y la expresión de las
emociones fluían con tal espontaneidad en cada uno de los momentos escénicos, que hacía de Mudanzas un mundo de grata ensoñación.
Todos los elementos estaban en su
lugar y llegaban en su momento: lo
lúdico y lo festivo, lo irreverente y
lo irónico, la ternura, el drama, el
espacio para la imaginación, el lugar para los sueños. Cuando Wal-
María Luisa González con José Vacas (Mudanzas).
53
ter Benjamín habla del “aura” en el
arte, y de la “estela” de energía que
permanece en el espacio por tiempo indefinido, creo que eso sucedió
con Mudanzas.
No estábamos hablando de la ‘multidisciplinariedad de las artes’, no
teníamos un discurso teórico sobre
la de-construcción del lenguaje,
solo nos propusimos trabajar juntos
(y un equipo importante de apoyo) y juntar danza y pantomima,
como herramientas para un mutuo
aprendizaje, pero con un cuidado
minucioso para cada detalle de la
puesta en escena.
Verdaderamente fue un hito en la
historia del teatro y la danza del
país y provocó que periodistas, escritores y críticos se pronuncien de
manera positiva frente a aquello
que se convertía en “acontecimiento”. Yo así entraba al mundo de la
pantomima dejando a un lado el
expresionismo de la época, para llenarme de enormes alegrías, aprendidas del silencio profundo del
mimo, y de la monumental significación de su gesto, como solo José
(Vacas) tenía impregnado para su
vida que constituía a la vez su propio misterio.
54
Los otros ‘hitos’ significativos están en la enseñanza y la pedagogía.
Ejercer el magisterio, en el buen
sentido del término, habla de un/a
artista que va más allá de lo inmediato y que puede ser capaz de
compartir su experiencia y sus conocimientos. ¿Cómo miras ahora
ese aspecto vital de tu trabajo en el
Instituto de Danza, el Centro de
Formación Dancística e Investigaciones Teatrales, los innumerables
talleres, la Universidad Católica y
la Compañía de Danza, solo para
citar algunos momentos?
La enseñanza de la danza, como el
traspaso de conocimientos y como
una provocación a la insurrección
creativa, está vinculada a la vocación formativa. Dice Eugenio
Barba que hay que contaminar el
mundo con el virus del teatro, para
hablar de la pandemia de la poética
y la metáfora, resistente a cualquier
vacuna de la indiferencia y la apatía.
Para eso entonces, hablaremos
de restituir en el niño la intuición
creativa y en los jóvenes la curiosidad por lo nuevo. La pedagogía de
la danza no se inscribe en la repetición de los ejercicios. La enseñanza es ante todo un acto creativo en
sí mismo, por lo tanto dinámico y
cambiante.
Decía Patricia Cardona que el
maestro, en el mundo actual, debe
empezar a des-aprender hasta encontrar la poética de la enseñanza.
Estudié para ser maestra, y he
sentido la vocación durante toda mi
vida. En cada clase, en cada taller,
en cada ensayo, siempre he buscado que la expresión del cuerpo sea
la expresión interior del alma para
que la apropiación del conocimiento se realice como una experiencia
de vida, con criterio propio. Así he
tenido gratos resultados, alumnos
y alumnas que han desarrollado su
propio camino, que han traspasado
fronteras, que han permanecido
constantes en la coreografía, que
buscan, indagan, superan.
Si Kant integró al campo filosófico la noción de lo sensible, Herbert Read, entiende el arte como
“un modo de integración, el único
modo que puede integrar cabalmente la percepción y el sentimiento”. Desde este concepto Herbert
Read considera la experiencia “memorable y utilizable en la medida
que toma forma artística”.
Estos y otros conceptos fuimos
aplicando en el trabajo desarrollado
con Ulises Estrella y Sara Palacios
en los proyectos de la “Interestética”
y la “Quitología”.
Pero antes estuvo como acto
fundacional el “Centro de Formación Dancística e Investigaciones
Teatrales” que junto al actor Santiago Rivadeneira propiciamos en
la ciudad de Quito. Creamos un
espacio abierto, fraterno y afectivo
para promover las potencialidades
individuales a partir de la capacidad natural del movimiento, que
junto al rigor de las clases de entrenamiento, provocaban el encuentro
comprometido de alumno-maestro-alumno.
Otra manera de ejercer el magisterio es a partir del direccionamiento de una institución como
sucedió en el Instituto Nacional de
Danza y en la Compañía Nacional de Danza, ya que se combina
esa suerte de guía o brújula, otra
vez con la vocación, para crear una
forma de vida a partir de desarrollar los más amplios sentidos del
ser humano, como son los hábitos
de la responsabilidad, el hábito de
la disciplina en el buen sentido del
trabajo artístico, la superación del
cansancio, la conciencia, el respeto,
etc., etc.
La Compañía Nacional de Danza
fue un lugar de cierre y de apertura: porque fue el espacio en el
que pudieron converger muchas
de las enseñanzas y sobre todo del
aprendizaje continuo. Hablemos
de esos años como directora.
La Dirección de la Compañía Nacional de Danza la asumí como un
encargo que me otorga el Estado,
o sea el conjunto de la sociedad,
para ofrecer un servicio cultural,
demandado desde una ciudadanía
en democracia para construir más
democracia, a través de la difusión,
el conocimiento, el disfrute de la
danza, como justo derecho de acceso al goce estético en equidad de
condiciones.
Desde esta perspectiva, las actividades, los proyectos y la planificación tienen necesariamente que
cumplir con objetivos estratégicos y
metas cuantificables-medibles. Sin
embargo, la libertad de creación y
la libertad de expresión son elementos indispensables en el accio-
nar de vida, ya que constituyen el
eje fundamental de toda actividad
artística.
En esta perspectiva, lo que pude
hacer es construir de manera sólida una institucionalidad colectiva,
abierta, fraterna y respetuosa que
en la diversidad de pensamiento,
visión del mundo y de la vida, expectativas diversas, pudimos encontrar puntos de cohesión desde
la exigencia artística con un alto
sentido de profesionalismo para
tener trabajos coreográficos en difusión, de alto nivel estético y alto
compromiso humanista.
Entonces descubrimos que para
alcanzar las metas esperadas, solo
hace falta seguir el camino conocido, pero para alcanzar las metas
deseadas (utopías) hay que transitar
por caminos de riesgos, de rupturas.
De esta manera el campo artístico
siempre tuvo el espacio de libertad creativa, y la experimentación,
como herramienta de búsqueda,
estuvo latente en la vida diaria del
bailarín, intérprete, creador.
Fue necesario levantar a pulso la Institución que estuvo muy
desatendida en todos los campos
y para ello volvimos a tomar en
cuenta que es necesario hacer la
gestión desde la pasión, el amor, la
constancia y la convicción de que
la sociedad requiere contar con el
arte y la danza para su desarrollo
sostenible, es decir, para saber que
los individuos viven a partir de tener más espacios de realizaciones
y satisfacciones personales. Sociedades cada vez con más individuos
satisfechos.
Lo que queda -se dice- se cuenta rápido, porque es inenarrable.
Goethe decía que: “Pues ningún
tiempo y ningún poder deshace /
la forma acrisolada que evoluciona viviendo”. No existen, en rigor
los legados, sino los cambios y las
consecuencias de los giros dados
que a veces pueden ser imprevisibles. No hay felicidades figuradas
tampoco. Y, sin embargo, qué es
lo que deja este tiempo largo y fecundo para ti como artista y para
tu trabajo que siempre intenta encontrar, para su propio regocijo y
el de los demás, formas nuevas de
obrar y de ser como una inusitada
y permanente perseverancia.
Los apegos y las afectividades son
lazos fuertes en este tipo de “haceres”, no hay proceso cognitivo sin
una alteración afectiva, de igual
manera los desapegos contienen un
segmento de generosidad porque
se abre un camino de incertidumbre en donde participa el deseo,
como el lugar que se busca para
sí mismo, o tal vez el deseo como
la fuerza que nos impulsa hacia la
dimensión de la autorrealización
desde otros territorios. Para transitar en esos nuevos espacios, hay necesariamente que dejar el lugar en
el que permanecimos. En este caso
dejo un espacio construido con
enormes significaciones. Queda
una Compañía sólida, que cuenta
con un vasto patrimonio de obras
coreográficas, queda la experiencia
estética como forma de permanente crecimiento, está la programación y el financiamiento, pero todo
esto puede invisibilizarse si con mi
salida no hay una actitud de puesta en valor por parte de esos “otros”
por quienes ejercen la mirada solo a
partir de la inmediatez.
Alguien decía que no hay historia, y que lo que existe son los
historiadores. Es decir que el sujeto
social que narra los hechos puede
a la vez olvidar otras significaciones que, al estar dentro del mundo
efímero de la acción, se desvanecen;
este sujeto-historiador no alcanza a
entender los verdaderos contenidos
y las verdaderas dimensiones que
estos hechos producen en el entorno social.
Sin embargo hay una gran satisfacción personal. Hay evidentes
muestras del crecimiento colectivo
que se ha podido impregnar durante
estos fructíferos años de labor. Están
los cuerpos de las y los bailarines,
que son cuerpos construidos desde
una práctica que conlleva un contenido, son cuerpos con memoria y
con historia; quedan el eco y la resonancia en el espectador y en el imaginario colectivo, sobre las vivencias
recogidas en las miles de presentaciones artísticas, propiciadas desde
mi gestión. Y eso es bastante.
55
Wilma Granda
E
Alfonso Gumucio Dagron
56
n junio de 1975, el cineasta boliviano Jorge Sanjinés
y su equipo de técnicos y
actores de Bolivia, Perú y Ecuador
inician en los altos páramos del
Chimborazo, por Columbe, laderas de la comunidad Balda Lupaxi
y más tarde en otros parajes de la
sierra central del Ecuador, el rodaje
de la película Llukshi Kaymanta,
FUERA DE AQUÍ.
Eran los años setenta del siglo
veinte, tiempos de dictadura, de resistencia y organización de lucha en
los Andes latinoamericanos y sus
pueblos originarios. Tiempos de denuncia de planes de esterilización y
exterminio de las comunidades indígenas, tiempos de minga y construcción de la unidad de los pueblos
y del nuevo cine latinoamericano.
En junio del 2015 se conmemoraron cuarenta años del rodaje de la
película, símbolo de un tiempo para
la cinematografía de este continente. Cuatros décadas de una aventura que hoy es la memoria de un
nosotros que puede y debe salir del
recuerdo para ser presente y nutrir
el imaginario de los realizadores
ecuatorianos y latinoamericanos y
su devenir. Esto, a través de la impresión de un libro sobre esta memoria, parte importante de un referente necesario en la construcción
del cine en Ecuador.
Gracias a las páginas manuscritas de una pequeña libreta que
guarda la voz diaria de ese tiempo
de cámara y acción, una reflexión
lúcida, entretenida y crítica de lo
que fue ese andar y búsqueda de
imágenes entre ponchos y sombreros, entre vientos y pajonales, con la
voz del runa descubriendo la cámara. El Diario Ecuatoriano del rodaje,
escrito y guardado cuidadosamente por Alfonso Gumucio Dagron,
colaborador e integrante del equipo de realización de Sanjinés en
FUERA DE AQUÍ. Hoy tenemos
la posibilidad cierta de reconstruir
esos momentos de rodaje en este
equinoccio andino.
Tiempo de recuerdo en presente nutrido con la memoria y testimonio de quienes participaron en
la filmación, los ecuatorianos Cristóbal Corral, Alejandro Santillán,
Erika Hanekamp y el grupo musical Jatari. El fotógrafo peruano
Jorge Vignati y el sonidista Kean
Marcel Milan, de Francia.
Quienes impulsamos esta iniciativa, nacida a la luz de la Primera
muestra de Cine Ecuatoriano en La
Paz, Bolivia, en Marzo 2015, buscamos, como Cinemateca Nacional
del Ecuador, Consejo Nacional de
Cinematografía, el documentalista
Pocho Álvarez y el autor del diario,
Alfonso Gumucio Dagron, contri-
escaleta
buir a este proyecto de estrechar la
memoria común de ese andar con
cámaras entre Ecuador y Bolivia.
Nutrir su historia y la memoria del
cine ecuatoriano, boliviano y latinoamericano para rendir homenaje
a quienes participaron en este encuentro con Sanjinés y han partido
a cumplir otra cita ineludible, el infinito y sus estrellas con su pantalla
mayor: Beatriz Palacios, Rodrigo
Robalino, Pedro Saad, Ulises Estrella.
La Casa de la Cultura Ecuatoriana, en coauspicio con el CNCine, publicaràn el libro FUERA DE
AQUÍ diario ecuatoriano, sobre la
base del citado diario de filmación
de Alfonso Gumucio Dagron. Este
libro a más del escrito de 1975,
tendrá fotografías del rodaje y el
testimonio-recuerdo de quienes
participaron en en esa producción.
La Casa de la Cultura Ecuatoriana y Cinemateca Nacional
del Ecuador, dispondrán que una
semana del mes de noviembre del
2015, en la Sala Alfredo Pareja, se
celebre el evento: 40 años de filmación de Llukshi Kaymanta FUERA
DE AQUÍ, donde se hará el lanzamiento del libro y la proyección
de películas bolivianas de la época,
entre las que se cuenta el título protagonista de la celebración.
Se propone que el autor del libro, Alfonso Gumucio, además de
Mela Márquez, directora de la Cinemateca Boliviana, estén presentes en esta celebración. .
La Cinemateca Boliviana proveerá una semana de Cine Bolivano en Ecuador en reciprocidad a la
Semana de Cine Ecuatoriano en
Bolivia realizada en Marzo 2015.
En este marco, la presentación
del libro Fuera de Aquí, diario ecuatoriano, en presencia de su autor
Alfonso Gumucio Dagron y los
otros invitados de Bolivia, será el
evento que abre la muestra y exhibición conmemorativa de la película de Jorge Sanjinés.
La Casa de la Cultura
Ecuatoriana, en
coauspicio con el
CNCine, publicaràn
el libro FUERA
DE AQUÍ diario
ecuatoriano, sobre
la base del citado
diario de filmación
de Alfonso Gumucio
Dagron. Este libro
a más del escrito
de 1975, tendrá
fotografías del rodaje
y el testimoniorecuerdo de quienes
participaron en en
esa producción.
57
Diego Pérez Ordóñez1
E
58
l príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa
(1896-1957) cumplió con el
deseo de muchos: bloquear y lograr
ignorar casi por completo el mundo exterior, bucear únicamente e su
propia y magnífica biblioteca, dirigirle la palabra apenas a un puñado
de contertulios de interés y dedicar
su vida a la literatura. En suma, vivir en estado de encierro literario, a
su propio aire.
Aunque la existencia contemplativa de este patricio fue interrumpida por eventos fuera de su
control –tuvo que servir a Italia
en la Primera Guerra Mundial,
los aliados bombardearon y destruyeron su palacio en la Segunda Guerra y le tocó ser un fin de
raza de rentas decrecientes- Lampedusa encontró modos de consagrar horas y horas a la ociosa
lectura, a comprar cantidades
obscenas de libros, a diseccionar
palabras y frases, a fichar las ideas
que consideraba fundamentales y
a dar vueltas por Palermo y Londres a la busca de ediciones raras.
Así este señor logró acumular una
sabiduría que luego atesoró en su
único libro formal, que resultó ser
una obra maestra.
Es que la existencia de Lampedusa no habría pasado de ser una
anécdota de un excéntrico aristócrata si, casi al final de los días y amenazado por un enfisema pulmonar
que luego se hizo cáncer, no tomaba la decisión de salir de su sureño
letargo y escribir una de las novelas
más importantes del siglo XX: El
Gatopardo. Modelo del anacronismo
más exquisito, El Gatopardo resultó
un verdadero ensayo respecto de la
indolencia siciliana, del desenlace
de una casta ilustre, del irremediable
advenimiento de la modernidad y
de la preparación para la muerte, a
la vez que se trata de un modelo de
prosa deliciosa y de refinada técnica
literaria. El crítico Edward Said, a
propósito de esta obra, opina que En
apariencia, la novela de Lampedusa no es una obra experimental. Su
principal innovación técnica es que
el hilo argumental está compuesto de forma discontinua, como una
serie de fragmentos o episodios relativamente discretos pero bien hilvanados, cada uno de los cuales está
organizado en torno a una fecha.2
El desdén patricio
Al parecer el estilo pasivo de
Lampedusa respondía a un ancestral desprecio de clan por los
símbolos de lo mundano y de lo
material, por los avatares de la
rutina diaria. De acuerdo con
Beccacece: A lo largo de la historia
familiar, los Tomasi di Lampedusa
conservaron un rasgo de espíritu que
habría de culminar en el novelista:
desdeñaban los símbolos mundanos de la vanidad.3 Su impavidez,
como les decía, solamente se veía
variaciones
interrumpida por aquello que no
podía controlar, como cuando la
aviación aliada cañoneó Palermo
en 1943 y echó por tierra casi
por completo el palacio Lampedusa, salvo, predestinadamente,
su espléndida biblioteca. Su más
importante biógrafo, David Gilmour, cuenta que durante sus incursiones con fines investigativos
a Sicilia (en los años ochenta) logró distraer a los policías locales
una madrugada y entró, por unas
rendijas, al viejo palacio en ruinas
y se encontró con la biblioteca
devastada:
Jirones andrajosos de terciopelo
verde yacían entre trozos de cornisa y
grandes pedazos de yeso; del montón
de muelles oxidados de una silla sobresalía un quitasol descolorido. Bajo
los cascotes, páginas desperdigadas de
los autores favoritos de Lampedusa
se mezclaban con los restos de fichero
de su biblioteca; tarjetas quemadas
y comidas por los insectos que llevaban los nombres de Shakespeare,
Dickens y otros. Enterrados entre
ellas, encontré unos cuantos documentos personales más: fotografías,
correspondencia de sus antepasados,
papeles con su propia letra, cartas de
su madre que atestiguaban lo estrecha
que era su relación.4
También añade Gilmour que
los entusiastas del mundo Lampedusa, cuando visitan Sicilia corren
el riesgo, como él, de encontrar una
serie de edificios desolados, jardines desatendidos y la inevitable
invasión de cemento y urbanismo
agresivo y descontrolado. De modo
que la galaxia literaria de este siciliano palpita en su solitaria novela,
es sus horas de destierro frente a la
página leída y en el último esfuerzo
por acabar una historia que vivía en
su memoria.
59
Volcado a los libros
60
Una vez superados los sucesos
de la guerra, Lampedusa pudo volver a sus rutinas literarias (en una
casa alquilada, gran descenso social
para un príncipe de la sangre) en
compañía de su mujer, Lizy, una
destacada sicoanalista, algo seca
y teutónica para los gustos sicilianos. Aunque tenían estilos de vida
distintos –Lizy, por ejemplo, se
despertaba a mediodía y atendía a
sus pacientes por la tarde-, cenaban
juntos y comentaban las páginas y
los autores que los habían alucinado durante las lecturas diarias. Al
día siguiente, temprano, el príncipe
salía a circular por las calles de Palermo, rastreaba y hacía incursiones
en las librerías en pos de ediciones
agotadas o de interés, desayunaba
generosamente y esperaba a sus
compañeros de tertulia en el café
Calfish. Se supone que, fiel a su filosofía del menosprecio, Lampedusa casi siempre se limitaba a escuchar las discusiones literarias en un
silencio apenas interrumpido por
algún monosílabo o por gestos muy
leves. Sin embargo, el mutismo del
príncipe se convertía en entusiasmo
cuando llegaban a la conversación
los jóvenes, en particular su sobrino
Gioachinno Lanza (a quien Luchino Visconti hizo un personaje menor en la escena del baile de la generosa adaptación cinematográfica
de su novela). De pronto el príncipe
se transformaba: era un ser fascinante,
desorbitante de ocurrencias, ingenioso,
con sentido de la réplica. En contacto
con la juventud, Lampedusa revelaba
una personalidad hasta entonces desconocida, la que dio origen a El Gatopardo.5
Los entusiasmos de Lampedusa
con la juventud –el solitario lector
veterano había encontrado un grupo de discípulos- produjeron una
importante variación de sus prácticas cotidianas. Su sobrino Lanza
y un amigo, Francesco Agnello,
lograron visitarlo para conversar de
literatura y de historia y las visitas
se convirtieron en clases de literatura: por fin la erudición del príncipe encontró objetivos prácticos.
Su pereza magnífica dio resultados
y Lampedusa organizó esas charlas con sus jóvenes amigos de una
forma sistemática (por ejemplo,
literatura inglesa autor por autor
o clasificación de autores franceses), pero siempre con énfasis en el
placer estético que cada literatura
y que cada escritor le habían dado
en el pasado. Otro de los pupilos de
Lampedusa, Francesco Orlando,
revela que:
La literatura fue la gran preocupación y consolación de este noble que
no sé por cuáles enredos patrimoniales
se había apartado tanto de toda vida
mundana y de toda función práctica,
y que estaba reducido a vivir aislado, sin otro lujo que enormes gastos
en libros, sobre todo en ediciones de la
Pléiade, que adoraba y tenía siempre
a la mano... La literatura era para
él una fuente perpetua de curiosidad,
de alegría y diversión.6 Para Abad el
anacronismo de Lampedusa era un
verdadero privilegio que no debe
entenderse en sentido despectivo.
Este anacronismo le sirvió al príncipe para mirar las cosas desde lejos, de acuerdo con su propia perspectiva, desde su particular punto
de vista siciliano (tan afín a la flojera, a la querencia y a la espera de la
muerte). Continúa el autor colombiano: El príncipe de Lampedusa no
tuvo, por supuesto, ningún oficio mercantil o lucrativo, ningún negocio; sólo
un ocio beato, aristocrático, consistente
en innumerables lecturas, paseos y un
radical apartamiento del mundo.7
De acuerdo con Gilmour, tres
años antes de su muerte Lampedusa había anotado: Soy una persona
que está muy sola; de mis dieciséis horas de vigilia cotidiana, al menos diez
las paso en soledad. Y no presumo, al
fin y al cabo, de leer todo el rato, me
divierto construyendo teorías...8 Según su mujer, el viejo príncipe nunca salía de su casa sin un ejemplar
de Shakespeare a la mano para poder consolarse si veía algo desagradable.9 Es que el amor de Lampedusa por Shakespeare es ilimitado al
punto que lo llamó el más glorioso de
la humanidad y calificó varios de sus
sonetos como descripciones de absoluta belleza, una incomparable joya,
una luminosa sensación matutina que
anticipa a Monet, en sus ensayos sobre el dramaturgo inglés.
Después de consagrar medio siglo al placer de la lectura, en algo
menos de un año y con precipitación inversamente proporcional a
su comodidad principesca, el cáncer se le desperdigó desde los pulmones: Lampedusa recibió la mala
noticia de que una editorial se negaba a publicar su novela y murió
mientras dormía, a los sesenta años.
Ocho meses después de la muerte
del erudito siciliano, la editorial
Feltrinelli decidió –un poco tardepublicar El Gatopardo. Puesto en la
carne de don Fabrizio: Hace decenios que sentía cómo el fluido vital, la
facultad de existir, la vida en suma,
y acaso también la facultad de continuar viviendo, iba saliendo de él lenta
pero continuamente, como los granitos
se amontonan y desfilan uno tras otro,
sin prisa pero sin detenerse ante el estrecho orificio del reloj de arena.
Diego Pérez Ordóñez
(Quito, 1970)
1 Tomado del libro Cuadernos de Puembo, Quito, 2014.
2 Sobre el Estilo Tardío. Música y Literatura a Contracorriente, Bogotá, Debate, 2009, pág. 136.
3
4
5
Beccacece, Hugo, La Pereza del Príncipe, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1994, pág. 13.
El Último Gatopardo. Vida de Giuseppe di Lampedusa, Madrid, Siruela, 1994, pág. 17.
Beccacece, La Pereza..., pág. 24.
6 Citado por Héctor Abad Faciolince en A Propósito de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su obra,
Bogotá, Norma, 1992, pág. 30.
7 Abad Faciolince, A Propósito de Giuseppe..., pág 31.
8 Gilmour, El Último... pág. 119.
9 Anécdota también recogida por Javier Marías en Vidas Escritas, 4ª ed., Madrid, Siruela, págs. 39-44.
Abogado, profesor de Derecho
Constitucional en la Universidad
San Francisco de Quito. Columnista de El Comercio (2003-2014);
autor de Cuadernos de Puembo
(2014); El Quiteño Libre (AbyaYala-1999) y en colaboración El
juego de la democracia (Taurus,
2005) y La Constitución ciudadana
(Taurus, 2009).
61
El cajón postergado
Autor: Edmundo Ribadeneira Meneses
Género: Ensayo
Editorial: CCE
Colección: Antítesis
Año: 2015
“Si de alguna manera se puede calificar a esta obra, considero que se debería recurrir a su
riqueza testimonial. Y como el mismo autor lo señala, a una virtud innegable: un libro
que ‘acaba por salvar escritos de valor testimonial, cultural, histórico’. Y esto es de por
sí suficiente mérito desde dos perspectivas: la de conocer el pensamiento del autor en
variadas circunstancias y la de contribuir a fijar la memoria de una institución al permitir
que documentos de valor histórico no se pierdan con el tiempo…”. I.I.Z.
Hitos de la anatomía
patológica hasta el siglo
XX a nivel mundial y
nacional
Autor: Francisco Rigail A.
Género: Ciencia
Editorial: CCE
Año: 2015
62
“Amante de su especialidad y cultor probo de la
Historia de la Medicina, ha investigado con tesón y
prolijidad el desarrollo histórico de la Anatomía y de la
Anatomía Patológica. El esfuerzo encomiable y digno
de reconocimiento y gran admiración lo ha plasmado en
un libro rebosante de ciencia y de historia, tan fidedigno
que en cada párrafo expone sucesos extraordinarios,
testimonios fehacientes del esfuerzo humano, desde los
albores de la civilización hasta nuestros días, orientados
a descubrir la estructura macroscópica y microscópica
del cuerpo y relacionarlas con patologías, pestes y
enfermedades”. R.P.Z.
Revista: 25 Watts
Cinemateca Nacional
Género: Cine
Editorial: CCE
Año: 2015
Número: 5
“… este número de la revista sirve, es útil, porque nos
embarca en una reflexión oportuna y vigente que precisa
tiempos y procesos no pronosticados con respecto a
una Ley de Cultura que no logra convencimientos ni
certezas y con ella el debate también de la Ley de Cine…
Esta quinta edición de 25 Watts explora en preguntas
importantes dando cuenta de lo fácil y atractivo que
resulta escribir sobre lo que se sabe. Lo evidencian
los artículos escritos por cineastas que elaboran su
contraparte de testigos y coleccionistas de lo que se ve y
de lo que se va”.
W.G.N.
Mitos, misterios
Autor: Bruno Sáenz A.
Género: Dramaturgia
Editorial: CCE
Colección: Tramoya
Año: 2015
Prohibido prohibir
Autor: Fausto Jaramillo Y.
Género: Ensayo
Editorial: CCE
Año: 2015
“Es algo excepcional que en nuestro país se publiquen
libros de teatro de autores nacionales y, más aún, que se
representen estas obras, pues no existe un teatro nacional.
En el presente libro se encuentran obras de intenso valor
poético y satírico, así como misterios que nos recuerdan
al teatro medieval. La Dormición de Eurídice y el Prometeo
liberado nos trasladan a la mitología de la antigüedad
clásica, la primera con un valor excepcional”. R.D.G.
“Este no es el libro de un historiador sino el testimonio de
un ser humano que vivió una época. Tampoco es el libro
de un tratadista experto en cada uno de los temas, sino el
relato de cómo percibió el autor esos alucinantes años que
conforman la década de los años sesenta del siglo veinte.
Como si se tratara de una herencia semántica, el poeta
nos legó su vida entera en versos repletos de emociones,
sentimientos, amores y desamores, dolores, alegrías, risas
y llantos, así como pensamientos y razones”. J.G.
Poesía
Autor: Alfredo Gangotena
Género: Poesía
Editorial: CCE
Colección: Esenciales
Año: 2015
“Es inevitable el deseo de adentrarse en los versos para
comprender una poesía que nos lleva en direcciones
misteriosas y profundas. Un lector de Gangotena se
encontrará con varios obstáculos, que van desde la
incertidumbre de una poesía que se mantiene hermética
hasta la sensación de no entenderla. A pesar de ello, el
lector no deja de desear entrar en el ‘yo’ de Gangotena.
‘Vivir-entre-dos’ es para Gangotena vivir en el exilio
interior, centrado en la necesidad de encontrar una
exégesis del ser donde la persecución del misterio sea la
constante”. M.C.
Ubicación geográfica de
los sucesos
“Este libro nos recuerda algo que demasiado a menudo
olvidamos: que las ciudades no están hechas de asfalto
y edificios, sino de lo que sentimos en ellas, de las
miradas que arrojamos a sus calles, de la comunidad que
construimos con nuestros encuentros. Hay ciudades de
nuestras vidas: las ciudades en las que vivimos el amor,
las ciudades a las que hicimos viajes iniciáticos. Las fotos
nunca son estáticas, precisamente porque nos contienen.
Los espacios mutan con nuestro vivir”. L.C.H.
Autor: Andrea Torres A.
Género: Poesía
Editorial: CCE
Colección: Casa Nueva
Año: 2015
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Marilyn en el Caribe
Autor: Raúl Vallejo
Género: Novela
Editorial: Penguin Random House
Grupo Editorial
Páginas: 109
Año: 2015
“Marilyn en el Caribe es una novela fresca y de escritura muy fluida en la que hay que destacar
también el manejo de los diálogos. Su estructura propone una lectura con diversas líneas
de interpretación; presenta un juego meta ficcional entre sujetos históricos y personajes de
ficción, conjugados de manera verosímil. Además combina diversos registros de lenguaje,
logrando un universo poético y narrativo pleno de posibilidades estéticos”.
La ternura de la tarde
Autora: Inés Zambrano
Martínez
Género: Poesía
Editorial: CCE Núcleo de
Tungurahua
Páginas: 154
Año: 2015
“Lo de Inés es una vocación acrecentada con los años,
que permite adentrarse en el dominio sutil o fuerte de la
palabra. Una vocación que ata suavemente en el día a día el
quehacer literario, que aflora paulatinamente, con el paso
de su tiempo como maestra en la inquietud vital de la tarea
ininterrumpida de aprender y enseñar a leer y escribir con
abecedarios renovados en esos, para ella, preciosos objetos
a compartir, que son los libros y sus contenidos”.
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V.T.F.
A la orilla del silencio,
vida y obra de Osiris
Rodríguez Castillos
Autores: Jorge Basilago y
Guillermo Pellegrino
Género: Biografía
Imprenta: Mastergraf,
Montevideo
Páginas: 470
Año: 2015
“En una biografía, esa reinvención diaria de la vida se vuelve
reescritura. Cada pequeño dato, todo nuevo testimonio,
cualquier fotografía inédita, nos acercan un poco más al
personaje… Deseamos que los lectores encuentren, en este
trabajo, algo del sentimiento y la sinceridad que pusimos
en él. Sólo así, esta colección de trazos será por completo
digna de la tarea que pretende cumplir: la de contar la vida
de Osiris Rodríguez Castillos como nunca antes”.
Los autores
De sueños, soledades y
saudades
Autora: Carmen Susana
Cornejo
Género: Poesía
Editorial: Editorial
Ecuador F.B.T. Cía. Ltda.
Páginas: 222
Año: 2015
“Aquí recojo pequeños versos, perdidos entre páginas de cuadernos de escuela,
colegio y universidad; en agendas y hasta en el reverso de hojas de propagandas,
escritos desde la infancia, cuando yo era una niña tímida que percibía todo, sentía
mucho, se conmovía profundamente y que sólo hablaba con un papel y un lápiz;
hasta cuando el escribir se convirtió para mí en una necesidad. No soy escritora de
oficio, menos aún poeta, pero cuando algo dentro de mí, muy hondo, me aprieta,
me colma, me desborda, escribir para mí es una catarsis”. C.S.C.
Trata de viejas
Autora: Sonia Manzano
Género: Narrativa
Editorial: Eskeletra
Editorial
Páginas: 123
Año: 2015
“Sonia Manzano vuelve a sorprendernos y por supuesto
deleitarnos con su nuevo libro, el cuentario Trata de viejas, en
cuyos textos su oficio se visibiliza en historias narradas con
un poco de ironía y otro tanto de ternura hacia personajes
femeninos inmensos en tramas alucinantes, tragicómicas,
misteriosas o comunes, pero siempre iluminadas por la
estructura exacta de unos cuentos que no tienen otros
límites que su propia trama”.
E.C.
Espalda mordida
por el humo
Autora: Sonia Manzano
Género: Poesía
Editorial: El Ángel Editor
Páginas: 67
Año: 2013
“Con este nuevo libro ha logrado ampliar un discurso
desde el culto gesto del barroco… Además, la emoción
y la conmoción que logra con su discurso libertario. Una
voz juguetona con todos los convencionalismos del
lenguaje y de la vida: hace retruécanos a los significados
y a los significantes, a la vida de una voz poética que no
renuncia nunca a un estilo: porque eso es Sonia Manzano,
un estilo, una voz única, la portadora de un nuevo plano de
arquitectura para construir sobre lo ya dicho”.
X.O.T.
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El ministro de Cultura Guillaume
Long y la Viceministra Ana Rodríguez recorrieron las instalaciones de
la Casa de la Cultura Ecuatoriana
con el presidente de la Institución,
Raúl Pérez Torres, en una amplia jornada de trabajo en la que las autoridades pudieron comprobar el intenso
trabajo cultural y la ocupación de todas las áreas con que cuenta la CCE.
El ministro Guillaume Long y el presidente
Raúl Pérez Torres luego de recorrer las instalaciones del
Teatro Nacional y comprobar sus urgentes necesidades,
principalmente en camerinos y escenario.
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En la librería de la Casa con Silvia Stornaiolo,
quien explicó el funcionamiento de la misma y la
ampliación que tendrá el próximo año para dar
cabida a un mayor número de libros y autores.
panel
Fotografiás: Iván Mejía
Las autoridades observaron el trabajo
que realizan los niños del grupo teatral
Guagua Pichincha dirigido por la
profesora Irina Gamayunova.
En el Edificio de los Espejos trabajan 11 grupos
de teatro independiente y otras disciplinas. En
la gráfica, con el maestro Wilson Pico del Frente
de Danza Independiente, la escritora Natasha
Salguero y otras autoridades.
Visita a los espacios de la Fundación de Artes
Escénicas Mandrágora donde departieron con su
directora Susana Nicolalde, actores y autoridades.
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En la Cinemateca Nacional ‘Ulises Estrella’ , la
directora Wilma Granda explica al ministro el
gran archivo fílmico que posee y el servicio de
consulta pública que brinda.
La reserva pictórica de la Casa de la Cultura es
una de las más importantes del país. La Magister
Verónica Muñoz explica al Ministro sobre los
tesoros artísticos que es depositaria la CCE.
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En el museo de instrumentos musicales
Pedro Pablo Travesari, la Camerata de la CCE dio un
pequeño concierto utilizando un violín del siglo XVIII y un
piano del siglo XIX restaurados por el museo.
La Master Patricia Noriega Coordinadora del
Museo Etnográfico, explica sobre la nueva propuesta
tecnológica con escenarios oleográficos del museo bajo
el tema general Cosmovisión y Chamanismo.
El ministro recorre el Museo de Libro que guarda
alrededor de 8500 libros del Fondo Jesuita, de los
cuales ocho libros son incunables, según explicó
su directora Katia Flor.
Las autoridades del Ministerio recibieron una amplia
explicación del minucioso trabajo que demanda la
restauración de obras que realiza la CCE bajo la
coordinación de la Restauradora Rosa Torres.
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TEATRO ENSAYO
MÁS
DE MEDIO SIGLO
tributo
DE CREACIÓN Y DIFUSIÓN
L
Retrato de Gangotena,
Enriquestuardo Álvarez.
Agosto - Octubre
a Dirección de Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó este mes el libro Poesía, de Alfredo Gangotena. Esta obra constituye
el quinto tomo de la colección Esenciales, dedicada a los grandes autores
ecuatorianos del siglo XX que nos dejaron su legado imperecedero.
Jorge Carrera Andrade dice sobre él: “Alfredo Gangotena es la mayor de las
islas. Nadie ha explorado todavía su territorio de sombra, sus profundidades abisales, su fauna y su flora de misterio. Gangotena llamó acertadamente a sus dos
últimos libros Tempestad secreta y Noche. En efecto, su poesía se oscurece de pronto,
se ilumina de relámpagos internos, castiga con sus azotes líquidos, sacude y destruye los terrenos deleznables, dejando en pie solamente el acantilado ceñudo y
sin edad”.
Gangotena nació en Quito, en 1904. A los catorce años publicó sus primeros
versos en la revista La Alborada, y en 1921 viajó con su familia a París, donde
estudió Ingeniería y Minas mientras trababa amistad con Jean Cocteau, Valery
Larbaud, Max Jacob, Jules Supervielle y Henry Michaux, entre otros escritores
franceses. En París publicó sus poemas en las revistas Revue de l’Amérique Latine,
Intentions y Philosophies. Sus obras en francés incluyen Orogénie (1928); Absence
(1930) y Nuit (1938), en español Tempestad secreta (1940). Regresó a Ecuador en
1928 y se dedicó a administrar el patrimonio familiar, pero su obra permaneció
prácticamente ignorada por sus pares ecuatorianos y el poeta reforzó su apartamiento y desarraigo. Murió el 23 de diciembre de 1944.
En su tesis de Maestría, Alfredo Gangotena y la traducción: una mirada, Cristina
Burneo señala: “Gangotena viene de Francia, ha escrito una obra que nada tiene
que ver con la producción de los intelectuales ecuatorianos, por tanto, es ignorado
y tachado de afrancesado o extravagante, lo cual acentúa su desasosiego, su soledad
y aislamiento. Incluso de su familia se siente lejano, extraño a todo y consciente
de que se lo considera un extranjero en todo sentido y se lo ataca. Pero más allá
de lo social o lo económico, el poeta se siente profundamente incomprendido y
apartado de los seres que lo rodean; no se trata sólo de un aislamiento de los de
su clase o de su círculo, sino que se trata de una soledad que antecede cualquier
condición social, racial o económica. Se trata de una soledad por su condición
humana, desgarrada, rota”.
MUSEO DE ARTE COLONIAL
70
entro Histórico de Quito, Cuenca y Mejía esquina
www.libreriadelacasa.gob.ec
Casa de la Cultura Ecuatoriana
Benjamín Carrión
Av. Seis de Diciembre N16–224 y Patria
Telfs.: 252 7440 / 290 2274 Ext.: 110
www.casadelacultura.gob.ec