SÍNDROME - Facultad de Estudios Superiores Iztacala

ERRANCIA…
CAIDAL
AGOSTO 2015
SÍNDROME
IVÁN MEDINA CASTRO
La jungla urbana del norte de Filadelfia donde
viven los puertorriqueños, un barrio en ruinas
invadido por las drogas, por la basura, por los grafiti.
Kristin Koptiuch
¿Adónde se han ido las histéricas de los viejos tiempos…?
Lacan
Crisis Response Center: Einstein at Germantown Community Center - Mental Health and
Recovery. Calle 4 Norte 1745, Filadelfia, PA 19122
Vaya doctor, usted mismo me dice que mi padecimiento está probablemente relacionado con
las circunstancias y sucesos de mi existencia. Usted no puede cambiar para nada estas cosas.
¿Cómo pretende ayudarme? ¡Narrando sobre mi vida!
Trabajé en un laundry de autoservicio en el Bloque de Oro del barrio hispano antes de
enrolarme en la mili, arto del fastidiante traqueteo de las máquinas de lavar y secar ropa. A
finales de junio del año 50 fui a patear culos a la guerra de Corea en nombre de la libertad y
la democracia a pesar de la ambigüedad que eso significaba. Maldita contradicción, defender
a una nación que no se considera a sí misma colonial, pero justamente va a entrometerse en
asuntos ajenos y posee a mi país como una muestra innegable de ello. -Estado Libre Asociado
–vaya mierda. Pero no había otra alternativa, las calles en el barrio estaban podridas, a pesar
de que en su bloque principal de andenes pintados en diagonales bandas color pajizo,
remedaban el camino pavimentado de oro que, según el típico sueño americano, conduce a
la felicidad y al éxito. Pura mierda, aquí se sufre un tercer mundo en el corazón de Los
Estados Unidos; en la ciudad más antigua de la Unión Americana.
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Tras tres años de guerra, salí del infierno para regresar a las cloacas de la ciudad, después de
combatir en una batalla infructuosa por tanto las cosas siguieron exactamente igual allá y
aquí. Cuántas ilusiones se desvanecieron por el sonido de la metralla, por los estallidos
incesantes de una sonoridad que zumbaba un largo rato en la inmensa nave del búnker y,
sobre cualquier otro terror, la muerte de tanto compañero.
El barrio, Somerset, se miraba más dañado o quizá el efecto maléfico era obra de mi larga
estancia fuera de esta atmosfera mugrienta pues en realidad este mierdero, que con su
intensidad nos toma, siempre había estado así de jodido: gente hurgando dentro de los
contenedores de basura para poderse alimentar, jovencitas dejándose reventar el pussy a
cambio de una dosis de meth y homeless con manchas de orina y cagada en sus pantalones,
tumbados al abrigo de los oxidados estores de las tiendas. Todos hipnotizados por un sopor
narcotizante. ¿Es esto América? ¿Por esto es por lo que peleé?
Deseé sobreponerme a la realidad imperante, así que busqué donde poder trabajar, pero los
contratantes al saber que era veterano de guerra me azotaban la puerta en la mera geta, como
si fuese un infecto. –Carajo, acaso ha desaparecido de la memoria general la activa
participación de los soldados boricuas bajo bandera estadounidense-. Transcurría el tiempo
y no encontraba nada hasta que un día me quedé ahí, en el sofá, incapaz de levantarme y
hacer algo bueno. Permanecí monótonamente sentado frente a la televisión anestesiando la
sensibilidad, dopando la mente, perjudicando a mi alma. Así pasé algunos meses… y una
maldita noche, la mierda del televisor se fundió.
Mi aspecto había cambiado, tenía grandes ojeras y el rostro pringoso, el cabello largo y la
barba hirsuta, la uñas largas y mugrosas. Mi apariencia física, deteriorada por completo, me
importó poco. Así vagaba un día y otro también, deambulando entre el trayecto de la línea
Market-Frankfor del tren elevado y el desolado Juniata Park en busca de, de… no sé, restos
de colillas en la acera o de algún cristiano que me ofreciera, aunque fuera, one dime. Pero
nada, nuestra sociedad, tan enfermiza y deshumanizada, nomás al verme se abrían al paso así
como lo miré en el televisor cuando la gente hipócrita lo hace al acercarse un senator. En
esos momentos, era invadido repentinamente por una rigidez muscular, acompañada de una
gran excitación, lo que generaba un estallido de hostilidad verbal que terminaba por agotarme
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de tal manera que donde fuese, previo a un clamor, caía paralizado y por la boca echando
espuma. Cundo el ataque cesaba, sin acordarme de que había acontecido, despertaba
invariablemente acostado dentro de una clínica.
No hablaba con nadie, no podía oír a los demás; no me percataba de su presencia, ni siquiera
en los shelters. Todo el tiempo parecía ver a lo lejos, cuando en realidad miraba hacia dentro,
entorno a lo más profundo de mi memoria: la presión, el desprecio, los miembros desechos
de mis compañeros del glorioso regimiento 65 de infantería –¡Vaya mierda!
Este país desintegrado por nuestra sociedad consumista y plástica nos ha engañado. Insisto,
nos rompemos la cara por defender su ideología, sus valores y aún así nos tratan como
ciudadanos de segunda clase, nos abandonan. Estoy en un desconcierto, ya no sé en quién o
en qué creer. ¡A joder todos a su puta madre!
Mi primera navidad, posterior a la guerra, fue la vez que obtuve el rifle de la armería. No
tuve preguntas, no hubo documentos que mostrar.
Sí, es correcto. Entré a un McDonald en la 5° y Maine Street a eso de las seis de la tarde. Allí
estaban ellos; los otros, dominando el terreno, articulando frases amenazantes pero
incomprensibles. ¡Malditos coreanos, rojos de mierda! –les grité. Pronto, saqué de la
gabardina el rifle de asalto y disparé la carga hasta deshacerme de todos ellos. Parecían
cucarachas corriendo en desorden dentro de una alcantarilla. ¡Cuánto gemido hay detrás de
las máscaras!
¿Cómo quiere que me sienta doctor? Me dieron un tiro en la cabeza y unos fragmentos de
bala quedaron incrustados en mi cráneo. Estoy hecho un desastre, como consecuencia de las
heridas, perdí parte de la vista y del oído. Tengo pesadillas recurrentes; las reminiscencias de
la batalla. Fantasmas que se desvanecen aquí y regresan allá. Me cuesta mucho dormir y a
veces paso noches enteras en vela. No hay nada por hacer, quizá la pena de muerte como
demostración de la crueldad de la existencia. ¿O no doctor?
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AGOSTO 2015
Originario de la Ciudad de México. Licenciado en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico y
de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) y Master por la Universidad de Saint Mary´s de Minnesota en
Negocios Internacionales, se ha formado en diversos talleres y cursos literarios: escuela de Escritores de
SOGEM y Centro de Lectura Condesa, así como un diplomado en Crítica y Creación Literaria en la Casa de las
Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha colaborado en numerosas
publicaciones en revistas literarias dentro y fuera de México, entre ellas: Opción, Ágora, Punto de Partida y
Tierra Adentro en México y, Avispa (Argentina), Cañasanta (Canadá), Letras Uruguay (Uruguay), Revista de
Literatura Mexicana Contemporánea (EUA) entre otras, así como en diversas antologías: “Cuentos del Sótano”,
“Leer el cuento” (México), “I Certamen de Relatos HellinFilm (España), “Palacios de Hipnos” (Argentina) y
“Santa Muerte” (Estados Unidos), entre otras. Tiene publicados tres libros: “Saqueador de Tumbas”, editorial
Tinta Nueva (México-2008), “Espíritus de paz” ediciones Oblicuas (Barcelona, España -2010) y el más reciente
de ellos, “En cualquier lugar fuera de este mundo”, obra publicada por CONACULTA en el 2012. E-mail:
[email protected]
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